Palabra Pública organizó un diálogo sobre periodismo y revistas culturales en el marco de la Primavera del Libro realizada en el Parque Bustamante. Se trataba de interrogar sobre el aporte del periodismo en la visibilización y análisis en torno a las manifestaciones artísticas y culturales, asumiendo que el campo cultural no sólo nos remite a la creación sino también al vasto escenario donde se exhiben y confrontan las señas de identidad de un tiempo, incluidos el pensamiento crítico y el debate de ideas.
Por ello, pasan a ser centrales interrogantes sobre cómo y dónde se abordan estos aspectos claves para el desarrollo humanista y democrático necesarios en toda sociedad que aspire a una cierta densidad, y que quiera ser narrada o mirada más allá de los parámetros del consumo o del mercado, como nos han acostumbrado en las últimas décadas.
Más aún, cuando enfrentamos cambios culturales de envergadura en medio de crisis políticas, sociales y medioambientales que ponen en jaque incluso la propia existencia humana.
¿Desde dónde podemos leer estos cambios? ¿Quiénes y desde qué disciplinas o áreas del conocimiento siguen las huellas de estas múltiples revoluciones? ¿Qué pasa con la creación artística o con la literatura en América Latina, un continente que se funda y refunda en la palabra de sus creadores, cuya solvencia sobrepasa con creces la de sus políticos y tecnócratas?
Estas y muchas otras preguntas le corresponden al periodismo cultural a través de sus diarios, revistas, suplementos, libros u otros soportes donde éste se despliega en sus narrativas y estéticas innovadoras e irreverentes.
Sin embargo, la fría tarde primaveral donde transcurrió el diálogo en cuestión dejó un sabor amargo. Esto, pese al entusiasmo y lucidez de su conductora y editora, Evelyn Erlij, así como de las y los panelistas invitados, la crítica Patricia Espinosa, el periodista David Ponce y el editor Álvaro Matus, y pese a la buena noticia que significaba la aparición de dos nuevos medios: Átomo, de la Fundación para el Progreso, y Punto y coma, del Instituto de Estudios de la Sociedad, el primero cercano a una línea liberal y el segundo, a una más conservadora.
Porque no sólo se constataba que gran parte de los medios culturales existentes hoy están anclados a instituciones como universidades o centros de pensamiento. Palabra Pública, en la U. de Chile; Revista Universitaria, de la UC o Santiago, de la UDP, por sumar tres ejemplos a los ya nombrados, y que hablan positivamente del aporte de estas instituciones y centros de pensamiento a las sociedades a las que se deben.
El problema estaba en que no era mucho más lo que había. Porque en esa fría tarde de primavera, cuando se reflexionaba sobre el estado del arte en materia de revistas culturales y periodismo cultural, se hacía invocando los cadáveres de al menos una decena de medios que en las últimas tres décadas dejaron su impronta para luego ser arrasados, ya sea por la indiferencia de sus lectores, las leyes de un mercado que no es neutral o la ausencia de políticas públicas que deben garantizar no sólo la libertad de expresión sino el valor de la diversidad y del pluralismo. Una diversidad y pluralismo que permitan la circulación de otras voces, de otros discursos, de nuevos debates y estéticas que enriquecen a una sociedad.
Pero en el Chile actual, poco o nada de eso existe. Y aunque nos inviten a sumergirnos con entusiasmo en las alternativas que en esta materia nos ofrecería el mercado, salvo excepciones, seguimos condenados a su ramplona oferta de homogeneidad.