Palabra de Estudiante. Disidencias sexuales: la deuda histórica continúa

Ad portas de un mes importante para las disidencias sexuales y de género, y ante la gran ausencia de personas trans en la Convención Constitucional, resulta fundamental reflexionar en torno a la deuda histórica para con las disidencias, sobre todo cuando en estos momentos de alta tensión y “oferta” electoral hay sectores o personas que nos utilizan como sujetos de aprovechamiento político.

Por Tomás Barrera Méndez

A semanas de una de las elecciones más importantes de los últimos 30 años, y encontrándonos en un momento histórico, inmersos en una pandemia, una crisis social y una revuelta que no ha culminado —y que dejó decenas de jóvenes presos políticos que, hasta hoy, no tienen respuesta sobre su libertad—, tuvimos la oportunidad de escoger quiénes serán las personas que redactarán la nueva Constitución, una demanda central emanada desde la ciudadanía movilizada a partir del 18 de octubre de 2019.  

Celebramos con éxito la inscripción de candidaturas provenientes de las diversidades sexuales y de género, quienes se atrevieron a asumir nuevos desafíos no solo para el cambio constitucional, sino también para disputar alcaldías y concejalías, espacios claves para la organización de los gobiernos comunales. Tras realizar un mapeo general de las candidaturas abiertamente pertenecientes a la diversidad sexual, Les Constituyentes —como se denomina el Observatorio Nacional LGBTIQ+— confirmó que el número total de ellas fue 52, lo cual habla de un avance claro en materias de participación activa en la disputa del poder. Esto evidencia, sin lugar a dudas, un progreso, pero pensamos que se debe perseguir más.

Luego de las elecciones efectuadas el 15 y 16 de mayo, y tras una derrota aplastante de la exConcertación y la derecha, que obtuvieron las cifras más bajas en estas elecciones, nos percatamos de que de las 52 candidaturas vinculadas a los movimientos disidentes, solo ocho lograron llegar a la Convención Constitucional, representando un escaso 5,2% de los escaños totales. Otro antecedente importante es que las personas trans no tendrán representación en la escritura de la nueva Constitución, lo que es un factor esencial y preocupante a la hora de plantearnos las futuras reglas que van a regir el Estado y nuestras formas de convivencia, pues una vez más, y como se ha hecho de forma histórica, las personas trans quedaremos fuera de las decisiones relevantes que nos atañen. Como si fuera poco, no solo estaremos excluídes, sino además personas cisgénero decidirán por nosotres, lo cual sigue generando un grado de marginación a la hora de enfrentar uno de los momentos más importantes que tenemos como sociedad.

Ad portas de un mes importante para las disidencias sexuales y de género, y ante la gran ausencia de personas trans en la Convención Constitucional, resulta fundamental reflexionar en torno a la deuda histórica para con las disidencias, sobre todo cuando en estos momentos de alta tensión y “oferta” electoral hay sectores o personas que nos utilizan como sujetos de aprovechamiento político. En estas circunstancias de doble marginación (ausencia y ser hablad-s por otr-s), es primordial hacer un llamado a la reflexión crítica y al ejercicio de la presión desde la población trans, para así lograr que las discusiones que hemos instalado desde las organizaciones puedan quedar plasmadas dentro de la nueva Constitución.

En junio, mes en que se conmemora en Estados Unidos el gran hito de Stonewall, no podemos dejar de recordar a Marsha P. Johnson y a Silvia Rivera, entre otras, quienes sufrieron la violencia de la policía y de grupos conservadores solo por manifestarse, exigir sus derechos y reclamar su visibilidad. Las mismas luchas que motivaron la revuelta de Stonewall siguen siendo aquellas por las que nos encontramos peleando hoy. No cabe duda de que en Chile hemos avanzado y que, a pesar de los fallos tras los que se esconden los poderes del patriarcado, contamos con la Ley Antidiscriminación y la Ley de Identidad de Género, que vienen a dignificar la vida de las personas que diariamente tenemos que vivir la exclusión.

En este mismo mes en el que nos preparamos para conmemorar fechas importantes para la comunidad LGBTIQ+, vemos con preocupación el avance de los discursos de odio que se ven materializados, por ejemplo, en el proyecto de ley ingresado por los diputados RN Cristóbal Urruticoechea y Harry Jürgensen, quienes, en plena pandemia y crisis económico-social, como si no pudieran siquiera sospechar los horrores a los que nuestra comunidad se ha visto expuesta en este escenario, propusieron prohibir el lenguaje neutro dentro de las escuelas, lo que no solo es un sinsentido dado el contexto actual, sino también constituye un acto de discriminación y transodio contra las identidades no binarias, replicando ideas conservadoras que buscan mantener la homogeneización masculina de la población.

A lo anterior, debemos sumar los problemas que han tenido personas trans al presentarse en los centros de vacunación contra el covid-19, dado que no se les ha respetado su nombre y sexo registral, a pesar de estar amparados por la Ley de Identidad de Género, fenómeno infame que hemos visto replicado incluso en las elecciones pasadas, lo que es una falta grave a su integridad.  Agregamos la denuncia que realiza el colectivo Organizando Trans Diversidades, en la que mencionan que incluso en el pase de movilidad implementado por el Gobierno esto no se ha respetado. Nuevamente, nos tenemos que enfrentar con situaciones de discriminación frente a las que el Gobierno no solo guarda un silencio cómplice, sino también elude su responsabilidad y  preocupación por el derecho a la identidad de las personas trans.

Sin duda, este es un mes en el que, a la luz de las luchas del pasado y su vigencia, continuamos reivindicando nuestra existencia como comunidad disidente sexual y de género, y afirmando que el contexto actual de profunda vulneración contra la población trans es impresentable. Esperemos que las personas electas constituyentes no nos excluyan otra vez de los espacios y no hagan oídos sordos a las demandas que desde hace años hemos impulsado, entre las que están el reconocimiento de las diversas formas de constituir familias, el derecho a la identidad de todas las personas sin exclusión, el reconocimiento del derecho a la no discriminación y a una vida libre de violencia, y el establecimiento del acceso a la educación sexual integral como un derecho clave para todas las edades.

Palabra de Estudiante. Oportunidades y desafíos para la construcción comunitaria

«¿Cuáles son las estructuras que impiden atender los malestares sociales? El sistema neoliberal, una idea que parece ser el nuevo consenso en la izquierda (…). No obstante, esto no significa que no debamos aprovechar la oportunidad enorme que tenemos de repensar el funcionamiento de la democracia y el de la participación efectiva», escribe Noam Vilches, delegade de bienestar de la FECh.

Por Noam Vilches Rosales

La crisis de representatividad no tiene que ver únicamente con quienes ostentan cargos de representación en las diversas esferas de la política; el problema es mucho más estructural. Quienes creyeron lo contrario, es decir, quienes plantearon que el cambio que se requería era de las personas que componen la clase política, vieron respuestas en crear nuevos partidos y conglomerados con ideales no tan dispersos, pero con supuestos nuevos horizontes y compromisos. Ya no es novedoso dar cuenta de que esta nueva clase política no logró escapar a la crisis que le dio vida y justificación para existir.

Siguiendo la misma línea, una cantidad no menor de independientes se autoproclaman como quienes pueden traer la solución a este problema, ya que, al parecer, es suficiente no tener un partido político al que rendirle cuentas para lograr hacer bien las cosas. Sin duda, esto último es ignorar que el rango de independientes va desde los partidarios de la lista de la UDI hasta quienes se apuntan con La Lista del Pueblo. Pero la respuesta parece más bien tener su origen en uno de los pocos consensos que pareció tener la izquierda luego de las masivas protestas y presiones: el de crear una nueva Constitución, pues ahí parece residir lo que ha impedido los cambios estructurales. De tal modo, lo que se le ha reclamado a la clase política no puede ser resuelto con un mero cambio de personal.

¿Cuáles son las mencionadas estructuras que impiden atender los malestares sociales? El sistema neoliberal, una idea que parece ser el nuevo consenso en la izquierda; un consenso que no debemos soltar, pero ¿es el único? Si lo es, sin duda nos permitirá instalar algunos mínimos bastante significativos, pero esto no significa que no debamos aprovechar la oportunidad enorme que tenemos de repensar otros nudos, como el funcionamiento de la democracia, también el de la participación efectiva, y la necesidad de su extensión a todas las áreas y no solo al voto por representantes.

No quiero aquí desarrollar argumentos contra la democracia representativa y afirmar que la democracia directa nos dará mejores resultados por saltarse el sistema partidista, puesto que ello sería fingir que no sabemos los altos índices de violencia que hay hacia las personas racializadas, inmigrantes, integrantes de la comunidad LGBTIQ+ y un triste y largo etcétera. Un proyecto así fácilmente podría traducirse en un país con aun menos derechos para quienes sufren marginación en nuestra sociedad. Pero lo anterior no significa dejar las cosas como están, significa repensar estrategias y aprovechar esta ventana de oportunidad.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

Esta última idea no debe tomarse a la ligera, no solo por el 21% de adherentes al Rechazo, sino también porque este puede ser un momento para trazar márgenes que permitan replantearnos cuáles serán los pilares que ayudarán a la democracia a levantarse de esta crisis y responder de manera efectiva a las demandas sociales de los diversos grupos que componen esta comunidad. Se requiere paridad y escaños reservados para afrontar las demandas de las movilizaciones más grandes de los últimos años, pues sabemos que el machismo y el racismo siguen al pie del cañón, y por lo mismo, las comunidades deben tener un rol protagónico, tal y como lo hicieron en los cabildos y asambleas. Es necesario también que tengan apertura hacia los problemas que afectan a otras comunidades y, desde allí, co-construir desde la empatía de quienes se ven al margen, pero que quieren convertir ese margen en una enorme franja que permita una mejor convivencia a partir de una cosmovisión comunitaria.

Las promesas del mejor vivir del liberalismo triunfante y su intrínseco individualismo no erradicaron los crímenes de odio ni los femicidios, aunque tampoco tenemos buenos referentes de un mejor vivir desde la cosmovisión revolucionaria cubana, donde la homosexualidad fue sinónimo de desprecio y de una moral que no podía ostentar un verdadero militar comunista. Cuando Lemebel escribió “Si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila”, debió imaginarse que esa revolución, que ese cielito rojo que le permitirá volar a quienes nacen con una alita rota —como escribió en  “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”—no hay que esperarla, hay que construirla con mujeres como Gladys Marín, quienes hablan por su diferencia sin pretenderla ley ni orden, sino una razón de respeto, un horizonte de construcción.

Creo que desde la vereda estudiantil no podemos ser menos. El congreso refundacional de la FECh debe tener paridad y escaños reservados que le permitan a sus estudiantes hablar desde su diferencia, construir comunidad desde allí y aportar con ello a construir una Federación que pueda, con la misma fuerza que gritó educación gratuita y de calidad, exigir educación sexual integral, una educación no colonialista, sin negacionismo, multicultural, con enfoque sustentable y no capacitista, entre tantos otros sesgos que hoy nuestro sistema educativo reafirma y de los que no nos hemos hecho cargo.

Estas ventanas de oportunidad, situadas en contextos difíciles y que agudizan nuestro malestar general, son un desafío de reinvención. Se habla bastante de los cambios que debieron tener muchos trabajos, y aunque esperamos que la mayoría de las cosas vuelvan a ser presenciales, sin duda algunas apuestas de la virtualidad se anuncian como cambios que llegaron para quedarse. Pero no solo el mercado y el trabajo han tenido que generar cambios, son todos los aspectos de la vida los que se han visto enfrentados a este nuevo y en muchos casos indeseado estilo de vida. En varios de esos ámbitos se podrían adoptar ciertos hábitos virtuales, como son las juntas entre amistades, el estudio grupal, y por qué no, la organización política, comunitaria y social. La izquierda no puede solo alimentar sus apuestas desde el pasado, debe replantearse como alternativa al futuro, con herramientas y saberes que no se le antepongan, sino que lo construyan.

La tecnología hace ya bastante que transformó la comunicación, y las redes sociales aparecen como un nuevo espacio público de debate, quizás el más usado a causa de la protección propia de la pantalla, pero dado el contexto no solo nos ha tocado usarlas para dar opinión, sino que hemos adaptado la tecnología a nuestras propias necesidades políticas y las convertimos en espacios deliberativos. En esas plataformas no solo realzamos nuestra individualidad, sino que le hemos dado espacio a la colectividad, entendiéndolas como una sala que nos invita a escucharnos, dialogar, pensarnos y decidirnos en conjunto. Sabemos que esta enorme crisis no se detendrá pronto, pero la democracia y nuestras necesidades no pueden esperar tanto tampoco. Si esta crisis nos obliga a decidir los grandes cambios legislativos y estructurales de manera virtual, espero que tengamos apuestas a la altura de lo que nos exija la contingencia.

Palabra de Estudiante. El desafío de la identidad colectiva en el proceso constituyente

Nos pensamos colectivamente y nos preocupamos por cosas que no necesariamente nos afectan de manera directa, nos volvemos a llamar pueblo y rompemos así con la moral neoliberal que se instalaba como sinónimo de libertad. Instalamos y nos reapropiamos de la libertad como una necesidad colectiva.

Por Noam Vilches Rosales

El plebiscito constitucional se celebra a un año del estallido que dio vida a una protesta que abre las grandes alamedas, que nos ha dado la esperanza en un Chile distinto. Esta crisis tan vociferada como inesperada, de pronto se vuelve una respuesta casi obvia ante las políticas de gobiernos que no han sabido responder a las necesidades de la gente, que inventan bienestar de la población donde sólo hay riqueza y acumulación de las mismas personas de siempre. La lógica instalada según la cual la meritocracia era sinónimo de éxito económico y felicidad se termina de derrumbar, las promesas del dictador y la transición se muestran como lo que eran: mentiras.

Noam Vilches, delegade de Bienestar de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH).

Mientras la derecha se jacta de que el país es un oasis, el pago del crecimiento económico de un reducido grupo se traduce en que Chile ocupa el lugar número 13 de los países con las mayores tasas de suicidio del mundo (OCDE, 2013), en una desigualdad tremenda y en políticas que sin pudor alguno siguen precarizando nuestras vidas. Pero, claro, algunos sectores políticos creen que bienestar es hacer crecer el PIB, enfocando sus políticas públicas en ello y no en la población y sus necesidades, no en el bienestar de la gente.

Que el estallido social se iniciara producto de una movilización de estudiantes de liceo a causa de un alza en el pasaje que no repercutía directamente a estudiantes preparó el ambiente para que se rompiera la ideología del individualismo y volviéramos a pensarnos como colectivo. Este colectivo no pensaba sólo en las demandas de las grandes mayorías, incluyó en su reflexión a quienes somos constantemente marginalizades, como es el caso de las disidencias sexuales y de género o las personas de la tercera edad, ya no posicionando al pueblo como ente homogéneo, sino que estableciendo la precarización de la vida como el factor común, abordando en los cabildos y luego en la campaña por el Apruebo los diferentes factores que precarizan a esta masa que se reconoce y acepta heterogénea. Nos pensamos colectivamente y nos preocupamos por cosas que no necesariamente nos afectan de manera directa, nos volvemos a llamar pueblo y rompemos así con la moral neoliberal que se instalaba como sinónimo de libertad. Instalamos y nos reapropiamos de la libertad como una necesidad colectiva.

Este proceso abrió una oportunidad que no soluciona las demandas sociales, pero abre las puertas que nos pueden permitir, de una vez por todas, decidirnos democráticamente como país. Se enriquecía este proceso de cabildos, asambleas y organizaciones territoriales de maneras que no veíamos en años. Todo esto se vio abruptamente interrumpido por una pandemia. Pero la mente no es tan frágil, y ante la necesidad se organizan hasta el día de hoy ollas comunes que siguen gritando que sólo el pueblo ayuda al pueblo, y a un año del estallido salimos a las calles, retomamos los puntos de salud y reforzamos que esto sí prendió.

A pesar del optimismo expresado, no todo está dicho. No sólo hay un plebiscito que ganar, hay que ganar una Constitución y luego ganar leyes. Este proceso es largo, y la vida online no lo hace más fácil. Quedamos a merced de lo que dicten las redes sociales, la televisión y los medios de comunicación, que hace ya tiempo se posicionan como poco fiables. La comunicación de esta masa se ve limitada, empatizar se vuelve más complejo, la ayuda se virtualiza y se tensa eso que se construyó en la calle para volver al individuo, al yo y mi casa, al yo y mis cosas ahora no sólo como sinónimo de éxito, sino que además como sinónimo de seguridad, de sanidad, de vida.

Esta pandemia dificulta, por tanto, que reafirmemos ese sentido común que se construía en las calles, en los territorios, en los encuentros barriales, lo que no sólo es una mala noticia para una izquierda que afirma su quehacer y redirige su rumbo al dictado del pueblo, sino que también para la derecha, pues ese sentido común era la posibilidad de ese consenso que es fundamental para hablar de legitimidad, algo que sin duda le hace falta a este Gobierno. El desafío es claro, hay que seguir construyendo esa identidad colectiva.

Esta construcción no es interpretar, ya no basta con interpretar el estallido, con escudriñar en busca del sentido último de esta anomalía. Se vuelve necesario formar ese sentido, construirlo, decidirlo y posicionarlo con miras a las realidades y necesidades concretas que tenemos. Esto, de no ser hecho por el pueblo mismo, es decir, si no es esta misma masa que se manifiesta la que decide el país que quiere, tendrá que resignarse a aceptar que volveremos a estar bajo la voluntad de una clase política incapaz de abordar de manera contundente cualquiera de nuestras demandas. Teniendo la oportunidad de construir una nueva organización política, popular, que mire las necesidades reales de la gente, perderla es simplemente un sinsentido que nos mantendrá lejos de una vida digna.

Este tiempo de encierro ha dejado claro este último punto, pues le dio una oportunidad única al Gobierno para instalar los cambios y reformas que tanto ha vociferado como la real solución, aludiendo a que cambiar la Constitución no es la vía. Aun así, aun sin la presión que ejercíamos en las calles, su propuesta ha sido completamente deficiente. Esta deficiencia se vislumbra en que, a un año del estallido, la gente ha vuelto a dejar de manifiesto en las calles que las necesidades siguen ahí y que el actuar del Gobierno sigue siendo negligente.

Por último, no es menor recordar que esta posibilidad de una nueva Constitución no se ganó con un lápiz azul, se ganó en las calles.  Y para que esa Constitución aborde nuestras necesidades tenemos que retomar lo que significa «nuestras», es decir, retomar el sentido común que se construía en el diálogo colectivo, en la escucha atenta, en la empatía, en el reconocerse como parte de un pueblo que sufre una desigualdad cruel y que se levanta ante la injusticia con organización colectiva, popular, feminista, crítica y, sobre todo, con ganas de cambiar todo lo necesario, hasta que la dignidad, de todes, se haga costumbre.