El «2011 feminista» (o gracias, cabras, por denunciar que el género es otra lucha de clases)

Por Arelis Uribe / Fotografía: Alejandra Fuenzalida

Si tuviera que decir una sola cosa de esta primavera feminista, diría: gracias, cabras. Ojalá supieran cuánto las admiro, cuánto las quiero, cuánto las banco. Se les ocurrió algo que a ninguna de nosotras se nos había ocurrido. Cuando yo estudiaba Periodismo en la Usach, en 2006, igual que ahora, la revolución tenía un lugar y era la sala de clases. Intuíamos que lo personal es político, pero con un enfoque economicista. De la sala de clases, donde están mis mejores amigos, mis profes preferidas, donde me enamoro y me frustro, donde aprendo y me equivoco, nace mi destino social. Y ustedes, mujeres estudiantes, dijeron sí, ahí nace el destino social, pero la pobreza no es el único destino, la desigualdad económica no es el único dolor. Abran los ojos: el género es otra lucha de clases.

Con ese giro hicieron del feminismo una causa del movimiento estudiantil completo.

Ser de izquierda en mis tiempos sólo era enfrentarse al capital, rechazar el mercado, sufrir por la injusticia económica que genera desigualdad política. Allí estaba la rabia traducida en discurso político. La rabia contra el machismo no se politizaba. Sólo era la vida. Había mucho que no cuestionábamos. No cuestionábamos que la mayoría de los textos que leíamos era de autores hombres. No me cuestioné la vez que organizamos un concurso de cuentos eróticos y nos llamaron de La Cuarta para una nota y el periodista pidió hablar con mis compañeros hombres, o que cuando fue el fotógrafo a la universidad a tomarnos la foto para la nota pidió que posáramos: los hombres de pie con las manos detrás de la nuca punteando a las mujeres agachadas delante de ellos. No me cuestioné que cuando recibimos cuentos y llegó la hora de leerlos, los hombres no dejaron que ninguna mujer fuera jurado. Mi rabia nacía por su capacidad infinita de acabronarse con los puestos de toma de decisión. Pero me quedaba sólo en eso, en la rabia.

En mis tiempos, la anarquía era sinónimo de revolución. Qué lindo que anarquía se escriba con tantas letras A. Me suena a rebelión feminista. Pero la anarquía de mi época era machista. Hace dos años, un compañero que era del FEL me escribió para que nos tomáramos un café y conversáramos de un proyecto audiovisual contra el acoso sexual callejero. Dijo que yo podría orientarlo como integrante del OCAC. Nos juntamos en un café. Intercambiamos algunas ideas y luego, de a poco, empezó a introducirme hacia una confesión. Dijo que le daba vergüenza, que estaba arrepentido, que no sabía cómo llegó a eso. Y yo, mierda, qué hizo este hueón. En el fondo me decía: necesito que tú, mujer feminista, escuches este testimonio de mi masculinidad y me evalúes, me redimas y me perdones en nombre de la justicia universal. OK, dije, cuéntame. Y sacó un cuadernito con un relato. Contaba que el segundo semestre de 2009 había llegado una chica de intercambio desde La Serena. Me acuerdo de ella perfectamente, le dije. A él le gustaba, ella era coqueta, pero a la hora de consumar se iba con otros. En su tira y afloja mi compañero nunca recibía lo que quería y eso le hacía hervir la sangre. Una noche estaban carreteando y ella fue al baño y él la siguió. La apretó contra un muro, la inmovilizó, le metió la lengua a la boca y le dijo: por qué con ellos y conmigo no. Ella se separó y lo escupió. Salió corriendo y llorando. Mientras mi compañero me lo contaba, también lloró.

Ese día de la confesión, mi molestia se quedó en la anécdota. No fui capaz de aplicar la consigna elemental: lo personal es político. No vi que el relato de mi compañero no es particular, le pasa a más, le pasa a otras, le pasa a otros. Cuando hablamos de violencia (y por lo tanto, de política) es una buena idea generalizar. Es demasiado probable que un hito se repita como patrón porque somos un fractal de toda la violencia macroestructural.

Tampoco me cuestioné que si son personas, eso que les pasó les va a acompañar siempre, va a estar presente en su práctica periodística, en sus decisiones familiares, en su sentir amoroso. Es obvio, nos conformamos a partir de las personas que nos rodean y las experiencias que nos brindan. Su presencia forma nuestra identidad, igual que un líquido en su recipiente. Ese minuto de violencia entre compañeros de universidad es algo que les constituye, vive en el recuerdo y en la posibilidad de esa fuerza.

Las estudiantes de esta generación fueron más hábiles, más lúcidas, más osadas y dijeron: eso que pasa entre compañeros no está bien. Le sucede a más de una, es un problema colectivo. (Y por lo tanto, político). Me pregunto cómo habrá sido el despertar. ¿Habrá sido como el del acoso sexual callejero? ¿Una molestia antigua que de pronto se comparte con otras hasta reconocer que es masivo? Recuerdo a un hombre adulto que me tocó el calzón en la micro y a viejos que me susurraron al oído “le llenaría el choro de moco” o “chúpame la pichulita”. Detrás de esa frase ridícula descansa una imposición: tengo que bancarme el deseo sexual de otro con quien ni siquiera he establecido un vínculo. Eran completos desconocidos que me tiraron el pene en la boca. Es asqueroso e invasivo, sobre todo invasivo. ¿Por qué me obligas a sentir lo que tú sientes? Para compartir un sentir debe haber confianza y consenso. Sólo ahí nace el consentimiento, que es la palabra que los violadores no conocen.

El consentimiento es sólo otra forma de llamar la igualdad. Lo que nos hace iguales es que sentimos lo mismo, que cualquier ser humano en la tierra siente las mismas emociones. Todas las personas sabemos qué es el miedo, qué es el calor, qué es el frío. No necesito describirlo para que me entiendas. Eso es lo que nos iguala, que al entender lo mismo, conectamos. La libertad es la conexión voluntaria a un sentir. Por eso libertad e igualdad son clave en el consentimiento y en la discusión que han iniciado las estudiantes hoy. Lo que está en tensión es una frontera que quizá sea protagonista en la discusión eterna sobre el deseo: cuándo dejo de ser sujeto para convertirme en objeto. Lo ideal es que sea una decisión, no una imposición. El grito feminista es nuestra reafirmación como sujetas de deseo: yo decido dónde, cómo, cuándo y con quién tirar. No porque tú, ser autoritario, sientas deseo por mí significa que yo debo saciarlo. Es un tema de obediencia y, por lo tanto, de poder.

El consentimiento no sólo aplica en la voluntad en un encuentro sexual, es la palabra ausente detrás de toda violencia. Todas las historias de académicos que humillan a sus colegas mujeres, de profes violadores o abusadores, de compañeros que subestiman a la disidencia sexual están atravesadas por una imposición. El rol de la subversión es aplicar fuerza de vuelta a la violencia recibida. Es agarrar la frontera y desplazarla. Es decir: la violencia no empieza allá, donde tú dices, sino acá, donde yo la siento.

Alguien dijo que la creatividad es lo que viene después de la crisis. Estamos en crisis porque estamos padeciendo un conflicto, la lucha entre el feminismo y el patriarcado, el gallito que tensiona la relación de poder en base al género. Y esa lucha no es nueva ni acaba acá. Toda revolución tiene un componente generacional. Este es el mensaje de las estudiantes de hoy, el mapa que dibujan y que heredarán para gente más nueva que, en su momento, también desdibujará para volver a construir.

Participo de las tomas universitarias y de las marchas estudiantiles como testigo. Ya no soy tan joven, no estoy en el aula. Pero igual existe el diálogo. Sigo a las chicas en Instagram, reviso sus petitorios, leo las noticias que las nombran, converso con mi hermana que entró a estudiar Trabajo Social este año a la UTEM. Gracias a ella fui a la toma. También me invitaron a Juan Gómez Millas. Acepté al tiro, qué placer intercambiar lo que sentimos, nuestras experiencias, porque el feminismo no es un invento mío ni de ustedes, es una fuerza interior de desobediencia, de rabia, de frustración, de solidaridad, de afecto. Una pulsión que estuvo antes en Elena Caffarena, en las sufragettes o en mi abuela. Una voz que nos empuja a crear con las manos, la cabeza y el corazón una forma de relacionarnos en la que las personas no seamos depredadoras de otras personas. Es la pelea por la igualdad y la libertad más radical.

Me llena de orgullo ver a las encapuchadas con las pechugas al aire, en una versión poderosa y elegante del haka maorí. Me dio gusto llevar comida a la toma de la Católica. Me encantó escuchar de primera fuente cómo otras encapuchadas se tomaron el ICEI de la Chile y cómo al salón José Carrasco Tapia ahora le dicen “la Pepa”. Amé saber que las chicas están todo el día encerradas conversando, dialogando, inventando formas, armando petitorios, tomando acciones. Qué lujo poder pensar una sociedad distinta no a partir de los trabajos académicos que les exigen en sus ramos, sino movilizadas por el daño cotidiano inscrito en su cuerpo. Es hacer política en la práctica: enfrentar al orden, revolverlo al poner la voluntad personal en la idea de igualdad.

Por ahí dije que éste es el “2011 feminista” y lo sostengo. Es una historia donde estudiantes, jóvenes, universitarias se paran un día y dicen: esto que me pasa a mí o a quienes quiero (tener una deuda por estudiar o que tu profe te subestime por mujer) no está bien, ¿por qué tenemos que aguantarlo? ¿Seré a la única que le molesta? Y algo sucede y la rabia se expande como diente de dragón. Cuando nos damos cuenta de que no estamos solas nos convertirnos en colectivo. Empiezan las movilizaciones, los paros, las tomas, las marchas. Eso atrae otras demandas y se activa el engranaje de los movimientos sociales. Se parece tanto una revuelta a otra, sobre todo en la sensación, en este gustito, este calorcito en el pecho, este placer que da saber que una verdad escondida por fin está siendo escuchada.

Presentación Dossier Nº10: La hora del feminismo

Para el 11 de julio de 2018 se habían cometido 19 femicidios en Chile y 65 intentos frustrados, según las cifras oficiales del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género. Desde el mundo de las organizaciones sociales la realidad se ve aún más dramática: la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres contabiliza 28 femicidios en los siete meses que van de este año. El femicidio es la forma más extrema de violencia contra las mujeres, la punta visible de un iceberg que parte con micromachismos, acoso callejero en la vía pública y termina en la violencia física y, a veces, en la muerte.

En un año en que la agenda pública ha estado marcada por las movilizaciones feministas que comenzaron durante el mes de abril en las universidades de todo Chile, la realidad muestra que la violencia contra las mujeres es un problema diario para millones de chilenas que se ven enfrentadas a violencias físicas, psicológicas y sociales en los ámbitos público y privado. Al menos 32 instituciones de educación superior y ocho colegios estuvieron movilizados durante el momento más álgido de las protestas durante el mes de mayo, cuyas reivindicaciones incluían educación no sexista en todos los niveles, destitución de académicos acusados de acoso y/o abuso, mejores procesos ante denuncias en las universidades y fin a la discriminación de género en el país.

Y Chile está de acuerdo con las estudiantes: según la encuesta Cadem de mayo, el 71% de los entrevistados se declaró a favor del movimiento feminista y un 77% afirma que Chile es un país machista. En tanto, un 63% de las mujeres encuestadas declaró haber sido discriminada o violentada alguna vez por ser mujer.

Palabra Pública quiso adentrarse en esta discusión a través de diferentes perspectivas. Abre el dossier la Intendenta de la Región Metropolitana, Karla Rubilar, quien defiende las reivindicaciones feministas y aborda la necesidad de ampliar la mirada sobre diferentes “temas valóricos”; la escritora y periodista Arelis Uribe se refiere a las profundas transformaciones que han introducido en la sociedad las feministas movilizadas en los últimos meses; Valentina Saavedra y Javiera Toro, ambas dirigentas de Izquierda Autónoma, abordan la necesidad de una educación no sexista que a la vez saque al mercado del sistema educacional; la periodista Bárbara Barrera investiga sobre la muy escasa representación de las mujeres en los espacios directivos de las orquestas chilenas e internacionales; la chilena Alondra Silva, que realiza un magíster en Islandia, da cuenta a través de su experiencia de las transformaciones que son necesarias para que un país se convierta en feminista; y la fotógrafa y psicóloga Kena Lorenzini pone en entredicho la declaración de “feministas” de ciertos partidos y movimientos políticos.

La disciplina de no olvidar

La escritura de Gladys González se apega a la restricción del lenguaje, la caída del ornamento; en su reemplazo, el verso breve, elíptico, sinestésico, que oculta un simbolismo de pesares inabarcables, donde la violencia todo lo corroe, generando derrotadxs que internalizan y duplican las pautas de exterminio, hacia el sí mismx.

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Machismo en las orquestas: las mujeres pelean por la batuta

Pese a que a lo largo de la historia el desarrollo profesional de las músicas chilenas ha estado marcado por la falta de oportunidades, referentes y visibilidad, talentosas músicas comienzan a organizarse para romper las barreras históricas del machismo y posicionarse en la dirección de las orquestas, así como en diferentes espacios laborales y académicos de este ámbito que hasta hace poco eran habitados exclusivamente por hombres.

Por Bárbara Barrera Morales / Fotografías: Felipe Poga

“Hoy día siento que necesitamos un sonido más robusto. Cámbiense de voz, como ejercicio. Lo único que tenemos que lograr es no equivocarnos”. Alejandra Urrutia eleva ambas manos y los instrumentos comienzan a sonar: violines, violas, contrabajos y cellos, todos siguiendo las instrucciones de su nueva directora. Alejandra los para en seco. “No está afinado eso. Vamos a hacerlo varias veces hasta que sintamos que estamos tocando como orquesta, escuchando todos los sonidos”, les ordena a sus jóvenes músicos y músicas que ya se encuentran a la espera de la nueva señal de entrada.

Alejandra Urrutia Borlando (42) es la primera y única directora de orquesta profesional en el país, desde que en 2015 el ex ministro de Cultura del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, Ernesto Ottone, la nombrara directora titular de la Orquesta de Cámara de Chile (OCCH), agrupación musical nacida en la década de 1950. En junio de este año, Alejandra asumió la dirección de la Orquesta de Cámara del Municipal de Santiago, consagrándose como la primera mujer en el cargo desde su fundación en 1993.

La irrupción el pasado 18 de junio de una Orquesta de Mujeres en la Casa Central de la Universidad de Chile, que acompañó la entrega del petitorio unificado de las estudiantes feministas de la institución al Rector Ennio Vivaldi, buscaba visibilizar precisamente esto: en un ámbito más en que el género no implica ninguna diferencia, las mujeres no son consideradas a pesar de que su incursión en la música es casi tan antigua como el nacimiento de la República. Esta tuvo lugar a inicios del siglo XIX con los primeros “colejios de señoritas” establecidos en la década de 1820 y un impulso significativo bajo la figura de la compositora e intérprete madrileña Isidora Zegers, perteneciente a las cúpulas aristocráticas del Chile decimonónico. Sin embargo, su desarrollo a lo largo de la historia ha sido complejo: los roles de género, la falta de oportunidades en puestos de poder y la invisibilidad de su trabajo por la historia, los medios y la academia son las principales barreras a la hora de ser música profesional en Chile.

Invisibilizadas por la historia

La importancia de Isidora Zegers en la historia nacional de la música es indiscutible: participó en la fundación del primer Conservatorio Nacional de Música, del cual surgió la Academia Superior de Música en 1852, y contribuyó al establecimiento de la ópera en Chile gracias a la difusión que realizó del arte lírico italiano, del cual era admiradora. Sin embargo, no fue la única mujer destacada en el ámbito musical durante el periodo.

Pese a que durante la primera mitad del siglo XIX la composición estuvo dominada principalmente por hombres, el académico y musicólogo Luis Merino destaca en Los inicios de la circulación pública de la creación musical escrita por mujeres en Chile que si bien la figura de Zegers ha sido imponente, no ha sido la única, pues entre 1856 y 1869 hubo 39 obras musicales publicadas por mujeres, que el autor atribuye a la educación sistemática de aquellas pertenecientes a las cúpulas aristocráticas, el desarrollo de la edición impresa y la distribución pública de la música en Chile.

El licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile y magíster en Estudios de Género, Leonardo Arce, sostiene en Compositoras en Chile: una historia recortada que parte de la invisibilidad de las compositoras durante el siglo XIX tiene relación con el abordaje realizado por historiadores, quienes presentan a las músicas y compositoras como “alumnas de”, “mujeres de” e “hijas de”, “invisibilizando la historia propia y relegándola meramente a su genealogía biológica, eludiendo de esta forma dar cuenta de autonomía creativa o productiva más allá de los lineamientos que el parentesco permite atisbar”, señala Arce.

Un estudio realizado en enero de este año por Bachtrack, sitio web dedicado a la música clásica, arrojó que de los cien compositores más tocados del mundo sólo tres son mujeres. Al respecto, la compositora y jefa de Extensión del Instituto de Música de la Universidad Católica de Valparaíso, Valeria Valle (39), asegura que dentro de la composición “siempre tildan que la mujer compone como cositas simples, más sentimental, que la mujer no es para componer, es para investigar y hacer clases”.

Valle explica que en la docencia las mujeres compositoras están sometidas a una serie de cuestionamientos que se traducen en, por ejemplo, la obligatoriedad de dar exámenes de conocimientos que sus colegas hombres no tienen que rendir. “A mis colegas no los evalúan o los clasifican para hacer la clase. A mí me ha tocado llorar, porque te da rabia, porque a mí me evalúan y ¿por qué al resto no? ¿Por qué a mí me ponen tantas condicionantes y al resto no?”, se pregunta.

La ausencia de profesoras en la enseñanza universitaria es otro de los principales problemas: en la actualidad no existe ninguna mujer que imparta cátedras de composición o de análisis orquestal de música contemporánea. “Yo hice una postulación a la Universidad Católica de Chile el año pasado aludiendo que era necesaria una presencia femenina en un ámbito en el que hay que hacer una equidad de género y no me fue bien. Yo creo que pasa porque me he ganado el eslogan de ser la ‘feminazi’ de la composición, que yo voy a derrotar a los hombres y no entienden que el tema es equilibrar la formación, que tenga una mirada tanto masculina como femenina”, explica Valeria.

Músicas contra el machismo

Los cánticos de mujeres estudiantes que marchan por la Alameda se escuchan de a poco en las oficinas de la Casa Central de la Universidad de Chile. Trabajadores y trabajadoras corren la voz por las oficinas: “¡vienen llegando las chiquillas!”, e inmediatamente se vacían. En los pasillos suenan tacones, todos en dirección al patio Andrés Bello que se viste poco a poco de morado con lienzos, banderines y pañoletas sujetadas al cuello de las estudiantes.

Es 18 de junio de 2018, apogeo del movimiento feminista en las universidades y en el patio de la Casa Central hay alrededor de 40 sillas dispuestas en forma coral con una tarima al centro. Cuerdas, vientos y percusiones se acomodan en sus respectivos puestos para iniciar el repertorio liderado por el Himno de la Universidad de Chile. La obra de Julio Barrenechea y René Amengual comienza a sonar a manos de mujeres cuando la directora de la orquesta, Ninoska Medel, da la primera señal con la batuta. Diez segundos de instrumental y el coro de mujeres irrumpe: “Egresada, maestra, estudiante / vibre entera la Universidad” cantan las estudiantes que finalmente han logrado un petitorio conjunto que desean entregar a las autoridades.

La formación de una Orquesta de Mujeres nació por iniciativa de Ninoska Medel Suazo (26), licenciada en Artes mención Teoría de la Música de la U. de Chile, en una asamblea de mujeres en el marco de la movilización feminista de los últimos meses, donde se habló de generar cambios transversales fuera y dentro de la Casa de Estudios. Además de ser la impulsora de este proyecto, Ninoska es la directora de la Orquesta Regional de Aysén creada por la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles (Foji), organización del Estado que promueve el movimiento orquestal juvenil en el país.

Tocando en la Orquesta de la Municipalidad de Pudahuel, Ninoska se interesó en la dirección de orquesta. Ensayando violín se percató de que nunca la había dirigido una mujer; si bien había tres directoras, éstas se dedicaban exclusivamente a impartir clases a niños y niñas aprendices. Ese episodio fue crucial para que decidiera comenzar a formarse por su cuenta en dirección de orquesta: “Me dijeron que era difícil y que las mujeres no tenían casi cabida en la dirección. Por eso elegí la carrera”, cuenta.

Para ella, el machismo es una de las principales barreras de las mujeres en la música. “Es extraño, es incómodo para un gran porcentaje de músicos, machistas, que venga una mujer a decir cómo se hace la música, que más encima escribió otro hombre en la mayoría de los casos”, asegura. En más de alguna ocasión le dijeron que tocaba como niña cuando, por ejemplo, no lo hacía tan fuerte. “Estás dirigiendo como mujer”, le criticaron años más tarde cuando iniciaba su carrera como directora durante un ensayo en el que lo hizo mal. “Una vez, como elogio, después de que dirigí, supongo que bien, me dijeron que ya nadie iba a poder decir que dirigía como mujer”, recuerda.

Ninoska y Valeria concuerdan en que todos los referentes que se estudian en las universidades, tanto en composición como en dirección, son hombres. Ninoska, por ejemplo, cursó dos años de literatura musical y en ninguna de las sesiones el profesor mencionó a una compositora. “Me dijo ‘pucha, lo siento, es que no hay. O sea, deben haber, pero es que no son las que marcaron la historia’. Y fue triste, porque en realidad no se esfuerzan mucho en buscar y en visibilizar”, afirma.

Nuevas referentes

El mismo estudio de Bachtrack reveló que de los cien directores más ocupados del mundo sólo cinco son mujeres, un leve aumento considerando que la misma investigación en 2013 arrojó que sólo una mujer integraba este Top 100. Sin embargo, actualmente existen talentosas directoras de orquesta alrededor del mundo que han hecho historia en diferentes agrupaciones profesionales por ser las primeras mujeres a cargo.

Entre ellas destacan la mexicana Alondra de la Parra, actualmente directora de la Orquesta Sinfónica de Queensland; la estadounidense Marin Alsop, titular de la Orquesta Sinfónica de Baltimore; la brasilera Ligia Amadio de la Orquesta Filarmónica de Montevideo; y la chilena Alejandra Urrutia, directora de la Orquesta de Cámara del Teatro Municipal.

Con un oído excepcional cultivado desde pequeña por su padre, a quien habitualmente acompañaba a sus ensayos de contrabajista, Alejandra supo a los 12 años que quería ser violinista. Producto de su talento, a los 16 se ganó una beca para estudiar violín en el Columbus College –actual Columbus State University– y ahí obtuvo su primer título. Cinco años más tarde, con tan sólo 24 años, egresó de la Universidad de Michigan con un master y un doctorado en violín en la mano.

La directora asegura no haber vivido episodios explícitos de discriminación, sin embargo, en pequeñas sutilezas ha sentido diferencias. “Yo era firme y decidida como directora y había cosas que no se hacían”, relata. También recuerda un encuentro de directoras mujeres en Sao Paulo en el que la trataron de “mijita” y no lo podía creer. “Yo no soy ‘mijita’, soy la directora de la orquesta”, pensó en ese momento.

En abril del año pasado Alejandra viajó a Amsterdam a un concierto de Ivan Fischer, director de la Budapest Festival Orchestra y de la Konzerthaus Berlín. En la presentación, la chilena conversó con Fischer y comenzaron una relación de cordialidad que más tarde se convirtió en una oportunidad laboral para Alejandra. En noviembre la directora viajó nuevamente a Europa, esta vez a trabajar como asistente del destacado músico. Este año repetirá la experiencia en ambas orquestas. “Si yo fuera un hombre, eso estaría en todos los titulares”, señala.

Mientras Alejandra consagra su carrera a nivel internacional, Ninoska busca consolidar la Orquesta de Mujeres para visibilizar y potenciar el talento femenino en la música y Valeria trabaja desde su Casa de Estudios realizando un catálogo de obras de compositoras chilenas para el estudio e investigación de estudiantes, como el existente en el Archivo Central Andrés Bello de la U. de Chile, que reúne partituras entre 1847 y 1930. Paralelamente, nuevas estudiantes, compositoras, intérpretes y directoras se desarrollan en diferentes espacios e instancias de aprendizaje para músicas con el objetivo de romper estereotipos, erradicar el machismo y luchar por la igualdad de oportunidades en sus profesiones.