Estatuas

La intervención o derribamiento de estatuas, recurrente en la oleada de rebeliones populares que vive América Latina, exhibe la densidad histórica de los conflictos de la región. ¿Borramiento del pasado? Muy por el contrario, una estatua derribada es la visibilización de los orígenes poco heroicos de los poderes actuales. Y contiene la convicción de que la historia puede y debe ser contada de otra manera.

Por Claudia Zapata Silva

El 28 de abril recién pasado, miembros del pueblo Misak derribaron en Cali (Colombia) la estatua del conquistador español Sebastián de Belalcázar. Siete meses atrás, el 16 de septiembre de 2020, otra estatua de Belalcázar fue derribada en el Morro del Tulcán en Popayán, un templo sagrado y cementerio indígena construido por el pueblo pubenense varios siglos antes de la llegada de los españoles. Belalcázar fue nombrado gobernador y propietario vitalicio de Popayán por el emperador Carlos I, y es considerado el fundador de esta ciudad y de Cali, esta última el epicentro del alzamiento popular que tiene en jaque al gobierno de Iván Duque.

La intervención o el derribamiento de estatuas ha sido recurrente en la oleada de rebeliones populares que vive América Latina desde 2019, constituyendo una parte fundamental del repertorio de acciones que ha caracterizado este momento de confrontación con el modelo neoliberal y su administración política. A su vez, estas rebeliones se insertan en un ciclo mundial de protestas sociales que ahora tiene como telón de fondo una pandemia que ha agudizado y visibilizado más que nunca las desigualdades, y en buena parte de ellas el repudio hacia ciertas estatuas emerge como una metáfora potente de justicia. Así ha ocurrido en las manifestaciones contra el racismo exacerbado de los últimos años y en las conmemoraciones de la conquista de América de 2020, en que se derribaron estatuas de colonizadores y de esclavistas en Colombia, Martinica, Chile, Estados Unidos e Inglaterra.

Derribamiento de la estatua de Sebastián Belalcázar, Cali (Colombia). Crédito: UnivalleUnida.

El rechazo de los sectores conservadores ha sido instantáneo en cada uno de estos episodios. Entre las afirmaciones más recurrentes se dice que esto correspondería a la acción de violentistas que se aprovechan de movilizaciones y demandas legítimas para provocar el caos. Desde esta perspectiva, el pasado no tendría nada que ver con el presente y solo la vocación de violencia podría estar en la base de tales actos. También se acusa ignorancia de la historia, sosteniendo de contrabando que esa historia es solo una y que, te guste o no, te representa.

Por cierto, también surge la condena hacia “las formas” con una serie de argumentos que suponen —ingenua o tendenciosamente— la existencia de una esfera pública igualitaria donde se podrían conversar las diferencias de manera libre. La estrategia evidente que asoma aquí es la negación de la densidad histórica contenida en esta forma de protesta. Una pieza de antología sobre este guion trillado es la entrevista a Pedro Velasco, gobernador del Cabildo Misak de Guambia, organización que derribó la estatua de Belalcázar en Cali, por el periodista Néstor Morales (Blu Radio, 29/4/2021), quien insistió en situar a los Misak en el polo del salvajismo, apelando al diálogo civilizado, a las buenas formas y simulando incomprensión frente a expresiones —según él— de odio. La estrategia del líder Misak fue historizar ese intercambio, señalando al periodista sarmientino como el depositario de una lógica colonizadora, violenta e irracional, invirtiendo de este modo la acusación de barbarie.

El pasado es presente

¿Cómo no evocar nuestra propia rebelión popular cuando se observan las imágenes que llegan desde Colombia si en muchos sentidos esta lucha es la misma, contra un neoliberalismo que tiene a Chile y a Colombia como sus hijos predilectos, y donde se ensayan las estrategias represivas más atroces para que esa radicalidad neoliberal se mantenga?

Las estatuas que han caído aquí y allá, así como los monumentos intervenidos, no hacen más que exhibir la densidad histórica de estos conflictos, cuya explicación está lejos de agotarse en la reacción frente el alza del transporte en Chile o la reforma tributaria en Colombia. En nuestro caso, las consignas “No son 30 pesos son 30 años” o “No son 30 años son 500 años” son indicadores elocuentes de la existencia de esas capas profundas.

En estos momentos de crisis generalizada se pone de manifiesto, más que nunca, el diseño urbano como el constructo ideológico que es, una característica que se expresa en los nombres de calles, plazas y monumentos que, en conjunto, exhiben con elocuencia las relaciones de poder que nos constituyen como sociedad. En Chile, la visibilización de esa memoria dominante ha transformado a sus principales hitos en objetivos de la protesta, al igual que las tiendas comerciales que representan los intereses del empresariado nacional y trasnacional (bancos, retail, etcétera.). Así, de manera similar a las rebeliones sociales que se han producido a lo largo de la historia, los símbolos del poder sucumben al paso de la población alzada.

Con respecto a las estatuas, no es posible conocer las motivaciones de todos quienes participan en estas acciones, y es probable que la mayoría no conozca con detalle las vidas de quienes fueron elevados a la condición de héroes. Pero tampoco se puede omitir la impugnación contundente que allí se hace de una “historia patria” marcadamente colonialista, racista y masculina, que glorifica la violencia militar como forma de construcción de la nación chilena, características reconocibles en la representación escultórica de esas figuras. Ese guion patrio es el que en Chile mantiene atado el pasado y el presente en un proyecto de conquista perpetua, marcado por la invasión, la represión, la judicialización y la negación de ese diálogo libre al que apelan los que posan de civilizados. Un guion que enlaza en libros escolares y en el plano urbano representaciones de personajes de distintas épocas, como Cristóbal Colón, Pedro de Valdivia, Manuel Baquedano o José Menéndez, todos ellos tumbados de sus pedestales en la rebelión popular que se inició en octubre del 2019.

Se trata de miradas y acciones desacralizadoras de la historia cuyo mayor símbolo es lo que ha ocurrido con la estatua de Manuel Baquedano en el corazón de Santiago: intervenida hasta el hartazgo, “restaurada” igual número de veces, material predilecto de memes y, finalmente, trasladada entre gallos y media noche con un rito militar cuasi fúnebre, para ponerla a salvo de la plebe alzada que se niega a considerarla con la solemnidad que imponen las fuerzas del orden.

¿Borramiento del pasado? Muy por el contrario, una estatua derribada o intervenida es la visibilización de aquello que permanece como herida. Si fuera un pasado muerto no molestaría a nadie y se podría apreciar cristalinamente su dimensión estética. Pero no, esas estatuas eran historia viva que nos enrostraban cotidianamente quiénes habían vencido y quiénes son sus herederos. Materializaban un tipo de conmemoración que no se ajusta a la idea de la historia como ejercicio necesario de recuerdo, mucho menos como interpretación que se somete a debate, sino como recurso ideológico privilegiado para encubrir los orígenes poco heroicos de los poderes actuales.

Por cierto, no dejan de sorprender las limitaciones políticas e intelectuales de las élites para enfrentar este tipo de crisis. En el caso que nos convoca, prefieren condenar y descalificar en lugar de reflexionar sobre las motivaciones profundas del desapego ciudadano para con esos símbolos. Prefieren hacerse los sorprendidos a reconocer que esas estatuas los representan a ellos y solo a ellos. Prefieren atacar —no precisamente de manera verbal— que trabajar en nuevas claves que aseguren su sobrevivencia como clase.

Finalmente, ese poder de cuestionar la historia tal como ha sido impuesta desde las altas esferas contiene la convicción de que esta puede y debe ser contada de otra manera; de que existen otras posibilidades en las que salgan a flote los excluidos de ayer, sobre cuya derrota se asienta el capital económico y social de quienes nos despojan en el hoy; también de una historia que no omita los triunfos populares que han interferido y modificado el proyecto oligárquico. Volviendo a los Belalcázares, Colones, Valdivias y Baquedanos arrancados de sus pedestales, pareciera ser este un final lógico para conmemoraciones inconsultas y para un patrimonio que no comienza ni termina con las obras monumentales, sino con los intereses de las oligarquías que las erigieron y cuidan, las pasadas y las actuales.

O’Higgins, los araucano-mapuche y el ejército de Chile

O’Higgins, desde un indigenismo criollo de tinte republicano, tenía una perspectiva asimilacionista: por una parte, glorificaba a los mapuche, y por otra, percibía en ellos una condición que requería “civilizarlos”. Un doble discurso que se proyecta hasta hoy en estatuas, calles, malls y pueblos que honran a los araucano-mapuche, mientras que en la realidad se les ha dado un tratamiento que no se condice con esos homenajes. Lo mismo ocurre con la creación de la Brigada de Operaciones Lautaro, que utilizando el nombre del toqui, dispara en la zona de Arauco a sus nietos, bisnietos y tataranietos.

Por Bernardo Subercaseaux

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Somos los nietos de Lautaro tomando la micro/para servirle a los ricos
—David Añinir, Mapurbe, 2004

En 1883, en la contienda final de la mal llamada “pacificación de la Araucanía”, episodio que culminó décadas de despojo y empobrecimiento, uno de los cuerpos  gubernamentales que participó fue el batallón Caupolicán, que había actuado en la Guerra del Pacífico. Se asiste así a una paradoja: un batallón cuyo nombre honra simbólicamente a un héroe mítico de los araucanos, se enfrenta y dispara contra mapuche reales. Esta contradicción, que en alguna medida se prolonga hasta el día de hoy, data desde la Independencia e implica, por una parte, una glorificación idealizada de los araucanos vía sus héroes emblemáticos, y, por otra, marginación, exclusión y maltrato.        Los criollos independentistas —José Miguel Carrera, Bernardo O’Higgins y Ramón Freire, entre otros— se concebían herederos legítimos de los araucanos, cuyo coraje relatado en La Araucana operó como imaginario en campañas contra los realistas. Simbolizaban el nuevo mito patrio, y de allí que varios de los primeros  nombres de esa época aludan a esta identificación, entre otros, el primer diario oficial del Estado Chileno, El Araucano.

O’Higgins, como jefe militar, ya en 1814, arengaba a sus soldados a pelear como lo habían hecho Lautaro, Galvarino y Caupolicán. En marzo de 1819, dictó un Decreto  señalando que los araucanos debían ser considerados ciudadanos chilenos, con los mismos derechos  que todos los nacidos en el país; ciudadanía simbólica que nunca fue real. Más bien se trataba de un intento por atraerlos a la causa republicana, causa que, como ha señalado la historiografía, les fue ajena.

Entre los patriotas, O’Higgins fue quién tuvo mayor conocimiento y familiaridad con el mundo araucano. Estudió en el Colegio de los Naturales de Chillán, construido por los jesuitas y regido por los franciscanos desde 1786. Allí convivió con los hijos de los caciques de la zona y aprendió los rudimentos del mapudungun. En una carta de 1837 a su secretario, recuerda que sus “primeros camaradas de juego fueron los araucanos”, y “la historia que primero conocí fue la de los héroes y sabios de ese pueblo inconquistable”. Enviado por su padre a estudiar a Londres cuando todavía como hijo natural se apellidaba Riquelme, O’Higgins se presentó en la casa de Francisco de Miranda identificándose como un heredero de Lautaro. El patriota venezolano, a quien  rememora en sus cartas como “el Apóstol de la emancipación”, creó la Logia Lautaro, además de otra Logia con un nombre inolvidable: la Logia de los Caballeros Racionales.

Cuando O’Higgins fue forzado a abdicar y debió salir al exilio, un cacique le  ofreció acogerlo: “cuando no tengas otro auxilio —le escribió—, cuenta con tus araucanos” (Jorge Pavez Ojeda: Cartas mapuche: Siglo XIX). A pesar de esta proximidad, O’Higgins, desde un indigenismo criollo de tinte republicano, tenía —como todos los patriotas— una perspectiva asimilacionista. Por una parte, los glorifica, y por otra, percibía en ellos una condición que requería “civilizarlos”. Un doble discurso que se proyecta hasta hoy día en estatuas calles, malls y pueblos que honran a los araucano-mapuche, mientras que en la realidad se les ha dado un tratamiento que no se condice con esos homenajes, pues el afán de “civilizarlos” no respondía (ni responde hoy) a las demandas de independencia y libertad, que son precisamente los valores que se les ensalzan.

En la segunda mitad del siglo XIX, los liberales que patrocinaron la mal llamada —insisto— “Pacificación de la Araucanía, liderados por Vicuña Mackenna,  deconstruyeron este doble discurso utilizando los peores calificativos sobre el “indio” para justificar el proceso en curso. “El indio —no el de Ercilla— si no el que ha venido (…) a mutilar con horrible infamia a nuestros nobles soldados no es sino un bruto (…) que adora los vicios en que vive sumergido (…) basta ya de novelas y poemas”, escribió Vicuña Mackenna (Discursos Parlamentarios, vol. II, 1939). Más tarde, a comienzos del siglo XX, retorna el discurso de glorificación idealizada, pero ahora en una matriz biologista y positivista. Se trata del libro Raza chilena (1904), del médico colchagüino Nicolás Palacios, un disparate seudocientífico que inventa una supuesta raza nacional; libro que tuvo, empero, una enorme influencia. ¿Pero qué entiende Palacios por raza chilena? Basándose en las teorías social darwinistas de Gustave Le Bon y Vacher de Lapoulage, a los que cita a menudo (pero que entiende a medias), sostiene que la raza chilena se conformó a través de varios siglos por la conjunción de dos razas de filiación patriarcal y de estirpe guerrera: los araucanos (mapuche) y los godos (conquistadores españoles de ascendencia germánica).

Las condiciones que hicieron posible —según Palacios— la formación de esta raza uniforme en términos sicológicos y físicos, obedecen a consideraciones de genética racial: ambas fueron razas con cualidades estables y fijas durante varias generaciones. La confluencia permitió la constitución de una raza histórica, no contaminada; una “raza de excepción” como es la chilena, escribe. La base étnica fundamental son los araucanos, a quienes Palacios caracteriza por su carácter guerrero e indómito. El fenotipo de esta “raza” es, para Palacios, el “roto” (héroe de la Guerra del Pacífico), al que describe como valiente, guerrero, sobrio, patriota, parco y con sicología varonil, identificándolo con un árbol nativo: el espino. Pletórico de nacionalismo, el libro fue escrito, como dice el propio autor (adelantándose a Zalo Reyes) “con una lagrima en la garganta”. No es casual que otro colchagüino ilustre, que hizo fortuna en el mundo  bélico, haya patrocinado una edición moderna de la obra de Palacios y un monumento al autor en Santa Cruz: me refiero a Carlos Cardoen.

A pesar de lo farragosas y acientíficas de sus ideas (así las calificó un vasco insigne, Miguel de Unamuno); a pesar de que su teoría carece de un correlato real, la invención de una “raza chilena” se convirtió en una idea operante para historiadores como Francisco Antonio Encina, para la autoconciencia histórica del ejército de Chile y en medio de un clima médico favorable a la eugenesia. En Historia del Ejército de Chile, Tomo I (1980-82), volumen realizado por su Estado Mayor en convenio con historiadores de la Universidad de Chile (entonces intervenida), se dice que “la lucha que por espacio de casi tres centurias sostuvo España con nuestros indígenas, plasmó una raza nueva con las características de ambos pueblos”. Según el Estado Mayor, esa raza nueva es la base étnica del Ejército y de la nación. Respecto a la formación del pueblo chileno y de sus virtudes, se sostiene que “el orgullo nacional ha derivado del ancestro indígena”; también “todas las virtudes del soldado chileno (…). La obra de Don Alonso de Ercilla, La Araucana, ha sido fundamental en este aspecto, y sus estrofas han servido de oración a la patria para levantar el espíritu chileno en momentos difíciles”.

El 18 de septiembre de 1973, se publicó un decreto ley en el que se consignó como justificación del Golpe Militar la necesidad de restaurar la identidad histórico-cultural de la chilenidad. Aunque no se menciona el concepto de “raza”, la idea flota en el aire de esa declaración.

Honrando la memoria de Lautaro como estratega, actualmente el Ejército tiene una unidad de elite llamada Brigada de Operaciones Especiales Lautaro. Se dice —no me consta— que la Oficina del Comandante en Jefe del Ejército está presidida no por un cuadro de O’Higgins, sino por uno de Lautaro pintado por Fray Pedro Subercaseaux. Es deseable que no se repita lo de 1883 y que no tengamos que asistir a la paradoja de una Brigada de Operaciones que en su nombre rinde homenaje al toqui, disparando en la zona de Arauco a los nietos, bisnietos y tataranietos de Lautaro.

¿Cómo queremos convivir en sociedad? Un diálogo entre Ennio Vivaldi y Humberto Maturana

En julio de 2020, el rector de la Universidad de Chile conversó con el profesor Humberto Maturana en el ciclo virtual Conversaciones Fundamentales, un espacio organizado por la Casa de Bello en el que ambos dialogaron, entre otras cosas, sobre la importancia de la democracia, la convivencia, el respeto mutuo y la apertura reflexiva en el Chile de la pandemia y en la sociedad que se quiere construir tras el estallido social. «Su dimensión intelectual fue siempre motivo de orgullo para la U. de Chile y para el país», dijo Vivaldi tras la muerte del intelectual —de quien era amigo hace años—, tras lo cual decretó tres días de duelo universitario. Aquí, compartimos un extracto de ese encuentro, moderado por el sociólogo Sebastián Gaggero.

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Sebastián Gaggero (SG): Los quiero invitar a hacer una reflexión en torno a lo que estamos viviendo como humanidad hoy, en estos tiempos de pandemia. ¿Cómo ve usted, doctor Maturana, esta crisis humana?

Humberto Maturana (HM): Creo que es una gran oportunidad para reflexionar. El acto de la reflexión consiste en salirse de la ocasión en la que uno se encuentra y tener una mirada más amplia. No pienso que la pandemia sea una respuesta de Gaia a la vida que tenemos; es parte de Gaia, está pasando ahí, pero nos remece porque nos lleva a reflexionar sobre lo que estamos viviendo cada uno desde su perspectiva. Yo soy biólogo, trabajo reflexionando sobre biología cultural y ese es mi presente, y desde allí voy a hacer mi reflexión. Es el momento de preguntarnos qué estamos haciendo en este presente, de modo que estamos viéndonos a nosotros de una manera en que antes no nos veíamos.

Ennio Vivaldi (EV): Yo creo que esta crisis nos dice mucho sobre cómo estamos. ¿Con qué país nos encuentra la pandemia? Con un país que no valora en absoluto la atención primaria en salud; un país que no le dio importancia a la salud mental y se concentro mucho en la atención terciaria. Pienso también en las universidades chilenas y me recuerdo a mí mismo como estudiante de primer año de Medicina escuchando a Maturana preguntar qué es la vida. Y yo me daba cuenta de que estaba entrando a un espacio de diálogo donde se generaba una comunidad con mis compañeros estudiantes. Es absurdo reducir la universidad a un mecanismo para tener mejores ingresos, estamos pagando muy caro haber perdido esos valores. Por eso, para mí es muy emocionante estar conversando con Humberto Maturana. Porque es una parte muy importante de mi reflexión en torno a lo que es la U.

SG: Doctor Maturana, ¿qué es lo central en su quehacer como profesor?

HM: Lo central ha sido una apertura reflexiva; invitar a reflexionar, a mirar, porque lo fundamental del mirar está en el dejar aparecer. ¿Qué está pasando en ese ente que veo? Eso implica una disposición a ver, a escuchar sin prejuicios, sin supuestos, lo que permite una mirada reflexiva en todas las dimensiones imaginables, porque uno se va encontrando con un mundo que aparece en tanto uno lo deja aparecer. Eso corre para la universidad y para todo lo que hacemos: si no dejamos aparecer la situación que nos ocupa, nos movemos desde el prejuicio, desde la exigencia, y no la vemos y, por lo mismo, no podemos tener una conducta adecuada frente a ella.

SG: ¿Qué visión tiene de esta reflexión del doctor Maturana, rector?

EV: Me parece muy relevante para entender el drama que ha vivido la sociedad chilena desde que se instauró este modelo. Recogiendo las recomendaciones del profesor Maturana, diría que a lo mejor aquí se siguió un método axiomático, en el cual se parte de tres o cuatro axiomas que son tomados como verdades absolutas, y de ahí empieza a desprenderse cómo tiene que ser la salud, la educación. ¿Cuáles son esos axiomas? Por ejemplo, que el ser humano es intrínsecamente egoísta y va a buscar solo sus propios intereses. Se nos dice que para dar más de nosotros tenemos que estar en una situación de competencia, que es una de las cosas que muy poca gente ha desarrollado con la elegancia intelectual de Humberto Maturana. Se descuidan los conceptos de cooperación y de bien común. Estos axiomas que se supone que son la competencia y el individualismo nos han llevado a una situación que nos deja muy mal en la pandemia. Hay que ir en contra de los axiomas que se nos ha intentado imporner en este modelo de sociedad. Creo que si incorporamos esa enseñanza, va a ser muy valioso.

SG: ¿Doctor Maturana?

HM: Cuando uno tiene un axioma tiene un punto de partida por el cual no reflexiona. Se trata de una verdad sustentada en una ideología o una doctrina que da orígen a teorías fundadas en nociones básicas sobre las que uno no reflexiona. Se toman esas nociones básicas como dadas y se hace un sistema deductivo maravilloso sobre ellas. Pero deberíamos estar dispuestos a revisar esas nociones básicas; siempre es importante estar dispuesto a mirar las  premisas fundamentales, porque la democracia, la convivencia y el mutuo respeto solo surgen de una apertura reflexiva, porque si se tiene una respuesta hecha de antemano, entonces no se ve qué es lo que está sucediendo. Eso es lo fundamental y lo que idealmente los niños debieran aprender. Ciertamente que la U tiene esa propuesta fundamental de revisar siempre las premisas básicas.

SG :¿Creen que hemos fallado como sociedad en inculcar esa capacidad reflexiva de mirar los fundamentos cuando actuamos y pensamos lo que hacemos?

EV: Creo que hay una mentalidad muy reduccionista que tiene gran impacto en la educación y que en Chile ha causado un tremendo perjuicio en áreas como las humanidades, las ciencias sociales y las artes, privilegiando un afán muy pragmático. Eso ha sido trágico. No podría estar más de acuerdo con el doctor Maturana cuando dice que una de las cosas en que más ha fallado la educación es en mirar los principios fundamentales; principios en los que uno está tan adentrado, que no los contrasta con la realidad. Para volver al tema de los axiomas, está esa idea de que lo privado es mejor que lo público, pero las universidades mejor evaluadas son las públicas. El temor a cuestionar las premisas es grande. ¿Qué consecuencias ha tenido eso en educación? Antes teníamos una educación pública que mezclaba y unía a todos los jóvenes de todos los orígenes socioeconómicos. Esa heterogeneidad se perdió y primó un sentido utilitario de la educación. Hay una pérdida de estos valores que ha repercutido en la educación y que ha generado una falta de diálogo. Hay una necesidad de un dialogo intergeneracional. En vez de criticar y denostar a los jóvenes de hoy, sería bueno tratar de entenderlos.

SG: Doctor Maturana, a usted lo sanó la salud publica y fue educado en ella. ¿Cómo han cambiados las cosas desde entonces?

HM: Es cierto, soy un sobreviviente de una época en la que la tuberculosis era como el covid-19; se trasmitía por contagio, no existía un remedio para ella y la única forma de enfrentarla era evitar los contagios y generar las condiciones de vida más adecuadas para que la persona mejorase sola. Pasé tres años viviendo de esa manera hasta que apareció la estreptomicina. En Chile se hicieron muchos sanatorios para tuberculosos, porque eran lugares donde los pacientes podían estar aislados y evitar la propagación de los contagios. Lo interesante era la preocupación social por estas personas enfermas y cómo se evitó que la enfermedad se propagara; uno tenía que cooperar y aceptaba la reclusión en el sanatorio. Es lo que nos hace falta: darnos cuenta de que nuestra conducta hará que esto se expanda o desaparezca. Es fundamental tener conciencia de que somos parte de una comunidad fundada no en la competencia, sino en el mutuo respeto y la colaboración. Entonces este remezón nos lleva a darnos cuenta de eso, y es fundamental. Me acuerdo que cuando empecé a estudiar medicina, en la década del 50, tuvimos una reunión todos los estudiantes de primer año de medicina para preguntarnos qué queríamos hacer en nuestra vida como médicos. Y lo interesante es que la respuesta general fue «devolverle al país lo que me ha dado, porque me ha dado salud, educación y una serie de cosas que yo no tendría». Eso es lo que en estos momentos nos falta: una convicción interna de cada uno de nosotros, como personas y ciudadanos.

EV: Recogiendo lo que decía el profesor Maturana, muchos universitarios cursaron sus estudios en Chile endeudándose con su pueblo y después comenzaron a endeudarse con los bancos, y no es un juego de palabras. Es muy distinto decir “yo adquirí un compromiso con mi país” que “yo adquirí un compromiso con devolverle plata a una institución financiera”. Una de las cosas que tenemos que aprender de la crisis que vivimos es que no es cierto que no existe la sociedad y que existen puros individuos. La vacunación es universal y gratuita, eso no es ni limosna ni ayudar a los que no tendrían cómo pagar la vacuna. Lo que estamos viviendo se da a nivel de sociedad: aquí nadie se salva solo. Yo creo que el estallido social es en gran medida una reacción a lo que estamos conversando ahora: usted que viene conmigo a marchar no es mi rival; veamos cómo hacemos para salir juntos de esto. Es una vuelta a sabernos pertenecientes a una sociedad. Lo que plantea el profesor Maturana es un concepto absolutamente claro para entender el estallido y para pensar el Chile pospandemia que habrá de construirse.

HM: Cuando aparece el tema del estallido social y aparece con enojo —legitimo, porque es una queja que habla de aquello que nos enoja porque hemos sido abusados—es importante que todo esto nos lleve a descubrir que somos un conjunto, una comunidad humana en la cual hay que escuchar las quejas. Luego del gobierno militar todo se orientó al éxito, a la competencia, a la visión económica, y ha habido una ceguera fundamental frente a las condiciones de vida y convivencia. Ahora con el covid-19 volvemos a un proyecto común que exige respeto mutuo y apertura reflexiva.

El rector Vivaldi junto al profesor
Maturana, en el homenaje que la Facultad
de Ciencias le rindió en 2016.

SG:¿Cómo recuperamos o reforzamos la idea de escucharnos en conversaciones de mutuo respeto para lograr un convivir distinto?

EV: Lo primero es reinstalar nociones que tendrán que guiarnos y que han sido totalmente desatendidas. Una de ellas es el bien común. Tenemos que reinstalar que el prójimo nos ha de importar. En esta queja y rabia del estallido, también tenemos que autoexigirnos una posición constructiva, y eso es un gran valor de nuestra universidad, que en su momento propuso una educación pública, una Reforma Agraria, un Servicio Nacional de Salud; el voto femenino. Eso tenemos que recuperarlo, porque no nos va a bastar esta rabia.

SG: Y desde ahí, ¿cuáles serían los elementos claves para movernos hacia una perspectiva menos de protesta y más de propuesta?

HM: Para eso tenemos que conversar, tenemos que encontrarnos y escucharnos.  Cuando hablamos de democracia, ¿qué queremos? Una convivencia ética, de colaboración, para conversar y ver los errores. Todos estamos inmersos en los errores, pero la única forma de corregirlos es descubrir el error. ¿Y cómo se descubre? Reflexionando, ¿y cómo se reflexiona? Con uno mismo en la soledad o con otros en una conversación. Cuando nos ponemos a discutir en función de principios y teorías, no vemos cuáles son las consecuencias. Cuando las consecuencias no eran las que esperábamos, hay que ver dónde nos equivocamos y corregir el rumbo, pero hay que hacerlo en conjunto. Sí, tenemos ideas diferentes, por supuesto, pero las únicas ideas diferentes peligrosas son las que son doctrinas, fanatismos que impiden la reflexión. Cuando hay una queja pública, debemos escucharla, porque si no escuchamos no entendemos su naturaleza y no podemos escoger una conducta adecuada. Cuando se nos hace una crítica, hay que abrir la mirada a la reflexión para ver desde dónde viene; puedo escoger una acción diferente o insistir en lo que estoy haciendo, pero en un ámbito de convivencia fundamental, de mutuo respeto, de honestidad. Hay un tema fundamental, que es la formación de los niños. Todos debemos crecer sintiéndonos parte de una comunidad y de un quehacer; no somos todos iguales, pero somos todos inteligentes. Las diferencias no son de inteligencia, sino de conflictos de deseo, y si queremos convivir, tenemos que abrir el espacio para la colaboración haciendo cosas diferentes que se integren en una comunidad diversa. Los seres humanos nos necesitamos los unos a los otros; somos seres biológicos que nos entrelazamos en estas dos dimensiones, el vivir relacional y el vivir biológico, que constituyen una unidad indisoluble.

SG: Doctor, ¿qué mensaje enviaría en este presente que estamos viviendo?

HM: Recordaría que estamos ocupando un territorio; somos miembros de un país y es nuestra responsabilidad lo que suceda en él, y va haber honestidad, respeto, mentira, negación; según cómo lo vivamos. Pero hay una cosa que todos los seres humanos tenemos, que es nuestro gran tesoro y que nos permite salir de cualquier trampa: la capacidad de reflexionar, de ampliar la mirada y ver dónde estamos. Si aprovechamos este instante terrible y maravilloso en el que nos encontramos y recuperamos nuestra libertad reflexiva, entonces vamos a poder escoger un mundo en la diversidad: queremos cosas distintas, pero conviviremos en el mutuo respeto y en la colaboración.

SG: ¿Cuál sería su mensaje, rector?

EV: Que tenemos que aprender que se nos ha condicionado a vivir en una indiferencia por los demás, algo que era muy difícil en los tiempos que conocimos con el profesor Maturana, porque teníamos una conciencia plena de las condiciones en que vivía gran parte de la población chilena y no podíamos rehuirlo. Teníamos un compromiso con mejorar las condiciones de vida en nuestro país, mientras que hoy cada uno se centra, se concentra y se limita a sus circunstancias concretas. Ya nadie agradece a sus antecesores, nadie piensa que recibe una educación que ha sido constituida por muchos; que uno recibe una universidad en cuyas aulas resuenan generaciones que la fueron construyendo. No, la vida no empieza con uno, y entendernos desde esta otra perspectiva, desde esta red, es fundamental. Como nunca antes, hoy se ha hecho muy evidente que la suerte de los demás incide en lo que le ocurre a uno. Tenemos que combinar inteligencia y emoción para ser capaces de encontrar juntos un camino. Y lo vamos a encontrar.

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Ve el video completo de Conversaciones Fundamentales acá.

La Universidad de Chile y su maestro Humberto Maturana

El neurocientífico Pedro Maldonado recuerda que Humberto Maturana enseñaba con cercanía, siendo maestro a la vez que aprendiz. Y que podía subirse arriba de una mesa para enfatizar un punto sobre la biología de los seres vivos. Sus ideas no solo están vigentes, dice su exalumno y colega. Sino que aún nos quedan por entender muchas de sus consecuencias en diversos ámbitos del quehacer humano.

Por Pedro Maldonado A.

Una triste coincidencia. Hace menos de seis meses falleció mi padre, habiendo cumplido 92 años. Hace algunos días, y con la misma edad, perdimos a Humberto Maturana, nuestro maestro y uno de nuestros padres científicos. Inevitablemente, comienzo este escrito desde lo emocional, porque lo primero que se nos viene a la mente en estas circunstancias es el cúmulo de vivencias compartidas con los que nos dejaron, y luego una reflexión sobre lo que aprendimos con ellos. La certeza de que no podremos compartir más espacios y experiencias nos vuelca a revisar y revalorizar lo que vivimos y recogimos. 

Humberto Maturana. Fotografía: Felipe PoGa.

Humberto Maturana era y será siempre un científico y maestro, indisolublemente asociado a nuestra Universidad de Chile. Fue estudiante y profesor de la Facultad de Medicina, pero enseñó y trabajó gran parte de su vida en la Facultad de Ciencias. Recoger la experiencia de lo que fue ser su alumno, en los tiempos que originaron las revolucionarias ideas de Maturana, revaloriza el impacto de la vida y enseñanza en nuestros patios y aulas. Fue justamente cuando Maturana se iniciaba como docente en la Facultad de Medicina que uno de sus alumnos gatilló lo que sería uno de sus aportes más relevantes. Enfrentado a la pregunta sobre el origen de los seres vivos, Maturana comenzó a reflexionar sobre lo que constituye un ser vivo. Así, en 1972, publicó De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica con Francisco Varela, donde se propone la teoría de la autopoiesis.

Maturana fue parte de los profesores fundadores de la Facultad de Ciencias en 1965, y desde entonces, formó a varias generaciones de científicos. Maturana, como otros profesores de esa época, tomó la decisión de volver a Chile luego de haber realizado exitosas estadías de formación en el extranjero. Para Maturana esto tenía que ver con devolver al país el esfuerzo que había hecho en formarlo. El solo hecho de que un grupo de potentes científicas y científicos tomara esa misma decisión fue crítico para la fundación de la Facultad de Ciencias y del futuro de la ciencia chilena.

Imagínense la experiencia de muchos estudiantes que estudiamos en una pequeña comunidad que contaba con académicos del calibre de Hermann Niemeyer, Nibaldo Bahamondes, Mario Luxoro, Luis Izquierdo, Francisco Varela, Ramón Latorre o Danko Brncic, entre muchos otros, y donde los mechones quedábamos boquiabiertos e intimidados cuando un profesor Maturana se subía súbitamente al mesón para enfatizar un punto relevante sobre la biología de los seres vivos. 

El entorno en el que me tocó compartir en el laboratorio de Humberto Maturana y Francisco Varela la primera mitad de la década de los 80 fue sin duda muy particular. Socialmente, el país estaba demandando democracia y la vida universitaria era una efervescencia política de la que casi nadie se excluía, con una intensa agenda de debates, discusiones y protestas, sin excluir el trabajo científico. La realización de la actividad científica en esa época era nada menos que heroica. A principios de los 80, Francisco Varela se unió al laboratorio de Maturana, lo que se tradujo en una intensa colaboración que culminó con la publicación conjunta del libro El árbol del conocimiento. Dentro del grupo de trabajo hacíamos lo imposible para ejecutar modestos experimentos para entender aspectos fundamentales de la visión en aves, pero fundamentalmente pasábamos un tiempo enorme teniendo discusiones conceptuales con Maturana y Varela. Esta experiencia dejó una profunda impresión al tener la oportunidad de entender y capturar los procesos reflexivos que dieron origen a las ideas publicadas en ese tiempo. Esto no fue tarea fácil: el lenguaje en que Maturana y Varela escribían acerca de sus ideas es hermético, y poder captar cabalmente la profundidad de sus propuestas requería una constante interacción con ellos. Menos comprensible aún para nosotros era la magnitud e impacto que estas ideas tendrían en el futuro.

Humberto Maturana trabajaba directamente con los alumnos, enseñándoles como un maestro y aprendiz. Esta experiencia fue identificada como uno de los elementos más valiosos cuando recordamos esa época.

El trabajo e impacto científico de Maturana fue muy diverso. Si bien el trabajo sobre autopoiesis ha tenido un enorme reconocimiento en Chile y en el mundo, hay otros aportes de gran trascendencia, como su propuesta sobre mecanismos alternativos a la evolución darwiniana; trabajo elaborado con Jorge Mpodozis, actual profesor de nuestra universidad. Asimismo, realizó sustanciales colaboraciones en el ámbito de las ciencias educativas, la psicología y la sociología, entre otros. 

Una de sus ideas más tempranas tiene, a mi juicio, una trascendencia tan poderosa como la de autopoiesis. En 1959, trabajando en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Maturana junto a Jerry Lettvin, Warren McCulloch y Walter Pitts, publicó un trabajo titulado “What the frog’s eye tells the frog’s brain” (Lo que le dice el ojo de la rana al cerebro de la rana). Este es el paper más citado de Maturana. Es un artículo considerado seminal en el campo de la neurociencia cognitiva, porque demostró que el cerebro no captura fielmente los estímulos físicos del mundo, sino que construye un modelo perceptual del mundo a través de un proceso recursivo de percepción-acción. La realización de que los procesos cerebrales corresponden en gran parte a procesos autógenos y recursivos, está presente en casi todas las ideas que propuso más tarde. Curiosamente, en las neurociencias actuales, esta idea recién está considerándose con fuerza, luego de décadas de pensamiento científico dominado por el marco conceptual de la teoría de la información, a la cual Maturana se oponía con fervor.

Es evidente que las ideas del gran maestro no solo están vigentes, sino que aún quedan por entender muchas de sus consecuencias en diversos ámbitos del quehacer humano. Humberto Maturana seguirá siendo un maestro presente en nuestra comunidad.

Intelectual y referente: legado del Dr. Humberto Maturana Romesín (1928-2021)

El Premio Nacional de Ciencias Naturales 1994, académico del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile y uno de los pensadores más reconocidos del país, falleció este jueves 6 de mayo. La Casa de Bello decretó tres días de duelo universitario a contar de hoy en su honor.

Por Alfonso Droguett Tobar, Unidad de Comunicaciones, Facultad de Ciencias

El Dr. Humberto Maturana Romecín nació en Santiago el 14 de septiembre de 1928. Estudió en el Liceo Experimental Manuel de Salas y en 1950 ingresó a a Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. En 1954 se trasladó al University College London para estudiar anatomía y neurofisiología, gracias a una beca de la Fundación Rockefeller. En 1958 obtuvo el Doctorado en Biología de la Universidad Harvard, en Estados Unidos. Reconoció como sus maestros a Gustavo Höecker en Chile y a J. Z. Young en Inglaterra e indiscutiblemente se encuentra dentro del área de pensadores que ha influenciado G. Bateson. 

Entre 1958 y 1960 se desempeñó como investigador asociado en el Departamento de Ingeniería Eléctrica del Massachussets Institute of Technology.

En 1960 volvió a Chile para desempeñarse como segundo ayudante en la cátedra de Biología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Entre 1965 y 2000 se desempeñó en el Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias.

En la década de 1970 creó y desarrolló junto al Dr. Francisco Varela el concepto de autopoiesis.

Desarrolló en esta década el concepto de autopoiesis, el que da cuenta de la organización de los sistemas vivos como redes cerradas de autoproducción de los componentes que las constituyen. Además, sentó las bases de la biología del conocer, disciplina que se hace cargo de explicar el operar de los seres vivos en tanto sistemas cerrados y determinados en su estructura. Otro aspecto importante de sus reflexiones corresponde a la invitación que el Prof.  Maturana hizo al cambio de la pregunta por el ser (pregunta que supone la existencia de una realidad objetiva, independiente del observador), a la pregunta por el hacer (pregunta que toma como punto de partida la objetividad entre paréntesis, es decir, que los objetos son traídos a la mano mediante las operaciones de distinción que realiza el observador, entendido éste como cualquier ser humano operando en el lenguaje), premisas básicas, entre otras, de su obra de autoayuda. 

Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias en 1994. El jurado le otorgó esta distinción por su trabajo de investigación en el área de las Ciencias Biológicas, específicamente en el campo de la percepción visual en vertebrados y por sus planteamientos acerca de la teoría del conocimiento, con la cual abordó los temas de educación, comunicación y ecología.

En el año 2000 fundó junto a Ximena Dávila Yáñez el Instituto de Formación Matríztica.

El Dr. Humberto Maturana fue uno de los pensadores contemporáneos más influyentes.  Su obra, ha tenido resonancia en los más diversos ámbitos de la cultura humana, desde la biología fundamental hasta la teoría del conocimiento y la antropología. Basándose en sus estudios fundacionales de la neurobiología de la percepción visual, el Dr. Maturana desarrolló un pensamiento epistemológico y biológico radical, que rescata la naturaleza determinista, sistémica e histórica de los seres vivos. Este cuerpo de pensamiento, que él llamó “Biología del Conocer”, constituye un paisaje conceptual original y deslumbrante por su rigor y lucidez, en el que se establecen profundos vínculos de entendimiento entre el mundo natural y el mundo humano. El Dr. Maturana fue Profesor Emérito en la Universidad de Chile, desarrolló el cuerpo principal de su obra en Chile, y en idioma castellano, por lo que es considerado en muchos círculos como un exponente máximo del pensamiento en nuestro idioma. 

Trayectoria

El Dr. Humberto Maturana registró por primera vez la actividad de una célula direccional de un órgano sensorial, junto al científico Jerome Lettvin del Instituto Tecnológico de Massachusetts, por ello, ambos fueron postulados para el Premio Nobel de Medicina y Fisiología.

En 1960 volvió a Chile para desempeñarse como ayudante segundo en la cátedra de Biología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Fundó en 1965 el Instituto de Ciencias y la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.

En 1970 creó y desarrolló el concepto de autopoiesis, que explica el hecho de que los seres vivos son sistemas cerrados, en tanto redes circulares de producciones moleculares en las que las moléculas producidas con sus interacciones constituyen la misma red que las produjo y especifican sus límites. Al mismo tiempo, los seres vivos se mantienen abiertos al flujo de materia y energía, en tantos sistemas moleculares. Así, los seres vivos son «máquinas», que se distinguen de otras por su capacidad de auto producirse. Desde entonces, Maturana desarrolló la Biología del conocimiento.

En 1990 fue designado Hijo Ilustre de la comuna de Ñuñoa. Además, fue declarado Doctor Honoris Causa de la Universidad Libre de Bruselas. En 1992, junto al biólogo Dr. Jorge Mpodozis, plantea la idea de la evolución de las especies por medio de la deriva natural, basada en la concepción neutralista, es decir la manera en que los miembros de un linaje realizan su autopoiesis se conserva transgeneracionalmente, en un modo de vida o fenotipo ontogénico particular, que depende de su historia de interacciones, y cuya innovación conduciría a la diversificación de linajes. El 27 de septiembre de 1994 recibió el Premio Nacional de Ciencias en Chile, gracias a sus investigaciones en el campo de la percepción visual de los vertebrados y a sus planteamientos acerca de la teoría del conocimiento.

Fue fundador y docente del Instituto de Formación Matríztica, en el que desarrolló la dinámica de la Matriz Biológico-cultural de la Existencia Humana. La propuesta del instituto matríztico es explicar las experiencias desde las experiencias, como un hacer propio del modo de vivir humano (cultura), en un fluir en el entrelazamiento del lenguajear y el emocionar (conversar), que es donde sucede todo lo humano.

Rescatar las emociones dentro de una deriva cultural que ha escondido las emociones, por ir en contra de la razón, fue una de las miradas propuestas por el doctor Maturana y sus colaboradores, pues da cuenta de que la deriva natural del ser humano como un ser vivo particular tiene un fundamento emocional que determina esta deriva. El AMAR (expuesta como verbo, esta noción devela dinámica relacional desde la cual surge en el vivir humano) es la emoción que, sostuvo, funda lo humano en tanto es el fundamento de la recurrencia de encuentros en la aceptación del otro, la otra o lo otro como legítimo, otro que da origen a la convivencia social y, por lo tanto, a la posibilidad de constitución del lenguaje, elemento constitucional del vivir humano y sólo del vivir humano.

El 5 de agosto de 2006, un incendio destruyó totalmente las dependencias del Laboratorio de Neurobiología y Biología del Conocer de la Facultad de Ciencias, que compartía junto a los Dres. Jorge Mpodozis y Juan Carlos Letelier. Aunque quedó muy impactado por los desastrosos resultados del siniestro y la pérdida que afectó a su laboratorio —el que también fuera lugar de trabajo de Francisco Varela—, dijo: “Lo principal está en el corazón y la mente. Eso no se quemó”.

El Prof. Maturana también hizo grandes aportes a las ciencias humanistas, principalmente a la psicología constructivista, tanto procesal sistémica como post-racionalista, citándolo en sus planteamientos principales señala «la terapia permite, en un espacio protegido volver a reencontrar los pilares de las relaciones humanas, aprender a comunicarse positivamente, desarrollar habilidades de empatía hacia la familia y los hijos, aprender a escuchar desde el otro y traer nuevamente a la relación los espacios de respeto, aceptación y reconocimiento del otro como una persona distinta a nosotros. esto es la terapia conversacional, es decir, disolver el sufrimiento en conversaciones de reformulación y aceptación de las experiencias y contenidos negados. Por tanto, las distintas coordinaciones conductuales consensuales que se dan como contradicciones emocionales dentro de un sistema, pueden ser resueltas en el lenguajear (Maturana, H, (1996), y en el fluir de un tipo de conversación reconstructiva”.

Señaló Maturana (1990 a, 1993b) que lo que otorga identidad de clase a una unidad compuesta es su organización. “En las unidades compuestas podemos distinguir organización y estructura, siendo la organización –la relación específica entre los componentes- la que determina la identidad de clase de la unidad compuesta que distinguimos en nuestra observación. Mi paso inmediato será, pues, precisar cuál es esa organización específica que debo distinguir en mi observación para decir que tengo la experiencia de observar una persona”, señalaba.

En el 2014 fue premiado con la «Norbert Wiener Gold Medal» por parte del World Organisation Of Cybernetics and Systems en la ciudad de Ibagué Colombia por toda una vida de aportes y trabajo científico a la Cibernética.

Fue fundador y formador de la Escuela Matriztica con Ximena Dávila donde difunde las ideas de la Biología del Conocer y el Amar incluido el concepto de Cibernética en Tiempo Cero, la Biología Cultural y la autoayuda sistémica-radical.

Fue Doctor ‘Honoris Causa’ por las universidades Libre de Bruselas (Bélgica), Santiago (Chile) y Málaga (España).

Pensamiento y legado científico

Desarrolla en el campo de la biología el concepto de la ‘autopoiesis’, siguiendo los trazos de Bateson y Wittgenstein, entre otros. La realidad es una construcción consensuada por una comunidad, donde se produce una apariencia de objetividad. Reemplaza el concepto filosófico de objetividad por la idea de construcción social. Su ‘biología del conocimiento’ se sitúa en la corriente del relativismo epistemológico y del constructivismo radical, emparentado por ello con los planteamientos de Heinz von Foerster, de los que se distancia a comienzos ya del siglo XXI. No es menos importante su relación con Gotthard Günther.

La realidad de los seres vivos está en la biología, como la percepción y la construcción de la realidad. Maturana describe una biofilosofía determinista que, a partir del concepto de ‘autopoiesis’, descubre sistemas de vida autorreferentes, dotados de autonomía para la supervivencia y la reproducción que actúa de forma distinta según las circunstancias ambientales, lo que le permite inferencias en el campo de los sistemas sociales, la educación, la comunicación.

A partir de sus numerosos trabajos en la anatomía y fisiología de la visión animal, advierte el relativismo de la recepción al constatar “que es el vivir del animal lo que determina cómo y qué ve éste” y que, consiguientemente, existe una “congruencia operacional de un organismo con su circunstancia”, resultado de los “cambios estructurales coherentes entre organismo y medio que han surgido de la historia evolutiva a que éste pertenece”.

Para Maturana y su trazado sistémico, los seres vivos están sujetos a una dinámica estructural interna, que distingue a las especies y a los individuos, descrita por su autonomía o ‘autopoiesis’, pero también por la dinámica comunicativa o relacional que permite el consenso vital de las diferentes formas de vida.

Maturana se acerca a los conceptos de lo que comúnmente se entiende por realidad virtual, construcciones que dejan de serlo en la medida que la dinámica del sistema nervioso las integra como nuevos elementos ambientales y relacionales. 


Principales libros

Autor, entre otros, de los libros “De máquinas y seres vivos”, con Francisco Varela (1972), “Autopoiesis and cognition” (1980), “El árbol del conocimiento”, con Francisco Varela (1984), “Emociones y lenguaje en educación y política” (1990), “El sentido de lo humano” (1991), “Desde la biología a la psicología” (1993), “La realidad, ¿objetiva o construida?”, 2 vols. (1996), “La objetividad, un argumento para obligar” (1997), “Transformación en la convivencia” (1999), “From Being to Doing. The Origins of the Biology of Cognition”, con Bernhard Poerksen (2004), “The Origins of Humanness in the Biology of Love”, con Gerda Verden-Zoller (2009).



Publicación original de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.



Post Data

Encierro y libertad en pandemia. Reflexiones que se desplazan

La experiencia de este encierro la hemos vivido como claustrofobia. Una experiencia que, mirada históricamente, la sufrieron distintos colectivos considerados más objetos que sujetos. Bien lo saben las mujeres. Caminar a voluntad. Libertad libre. Sin rumbo. Cuanto valor tiene cuando no se tiene. ¿Es apagar la cámara del computador el último refugio de nuestra libertad?

Por Alejandra Araya Espinoza

Escucho atentamente las reacciones y comentarios de mi círculo cercano, familiar y de amistad en esta cuarentena. Retengo esas conversaciones porque nos muestran la estrecha relación o el nudo que ata a los imaginarios con los hábitos cotidianos, que son también los míos. Un hábito llega a serlo cuando ya no pensamos en si es adecuado hacer algo o no, lo hacemos porque lo hemos incorporado por su carácter de norma que nos trae algún beneficio, como lavarnos los dientes con una herramienta adecuada para ello y un producto cuya aplicación permite concretar el bien: limpiar, higienizar o embellecer. Introducir el hábito es un proceso histórico, cambiar los hábitos también; es tiempo, es repetición. Es solo cuando ese hábito queda en suspenso, en entredicho, o se cuestiona, que nos damos cuenta de que lo teníamos internalizado a tal punto que no pensábamos en él o no lo veíamos. O nos damos cuenta de que no lo teníamos. Cuando hablamos de la libertad, seguramente —y también lo pienso como sujeta que adhiere a algunos principios de la modernidad occidental— nos causaría una cierta reticencia pensar en ella como un hábito. Si puedo salir o no de mi casa, caminar con o sin permiso, quién puede impedírmelo y quién no, o con qué objetivo, quisiéramos pensar que son decisiones propias y en primer lugar el ejercicio de un derecho humano, inalienable.

(Quizás la palabra se siente —mientras se leen estas líneas— como un pulso, un deseo irresistible de…). En el tiempo que nos toca vivir, habitamos un territorio en el que —por Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe y por efecto del toque de queda y las cuarentenas obligatorias— se ha suspendido el ejercicio de la libertad entendida como libre desplazamiento, pero quizás se ha suspendido algo más que eso.

En la primera cuarentena total para Santiago, una niña de ocho años reflexionó: «ahora entiendo lo que es estar presa». Pero esa misma niña había entendido mucho antes que, respecto de otras personas llamadas adultas, ella no podía disponer de sí misma para entrar o salir de su casa, o para diseñar algunos momentos del día, o para hacer el uso de la palabra. Otras mujeres que habían nacido a lo largo del siglo XX podían ejercer autoridad solo en un espacio que se ha llamado casa y en ese lugar que se ha asociado a lo doméstico y al cuidado de otras personas. Pero al cruzar la puerta, parece que dicha autoridad no era suficiente para ejercer su propia libertad. O quizás que, de un modo cruel, ese simple desplazamiento a voluntad por un espacio llamado público, las hiciera más un objeto que una sujeto de derechos y que su acción se entendiera como un uso errado de la libertad, un libertinaje. Como muchos feminismos han dicho, las mujeres siempre han vivido con toque de queda.

En 1886, un 25 de diciembre, una joven mujer llamada Eloísa Díaz defendía su memoria para graduarse como la primera mujer médica de América del Sur, y le dijo al “tribunal”: “vedado estaba a la mujer chilena franquear el umbral sagrado del augusto templo de las ciencias. Pero los tiempos cambian… Una barrera estaba franqueada, quedaba aun otra que salvar que no era menos penosa, menester era obtener el pase de la sociedad para que la niña pudiese salir del hogar y llegar, sino con satisfacción manifiesta suya, al menos sin su reprobación, al santuario de las letras y de las ciencias para volar a él sin que se la mirase a su vuelta con recelo y de reojo”. ¿La incomodidad que generó su presencia en un territorio para hombres definió su tema de memoria? ¿O fue un gesto de libertad, en tanto insolencia pensada, el que Eloísa les hablara sobre un tabú: la menstruación?

Si la libertad es también la experiencia de un cuerpo que se desplaza, dicha condición nos hace iguales a cualquier otra especie animal, y también determina que tan libres e iguales son las personas con dificultades para moverse de forma autónoma (en una silla de ruedas o como anciano). Las personas esclavizadas, en el derecho civil de tradición romana, ocupaban un lugar en el patrimonio económico en la misma calidad que el ganado animal pues eran semovientes: se movían por sí mismos. No aplicaba para ellas la categoría de “persona”. Existen movimientos en defensa de la vida animal que demandan extender dicha categoría a todo ser viviente. Un día de estos, al hacer uso de un permiso temporal individual de desplazamiento general de dos horas y caminando por un parque experimenté la paradoja de sentir que un perro tenía más derechos que una niña (me pidieron que me retirara por detenerme allí con una de ella de la mano). Una señora me dice —frente a una frase de disgusto que se arrancó de mis labios— “si tiene derecho (su perro) a hacer caquita”. Y pensé, quizás tiene más derecho a rebelarse contra la domesticación.

Vivimos una pandemia que protagoniza un virus sin patrón de comportamiento, que ejerce una libertad aleatoria que nos desplaza por un territorio incierto y agobiantemente real. Confinamiento/desconfinamiento. La experiencia de este encierro actual también la hemos vivido como claustrofobia. Las monjas, a las que asociamos con la palabra claustro, hasta el siglo XIX (cuando aparecen las órdenes de vida activa para mujeres) debían sumar a los votos de pobreza, obediencia y castidad, el de clausura. Un voto con sesgo de género, fundamentado en que la mujer lo era por tener un cuerpo cuya sensualidad se extendía por toda la piel. Era mejor cubrirlo, aprisionarlo, ajustarlo y, en el caso de las monjas, que muriera al mundo. Para algunas, esta opción, sin embargo, liberaba pues quitaba ese cuerpo del mercado de los intercambios matrimoniales-sexuales, y les permitía autogobernarse, dedicar tiempo a otras cosas, administrar bienes y gobernar sobre otras.

Alejandra Araya.

Caminar a voluntad. Libertad libre. Sin rumbo. Cuanto valor tiene cuando no se tiene. Pero también es cierto que, teniendo dicha libertad, no la ejercemos lo suficiente y no la situamos. ¿Libertad para ir a comprar, ese es el máximo de la libertad que se desea? Muchos se han desplazado a lugares no citadinos para volver a sentir en el cuerpo la experiencia de la libertad. Pero solo algunos pueden ejercerla e invaden los espacios de otros con sus privilegios. Y los automóviles, que ni siquiera se mueven por sí mismos, parecen tener más derechos que la especie humana pues ante cualquier obstáculo en su camino se protege su derecho a desplazarse con el uso de grandes recursos colectivos que sostienen a los aparatos de Estado que hacen funcionar semáforos y despejar las calles. Esos mismos aparatos de Estado pueden llegar a decir que la libertad no es libre para expresarse y disponer de cuerpos armados para sofocarnos o enceguecernos (literal). El proyecto de ley anti-capucha nos habló de nuestra profunda tradición autoritaria y colonial de control social. Existieron bandos de buen gobierno durante los siglos XVII y XVIII que prohibieron los velos en los rostros de las mujeres (peligro de travestir la identidad de género y de clase), lo que se extendió a las mantillas y rebozos (sobre esto, un clásico y maravilloso libro es Velos antiguos i modernos en los rostros de las mugeres sus conueniençias i daños : ilustración de la Real Premática de las tapadas…). También, si dictaron prohibiciones al embozamiento (cubrirse la cara hasta los ojos) masculino, en particular de noche, las reuniones de más de tres y la vagamundería —eso de andar libre de lazos de dependencia por el mundo (solo para hombres)— se hizo sinónimo de ociosidad y peligro. (Estos han sido por años mis temas de investigación, disponibles aquí y en el libro Ociosos, vagabundos y malentretenidos en Chile colonial).

Pero esa historia parece reírse de sí misma con el actual uso obligatorio de la mascarilla facial en espacios públicos y en lugares cerrados con afluencia de muchos. Al mismo tiempo, el uso de algoritmos de reconocimiento facial para control de seguridad y vigilancia en diversos regímenes “liberales” como el de Estados Unidos o comunistas como el de China, nos recuerdan que el hábito de mirarse al espejo no es igual a mirar a una cámara y que lo que vemos quizás es mucho más un reflejo de nuestros prejuicios sociales que de nuestra individualidad. La investigadora en tecnología del MIT Joy Buolamwini, que detectó el sesgo racial en dichos algoritmos, se transformó en activista de derechos civiles pues, para ella, el rostro puede ser, y cito una frase de la película Prejuicio cifrado de Shalini Kantayya, el último refugio de nuestra intimidad. Y quizás de nuestra libertad: apagar o encender la cámara de tu computadora personal.