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Alfredo Jaar: «Una imagen de dolor no sobrevive al mar de consumismo en el que vivimos»

El artista chileno de mayor relevancia en el extranjero siempre tiene un ojo puesto en Chile. Las temáticas que lo movilizan cruzan fronteras para llamar la atención sobre conflictos políticos y humanos en galerías, videos, instalaciones, conferencias y, sobre todo, en el espacio público. “No se puede crear nada que de alguna manera no contenga una concepción del mundo. Y esa concepción del mundo contiene una ideología política”, asegura.

Por Ana Rodríguez | Fotografías: Agencia EFE y gentileza de Alfredo Jaar | Fotografía de portada: Felipe PoGa

Alfredo Jaar (1956), artista, arquitecto, cineasta, emigró de Chile a comienzos de los 80, aunque viene de visita por algunas semanas dos o tres veces al año. La última vez, en diciembre y enero pasados, Jaar pudo acercarse más de lo habitual a la realidad informativa chilena y enterarse de los casos de corrupción en la política nacional.

–La verdad es que me ha producido una gran pena. No sé si era una utopía o un idealismo mío, pero siempre vi a Chile como un país diferente en América Latina. Yo no pensaba que había un cierto nivel de corrupción en Chile, así de simple. A lo mejor era pura naïveté mía, pero pensé que Chile era diferente. La verdad es que fue un choque descubrir el nivel de corrupción que había a nivel político, afectando el espectro ideológico completo, de izquierda a derecha. Fue casi una especie de cuestionamiento de mi identidad como chileno. Yo no tenía esa imagen de Chile– asegura.

Jaar, que vive en Nueva York, Estados Unidos, dice que desde el exterior los chilenos están muy curiosos tratando de comprender qué ha pasado con el segundo periodo de la Presidenta Michelle Bachelet. “Teníamos una imagen de ella de su primer gobierno y la verdad es que estamos tratando de entender qué ha ocurrido, qué ha provocado estos cambios o estas nuevas leyes que están saliendo”, dice en referencia al debate actual sobre la ley corta antidelincuencia y la llamada “ley mordaza”.

Ha habido mucha dificultad desde comienzos de la democracia hasta hoy para volver a recuperar ciertas libertades.

-Sí, y me cuesta entender, por ejemplo, el tema de que los chilenos que estamos afuera no podemos votar. Es una cosa que me es incomprensible y que he sufrido en carne propia. Entiendo que es una ley que salió durante la dictadura, pero yo pensaba que el día primero de volver a la democracia esa ley se podría inmediatamente cambiar. Y entiendo que un tema prusiano de legalidad en Chile impide cambiar la Constitución, a pesar de que fue elaborada durante la dictadura. Y no entiendo cómo aún, después de tanto tiempo, no se ha resuelto este problema. He leído por ahí que está en vías de resolverse, pero no me consta.

Siempre has dicho que todo el arte es político. ¿Crees que el arte se está moviendo en ese sentido en Chile hoy?

-Efectivamente. Cuando digo que todo arte es político es porque pienso que no se puede crear nada que de alguna manera no contenga una concepción del mundo. Y esa concepción del mundo que uno crea en ese objeto, en esa idea, en ese libro, esa película, esa obra de arte, contiene una manera de pensar el mundo, contiene una ideología política. No hay duda. Y lo que está pasando en Chile con la gente joven es en realidad un fenómeno mundial. Porque la política ha fallado, no sólo en Chile sino que en todas partes del mundo. Hay una gran desilusión con el cuerpo político en todos los países en general, por un lado, y por otro lado se ha consolidado, se ha descubierto que el mundo del arte, el mundo de la cultura, es el último espacio libre que nos queda. Por lo tanto, es en ese espacio donde se abre una brecha para, justamente, hacer otro tipo de política, que en el fondo consiste en crear modelos de pensar el mundo. Eso es lo que hacemos los artistas dentro de este espacio de libertad del arte y la cultura: creamos modelos de pensar el mundo. Y esos modelos de alguna manera tienen una gran carga política y existen justamente porque somos libres aún.

¿Y crees que eso está activo en las nuevas generaciones chilenas?

-No en todos, pero sí me doy cuenta de que está activo y con razón, porque hay mucho de qué hablar, justamente porque la política en Chile ha fallado. Pero como te digo: es un fenómeno absolutamente mundial. Ahora, tienes que entender una cosa, que la sociedad en general está presionando a las nuevas generaciones a participar plenamente del sistema capitalista, es decir, hacer dinero. Ser ingeniero, ser banquero. Y esa presión viene no solamente de la sociedad, sino que de las familias. Es la presión del mercado. Entonces las nuevas generaciones tienen que luchar contra estas presiones del mercado para decidir resistir, y resisten siendo artistas, por lo tanto algunos caen en el juego mercantilista y otros deciden resistir. Y es ahí donde ves estos modelos que tratan de hacer sentido del mundo y de la sociedad en la cual les toca vivir.

Uno también podría decir que actualmente las galerías de arte son espacios de elite que están demasiado desvinculados de lo que pasa en la sociedad, pero por otro lado todavía habría ciertos espacios de resistencia.

-Potencialmente todos los espacios de arte y cultura son espacios de resistencia. Todo está en el programa de aquellos espacios. Algunas galerías efectivamente son más resistentes que otras, a algunas galerías les interesa más insertarse en el circuito mercantil y simplemente ofrecer decoración a una cierta clase social en Chile. Otras ofrecen un programa donde efectivamente quieren ofrecer su espacio como uno de resistencia para que los artistas planteen ideas y traten de hacer sentido del mundo en que les tocó vivir.

En ese sentido, ¿cómo evalúas el rol que ha tenido el Estado en la promoción del arte y la cultura desde la llegada de la democracia?

-Eso hace una gran desilusión. La verdad es que cuando tú ves el estado de las instituciones culturales en Chile, realmente no entiendes, porque Chile ha logrado un desarrollo económico casi inigualado en América Latina, pero cuando tú vas a Buenos Aires, o a Sao Paulo, o incluso a Lima, ves instituciones que están mucho más protegidas y apoyadas no solamente por el Estado sino que por el empresariado en general. Las instituciones culturales chilenas son totalmente huérfanas, tanto del empresariado como del Estado. Y eso es algo que realmente no tiene sentido. Cada amigo mío que yo envío a Santiago a visitar, vuelve y no puede entender la precariedad de las instituciones en Chile. El estado lamentable en que se encuentra el museo de Bellas Artes o el Museo de Arte Contemporáneo es absolutamente vergonzoso. Hay un desfase total entre la economía chilena comparada con las economías del resto de América Latina y el estado de nuestras instituciones culturales.

Ver más allá

Cuando hay panoramas de crisis política como la que tenemos hoy en Chile ¿qué rol piensas que le queda a los intelectuales, sobre todo a los vinculados a la producción cultural?

-Es un rol fundamental. Yo creo que el artista e intelectual juega muchos papeles, porque tiene el privilegio de que justamente funciona en un espacio de libertad que nuestras sociedades todavía nos ofrecen. Pero ese privilegio viene con una responsabilidad, que es comprometerse con la realidad, con el contexto en el cual vive, y participar del debate democrático en torno a los grandes temas de la sociedad. Y creo que la voz de los intelectuales es fundamental, porque es una voz libre, es una voz que no tiene que ser necesariamente partidaria, que viene del intelecto, del sentido común, de la creatividad, y podemos aportar mucho a la sociedad de manera muy creativa. Me parece fundamental que en las sociedades se construyan mecanismos para que se escuche y participe la voz del intelectual.

Te has definido como un “fanático de la información”. Actualmente sucede que es demasiado lo que circula, el ruido, la sobreinformación. ¿Cómo controla uno todo lo que está recibiendo constantemente, este bombardeo?

-Es un gran desafío y un verdadero trabajo. Y la verdad es que la mayoría de la gente no hace ese trabajo, por lo que consume información de manera consciente en una medida muy menor y de manera inconsciente en una medida mucho mayor. Y sufrimos todos de ese consumo, porque la mayoría es más desinformación que información; porque la información está descontextualizada, ofrecida desde un punto de vista totalmente ideológico, y por lo tanto la gente se alimenta de una cantidad enorme de información que le afecta cómo ve el mundo y no está consciente de que su visión del mundo está siendo afectada por estos medios de comunicación. Eso es una tragedia. A mí me interesa mucho justamente ver a través de toda esa masa que supuestamente nos informa, tratar de llegar a la verdad. Es un trabajo de dedicación que hay que hacer, por eso es que destino dos horas de cada día a estudiar la prensa, y cuando un tema me interesa, me interesa leer entre líneas, ir más allá, ver los distintos puntos de vista y hacerme yo mismo una película más completa a partir de lo que leo o lo que veo. Pero la mayoría de la gente no funciona así; les basta tener un par de titulares y con eso se forman una opinión. Yo no soy así.

Y con tanta información, tanto conocimiento ¿crees que hoy es posible conmover al público, sobre todo desde el arte?

-Absolutamente, pero hay que contextualizar. Hoy día una imagen de dolor no sobrevive al mar de consumismo en el cual vivimos. Cuando nos cuentan historias, primero están descontextualizadas, no nos explican por qué ocurrió, qué es lo que tenemos nosotros que ver con esta historia. Y está perdida en un mar de consumismo, publicidades, entretenimientos escapistas. Por lo tanto, es muy difícil que estas imágenes nos conmuevan. Pero sí de vez en cuando se da el caso que ocurren, por eso en el fondo el mundo del arte es un mundo muy privilegiado, muy protegido aún, donde podemos hacer a las imágenes tener su peso, podemos crear imágenes que afecten cambios. Pero el precio que pagamos es que nuestra audiencia es muy limitada. Entonces sacrificamos la calidad por la cantidad, mientras que la prensa ofrece cantidad y no calidad.

De todas formas, hay trabajos de arte que sí logran tener un impacto más masivo. Estoy pensando en tu trabajo fotográfico sobre el genocidio de Ruanda, por ejemplo.

-La verdad es que se dio la circunstancia de que no había artistas que habían tenido este interés sobre Ruanda y por lo tanto yo era la única voz que trataba de decir “por favor, miren esto, cómo es posible que haya ocurrido”. La verdad es que yo me sentí muy solo, pero en este caso la soledad fue un factor que me ayudó a que me escucharan mejor. Hice lo que pude y por eso es que algunos componentes del proyecto sobre el genocidio ruandés no eran dentro del mundo del arte, sino que eran proyectos públicos, porque yo quería llegar a una audiencia mayor. Pero en realidad esa ha sido mi estrategia siempre; yo divido mi trabajo en tres partes iguales, solamente un tercio de mi práctica es en lo que llamamos el mundo del arte. El mundo de los museos, las galerías, las fundaciones, ese es un mundo extraordinario de libertad donde puedo hacer lo que quiero y donde el mundo del arte me ofrece los recursos para hacer lo que quiera, pero la audiencia es limitada, por lo tanto es un espacio muy insular. El otro tercio son intervenciones públicas, son proyectos fuera del mundo del arte. He hecho unos 75 en los últimos tres años, donde trato de crear un diálogo con una audiencia mucho mayor, que no es la del mundo del arte. Finalmente, el otro tercio es en la academia; enseño, doy conferencias, dirijo seminarios, workshops, talleres, en todas partes del mundo. Ahí toco otra audiencia, la de los artistas jóvenes, de los intelectuales jóvenes, con los cuales comparto mi experiencia y aprendo muchísimo. Por lo tanto, me siento muy completo haciendo estas tres cosas al mismo tiempo, me definen quién soy, humanamente.

En tu trabajo te han movido problemáticas que te han obsesionado un poco. Un tiempo fue la dictadura chilena, después Ruanda. ¿Qué temáticas estás trabajando hoy en día, qué fenómenos mundiales te están impactando?

-El fenómeno de las mal llamadas crisis de inmigración que se están viviendo en Europa es un tema que me interesa últimamente. Hice un par de obras sobre eso y estoy preparando una tercera mucho más grande que se va a presentar este verano en Suiza. Es un tema candente en Europa, no sé si han llegado reverberaciones a Chile. Es un tema muy potente, se está supuestamente desestabilizando, debilitando, Europa. Hay miles de preguntas sobre la identidad de Europa, hay movimientos prácticamente fascistas de reacción anti inmigrantes. En fin, están pasando muchas cosas, y como yo trabajo mucho en Europa me pareció natural reaccionar a esto.

Arte para una agenda radical

Por Ximena Póo F., Directora de Extensión de la Universidad de Chile.

Ver lo invisible, lo que no está a la vista, lo sugerido, el estallido. Crítica, la obra de Jaar pareciera girar como si lo hiciera dentro de un movimiento pendular que lo lleva a los bordes al mismo tiempo que sus derivas lo encuentran con la institucionalidad que muchas veces busca fagocitar esa disidencia. Esos son los movimientos que hoy traen a Chile al Premio Nacional de Arte 2013 y autor de Rwanda Project, un trabajo de gran envergadura que se extiende entre 1994 y 1998 y donde nos muestra lo “no mostrado”, el genocidio de Ruanda que para muchos pasó inadvertido sólo porque la violencia asoló a África.

El estallido de esas formas a través de ojos que miran, que juzgan o sufren, está en cada uno de los fragmentos de este proyecto. Esta obra da cuenta de la propuesta que está en el centro de la vida de este artista que representó a Chile en la Bienal de Arte de Venecia en 2013. Rwanda Project incluye dos cajas luminosas montadas muy cerca la una de la otra, en las que aparecen textos de letras blancas sobre negro: “Un domingo por la mañana, en una iglesia de Ntarama, cuatrocientos tutsis fueron asesinados por un escuadrón de la muerte hutu. Gutete Emerita, de 30 años, estaba en misa con su familia cuando empezó la masacre. A Tito Kahinamura, su marido, y a sus dos hijos, Muhoza y Matirigari, los mataron a machetazos en su presencia”.

En este trabajo se incluye Real Pictures, construido con cubos hechos con cajas fotográficas negras con un texto que describe las imágenes que guardan en su interior.

Jaar, también autor de “El lamento de las imágenes” y un artista inscrito ya en la cultura visual contemporánea, vuelve para seguir reencontrándose con Chile, moviéndose también en los bordes de un extrañamiento que lo hace volver la mirada a la vida cotidiana, a las rutinas y al peso de la memoria que, como una pulsión diaria, se abre por las cicatrices del país.

En 1979 Alfredo Jaar realizó estudios de cine en el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura en Santiago y en 1981 ingresó a la carrera de Arquitectura en la Universidad de Chile. En 1982 ganó la Beca Fundación del Pacífico y se radicó en Nueva York, ciudad donde vive hasta hoy. Sobre su relación con esta décima versión de Hemisférico es enfático en decir que la convocatoria basada en la disidencia lo compromete aún más para este viaje: “He seguido los pasos del Instituto Hemisférico de Performance y Política desde sus comienzos y es una gran iniciativa que admiro muchísimo.

Me habían invitado un par de veces antes, pero mi calendario nunca me permitió aceptar la invitación. Esta vez sí puedo participar y es una gran alegría que este Xº Encuentro tenga lugar en Santiago. El tema de este preciso encuentro también me parece perfecto: es sobre lo excéntrico, lo disidente”.

El regreso lo traerá al Teatro Baquedano de la Universidad de Chile, donde conversará con estudiantes, académicos y artistas visuales. Dice venir en el momento preciso: “En estos tiempos oscuros donde falla la política, sólo queda la cultura como un gran espacio de libertad y esperanza. La única alternativa que queda es ir a contracorriente, quebrar las reglas, correr riegos; en otras palabras, probar estrategias excéntricas, arriesgadas, fuertes, disidentes. Espero que este encuentro nos ofrezca luces en la oscuridad reinante”.

Cuando los bordes se pliegan para avanzar hacia una agenda más radical, está el arte y la cultura para recordarnos el camino. Así piensa Alfredo Jaar antes de un nuevo viaje hacia un país que empuja sus fuerzas para provocar transformaciones estructurales. Y es que, insiste quien prefiere las imágenes como lenguaje, “el arte y la cultura son nuestra última oportunidad de crear cambios radicales sobre cómo vivimos y cómo queremos vivir. El artista juega un papel esencial: el artista crea modelos de pensar el mundo”.