Acullico viene del quechua akullikuy y se refiere a la bola de hojas de coca, aquella que se mastica durante horas, para extraer un jugo que no sólo estimula, sino que también evita la puna. En la tercera parte y final de Caja de cambio, Marcelo Arce va en contra de la castellanización de la palabra y escribe acullicu. Me interesa la relación que establece Arce con este término, al cual le atribuye la función de marcar la marginación de la lengua, de un pueblo, pero no de su derrota, ya que la lengua se mantiene viva en el uso y en la poética de este volumen. En la página 38, el autor dice: “acullicu/ Mastico el poema/ Escupo/ Para no apunar tu alma/ Acullicu”. El poema, la escritura, es asumida como el bolo de coca, elemento de la naturaleza que debe asimilarse al cuerpo propio, mantenerse en la boca, precisamente en el sitio de la alimentación, del habla, aproximando con ello la escritura a la oralidad, al ritual, que compromete un tiempo cíclico, donde prima la reiteración, la templanza, el compromiso con la materialidad del sujeto.
Caja de cambio (Concepción, Ediciones Etcétera, 2016), segundo libro de Marcelo Arce, expone un itinerario donde la sobrevivencia cotidiana aloja ritos fúnebres y voluntad de resistencia arraigada en la memoria personal. Arce consigue aproximarnos a una escritura que descomprime la imagen y desenvuelve los matices de la voz. Desde la palabra atronadora a la confesión íntima, desde la política colectiva a la política de los afectos y el deseo de permanencia, de anclaje en aquello que se niega a desaparecer.
En términos globales, Arce nos remite al individuo golpeado, sometido a un constante ejercicio de violencia cuyo agente es el país corrupto y la naturaleza que conspira a su favor. En este contexto, la voz poética se encarga de denunciar y confirmar el estado de crisis y conmoción que experimenta el sujeto a partir de su tensa inserción en la urbe. El individuo que propone esta escritura recorre espacios urbanos asociados a su cotidiano, como la feria, el pasaje, plazas barriales, conformando una pequeña provincia dentro de la gran ciudad, como se advierte, además, en la cita a Panic de The Smiths: “on the leeds side-streets that you slip down/ provincial towns you jog and’round” (39). La provincia será el lugar del mito privado, que libere transitoriamente del miedo y otorgue, de igual forma, una pequeña dosis de resistencia a la derrota total.
Sitios que no se transitan, sino que se habitan. Sin embargo, el caminar urbano desde la precariedad y la fragilidad también significa exponerse a un entorno amenazante.
“Fractura”, el primer segmento del libro, acusa recibo de la violencia desde una perspectiva épica. Por ello el hablante nos aproxima a un estado de conmoción total que constata la catástrofe en marcha: “La patria se triza en mil pedazos/ su columna/ es astilla uniforme” (12). El verso, al modo de una consigna, toma partido por el sector más golpeado: “Hijo del lumpenaje, te oprimen cadenas, / y esa injusticia no puede seguir” (13). Me parece fundamental destacar la posición del hablante lírico, cuya palabra denunciativa se niega a la injusticia, impulsa la desobediencia y anuncia la necesidad de detener la dominación. Surge así la pregunta por el destinatario de este enunciado ¿a quién le habla? Claramente al oprimido, sujeto que no advierte que vive en la injusticia, y que el poeta intenta remecer. De esta forma, la poesía de Arce asume la función pedagógica, la voluntad de remecer conciencias aletargadas, inscribiéndose sin dobleces cínicos o pseudoparódicos en la tradición de la literatura comprometida.
El segundo segmento de este poemario, titulado “Llagas”, aborda la muerte con “RABIA / RESIGNACIÓN/ DOLOR” (22). La palabra “Resignación” es enmarcada por la RABIA, que no se aplaca ni diluye, más bien se reitera, en tanto ocupando un centro que toma la forma de una consigna terrible y fatal. Posteriormente el hablante introduce sólo un dístico en la página: “USO TU PIEL COMO BANDERA/ Y LA COLOCO A MEDIA ASTA” (24). La piel del otro, el derrotado, es reconvertida en el máximo símbolo de la patria en duelo. Este acto implica refundación y creación de un lugar de memoria, donde se otorga sentido heroico al caído, víctima del poder devastador.
Un aspecto distintivo en esta escritura es que aun en medio de la catástrofe hay sitio para convocar imágenes de lo sagrado en la realidad diaria, así el verso dice: “ungida la sangre/ sigue la fiesta” (25), donde el ritual no es más que un paréntesis, sólo una interrupción de la fiesta del poder, la fiesta que sólo ejerce violencia.
La presencia de lo sagrado también se advierte en el reconocimiento de la gracia en los oficios despreciados: “EL OFICIO COMO GRACIA/ EL OFICIO COMO ZARPAZO” (26). El trabajo es elevado a un estado de santidad, pero no cualquier trabajo, se trata del trabajo anónimo, el invisible, aquel que se aprende en la calle, experiencia que para Arce es un modo de sobrevivir cercano a una beatitud siempre amagada, siempre en el límite de la violencia.
El segmento tres y último del volumen, comienza con el poema “Costra”, que nos devuelve a la comunidad, al lugar de arraigo, desde donde surge el goce. Aparece así el barrio, la población, el pasaje, donde se puede volar, donde se recupera la memoria, los mitos de infancia, resortes afectivos como el Cóndor Rojas o la voz radial de Alodia Corral, los cines de barrio, los tramos de la Gran Avenida, los bloques de la población La Bandera. La ciudad del arraigo conforma lo que el hablante denomina “mapa corpóreo” (37), un registro de “años de historia en la epidermis” (ibíd.). Espacio, contexto, tiempo y sujeto se unifican; el cuerpo, en este último tramo, es el mapa y la historia. Por lo mismo, el sujeto se apropia y carga de sentido biográfico cada uno de los lugares que habita: “a paso lento se va el dolor/ vaga/ buscando donde incrustarse” (ibid). La cita anterior, mediante una voz en tercera persona, cuya función es representar la experiencia de muchos, remite a los recorridos urbanos como una práctica reparatoria, que atenúa el dolor del sujeto ante la expulsión que impone la modernidad a sus marginados.
Marcelo Arce ha elaborado el itinerario de una derrota, desde un yo que despliega, en principio, una voz atronadora en su denuncia de la catástrofe social, para luego deslizarse mediante un verso intimista a la configuración de una autobiografía fragmentada, donde la utopía cede lugar a la constatación de una derrota, de una golpiza, que no impide el pequeño goce del recorrido callejero y la dignidad del oficio. Por ello, el constante movimiento de caída y elevación en estos poemas que busca dejarle espacio a la utopía, por medio del despliegue del deseo, de la reapropiación del territorio, de la rabia y la denuncia, de la fuerza para recoger trazas del pasado y sostener su voluntad de sobrevivencia.