«Su integridad estética se alza como un refugio que patentiza una propuesta donde se prioriza la voz de una mujer para la cual la escritura es el centro de su existencia. La voz nómade nos involucra en una visión cotidiana del mundo, cargada de imágenes cercanas, envueltas en un simbolismo de dos aristas: tan gozoso como mortuorio», escribe Patricia Espinosa sobre El cuaderno de las cosas inútiles, de Malú Urriola.
Por Patricia Espinosa
En julio de 2022 se publica El cuaderno de las cosas inútiles (Cuarto Propio), de Malú Urriola, una de las grandes poetas chilenas de la posdictadura. Ella fallece en julio de 2023, pero antes de partir agrega a su destacada obra este magnífico libro. Urriola pertenece a una generación de escritorxs que emerge a finales de la dictadura y que resulta ser una suerte de generación perdida. Autoras y autores insertos en un campo cultural tensionado por la dictadura y la reinstalación democrática. Desgraciadamente, sus obras no tuvieron en su momento una resonancia crítica a la altura de sus valiosas propuestas.
Urriola es una poeta urbana, la metrópolis es por antonomasia el lugar desde donde sus voces líricas se expresan. Es importante agregar que estamos hablando de una voz rebelde, insumisa y fuertemente enfocada en emitir una aguda crítica cultural. Imposible olvidar estos versos feministas, punketas, burlescos y rabiosos de su primer poemario, Piedras rodantes (Cuarto Propio, 1988):
Hay que asumir, pendeja
que estás sola
que te bailas un rock
para quitarte las ganas –tú sabes de qué–
porque de tanto perraje patriarcal trompeteado
estás hasta la tusa
y ellos siguen tirándose a partir
prejuiciados
amablemente discrepantes
hey, malú una raja, qué te importa
si ni siquiera encuentras algo que te importe
por eso callas y luego ríes
porque nadie te llena el hoyo,
ni el vino
ni los machitos
ni mirar sus traseros sin forma
no te queda más que caminar borracha
y llegar borracha a tu home
piedrita mendiga (45)
El cuaderno de las cosas inútiles es un volumen escrito en pandemia. Por razones profesionales, la poeta estaba en Madrid cuando se impuso la cuarentena. Por lo mismo, su voz semeja la de un monólogo que testimonia un estado de soledad y de amenaza vital. Sin embargo, su integridad estética se alza como un refugio que patentiza una propuesta donde se prioriza la voz de una mujer para la cual la escritura es el centro de su existencia. La voz nómade nos involucra en una visión cotidiana del mundo, cargada de imágenes cercanas, envueltas en un simbolismo de dos aristas: tan gozoso como mortuorio. Ambos registros aparecen encadenados, asumidos como parte de un proceso connatural a la existencia, aunque no por ello menos doloroso.
Urriola posee una concepción de la poesía desprovista de una retórica ampulosa. Hay un deseo de transmitir un mensaje, de entablar un diálogo profundo con su lector/lectora. Utiliza de manera frecuente la simetría y el contrapunto. Un ejemplo de esto se ve en los siguientes versos: “Alguien le abrió la puerta a la muerte”, para luego señalar, “Un pez saltó las perlas de la noche” (15). Dos movimientos al unísono, dos giros que nos llevan al surgimiento de una temporalidad que se abre hacia la duplicación de acciones en apariencia de diverso carácter, pero que permiten avizorar lo real desde dos puntos de vista. Por un lado, la muerte, y, por otro, la vida.
Si bien en este poemario no cambia la esencia de la voz lírica de Urriola, que mantiene sus guiños rockeros, su enfoque en lo cotidiano, su mirada crítica y su perspectiva de género, hay un tránsito hacia un lenguaje universal. Por ello, sus palabras parecen más pulidas y fuertemente enfocadas en la crítica filosófica y en un estado de calma para enfrentar el horror de la muerte mediante una suerte de tributo a la vida.
La escritura es el territorio donde atestiguar el acontecer, pero también un lugar de toma de conciencia sobre la responsabilidad humana en la pandemia: “Los hospitales se han poblado de enfermos. / Han cerrado el cine X y el Doré. / De pronto: / no el aire no el aire no el aire. / Tuvimos una vida y la tratamos como a un perro” (18). La poeta expone la dolorosa realidad, los signos de un fin de mundo, donde lo que daña es precisamente el elemento esencial para la vida: el aire.
Uno de los momentos que me parecen más importantes del poemario se expresa en estos versos: “No hay manera de vivir sin rendirse / –aunque sea por un momento–/ ante la belleza de las cosas inútiles” (26). Enunciados que nos remiten a la imposibilidad de reconocer que las cosas inútiles poseen un sentido supremo para la vida. La realidad material, por tanto, habita en lo mínimo, en lo doméstico, aquello que por lo general no vemos o esquivamos en el día a día. La escritura recoge estas trazas de cotidianeidad como “quien honra la tierra del camino” (27). La materialidad es, de tal manera, intervenida por un orden de alguna forma sagrado, donde la voz lírica rinde tributo a la vida/camino mediante una escritura homologable a la vida. El acto de escribir es motivado por un deseo de itinerar —“Escribo como quien construye una barca” (28)— ligado a un accionar donde se transita de manera constante: “Nunca estoy, vengo llegando siempre” (31). Este “venir llegando” es un bello principio estético, ya que para la poeta lo real es siempre novedoso o, en cierta medida, es un estado de permanente asombro, como si renaciera una y otra vez, en una incesante lucha contra la catástrofe.
Esta intensa alternancia entre vida y catástrofe solo puede ser sostenida por el deseo de que el ser humano tenga una nueva oportunidad. Esta vez su función primordial será “honrar” y revalorizar aquello que fue despreciado y desvalorizado: “Volveremos a subir en ascensores, / pero sonreiremos al vernos. / Volveremos a comprar lo necesario y ayudaremos a los / ancianos con las bolsas […] Volveremos a volar y bendeciremos la vida” (42). Honrar es un símil de bendecir, por tanto, en esta nueva oportunidad, el ser humano podrá redimirse de su mal proceder y alcanzar un estado cercano a la santidad.
La poeta se niega al fin y anhela la redención del error humano, donde el buen vivir será capaz de combatir el oscuro destino que se acerca. Por ello, el deseo se mantiene indemne: “Regresarás, Ángela, cuando me haya ido al país / donde el desierto avanza. / En la silla donde te sentabas a mi lado, / te dejo este cuaderno que me salvó la vida. / Empedrado abajo, la muerte toca el violín.” (45). Su amora —tomo este término de la novela homónima de la autora mexicana Rosamaría Roffiel— es Ángela, destinataria de este cuaderno que “salvó la vida” a la poeta. Es importante el uso del presente —“te dejo este cuaderno”—, pues anuncia una retirada de la poeta aun antes de marcharse al país “donde el desierto avanza”.
¡Hey, Malú! Retomo tus primeros versos, tan importantes para mí en esos días punketas, para decir que nos dejaste mil tareas pendientes, la primera, por supuesto, seguir leyéndote y valorando tu pasión, tu escritura fogosa y tu comprometida forma de asumir la poesía y la posibilidad de leer este mundo, dejando atrás nuestro desencanto y confiando en que, tal vez, aún sea posible revertir el fin de todo.