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Bélgica Castro y Alejandro Sieveking, la partida de una pareja ícono del teatro chileno

Con más de seis décadas de matrimonio, mismo tiempo que dedicaron al teatro, la dupla de Premios Nacionales siguió unida hasta la muerte. La actriz falleció el 6 de marzo, día de su cumpleaños número 99 y un día después de que su marido dramaturgo también se despidiera de este mundo. Ambos serán velados en la Sala Antonio Varas del Teatro Nacional Chileno y el sábado sus restos serán cremados en el Cementerio General.

Bélgica Castro retratada en 2016 con motivo de su entrevista para revista Palabra Pública. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Es una de las parejas más admiradas, queridas y respetadas del teatro local. Su formación se desarrolló al alero de la U. de Chile, en el llamado Teatro Experimental, claro que con años de diferencia: ella ya era una actriz conocida y profesora de Historia del Teatro, mientras él venía ingresando a la carrera de teatro, tras haber estudiado unos años arquitectura, cuando se conocieron en 1956. El flechazo fue inmediato, cuando coincidieron en la puesta en escena de Un sombrero de paja en Italia en el Teatro Antonio Varas,  y se prolongó hasta ayer, cuando el dramaturgo Alejandro Sieveking, autor de La remolienda abandonó este mundo, a los 85 años de edad. Su mujer Bélgica Castro, lo secundó al día siguiente: el mismo día de su cumpleaños número 99 y un día después de la muerte de su esposo, la actriz más longeva de las tablas chilenas también falleció.

Fue una historia de amor, de lucha y rigor teatral que los unió hasta la muerte. “Cuando todavía lamentamos la muerte de su compañero Alejandro Sieveking, las artes escénicas reciben otro golpe: la partida de la gran Bélgica Castro, una de las mujeres creadoras fundamentales del teatro nacional en los últimos 75 años. Una voz fuerte e inspiradora que se apaga”, tuiteó la ministra Consuelo Valdés, quien fue una de las primeras en confirmar el deceso de la actriz.

Bélgica Castro en La remolienda, escrita por Sieveking, dirigida por Víctor Jara y estrenada en 1965.

Bélgica Castro fue una de las fundadoras del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, fundado por Pedro de la Barra, y recibió el Premio Nacional de Artes de la Representación en 1995. Su marido, Alejandro Sieveking, 14 años menor, lo ganaría también, pero bastante después: el 25 de agosto de 2017. Fue accidentado. El dramaturgo recibió la noticia mientras estaba tomando un taxi para llevar a Bélgica al hospital debido a una caída. Un mes antes había tenido un accidente vascular. Ese mismo año, la actriz de entonces 97 años abandonó las tablas definitivamente y ya en el último año era público que sufría de Alzheimer. 

Hija de emigrados españoles, nacida en Temuco en 1921, Bélgica Castro sería una de las estrellas más prominentes del Teatro Experimental, interpretado textos de los más importantes dramaturgos, como Lope, Chejov, García Lorca, Graham Greene, Arthur Miller, Brecht, Pirandello, Shaw, Ibsen, Durrenmatt, Valle-Inclán y Sófocles. Estuvo casada en primeras nupcias con el destacado actor Domingo Tessier con quien tuvo a su único hijo, Leonardo Mihovilovic. En 1961 pudo formalizar su relación con Sieveking, con quien trabajaría en diversos montajes incluida La remolienda (1965), Ánimas de día claro (1962), y La comadre Lola (1985). Al igual que su marido, también trabajó en cine. Juntos protagonizaron a una pareja de ancianos, muy parecida a ellos, en Gatos viejos (2010), pero también tuvo brillantes participaciones en Días de campo (2004), la miniserie La recta provincia (2007) de Raúl Ruiz, El desquite (1999) y La buena vida (2008) de Andrés Wood,

Entre sus últimos roles en teatro está su notable interpretación de misía Elisa en la obra Coronación, de Jorge Pineda, que se presentó en el GAM, en 2015, mientras que la última colaboración que tuvo con su esposo fue al año siguiente en Pobre Inés sentada ahí, que Sieveking escribió especialmente para ella. En esa ocasión, Bélgica fue entrevistada por revista Palabra Pública, donde recordó sus inicios en el teatro y donde dejaba algunas lecciones para las nuevas generaciones, que hoy resuenan como especie de manifiesto postmortem: “El espectáculo teatral no es obra de uno como en la poesía o la novela. Intervienen directores, actores, autores, escenógrafos, electricistas, etc., también participa el público como materia importantísima. ¿Tenemos nosotros estos elementos? La respuesta sería están, existen, pero en potencia. Formémoslos, pero no haciendo trabajar mecánicamente a los aficionados en obras grotescas e insustanciales que no estimulan la sensibilidad ni dejan enseñanza alguna. Se necesita gente nueva que recupere esta generación e inspirarla en valores de alta calidad estético-moral. Es preciso promover un sentimiento amplio y serio que no quede en el autor o el actor, sino que abarque los múltiples problemas del teatro”.