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Marina Ascencio, la niña autora de la carta que exigió cambiar la historia del Instituto Nacional

Marina repasa en esta entrevista las razones que la llevaron a escribir, con 11 años, una carta para solicitar su ingreso al Instituto Nacional y cuestionar su condición de liceo solo para varones. Si bien no pudo convertirse en institutana, tanto su carta como otras acciones realizadas por estudiantes generaron una bola de nieve que transformó el tradicional liceo emblemático en un establecimiento mixto. “Aislar por sexo biológico nunca es buena idea, porque al final no se aprende a convivir con el par”, reflexiona a cinco años de su revolucionaria ocurrencia.

Por Nathaly Calderón

Era 2016, Marina Ascencio Muñoz tenía 11 años y asistía a sexto básico en la Escuela Guillermo Matta cuando decidió que quería continuar sus estudios en el bicentenario Instituto Nacional, uno de los liceos más emblemáticos del país, que estaba abriendo sus postulaciones para estudiantes de séptimo básico. Solo había un problema: consistente con su tradición decimonónica, el Instituto Nacional seguía sin recibir niñas en sus aulas. Marina conocía el liceo fundado por José Miguel Carrera en 1813 a través de las historias de su padre, que fue alumno del establecimiento, y no podía creer que solo por ser niña no pudiera ingresar a estudiar en el lugar donde había estudiado su progenitor.

Ya desde 2013, a sus 8 años, venía preguntándole a su mamá y papá el porqué de esta arbitrariedad. La respuesta nunca la satisfizo. Marina decidió actuar frente a lo que consideró una injusticia y envió una carta directamente a la presidenta Michelle Bachelet, a la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, y al rector del Instituto Nacional: «Escribo con el motivo de solicitarles mi acceso al Instituto Nacional siendo yo niña, ya que es únicamente de varones, lo cual yo encuentro injusto».

Niñas ingresan como estudiantes del Instituto Nacional por primera vez en la historia. Foto: Radio Universidad de Chile.

La carta, más allá de lo que ella y sus padres pudieran haberse imaginado, generó un inmediato revuelo en los principales medios de comunicación de circulación nacional. Era una carta que impresionaba por su alto nivel de argumentación y de referencias históricas que aparecían para reivindicar la capacidad intelectual, artística, científica y política de las mujeres en el espacio público. Este documento abrió un amplio debate en la comunidad educativa del Instituto Nacional, que al poco tiempo optó por modificar su “tradición” y permitió el ingreso de niñas. Por ello, su carta es al día de hoy un antecedente histórico de las críticas que se han realizado sobre los establecimientos monogenéricos en Chile.

En 2021 el Instituto Nacional celebró su primer aniversario con niñas en sus aulas. Sin embargo, Marina nunca pudo entrar al liceo en donde estudió su padre, y hoy se encuentra asistiendo a clases en el también emblemático Liceo Carmela Carvajal de la comuna de Providencia, que es exclusivo para mujeres.

A propósito de la campaña de difusión de cartas de mujeres #HaLlegadoCarta —organizada por el Archivo Central Andrés Bello, la Sala Museo Gabriela Mistral y el Foro de las Artes de la Universidad de Chile—, entrevistamos a Marina Ascencio, hoy de 16 años, para conocer los pormenores de esta historia y su opinión sobre la reciente entrada de niñas al Instituto Nacional, tal como ella lo había anhelado cinco años atrás.

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¿Qué te motivó a escribir esta carta?

—Cuando pasó, yo tenía que empezar a ver a dónde me iba a ir en séptimo. No tenía idea dónde quería entrar, porque la verdad nunca me había puesto a investigar colegios, ni siquiera tenía idea de los nombres. Si mal no recuerdo, le pregunté a mis papás dónde habían estudiado ellos. Mi mamá me contó que ella había estado yendo a muchos colegios entre séptimo y cuarto medio, y como mi papá fue a uno solo, fue como «ya, quiero ir donde fue mi papá». Quiero aclarar al tiro que el Instituto no fue una opción porque yo admirara más a mi papá que a mi mamá, porque yo he escuchado decir eso. Es que mi mamá fue como a cinco colegios distintos y yo no iba a andar entre Uruguay y Chile de séptimo a cuarto medio para seguirla a ella. Por eso al final quería entrar donde entró mi papá, porque era un solo lugar. A mí sinceramente me daba igual, mientras recibiera educación y el contenido que necesitaba, y lo entendiera bien. Después me empecé a enterar que el Instituto era un colegio súper bacán y pensé “pucha, ahora quiero ir más”. Fue como un incentivo extra. Al final dije “ya, quiero ir a donde estudió mi papá”. Y fue como: «no puedo ir porque soy mujer, ¿¡por qué!?». No me hacía sentido, era ridículo no poder ir a un colegio solo por mi sexo. Entonces yo, niña chica de 11 años, dije “entonces contactemos a alguien para ver cómo entrar”. Yo quería enviar un mensaje a alguien, así como un WhatsApp, para que me dejaran entrar, porque yo era chica, ¡si tenía 11 años! Entonces me dijeron que no, que no se podía hacer eso, pero lo que sí se podía hacer era mandar cartas. Decidí que escribiéramos una carta. Además, ese año en Lenguaje me habían pasado lo que era la carta formal y la carta informal, entonces fue como «¡ya, yo sé hacer eso!». Me acuerdo que la leí de nuevo en primero medio y pensé “ay, ¡qué terrible!”. Me da mucha vergüenza, no por el contenido y no por lo que hice, sino por la forma en que está escrita…  es que yo encuentro que podría haber estado redactada tanto mejor. 

La carta que escribiste causó un impacto en muchos lugares, en muchas personas. ¿Qué significó para ti toda esa atención?

—No considero que haya sido una experiencia que me cambió la vida. Escribí la carta, la envié, recibí respuestas y esa fue la experiencia para mí, porque además mis papás nunca me mostraron mucho lo que pasó alrededor, no me mostraron lo que decía la gente, las noticias. Y yo no lo buscaba tampoco, porque me daba igual. En general, la respuesta pública nunca fue mi foco, mi foco siempre fue: ¿puedo entrar o no? Lo más distinto fue tener que ir al GAM y las entrevistas que me hicieron. Es como algo que uno hace de chico y que queda ahí, pero para mí nunca fue como “¡voy a cambiar el mundo con esto!”.

¿Y qué te pasó cuando recibiste esas respuestas negativas?

—Depende. Hubo una que me dio mucha rabia, una respuesta de la Municipalidad [de Santiago] que decía “ah, no se puede porque la infraestructura del Instituto no está capacitada para recibir niñas”. Me dio mucha, mucha rabia, porque lo único que tenían que hacer era agarrar uno de los baños —porque tienen caleta— y ponerle “niñas”, y era. O la mitad, por ejemplo. Esa era la única complicación y yo le encontraba solución al tiro, así que dije “no entiendo por qué”. Nunca entendí qué era este cambio infraestructural tan complicado que se tenía que hacer, y me acuerdo que me quedé muy enojada con esa respuesta. Cuando escribí la carta, para ponerle argumentos, me metí a la página oficial del Instituto y me puse a leer cuáles eran las reglas, los principios del Instituto, y uno de ellos era proporcionarles a los estudiantes una buena educación. Pero en ningún momento mencionan que solo a los hombres, sino que hablaban de “los estudiantes” o “al estudiantado”. Si mal no recuerdo, apelé a eso en la carta, porque en el mismo Instituto nunca se menciona que es exclusivamente para hombres. Entonces, no es algo que tenga una explicación lógica, son puros prejuicios. A mí me iba bien, yo toda la básica estuve en el top 3 de notas en mi curso. Ahora ya no estoy, pero es porque ni siquiera sé en qué lugar estoy. En mi otro colegio lo sabía porque al final del año nos ponían el primer lugar por notas, el segundo lugar, el tercer lugar, etcétera, pero en el Carmela no han hecho eso, entonces yo no tengo idea en qué nivel estoy. Y me va bien. Para mí, en ese entonces, era como “no me va mal, entonces, ¿por qué no puedo entrar?”. 

Y, en ese sentido, ¿crees que existe sexismo y desigualdad de género en la educación en general?

—Sé que hay, pero no podría fundamentar por qué, tendría que ponerme a investigar a fondo. Pero, aunque sea poco, sí hay. En mi otro colegio me acuerdo haber escuchado al menos una vez el comentario de un profe, de que el Instituto es para hombres entonces yo debería irme al Carmela, por ejemplo. En ese entonces, yo ni siquiera había escuchado del Carmela, entonces pensaba: “pero yo quiero ir al Instituto”. Entonces, sí, demás que sí, sigue habiendo, es algo que va a costar sacarnos. Falta tiempo todavía.

 ¿Qué piensas de las niñas que pudieron entrar este año al Instituto Nacional? ¿Qué les dirías a ellas?

—Si les tuviera que decir algo, es que aprovechen el Instituto, porque no es solo por el prestigio que es un buen colegio, sino porque además tiene un montón de talleres, y el liceo no va a dejar que esos talleres mueran. Por ejemplo, en el Carmela yo estaba en el taller de robótica y el profe se fue y el taller no siguió, estuve desde séptimo a inicios de primero medio y después no pude seguir. Entonces: aprovechar esas oportunidades, aprovechar los talleres, cualquier convenio que tenga el Instituto. A mí me habría gustado estudiar allá. Que lo aprovechen, que la pasen bien, que aprendan, pero que igual no se concentren solo en eso y exploren los talleres que hay, que prueben lo que les interesa. Yo creo que las cabras que están entrando ahora son más bacanes que yo, porque ellas son las que están entrando. Que lo aprovechen, porque es un buen liceo y van a aprender harto.

¿Crees que va a cambiar en algo el Instituto con la entrada de las mujeres?

—Yo creo que va a cambiar, pero no sabría explicar muy bien cómo. No en un sentido de que va a empeorar o mejorar académicamente, pero el ambiente de la comunidad del estudiantado va a ser distinto, idealmente para mejor. Porque no es la misma experiencia. Tenerlos aislados por sexo biológico nunca es buena idea, porque al final no se aprende a convivir con el par, a verlo como un par. Por ejemplo, si recibes una educación súper sexista, vas a ver a la mujer como inferior. Pero en el caso de, por ejemplo, mi liceo, yo tengo compañeras que dicen que no les gustaría mixto, porque se sentirían incómodas con otros hombres. Y claro, si nunca han convivido con otros, al final uno siempre se queda con la imagen de lo que el resto te dice. La posibilidad de mantener una convivencia entre ambos sexos de una manera más general, igual ayuda. No es lo mismo que, por ejemplo, en tu curso la mitad sean mujeres y la mitad sean hombres. Entonces estar con mujeres va a facilitar la convivencia entre ellos, y los va ayudar cuando tengan que ir a la universidad o a trabajar.