¿Nuevo Orden Mundial? Entre el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad

Por Juan Gabriel Valdés

Son ya miles las páginas que aventuran predicciones sobre el tipo de mundo que vendrá tras la pandemia y, hasta el momento, parafraseando a un pensador italiano, el pesimismo de la razón parece imponerse sobre el optimismo de la voluntad. Hay un mundo de intelectuales y economistas que advierte que la pobreza aumentará y con ella el hambre y la miseria; que crecerán las migraciones y el conflicto racial en sociedades cada vez más nacionalistas; que se reforzarán las tendencias autoritarias en gobiernos dotados de tecnologías invasivas que acabarán por destruir toda semblanza de democracia liberal. Noah Harare habla del surgimiento de regímenes caracterizados por la “vigilancia totalitaria” y declara que estos ya existen. Incluso en áreas del mundo donde los regímenes extremos no son probables, como en Europa Occidental, son muchos los que piensan que el ser humano aprende poco de la historia. El historiador británico Keith Lowe dice de la postpandemia: “contaremos los muertos y lamentaremos la devastación de nuestras economías. Pero entonces volveremos a la austeridad, la desigualdad de riqueza y el infinito resentimiento hacia nuestros vecinos. Como siempre”.

Ilustración: Fabián Rivas

Hay, por otro lado, visiones progresistas que perciben –como lo hace, por ejemplo, el socialista inglés Will Hutton– “que agoniza una cierta globalización desregulada y de libre mercado, con su propensión a las crisis y a las pandemias. Pero que está naciendo otra forma que reconoce la interdependencia y la primacía de la acción colectiva de base empírica”. Y la columnista Michelle Goldberg afirma en The New York Times que “tras el Coronavirus, ideas progresistas que hasta ahora parecían imposibles se transformarán en deseables”. Žižek, por su parte, bien sorprendentemente, no hace predicciones, pero llama a no quedarse en la reflexión inmediata de la superación de la pandemia e “ir más allá y pensar qué forma de organización social sustituirá al Nuevo Orden Mundial liberal-capitalista”. El mundo de la postpandemia tiene entonces luz. 

Optar por el optimismo es por estos días una necesidad psicológica, pero no es este el momento para olvidar algunas lecciones elementales de la historia. Una principal es que, si bien todas las crisis generan cambios, estos sólo se orientan en un sentido de más democracia, libertad y progresismo cuando hay voluntad y organización política para respaldarlos. Es probable que en el mundo postpandemia exista un arco con un extremo autoritario y nacionalista y otro solidario y global, pero nada nos dice aún hacia qué lado se inclinará la historia. Lo único seguro es que para que se oriente hacia una sociedad más humana y democrática se requieren uno o varios grupos políticos organizados, dotados de un proyecto político y de la voluntad de convocar a la sociedad tras objetivos de bien común. Tan ilusoria es la idea del desmoronamiento espontáneo del capitalismo como la creencia de que el sufrimiento colectivo desvanece el afán de lucro de los que ven la vida como un negocio. El sociólogo francés Michel Wieviorka tiene razón cuando dice que “la epidemia es también una fuente de actividades ciudadanas o asociativas renovadas, de solidaridad, a la escala de un inmueble, de un barrio o de una ciudad, o a un nivel mucho más amplio”, pero ellas no derivan necesariamente en un proyecto en el que la sociedad se torna democrática, igualitaria y participativa. Para lograrlo se requiere de un poder político tras el cambio social. 

Nada muy diferente puede ocurrir en el sistema internacional. Richard Haass ha argumentado convincentemente que el mundo que seguirá a la pandemia no será demasiado distinto del que lo precedió; que el Covid-19 no va tanto a cambiar la dirección básica de los acontecimientos como a acelerarlos. Es decir, que va a reforzar las caracteristicas de la geopolítica actual. De esta manera, los fenómenos que vemos actualmente, como la descomposición del liderato norteamericano, la competencia cada vez más agresiva con China y el debilitamiento de la cooperación internacional, incluyendo por cierto el de las organizaciones internacionales, mostrarían una tendencia a acelerarse. Pero acelerarse y profundizarse, puede también significar conflictuarse, y por lo tanto los riesgos de un caos internacional son reales.

“Optar por el optimismo es por estos días una necesidad psicológica, pero  no es este el momento para olvidar algunas lecciones elementales de la historia. Una principal es que, si bien todas las crisis generan cambios, estos sólo se orientan en un sentido de más democracia, libertad y progresismo cuando hay voluntad y organización política para respaldarlos”.

El primer elemento ya estaba presente desde hace años: el liderato norteamericano está en retirada. El punto de inicio fue la guerra de Irak y la violación abierta de la Carta de las Naciones Unidas. Luego, el intento de recuperación de Barack Obama fue breve e insuficiente. Su impulso a una política multilateral con el Acuerdo de París y la negociación nuclear con Irán fue destruido en un par de años por la política de tierra arrasada de Donald Trump. La política exterior de Estados Unidos entró en una total confusión. Tal como dice el ex primer ministro de Australia Kevin Rudd, “hoy ya sabemos lo que ‘America First’ quiere decir en términos prácticos: ante una genuina crisis global, no busque ayuda de los Estados Unidos, porque ellos ni siquiera pueden cuidarse a sí mismos”. 

Al mismo tiempo, la presencia internacional de China sigue avanzando. Su política comercial y de inversiones se extiende por el mundo y de manera muy notoria en América Latina. Un acuerdo reciente con Irán la introduce en el Medio Oriente, el terreno de mayor presencia internacional de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. La posibilidad de un conflicto mayor con Estados Unidos existe, pero la pandemia lo hace menos inmediato de lo que parece: ambos países salen debilitados de la peste. El prestigio de China ha sido dañado y el conflicto en Hong Kong no contribuye a repararlo. Tanto Estados Unidos como China parecen obligados a volcarse al interior de sus sociedades. Ninguno de los dos es capaz de imponer un orden global. 

El sistema de Naciones Unidas, organizado hace setenta años, se encuentra paralizado porque la contienda entre Estados Unidos y China no lo deja funcionar. Peor aún, sus organismos, como la Organización Mundial de Comercio o la Organización Mundial de la Salud, son espacios de disputa y rivalidad. No hay un árbitro que regule disputas, el derecho internacional se ha desvanecido.

La situación bien podría describirse como la Guerra Gris. Es una nebulosa de conflictos marcada por una competencia entre dos grandes potencias volcadas primero hacia su interior, pero luego a una competencia comercial y tecnológica global que bordea el conflicto, pero no llega a él, y que no incorpora aliados, sino socios, porque no es ideológica. 

La única ideología que puede imponerse en este mundo gobernado por la necesidad de combatir pandemias y catástrofes ecológicas es la de la interdependencia. Pero esa no es una ideología de grandes potencias, sino es más bien de países pequeños e intermedios seriamente amenazados por la crisis económica y sanitaria, sociedades involucradas en una lucha por la supervivencia. Es desde ahí de donde pueden surgir dinámicas virtuosas que reproduzcan internacionalmente la voluntad política de organizar la supervivencia, de dotarla de reglas comunes y hacerla democrática. Son dinámicas que no se basan en un orden global jerárquico, sino en un conjunto de órdenes diversos, con países capaces de cooperar para combatir las epidemias y sus consecuencias económicas y sociales, de defender en su interior y colectivamente los derechos humanos y las democracias, de manejar el cambio climático y regular el ciberespacio, de ayudar a los migrantes y combatir el terrorismo. 

Desgraciadamente, América Latina está aún muy lejos de poder generar dinámicas virtuosas. Dividida ideológicamente, despojada de toda voluntad colectiva por élites que se preparan sólo para sostener las graves crisis internas que vivirán sus sociedades como consecuencia de la pandemia, la región parece entrar en un mundo de sálvese quien pueda. El panorama no es halagueño. La región se verá atravesada por el conflicto entre Estados Unidos y China, y Washington, en el curso de retraimiento de su política exterior, tenderá como tantas veces en su historia a ver la seguridad hemisférica como propia. No será fácil sostener un no alineamiento activo sin iniciativas que vinculen la región primero entre sí y luego la inserten en sistemas variables de interdependencia. 

Pero allí está el pequeño espacio para el optimismo de la voluntad: quizás, a partir de la pandemia, algunos países, algunas élites y algunos procesos democráticos podrían comenzar a tejer la madeja de acuerdos e iniciativas políticas necesarias para salir de la crisis, reforzando una identidad democrática y prosiguiendo una política de integración que reemplace la competencia por la interdependencia.

China y EE.UU. en medio de la tormenta

Por Dorotea López Giral y Andrés Bórquez Basáez*

La guerra comercial entre China y Estados Unidos, que llevó a una preocupación común a muchos países, hoy parece historia del pasado. Sin embargo, hay que recordar que el acuerdo sobre la Fase I, que aspiraba a frenar esta disputa, se estaría pactando sólo hace unos meses. Hoy, con el Covid-19, esta compleja relación se ve nuevamente desafiada y nos llena de más interrogantes que respuestas ante un escenario de alta incertidumbre. Con esta crisis el mundo va a enfrentar cambios en la fuerza militar y económica relativa y cambios de percepción sobre las expectativas del papel que deben tener los grandes jugadores de la escena mundial. En este escenario, China y Estados Unidos tienen razones para preocuparse por su influencia global en el mundo posterior a la pandemia. 

Hablamos sin duda de potencias absolutamente relevantes en nuestra historia moderna, cuyos movimientos impactan en lo global y a cada país en niveles significativos, y más aún a economías como la nuestra, por sus altos niveles de dependencia. Esta disputa, que ha querido analizarse con herramientas del pasado, como un nuevo mundo bipolar y el fin de la unipolaridad, responde, por el contrario, a una China y un EE.UU. con desafíos y reestructuraciones internas. 

El presidente de EEUU, Donald Trump junto al lídea chino, Xi Jinping durante una cumbre comercial realizada en Osaka, Japón, realizada en junio de 2019.

Hay que comprender esta relación en función de sus complejas realidades domésticas y, por ende, parece prematuro o equivocado el paradigma de un dilema bipolar, el que significaría que el resto de la comunidad internacional deba tomar gradualmente parte, para resolver las dificultades internas, por alguna de estas dos naciones en disputa. Es natural que las naciones tengan dificultades y diferencias, pero esto no significa convertir la economía y el comercio internacional en un juego de suma cero. De hecho, cabe señalar que durante las últimas décadas, ambas naciones se han beneficiado del sistema multilateral. 

Un sistema cuya alicaída situación ha sido puesta en evidencia por la crisis sanitaria mundial, y que ya estaba, hace tiempo, mostrando falencias estructurales y perdiendo fuerza como eje del comercio internacional y como mecanismo para resolver disputas. Esto completa la tormenta perfecta, y quizás esto haga que sea un buen momento para arreglar el barco. 

En este contexto, sostenemos que el multilateralismo sigue siendo un mecanismo para fomentar el desarrollo económico y resolver controversias de manera pacífica, pero que necesita actualizar y reformar sus instrumentos basándose en las nuevas dinámicas y problemáticas globales. Necesita volver a encontrar los incentivos para cooperar.

En este sentido, la pandemia es una tormenta que plantea un desafío internacional donde una respuesta articulada entre las naciones aparece como una vía razonable para reducir sus impactos. Tanto estas dos potencias como el resto del sistema internacional tienen que poner en valor este escenario Covid-19 para reformar y perfeccionar los elementos que han perdido dinamismo e incorporar los nuevos desafíos globales, que nos permitan, una vez que pase la tormenta, seguir navegando en una gobernanza global inclusiva.

No es primera vez que China y EE.UU. se entrampan en una crisis bilateral, pero esta vez han evidenciado la incapacidad de cooperar entre ellas para proteger al mundo de un problema global como es el Covid-19. Mientras cada uno enfrente un contexto interno con sus propias complejidades, ninguno podrá arriesgar mayor desestabilización de sus economías, aunque en el corto plazo puedan jugar el rol de enemigo útil.

China ya no pasa desapercibida en el escenario internacional, y su papel como potencia la obliga a una mayor responsabilidad en el mundo, en especial con América Latina, una región cuya dependencia, en particular en su balanza de pagos con China, se ha incrementado significativamente en esta década. La nación asiática ha avanzado a grandes pasos en su camino al desarrollo y en parte esto se debe a su integración gradual al sistema multilateral. Por ejemplo, su ingreso a la Organización Mundial de Comercio el 2001 le permitió ser una nación más atractiva para los inversionistas extranjeros y fortalecer los intercambios comerciales gracias a un comercio abierto y estandarizado. No obstante, también es de amplio conocimiento que China aún enfrenta desafíos similares a América Latina, como la desigualdad, la trampa de los ingresos medios y las asimetrías de su mercado para el acceso de empresas internacionales, que esta crisis ha puesto de manifiesto. A eso se suma una mayor demanda por transparencia, que se ha instalado más fuerte como resultado de esta pandemia.

Por el otro lado, el conocido Estados Unidos para la región, pasa por una exacerbación de su política Make America Great Again, lo que le ha permitido replantearse su modelo productivo y responder a estancamientos internos. Esto ha ido en contra de su tradición retórica basada en principios de apoyo a la humanidad que caracterizaban su otrora discurso. Cabe señalar que al igual que China, la nación norteamericana ha sido uno de los grandes beneficiarios del multilateralismo. Sin ir más lejos, después de la Segunda Guerra Mundial, los responsables políticos de EE.UU. fueron los grandes promotores del establecimiento de un nuevo orden global basado en la cultura política norteamericana de consulta y compromiso, el Estado de derecho y apertura económica como modelo. Hay que considerar que las instituciones multilaterales fueron un gran factor para que la Guerra Fría se inclinara en favor de la nación del norte. 

«Por paradójico que parezca, el multilateralismo debe desarmar la estrategia, por ahora discursiva y de utilidad en política doméstica, de que la guerra entre potencias dividirá al mundo en los próximos años. Aunque a veces una mentira repetida mil veces se vuelve verdad, ya se ha observado este recurso retórico en otras épocas».

Un dato a considerar es que esta nación enfrenta las elecciones presidenciales en noviembre, donde estará muy presente la acusación al “virus chino”, como el presidente Trump lo ha llamado, de todos los problemas internos que se han evidenciado con esta crisis. Si el resultado es la reelección, cabe preocuparse por un endurecimiento de la vuelta a lo doméstico y el abandono de lo multilateral. No de forma tan evidente en lo militar y financiero, más allá del discurso.

Este enfrentamiento bilateral y la ausencia de cooperación entre los países, incluso en una cuestionada Unión Europea, agudizan lo que se ha llamado la crisis del multilateralismo. Ampliamente cuestionada por su actuar está siendo la Organización Mundial de la Salud, en especial por EE.UU., el principal financista de la entidad y que ya le ha quitado los fondos, aunque el segundo mayor aporte proviene del magnate y filántropo Bill Gates, quien apoyará con más recursos. En tanto, la Organización Mundial del Comercio está detenida en un momento en que sería justamente fundamental utilizar el comercio como un apoyo para superar esta pandemia. El multilateralismo que ya estaba en la preocupación de los creyentes antes de esta pandemia, sólo ha confirmado la peligrosa senda que ha tomado.

La pandemia, en el corto plazo, nos deja en un escenario de alta incertidumbre, en donde la región de América Latina es una de las más afectadas por su dependencia de lo externo en aspectos como el turismo y las remesas. El último informe de la CEPAL consignaba además que los países de la región venían ya de periodos de conflictos sociales, bajo crecimiento y debilitado espacio fiscal. 

Ante este escenario, como región, se han tomado diversas medidas fiscales, monetarias y sociales de forma doméstica, que en algunos casos llegan al 10% del PIB, pero que aún resultan insuficientes. Sin embargo, es necesario esperar que haya apoyos. Por ejemplo, la nación del norte puede revisar cómo, durante las últimas décadas, se ha beneficiado del sistema económico mundial y, por ende, fortalecerlo debería ser una prioridad. En este sentido, iniciativas como “América Crece” surgen como una luz dentro de tanta cesión unilateral. 

China puede dar moratoria o mejores condiciones de pago. A pesar de seguir siendo un país de ingresos medios, puede ablandar las condiciones con que ha prestado, en especial a nuestra región. A su vez, deberá recuperar su iniciativa de la “Franja y la ruta”, la iniciativa liderada por China bajo el mandato de Xi Jinping para establecer una ruta comercial internacional basada en el financiamiento de infraestructura y conectividad, como un camino que le permita recuperar su imagen, y sin duda trabajar en aportar mayor transparencia y responsabilidad, como se le ha demandado.

Es también el momento donde otros actores privados y subnacionales puedan tomar relevancia e iniciar espacios de cooperación. 

Incluso antes del Coronavirus, había muchas preguntas respecto a cómo se iba a desarrollar la relación entre estas dos potencias. Ambos países deben partir desde casa arreglando sus falencias y plantearse que las condiciones de una nueva Guerra Fría son limitadas. Acá no hay dos modelos en disputa y tampoco dos propuestas ideológicas que sustenten alineamientos. Por el contrario, podrían realizar un juego cooperativo en que ambas naciones sigan siendo beneficiadas por el sistema multilateral. 

En el corto plazo, las reacciones a esperar pueden ser más de conflicto y de protección interna; sobre el mediano plazo hay muchas más dudas, tanto depende de la vacuna y la nueva cura, de la que poco se puede afirmar por ahora. Sólo es claro que mientras más dure esta pandemia, más consecuencias tendremos que revertir.

Por paradójico que parezca, el multilateralismo debe desarmar la estrategia, por ahora discursiva y de utilidad en política doméstica, de que la guerra entre potencias dividirá al mundo en los próximos años. Aunque a veces una mentira repetida mil veces se vuelve verdad, ya se ha observado este recurso retórico en otras épocas.

En esta configuración, en 2019 el Instituto de Estudios Internacionales ha abierto un Programa de Estudios Chinos que promueve un entorno estimulante para el desarrollo de estudios multidisciplinarios sobre China y su presencia en América Latina y que, al mismo tiempo, puede facilitar la comprensión de ambas culturas en una sociedad global.

*Andrés Bórquez Basáez, co-autor de esta columna, es director del programa de Estudios Chinos en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. Doctor es Ciencias Políticas y Política Internacional de la Universidad de Fudan, China.