Repensar las políticas financieras, en especial la imagen abstracta, experta y macro de la economía desde una perspectiva feminista ha sido el foco de la académica, activista y socióloga argentina. A días de un nuevo 8M, la investigadora se refiere a la agenda feminista contra la deuda en la región y la importancia de atender a las violencias económicas en su relación con las violencias machistas.
Por María Jesús Ibáñez C.
¿Cómo se desobedece a las finanzas, a los indicadores económicos y a las instituciones financieras internacionales? ¿Y qué significa hacerlo desde una perspectiva feminista? “¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos!” (Argentina), “¡Nosotras contra la deuda!” (Puerto Rico), “¡Nos deben una vida!” (Chile), “¡No debemos, no pagamos!” (España) y “La deuda es con nosotras y nosotres, ni con el FMI ni con las iglesias” (Argentina) son solo algunas de las consignas que desde 2015 hablan de dolores, abusos y despojos en el campo de la economía en la región, pero también de desacato y de autonomía. Así lo plantean las argentinas Lucía Cavallero y Verónica Gago en Una lectura feminista de la deuda (Tinta Limón, 2021), libro que surge de la politización que los movimientos feministas han hecho de la cuestión financiera y su relación tanto con la vida cotidiana, con la violencia en los hogares y en los diversos territorios, como con las nuevas formas de explotación del trabajo en nuestras sociedades capitalistas neoliberales.
Lucía Cavallero (Gerli, 1986) estudió tres años Economía, carrera que abandonó tras una discusión con su profesor de Bienes Nacionales: “¿si esta ecuación me da bien, pero significa que el 40% de la población está debajo de la línea de la pobreza, usted el ejercicio lo da bien?». La respuesta fue “sí”, y la decisión de Cavallero fue optar por Sociología. Con años de lucha sindical contra la precarización, la activista repara en sus inquietudes y recorridos políticos como una historia zurcida por el colectivo argentino Ni Una Menos. “Fue un lugar donde pude tener una militancia contra la deuda, con los sindicatos, pero al mismo tiempo transformar eso en reflexiones contra el patriarcado y contra la heterosexualidad obligatoria. Encontré un movimiento donde no tenía que poner en un orden de prioridades cómo pienso el mundo”, explica la coautora también de La casa como laboratorio (2022) junto a Verónica Gago y ¿Quién le debe a quién? (2021), libro en que Gago y Cavallero escriben con la influyente escritora feminista Silvia Federici.
En Una lectura feminista de la deuda (Ediciones Tinta Limón), las autoras plantean que el gesto feminista de “sacar del closet” a la deuda conlleva situarla, historizarla y comprender su funcionamiento diferencial sobre los cuerpos. Para eso, hacen el ejercicio de aterrizar la deuda en las economías cotidianas, donde las narrativas de las mujeres, lesbianas, trans y travestis tienen un lugar clave, pues se trata de experiencias, voces y cuerpos hasta ahora sacados del cuadro tradicional de la economía.
—Nosotras estamos discutiendo con una forma de hablar de la deuda que obviamente tiene consecuencias políticas —explica Cavallero desde Buenos Aires—. La idea del libro, es decir, la manera en la que hablamos de la deuda es también una manera con que le quitamos o le reponemos politicidad. Entonces este ejercicio conlleva preguntarse: hasta ahora, cómo hablaron de la deuda los movimientos sociales y políticos, cómo militamos contra la deuda y quiénes son los sujetos y las sujetas que sufren impactos de ese endeudamiento. En última instancia lo que nosotras buscamos desde esta comprensión es que se avance en una pedagogía para ilegitimar esa deuda.
Es imposible pensar que la gente se puede politizar contra la deuda si no podemos narrar ese endeudamiento desde la economía popular. Qué decimos cuando decimos “economía” en un país como Argentina, que tiene un 40% de tasa de informalidad y donde a muchas de esas poblaciones no se las considera productivas, pero que son las que más sufren el impacto del endeudamiento y sus trabajos son los que precisamente nutren la deuda. Porque si te ponés a pensar cuáles son los ajustes que se hacen para pagar esa deuda, encontramos que son ajustes sobre la inversión a la salud, la educación y la posibilidad de tener servicios públicos de cuidados. Es decir, la deuda la terminamos pagando nosotras. La pagamos con nuestros cuerpos, la pagamos con nuestros territorios.
Entonces así como se habla de que mujeres, lesbianas, trans y travestis han sido sacadas del cuadro de la economía, vemos que, paradojalmente, también ellas, sus territorios y sus cuerpos son los lugares claves para esta profundización de la deuda y para este sistema capitalista neoliberal.
—Me parece interesante verlo de esa manera, no lo había pensado así, pero sí, es una paradoja y para nosotras también fue un movimiento político contra la deuda decir, con estas economías que se consideran “no productivas” se paga la deuda, sobre estos cuerpos y estos territorios es que la deuda explota y la deuda sujeta. Es el sujeto predilecto, porque es sobre el que se producen los mayores despojos en los momentos de endeudamiento. Porque no es que el capital no nos habla, sino que nos habla de una manera, nos habla como emprendedoras y como víctimas. Lo que quisimos poner en el libro es que nosotras también hablamos como productoras de valor, como trabajadoras, y que eso es un desplazamiento de esa subjetivación que nos propone el capital.
Creo que lo que nos ayudó mucho fue pensarnos en relación con el paro feminista, un proceso político que nos permitió reconocernos como trabajadoras y reconocer que hay un montón de cuestiones estructurales que sostienen esta violencia machista. Por otro lado, nos permitió desplazarnos al decir tampoco somos emprendedoras individuales, somos trabajadoras, pero trabajamos más allá de lo que los sindicatos consideran trabajo, más allá de lo que la economía considera productivo. Por eso creo que lo que vos marcás, esa paradoja, no se hubiera solucionado teóricamente. Se resolvió en un proceso político que subjetivó a muchas compañeras para poder decir: somos trabajadoras y a nosotras también nos explota la deuda y no merecemos estar endeudadas para vivir.
Esto tiene que ver con la noción de “inclusión” que se cuestiona en el libro, ¿no?
—El Fondo Monetario Internacional propone el tema de la “inclusión financiera” como sinónimo de combate de la violencia de género, y nuestra discusión es justamente que nosotras ya estamos incluidas, pero incluidas mediante la deuda. Es una inclusión precaria. Estamos endeudadas y lo que se produce es todo lo contrario, no se combate la violencia, sino que se produce una violencia cuando esa inclusión financiera se da en condiciones de precariedad y termina redundando en mayor endeudamiento. Sin negar que la deuda muchas veces soluciona cosas, es necesario también entender esa paradoja, como vos lo nombrás. No se trata de una oposición a priori, sino de entender bien cómo se da en nuestros países, qué significa hablar de inclusión financiera en poblaciones que están endeudadas o que tienen mayoritariamente trabajos informales. Hay una lucha muy concreta de los trabajadores de la economía popular por obtener financiamiento para sus emprendimientos productivos asociativos, y ahí también hay una politicidad en la discusión. El problema que tenemos es que cuando la deuda es hacia las mujeres, aparece para financiar la reproducción social, pero cuando la reproducción social no está solucionada, no hay un financiamiento que se pueda utilizar para desplegar un proyecto productivo.
¿Cómo desacoplar el mandato de género con las prácticas de reproducción de la vida y a la vez dar reconocimiento y valorización a esas prácticas feminizadas?
—Coordino las asambleas del 8M hace bastantes años y me parece que ese desplazamiento subjetivo fue parte de los procesos asamblearios, donde aparecen compañeras que se reconocen como trabajadoras en conflicto con el capital. Me parece que ese eje fue central en este proceso, porque se dio una discusión masiva que llegó a las casas sobre qué es lo que se considera trabajo. Creo que el 8M sirvió para hacer esa pedagogía, ese proceso de masas de poner en cuestión quiénes trabajan, en qué momentos se trabaja, qué tareas hacemos, cuáles están remuneradas, cuáles no y por qué nos endeudamos. Por eso creo que en ese sentido es insuficiente pensarlo como una operación teórica, porque lo que hubo fue un desplazamiento político.
¿Se juega este desplazamiento en lo que la filósofa feminista chilena Alejandra Castillo ha nombrado como “la desestabilización de los límites de lo público y lo privado, de lo doméstico y lo político con la vinculación entre democracia y cuidados”?
—Creo que sí, que se desplazaron un montón de categorías, desde qué tan político es lo que hacemos en la casa hasta una redefinición del espacio público en todo lo que fueron estas movilizaciones callejeras. Creo que nos apropiamos de la ciudad de una manera diferente. Y sí, creo que la idea a la que llegamos en el libro de poder sacar del closet a la deuda era también cuestionar una división histórica del endeudamiento público y de los hogares, cómo se considera que hay un endeudamiento político y otro que no lo es. No es casual que se piense que el endeudamiento que se produce en las casas no es político, porque son espacios históricamente devaluados, subordinados, considerados no políticos y no productivos. Decir que en las casas hay trabajo fue una etapa anterior a decir «y hay deudas». Porque hay trabajo, hay deudas.
En el libro se habla también del tiempo y su configuración a raíz del dispositivo de la deuda, que condiciona el ahora y el futuro. Se habla de que ya tiene atrapadas las formas de trabajo que aún no existen pues captura la potencia de trabajo. En base a ello, ¿se puede decir que la deuda nos desprende de nuestro futuro o más bien nos ata a uno?
—Podemos pensar que el paro feminista fue también una especie de intervención, de desvío sobre el tiempo patriarcal, neoliberal. Lo que decíamos mucho en los primeros 8M era «hacernos tiempo para nosotras», inspiradas en una intervención que hizo Silvia Federici, quien llamó a «dejar de hacer lo que estamos haciendo para reproducir el capital y tomar ese tiempo para hacer otras cosas», por supuesto con sus paradojas y ambivalencias. No es que hay un afuera fácil, pero en principio sí, intervenir el tiempo como una variable de reflexión en nuestra militancia es importante, es lo más político, tiene que ver con cómo estamos todo el tiempo prometiendo tiempo futuro que, como vos decías, tiene una consecuencia en el hoy pero también produce determinada sujeción. Por eso diría que la deuda nos ata, nos aplana y homogeneiza posibilidades; es decir, hay que poder ver también cuando se producen desvíos, que es lo que nosotras llamamos “desobediencias”.
¿Cómo volver a imaginar la resistencia y la desobediencia cuando el modo de explotación ha cambiado? Ustedes desplazan el concepto de explotación ya no ligado al salario, sino a la deuda, y hablan de la politización del consumo.
—Para nosotras fue una pregunta muy importante: cómo actualizamos la manera en que diagnosticamos el conflicto y, por ende, la forma en que lo resistimos. Es una pregunta estratégica para nuestros movimientos. El capital financiero hoy nos explota más allá de que tengamos o no salario. Y eso nos lleva a la necesidad de organizar nuevas formas de sindicalismo, nosotras decimos sindicalismo feminista, un sindicalismo que no se agota en el conflicto capital-trabajo entendido como salarial. Respecto a la politización del consumo es algo que se profundizó en pandemia y tiene que ver con la aparición de movimientos como, por ejemplo, las mujeres trabajadoras de la tierra, que acá han aparecido fuertemente ofreciendo alimentos con otros recorridos. También las trabajadoras de economía popular que ponen en discusión cuál es el circuito detrás de lo que consumimos, cómo se valoriza y se remunera el trabajo en esas trayectorias. Esto nos permite poner atención al circuito de la deuda: la deuda viene atada a una manera de consumo y a determinados bienes de consumo que generalmente están dolarizados en nuestro país o que vienen de circuitos ligados al capital extranjero.
Una de las formas de reforzar la explotación tiene que ver con la moral, una moral que no es ajena al Estado. Me gustaría tocar el punto de la relación de la deuda con la moral y el carácter feminizado de dicha moral.
—Para mí no hay economía sin moral. Y eso es un punto clave. Nosotras hablamos de la moralización de las deudoras, que se hace desde el sistema financiero, pero también desde el Estado. Generalmente, esa discusión aparece en los momentos de crisis económica cuando tienen que empezar a calificar como ociosas y riesgosas a ciertas poblaciones, que su mayoría son mujeres de sectores populares que tienen hijxs y que son jefas de hogar. Es decir, todo el tiempo se produce una moral que se ensambla con esta explotación capitalista. Por eso, cuando hablamos del neoliberalismo autoritario, que trabaja mucho en la producción de estas figuras, es cuando se hace más evidente que tiene una moral muy particular. Vemos cómo el capital financiero se ensambla con los mandatos de género: el discurso es “sabemos que ustedes hacen cualquier cosa por sus hijos, incluso endeudarse, y a tasas de interés altísimas. Pero sabemos además que ustedes son buenas pagadoras”, y eso después se les devuelve como si fuera un cumplido. Hay una discusión muy interesante en el libro de esta economía de la moral que nos trae la deuda: las economías de la obediencia. La deuda aterriza en un espacio en que esa mujer que trabaja en un lugar y asume una deuda pasa a estar en un lugar donde tiene menos posibilidades de decir que no.
La recolonización financiera de Latinoamérica
Las manifestaciones y las luchas han instalado demandas que el sistema ha sido capaz también de absorber, vaciar y devolver, como es el caso del deseo de autonomía, la inclusión y la democratización.
—La financiarización no es un proceso que se despliega sobre sí mismo, sino que responde a determinadas luchas. Es una respuesta neoliberal ante determinados desplazamientos. Y lo que nosotras vemos es, justamente, que no es casual que hubo años de movilizaciones feministas planteando la necesidad de autonomía económica y que la respuesta neoliberal a esa demanda de autonomía ha sido mayor endeudamiento. Es una respuesta en clave neoliberal de una lucha, pero hay una lucha que le antecede. «Ah ustedes pidieron autonomía, bueno, ahora van a haber créditos rosas o créditos para que ustedes puedan ser autónomas». La autonomía aparece como “emprendedurismo” o como inclusión financiera: te vamos a incluir financieramente, pero con una inclusión subordinada. En el caso de las mujeres, las finanzas se democratizan cuando ya los servicios públicos están desmantelados, por lo tanto, la deuda se empieza a destinar a pagar la reproducción. Pero creo que no hay que pensar siempre la captura como algo total. Hay que poder ver que hay siempre un intento de captura y de traducción neoliberal de las luchas de los movimientos, pero también es necesario hacer el ejercicio para encontrar los pequeños desplazamientos en esa obediencia.
El movimiento feminista insiste en estos diagnósticos con una nueva huelga para este 8 de marzo, enfocada en la precarización de la vida. Si observamos la historia del movimiento, esto responde a una continuidad y una profundización de esa precarización denunciada. ¿Qué pasa con el repertorio de imágenes de resistencia y desobediencia cuando se vive esto?
—Estamos en un ciclo de luchas después de 2015 que por supuesto se nutre de un montón de genealogías anteriores, y cuya demanda sigue siendo la precariedad. Hubo una presencia feminista en todas las revueltas regionales, en Ecuador, Colombia, en Chile. Luego apareció una pandemia en la que varias de las cosas que veníamos cuestionando retrocedieron muchísimo. La precariedad es impresionante, cada vez somos más pobres. ¿Cómo es posible que hayamos tenido levantamientos en cinco países y que, sin embargo, el ingreso esté cada vez más concentrado y los ricos paguen cada vez menos impuestos? Sigue siendo la gran pregunta de cuánta fuerza necesitamos en este momento del capitalismo, que pareciera en un nivel tan grande de avanzada y de relanzamiento de acumulación de capital, que incluso las revueltas latinoamericanas no han funcionado como lo hacían a principios de siglo, con la complejidad de que en este momento hay movimientos de ultraderecha que también proponen y compiten de alguna manera movidos por un desencanto con el neoliberalismo.
¿Cómo ves el escenario latinoamericano en esto que algunxs han llamado “el giro progresista” de la región, por los gobiernos de centroizquierda que han vuelto al gobierno? Sin desconocer también la presencia de las derechas conservadoras.
—Creo que estamos en una situación a nivel regional donde, como decía, hay un movimiento de ultraderecha que está organizado y que tiene una reacción particular sobre nuestra agenda. Esto no es por casualidad, sino porque hay algo de nuestra agenda que ataca directamente a lo que hoy necesita el capital para vitalizarse, que es reponer a las mujeres en determinados lugares o que las personas indígenas no puedan acceder a la tierra. No es casual que seamos las poblaciones más atacadas. Nosotras decimos que estamos en un momento de recolonización financiera del continente, que es un momento en que la deuda claramente viene a contestar a estos ciclos de lucha tan importantes.
Por ende, creo que son gobiernos mucho más frágiles, porque hay actores organizados y, por supuesto, porque el capital está más concentrado y tiene más capacidad de veto. Es un momento de mucha inestabilidad, incertidumbre, donde tampoco podemos negar que incluso estar durante meses en la calle, como estuvieron ustedes, no te garantiza 15 años de reformas económicas en un sentido progresista. Sabemos, además, que estamos en un momento de relanzamiento de la acumulación financiera de la región, un momento de crisis de la hegemonía de Estados Unidos, donde América Latina viene a cumplir el rol de ser el lugar que reasegura la extracción de recursos estratégicos como el litio, la energía, el gas. Es algo que está relacionado a todos los procesos de desestabilización de los gobiernos en la región.
En Chile tenemos un gobierno que se ha autodenominado feminista. ¿Cuál es tu opinión de estas prácticas y vías institucionales?
—Si miramos lo que pasa en la región, por primera vez tenemos una vicepresidenta en Colombia que viene de los movimientos antirracistas, y está el gobierno de Lula en Brasil con la hermana de Marielle Franco en el Ministerio de la Mujeres. Incluso acá en Argentina a nivel provincial hay experiencias interesantes. Creo que estamos en un momento en que el peligro de la institucionalización es grandísimo, esa mirada nunca hay que perderla. Como dice una compañera, con un pie en la institución y un pie en la calle. Por un lado, está la discusión de cuánto puede hacer el Estado por nosotras, que es una discusión histórica contra el feminismo institucional, contra el feminismo de ONG. No podemos tener una agenda de violencia donde todo se deposite en la capacidad del Estado para hacer las cosas porque la violencia depende mucho más de un lazo comunitario, y lo que hay que hacer es reconocer esas prácticas antes de pedir más burocracia estatal.
Al mismo tiempo, el Estado hoy es un espacio que está totalmente politizado por la ultraderecha de diversas maneras. Hay algo en la región que está hablando de que hay una lucha por determinados lugares estratégicos institucionales. Entonces yo soñaría con que haya un movimiento feminista lo suficientemente amplio para que esas compañeras que ingresan a las instituciones puedan venir a dar cuenta al movimiento de lo que están haciendo. Y no sólo dar cuenta, sino que nosotras como movimiento poder mandatar un programa. Yo no estoy de acuerdo con una posición a priori frente a que compañeras ocupen espacios institucionales. No estoy de acuerdo.
Un gobierno no puede ser feminista, entonces.
—No, es muy difícil. Veo muchos problemas para eso. Me parece que nos hace bien nombrar las cosas como lo que son, un Estado que es patriarcal, que es colonial, acá y en muchos lados. Pero eso no significa no poder ver y valorar los desplazamientos cuando los hay, sin aislar ese lugar de lo que hace la lucha social, porque la lucha social finalmente es lo que te permite hacer cuando vos estás en un lugar institucional.