Sobre golpes de Estado institucionales y la relación entre derecho y política

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En la última década se han sucedido varios golpes de Estado en América Latina. Honduras 2009, Paraguay 2012, Brasil 2016. Fueron, sin embargo, golpes de Estado que no parecían serlo, porque no se valieron de metralletas y tanques. No hubo palacios presidenciales en llamas. Han sido una peculiar invención latinoamericana: golpes de Estado institucionales. Que algo sea un oxímoron nunca ha sido, en América Latina, razón para que no ocurra.

Un golpe de Estado institucional es un golpe, porque es una manera de remover de hecho un gobierno democráticamente elegido. Pero no usa el poder militar, sino un poder institucional. Se realiza a través de acusaciones penales o juicios políticos. Entonces su calificación de “golpe de Estado” es disputada: quienes los realizan alegan que no son golpes de Estado, sino operación normal de las instituciones, mientras quienes los sufren alegan que se trata de golpes de Estado institucionales.

Los golpes institucionales son sólo el caso más evidente del uso político del derecho (lo que algunos han llamado “lawfare”, que es una forma de warfare de baja intensidad). Hay otras situaciones menos extremas pero sin embargo análogas. Así, por ejemplo, el Tribunal Supremo de Venezuela declaró en 2017 a la Asamblea Nacional de ese país “en desacato” y la suspendió en sus funciones legislativas, arrogándoselas. De ese modo el gobierno venezolano pretendió solucionar el problema que representaba una Asamblea Nacional con mayoría opositora.

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Lo que el lawfare pone en cuestión es la distinción entre política y derecho. Esta distinción muestra su importancia cuando preguntamos cómo una determinada decisión se justifica, cómo se defiende ante el público. La sentencia de un Tribunal, al menos en principio, se defiende diciendo que ella es correcta aplicación del derecho vigente, en principio independiente del posicionamiento político de quien la toma. La decisión de un partido político se defiende alegando que ella es la que va en el interés de todos interpretado desde la óptica de ese partido. Una reclama ser imparcial mientras la otra se sabe parcial. 

Se trata, después de todo, de una de las bases del Estado de derecho, el supuesto de que decidir una cuestión con arreglo a derecho es distinto que decidirla políticamente. Por cierto, esta distinción entre lo político (que se decide conforme a la fuerza, idealmente sólo de los votos) y lo jurídico (que se decide por aplicación de reglas preexistentes) no debe ser exagerada. No se trata de que en un caso haya sólo apelación desnuda a la fuerza (de los votos) y en el otro haya solo razonamientos lógicos; por cierto que en el mundo real la cosas son más mezcladas, etc. Por incierta que en muchos casos sea, es esta distinción la que hace importante el hecho de que “las instituciones funcionen”: que “funcionen” significa que deciden institucionalmente, que no son simplemente la voz del que en la circunstancia tiene más poder.

Por eso las cuestiones políticas han de decidirse en la esfera pública. Y ni el ciudadano ni el representante que vota reclama para su posición imparcialidad: el que es socialista vota socialista, el que es UDI vota UDI. Ambos están y se espera que estén (y mientras más mejor), expuestos a la opinión pública, a las “presiones” que significan las marchas, declaraciones públicas, etc. El ejercicio del poder jurisdiccional es distinto y por eso se lo encomienda a jueces independientes, que lo ejercen sin estar y sin que se busque o pretenda que estén expuestos a la opinión pública. Aquí es precisamente al revés: el juez debe ignorar la opinión pública, no debe considerar que hubo una marcha para presionarlo por una decisión en vez de otra, etc. Todo esto descansa en el supuesto de que, al menos normalmente (no necesariamente siempre ni fácilmente; sujeto a todas las calificaciones que haya que hacer en una explicación más detallada, etc.), decidir en derecho es distinto que decidir políticamente. Si este supuesto falla, si “toda decisión es política”, entonces el Estado de derecho es autoengaño; aunque seguirá habiendo funcionarios llamados “jueces”, ahora serán, como los diputados y senadores, representantes de “sensibilidades” políticas o “sectores”. Y los conflictos se decidirán no mediante la aplicación de reglas preexistentes, sino de acuerdo a la (correlación de) fuerza. Y la vida de todos será más fáctica, en el sentido de que estará más gobernada por la fuerza de quien la tenga.

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Para ver este proceso en desarrollo basta mirar las cosas como realmente son. El caso más evidente y a esta altura escasamente discutible es el del Tribunal Constitucional. La interpretación constitucional, cuando es políticamente relevante, siempre (o casi siempre) es reflejo de la posición política. Quienes están en contra del aborto creen que el aborto es (jurídicamente) inconstitucional; quienes están en contra de la negociación colectiva creen que la Constitución prohíbe la titularidad sindical; quienes se oponen a la ley de inclusión creen que la ley de inclusión es inconstitucional, y así suma y sigue. Pero la cuestión no se refiere sólo a materias constitucionales: reaparece del mismo modo cuando se trata de las condiciones de la libertad condicional de condenados por delitos de lesa humanidad, o de la condena de comuneros mapuche, etc. Y todo, por cierto, es recíproco: quienes asumen las posiciones políticas opuestas a las descritas tienen las convicciones jurídicas opuestas.

Si la correlación entre las posiciones jurídicas y políticas es tan estrecha, si la capacidad del derecho para proveer algún grado de autonomía frente al conflicto político comienza a desvanecerse de este modo, lo que cada grupo político deberá buscar no es que en los tribunales haya “buenos jueces”, sino que haya jueces que compartan sus posicionamientos políticos. O mejor dicho, cada uno entenderá que lo que caracteriza a un “buen juez” es que comparta sus posiciones políticas. Y entonces usarán la fuerza de la que dispongan para lograr estos fines, haciendo cada vez más “mítica” la idea fundamental del Estado de derecho.

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¿Por qué ocurre esto? Las razones son múltiples y variadas, pero aquí quiero comentar algunas especialmente. La primera es la creciente relevancia de la interpretación constitucional. Ella siempre ha sido la esfera donde la distinción entre posicionamiento político y convicción jurídica es más tenue, al punto de ser usualmente inexistente. Y mientras más decisiva esa interpretación se hace en más conflictos jurídicos, más dependiente se hace la decisión de esos conflictos jurídicos de la convicción política, y más se erosiona la distinción entre lo político y lo jurídico.

Junto a lo anterior, hay una cuestión de debilidad institucional, un mal endémico de América Latina, que nos deja enfrentados a dilemas que no tienen solución fácil. Un buen ejemplo es el de la persecución y condena (todavía sujeta a revisión) de Lula da Silva en Brasil. Se trata de un proceso penal que persigue la responsabilidad de políticos y empresarios que participaron en extensas prácticas de corrupción. Quienes llevan la investigación y la causa saben que la institucionalidad judicial de un país como Brasil no tiene poder suficiente para enfrentarse a los enormes poderes fácticos afectados por ella, y que si sólo utilizaran esa fuerza, la influencia de los fácticamente poderosos se dejaría sentir en algún momento, frustrando la persecución. ¿Dónde encontrar el poder suficiente para llevarla adelante con éxito? La respuesta (explícitamente asumida) fue: en la opinión pública. Esto explica decisiones que desde el punto de vista de la conducción o supervigilancia de una investigación criminal parecen totalmente heterodoxas. El juez a cargo, por ejemplo, decidió difundir a los medios la grabación de una conversación telefónica entre Lula y la entonces Presidenta Dilma Rousseff, obtenida cuando la autorización judicial para intervenir sus teléfonos había sido revocada (por él mismo). O ha autorizado la realización de interrogatorios coactivos fuera de los casos permitidos por la ley o de arrestos hechos con mucha publicidad. El sentido de esto es buscar en la opinión pública el apoyo necesario para continuar la investigación.

Cuando un juicio de este tipo busca apoyo en la opinión pública, lo que recibe no es sólo lo que busca. Esa apelación a la opinión pública es aprovechada no sólo por quienes tienen un deseo genuino de que la investigación avance correctamente, sino también por quienes tienen algo que ganar o perder en ella, quienes usaran el (poco o mucho) poder a su disposición (político, comunicacional, etc.) para influir a la opinión pública y así llevar la investigación en un sentido u otro. Cuando se trata de un expresidente como Lula, quien era de modo prácticamente unánime considerado el más posible vencedor de las elecciones de 2018 en Brasil y cuya plataforma programática era agudamente resistida por los grupos más poderosos en Brasil, la investigación y el proceso criminal pasa a ser una dimensión más en una suerte de campaña presidencial extendida. Y el poder jurisdiccional, que al buscar apoyo en la opinión pública queda vinculado a las expectativas de ésta, compromete su independencia.

Es probable que quienes llevan la investigación de Lava-Jato tengan razón en su diagnóstico sobre la debilidad del poder institucional en Brasil. Quizás era lo correcto ir a buscar apoyo en la opinión pública. Pero eso inevitablemente transforma un proceso judicial en un caso de lawfare, y con eso contribuye a la erosión de la distinción entre lo político y lo jurídico de la que depende el Estado de derecho. Por cierto, la impunidad que esa debilidad institucional implica también la compromete… por eso se trata aquí de un dilema. Ante un dilema, es importante identificarlo como tal, y ser conscientes de los peligros de cada opción del dilema. En el caso brasileño (y en otros casos análogos, aunque de menos perfil, incluso en Chile) hay más conciencia del primer problema que del segundo.

Hacia una ética de la alteridad a partir de la migración de niños y niñas

Por Matías Marchant

La migración de grupos humanos es en sí misma un proceso complejo. Sin embargo, pensar la migración de niños y niñas es un fenómeno aún más complicado dado que ella implica una serie de acciones para la adaptación a un nuevo escenario que, durante la infancia, no siempre están disponibles. Esto no quiere decir que los adultos siempre las tengan, pero en el caso de los niños y las niñas, esto está supeditado al modo en que el mundo adulto puede canalizar, contener y elaborar los procesos de asimilación de un nuevo escenario.

Dada la complejidad del problema me parece necesario centrar la atención sobre aquellos niños o niñas migrantes que entran al sistema de protección de la infancia en Chile. Normalmente, los organismos que tienen por misión evaluar si se es o no vulnerado en sus derechos deben establecer un paradigma sobre el cual debe compararse y la migración vuelve esto aún más difícil. La evaluación de vulneración de derechos puede implicar el retiro del cuidado personal de los hijos e inclusive la internación de niños y niñas en centros residenciales alejados de sus padres. Este fenómeno ya se ha producido en nuestro país y ha tenido trágicas consecuencias, conocidas por la opinión pública. Todo esto es atribuible a la falta de preparación y la inexistencia de políticas de inmigración referida a niños y niñas.

En este contexto, quisiera plantear las siguientes preguntas: ¿Si el sistema de protección de la infancia en Chile está en una crisis crónica, entonces está preparado para evaluar y, por sobre todo, brindar atención y cuidado a los niños o niñas migrantes que puedan ser vulnerados en sus derechos? ¿Si las políticas de migración aún no logran comprender el fenómeno en toda su complejidad y recién se están estableciendo nuevos reglamentos y procedimientos para su recepción y acogida, tenemos políticas y normativas particularmente dirigida a los niños y niñas que ingresan como migrantes a nuestro país? ¿Tenemos criterios mínimos sobre cómo habremos de afrontar las situaciones de vulneración de derechos en la infancia en los hijos de migrantes?

Un primer punto que podemos dejar planteado como desafío respecto de las políticas de migración es que la situación de los niños o niñas debe ser tratada de una manera diferencial respecto a los adultos. Los niños migrantes deben tener un espacio reservado respecto al resguardo de sus derechos. Una ética del cuidado debe considerar que los niños jamás deberán perder ni uno de sus derechos por motivo alguno y deberán ser sujetos de una protección especial.

¿Qué derechos deberemos proteger más que cualquier otro para un niño migrante? Nuestra legislación debe contener algunos principios que mencionaremos aquí brevemente: 1) el principio de inseparabilidad del niño con su familia de origen salvo en casos justificados y que la primera opción en el proceso de restablecimiento de los vínculos la debe tener su familia nuclear, su familia extendida y su comunidad, para ayudar a preservar los aspectos más básicos de su identidad nacional, étnica o cultural; 2) toda intervención y evaluación debe considerar los aspectos culturales que son parte de los orígenes del niño, es decir, debe evitarse todo proceso de aculturación por medio de la omisión de su lengua y rechazo prejuicioso de estilos de crianzas de su grupo de origen; 3) la evaluación de los grupos familiares de migrantes no pueden ser igual que la de los no migrantes dado que deben considerarse todos los factores que afectan la posibilidad de cuidar de sus hijos y que no dependen de una voluntad negligente, sino de las dificultades de adaptación: asimilación de una lengua, adaptación a nueva situación económica y laboral y los efectos psicológicos asociados a duelos propios de la partida de lugar de origen; 4) el sistema jurídico debe prestar una ayuda activa a los grupos familiares de origen y comunidad para que puedan ser efectivamente representados en toda instancia judicial, ofreciendo legítima defensa y comprensión de un nuevo sistema que el migrante desconoce.

En definitiva, en el fenómeno migratorio, cuando se trata de niños o niñas, implica asumir una política diferencial a la de los adultos. Las consecuencias de políticas no apropiadas pueden causar daños y heridas interminables.

La solución a la migración no puede ser abordada por medio de un cierre de las fronteras, pues esto equivale tan sólo a cerrar los ojos frente a una realidad de hecho y constituye así una voluntad negligente. Debemos tener en cuenta que establecer un sistema especial de acogida a los niños o niñas migrantes no puede sino enriquecer, gracias a la diferencia, las políticas de infancia en nuestro propio país. La migración es deseable precisamente por el hecho de que lo heterogéneo y lo diverso ayuda a tener una nueva mirada y apreciación de nosotros mismos. Dicho en otros términos, sólo la alteridad puede dar lugar a una verdadera ética de responsabilidad por el otro, algo que a todos luces es un tema pendiente para el Estado chileno y su sociedad.

La vuelta a clases

Mientras recorría los pasillos de la sala de clases en el remozado Campus Juan Gómez Millas, me sorprendió que varias jóvenes de alrededor de 18 años levantaran la mano para contar sus experiencias. En medio de los rostros expectantes de mis más de cuarenta estudiantes de primer año de Periodismo no pasaba inadvertido el hecho de que quienes ahora querían hablar eran las más tímidas del grupo y a las que más les costaba expresarse en público.

Era el primer día de clases luego de casi dos meses de paros y tomas estudiantiles en casi la totalidad de los campus no sólo de la U. de Chile, sino de diversas universidades de todo el país. Un movimiento nacional detonado primero por las denuncias de acoso sexual en contra de profesores hacia sus alumnas, que luego instalaría una agenda de demandas feministas que iban desde la necesidad de actualizar los protocolos –cuando existían– para enfrentar dichos abusos hasta impulsar nuevos contenidos y bibliografías que apuntaran hacia la construcción de una educación no sexista y más democrática.

Pero lo que motivaba el interés de estas jóvenes, muchas de ellas provenientes de regiones, no era el balance político de la movilización efectuado de manera amplia y con múltiples ejemplos que les permitían concluir que pese al costo de la paralización había valido la pena, ya que estaban conscientes de estar protagonizando un movimiento cuyo eje central apuntaba a un cambio cultural. No, lo que despertaba las ganas de hablar de las otrora introvertidas estudiantes era la pregunta por la experiencia personal, cotidiana, de ellas y también de sus compañeros enfrentados ya no como espectadores sino como protagonistas de una revuelta sin precedentes.

Algunas contaban que se sentían distintas en este retorno a la universidad. Una de ellas utilizó la metáfora de la caída de un velo que ahora le permitía ver una realidad que no había imaginado; otras decían que habían retornado a sus colegios para compartir la experiencia con estudiantes de otros cursos; una joven confesó que la relación con su madre ahora era distinta. Que ambas se hablaban desde otro lugar, más empoderado y respetuoso. Varias declararon que en estos dos meses de asambleas y discusiones habían aprendido a poner límites tanto a sus parejas como a sus padres y hermanos. Un compañero de la clase apuntó que ahora él tampoco era el mismo, que nunca se había detenido a reflexionar sobre lo que era el machismo y cómo los hombres estaban determinados a jugar roles que nunca nadie cuestionó. En pocos minutos la clase se transformó en un foro público sobre la experiencia personal de llevar a lo cotidiano aquello que ocupaba la agenda mediática de los últimos meses: la irrupción de los feminismos en las universidades chilenas y sus demandas de un cambio cultural.

Esta experiencia fue replicada por otras profesoras en cursos superiores. Una de ellas me comentó del contenido de algunas crónicas donde los futuros periodistas plasmaron su mirada sobre esta rebelión. Por ejemplo, la joven que luego de cuatro años de relación decidió romper porque su pareja no estaba de acuerdo con un nuevo trato más simétrico y democrático en el pololeo. O la rebeldía de las madres que en complicidad con sus hijas negociaban las rígidas reglas patriarcales por otras que ponían en tensión los roles tradicionales asignados de por vida.

La vuelta a clases sin duda será compleja y todos deberemos esforzarnos por cumplir con los contenidos que aseguran nuestro compromiso con una educación de calidad así como con los nuevos calendarios ya establecidos. Pero más allá de los malestares e irritación que este movimiento ha despertado en algunos sectores de académicos, lo que queda claro es que luego de este mayo del 2018, algo sustantivo cambió. Porque si revisamos los contenidos de las actas de acuerdo suscritas por autoridades y voceras de las asambleas de mujeres en las que se ponen sobre el tapete temas y normativas hasta ahora insuficientemente explicitadas, así como voluntades para avanzar en la construcción de una universidad más democrática e inclusiva, y observamos lo que nuestros propios estudiantes nos cuentan, podemos tener la convicción de que la universidad que retorna a la normalidad luego de este histórico movimiento es significativamente mejor que la que existía hace sólo dos meses.

La Universidad, por sobre todo un espacio de diálogo

A través de la ilustración animada sobre la línea de búsqueda que Google presenta cada día en su página principal, creada por la artista Alyssa Winans, la Universidad de Chile homenajeó el pasado 25 de junio a Eloísa Díaz Insunza en su natalicio. Ella, al graduarse de nuestra Escuela de Medicina pasó a ser la primera médica cirujana del país y América Latina. Así toda la comunidad hispanoparlante en el mundo supo de su hazaña: completar la educación universitaria siete décadas antes de que las mujeres chilenas consiguieran el voto.

El sistema universitario público también evolucionó desde el ingreso de Eloísa Díaz a nuestras aulas, en especial, su vínculo con el Estado que resultó fundamental para la construcción del espacio público. El rol gravitante cumplido por la Universidad de Chile en áreas tan diversas como salud, educación, cuestiones políticas como el voto femenino, desarrollo tecnológico, humanidades, sobrepasan con creces el aporte que convencionalmente los países esperan de sus universidades. La trayectoria profesional de la doctora Eloísa Díaz grafica ese rol a través de su participación en hitos como la creación del Servicio Médico Escolar de Chile y el establecimiento de políticas
como el desayuno escolar obligatorio.

Los cambios conceptuales y estructurales al sistema universitario impuestos en 1981 proponían reemplazar el sentido mismo de la educación superior y su enlace con el país. La voluntad de realización personal mediante el servicio público se reemplazaría por el interés pecuniario individualista; la colaboración y complementariedad entre instituciones se reemplazaría por la rivalidad y la competencia. Este nuevo sistema no sólo ha resultado contrario a nuestros valores, sino que ha fracasado en su realización práctica.

Gracias a la fuerza y tenacidad con que muchos confrontamos este sistema, desde el 5 de junio recién pasado se encuentra en vigencia la nueva Ley de Universidades Estatales. El trabajo y la unidad de las comunidades universitarias estatales permitió generar un conjunto de propuestas que lograron dialogar, convencer y vencer. El ejemplo de debate y propuesta que en unidad dieron las universidades estatales para revertir una situación injusta y nociva debe perdurar. La desconfianza y la descalificación no deben ser las actitudes predominantes en el debate político institucional, pues eso conlleva una muy peligrosa desafección por este. Las universidades estatales deberán seguir constituyendo espacios por excelencia donde se encuentra, dialoga y cohesiona la sociedad.

La causa feminista no sólo traerá justicia y atenuará la desigualdad de género hoy imperante, sino que hará que nuestra sociedad sea más plena, civilizada y democrática para todos sus ciudadanos. Debemos, sin embargo, reflexionar por qué los estudiantes de nuestras universidades, un grupo escogido de nuestra juventud, consideraron que una causa tan justa y que generaba tanto apoyo necesitaba de tomas y paros para ser aceptada.

La incorporación de la juventud a conversaciones que integren a todo el país es una necesidad impostergable. Una parte del problema es ofrecer tribunas válidas para el intercambio honesto de ideas en un clima de respeto, tolerancia y rigurosidad. Esperamos que nuestra Palabra Pública, que a partir de este número amplía su dominio de circulación, contribuya a satisfacer este anhelo.

Byung-Chul Han: dos momentos de una filosofía callejera

Un filósofo que se ha convertido en fenómeno editorial en varios idiomas ¿no parece una afirmación contradictoria en sus propios términos? Sobre todo teniendo a la vista el saber especializado en el que se ha convertido la filosofía, la mayoría de las veces tan lejos de las preocupaciones, el lenguaje y sentir públicos. Se trata de Byung-Chul Han, filósofo coreano-alemán que ha encontrado un lugar notable en la opinión pública mundial, traspasando los medios académicos y haciéndose escuchar y comentar en ámbitos más mundanos.

Por Pedro Mellado y María José López | Fotografías: Felipe Poga y Alejandra Fuenzalida

Hay elementos completamente específicos que marcan la vocación pública de este pensador y que han facilitado su llegada al ciudadano más o menos común. Una escritura directa, sencilla, bastante poco académica, que evita los lenguajes técnicos y con ello incorpora a un universo mucho mayor de lectores, que sin saber mucho cómo, terminan reflexionando sobre lo que dijo Hegel o Heidegger sin que nada de lo que dice Han se parezca ni de lejos a la elaboración y tecnicidad que estos autores alcanzan en sus propios desarrollos teóricos y que hace de sus libros probablemente los más difíciles de comprender, sobre todo para los que no somos alemanes.

Esta sencillez, que para algunos raya en la excesiva simplificación, se combina con un formato de textos de corta extensión y en un tono ensayístico, que nos permite seguir el movimiento mismo del pensar, suelto, a ratos dubitativo, no muy concluyente, con una buena carga de metáforas que resuenan como síntesis de sus propias reflexiones. No hay que olvidar que Han, además de filosofía, estudió literatura y especialmente poesía alemana, que junto a su redescubrimiento de haiku y de formas poéticas usadas por el pensamiento budista que él rescata, ayudan a pulir su prosa económica, declamativa, con un temple de ánimo en el que busca resonar, como en algún Heidegger, una simplicidad poética.

Al mismo tiempo, está la constante referencia a la experiencia cotidiana contemporánea. El cine, la televisión, internet, la publicidad, la vida en grandes ciudades, las nuevas formas de trabajo, son ejemplos del vivir en nuestro tiempo y en nuestro mundo que aparecen como completamente reconocibles para cualquiera de nosotros aunque no seamos filósofos, no seamos coreanos, ni profesores en una universidad alemana. Pero estas referencias serían completamente estériles si no tocaran problemas reales de nuestras sociedades contemporáneas. En este sentido, no es sólo el estilo de Han el que conecta con la calle y la experiencia. Son los temas de sus libros, los problemas que aborda, los que, siguiendo a Giannini, pueden calificarse de completamente callejeros y contemporáneos.

Cotidianidad y budismo zen

En los textos de su última época, que se centran en el análisis de la sociedad contemporánea y que son los más conocidos, Byung-Chul Han se aboca a la cruda crítica a la sociedad neoliberal y al sujeto que la sustenta.

Caracteriza nuestra sociedad como una sociedad de la transparencia. La transparencia es el resultado del abandono de toda negatividad, de toda diferencia, de toda oposición. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual en el que, siguiendo a Lévinas, cualquier cosa equivale a cualquier cosa. Producto de esta transparencia, la espontaneidad que podría caberle a los actos humanos se difumina en operaciones calculables, dirigibles y homogéneas, como información circulante en el flujo inextinguible del capital. En esta uniformización de las singularidades se hace visible para Han el rasgo totalitario de nuestra sociedad (La sociedad de la transparencia).

De esta manera, para el autor la autoexplotación termina enfermando a estos sujetos del rendimiento. Instala de hecho una nueva época: la de las enfermedades neuronales que se hacen masivas y paradigmáticas. La depresión, trastorno de personalidad límite, déficit atencional con hiperactividad, los síndromes de desgaste ocupacional, etc. Es decir, más allá de la sociedad disciplinaria de Foucault, en la sociedad del rendimiento el exceso de positividad, la hiperatención, la histeria del trabajo, la hiperactividad, reflejan una forma superior y sofisticada de dominación y explotación: cada cual lleva consigo su propio campo de trabajos forzados, cada cual se explota a sí mismo, haciendo posible la explotación sin dominio.

Así, la tonalidad afectiva del neoliberalismo es la depresión, esta vez mediante el imperativo de la iniciativa personal. Bajo el sino del rendimiento, el sujeto sufre -de modo silente- su fracaso. Esto es lo que crea una sociedad del cansancio, un cansancio que nos aísla y separa, instalando violencias que destruyen a la comunidad, la sociedad del cansancio es también la sociedad del dopaje.

Esta anatomía de la actual y mundial sociedad del cansancio y de su sujeto autoexplotado tiene como soporte filosófico un punto de vista que si bien puede vincularse a visiones críticas contemporáneas del sujeto y la sociedad, como la que nace con Heidegger, o de otras versiones de fenomenología hermenéutica como las de Levinás o incluso Arendt, también está profundamente ligada en el pensamiento de Byung-Chul Han al conocimiento y comprensión de la tradición del budismo zen.

En su temprana obra y quizás la más interesante filosóficamente, Filosofía del budismo zen – publicada en alemán el 2002-, Han confronta derechamente las bases metafísicas y prácticas del mundo occidental, apuntando hacia la gramática ontológica desde la que comprendemos al sujeto y la sociedad en occidente. Esto lo logra confrontando a autores clásicos, incluso contemporáneos y especialmente Heidegger, que siempre está presente, al budismo zen. Aparece aquí un contraste notable y muy nítido entre oriente y occidente en las ideas de Dios, de sujeto y del habitar de ese sujeto en el mundo.

Para el budismo zen, no se trata de matar a Dios, ni siquiera de los filósofos que persisten más allá de las declaraciones de Nietzsche. Sino de una religión sin Dios: no cree en un Dios sujeto o sustancia, sino en ese vacío metafísico que encarna Buda, que no es carencia ni falta, sino todo lo contrario, un modo pacífico de ser de todo lo que es, que no excluye ni violenta nada.

Hay también una experiencia humana en el budismo zen, que como en la filosofía occidental contemporánea, aunque de manera más radical, busca des-interiorizarse y desprenderse de sí mismo, perdiendo su narcisismo, activismo, centralismo. Se trata de un “nadie” más que de un “alguien” que ya no tiene, no persiste, ni tampoco quiere. La meditación zen, a diferencia de la meditación para Descartes, no redescubre y resignifica el yo, sino que se desprende de él.

Desde el recate de Han, el budismo zen afirma la confianza originaria en el aquí y en el mundo, un espíritu cotidiano que constituye un giro práctico hacia la inmanencia, la aparición de la risa. El tiempo sin preocupación, sin cuidado (versus Heidegger). El espíritu cotidiano, que parece guiar la experiencia, encuentra en este vacío el medio de la amistad. Desde un corazón que ayuna, no hay apetito, ni persistencia, ni voluntad, sólo un mundo sin sujeto, que tampoco habita, un peregrino que nunca regresa, que transita y se confunde con todo lo que es. El lenguaje de este peregrino que nunca es huésped y nunca anfitrión es la amabilidad. Una amabilidad arcaica, elemental, inútil, que no persigue nada. No se busca el enfrentamiento ni la lucha que nos lleven a la individualización o la acción, no se trata de ser un yo ante un tú, ni de avanzar, ni de conquistar. En cambio, el peregrino y su corazón que ayuna más bien observa, se ríe y sigue su camino desde una apertura a la experiencia que tiene mucho, vale la pena recordarlo, de callejera.

El feminismo no es conservador

Por Kena Lorenzini | Fotografías: Felipe Poga

Hemos denominado, con justicia, al movimiento que involucra las tomas y paros feministas como una nueva ola feminista en Chile, la tercera. Ola que ha removido las estructuras conversacionales, alejando al feminismo y sus demandas del concepto de “tema” y lo ha instalado como un problema político, como agenda política y pública, a la vez que como charla obligada en los hogares y grupos de amigos, compañerxs de trabajo y otros.

Hoy (abril, mayo, junio, julio 2018) la ola feminista es “la” agenda que no se detiene frente a otras como la del barranco por el que caen obispos junto a la iglesia católica, la corrupción de Carabineros de Chile, de las Fuerzas Armadas, la corrupción de políticos, la no tolerancia a que rostros televisivos apoyen prácticas como la tortura o la impunidad para empresarios y políticos frente al cohecho. Es más, no sólo no se detiene el feminismo sino que multiplica la visibilización de todo este malestar que ha tenido a Chile amordazado, con engaños, para no afectar nuestra endeble democracia.

Un 17 de abril de 2018 las estudiantes de la Universidad Austral de Valdivia se tomaron una de sus sedes para decir basta a la desinformación, para decir basta al rector que no daba señales sobre la acusación del acoso realizado por el académico Alejandro Yáñez contra una funcionaria. A modo de resumen, el rector optó por el traslado de Yáñez a un centro de investigación de la misma universidad, donde el 70% de quienes allí trabajan son mujeres. Cómo no traer a la memoria lo que hace la iglesia católica con los sacerdotes abusadores.

Como respuesta a esta decisión, a estas estudiantes se suman otras sedes, se hace un petitorio sobre, entre otras cosas, protocolos para encarar acusaciones de abuso sexual, el cual finalmente el rector acepta, pero Yáñez no es expulsado. Pronto vendrían elecciones de rector y Alejandro Yáñez era uno de sus aliados. Hoy se está trabajando en el petitorio de la Universidad Austral y exigiéndole al rector que escuche a las mujeres de las sedes de Puerto Montt y Aysén, cosa que éste no quiere hacer. Todo por resolverse.

El 27 de abril se inicia una toma en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile por similares razones a las de la Universidad Austral: la no respuesta clara a la demanda contra el académico y abogado Carlos Carmona, ex presidente del Tribunal Constitucional de Chile, por acoso sexual hacia una alumna. Las estudiantes deciden nombrar la acción, por primera vez en la historia, como toma feminista. De ahí en más, otras facultades entran a paro, se suman otras universidades tanto públicas como privadas, se hacen tomas y se unen colegios y liceos denominados emblemáticos, especialmente los de mujeres, como el Liceo 1 y el Liceo 7, entre otros.

El golpe más mediático de las tomas fue el de la Casa Central de la Universidad Católica, por creerse que ahí está la cuna del conservadurismo y la elite, algo retrógrado, ya que por una parte hay estudiantes con gratuidad y por otra, hoy existen varias universidades privadas donde sólo va la elite.

Igualmente interesante es que la Universidad Católica había sido tomada sólo una vez, en el año 1967, y luego, durante la dictadura de Pinochet, en 1986, estuvo tomada sólo por algunas horas. El 25 de mayo de 2018 comenzaría ahí una toma feminista. A partir de ella nace un petitorio que entrelaza el acoso y abuso sexual con demandas acerca del trato laboral de funcionarixs externalizadxs, alumnado trans y otras variables.

Se realizan tomas, paros y marchas a lo largo de Chile, que ponen al centro de la demanda la “educación no sexista” con todas las transformaciones que ello implica. Los petitorios, la mayoría de ellos ya recibidos por diferentes rectores, recogen las demandas de estudiantes, académicas y funcionarias.

Sí, se han sumado académicas, funcionarias y estudiantes varones a esta ola feminista, estos últimos poniéndose a disposición de sus compañeras, no anulando el protagonismo de ellas. En esta oportunidad se han transformado en colaboradores y los más audaces, en auto observadores, realizando jornadas de reflexión para cuestionar sus prácticas machistas y entender las demandas feministas.

La ola feminista es bien recibida por gran parte de la sociedad “no ilustrada” e incluso por la ministra de la Mujer y Equidad de Género de un gobierno que convive en su seno con la elite más conservadora del país. Sin embargo, las autoridades no logran hacerse cargo de ella, ya que al poco tiempo de iniciarse este proceso, el Presidente Sebastián Piñera anuncia una “Agenda Mujer” en la que toma básicamente tres temas: sala cuna universal en las empresas para mujeres y hombres (sólo los que están a cargo de sus hijxs), transformación de la sociedad conyugal que tiene al hombre como administrador de los bienes al interior del matrimonio, y un cambio en las Isapres, sistema privado de salud al cual sólo pertenece el 20% de la población. Esto no considera en absoluto la principal petición de las estudiantes: educación no sexista. El Presidente hace caso omiso y sigue a medias tintas con las tres demandas que desde hace años son reclamadas por el movimiento feminista y de mujeres. Esta “Agenda Mujer” intenta hablarles a jóvenes que cada día contraen menos matrimonio, que están atrasando o no queriendo tener hijxs y para quienes las Isapres hoy no son una preocupación, sobre todo porque quieren igualdad y no discriminación para todxs.

Entonces, las tomas continúan y los paros se hacen más numerosos. No hay comprensión acerca de lo que está ocurriendo, no se ha entendido el eslogan “nos han quitado todo, hasta el miedo”. Estas jóvenes no entraron en el silencio de una derrota, están activas, uniéndose a otras mujeres jóvenes de otros espacios como las que pertenecen a barras de connotados equipos de futbol, a otras no tan jóvenes como las académicas, a sus compañeros que se han quedado con las demandas del feminismo de exigir que los protocolos avancen, protocolos que no son para una elite, sino para todxs, como lo demostró el petitorio de la Universidad Católica que llegó a acuerdo en tres puntos claves que no tienen relación directa con las estudiantes: contrato para funcionarixs, utilización del nombre social de les estudiantes trans y alejamiento de un académico declarado culpable de violencia conyugal hacia una funcionaria de la universidad.

En todos los petitorios se exigen protocolos claros y expeditos para enfrentar el abuso de poder y el acoso sexual. Increíblemente, en Chile no existe una ley que penalice el acoso sexual, aunque hay un proyecto de acoso callejero que lleva cinco años durmiendo en el Parlamento. Siempre que se trata de proyectos de ley que previenen delitos hacia las mujeres, lxs parlamentarixs aplazan el trabajo. Como mujeres, somos imperecederamente sospechosas de darle un mal uso a las leyes para perjudicar a otrxs. Un ejemplo reciente de ello ha sido parte del debate acerca de la causal de violación en la ley de despenalización del aborto en tres causales.

Otra de las cosas que ha quedado palpitando y que ha develado la ola feminista es la resistencia de hombres y también de algunas mujeres al movimiento y a algunas de sus demandas. Se trata de conservadores que no entienden las performances donde las estudiantes se expresan a través de sus cuerpos, la desnudez de sus cuerpos, la sangre menstrual. No lo van a comprender. ¿Por qué? Porque no, sencillamente, porque no hay capacidad para ello. Están quienes, autodenominándose intelectuales, han ninguneado al movimiento alegando que las estudiantes no representan a todas las mujeres porque son una elite, desconociendo con estos decires la historia de los movimientos de transformación social.

Como esbocé anteriormente, parte de los acuerdos que consiguió la toma de la Casa Central de la Universidad Católica fue la consideración de trabajadores haitianxs que la universidad tenía externalizadxs y a quienes se les engañaba por no saber hablar chileno. Es decir, estas mujeres fueron conscientes de su posibilidad de expresar sus demandas, pero también las de otras. Centrada esta resistencia también en la propuesta para una nueva malla curricular, muchxs académicxs lo encuentran risible “porque tendré que sacar a Platón”. Parece mal intencionado, la verdad, porque ellas no han pedido eso sino que aspiran a que también se impartan conocimientos de pensadoras, creadoras, científicas, humanistas y más mujeres.

Otra resistencia, ¡oh!, quieren cambiar la lengua de Cervantes, pecado mortal, como si alguien aún escribiera o hablara como Cervantes o Sor Juana Inés de la Cruz. Una profesora argumentaba que los cambios en la lengua antes no habían sido ideológicos. ¿Cuál es el problema con que una lengua dinámica cambie a través de la ideología, en especial si busca incluir a todas las personas cambiando ese único y universal “todos” por “todes”? Ese “todos” que nos nombra a todas desde el hombre.

En un desalentador estado de ánimo, algunos hombres jóvenes (y varios mayores, tal vez demasiados) se oponen a dejar de piropear y se sienten desorientados porque “ahora no se les va a poder decir nada”. “Depende”, les han contestado ellas. Sin embargo, se aferran a la idea de que se ha ido demasiado lejos. Reconocemos que todos los movimientos que pretenden realizar transformaciones tienen un efecto pendular y es por ello que a veces van demasiado rápido, y que quienes quieran comprenderlo deberán ir en paralelo intentando conocerlo, aun a pesar del caos que éste pueda llevar.

Llama la atención la resistencia de los adultos varones, que desde el principio nos llenaron de columnas de opinión cuyos contenidos fueron morigerando, pero siempre tratando de explicar el movimiento, pasando por alto la voz de las protagonistas. Intérpretes de la ola feminista.

Una resistencia que corresponde a los dos mil años de patriarcado y que afecta también a mujeres que no saben qué hacer de sus vidas si no son validadas por uno o varios hombres. Así hemos sido educadas desde nuestra sexualidad hasta nuestro campo laboral, a ser valoradas y despertadas por el beso del príncipe encantado. Por eso ellas también se resisten, tienen miedo.

Por otra parte, si sólo un 42% de las mujeres en Chile trabajan fuera del hogar, hay quizás un 52% que vive bajo las condiciones impuestas por el patriarcado en el mundo privado, el mundo del trabajo doméstico, y si no fuera porque se ven expuestas a la violencia machista sobre ellas o sus amigas, probablemente se quedarían huérfanas en un mundo nuevo donde tuvieran la posibilidad de decidir qué hacer con sus vidas si no logramos antes traspasar hacia ellas la significancia de una sociedad feminista.

Sí, vamos hacia una sociedad feminista porque parece ser la única promesa que nos está dando esperanza; bajo el paraguas del feminismo caben todas las luchas sociales. Las feministas hemos estado en todas ellas y en las que vendrán porque el feminismo es dinámico como lo son los derechos humanos, como lo son las personas. Es por eso que hoy todos los partidos políticos se están declarando feministas. Algunos lo vieron venir y propusieron el primer gobierno feminista sin que sus integrantes supieran de qué se trataba un gobierno feminista, qué implicaba un gobierno feminista.

Pero, ¡oh!, también se declara feminista el partido de ultraderecha y ahí contemplamos la capacidad de cooptación de las elites para así desdibujar este movimiento que surge con fuerza. Un partido ultraconservador no puede ser feminista. El feminismo tiene muchas manifestaciones, pero por sobre todo tiene un respeto irrestricto por el derecho de las mujeres a decidir sobre sus vidas, sobre todos y cada uno de los aspectos de sus vidas, y bien sabemos que el conservadurismo se propone como pivote de su quehacer encerrarnos en cuadrados donde nadie se salga de las (sus) normas, de lo que el conservadurismo estima como normal.

Curiosamente, ese conservadurismo que se quiere autodenominar feminista considera normal la aporofobia, la xenofobia, la misoginia, la codicia por obtención de riqueza, la desigualdad, la depredación medioambiental, la privatización de playas, lagos, bosques, el no respeto a la tierra de los pueblos originarios. No, no, el feminismo no es conservador. El feminismo aboga por la justicia social en todo ámbito.

El feminismo no es conservador.

Aura Cumes, escritora: “Un patriarcado colonial somete no sólo a las mujeres”

Reconocida como una de las voces más relevantes del movimiento indígena y de mujeres en Latinoamérica, Aura Cumes analiza las movilizaciones actuales y defiende la necesidad de que sean los pueblos quienes generen sus propias formas de pensamiento y de lucha, y de que sean las comunidades quienes reconfiguren los actuales Estados: “cualquier lucha necesita tener elaboraciones o posiciones políticas que busquen pensar una forma de vida diferente”.

Por Ana Rodríguez | Fotografías: gentileza Aura Cumes y Cristian Vergara

Nacida y criada en Chimaltenango, Guatemala, Aura Cumes (1973) añoró siempre la localidad de donde eran originarios sus padres, Comalapa. En su ensayo autobiográfico “Algunas líneas de mi vida”, Cumes rememora sus visitas a ese municipio como un lugar donde se hablaba idioma kaqchikel en todos los espacios y al que sus padres se referían como chi q’achoch (nuestra casa). Desde pequeña atrapada por las lecturas, Cumes estudió primero secretariado –y fue una de las dos únicas de su generación que se “rebelaron” y se graduaron luciendo corte y güipil, su vestimenta maya-, luego trabajó en ONGs y fue cuando estudiaba Trabajo Social que se encontró con las lecturas sobre teoría feminista. Entonces comenzó a participar de instancias de mujeres, pero fueron el racismo y la ignorancia imperantes los que la hicieron alejarse de esos espacios, quedarse con la teoría y avanzar en epistemologías desde lo indígena. Por eso, aunque es conocida y presentada como “activista feminista”, Aura Cumes no se define a sí misma de esa manera.

– No me defino feminista porque yo lucho desde las epistemologías indígenas, desde un sentido de la vida que tiene que ver con alcances más plurales. Mi posición frente a la vida es luchar contra todas las formas de dominación, pero desde una condición de libertad y de que yo soy sujeta política con capacidad de inventar formas políticas de lucha también. Cuando las mujeres indígenas nos nombramos feministas casi que se piensa que porque somos feministas es que hemos creado consciencia de lucha. Como si el feminismo nos hubiese dado a nosotras la única y posible existencia política, y eso no es así, yo no me quiero subordinar en ningún momento bajo la epistemología feminista como única forma de existencia- asegura.

En Chile, la “tercera ola feminista” ha tenido su germen en las universidades, donde las mujeres reclaman el fin a formas de exclusión, al acoso dentro de las instituciones y demandan la instalación de una educación no sexista. ¿Qué le parece esta demanda?

– Una de las formas en que se ha expandido el pensamiento y las luchas feministas tiene que ver con la conciencia de muchas mujeres sobre la necesidad de constituirse como sujetas políticas. Y esto ha llegado a lugares en donde era un tanto difícil la lucha, como entre las alumnas en las universidades, incluso en lugares como el cine y otras instituciones que normalmente no se involucran mucho en las reivindicaciones feministas. Es sumamente interesante que el malestar de las mujeres por la violencia en su contra se haga ver en todos los sentidos y en todos lados. Pero lo que también llama la atención es que muchas de estas denuncias donde se ha roto el silencio no pretenden ser radicales, en el sentido de que tienen una demanda concreta, como el movimiento #MeToo, que tiene una denuncia concreta pero no se conecta con las luchas más profundas y de más largo alcance que tendría un feminismo más radical, esto es, su cuestionamiento al patriarcado como sistema de dominio, y la imaginación y construcción de sociedades distintas; yo creo que el feminismo es radical y eso merece mi respeto porque la violencia del dominio patriarcal lo demanda. Por ejemplo, estamos viendo la expansión terrible de la trata de mujeres en todos lados. La trata de mujeres indígenas y negras en este momento es terrible. Si estos movimientos que luchan por la inclusión en un mundo patriarcal y despojante no se dan cuenta de que no solamente existe la lucha por la inclusión sino también la lucha por la vida, tienen una gran limitante. Porque ellas podrán estar pidiendo inclusión en un espacio privilegiado, pero otras mujeres están siendo despojadas de su misma vida. De ahí la necesidad de que el feminismo o las mujeres en sus luchas no necesariamente feministas estén recordando todo el tiempo la manera en que la dominación contra las mujeres camina en muchos lados y de muchas maneras.

¿De qué manera se puede evitar esta simplificación de las luchas feministas? ¿Cómo podría ser un feminismo que no dejara de lado los aspectos que normalmente son invisibilizados, que incluya otras luchas?

– A mí me parece que la pregunta es al revés, la pregunta misma refleja la posición de dominio que se pretende con el feminismo. Un ismo no va a ser incluyente de nada. Las aspiraciones del feminismo deben nacer de múltiples lugares. Y cuando un feminismo o cualquier movimiento nace de múltiples lugares, va teniendo las características de los distintos o distintas actoras implicadas. Si una lucha pretende incluir es desde ya elitista. Ese es uno de los graves problemas que tenemos con el feminismo blanco o el feminismo colonial, que considera que sus aspiraciones son las de las mujeres de todo el planeta o que recoge la problemática de todas las mujeres del planeta, y en eso piensan incluir a las demás. Una lucha así va a ser necesariamente reducida e impositiva. Lo importante es darnos cuenta de que no somos ninguna lucha que debe incluir sino una que todo el tiempo se conforme con las voces de las múltiples sujetas. Es un quehacer político de todas y para todas. Yo no concibo un feminismo que busque incluir. No, yo a ese no me quiero incluir.

¿Usted cree que el feminismo en Latinoamérica se ha podido o no hacer cargo de esas interseccionalidades, o más bien es un feminismo que ha estado siempre mirando hacia el norte, hacia Occidente?

– A mí me parece que sí, efectivamente el feminismo en Latinoamérica es el feminismo de la igualdad de cara a la desigualdad que existe entre hombres y mujeres. Es un feminismo que cobra mucho sentido para muchas mujeres en Latinoamérica, principalmente para aquellas que no son indígenas y tampoco son negras, ni tampoco empobrecidas. Porque su condición se parece mucho a la de las mujeres europeas y sus luchas también. Ellas no están luchando por una condición de subordinación racial o étnica que las despoja junto a sus pueblos, están luchando por una condición de inclusión, de igualdad. Y estas feministas latinoamericanas que han tenido mucha relación con las europeas y las norteamericanas han pensado, igual que ellas, que sus emancipaciones son para todas las mujeres. En principio de lo que no se dan cuenta, o no se quieren dar cuenta, es que no todas las mujeres tenemos las mismas luchas. Y cuando se dan cuenta, algunas sí toman consciencia de la problemática y buscan replantear una nueva forma de hacer feminismo. Pero otras no. Porque consideran que su posición de vanguardia es la que debe regir a todas las mujeres y en esa medida es un feminismo colonial. Entonces mucho del feminismo de vanguardia en Latinoamérica es un feminismo colonial.

Patriarcado colonial

Para entender el concepto de patriarcado colonial, dice Aura Cumes, hay que remitirse a su recorrido histórico. Con la colonización de América, asegura, arriba a estas latitudes la forma de patriarcado establecida en Europa, producto de 300 siglos de persecución a las mujeres, con la caza de brujas, la Inquisición, la persecución de los acusados de herejes; al mismo tiempo que se da la expulsión de moros y judíos, los campesinos son expulsados de sus tierras y los negros son esclavizados. Lo que se forma ahí es un patriarcado que se va a concentrar en la categoría de hombre blanco = ser humano, dice Cumes, y que llega a Latinoamérica para regir las relaciones sociales posterior a la época colonial, porque es el estilo de organización política que se impone.

– Un patriarcado colonial es aquel que se establece en el sometimiento no solamente de las mujeres sino de la población indígena y negra, pero además reconfigura las relaciones sociales. No es lo mismo en la configuración de las sociedades colonizadas ser mujer blanca que ser mujer indígena; ser hombre blanco que ser hombre indígena. Ese patriarcado colonial que piensa la naturaleza como mujer sometida y despojable es el que va a configurar las sociedades hasta ahora. Ese lugar que las mujeres blancas habían adquirido en Europa con la Inquisición, ese lugar de subordinación por ser mujer va a transformarse en tierras indias, porque aquí va a tener un lugar de superioridad racial en tanto blanca. Es decir, que la humanidad perdida durante la Inquisición se va a recuperar cuando encuentre otros más “inferiores”. Y de cuyo sometimiento, ella resulte privilegiada.

Estas especificidades son también las que van configurando estas nuevas formas de articular el feminismo desde Latinoamérica, ¿Cómo surge esta respuesta?

– Yo creo que el feminismo en Latinoamérica no logra entender eso. Me parece que hay que salir un poco del feminismo colonial para poder entender ese tipo de configuraciones. Lo que pasa es que cuando estamos dirigidas por una sola lucha, en muchos casos nuestro mirar no es muy amplio. La posición político ideológica desde múltiples lugares es lo que nos permite una visión más plural de la realidad. Lo digo porque me parece muy curioso que las feministas hablen muy poco de otras formas de dominio como el colonial, o sobre lo que ha implicado la esclavitud para las sociedades que hemos heredado, o el racismo actual entre mujeres. Lo mismo digo de los movimientos indígenas o de los movimientos negros: cuando sólo se habla desde un solo lugar es muy difícil ver la pluralidad y las formas de dominación. Sí, pareciera que en Latinoamérica nuevamente se está dejando de lado el tema indígena, el tema racial. Se empieza a priorizar el feminismo sin esos matices que tiene esta región y quedan nuevamente postergados estos temas en la agenda. -Yo no sé si esos temas debieran ser parte de su agenda. En realidad creo que si un movimiento político se articula de verdad viendo la realidad compleja que nos ha dado forma, “naturalmente” así será el contenido de nuestras luchas. Pero si no, yo sospecho que esas luchas tienen detrás el privilegio de la comodidad, de disfrutar de lo que esta forma de vida colonial nos ha dejado. Por otro lado, yo no parto de la idea de que el feminismo deba luchar solamente con el Estado y contra el Estado. Me parece que cualquier lucha necesita tener elaboraciones o posiciones políticas que busquen pensar una forma de vida diferente. La vida no solamente se establece pidiéndole cosas al Estado, aunque podríamos decir que el Estado somos nosotras, pero es una institución que en el caso de Latinoamérica no es para los indígenas. Las luchas que solamente se articulan frente al Estado son muy limitadas. Porque estas agendas no permiten crear ese marco político más revolucionario que nos permitiría hacer o buscar otras formas de hacer política, de relacionarnos, de pensar la vida entre todas y todos.

Pareciera que la única forma que tenemos concebido articularnos es en oposición al Estado y no tomando conciencia de comunidad

– Hay muchas comunidades que han articulado desde siempre formas de vida, de gobierno, de justicia y que no han necesitado para vivir del Estado. El Estado llega hasta ellas, por ejemplo en Guatemala, en formas de violencia. Pero estas comunidades han vivido siempre con sus propias formas, cultivan su propia comida, hacen y tejen su propia ropa. ¿Qué están esperando estas comunidades del Estado? Nada, ¿qué se le puede pedir a un Estado colonial? ¿Cómo vamos a crear y mantener formas organizativas para regir nuestras propias vidas?. Esa es una pregunta que me parece que debiéramos hacernos las comunidades, los movimientos. Porque el Estado, ¿en algún momento representó nuestros intereses?. Me parece que nunca lo ha hecho. Entonces es mucho más importante pensar de qué manera vamos a defender la vida. Me parece que hasta que no haya una reconfiguración organizativa, política, de las sociedades que somos, para crear una nueva cosa, se llame Estado o como sea, yo a este Estado, así como está, definitivamente no le apuesto.

¿En qué momento de ese darnos cuenta de que debemos reconfigurarnos estamos, según usted, en Latinoamérica?

– No lo sé, no podría medir eso. Lo que sé es que los pueblos siguen luchando. Y en este momento existe un gran saqueo. Contra sus vidas, sus territorios, sus bienes. Quienes nos “gobiernan” siguen con el cinismo de siempre. Me parece que las comunidades rurales, indígenas, están todo el tiempo moviéndose. Yo no sé cuándo en la historia colonial de los pueblos indígenas no han estado luchando. Hay un sector que poco lucha cuando se trata de la expropiación de los pueblos indígenas, y son los sectores urbanos y la clase media. Se mueven para otras cosas, sí, pero no para la lucha de los pueblos indígenas. Debido a la formación colonial de nuestras sociedades, estas clases que se benefician del trabajo de las poblaciones indígenas, negras y campesinas no están siendo tocadas en esos intereses. El día en que ya no tengan comida, que no les lleguen los tomates, la carne, el pan, a sus mesas, ahí se darán cuenta de que el trabajo de los que están siendo expropiados todos los días tiene sentido. Entonces la lucha de estos colectivos o de la gente que vive en el área urbana, es otra. Buscan inclusión o la construcción de la democracia que no ha funcionado hasta el momento, pero no están luchando por lo que hace la vida y que ha estado cargado en manos de indígenas, mujeres y gente del campo. No se están dando cuenta de que las bases de su propia existencia están siendo aniquiladas, que está siendo aniquilado todo lo que posibilita la vida.

Alfredo Castro: “Lo maravilloso de la transfiguración de un actor es perder una sexualidad definida”

En 2006 en Suecia, durante la emisión del programa radial Los arrepentidos, que relataba historias de personas que se retractaban de algo en sus vidas, el artista y locutor Marcus Lindeen recibió el llamado de dos transexuales viejos que, habiendo transitado por distintos géneros a lo largo de sus vidas, ya no estaban cómodos en sus cuerpos. Lindeen los citó y los entrevistó tres veces. El resultado es un texto teatral que recrea las conversaciones entre Mikael y Osvaldo, y que en Chile montaron Alfredo Castro y Rodrigo Pérez bajo la dirección de Víctor Carrasco, en una temporada que duró siete semanas en el GAM y convocó a más de siete mil espectadores.

Por Ana Rodríguez | Fotografías Jorge Sánchez / GAM

Los arrepentidos incorpora elementos testimoniales aportados por los dos trans suecos. ¿Qué componentes de ustedes mismos están presentes en esta obra?

– Lo más interesante desde el punto de vista de la creación es esa cosa difusa de una sexualidad única que tiene el actor. Lo maravilloso del acto de transfiguración de un actor es en algunos casos perder una sexualidad definida, ingresar más bien a un estado mental de una naturaleza humana. Para este tipo de hombres trans era interesante, porque de verdad la situación de ellos es bien especial, porque hicieron una transición a mujer y están volviendo a hombre, entonces hay cuerpos a medio hacer. Hay reconstrucciones de pene no terminadas, hay pechugas que no se han quitado, pero hay una forma de pensar masculina. Esa ambigüedad me parece que como actores nos permitió a nosotros situarnos en un espacio, un descampado de sexualidad importante.

El tema de los trans arrepentidos está muy instrumentalizado por la derecha actualmente en Chile, a propósito de la ley de igualdad de género que se discute. ¿Qué te parece esa utilización que se hace del arrepentimiento?

– Gravísima. Las sutilezas del lenguaje son muy importantes. Aquí el término arrepentido no tiene connotación moral ni de culpa, ni religiosa. Yo lo entendí siempre como una posibilidad de moverse de un lugar a otro que no es mejor ni peor, es simplemente otro lugar. Es así como ellos lo manifiestan. En la obra nunca se dice la palabra “arrepentido” o “lamento haber hecho eso”. Al revés, hay un orgullo muy grande de haber transitado, haber descubierto que ese lugar no era el lugar de satisfacción, de respeto que ellos buscaban, entonces decidieron volver a otro estado. Es la pregunta que se ha hecho siempre. La derecha instaló el arrepentimiento como que la gente se mejoraba y eso nos tenía un poco asustados. Pero no ha sucedido nada de eso en la obra.

En esta sociedad donde se premia mucho el éxito, no llegar a los objetivos finales, retroceder, arrepentirse, son acciones más bien castigadas. Transitar y cambiar de idea estarían en el mismo plano del “fracaso”

– Todos los miércoles después de las funciones tuvimos conversatorios con trans y el público. Y esto lo explicaba una chica socióloga: lo trans, cuando se inicia, ese camino no tiene retorno. Siempre es más allá, aunque te quites. Pero no tiene fin. Y eso es súper difícil de comprender para ciertas personas. Pero para ellos no lo es.

Hay una resistencia muy grande a creer que hay otra performatividad posible de los cuerpos

– Tengo la impresión de que ha habido épocas. Hubo épocas en que intervenirse quirúrgicamente, introducirse, quitarse, ponerse, cortarse, mutilarse, agregarse, era lo que había que hacer. Pero ahora tú ves que entre los chicos jóvenes, trans, muy pocos se han operado. Hacen transiciones hormonales o incluso simplemente transición de vestimenta y de actitud y de voz, y no hay más. Yo conocí ahora una diversidad de opciones trans impactante. Desde las viejas trans que han aparecido a ver la obra, que contaban que las rapaban los pacos todos los meses; para ellas era muy importante el pelo porque no había plata para comprarse pelucas, porque no había pelucas en Chile, estamos hablando de cincuenta, sesenta años atrás. Y ahora te das cuenta de que las chicas trans no se están operando.

Porque también está este cambio, de dejar de asociar género a la genitalidad

– Claro, entonces ahí hay una actitud política al respecto de “yo no me voy a operar”. Pero funciono como una mujer, soy una mujer. En el espacio de la creación, a mí, como director y actor, siempre me ha interesado más el lugar femenino o más ambiguo de la sexualidad que una sexualidad terminada. Yo creo que para el arte cualquier encasillamiento que exista es una trampa mortal. Entonces creo haber sido capaz de haber amado o haberme visto representado en el cuerpo de Amparo Noguera, de Claudia Di Girólamo, de Paulina Urrutia o de cualquier actriz o actor, sin necesariamente ser trans. Por estar a ese lado yo amorosamente puedo comprender y apreciar ese lugar femenino más profundo. Puedo dirigir y pensar como ellas. Yo soy, yo dirijo desde la escena porque soy actor, no tengo otro lugar para dirigir que no sea desde dentro de la escena. Es interesante ese lugar de la dirección.

En esta llamada tercera ola feminista suelen destacar iniciativas que hablan de las mujeres más “bacanas”, de las más exitosas, las astrónomas, las líderes políticas, las gerentas de empresas. ¿Qué pasa con la gente que no es exitosa, que se retracta, que falla, que queda marginada? ¿Qué hay de eso en la obra?

– Creo que mucho. Estamos en una zona muy delicada porque aparentemente estamos en un país muy liberal, un país que acepta todo tipo de torsiones, cambios, modificaciones, de género… y yo creo que no es así, francamente no es así. Porque lo que hemos visto en la obra, quienes han aparecido, son las trans más vulnerables. Y ha sido muy emocionante ver eso. Tal vez la Niki (Raveau) es la más armada políticamente, socialmente. Está mejor situada. Pero ha aparecido un mundo de chicas que son historiadoras, sociólogas, abogadas, profesionales, otras ex prostitutas. Y tú te das cuenta de que tú también conoces un pedazo. Lo trans se ha movido en Chile más bien en el mundo vulnerable. Y lo interesante es que la historia es larga. Es como que de repente descubrimos que había un mundo trans y tú dices, perdón: la Carlina el año ‘30, ’40, hasta los ‘60, era una casa de putas llena de travestis. El Blue Ballet: yo me acuerdo que mis padres, que hoy tendrían ciento y tantos años, iban a ver el Blue Ballet porque todo el mundo iba y no te llevaban preso ni te castigaban. Era parte del imaginario social y no había, que yo recuerde, odiosidad de género, incluso había admiración. Después el Bim Bam Bum. Esta historia es larga, y en la historia de la humanidad es más larga todavía. Que ahora esté sucediendo me parece muy positivo que una cloaca que tenía la sociedad dijo, “no soy cloaca, soy una vertiente súper interesante que requiero ser escuchada y tengo mi lugar”.

Sí, pero Daniela Vega todavía es maltratada por ciertos sectores

– Sí, José Antonio Kast la trató muy violentamente. Creo que hay más resistencia en los círculos de poder. El país está dividido radicalmente entre quienes tienen poder –gente ligada a la política y al dinero- y después estamos los ciudadanos, que no tenemos poder alguno. Y donde surge la violencia es en el poder. En lo médico, lo psiquiátrico, lo político, la burguesía, la clase acomodada. Ahí está la mala leche. Es interesante porque se arma un lugar político muy especial donde se te dice “aquí no hay ninguna seguridad de nada. Mi cuerpo no es seguridad para nadie”. Entrar a ese lugar de verdad es como actuar. Cuando yo estoy sentado en escena digo “o yo voy con esto o no voy”. Y mi opción ha sido ir con esto hasta las últimas circunstancias.

Michael Apple: “Pensar que la sociedad es menos importante que la economía ha sido una idea desastrosa”

Neoliberales y conservadores hoy entienden mejor que los progresistas que la escuela es una poderosa herramienta de transformación social, sostiene Apple. Pero el panorama no es desalentador, añade, si activistas y comunidades acuden a su propia historia para apropiarse colectiva y solidariamente de la educación. “Optimismo sin ilusiones”, le llama. Y con un conjunto de tareas urgentes para los académicos críticos.

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