La actual crisis sanitaria y social ocasionada por el avance del Coronavirus sin duda afecta a todas las personas, independientemente de su procedencia. Sin embargo, las características de la migración en nuestro país obligan a pensar en las necesidades particulares de estas comunidades, que en muchos casos no pueden seguir las recomendaciones de salud propuestas desde la autoridad. Sólo el 20% de las y los inmigrantes tienen empleos calificados, lo que redunda en pobreza, hacinamiento y dificultades en el acceso a servicios tan básicos como el agua. Otros, además, no dominan el idioma español. En esta entrevista, la profesora, socióloga y coordinadora académica de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile reflexiona sobre la situación de las y los migrantes más precarizados y plantea sus principales preocupaciones.
Por Jennifer Abate
—La pandemia nos recuerda el miedo al otro que, al menos conceptualmente, es uno de los factores detrás del racismo. Desde tu campo de experticia y considerando elementos como este, ¿cuáles son tus reflexiones sobre lo que ocurre en nuestro país en el contexto de la pandemia?
Creo que es interesante volver al concepto de frontera, porque la frontera siempre ha marcado la línea de separación entre un país y otro, entre un continente y otro, es una línea real y una línea geográfica que nos separa, y es en ese lugar terrible, de la frontera, donde siempre ha estado el inmigrante cuando no se le deja ingresar a un país. Es un miedo que tiene que ver con que la nación sea contaminada con infecciones, enfermedades, con todo aquello que puede penetrar la piel y podría echar a perder una “raza”. Pero hoy la frontera está en el cuerpo. Entonces el miedo al otro cambia de registro, ¿no? El miedo al otro no es simplemente eso, es xenofobia, que es el miedo al inmigrante por su color de piel, condición, rasgos, origen, nacionalidad, pero ahora el otro puede ser cualquiera. Y otro u otra, que puede ser cualquiera, que hace peligrar la vida. Diría que hoy, en un primer momento, el inmigrante desaparece, no está siendo condenado públicamente de buenas a primeras. Porque este inmigrante al que tanto se le ha temido se transforma en el trabajador que hoy está en los servicios básicos, los recolectores, por ejemplo. Si miramos a quienes limpian las plazas, desinfectan, a quienes están en los servicios públicos, en las labores de limpieza más general o a quienes están en la agricultura, siguen siendo los migrantes.
—Considerando eso, ¿tienes una mirada optimista respecto a una potencial mayor valoración de los trabajadores inmigrantes en Chile tras esta crisis?
No, para nada, yo pienso que aquí la cuestión de la explotación, esa figura de que si le pasa algo a alguien, a nadie le importa mucho porque puede ser reemplazado, es la que está dando vueltas en esto que señalo. Pero después está el otro lado, el lado de la gran precarización, cuya razón principal es la falta de papeles, no tener documentos.
—¿Cuáles son los principales espacios donde se ve la precarización de las vidas de las personas migrantes?
Quisiera hablar de tres lugares. En primer lugar, la gente de la calle. ¿Quién está hoy protagonizando el mundo de la calle? Hay chilenos, chilenas, inmigrantes de distintas nacionalidades, que están en el centro de la ciudad, a unas cuadras de mi casa, están repartidos en distintos lugares con sus familias, hijos, bebés, expuestos en primer lugar a toda infección y contaminación. ¿Quién se va a preocupar de ellos? Obviamente, están las fundaciones, que hacen un trabajo espectacular, pero no van a dar abasto. Por otra parte, piensa en los campamentos. ¿Quién está en los campamentos? De nuevo, gente no documentada, tanto los inmigrantes sin documentos como chilenos y chilenas que no tienen acceso a la vivienda, que no tienen acceso a derecho. Un tercer lugar, muy complicado, está al interior de las propias casas o de las propias piezas, en condiciones de hacinamiento que sufren particularmente las mujeres, las mujeres que ya han sufrido maltrato, que pueden sufrir maltrato de parte de los hombres, de los padres, maridos, parejas, hermanos, distintos abusos, y en este contexto las mujeres migrantes están viviendo en condiciones de tremendo hacinamiento.
—¿Cuáles son tus principales preocupaciones respecto a las personas migrantes en el contexto de esta pandemia?
Por ejemplo, algo que llegó en Twitter sobre un chico africano que está muriendo en Italia y que filma con su teléfono lo que una enfermera italiana le dice: “negro, muérete, eres un negro inmundo”, etc. Esa escena terrible, que no es de ninguna película, sino que de la realidad, yo la temo. Creo que es imprescindible hacer algo para situar a los seres humanos frente a sus derechos. Pienso en esa pregunta que se hacían en un canal de televisión respecto a si las personas detenidas tenían derechos. Dentro de las cárceles hay migrantes que probablemente no están en el primer lugar de las preocupaciones, y estamos ante un escenario terrible, de una figura, de una persona, que está sufriendo lo peor que puede sufrir un ser humano en las condiciones actuales.
Otra cosa que está pasando, que es muy dura también, tiene que ver con chilenos, chilenas, personas que viven en Chile, que están varadas en distintas partes del mundo y en muchas de ellas son rechazadas; eso es lo mismo que vive un migrante cuando es rechazado. En eso me hace pensar la pregunta que me haces, con la esperanza de que no ocurra nada terrible con una persona migrante en Chile, pero recordemos que a Joan Florvil le pasó una cosa similar en una situación normal de la sociedad chilena, y después a varias mujeres más y a varios migrantes más, que fueron rechazados, maltratados, que murieron por falta de humanidad. Entonces, en estos momentos, la cuestión de la humanidad está en tensión.
—¿Tienes conocimiento de si el gobierno central o los gobiernos locales han tomado medidas puntuales para prevenir el contagio entre las personas migrantes, que en muchos casos viven en situaciones de hacinamiento o falta de acceso a servicios como el agua corriente?
Desde el Gobierno, no lo sé. Creo que desde las oficinas de migrantes, en ciertos municipios, es probable que sí, no las conozco todas, por lo tanto me podría equivocar, pero conocí lo que estaban haciendo en Recoleta, en Arica, en La Pintana. Pocos días antes de las medidas de confinamiento estuve en Arica, donde se habían tomado medidas y creo que ha habido voluntades de organizaciones de migrantes y promigrantes, también desde grupos de médicos de distintas nacionalidades, para hacer difusión. Pero no ha habido una decisión del Gobierno de mirar esto y de darlo a conocer. Por ejemplo, en los matinales, hasta ahora no he visto que alguien haya hablado de esto y que plantee lo que implican los riesgos, no para la sociedad chilena, sino que para todos; es un problema de salud pública y hay que preocuparse de los sectores más desfavorecidos, más abandonados.
—Y ante esa ausencia de medidas particulares, ¿cuáles crees que deberían ser las medidas en el corto, mediano y largo plazo? En el corto plazo, imagino que lo más urgente es prevenir el contagio, pero más adelante aparecerán problemas asociados a la pérdida de muchos empleos informales, una situación que sin duda afectará a las y los migrantes más precarizados.
Las de mediano o largo plazo deberían ser recogidas en una Ley de Migraciones que todavía no está y que todavía permanece en un lugar muy extraño. Luego está el tema de la salud pública: no debería ser una salud pública atravesada por decisiones económicas que dejan a una buena parte del país en la indefensión. Las medidas a corto plazo deberían ser dadas por especialistas o bien por gente preocupada desde el Gobierno. La gente no está regularizada y, por lo tanto, son muy pocos quienes tienen trabajos estables. Comienzo diciendo que de los que tienen trabajos estables, muchos ya han sido despedidos, y quienes no están regularizados han sido trabajadores ambulantes y se las arreglan como pueden en distintos lugares. Organizaciones como el Servicio Jesuita a Migrantes, la Coordinadora Nacional de Inmigrantes o la Red Nacional de Organizaciones Migrantes, las juntas de vecinos, que son tremendamente solidarias, no van a dar abasto.
—Pensando en potenciales escenarios, podría ocurrir que esta pandemia, que no reconoce fronteras, nos permita repensarnos como humanidad más allá de los límites nacionales, pero también podría ser que el miedo a que quienes provienen de otros países traigan enfermedades como esta haga más férrea la defensa de las fronteras. ¿Hacia dónde te inclinas?
Uno sueña con que el futuro sea positivo. Está la posibilidad de que entre tanto sufrimiento y tantas cosas terribles que han pasado en otros países, ese profundo sentimiento, gigante, que atraviesa todos los sectores sociales, nos lleve a reflexionar sobre la humanidad, el lugar que tenemos en ella, que seamos todos seres humanos y humanas en igualdad. Ese es el sueño, lo que a uno le gustaría. Pero también temo que las fronteras vuelvan a jugar este rol de cierre para impedir el paso de una suerte de figura terrible que vendría a asolar nuestra salud pública. A lo mejor el problema no se da por ahí, sino que se va a pensar que el que viene, lo hace extremadamente empobrecido, lo que va a hacer peligrar nuestra situación, la situación de precariedad en la que todos y todas vamos a estar de cierto modo, unos más que otros. Podría ser que esa figura del enemigo externo venga a poner en cuestión nuestra pequeña estabilidad luego de que esto pase.
—Respecto a la figura de los trabajadores y trabajadoras migrantes, ¿crees que sigan llegando a nuestro país tal como lo han hecho hasta ahora?
La mano de obra barata siempre es bienvenida –ironiza–, no creo que el cierre sea completo porque hace falta, no es que me haga falta a mí, sino que le hace falta a una economía como la nuestra, a un modelo neoliberal como el nuestro, donde hay trata de inmigrantes actualmente en distintos valles y en distintos lugares del mundo agrícola. Pienso que después de esta crisis sanitaria esa mano de obra va a estar más disponible que nunca, pero me da la impresión de que también se va a sumar mano de obra chilena disponible, porque la gente va a tener que salir adelante como sea y ahí también se va a producir algo… no puedo ser pitonisa para saber lo que va a ocurrir, pero temo que seguiremos estando frente a una figura maltratada, racializada.
—Tú mencionabas iniciativas municipales que desde las oficinas de migrantes han abordado esta amenaza para las y los más pobres. En estas semanas ha existido una tensión entre el gobierno central y los gobiernos locales. ¿Crees que estos últimos han mostrado una sintonía con las necesidades de las personas que el Estado ha perdido?
Se está dando un fenómeno interesante que tiene que ver con los gobiernos locales y las decisiones que un alcalde o alcaldesa toma respecto de la vida de los habitantes de su comuna. Hay que seguirle la pista a esto y ver cómo se condensan esos poderes locales, es muy interesante desde el punto de vista político, humano, y también para enfrentar la crisis sanitaria. Sobre lo que atañe a los migrantes, no sé si eso se ha planteado ahora, pero sí sé que antes de la crisis sanitaria se le ha reclamado muchas veces a ciertos municipios considerar más a los migrantes que a las personas chilenas, cuestión que nunca ha ocurrido; se trata de derechos humanos, si tienes un hijo o hija que tiene que ir al colegio o que está enfermo, debe poder acceder a esos servicios igual que los demás. Lo que diferencia a esas personas tiene que ver con el racismo. Vuelvo a la escena de esa persona muriendo y de alguien diciéndole que se muera, porque es negro, en Italia. Espero que nunca jamás lleguemos a una cosa así, imaginando que vamos a tener escasez de camas, respiradores, aparatos, material, sobre todo en un país como el nuestro, donde se han privilegiado los bolsillos de los más acomodados. Confío en el buen criterio, humanidad, de alcaldes y alcaldesas que van a considerar a los habitantes de su comuna sin diferenciación de género, clase o color para darles un tratamiento humano en condiciones de enfermedad, pero, sobre todo, de prevención.
—En nuestro caso particular, enfrentamos la pandemia a cinco meses del estallido social. ¿Te parece que las críticas que hace el pueblo al manejo del Gobierno de esta crisis tienen un correlato con las demandas levantadas por ese mismo pueblo en las distintas movilizaciones durante el estallido social?
Pienso que hay muchos lazos. Lo que ocurrió de octubre hasta hoy habla de un malestar que implica desconfianza. Creo que hay una desconfianza hacia los gobernantes. ¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué están haciendo frente a una crisis tan grave como esta? Tampoco les puedes poner encima toda la responsabilidad de esta crisis, pero, sin embargo, ya se construyó una suerte de lejanía muy grande, una distancia social gigante con quienes nos gobiernan, con figuras que uno quisiera no ver nunca más, no escuchar nunca más. Se acude, por ejemplo, a lo que señala el Colegio Médico, se confía mucho en la palabra de un médico que nos dice que hay que hacer esto y no lo otro, se acude a la gente que defiende la niñez porque qué va a pasar con los niños y las niñas en el caso de que a sus padres les pase algo o queden abandonados. Me parece que esto está haciendo surgir a figuras que no vienen del mundo político y eso coincide con lo que pasó después del 18 de octubre, cuando los protagonismos no eran políticos. Esa desconfianza es independiente del Gobierno, porque uno podría decir que los gobiernos van a ser siempre los más criticados en una crisis como esta, en todas partes, pero no se ve del otro lado una salida que permita un acercamiento comprensivo a lo que está viviendo la sociedad. Entonces hay mucha búsqueda de rendimiento político, mucha búsqueda de instalación para próximas elecciones, mucho lenguaje vacío, y eso la gente ya lo aprendió.