Saskia Sassen: «Hemos entrado a una nueva cultura, pero no es fácil reconocerla»

La socióloga que en 1991 acuñó el término “ciudades globales” para referirse a aquellos centros neurálgicos hiperconectados por sus flujos económicos, culturales y tecnológicos -como Nueva York, Londres o Tokio-, advierte hoy la aparición de nuevos sistemas de mayor complejidad, donde el capitalismo sobrevivirá: “Esta es una crisis monetaria que ya pasará, pero ya puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas del capitalismo surgidas justamente por la pandemia”, afirma.

Por Denisse Espinoza A.

Lo ha venido repitiendo desde hace décadas: “a menos que los seres humanos aceptemos la complejidad de nuestros sistemas, no seremos capaces de comprender los profundos cambios que estamos viviendo como sociedad global”. Hoy, en medio de una pandemia que por primera vez en la historia ataca a escala planetaria, paralizando todos los mercados, las relaciones sociales y la vida cotidiana en su conjunto, la socióloga y académica nacida en los Países Bajos, Saskia Sassen (1947), vuelve a insistir: “nuestras economías y nuestras crecientes necesidades de todo tipo han ido marcando una nueva época. Pero en sistemas complejos -como lo son nuestras grandes ciudades- no es siempre fácil establecer que hemos entrado en una nueva época. Las manifestaciones de este cambio van siendo más y más evidentes, pero aún no lo son en el aspecto visual dominante”. Para Sassen, los cambios que se han venido dando durante las últimas dos décadas se parecen mucho al Coronavirus: invisibles a simple vista.

Saskia Sassen es socióloga y académica de la Universidad de Columbia en EEUU. En 1991 acuñó el término de «ciudades globales».

Sin embargo, la socióloga -quien también es una persona global o lo que antes se llamaba cosmopolita, pues creció en Buenos Aires antes de estudiar en Francia, Italia y Estados Unidos- tiene experiencia en descifrar estos cambios complejos o, al menos, atisbar algunos de sus fenómenos más prominentes. Lo hizo en 1991, cuando acuñó el término “ciudades globales” para referirse a las transformaciones que el neoliberalismo llevó a cabo en las grandes metrópolis mundiales -Nueva York, Tokio o Londres-, dando repercusión global a lo que allí sucediera a nivel cultural, económico o político. En 2014 arremetió con su libro Expulsiones, donde llevó más allá los conceptos de exclusión e inequidad, describiendo una serie de nuevos eventos en los que el capitalismo generó niveles de desigualdad inéditos, expresados a nivel económico, democrático y medioambiental. Es así como, en esos años, ya identificaba lo que tenían en común los desempleados dados de baja, las clases medias marginadas de los centros urbanos y los ecosistemas devastados: todos sufrían lo que ella llamó la «expulsión».

Invitada por el Festival Puerto de Ideas, Sassen dio una conferencia virtual en junio pasado al público chileno, y por estos días -aún atrapada en Londres debido a la crisis sanitaria del Coronavirus, que no da tregua- comenta las últimas noticias aparecidas sobre el panorama en Estados Unidos, país donde normalmente desarrolla su carrera como investigadora y académica en la Universidad de Columbia.

¿Cómo ve el actual panorama político de EE.UU. y las próximas elecciones para Trump en vista de su criticado manejo de la pandemia?

Estrictamente hablando, está bastante claro que, si hay elecciones más o menos ordenadas, gana Biden. El problema es que Trump simplemente no lo va a aceptar. Su capacidad de mentir y violar la ley nos la ha mostrado a través de los años. Además, una vez que salga del gobierno donde él está aún a la cabeza, lo van a arrestar. Así que el pronóstico es que él se queda en el gobierno. Algunos están diciendo que se negaría a salir del gobierno cuando se acabe este término, porque sabe que se iría a la prisión en cuanto deje de ser presidente. Ha abusado de la ley de una manera espectacular. Es una especie de monstruo dispuesto a violar todas las reglas del juego. Aunque el hecho de que esté ahora con la enfermedad puede cambiar las cosas, ciertamente.

-Hasta antes de la pandemia, siempre se había visto a EE.UU. como el gran faro del mundo, en el sentido de que, si existía alguna crisis mundial, sería sin duda el primer país en ir al rescate, cuestión que no ha sucedido en esta pandemia. ¿Cómo lo evalúa usted?

La caída de las grandes ciudades americanas en cuanto a poder, inteligencia, capacidad de ayudar y saber cómo manejar la crisis, todo eso y más se ha ido perdiendo, al igual que el reconocimiento público. Las decisiones de Trump en cuanto a la crisis han sido de no creerse, tanto por sus mentiras como por su incapacidad de desarrollar alguna modalidad de combate al virus y de ayudar a los desaventajados. Si uno compara este país rico que es Estados Unidos con, por ejemplo, otro país rico como Alemania, la diferencia es enorme. Da igual si ambos son ricos, Estados Unidos ha mostrado una indiferencia que da miedo, mientras que Alemania ha logrado uno de los mejores resultados en minimizar el efecto del virus.

«No veo que esta sea la muerte del capitalismo. Me puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas que van a surgir precisamente por la pandemia, como la concentración de las necesidades y recursos por parte de las clases altas y las clases medias de ingresos altos, mientras que las clases pobres se empobrecen agudamente».

-En su opinión, ¿cuáles son las lecciones que hemos podido aprender con esta crisis sanitaria y cuáles serán los cambios profundos que tendremos como sociedades globales a la luz de esos hechos?

Es difícil establecer cuántas y cuáles son las lecciones que hemos podido aprender, quizás es así porque no es fácil, no nos es cómodo reconocer que las pautas de una época han ido cambiando y ahora empieza a mostrarse, a hacerse evidente, el hecho de que una nueva “cultura”, por así decirlo, se ha instalado. Y, en parte, no podemos reconocerlo porque esa nueva cultura tiene aún muchos elementos familiares, elementos que han existido y se han mantenido a través de las décadas. El cambio en sistemas complejos, como lo es una ciudad, no es siempre visible, no se anuncia diciendo: “OK, ¡llegó el cambio!”. En mi lectura, hay tres elementos en juego. Uno es que hemos entrado en una nueva época. Y en sistemas complejos no es fácil entender o notar este cambio. Lo que yo veo es una serie de cambios, no todos evidentes, que se han ido acumulando y en ese proceso han generado nuevas tendencias. O sea, no es que el cambio en sistemas complejos como lo es una gran ciudad implique que lo podamos ver con nuestros ojos. La inmovilidad de todo ese cemento -calles, torres, puentes y mucho más- genera una especie de camuflaje y es ese camuflaje lo que mayormente vemos. No vemos tanto las aplicaciones de nuevas capacidades e innovaciones.

-Al comienzo de la pandemia, algunos intelectuales plantearon que estábamos asistiendo a la muerte del capitalismo, ¿lo ve usted posible?

En efecto, creo que el jaque que vive el sistema sigue siendo parte de la situación. La pandemia afectó especialmente a los más pobres, los que viven en viviendas pequeñas con mucha gente, etcétera. Los hogares ricos, por lo menos de clase media alta, también perdieron a familiares y amigos, pero menos que los pobres, los pobres están mucho más expuestos al virus que las clases medias. Pero en cuanto al capitalismo, creo que lo que sufrió fue básicamente una crisis monetaria y momentánea que ya pasará. No veo que esta sea la muerte del capitalismo. Me puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas que van a surgir precisamente por la pandemia, como la concentración de las necesidades y recursos por parte de las clases altas y las clases medias de ingresos altos, mientras que las clases pobres se empobrecen agudamente. También los inmigrantes y refugiados van a perder capacidad de reclamaciones, porque los ricos y las clases medias ricas se enfocarán más en sus propios intereses, y me los puedo imaginar llegando a ser extremos en cubrir sus propios intereses.

Efectivamente, hace ya una década, Saskia Sassen hablaba en Expulsiones sobre cómo las economías se estaban contrayendo y la biosfera, deteriorándose. “La concentración de la riqueza favorece el proceso de expulsión de dos tipos: el de los menos favorecidos y el de los superricos. Se abstraen de la sociedad en la que viven físicamente. Evolucionan en un mundo paralelo reservado a su casta y ya no asumen sus responsabilidades cívicas”. Y también advertía: “una nueva crisis financiera sucederá, estoy segura. He estado escudriñando las finanzas durante treinta años y los mercados son demasiado inestables, hay demasiados datos para analizar, demasiados instrumentos, demasiado dinero. Occidente ya no reina sólo en los mercados. No sé cuándo ocurrirá esta crisis ni qué tan grave será, pero algo se está gestando”, aseguró en una entrevista a Le Monde en 2014.

¿De qué manera los fenómenos que usted describe afectan a los países latinoamericanos, donde las economías aún dependen de esas grandes ciudades globales?

A mi parecer, por todo el mundo, en cada país, existen más o menos actores que siguen extrayendo y extrayendo valores de todo tipo –desde minerales a plantaciones hasta sistemas financieros. Una de las modalidades más marcantes de esta época que vivimos es cómo hemos reducido a gran velocidad y con mucha violencia el espacio de nuestro planeta: hemos matado diversidad de plantas y árboles, un gran número de especies de animales y peces, etcétera. Y, a medida que avanzamos con esto, vamos reduciendo el espacio de miles y hasta millones de plantas, aguas limpias, arenas y tanto más. Y se ve también en nuevas industrias como lo son Facebook o Google. Es bien importante que reconozcamos que cada innovación brillante y útil nos puede servir para algo que no vemos como algo negativo -el poder de extraer información de nosotros, de lo que queremos, de lo que nos estamos enfermando, de lo que nos es útil-, que al mismo tiempo no es tan bueno para el medio ambiente, porque como todos los sectores extractivos, también estas industrias dejan detrás masivas cantidades de basuras, metales, líquidos y más. Todo lo electrónico ha agregado montañas de basura muy difíciles de desaparecer, y aún no hemos visto suficientes iniciativas para reciclar o eliminar.

-¿Cómo cree que ha influido la pandemia para entender estos fenómenos?

El virus nos obligó a limitar el salir de nuestras viviendas y eso ya es un cambio enorme. Y un cambio que se constituye, además, como respuesta a un peligro, pero a un peligro que es invisible. Entonces, el hogar es un refugio básico, en el sentido que es absolutamente necesario y al mismo tiempo no es una solución. En gran parte, lo bueno que puede salir de este momento dramático y cruel es que nos muestra la capacidad de ser destruidos por estos “agentes” invisibles que son estos virus, y que debemos construir y desarrollar alianzas de todo tipo a través del mundo.

En esa línea, junto a Mary Kaldor -directora de la Unidad de Investigación sobre Sociedad Civil y Seguridad Humana de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres-, Saskia Sassen acaba de lanzar un nuevo libro, Cities at War (2020), donde reúnen a un equipo internacional de académicos para examinar las ciudades como sitios de guerra e inseguridad contemporáneas. Al mismo tiempo que explica por qué y cómo la violencia política se ha urbanizado cada vez más, apunta hacia la capacidad de la ciudad para dar forma a un tipo diferente de subjetividad urbana, que ofrece resistencia y esperanza para un futuro más pacífico y equitativo. “Bajo las condiciones que vivimos hoy, es importante no hacer guerra entre nosotros, los humanos. Al contrario, es el momento para respetarnos mutuamente y para reconocer la contribución que podemos hacer todos a una vida manejable”, dice.

Nostalgia de la razón

Llegó a librerías La muerte de la verdad. Notas sobre la falsedad en la era Trump, de Michiko Kakutani, considerada la crítica literaria más poderosa, influyente y temida de Estados Unidos. Un ensayo urgente sobre el descrédito al pensamiento crítico en una época en que la distinción entre lo verdadero y lo falso se diluye, pero que también funciona como una defensa férrea a una tradición liberal en la que estarían supuestamente las raíces de una sociedad racional y democrática.

Por Claudia Lagos | Ilustración: Fabián Rivas

En la Convención Nacional Republicana de 2016, Donald Trump pintó a Estados Unidos como un país en estado de guerra afirmando que el crimen estaba descontrolado. Tras la intervención del candidato, la presentadora de CNN Alisyn Camerota discutió con el republicano Newt Gingrich sobre el enfoque alarmista: los datos muestran una sostenida disminución de los crímenes violentos en ese país y Camerota se lo hizo ver al exportavoz de la cámara de representantes. El diálogo, áspero, fue más o menos así:

—Gingrich: El estadounidense promedio no cree que el crimen haya disminuido, no cree estar más seguro.

—Camerota: Pero ESTAMOS más seguros y (el crimen) ha disminuido —dice, citando los datos sobre criminalidad del FBI.

—Gingrich: No. Ese es su punto de vista.

—Camerota: ¡Es un hecho! —responde, destacando que el bureau no es, precisamente, “una organización liberal, sino que la oficina que combate el crimen”.

—Gingrich: Lo que digo también es un hecho (…). Los liberales tienen todo un conjunto de estadísticas que, en teoría, puede que sean correctas, pero los seres humanos no son estadísticas. La gente está asustada y siente que su gobierno la ha abandonado… La gente tiene esa sensación…

—Camerota: Sí, sí, la tienen, pero los hechos no la avalan.

—Gingrich: Como candidato que soy, me atengo a lo que la gente siente. Le dejo a usted con los teóricos.

El episodio es citado por Michiko Kakutani en su libro La muerte de la verdad. Notas sobre la falsedad en la era Trump, un  ensayo dedicado a “todos los periodistas que trabajan, en todas partes, para llevar la noticia”. Kakutani fue durante tres décadas y hasta 2017 la editora de crítica de libros en The New York Times. Es calificada como “una leyenda”, “la mujer más temida en el mundo editorial” y como la crítica literaria más influyente, poderosa y temeraria en Estados Unidos. Se le atribuye un rol clave en impulsar carreras de escritores como Zadie Smith, David Foster Wallace o George Saunders, y ha criticado implacablemente libros de autores consagrados como Susan Sontag, Norman Mailer o John Updike.

En su primera incursión como autora, Kakutani discute lo que llama “estos asaltos a la verdad” que, por cierto, son un fenómeno global: “En todo el mundo se han producido oleadas de populismo y fundamentalismo que están provocando reacciones de miedo y de terror, anteponiendo estos al debate razonado, erosionando las instituciones democráticas y sustituyendo la experiencia y el conocimiento por la sabiduría de la turba”.

¿Le suena familiar? ¿Le parece conocida la estrategia de minar oficialmente… los datos producidos oficialmente? El 19 de marzo de 2019, la ministra secretaria general de Gobierno, Cecilia Pérez, era una de las invitadas al programa Mesa Central de Tele13 Radio. Estaba ahí para defender la propuesta del gobierno de ampliar las atribuciones policiales y permitir el control de identidad de adolescentes desde los 14 años. Ante las diversas y fundadas críticas de académicos que llevan años investigando el papel de las policías y la efectividad de este tipo de medidas, Pérez dijo: “Muchas veces los argumentos académicos no logran ver la realidad. No logran ver lo que siente un vecino de un barrio en Lo Espejo, de La Pintana, en La Florida, en Puente Alto, en Calama, en Ercilla o en Cañete. Y eso significa que no logran sintonizar con lo que están sufriendo las familias chilenas”.

El ensayo de Kakutani puede ser leído y criticado al menos en dos dimensiones: en primer lugar, es una detallada cuenta del estado de la cultura política estadounidense contemporánea y un condensado resumen de los estudios sobre opinión pública, producidos en y sobre la división política en Estados Unidos, incluyendo investigaciones sobre el rol del ecosistema digital en promover una esfera pública hiperfragmentada. En este nivel, el ensayo es valioso pues provee una síntesis de los dichos y prácticas de Donald Trump y de su corte torciendo los hechos, la historia y el lenguaje como presidente número 45 del país del norte y de la enorme producción periodística y académica en torno a ello. Ahí radica, en parte, su fortaleza.

Pero de esa fortaleza también arranca su debilidad: un trumpcentrismo y una defensa más bien cerrada a una tradición liberal ideal en la cual encontraríamos las raíces de una sociedad racional, democrática y de progreso. Lo que Habermas ha llamado el proyecto inconcluso de la modernidad. En otras palabras, la cojera del ensayo radica en la, digamos, cándida mirada para enfatizar el papel de Trump, Putin, el Brexit, internet y el posmodernismo y su énfasis en la deconstrucción del lenguaje y el imperio del yo y de la subjetividad en la muerte de la verdad y la razón. Asimismo, renuncia a la complejidad de la historia del tal liberalismo y a las bestias negras que él mismo ha incubado. Recordemos que en nombre del liberalismo se ha criminalizado la protesta social y se ha animado el hiperindividualismo. Si vamos aún más atrás, incluso hasta los llamados padres fundadores de Estados Unidos que la autora destaca sostuvieron e inspiraron el entramado del racismo, la esclavitud y el clasismo.

Katukani se concentra en el pasado reciente para explorar algunos de los fenómenos que estarían detrás del apoyo a Trump y su proyecto sociopolítico: el desencanto de la sociedad estadounidense “ha sido un producto colateral de la desilusión que provoca un sistema político disfuncional que se basa en los enfrentamientos partidistas; en parte, una sensación de desarraigo en un mundo que sale, tambaleándose, del cambio tecnológico, la globalización y la sobrecarga de información, y en parte también un reflejo de cómo la clase media perdió toda esperanza de que las promesas que forman la base del sueño americano —una vivienda asequible, una educación decente y un futuro mejor para sus hijos— pudieran cumplirse en los Estados Unidos de después de la crisis de 2008”.

“Denunciar la manipulación y la propaganda debe seguir siendo un objetivo político de nuestros tiempos. Es imperativo desnaturalizar la mentira como estrategia política sistemática”.

Sin embargo, la frontera del sueño americano no es la crisis de fines de la década del 2000. Era un sueño vedado para amplios porcentajes de la población antes de eso y sólo se ha agudizado: más de 3.800 localidades no gozan de agua limpia a lo largo y ancho de Estados Unidos y la evidencia sobre la re-segregación racial de las escuelas es abrumadora.

Michiko Kakutani
Crédito: Petr Hlinomaz / Galaxia Gutemberg

El horizonte histórico también es estrecho y tiene sólo ciertos hitos para indagar en las raíces de la propaganda y la desinformación políticamente intencionada (la propaganda soviética y la nazi y la extrema derecha contemporánea) y ciertos autores clave (Arendt, Orwell, Zweig). Es ahí donde el ensayo gana fuerza para un público hiperlocal, estadounidense, tal vez europeo, pero pierde sustento para proveer una mirada más compleja e internacional, totalmente ignorada, donde Estados Unidos ha promovido la tradición liberal tanto a través de la fuerza como de la diplomacia y el financiamiento para el desarrollo.

Porque, si no, ¿dónde ubicar el rol de los estudios en comunicación masiva y de sus padres fundadores, como Laswell, Siebert, Peterson y Schramm, por mencionar algunos? ¿Dónde ubicar en la reflexión de Kakutani el desarrollo de la propaganda en el último siglo ignorando las intervenciones en nombre de la tradición liberal que la autora valora y extraña ahora en su propio patio? ¿Cómo analizar el papel de esta misma tradición liberal, racionalista, científica que Kakutani advierte hemos perdido, en minar sus propias bases? ¿Cómo comprender el rol del periodismo, al que Katukani dedica el libro, si no lo entendemos también críticamente?

Denunciar la manipulación y la propaganda debe seguir siendo un objetivo político de nuestros tiempos. Es imperativo desnaturalizar la mentira como estrategia política sistemática (sólo en su primer año como presidente, The Washington Post calcula que Trump emitió más de dos mil declaraciones falsas o equívocas). Pero también es indispensable entender este panorama en sus contextos políticos y sociales a escala local y global (no es lo mismo Trump que el Brexit que el referéndum por la paz en Colombia o que Bolsonaro) y, desde ahí, repolitizar la discusión y rehumanizar nuestra vida en común. Si hemos leído algo de historia estadounidense contemporánea (agregaría latinoamericana) estamos enterados de que la manipulación y la desinformación no es nada nuevo. Tal vez lo que seguimos sin descifrar del todo es la constitución de las bases de apoyo a estos proyectos político-culturales racistas, xenófobos y misóginos.

La muerte de la verdad. Notas sobre la falsedad en la era Trump

Michiko Kakutani
Galaxia Gutenberg, 2019
142 págs.