Estudios recientes afirman que la brecha ideológica entre hombres y mujeres ha incrementado en el último tiempo, especialmente entre aquellos nacidos a finales de los años 90. Mientras los primeros suelen ser más conservadores, las segundas tienden a identificarse como progresistas. En esta columna, la académica Claudia Alarcón propone reflexionar desde una perspectiva de género y no desde una dicotomía sexual. “Lo relevante es entender las prácticas sociales y las dinámicas de relación entre los sujetos. Esto es imprescindible para avanzar hacia una comprensión de fenómenos como la violencia”, escribe.
Por Claudia Alarcón Espinoza
Un artículo publicado en 2024 por la revista británica Financial Times asegura que las visiones de mundo de las mujeres y los hombres jóvenes se están separando, y que esta separación podría traer consecuencias. El artículo señala que esta tendencia se ha desarrollado especialmente entre las generaciones más jóvenes, como la nacida a finales de la década de 1990, también conocida como generación Z. Los datos muestran que existe una separación en relación con las posturas ideológicas entre hombres y mujeres. En otro reportaje del portal Yahoo, el investigador estadounidense Daniel Cox señala lo mismo: los jóvenes se están dividiendo entre mujeres progresistas versus hombres conservadores, lo que, según el autor, pareciera ser resultado de los movimientos en contra del acoso sexual, “el detonante clave que dio origen a valores ferozmente feministas entre las mujeres jóvenes que se sintieron empoderadas”.
Cuando se leen los resultados y las posibles causas de lo que estaría ocurriendo, la respuesta se centra en el impacto del movimiento #MeToo, y más específicamente del movimiento feminista, en las mujeres, pero no en los hombres. Sin embargo, ninguno de los artículos mencionados da cuenta de cambios de las relaciones de género, sino de patrones discursivos que se basan en una diferencia sexual (es decir, de las diferencias de opinión que existen entre personas de sexo masculino versus personas de sexo femenino), ni tampoco explican las dinámicas relacionales entre los sexos.
Reducir un fenómeno complejo a una dicotomía de hombres y mujeres solo genera más división y menos posibilidades de transformación de las relaciones entre las personas. Además, se invisibilizan las históricas luchas que las mujeres y los grupos vulnerables han dado antes del movimiento #MeToo.
En este contexto, quisiera proponer una nueva mirada o análisis. La invitación es a reflexionar desde una perspectiva relacional del género y no desde una dicotomía sexual. La relación entre las personas es una relación dinámica e histórica, influenciadas por diversos factores como el contexto social, cultural, económico y político. Además, estas relaciones no siguen un patrón lineal, sino que son complejas. Según la socióloga australiana Raewyn Connell, las relaciones de género implican dinámicas y prácticas relacionales donde se ponen en juego el poder, las emociones, lo simbólico, lo cultural y lo económico, entre otros.
Cuando revisamos los estudios donde se presentan análisis basados en las diferencias entre los sexos, es posible observar que se transforma esta variable en un condicionador de características opuestas de personalidad y desarrollo. Por ejemplo, cuando se pregunta por la capacidad de expresión de sentimientos, aparecerán las mujeres como más sensibles y emocionales, y los hombres más rudos y racionales.
Esto es justamente lo que desde la perspectiva de género relacional se intenta superar, no solo en términos identitarios, sino también en cuanto a los determinantes de personalidad que se entienden como “naturales”. En este contexto, uno de los mayores problemas a los que nos vemos enfrentados, es que en nuestra cultura se ha anquilosado en el lenguaje cotidiano la tendencia a entender la masculinidad y la feminidad como opuestos naturales, expresando el contraste de lo masculino y lo femenino.
Como es de suponer, este pensamiento categórico no es nuevo. Por el contrario, es parte de la filosofía occidental originaria de la Grecia clásica y se extiende a otros períodos históricos, incluso a los procesos colonizadores, instalando convicciones de mundo que se han mantenido a lo largo del tiempo como categorías que como Luz Marina Astudillo lo menciona “identifican a grupos humanos, generan procesos identitarios de definición, exclusión y dominio”.
Esta lógica binaria se construye culturalmente y se establece como un ordenamiento de las relaciones, abarcando todo el quehacer social, como las leyes, la división del trabajo, el establecimiento de rutinas domésticas, la salud e incluso la definición de las personalidades. Esto último tiene como consecuencia que efectivamente las relaciones se vivencien de manera dicotómica.
Como Connell describe muy bien, el pensamiento categórico no necesita estar basado en el esencialismo biológico. También el género puede seguir una lógica categórica. La dicotomía se presenta más en las normas y expectativas sociales que en la anatomía. El “rol masculino” se contrasta con el “rol femenino”. Esto es muy común de ver en investigaciones que incluyen género, que lo que realmente hacen es análisis por sexo.
No es de extrañar, entonces, que el pensamiento categórico binario se convierta en la base del análisis de las diferencias entre los sexos, y que esto nos lleve a centrarnos solo en aquellas que se exponen de manera dicotómica. Este hecho hace que las personas piensen que las prácticas relacionales y sus dinámicas son lo que las diferencias muestran, pero en realidad no es así. Son muy pocos los estudios que se realizan para comprender dichas dinámicas. Tendemos a reforzar y reproducir una lógica que genera una estructura relacional establecida mediante opuestos, y que muchas veces se representa sin posibilidad de cambio.
Si bien el pensamiento categórico se ha complejizado desde los años 90 con el enfoque interseccional, proporcionando un marco básico para reconceptualizar el género, esto no significa que se haya transformado. La interseccionalidad integra y denota nuevas categorías en las cuales raza, clase social, edad u otras variables interactúan para dar forma a patrones sociales de relación. Sin embargo, se observa que gran parte de la literatura de “interseccionalidad” simplemente combina un enfoque categórico de una dimensión de la diferencia sexual con un enfoque categórico. Esto añade poco a una comprensión de las dinámicas sociales.
En este sentido, los datos que se presentan en el artículo del Financial Times no dan cuenta de las prácticas de los sujetos sino de sus diferencias ideológicas. Esto es importante porque no necesariamente lo que se expone es una dinámica relacional. Por ejemplo, una mujer puede declarar estar en contra de la violencia hacia las mujeres, pero ser parte de una relación de violencia. ¿Sería conservadora o progresista? Esto suena controversial, y realmente lo es. Por eso creo que lo relevante es entender las prácticas y dinámicas que se dan entre los sexos, en cada uno de ellos y, más ampliamente, entre las personas, independiente de su sexo.
Atender las prácticas sociales y las dinámicas de relación entre los sujetos, y no solo la opinión o descripción basada en un análisis de la categoría sexual, es imprescindible para avanzar hacia una comprensión de fenómenos como la violencia.
Ahora bien, hay que recordar que los discursos que se construyen en torno a la diferencia sexual permean nuestra cotidianidad y crean verdades dominantes que reproducen las lógicas de poder. Así, la hegemonía masculina se instalará aprovechando este binarismo o categorización que hemos aprendido. El poder se ejerce a partir de una multiplicidad de relaciones que no son igualitarias. El estudio también muestra que quienes están en una posición de privilegio no ven estas diferencias, no las entienden o simplemente no piensan que haya algo que cambiar, ya sea porque lo consideran innecesario, exagerado o porque asumen que las cosas son así. De esta forma, el binarismo pasa a ser un elemento de identidad que refuerza una opinión o una posición respecto de un tema y, en este caso, refuerza la llamada masculinidad.
Cabe destacar que con posición de privilegio no me refiero a la riqueza material, sino más bien a condiciones de posibilidad más amplias que permiten, por ejemplo, que un hombre pueda caminar más seguro por la noche que una mujer, y que esta diferencia no se cuestione.
En este sentido, el hecho de que los hombres tengan una opinión conservadora nos puede estar indicando que las masculinidades se refuerzan, se resisten a ceder y transformar las formas de relación, tratando de conservar un ordenamiento patriarcal de la sociedad. Si estas relaciones no cambian se generan culturas u órdenes de género anquilosados.
Si bien el pensamiento categórico basado en el sexo puede considerarse como una primera aproximación a la comprensión de las relaciones entre las personas, no debe ser la última. El desafío es intentar abandonar esta división categórica para el análisis social. Nadie está diciendo que se debe dejar de pensar o nombrar a hombres o mujeres desde el sexo. Lo que buscamos es dar un paso más allá y entender que las relaciones, esencialmente binarias (blanco o negro), no son estáticas, cambian de cultura en cultura y también con el tiempo. Por tanto, son posibles de transformar.
La invitación que hace el feminismo, y que no se ha entendido del todo, es crear mejores relaciones. Esto no es una cuestión categórica binaria, sino una necesidad de avanzar hacia sociedades menos violentas, más equitativas y justas. Lo que se espera es dejar de lado este binarismo que nos encasilla y estrecha emocional, intelectual y físicamente.
Superar los estereotipos implica usar los datos como base de una discusión, pero no establecerlos como naturales en sí mismos. El feminismo nos invita a transformar nuestra sociedad para que así un sexo no domine sobre el otro, para que uno no tenga que ser considerado más conservador y el otro más progresista. Se trata de avanzar hacia relaciones menos violentas, más equitativas y con mayor igualdad de oportunidades. Usemos los estudios como punto de partida para una comprensión, no como una realidad sin posibilidad de cambio.