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Aranceles, incertidumbre y estrategia


Aunque la movida arancelaria de Trump sobre China, que sacudió al mundo, está por el momento en estado de «tregua», la confrontación entre estas dos potencias está lejos de terminar. Ante esto el profesor de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, Luis Llanos, se pregunta: ¿cómo las medidas impactarán eventualmente a nuestro país? Y propone que las claves para enfrentar los desafíos que impone esta guerra comercial estarán en aumentar nuestra productividad, buscar nuevos socios comerciales y blindar nuestra economía para no quedar atrapados en este fuego cruzado. 

Por Luis Llanos | Crédito de imagen principal: Brendan Smialowski / AFP

El 2 de abril, el presidente Donald Trump emitió la Orden Ejecutiva 14257, que impuso aranceles a bienes importados desde 83 países (27 de ellos de la Unión Europea). Si bien un alza estaba anticipada desde la campaña, la perturbación en los mercados financieros fue grande, dado lo sorpresivo del alcance y magnitud de la medida. Cayeron los precios de las acciones en la mayoría de las bolsas, también la confianza de consumidores y las proyecciones de crecimiento de la economía mundial. A su vez, subían las proyecciones de inflación y los índices que miden incertidumbre se elevaban a niveles de crisis.

De todos los indicadores, hoy parece que fue el alza en las tasas de los bonos de deuda del gobierno de Estados Unidos, en conjunto con una devaluación global del dólar (resultando en una muy inusual correlación negativa entre estas variables), lo que llevó al gobierno estadounidense a suavizar su postura. En efecto, una semana después de la medida, el presidente Trump decretó una pausa en la aplicación de la mayoría de estos aranceles, pero estableció una tarifa base del diez por ciento para todos los países incluidos en la orden original (excepto China). También resaltó una apertura a negociar acuerdos bilaterales con los países, pero sin dejar claro qué tipo de resultados persigue. Así, China quedó frente un muro arancelario tan formidable en Estados Unidos, que inevitablemente implicaba un desvío de las exportaciones hacia otros mercados para ocupar el resultante exceso de capacidad en su sector manufacturero. Es esperable también que las cadenas de suministro se reconfiguren para proveer los bienes que se dejan de comerciar directamente entre Estados Unidos y China.

Sin embargo, China tiene una considerable capacidad de escalar esta guerra en lo comercial y también en otros frentes (financiero y geopolítico regional). Estados Unidos obtiene bienes vitales de China que no pueden reemplazarse a corto plazo ni fabricarse localmente a un costo que no sea prohibitivo. Algo parecido pasa con la Unión Europea, que tiene una balanza comercial con superávit en productos, pero déficit en servicios. Canadá y México, por su dependencia y cercanía, tienen menos espacio.

A estas alturas, parece que los objetivos económicos del gobierno de Trump apuntan a lo indicado en su campaña electoral: financiar una gran relajación fiscal y una reducción de impuestos a las empresas vía recaudación de aranceles y recortes de gastos; cercar a China y estimular un aumento de la capacidad industrial estadounidense a futuro. Se puede debatir sobre la pertinencia y eficacia de estos objetivos. Sin embargo, la táctica escogida es, sencillamente, no solo acreditable como kafkiana, sino que, incluso, contraproducente para sus propias intenciones. Así, las trabas impuestas al comercio han hecho decaer la confianza en Estados Unidos como socio y el dólar como moneda de refugio. Esto puede acelerar procesos que ya venían en marcha, como lo indicó recientemente el economista Kenneth Rogoff, autor de Nuestro dólar, su problema: una visión desde dentro de siete décadas turbulentas de finanzas globales y el camino por delante (2025). Esto, porque hay escenarios en que, en lugar de cercar a China, puede ser el propio país de Trump el que termine en el lado estrecho de la muralla, al distanciarse de sus aliados y socios comerciales con amenazas de aranceles.

Con todo, el caos financiero posterior al “Día de la Liberación” terminó por persuadir a la administración de Trump que la situación con China requería compromisos. El 12 de mayo, tras un fin de semana de ajetreadas negociaciones en Ginebra, Estados Unidos y China acordaron replegar sus aranceles recíprocos a niveles más razonables durante al menos 90 días. También han acordado revertir otras medidas de represalia, como las restricciones a la venta de minerales de tierras raras. La pregunta ahora es qué sucederá después de 90 días. La mayoría de los acuerdos comerciales tardan mucho más en negociarse y Estados Unidos ya está sumido en otras 16 negociaciones. Aunque el desescalamiento fue muy bien recibido, lamentablemente la confrontación está muy lejos de terminar. Parafraseando a Churchill, esto no es el final, ni siquiera el principio del fin.

Depender de nosotros mismos

Toda esta situación es, sin duda, una mala noticia para nuestra economía. Más allá de la incertidumbre y la volatilidad en los precios de los activos financieros, una guerra comercial entre Estados Unidos y China tendrá efectos negativos para ambos países y para el mundo en general, incluido Chile.

La administración de Trump cree tener lo que en teoría de juegos se llama una estrategia dominante, que le ofrece un mejor resultado, sin importar qué estrategia elijan los otros países. En este caso, Estados Unidos, por su importancia como mercado importador de bienes, cree tener la capacidad de escalar el conflicto de maneras que resulten desventajosas o muy costosas para sus adversarios (China, en particular), mientras que estos no pueden hacer lo mismo a cambio. Bajo esta lógica, China, y cualquier otro país que tome represalias contra los aranceles estadounidenses están, sin duda, jugando una mano perdedora.

En medio de toda esta incertidumbre y batahola sobre los aranceles, la conclusión es que la economía chilena sigue dependiendo de sí misma. Tenemos las ventajas y desventajas de ser pequeños, abiertos y estar en el extremo del mundo (un país “isla” al fin o al comienzo del mundo, según como se le mire, tal como escribió Benjamín Subercaseaux). Claramente, Sudamérica está en la esfera de influencia de Estados Unidos, pero Chile es lejano (no como México, “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, como habría dicho Porfirio Díaz). Nuestra caja de herramientas es limitada, pero no debemos subestimarla. Teniendo oferta de recursos claves para el mundo, una economía relativamente ordenada y en crecimiento (algo limitado por la sobrerregulación) y un diálogo constructivo con los diferentes países líderes, podemos mantener nuestra flexibilidad y flujos de comercio con los diversos bloques que se están consolidando. No debiese sorprendernos estar sujetos a una fiera coerción, lobby y presión de todo tipo. Para enfrentar esto se requiere firmeza, pero envuelta en delicadeza y ánimo constructivo (“una mano de hierro en un guante de seda”, como se le atribuye haber dicho Napoleón). Lo esencial ahora es que trabajemos para mejorar la productividad, ordenar la regulación, diversificar los mercados de exportación y cerrar las brechas de ahorro y gasto. El problema es que llevamos años sin ocuparnos de esos asuntos.