Me pregunto cuántos autores habrán sido capaces de escribir con lucidez sobre su propio trabajo. Cuántos logran atravesar ese camino, orillado de riesgos como la autocomplacencia, la miopía o la repetición. La literatura rioplatense ofrece bellos ejemplos, como el de Piglia. En los días que corren, me parece que este es también el caso alucinante de Fernanda Trías, escritora uruguaya que el año pasado recibiera el importante premio Sor Juana Inés de la Cruz en la FIL Guadalajara.
Hace ya diez años, Brutas Editoras le solicitó a Trías un relato sobre su experiencia en Buenos Aires, donde vivió por unos años, para la colección Destinos cruzados. La ciudad del fervor, de Boedo y Florida, del existencialismo rioplatense y la resistencia a la dictadura se transformó, en La ciudad invencible, en el “terreno de la reparación”. Trías da cuenta de que “vivir es ir dibujando mapas que algún día se borrarán con nosotros” y decide alejarse de la ciudad-postal (“… mi Buenos Aires estaba hecha de lugares imposibles para una turista: fiscalías, pasillos mugrientos bajo luces fluorescentes”) o la ciudad literaria (“La literatura de Buenos Aires es Buenos Aires”), para contar la ciudad como una herida que no acaba de restañarse y en la que habita “la Rata”, verdugo de una relación violenta que ya ha terminado, pero que para la narradora sigue estando ahí, como esas imágenes que permanecen y destellan en la retina después de haber cerrado los ojos.
Con sutileza, Fernanda Trías logra construir un relato de múltiples capas, que van creando un espesor o volumen del lugar, una ciudad oscura que toma forma, temperatura, atmósfera, de manera fragmentaria, a través de pequeños hallazgos y encuentros con personajes que resultan tan solos o despojados como la protagonista. Hay “marcas que se acumulan no solo sobre el cuerpo sino también sobre los espacios” y habría que decir, en este caso, también sobre la escritura.
Cuando Trías se atrevió a escribir y publicar su historia, no existía aún el #NiUnaMenos, ni el #MeToo. La presentó como “autoficcional”, resguardando así el carácter testimonial que podía tener y la identidad cierta de la Rata con un escritor argentino de renombre, mayor que ella, que se dedicó a hacerle la vida imposible antes, durante y después de la publicación: “La protagonista de esa novela soy yo (…) Y aunque al momento de publicar La ciudad invencible sentí tanto pudor que la llamé “novela de autoficción” con los años pude asumir esa parte de mi pasado y me he sentido lo suficientemente cómoda como para no rechinar los dientes cuando alguien la llama ‘ensayo’ o incluso ‘diario’”. El comentario es parte del ensayo “En nombre propio”, incluido en esta nueva edición realizada por Banda Propia en Chile, donde explica que en La ciudad invencible le interesaba narrar no tanto la trama de la violencia, un enfoque que podía resultar predecible o sensacionalista, sino más bien la persistencia del duelo y el temor: “La narradora intenta sobrevivir a una relación de pareja con un hombre violento. La relación ya está terminada, pero la narradora descubre que el lazo que la une a su maltratador no es tan fácil de cortar, que ese lazo está tejido con las resistentes fibras del miedo”.
Trías revisita su escritura y da cuenta de la brecha que existe entre el momento en que apareció su libro y lo que hoy vivimos gracias a las movilizaciones feministas masivas. Por otra parte, pasa revista de las representaciones literarias de la violencia de género para mostrarnos cómo el campo literario se hizo cargo de acallar lo que los textos gritaban a voces. Un complejo engranaje con el que el campo literario ha sabido acallar la denuncia y el dolor. Bellísima es la genealogía de textos que rescata de esa indiferencia perversa, historias que antes que la suya consignaron la violencia, sin que la crítica literaria quisiera llamar a las cosas por su nombre: violación y no “erotismo”, femicidio y no “crimen pasional”.
Enero, de Sara Gallardo; La casa del ángel, de Beatriz Guido; “Pecado mortal”, de Silvina Ocampo; Una chica de provincia y Chicas muertas, de Selva Almada, Beya, de Gabriela Cabezón Cámara son algunas de las narraciones que Trías revisita y que antes o a un mismo tiempo que La ciudad invencible nombraron lo innombrable, la violencia y la falta de justicia de una sociedad estructurada para encubrir crueldades como las de la Rata. Abordar estas representaciones le permite a la autora ahondar incluso con más profundidad en su propia escritura, en los miedos que la velan y actúan como pestillos que hay que ir abriendo aunque duela. Pero a diferencia de aquellas violencias, “representadas sobre cuerpos indefensos: niñas, adolescentes, jovencitas, mujeres pobres del mundo rural”, a Trías alguna vez le pareció que la que le tocó vivir era una “historia de treintañera fracasada, una historia secreta y mucho menos espeluznante, una historia sin épica, en la que me había sentido impotente y hasta cobarde. Porque a diferencia de esos personajes, yo había podido elegir, ¿o no? Yo era, cuanto menos, coautora de mi desgracia” (“En nombre propio”). La dureza del ensayo de Trías pavimenta un camino reflexivo, crítico, en que dolor y literatura se traslapan hasta hacer del relato algo viable; su protagonista debe darse a sí misma permiso y una buena cuota de indulgencia y amor para tomar las riendas de su propia narración. Y una vez allí, debe lidiar con otro cuerpo a cuerpo, esta vez con la escritura: “¿Cómo nombrar las cosas? Cómo acercarse lo más posible al asunto que se quiere contar, es decir, al corazón del asunto, no a la anécdota. Porque no se puede llegar a él en línea recta; hay que merodearlo, dibujar el contorno a partir de las múltiples vueltas y los múltiples intentos, de modo que al final el asunto quede expuesto como un hombre invisible al que se le ha tirado una sábana encima”. La belleza de esta imagen habla por sí sola de la belleza del libro, una gimnasia del miedo, la culpa y el restablecimiento de la propia estima, de la propia voz. Del nombre propio.
Es muy significativo que el ensayo comience con la imagen de una recién nacida —“La joven nacida” se titula un ensayo feminista señero de Hélène Cixous—. Esta imagen inaugura el discurso sobre la diferencia social y política que segrega a las mujeres, como una forma de anticipar futuros distintos, una utopía que comienza con la frase “la bebé duerme”. En un mundo apocalíptico (tema de su gran y premiada novela Mugre rosa), es posible, todavía, construir algo nuevo. Imaginar sociedades distintas para las que vendrán después de nosotras, en que ellas puedan soñar apaciblemente: “El mundo se cae a pedazos, pero solo con pedazos se construye algo”, escribe la genial Fernanda Trías. Valga para la vida, el feminismo y por qué no, también para la literatura.
La ciudad invencible
Banda Propia, 2022
159 páginas