El escritor Witold Gombrowicz llegó a Buenos Aires en agosto de 1939, pocas semanas antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial en su país natal, Polonia. Era ya entonces un escritor reconocido, que había publicado su novela más importante, Ferdydurke, aunque en la capital argentina nadie lo conocía. Era un viaje de turismo y se terminó quedando más de 20 años, tiempo suficiente para dejar tras de sí una suerte de leyenda que la escritora trasandina Mercedes Halfon desentraña en Extranjero en todas partes. Los días argentinos de Witold Gombrowicz, publicado por Ediciones UDP.
Foto: Lisbeth Salas
“Que la leyenda la escriba un extraño”.
La frase es de Rosario Bléfari —escritora y música argentina—, pero quien la convoca en esta historia, a modo de epígrafe, es Mercedes Halfon (1980); es ella, de hecho, la extraña —que en realidad no es una extraña, sino una de las escritoras jóvenes más singulares de la literatura argentina actual— que va a escribir la leyenda, y la leyenda es sobre un polaco que llegó al puerto de Buenos Aires, en un crucero de lujo, en el invierno de 1939.
Un tal Witold Gombrowicz.
Era ya entonces un escritor de vanguardia, había publicado quizá su novela más importante —Ferdydurke— y llegaba a Buenos Aires junto a diplomáticos, empresarios y políticos, invitados, todos, por la compañía naviera de ese país, que cruzaba el Atlántico hasta Argentina por primera vez.
Gombrowicz se bajó del crucero y recorrió la capital trasandina durante días, fascinado: había algo ahí en esas calles, en esos rostros, en ese mundo nuevo que despertó su curiosidad. Pero debía volver. Lo sabía. Y también sabía que allá lejos, en su país, las cosas estaban difíciles: aún no explotaba, pero la guerra era inminente, por lo que llegaron instrucciones para que el crucero volviera, pronto.
Mercedes Halfon va a describir así este momento fundamental en la vida de Witold Gombrowicz, el instante en que comienza su leyenda, la leyenda de ese excéntrico escritor polaco que va a quedarse a vivir en Argentina durante más de dos décadas y que ese día de agosto de 1939 “va al puerto, hace que le suban el equipaje, se despide y embarca —escribe Halfon—. Pero cuando suena la alarma que indica que el barco está pronto a partir, tiene un impulso. Baja rápido la pasarela con sus dos valijas al muelle. No va a volver a Polonia. A la guerra que posiblemente sucederá. Tiene doscientos dólares y apenas unas mudas de ropa. No habla español. No conoce prácticamente a nadie. Y nadie lo conoce a él…”.
Agosto de 1939: unas semanas después, estalla la Segunda Guerra Mundial y Gombrowicz está solo en Buenos Aires.
Es aquí donde empieza la leyenda, y es aquí donde empieza la historia que la escritora y periodista cultural argentina Mercedes Halfon va a narrar en Extranjero en todas partes. Los días argentinos de Witold Gombrowicz, recién publicado por Ediciones Universidad Diego Portales.
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Lo que Mercedes Halfon sabía de Gombrowicz no era mucho, o era lo que una buena parte de los lectores argentinos sabe. Había leído algunos libros —Diario argentino y sus obras de teatro— y había visto alguna adaptación que le gustó mucho y que despertó en ella la atención, la curiosidad: “Al principio, cuando me propusieron escribir este perfil, me abrumé, porque es un autor con bastante obra, del que hay escrito bibliotecas enteras, pero después, ese punto de partida más virgen me pareció una virtud —cuenta Halfon desde Buenos Aires, donde vive y donde ha escrito gran parte de su obra: poemas, ensayos, columnas y esos libros hermosos e híbridos que le han permitido ir ganando lectores en España, México, Argentina por supuesto, y Chile también, donde han sido publicados por Lecturas Ediciones: El trabajo de los ojos (2017) y Diario pinchado (2021). Libros escritos con una elegancia admirable, pero también con una sensibilidad que sin duda los lectores hallarán en este perfil dedicado a Gombrowicz y sus años argentinos.
Halfon agrega acerca del origen del libro y su vínculo con el autor polaco: “Partí de ese desconocimiento sobre él, guiada por la curiosidad, por la prudencia, con cierto desprejuicio. Obviamente me fascinó casi al instante de empezar a leerlo con la perspectiva de este libro en la cabeza”.
Lo fascinante de Gombrowicz está ahí, en sus libros extrañísimos, delirantes y resbaladizos, como también en esa vida argentina que decidió emprender, sin saber el idioma, sin tener un trabajo, solo, completamente solo pero deslumbrado por una ciudad que lo remecerá tanto afectiva como intelectualmente. Una ciudad que está en el centro de este perfil que Halfon escribe recurriendo a una intensa lectura tanto de archivos como de la propia obra del polaco: “El trabajo fue primero leer toda su ficción, después su material autobiográfico y luego los libros que habían escrito personas allegadas a él con reflexiones o testimonios. Hay cartas, entrevistas, ensayos y más. Afortunadamente había bastante material documental donde pude reponer la historia y el anecdotario de Gombrowicz en Argentina. Aunque de las mismas historias hay muchas versiones, incluso orales. Lo que escribió Gombrowicz, lo que escribió algún amigo, lo que otro le dijo a alguien y eso me llegó a mí. Lo que hacía era cruzar los testimonios, y cuando tenía al menos tres que decían lo mismo o algo muy parecido, daba por bueno ese relato
—¿Fue muy intenso el trabajo con esos materiales de archivo?
—Es que en este caso no había fuentes vivas, pero sí mucho testimonio. Algo central es que Gombrowicz escribió muchísimo sobre sí mismo, varios libros, estaba un poco obsesionado con el registro de las experiencias y el paso del tiempo, y es algo que puede no pasarte en un perfil. Hay escritorxs que no llevan diario o no tienen si quiera un currículum ordenado. Al mismo tiempo, las diferencias entre las versiones también eran interesantes, o se podía pensar a partir de eso. Lo que él quería decir, lo que quería que se supiera, lo que prefirió no narrar. Guiarse por su propio relato podía ser peligroso, había que tomarlo con pinzas, pero era útil para observar cómo había querido contar su historia.
—¿Y qué otros obstáculos encontraste a la hora de investigar sus años en Argentina?
—Sin duda el tiempo transcurrido de su muerte, que no hubiera casi testimonios de personas vivas que pudieran darme una imagen viva, precisamente. Hubo que construirlo de otro modo y en algunos casos, aceptar los baches, las incongruencias, ciertos momentos de su vida que me cerraban la puerta. Elegí contar los períodos sobre lo que había más material o que el material me permitía armar escenas lo más cercanas a él posible.
De esas escenas e imágenes que reconstruye Halfon, resaltan sobre todo aquellas en que vemos a Gombrowicz deambulando por un Buenos Aires fantasmal, brumoso, caminatas nocturnas, vagabundeos por esas calles donde conseguiría algún encuentro amoroso: estruja al máximo los pocos dólares que traía desde Polonia, duerme en pensiones de mala muerte, busca un lugar en este mundo nuevo, se hace notar de todas formas: su aspecto juvenil, excéntrico, su desparpajo, su altivez también. Nunca le había faltado y ahora le faltaba todo. Ferdydurke (1937) le había dado prestigio y éxito, pero en Buenos Aires nadie sabía de su existencia. Sin embargo, se las arregla para hacerse amigos y amigas y que ellos lo inviten a comer y lo empiecen a integrar a la vida cultural de Buenos Aires.
Una de las escenas más importantes en este sentido es el momento en que Gombrowicz se aventura en aquella empresa delirante que va a ser traducir el Ferdydurke al español sin conocer completamente el idioma. Y para hacerlo, reunirá a un grupo de amigos en la confitería Rex, con quienes le irá dando forma en nuestro idioma a esta novela delirante y deslumbrante en la que un treintañero es obligado a volver al colegio, es decir, a ser un adolescente; un libro “en el que dejó claro qué batallas pensaba dar a lo largo de su vida —escribe Halfon—. El rechazo a la madurez, la forma y la búsqueda de lo imperfecto, lo inmaduro, la juventud”.
Sin duda debe ser uno de los proyectos de traducción más estrafalarios —como lo define Halfon— de los que se tengan noticias: un grupo de amigos, un comité, alrededor de veinte personas —entre los que destaca el extraordinario escritor cubano Virgilio Piñera— discutiendo, decidiendo y definiendo cada palabra en español que va a darle forma a la novela, aunque prácticamente ninguno domine el polaco. Una traducción que se publica finalmente en abril de 1947, en Ediciones Argos. Gombrowicz tiene muchísimas expectativas y casi ninguna se va a cumplir, porque la respuesta del campo literario argentino es casi nula: un par de reseñas, algunos comentarios, unas pocas ventas, no mucho más.
—A Gombrowicz le pesó mucho ser un extranjero, no hablar el idioma —al menos inicialmente—, no tener dinero durante muchos años, vivir en la pobreza. Su carácter tampoco facilitaba la integración, era orgulloso y soberbio. Todo esto hizo difícil su vínculo con los ambientes literarios más poderosos del momento, como el grupo Sur. Ellos lo ignoraron, y él se despachó contra ellos en el Diario argentino.
—Tú cuentas, de hecho, que el único artículo que le dedicó la revista Sur es una reseña sobre Diario argentino, y que se publica cuando él ya no está en Argentina… Él parecía tener una suerte de espíritu polemista pero que no terminó de encontrar eco en ese campo cultural…
—Creo que esa singularidad suya, de ser un polemista como vos decís, o un no integrado, es una parte central de su aura y de su literatura y explica algo de la seducción que ejerció en quienes lo han leído, tanto en su momento como ahora. Es un autor que ha servido como estandarte en ciertas luchas contra el poder, o la cultura en mayúsculas.
—A propósito de una experiencia que cuentas en el libro, y que seguro que varios lectores extranjeros han vivido con curiosidad, no deja de sorprender que en varias librerías trasandinas los libros de Gombrowicz suelen estar en la sección de “Literatura Argentina”… En ese sentido, ¿cuál crees tú que es el lugar que tiene el polaco hoy entre los lectores y escritores de allá?
—Sí, es curioso el lugar donde se lo ubica en librerías… Es algo que dice una experta polaca, Ewa Kobyłecka-Piwońska, en el libro: en Argentina lo consideramos parte de la literatura argentina, y en Polonia lo consideran parte de la literatura polaca… Pero hasta cierto punto. No sé, realmente, qué nivel de influencia ha tenido en Argentina. Yo creo que para los autores más excéntricos, más radicales de la década del 70 y del 80 (Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán, Germán García, César Aira mismo aunque lo niegue) era una referencia, porque su impronta todavía era parte de la leyenda, su sombra estaba tibia, hacía muy poco que había dejado el país. Pero después creo que algo menguó.
—¿Sería algo así como un escritor de culto, no?
—Sí, un autor para iniciados. El congreso Gombrowicz que se hizo en los últimos años (donde se reunieron en Buenos Aires, en 2014, investigadores, académicos y escritores a discutir sobre su trabajo) seguramente haya ayudado a difundir su obra. Pero en el proceso de escribir el libro, y hablando con jóvenes escritores, o lectores, notaba que en general solo lo conocen vagamente. Es un autor bastante difícil de leer de manera superficial. Impone su lenguaje, sus ideas, hay que estar un poco dispuesto a atravesar zonas algo desérticas…
—Pensando en los lectores chilenos que aún no lo leen, o que lo van a descubrir o se interesarán por su obra a partir de tu libro, ¿cuál crees que es el mejor título para ingresar en su mundo?
—Yo creo que primero Diario argentino y después Ferdydurke. El Diario me resulta muy interesante para conocer al personaje, sus ideas, sus posturas; y Ferdydurke tiene toda la potencia de su humor y su lenguaje vanguardista, que finalmente es lo más interesante de Gombrowicz.
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El Diario de Gombrowicz —una de las obras más singulares del género publicado en el siglo XX— tiene un comienzo inolvidable: “Lunes. Yo. Martes. Yo. Miércoles. Yo. Jueves. Yo…”.
Va a ser un género que va a dominar como pocos, y donde podrá darle forma y cauce a ese torrente de ideas y experiencias que lo van a abrumar, y muchas veces sobrepasar.
Una buena parte de los más de veinte años en van a quedar registrados en las páginas que decide publicar bajo el título Diario argentino. Un material que Halfon lee con muchísima atención, no sólo buscando hechos y datos concretos, sino también tratando de entender a un personaje que, como bien dice el título de su libro, nunca deja de ser un extranjero en todas partes. De hecho, si bien termina haciéndose un espacio en la vida literaria trasandina durante los años 40 y 50 —cuando Borges y la revista Sur son el eje central—, Gombrowicz nunca termina de encajar realmente y de ser reconocido como lo sería después en Europa, a donde va a volver finalmente en abril de 1963, luego de que la Fundación Ford lo invite a pasar un año en Berlín. Allá llegarán los premios, las distinciones, más libros y también llegará la enfermedad, que se lo llevará pronto, en julio de 1969, lejos de Argentina, de esos amigos entrañables y extrañísimos que lo terminaron acogiendo y que luego tratarían de mantener viva su leyenda. Esa leyenda que Halfon arma, desarma y desentraña, y que sin duda se puede rastrear en los diarios que el polaco dejó, y que siguen siendo una lectura fascinante. Hay algo en esos diarios que también uno puede asociar a ciertas búsquedas de los propios libros narrativos que ha ido publicando en estos años Mercedes Halfon, donde ha indagado en sus materiales autobiográficos (la enfermedad, el amor, el desencanto) con mucha inteligencia y libertad, dos atributos que la vinculan a Gombrowicz. Hoy, de hecho, Halfon está terminado de hacer las últimas correcciones a su nuevo libro, “una suerte de saga familiar que tiene en el centro la figura de mi padre. Se llama Vida de Horacio, donde narro su vida desde mi perspectiva, que fui su hija menor”.
—¿Una suerte de biografía?
—Nací cuando él tenía 40 años (la edad que tenía yo cuando empecé a escribir el libro), y había muchos hechos de su vida que desconocía y que me interesaban porque tenían que ver con su juventud y la política. Los años sesenta y setenta fueron muy fuertes en su militancia y también los más difíciles para mi familia. Eran temas de los que él nunca hablaba, así que me propuse preguntarle por eso y lo grabé durante más de un año. Al contar esas escenas también se cuenta, de un modo lateral, la historia argentina de los últimos setenta años, narrado en la voz de un personaje secundario, un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo, como dice Céline. Es un texto muy íntimo y muy entrañable para mí.
—Tus primeros libros fueron de poesía y luego te aventuraste en la narrativa. ¿Te parece que son géneros muy distintos desde el lugar del que escribe?
—Son dos géneros distintos para escribir, sí. Hay como un transformador que se modifica para que lo que escribas salga con una forma u otra. Para leerlos no veo esa diferencia, se puede ir de uno a otro sin problemas. Leo poesía constantemente, doy clases de poesía en la universidad y en mis talleres, pero ya no escribo tantos poemas. Hay una exigencia con el lenguaje que pide la poesía, que me requería ciertos estados de ánimo, quizás más inhabituales. Una vez que se me allanó internamente el camino de la prosa me resultó más cómodo, más habilitador.
—¿Pero extrañas volver a escribir poesía?
—Digamos que estoy en un momento más prosaico, pero todo puede cambiar De todos modos, creo que el pensamiento sobre el lenguaje que impone la poesía, una vez que te toma, ya no se puede obviar. En lo que escribo siempre está esa búsqueda: la música, el ritmo, la imagen, la idea poética.
—Otro de esos momentos memorables que recreas sobre Gombrowicz es cuando lee su famosa conferencia “Contra los poetas”, que causó bastante revuelo e incomodidad… ¿Cómo lees tú ese texto desde aquí, cuando ya han pasado más de 70 años desde que lo leyó en una librería de Buenos Aires?
—Me encanta. Lo doy en taller. Porque si se lo lee bien, no está en contra de la poesía como género, sino de la solemnidad, del encorsetamiento, del afán de absoluto, en literatura. De esos poetas que se instalan como vates de una autoridad incuestionable. Sin embargo, en muchos otros textos él se define a sí mismo como poeta. Y a sus tiempos más bohemios y lúmpenes en Buenos Aires, vividos en la pobreza y en la espontaneidad, los describe como el momento más poético de su vida. Es decir: sus mejores tiempos.