El biólogo, reconocido por su aporte al estudio y preservación de las áreas protegidas, se ha dedicado a la investigación del vínculo entre el bienestar humano y la conservación de la diversidad biológica y cultural. En esta entrevista, hace un llamado a recuperar la “memoria biocultural” y a regular mejor la intervención humana en hábitats naturales.
Por Cristina Espinoza
Fiu, el sietecolores (Tachuris rubrigastra) mascota de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos Santiago 2023, ha sido visto en la naturaleza solo por una minoría de la población. Se trata de una especie que vive en los humedales, ecosistemas críticos para la regulación del agua, pero que durante el siglo pasado fueron menospreciados y desecados por ser fuente de mosquitos o para dar espacio a la urbanización. Hoy, su desaparición podría dejarnos sin el popular sietecolores y otras especies aún más desconocidas, sobre todo para quienes viven en zonas urbanas.
—Al vivir dentro de la ciudad, la gente se olvida de que en los alrededores cohabitan otros seres que sufren el impacto de lo que hacemos —dice Ricardo Rozzi (Santiago, 1960), fundador y director del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC), en la Región de Magallanes y la Antártica Chilena, quien ha dedicado su trabajo a la conservación biocultural y a estudiar las interrelaciones entre las formas de conocimiento y de habitar el mundo natural. El biólogo, académico titular de las universidades de Magallanes y de North Texas, Estados Unidos, y quien en octubre recibió el premio de la Fundación Áreas Protegidas (con el apoyo del Ministerio del Medio Ambiente, Conaf y la ONG The Pew Charitable Trusts), cuenta que el desconocimiento de estas especies es un fenómeno común.
—En el CHIC tenemos un programa de investigación desde México hasta Cabo de Hornos, y esta baja percepción la hemos registrado [en todas partes]: en las ciudades del continente hay un creciente desconocimiento de la diversidad biológica y cultural con la que compartimos —asegura. Sin embargo, el científico advierte que, en el caso chileno, esta relación distante con la naturaleza no es homogénea, es decir, no se da de la misma forma en todo el país:
—Chile es un país de múltiples culturas y pueblos. Es muy diverso y no podemos comparar lo homogeneizado y urbano de Santiago, Concepción y otras ciudades, con lo que viven, por ejemplo, aimaras y quechuas en el norte, los pescadores en las caletas, los pehuenches en la cordillera o los habitantes del archipiélago de Chiloé. Al recuperar esa conciencia de que habitamos con estas comunidades y somos respetuosos, descubrimos que Chile es un país muy lindo cultural y biológicamente, y que tanto la diversidad biológica como la cultural se interrelacionan. No podría haber una colecta de piñones si no hay araucarias. El reconocimiento de este árbol como monumento natural favorece su protección, de la que ancestralmente han estado preocupadas las comunidades pehuenches. En la medida en que recuperamos esta memoria biocultural, comprendemos que, en realidad, la diversidad biológica no es algo que esté fuera de la cultura, sino que está muy entretejida con ella
En las áreas urbanas es donde vemos un poco más lejana la biodiversidad.
—Sí. Yo creo que, para reparar esta lejanía, dentro de la urbe debemos encontrar la conexión entre lo que comemos y de dónde procede. También [es importante] salir de la ciudad, porque hace bien, uno se renueva y permite cultivar una relación con la naturaleza, tal como ocurre con las relaciones humanas. Si uno nunca ve a una persona, ¿cómo va a tener una relación amorosa? Hay que ir a ver a las loicas, a las diucas, a las perdices, a los árboles. Es una relación muy bonita y ayuda a la salud.
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Proteger un espacio natural para la conservación tiene beneficios que van más allá de cuidar un ecosistema o salvar una especie particular. La interconexión entre diferentes áreas tiene impactos positivos en las cuencas hidrográficas, lo que se traduce en beneficios a nivel social y económico.
—Cuando uno visita una cuenca donde se conservan los bosques, percibe un ambiente mucho más húmedo que en las zonas deforestadas —explica—. Sin embargo, no toda la gente tiene conciencia de estos cambios climáticos locales que nos ayudan a hacer frente al cambio climático global y a sostener la agricultura. Mantener protegida una cuenca, es decir, con vegetación, sirve para mantener los flujos de agua, la calidad del agua y el abastecimiento.
El investigador enfatiza en la necesidad de una planificación territorial que considere la matriz de paisajes donde se insertan las áreas protegidas, y asegura que es urgente regular de mejor manera las transformaciones de tierras agrícolas o ganaderas y otros hábitats en parcelas de agrado y condominios.
—Si bien estas neourbanizaciones son a veces justificadas, deben normarse para prevenir que afecten la conservación de la biodiversidad y las actividades económicas, como la agricultura, la ganadería y la viticultura. Por ejemplo, en el río Lircay, cerca de Talca, se están loteando terrenos con fuertes pendientes en la precordillera de San Clemente, una de las principales comunas agrícolas de Chile, que ahora tendría un alto riesgo de quedarse sin agua —señala.
Este año se publicó la ley que crea el Servicio de Biodiversidad y las Áreas Protegidas (SBAP), después de varios años de discusión. ¿Cuál es su importancia?
—El primer aporte es que ayuda a entender la interrelación que existe entre las áreas protegidas terrestres y marinas. Reconectar el mar y la tierra es algo que se gana con el SBAP, porque las áreas protegidas terrestres y las marinas estaban a cargo de distintos ministerios. Un segundo aporte es que permite al país planificar de manera más integral una agenda de áreas protegidas y su financiamiento. Chile es uno de los países con la más baja asignación de recursos públicos para la implementación y desarrollo de las áreas protegidas. Los guardaparques son verdaderos héroes, se la juegan, pero esta situación no es justa ni sustentable. Grandes parques nacionales, como el Bernardo O’Higgins, carecen de un número adecuado de guardaparques y equipamiento, necesarios para su protección.
La creación de zonas protegidas suele generar resistencia de ciertos sectores por razones económicas. ¿Se puede hablar de beneficios en este ámbito?
—Claro que sí, en múltiples dimensiones. Los beneficios económicos muchas veces son directos. Hablamos, por ejemplo, del agua, que es fundamental para la agricultura. En la viticultura es muy importante proteger las quebradas que mantienen las características del suelo, y muchas viñas se están beneficiando por conservar dentro de sus predios quebradas con bosques esclerófilos. Mantener los ríos limpios es fundamental para la salud; los invertebrados que viven en ellos son filtradores, depuran el agua. Otro beneficio económico es el turismo que se está desarrollando en la reserva de la biósfera Cabo de Hornos. El concepto de reserva de la biósfera no implica que se excluya la actividad económica, sino que la potencia de acuerdo con una zonificación en que hay áreas destinadas a un uso sostenible. El turismo de naturaleza es muy importante en Chile, y para mantener esa industria es indispensable una zonificación. En ese mosaico de actividades económicas, es necesario destinar otras zonas a la conservación, al turismo y a la pesca artesanal. Así podremos compatibilizar una buena economía con una buena conservación, y viceversa.
¿Qué hábitats están en mayor riesgo debido al cambio climático hoy?
—Algunos de los más amenazados están en las cumbres de las montañas y en el extremo austral de Chile. Tanto con la altitud como con la latitud va disminuyendo la temperatura. Las cumbres tienen una temperatura más baja que las bases, son las partes más frías, y allí crecen plantas y habitan insectos que no sobreviven en zonas más calientes. Con el calentamiento global, las plantas se van desplazando cada vez más hacia la cumbre altitudinal o latitudinal [hacia el sur], hasta que alcanzan la cúspide y no les queda otra que “irse al cielo” buscando una temperatura más baja, pero eso significa extinguirse. Respecto a los desplazamientos desde el norte hacia el sur, pensemos en los espinos, típicos de la zona central, que hoy llegan a Temuco. Van desplazándose, porque encuentran temperaturas y condiciones climáticas que les son favorables, y las plantas que son de zonas más frías se van corriendo aún más al sur.
¿Qué investigaciones se están haciendo para tratar de conservar esas zonas?
—Se está analizando cómo responden las especies. Las plantas tienen un nicho térmico, es decir, un rango de tolerancia de fluctuación térmica. En el CHIC, la investigadora Ángela Sierra está midiendo de forma muy detallada cuánta variación térmica resisten las hojas y las flores de plantas que solo crecen en la zona altoandina de Chile. Esta investigación permitiría hacer lo que se llama trasplantes asistidos, que consiste en llevar ejemplares de estas especies amenazadas desde zonas altoandinas del norte hacia el sur. Es una práctica emergente de conservación que no está libre de debate. En una investigación, la primera parte es hacer una descripción de lo que está pasando, pero quedarse en eso sería ver cómo se extinguen. Esto es algo bastante discutido, porque se dice: “¿por qué vamos a cambiar las distribuciones?”, y se hace para salvar de la extinción a ciertas poblaciones muy vulnerables. Es una tercera vía de lo que se llama la conservación ex situ, en que se conservan las plantas fuera de su hábitat nativo — explica Rozzi, y agrega:
—Chile tiene que darse cuenta de que tenemos una situación privilegiada en los ecosistemas, desde el desierto a la zona subantártica. Hoy estamos mirando organismos que habían sido muy poco estudiados en Chile, como los líquenes y los musgos, en los que se han encontrado nuevos compuestos químicos que podrían tener propiedades medicinales. También hacemos actividades económicas como el ecoturismo con lupa. El respaldo que la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) del Ministerio de Ciencia de Chile ha dado al CHIC y a las universidades asociadas va creciendo como una bola de nieve. Y eso contribuye a implementar estos preciosos laboratorios naturales que tenemos en el país.