Masculinidades, duelos e incertidumbre

“La novela habla de masculinidades, de duelos, y también de los difusos e inciertos límites que separan vida y muerte, sueños y realidad; humanos, ríos y animales”, escribe Lucía Stecher sobre No es un río, de la argentina Selva Almada.

Por Lucía Stecher

Tres hombres, un bote, un río y el esfuerzo concentrado de la pesca: desde su primera página No es un río, la última novela de la escritora argentina Selva Almada, nos transporta a un universo cuyo ambiente evoca el de la narrativa de Juan José Saer y Horacio Quiroga.

Mediante un lenguaje conciso, preciso y de gran intensidad poética, No es un río invita a una inmersión completa en un mundo en que el río, el monte y sus personajes humanos se transforman en realidades a la vez cercanas y lejanas, reconocibles y extrañas, comprensibles y misteriosas. Con esta novela, Selva Almada, nacida en 1973 en la provincia de Entre Ríos, cierra lo que ha llamado su “trilogía de varones”, que incluye las novelas El viento que arrasa (2012) y Ladrilleros (2013).

En su último trabajo, publicado en 2020 por Literatura Random House, dos hombres “cincuentones” llevan a pescar a Tilo, el hijo de su desaparecido amigo Eusebio. A través de un relato fragmentario, la voz narrativa va reconstruyendo la historia de tres amigos inseparables, Eusebio, el Negro y Enero Rey. Sabemos pronto que Eusebio murió ahogado en el mismo río en el que ahora pescan su hijo y sus amigos. La amistad entre esos hombres, hecha de silencios, complicidades y también traiciones y venganzas, configura la línea principal de la historia que cuenta No es un río.

El río es el eje en torno al cual giran la vida, la muerte y la historia de esa amistad masculina. La estructura de la novela —sin división de apartados y con una configuración visual que por momentos se acerca más a la poesía que a la prosa— parece replicar el movimiento sinuoso del río, que divide el mundo de la novela en dos: por un lado, está el pueblo en el que viven los amigos, luego el río, el monte y, en la orilla opuesta, la isla. En el presente de la narración, los amigos despiertan las iras de los isleños por matar a tiros una raya gigante y luego botar su cuerpo al río. Se usaron tres tiros cuando hubiera bastado uno, y, lo peor, la muerte de la raya fue totalmente en vano. “No era una raya. Era esa raya. Una bicha hermosa toda desplegada en el barro del fondo, habrá brillado blanca como una novia en la profundidad sin luz… Arrancada al río para devolvérsela después. Muerta.” (77) Aguirre, uno de los personajes de la isla, critica en esos términos el abuso de los pescadores hacia la naturaleza, a la vez que dota a la raya de un aura de misterio que comparte con el río, el monte y toda la vida vegetal y animal que los rodea.

La escritora argentina Selva Almada. Crédito: Literatura Random House

Aunque parezcan enfrentados por sus orígenes y vidas en las riberas opuestas del río, todos los hombres de la novela comparten una serie de rasgos que los muestran más parecidos que distintos. Los vínculos que los unen y los conflictos que los separan tienen más que ver con hechos que con palabras: hacen cosas juntos, hablan poco, se enfrentan a golpes, compiten entre sí por las mujeres. La voz narrativa muestra, sin juzgar, la coexistencia de rasgos machistas y violentos con gestos y sentimientos de ternura y solidaridad. Un mismo personaje, como Aguirre, es a la vez brutalmente violento —con los pescadores— y muy empático —con su hermana—. Con pocas palabras, esta magistral novela construye personajes complejos y matizados, capaces de sentimientos y reflexiones como las de El Negro en la siguiente cita:

Recién salido del monte, el Negro se detiene a tomar aire. Los ve sentados equidistante. Tilo un muchacho como el que fueron. Enero un hombre como él, poniéndose viejo como él. ¿En qué momento dejaron de ser así para ser así?

Mira hacia la orilla. Las bandadas de mosquitos tiemblan como espejismos sobre el agua. Con las últimas luces del crepúsculo los ve revolotear de a decenas sobre la cabeza inclinada de Tilo, tan en la suya. Los ve también sobre el cuerpo de Enero. Tiene el lomo negro de mosquitos. Lo ve levantar los dos brazos morrudos, moverlos lentos como las aspas de un ventilador, espantarlos con el movimiento sin derramar una gota de sangre. Algo en ese gesto lo emociona. Algo en la imagen de los dos amigos, el muchachito y el hombre, lo emociona. Siente que el fuego del atardecer le acaricia el pecho, por dentro (26-27).

El Negro observa desde fuera un vínculo que lo emociona. También repara en el paso del tiempo —“en qué momento dejaron de ser así para ser así”—, en Tilo que no solo encarna lo que dejaron de ser, sino también la huella del padre y amigo ausente. No son frecuentes estas escenas de contemplación y emoción en el libro; son como pozos escasos pero profundos que aportan a la singular atmósfera de la novela.

La cita anterior también permite asomarse brevemente al estilo de No es un río. Las frases en general son cortas, precisas y descriptivas: trazan a pinceladas el pueblo, el río, el monte y la isla; muestran, con palabras tomadas del léxico local, las acciones y diálogos de los personajes. Ya en la primera página, en la escena de la pesca, la voz narrativa se confunde con la de Enero Rey en las instrucciones que da a sus compañeros: “Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que se despegue” (11). Como una letanía, monótona y repetitiva, las órdenes de Enero transmiten el cansancio que deja el esfuerzo prolongado: “Después de dos, tres horas, cansado, medio harto ya, Enero repite las órdenes en un murmullo, como si rezara” (11).

Para finalizar, quisiera volver al principio, es decir, al título de la novela y todo lo que instala. En primer lugar, parece negar lo que desde las páginas iniciales reconocemos como el escenario principal de los hechos: el río. Pero más adelante vemos que lo que se niega no es el sustantivo sino el artículo: “no es un río, es este río” (76). Lo mismo ocurre con la raya cazada por los pescadores: “No era una raya. Era esa raya” (77). Del mismo modo indirecto, pero sugerente, se refiere un personaje a las hermanas que luego sabemos que habían muerto en un accidente: “No sea zonzo amigo, no ve que ya no son. ¡Ya no son!” (65). La novela articula otro núcleo denso en torno a estas hermanas, que aunque “ya no son”, tienen un protagonismo innegable en sus últimos apartados. Al accidente de Eusebio en el río se suma así el de estas hermanas y cinco jóvenes más. El duelo ya no es solo el de los amigos y el hijo de Eusebio, sino también el de la madre de las chicas, quien sigue esperando que vuelvan, suspendida entre la vida y la muerte en el hipnotismo de la contemplación del fuego que calma momentáneamente su dolor. De este modo, la novela habla de masculinidades, de duelos, y también de los difusos e inciertos límites que separan vida y muerte, sueños y realidad; humanos, ríos y animales.

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No es un río
Selva Almada
Literatura Random House, 2020
144 páginas
$6.900

Padres devoradores e hijos extraviados

«El hijo adicto y el padre heroico, La Habana y Santo Domingo, constituyen ejes centrales en torno a los cuales se articula Hecho en Saturno», apunta Lucía Stecher en su crítica de la última novela de la artista dominicana Rita Indiana, «una escritora fundamental de la literatura dominicana contemporánea».

Por Lucía Stecher

Argenis Luna llega a La Habana en un estado de debilidad extrema, con una maleta roja que ni siquiera puede cargar y sin otra alternativa que entregarse a la cura de desintoxicación contra la heroína que su padre ha gestionado para él desde Santo Domingo. En la capital cubana, lo recibe el doctor Bengoa, encargado de su internamiento en la clínica La Pradera y de su instalación posterior en un departamento en La Habana. Desde la primera página de Hecho en Saturno, la última novela de la versátil artista dominicana Rita Indiana, se destaca la centralidad del padre en la historia de Argenis, a quien el doctor Bengoa se refiere insistentemente como “el hijo de José Alfredo Luna”. Al militar que lo acompaña —y que a diferencia de Argenis puede tomar y cargar la maleta sin dificultad— el doctor le explica con orgullo: “mi compadre José Alfredo es un héroe de la guerrilla urbana dominicana y un alumno del profesor Juan Bosch”.

La artista dominicana Rita Indiana.

El hijo adicto y el padre heroico, La Habana y Santo Domingo, constituyen ejes centrales en torno a los cuales se articula Hecho en Saturno. El dios de la mitología romana que devoraba a sus hijos aparece recurrentemente en la novela, sobre todo en relación con el cuadro de Goya, Saturno devorando a su hijo. El viaje al infierno de la drogadicción y el esfuerzo de desintoxicación que realiza Argenis en La Habana es al mismo tiempo un descenso a la memoria de la relación con un padre egoísta y ambicioso. La imagen heroica evocada por el doctor Bengoa contrasta con la reconstrucción de la figura de un hombre que luego de luchar contra la dictadura de Trujillo se acomodó rápida y eficazmente a una transición política que le permitió acceder a puestos cada vez más altos en el aparato estatal. A Argenis pronto le queda claro que su padre lo ha enviado a La Habana porque está en plena campaña electoral y no quiere ver afectada su imagen por la historia de su hijo adicto.

Con un ritmo ágil y un lenguaje coloquial y poético, la novela da cuenta del tortuoso proceso de recuperación de Argenis, quien no solo enfrenta el sufrimiento físico provocado por la abstinencia, sino también una serie de recuerdos que se vuelven especialmente dolorosos cuando se refieren a la relación con su padre. Después de salir de la clínica se instala en un departamento de La Habana, ciudad que recorre y en la que observa la pervivencia desgastada de las consignas e ideales revolucionarios que defendía su padre cuando él era un niño: “Qué pensaría su padre, el José Alfredo actual, de todo esto. El tiempo había extraído aquellas consignas de su boca como muelas picadas para sustituirlas por el buen diente con el que él y sus compañeros de partido consumían mariscos y Black Label todos los días” (42). Los grandes sueños revolucionarios parecen estancados en la calma habanera y han sido definitivamente traicionados en la bulliciosa Santo Domingo. El tono de escepticismo que atraviesa la novela cuando se refiere a la política dominicana —y más indirectamente a la cubana— encuentra una suerte de contrapeso cuando la narrativa se detiene en personajes, como los cubanos Vantroi y Susana, que ayudan a Argenis de forma desinteresada. A diferencia de sus padres que tuvieron papeles heroicos en las luchas revolucionarias, los miembros de la generación de Argenis deben reinventarse un sentido y un lugar en un mundo desencantado.

Hecho en Saturno despliega una trama entretejida de sucesos inesperados. Cuando se piensa que la historia está encauzada en una dirección más o menos previsible, irrumpen nuevos personajes y acontecimientos que señalan nuevos rumbos a una narrativa caracterizada también por la presencia constante de referencias a la música y la pintura.

Argenis, pintor fracasado socialmente, aunque talentoso, observa sus recuerdos y experiencias con una mirada en la que resulta evidente su formación artística. El mundo del arte y de quienes por opción o por destino quedan fuera de los circuitos del poder político y económico configura en la novela un espacio alternativo al ocupado por las figuras aplastantes del padre y del hermano. No solo la madre, la tía y la abuela de Argenis tienen un rol protagónico en ese sentido, sino también una serie de personajes masculinos marginales que se configuran como padres alternativos, de carácter benéfico. Al poder absoluto, devorador y tiránico de los Saturno de este mundo —entre quienes la novela parece incluir tanto a Trujillo y Balaguer como a sus opositores convertidos con el tiempo en políticos corruptos— se oponen así, aunque de forma más bien indirecta, la bondad y cierta callada resistencia del sastre de la infancia de Argenis y el pintor empobrecido y prácticamente ciego que le deja su pincel más preciado como herencia.

Esta novela de Rita Indiana fue publicada el 2018 por Periférica en España y por Laguna en Colombia en 2019. En 2020 apareció una nueva edición, esta vez a cargo de la editorial chilena Banda Propia, la que en su portada recrea libremente una escena que aparece casi en la mitad exacta de la novela y que marca un momento fundamental de la trama. Argenis y su vecino Vantroi recorren las calles de La Habana. El primero arrastra la maleta roja con la que llegó a La Habana, pero que esta vez lleva en su interior los elementos de vestuario y utilería que el bailarín usará en un espectáculo. El segundo lleva tacos y una pashmina amarilla. En el momento en que pasan frente a la parroquia del Sagrado Corazón la voz narrativa los convierte en un cuadro, o mejor dicho, en una carta de tarot: “Al pasar por la parroquia del Sagrado Corazón el cuadro estuvo completo. Eran la viva imagen del cinco de oros del Tarot Rider Waite. En la carta, una pareja de pordioseros cruza frente al vitral de una iglesia, una mujer va delante cubierta con un trapo y un hombre con muletas la sigue, disminuido. Era la carta de la pobreza, de una bancarrota general causada por la inestabilidad emocional”. Con su diseño de portada como una carta de tarot, por cuyo centro se desplazan Argenis y Vantroi, Banda Propia captura un momento central de la trama de la novela y acerca al público local a una escritora fundamental de la literatura dominicana contemporánea.   

Hecho en Saturno
Rita Indiana
Banda Propia, 2020
184 páginas

Del año 27, de los albergues, de la prosa poética

Sobre el hallazgo de la novela inédita de Nicomedes Guzmán Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda (1937).

Por Roberto González Loyola

Un hallazgo tan sorprendente como inesperado ha ocurrido durante el mes de diciembre de este caótico año 2020. En pleno período de cuarentena, observando con angustias preocupantes el retroceso nuevamente a una fase que pone al confinamiento, a la distancia y al control socio-policial de las vidas en el protagonismo cotidiano, una novela inédita del escritor chileno Nicomedes Guzmán ha sido encontrada. Por primera vez en años, Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda vuelve a ser abierta.

El año 2020 era un tiempo lleno de actividades para la Fundación Nicomedes Guzmán. Esta organización, nacida al alero del centenario del nacimiento de Nicomedes el año 2014, motivó en todo el país la conmemoración de los 80 años de la generación literaria y editorial del 38 -de la que Guzmán formó parte- con una serie de actividades de difusión, educación y masificación de la vida y obra de mujeres y hombres escritores, ilustradores, editores, gestores de un momento único en nuestra historia cultural: la generación del 38 fue una convergencia de un tiempo narrativo lleno de movimientos que engrandecieron las letras populares.

Novela Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda (1937). Foto: Fundación Nicomedes Guzmán.

Exposiciones en la Biblioteca Nacional, difusión de un cuaderno pedagógico para establecimientos educacionales, conversatorios en diversas regiones del país, itinerancia de la muestra conmemorativa de los 80 años, re-edición de sus libros, publicación de cuentos y poemas inéditos, se vieron suspendidas y canceladas.

Pero llegó diciembre y todo cambió; cambió lo que tenía que ver con la fundación y cambió lo que sabíamos sobre la generación. Porque resulta que Nicomedes Guzmán, escritor central de la generación del 38 desde su realismo social proletario, publicó Los Hombres Obscuros en 1939 y allí, dedicándole su narración a su madre obrera doméstica y a su padre vendedor ambulante, se dijo: “Pedazo de realidad arrancada a tirones desde la tremenda realidad chilena que se cierne sobre el pueblo -explotación, hambre, miseria, promiscuidad, crimen, prostitución, vicio-”.

Y sobre La Sangre y la Esperanza (1943), su novela más conocida, se escribía: “Novela de masa, novela proletaria en su más estricto sentido, responde a la absoluta función social que las realidades de estos tiempos exigen a la literatura”. No había dudas, Nicomedes Guzmán ciñó su impronta como el novelista del pueblo, como el representante de quienes bajo la opresión del capital, escribían, amaban, representaban la vida de conventillos, de vagabundos, de prostitutas. Y todo eso hasta ahora había tenido un preludio inesperado, un preludio que no respondía a archivos, ni biografías, mucho menos a investigaciones reiteradas sobre su vida y su obra. Una parte importante del desarrollo narrativo chileno estaba en un documento inédito, en un documento que pensábamos quemado.

Es que Nicomedes Guzmán entre los años 1931 y 1937, bajo el seudónimo de Ovaguz, publicó en El Peneca una serie de cuentos, poemas, ilustraciones y crónicas que, hasta unos días atrás, pensábamos eran el camino importante hacia el entendimiento de su auto-formación literaria. Complementariamente, apareció en el archivo familiar un poemario inédito del año 1934: Croquis del Corazón, allí bajo la firma de Darío Octay, Nicomedes dedicaba un hermoso ejemplar confeccionado íntegramente por él a Lucía Salazar, su novia y luego esposa. En 2015 la Fundación Nicomedes Guzmán, la cooperativa editorial Victorino Lainez y el centro cultural Al Tiro de la población El Polígono -donde Nicomedes escribió toda su obra- publicaron este material inédito, pensando que este croquis era la pieza angular de su desarrollo. Tampoco lo era.

Apareció luego Acordeón de Ausencias del año 1937, otro poemario que, sin embargo, funcionó de antesala de su primer libro, el poemario La Ceniza y el sueño,de 1938. Y entonces, leyendo a Oreste Plath, a Julio Moncada y a Luis Sánchez Latorre, nos convencimos de que Nicomedes sí había escrito una novela anterior, pero que, cuando presentó dicha novela a su más admirado escritor Jacobo Danke y este le hablara de algunos defectos, Nicomedes volviendo a su casa decidió quemarla. Pero esto parecía anécdota más que otra cosa; sus grandes amigos, confidentes en las letras, decían que no importaba, que esa novela era el preámbulo, era el ensayo de sus dos grandes textos. Pero resulta que no.

«Este texto es, sin duda alguna, la pieza necesaria para entender al escritor, a la generación, al momento histórico que vivió Chile y su cultura durante el Frente Popular».

Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda del año 1937, nunca fue quemada; Nicomedes la guardó como una fuente inagotable de inspiración para su literatura realista, social y proletaria. Y esa novela apareció ante nuestros ojos hace unas semanas. Este texto es, sin duda alguna, la pieza necesaria para entender al escritor, a la generación, al momento histórico que vivió Chile y su cultura durante el Frente Popular; el realismo social proletario encuentra en la novela una muestra increíble de un escrito que, pensado desde y para las clases populares, profundiza su pluma en la prosa poética. Nicomedes que venía trabajando la poesía en la inspiración del amor, decidió ilustrar en la novela el realismo brutal de su clase y claro, sus escritos fueron tomando la forma de una prosa poética que más lo acercaban a Pedro Prado que a su generación. No está de más decir que Prado también desarrolló su literatura en los mismos ponientes espacios de Santiago.

Y es que creemos que Jacobo Danke criticó justamente esa prosa poética de Nicomedes, la que llena de reiteraciones, de adjetivos, de profundas cíclicas metáforas, de alegorías constantes hacia una clase que, oprimida ancestralmente (ahora bajo la forma de proletariado), debía ser embellecida bajo cualquier parámetro y sobre cualquier narrativa. Larguísima novela de realismo social proletario que ilustra a niños, a hombres, a mujeres, a la cesantía, a la crisis en el norte, las marchas en la Alameda, la organización social, el olor a sobaco, el odio a los pacos, la nocturna prostitución, la cárcel con mierda, la injusticia histórica, la sangre del pueblo.

Y si el conventillo es la realidad urbana de La Sangre y la Esperanza y la pensión en Los Hombres obscuros, en esta nueva novela un nuevo espacio urbano aparece en el centro: el albergue. Habitación de la crisis, resguardo para la cesantía, el albergue aparece para ilustrar una ciudad empobrecida entre los dramas de un tiempo que Nicomedes parecía no haber trabajado. Porque Los Hombres Obscuros ocurre en el 37, La Sangre y la Esperanza se mueve entre el 10 y el 20; pero Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda se va al 27; momento de crisis, de disputas del poder, de instalación de un ambiente policial que hasta el día de hoy repercute. Cercana a La Llama (1939) de Lautaro Yankas, Nicomedes parecía estar solventando el ambiente para la discusión política, literaria, social y estética de toda la generación del 38, muchos años antes de lo que se pensaba.

Hoy nos encontramos estudiando la obra, leyéndola para delimitar nuestras propias capacidades de asombro, mientras a través de estas formas y medios, buscamos encontrar editoriales que quieran hacerse cargo de editar y publicar tamaño trabajo, tamaño encuentro, tamaña responsabilidad literaria e histórica.

Escuchamos y leemos.


Roberto González Loyola es presidente de la Fundación Nicomedes Guzmán.

Jan Svankmajer, de la alquimia al surrealismo

«El talento no existe, sólo hay que saber llegar al subconsciente que todos tenemos y que es la fuente de toda creación».

Jan Svankmajer
Por María Ochagavía y Pablo Inda

Marionetista, creador de máscaras, poeta, escultor y cineasta, Jan Svankmajer nace el 4 de septiembre de 1934 en Praga, capital de la entonces Checoslovaquia. El mismo año de su nacimiento la selección de fútbol de ese país obtuvo el segundo lugar en la Copa Mundial de Fútbol realizada en Italia. Cincuenta y cuatro años más tarde, en su cortometraje Juegos Viriles, dedicará una escalofriante reflexión de las consecuencias sociales del desarrollo de esa pequeña victoria. En él expone su visión del fútbol como parte de la cultura hegemónica a una escala global y local, desde una perspectiva humorística y brutal. En un lenguaje irónico, retrata en el celuloide esta nueva versión del “opio del pueblo” como un espectáculo absurdo y masivo. Los goles se transforman en muertos, mientras un espectador, el protagonista del cortometraje, observa el juego a través de un televisor tomando cerveza y comiendo pastelillos, algo muy propio de la cultura de la Europa del este. El corto no puede dejar de sorprendernos por su hechura: desde las ubicaciones donde transcurren las escenas, los personajes, el montaje de la post producción, hasta el diseño sonoro. En este esfuerzo técnico y estético, intensamente elaborado, se destacan las particularidades centrales de su obra. Esas mismas fuerzas ciegas a su propia brutalidad, pero que dibujan la red de la realidad instituida, sólo pueden ser subvertidas por la potencia nutricia y vivificante de un arte y una técnica consagradas a la exploración del subconsciente y su inmenso poder de creación de imágenes y figuras. 

El cineasta Jan Svankmajer. Foto: Petr Novák, Wikipedia.

Pues adentrarse en el imaginario de Svankmajer es viajar por todos los rincones de aquel subconsciente, visitar el absurdo, pero también esa inquietud, casi natural, por aquello que conmueve e inspira la exploración de lo imaginario. Y es que en cada una de sus obras la interrogación por el poder liberador de la imaginación se fusiona con la búsqueda incansable del artista por el sentido de su quehacer. Así, la materia de su obra ha de ser encontrada en los rastros que el tiempo ha sabido despojar de significados instituidos. De ahí que el desprecio a toda práctica y moral establecida, y el consecuente encuentro con la inocencia de las motivaciones humanas, se exprese, en Svankmajer, como una profunda experimentación y reconocimiento de la multiplicidad de prácticas que le circundan culturalmente. Pues su concepción del surrealismo se desarrolló sobre otras manifestaciones de la tradición checa. Desde la alquimia hasta el teatro negro, pasando por el teatro de marionetas, las leyendas típicas como el Golem, la literatura de Kafka hasta el consumo de cerveza, cada una de estas expresiones es leída desde el desapego de un artista que no teme poner en riesgo la identidad, la propiedad y la razón, al punto de permitir el nacimiento de lo nuevo en el desatre mismo de los pilares de la cultura. A modo de anécdota, pero también en consonancia con este sentido del riesgo, en 1969 aproximadamente, luego de unirse, junto a su mujer Eva, al movimiento surrealista checo, Svankmajer fue encarcelado precisamente por su condición de artista surrealista. En medio de la efervescencia anti comunista, el surrealismo era considerado por el oficialismo como un movimiento contrario a las ideas y propósitos identitarios del gobierno pro soviético. 

Pues en Svankmajer la convicción de que imaginar es el acto subversivo por antonomasia es llevada hasta cada uno de los rincones de la experiencia y del pensamiento, y desde allí, justamente, es desde donde plantea su concepción de la especificidad del cine. Por una parte, el cine está ligado al oficio, al gesto artesanal en la factura de la obra; lo manual, lo humano y lo singular son categorías centrales de su propuesta artística. Por otro lado, la búsqueda de un efecto alquímico se materializa finalmente en el stop-motion, técnica de animación frame by frame (fotograma a fotograma), que en la práctica se realiza haciendo una toma tras otra, como si fuera una serie fotográfica, hasta lograr el efecto de dar movimiento a un objeto determinado. Sea el modelado, la escultura, el collage, el objeto cotidiano u orgánico, sea el actor o la marioneta, los elementos del stop-motion permiten el encuentro de lo imaginado con lo real. Sólo el montaje y la proyección cinematográfica pueden abrir paso a la imagen viva del inconsciente en el contexto de lo real y hacer aparecer en movimiento lo pequeño, lo invisible, lo imposible, trascendiendo las limitaciones perceptivas del hombre. 

A través de su trabajo con expresiones literarias que, en la forma de homenajes, articulan en gran medida su imaginario, Svankmajer explora el vínculo entre la imagen y el fondo creativo y liberador de ese basto mundo de figuras. La alquimia del cine conduce al hombre, desde su encadenamiento hacia el reencuentro con su naturaleza instintiva y con la dimensión onírica de su existencia. Así, en Lunacy (2005), film tributo (homage) al Marqués de Sade y a Edgar Allan Poe, se entremezclan dos singulares visiones literarias en una tétrica historia de amor y locura. Los personajes de un Marqués y un joven trastornado nos permiten observar la mutua motivación entre las perversiones del hombre y la moral, justo ahí donde, cautiva, la naturaleza reclama su lugar. En Faust (1994), Svankmajer hace una reinterpretación de la clásica leyenda germana a partir de marionetas a escala que interactúan, con total naturalidad, con personas de carne y hueso. El deseo de sabiduría, en cuanto deseo de poder, es examinado a la luz de sus efectos, es decir, del vaciamiento de sentido de la experiencia. Por su parte, en la comedia macabra El pequeño Otik (2000), conocida también como Otesánek o Greedy Guts (Tripas codiciosas), basada en el cuento del checo Jaomir Erben, relata la historia de una pareja vehementemente necesitada de responder al mandato social de paternidad, al mismo tiempo en que Otik es tallado, por quien será su padre, de la raíz de un árbol. Otik, el bebé-árbol, necesitado de comer carne humana proporcionalmente al veloz ritmo de su crecimiento, revela la monstruosidad en la que terminan convirtiéndose los dictámenes sociales, pero también permite abrir una exploración de lo extraordinario que subyace a la vida que pretendemos normal. En cada ocasión, el vínculo entre inocencia y horror, entre la manifestación natural y la pesadilla, apuesta por la posibilidad del encuentro con lo creativo, esa transmutación que sólo puede tener lugar en el pleno despliegue del sinsentido. Las motivaciones más oscuras y las disposiciones morales más escrupulosas del hombre se convierten, por la magia de la depotenciación del mal a su fundamento psíquico, en fuerzas fácilmente solubles en ese flujo creador de apariencias que congracia a la existencia consigo misma. 

«Una imagen destinada al juicio es una imagen que captura la imaginación en la norma y atrapa a la existencia en el mecanismo. El arte y su goce no sólo admite una verdad sin juicio, sino que abre un corazón a la experiencia.»  

Pero también, este arte, requerido de formas y abierto a la multiplicidad de la imagen, extiende su espíritu errante a los lugares más improbables. Junto a Eva, pintora, ceramista y escritora, con quien conecta tanto en lo amoroso como en lo artístico, expresan lo nuclear del concepto creando un gabinete de curiosidades en un castillo del siglo XVIII. A modo de artefacto estético, inspirado en los antiguos cuartos maravilla que constituyeron las primeras formas del museo, en el gabinete de curiosidades se descomponen las categorías tradicionales de lectura y ordenamiento del mundo. Otra de sus propuestas artísticas es el circo-teatro multimedial Wonderful Circus, para el teatro checo Laterna Magika. Se trata de una creación dirigida a público de todas las edades, en la cual transcurren en la pista central diversos actos surrealistas, donde se funde la proyección cinematográfica y la acción real del acto circense. Aquí, la imaginación del espectador juega como un factor fundamental dentro de la obra, dejando de ser un mero receptor para convertirse en parte activa del espectáculo. 

En último término, de lo que trata cada vez el arte es de esa espontaneidad inventiva que llamamos imaginación. Imaginar es vincular, más que nada vincularse, con las cosas, con los seres de la naturaleza, con el otro, todo ese fondo inconmensurable de la experiencia y, en este sentido, el vínculo más asombroso es el que podemos llegar a tener con ese enorme otro inconsciente en nosotros mismos. Hoy, la interrogación por los poderes que acompañan a las imágenes, suele considerar la importancia de ese otro, como contrapartida a la circulación económica de las imágenes, principalmente de índole publicitaria. Una imagen destinada al juicio es una imagen que captura la imaginación en la norma y atrapa a la existencia en el mecanismo. El arte y su goce no sólo admite una verdad sin juicio, sino que abre un corazón a la experiencia.  

Svankmajer realizó más de veinte cortometrajes y siete largometrajes, como Alicia (1988), Faust (1994), Conspiradores del placer (1996), El pequeño Otik (2000), Lunacy (2005), Sobrevivir a la vida, teoría y práctica (2010), una comedia psicoanalítica, e Insectos (2018). De su prolífico trabajo se crearon e influenciaron varias escuelas cinematográficas, resaltando los hermanos Quay, Tim Burton y Terry Gilliam como los más significativos. Recientemente, la obra cinematográfica completa de Jan Svankmajer fue restaurada y remasterizada en formato digital por Athanor Film Production Company (www.athanor.cz).


Pablo Inda es artista visual y licenciado en Ciencias de la Educación. Como productor, gestor y curador de eventos se ha dedicado fundamentalmente a la exploración de la forma en diversos soportes, en su mayoría obra gráfica.

María Ochagavía es doctora(c) en Filosofía con mención Estética y Teoría del Arte y magister en Metafísica de la Universidad de Chile. Se ha especializado en problemas de la filosofía contemporánea asociados a la experiencia y el lenguaje.

La localización contrarromántica en el poemario Mella de Priscilla Cajales

Cajales se detiene en la concepción de una masculinidad derrotada en pleno conflicto con la presencia de una sujeto resistente a los golpes, desasida del amor romántico y contenedora de una memoria familiar que le otorga sentido de clase a su existencia.

Por Patricia Espinosa H.

Ya han pasado once años desde que Priscilla Cajales publicara Termitas, y a pesar de esa distancia temporal la poeta mantiene presente una escritura anclada en lo social, narrativa, de verso breve y con permanentes imágenes espaciales. Mella (Santiago, Editorial Overol, 2019, 41 páginas) es su nuevo poemario, donde la poesía surge desde una voz que atestigua, como en un documental, pequeñas escenas de la vida cotidiana, atrapadas por la decadencia y diversas formas de sobrevivencia. En esta ocasión, Cajales se detiene en la concepción de una masculinidad derrotada en pleno conflicto con la presencia de una sujeto resistente a los golpes, desasida del amor romántico y contenedora de una memoria familiar que le otorga sentido de clase a su existencia.

“mi papá está llorando dos piezas más allá” es el título del poema que abre el volumen, donde la figura masculina, el pater familias, aparece emocionalmente destruido por el abandono. El poema alude dos veces a un contexto de época, así dice: “una tarde recordaron que en el ropero estaba intacto el vestido de novia/ lo pusieron sobre la alfombra/ y comenzaron a cortar jirones/ que luego pintaron con témpera/ para vender cintillos del NO en el parque O’Higgins” (9), para hacia el final del poema remarcar: “nunca fue militante” (10).

La crítica literaria Patricia Espinosa.

La primera cita remite a una práctica laboral de sobrevivencia, la del vendedor callejero, desarrollada a finales de la década de los ochenta en el contexto del fin de la dictadura. Pero es en el verso “nunca fue militante” donde el poema afianza una dimensión de orfandad, de desamparo: destruir sus pocos bienes, incluida la memoria material de un momento importante, la informalidad laboral y la no pertenencia a organizaciones refuerzan la escena de orfandad, estableciendo una distancia crítica respecto de la épica del momento, el plebiscito para el fin de la dictadura.

“colonia inglesa etiqueta verde” es el título que abre el segundo poema, dirigido a la madre muerta donde surge, por primera vez, la marca del yo femenino: “la primera vez que vine sola a Valparaíso” (11). Nuevamente los recuerdos de una voz lírica que recoge diversas escenas de un pasado que ya no existe, situaciones que no pudieron concretarse, retomadas siempre desde la precariedad material en contraste con un contexto no sólo mayor, sino demasiado cargado: el 18 de septiembre, fecha de celebración de las fiestas patrias nacionales. “esta ciudad no ha cambiado nada, vieja” (12). Aquello que no cambia se presenta como una pesada pervivencia que no incluye a los sujetos, que sí cambian: son abandonados, se distancian, se mueren.

Cajales tiene una enorme capacidad para configurar tanto fotografías urbanas como también situaciones íntimas, familiares, recordadas siempre desde la tristeza. Hacer memoria funciona como un impulso dirigido hacia un hecho icónico que permitirá el surgimiento de las capas más profundas de remembranzas. De Hans Pozo a los juegos de infancia entre hermanos, de Hans Pozo al calor inaguantable de ese verano, de Hans Pozo a “un pollo con papas fritas y una bilz tibia” (13).  El crimen de Hans Pozo, ocurrido en 2006, tuvo relevancia nacional debido a que fue un chico desamparado socialmente, que fue descuartizado por un ejemplar padre de familia.

La porosidad caracteriza la identidad de la voz lírica que se construye por sus recuerdos, pero también por su clase social y su edad (la infancia o adolescencia ochentera). Hay, por tanto, una localización de la voz lírica, como diría Adrienne Rich, en el pasado que se mantiene vivo en su memoria. Y aun cuando estamos en presencia de una voz solitaria, hay una presencia innominada a la cual se refiere mediante la interrogante: “¿te acuerdas?” (13-14), aludiendo a una otredad cómplice, perteneciente al pasado y reencontrada en el acto de hacer memoria, de reconstituir el pasado.

La masculinidad fragilizada, presente en las figuras del padre y de Hans Pozo, es también convocada en la figura de un niño suicida (14) y un hombre, también suicida, el Mella (39). Cajales asocia la fragilidad de lo masculino con desamparo y pobreza. Estas dos condiciones permiten la representación de varones caídos, violentados más que violentos, alejados de una lógica patriarcal que los condiciona a la rudeza. El lugar desde el cual habla el femenino de este volumen, no enjuicia, sino que empatiza con esas vidas arruinadas. Simbólicamente, la masculinidad aparece por debajo de lo femenino, las mujeres han sobrevivido para recordar, para dejar testimonio o, derechamente, dotar de existencia a esas vidas anónimas. El punto de vista femenino no es excluyente en términos de género, es convocante. Ella convoca con su acción memoriosa la noción de comunidad; una comunidad que, pese a la muerte y la pérdida de la propia noción de comunidad, es capaz de seguir existiendo. Insisto en esto: en la escritura y la memoria.

“esta es mi cumbia y la bailo sola” (18) es uno de los versos del poema “ahora, esta que era mi casa”.  Nuevamente la localización; la sujeta que afirma un actuar y una posesión, a la cual se suma una segunda afirmación, situada al margen derecho del poema y en cursivas, que dice: “no vale la pena enamorarse” (ibíd.). Esta pérdida de sentido del mito del amor romántico incide con fuerza en la identidad de la hablante. Situada en un estado de postutopía, de negación afectiva hacia el presente, sólo redirigiéndose hacia atrás puede volver a conectarse afectivamente con la realidad y, de paso, atribuir a la masculinidad amorosa, una nueva faceta, la violencia.   

El símbolo de la casa familiar que deben desalojar es uno de los momentos más intensos del volumen. El hogar donde la familia depositó su fe queda atrás y es destruido como un rito de sanación/venganza. Sólo queda entonces el grafiti escrito por el padre en la pared: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?/ ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (19). La cita bíblica que reproduce el padre remite a la fe, a la esperanza en la recomposición y también al gesto de una escritura que sanciona incluso en la derrota.

Hacia la mitad del volumen los versos se proyectan hacia el presente e incluso el futuro. Pero nada hay de esperanzador en ese gesto. Así, la pareja de la voz lírica femenina aparece asociada a una “piedra amarrada a mi brazo” y al “miedo cuando te vi firmar/ si el nombre está tachado a la mitad/ o las líneas son delgadas y profundas/ acusan a un golpeador/ o a un suicida” (28). La masculinidad romántica es un lastre, ¿que impide la escritura?, pero también es la amenaza latente de la violencia.  

Priscilla Cajales acoge en su escritura el origen, el lugar del que se proviene y del que nunca saldrá. Su poesía privilegia la debilidad y la violencia masculina como representación de una caída simbólica, aunque también la mantención del patriarcado. Para la mujer que protagoniza esta poesía, el pasado es el mito de origen, doloroso y vivo, sobre el cual no tuvo injerencia; mientras el presente y el futuro son parte de una decisión de vida, de una toma de conciencia de la soledad como forma de resistencia. 

Mella
Priscilla Cajales
Editorial Overol, 2019
41 páginas

«Hater»: Un ejército de noticias falsas

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Por Luis Cruz

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Un Martín Rivas oscuro y torcido

Aunque la figura de Tomasz Giemza, el protagonista de Hater, ha sido comparada con Travis Bickle de Taxi driver y Patrick Bateman de American psycho, no deja de ser curioso que la premisa de esta obra remita a la primera novela moderna de nuestro país: Martín Rivas. Y es que la biografía de Tomasz posee algunas semejanzas notables con el héroe de Blest Gana. Talentoso joven provinciano de origen humilde llega a la gran capital para hacerse un nombre bajo la protección de una adinerada familia. Se enamora perdidamente de una de las hijas de sus benefactores, Leonor, pero la brecha de clases jugará en contra de las intenciones amorosas del protagonista, quien deberá realizar un despliegue de todos sus talentos para demostrar que está a la altura de su amada.  Para reforzar este paralelismo podemos agregar que ambos son estudiantes de Derecho.

¿Pero qué hubiese pasado con Martín Rivas si lo hubiesen expulsado de la carrera tras un evidente caso de plagio? Vayamos aún más lejos, ¿qué hubiese pasado en la novela de Blest Gana si los atributos de Martín no hubiesen sido la probidad y la integridad moral a toda prueba, sino, por el contrario, una frialdad y una capacidad de manipulación sobresalientes? ¿Hubiese conquistado el amor de Leonor? No podemos responder a esta pregunta sin arruinar la película. Pero lo que sí se puede decir es que, una vez caído en desgracia, Tomasz Giemza (Maciej Musiałowski) hará lo que mejor sabe hacer para conquistar el amor y hacerse un lugar en la sociedad: manipular y mentir.

Hater, la película de Jan Komasa (Poznań, 1981), es uno de los últimos fenómenos del cine polaco.

Miente, miente, que algo queda

Será el mundo del marketing y el manejo de redes sociales el lugar donde el ambicioso Tomasz encontrará un campo fértil para desplegar sus talentos, y, Beata Santorska (Agata Kulesza), la directora de la agencia de comunicaciones a la que ingresa a trabajar Giemza, su mentora y principal aliada. Resulta particularmente interesante la relación que establecen estos dos personajes. Beata es el arquetipo de la mujer fuerte y eficaz que domina su feudo con un liderazgo firme y despiadado, mientras que Tomasz asume el papel del discípulo talentoso y abnegado que está dispuesto a todo por hacerse un lugar. Lo que complejiza y da espesor a este binomio discípulo-maestro es la pulsión maternal y sexual que cruzará la relación de ambos personajes, pero también su capacidad para leer la realidad, manejar la información y sacar partido de esta. Es así como a lo largo de la película Beata estará siempre un par de jugadas más adelante que su protegido.

En este punto resulta necesaria una leve digresión. El personaje de Beata Santorska es parte de Sala samobójców (Suicide Room, 2011), trabajo anterior de Jan Komasa, en donde el director polaco reflexiona sobre el impacto que tienen las redes sociales en los adolescentes y que explica, en parte, el vínculo de protección que establecerá Beata con Tomazs en Hater.

Un oasis llamado Internet

Hacia fines de los 90, cuando Internet comenzó a masificarse en nuestro país, la red se vendía como una supercarretera de la información, un lugar en el que todo el conocimiento de la humanidad estaría a nuestra disposición. Las salas de clases se revolucionarían, los computadores volverían a nuestros niños más inteligentes y se cumpliría, por fin, la utopía de tener una sociedad del conocimiento horizontal y democrática.

Veinte años después, cuando el 59% de la población mundial tiene acceso a Internet (Global State Digital 2020), podemos decir que los smartphones se han vuelto un dolor de cabeza para los profesores, que  la mayor parte del flujo de información se divide entre las redes sociales, el streaming de video y la pornografía; que la red ha sido monopolizada por un par de empresas estadounidenses (Facebook, Alphabet/Google ), y que a partir de las filtraciones de Edward Snowden, recogidas y difundidas por Wikileaks, pero también del caso Cambridge Analytica, tanto en el Brexit como en la elección de Trump en Estados Unidos, tenemos la certeza de que Internet está lejos de ser un lugar neutral e inocuo. Por el contrario, la red –pero sobre todo las redes sociales– se ha vuelto tierra fértil para teorías conspirativas que han ido desde el terraplanismo y el fin del mundo en 2012 a la más reciente que señala que John F. Kennedy Jr. habría fingido su muerte. Junto a las teorías de la conspiración han surgido las llamadas fake news o noticias falsas, donde encontramos casos como la instalación de una trampa vietnamita en la casa de miembros de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM) difundida por el diputado (RN) Cristóbal Urruticoechea o el presunto indulto de Michelle Bachelet a Hugo Bustamante, el asesino de Ámbar Cornejo.

Lo interesante de Hater, y una de las razones por las que ha despertado tanto interés,es que nos muestra la forma en que son generadas estas noticias falsas, la manera en que operan y el efecto de bola de nieve que van logrando en la medida que escalan su popularidad. El primer trabajo de Tomazs será torpedear una exitosa bebida nutritiva a pedido de uno de los clientes de la agencia. Y lo hace generando múltiples noticias falsas. En las redes sociales basta con un par de montajes fotográficos bien hechos y un montón de cuentas falsas para destruir a la competencia, nos alecciona la película de entrada.

Tras el éxito de su primera misión, Tomazs escalará en su trabajo y comenzará a operar en la política. Es aquí donde el antihéroe echará mano a toda su capacidad de manipulación  para lograr su cometido: derribar a Paweł Rudnicki (Maciej Stuhr), candidato a la alcaldía de Varsovia, homosexual, liberal y proclive a abrir las fronteras de Polonia a los refugiados de Medio Oriente.

En este punto, la película nos muestra cómo la política se vale de los outsiders sociales para lograr sus fines sin mancharse las manos. Resulta imposible no recordar la relación entre la política y los barristas de los principales equipos de fútbol chilenos que son contratados como brigadistas durante las campañas políticas o los hechos ocurridos en una sede de la UDI que fue utilizada por un grupo de extrema derecha, Capitalismo Revolucionario, para confeccionar escudos que luego serían usados en las violentas marchas donde atacaron a transeúntes con diversos objetos contundentes. Vínculo que no ha sido aclarado hasta la fecha.

Sobresale aquí, y es quizás uno de los puntos más altos del guion de Mateusz Pacewicz                , la postura que adopta Tomazs, quien comenzará a jugar un rol de doble agente para situarse por sobre izquierdas y derechas, utilizando ambas facciones para lograr sus fines personales, dominando así el tablero, tal como en nuestro país lo hizo por años Julio Ponce Lerou al financiar campañas de todo el espectro político.Hater es una película que invita a reflexionar sobre el impacto que tienen las noticias falsas y las redes sociales en nuestras vidas, pero también sobre las élites, la política y las oscuras formas en las que estas operan. Sin duda, gran parte del atractivo de esta obra radica en la soberbia actuación de Maciej Musialowski, joven actor al que se le augura un futuro brillante en la pantalla grande, pero también a su guion, que sabe matizar la temática social con el drama de corte romántico y los entresijos del poder. Sin duda, un imperdible de esta temporada.

«Hater»: Un ejército de noticias falsas

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Por Luis Cruz

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Un Martín Rivas oscuro y torcido

Aunque la figura de Tomasz Giemza, el protagonista de Hater, ha sido comparada con Travis Bickle de Taxi driver y Patrick Bateman de American psycho, no deja de ser curioso que la premisa de esta obra remita a la primera novela moderna de nuestro país: Martín Rivas. Y es que la biografía de Tomasz posee algunas semejanzas notables con el héroe de Blest Gana. Talentoso joven provinciano de origen humilde llega a la gran capital para hacerse un nombre bajo la protección de una adinerada familia. Se enamora perdidamente de una de las hijas de sus benefactores, Leonor, pero la brecha de clases jugará en contra de las intenciones amorosas del protagonista, quien deberá realizar un despliegue de todos sus talentos para demostrar que está a la altura de su amada.  Para reforzar este paralelismo podemos agregar que ambos son estudiantes de Derecho.

¿Pero qué hubiese pasado con Martín Rivas si lo hubiesen expulsado de la carrera tras un evidente caso de plagio? Vayamos aún más lejos, ¿qué hubiese pasado en la novela de Blest Gana si los atributos de Martín no hubiesen sido la probidad y la integridad moral a toda prueba, sino, por el contrario, una frialdad y una capacidad de manipulación sobresalientes? ¿Hubiese conquistado el amor de Leonor? No podemos responder a esta pregunta sin arruinar la película. Pero lo que sí se puede decir es que, una vez caído en desgracia, Tomasz Giemza (Maciej Musiałowski) hará lo que mejor sabe hacer para conquistar el amor y hacerse un lugar en la sociedad: manipular y mentir.

Miente, miente, que algo queda

Será el mundo del marketing y el manejo de redes sociales el lugar donde el ambicioso Tomasz encontrará un campo fértil para desplegar sus talentos, y, Beata Santorska (Agata Kulesza), la directora de la agencia de comunicaciones a la que ingresa a trabajar Giemza, su mentora y principal aliada. Resulta particularmente interesante la relación que establecen estos dos personajes. Beata es el arquetipo de la mujer fuerte y eficaz que domina su feudo con un liderazgo firme y despiadado, mientras que Tomasz asume el papel del discípulo talentoso y abnegado que está dispuesto a todo por hacerse un lugar. Lo que complejiza y da espesor a este binomio discípulo-maestro es la pulsión maternal y sexual que cruzará la relación de ambos personajes, pero también su capacidad para leer la realidad, manejar la información y sacar partido de esta. Es así como a lo largo de la película Beata estará siempre un par de jugadas más adelante que su protegido.

En este punto resulta necesaria una leve digresión. El personaje de Beata Santorska es parte de Sala samobójców (Suicide Room, 2011), trabajo anterior de Jan Komasa, en donde el director polaco reflexiona sobre el impacto que tienen las redes sociales en los adolescentes y que explica, en parte, el vínculo de protección que establecerá Beata con Tomazs en Hater.

Un oasis llamado Internet

Hacia fines de los 90, cuando Internet comenzó a masificarse en nuestro país, la red se vendía como una supercarretera de la información, un lugar en el que todo el conocimiento de la humanidad estaría a nuestra disposición. Las salas de clases se revolucionarían, los computadores volverían a nuestros niños más inteligentes y se cumpliría, por fin, la utopía de tener una sociedad del conocimiento horizontal y democrática.

Veinte años después, cuando el 59% de la población mundial tiene acceso a Internet (Global State Digital 2020), podemos decir que los smartphones se han vuelto un dolor de cabeza para los profesores, que  la mayor parte del flujo de información se divide entre las redes sociales, el streaming de video y la pornografía; que la red ha sido monopolizada por un par de empresas estadounidenses (Facebook, Alphabet/Google ), y que a partir de las filtraciones de Edward Snowden, recogidas y difundidas por Wikileaks, pero también del caso Cambridge Analytica, tanto en el Brexit como en la elección de Trump en Estados Unidos, tenemos la certeza de que Internet está lejos de ser un lugar neutral e inocuo. Por el contrario, la red –pero sobre todo las redes sociales– se ha vuelto tierra fértil para teorías conspirativas que han ido desde el terraplanismo y el fin del mundo en 2012 a la más reciente que señala que John F. Kennedy Jr. habría fingido su muerte. Junto a las teorías de la conspiración han surgido las llamadas fake news o noticias falsas, donde encontramos casos como la instalación de una trampa vietnamita en la casa de miembros de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM) difundida por el diputado (RN) Cristóbal Urruticoechea o el presunto indulto de Michelle Bachelet a Hugo Bustamante, el asesino de Ámbar Cornejo.

Lo interesante de Hater, y una de las razones por las que ha despertado tanto interés,es que nos muestra la forma en que son generadas estas noticias falsas, la manera en que operan y el efecto de bola de nieve que van logrando en la medida que escalan su popularidad. El primer trabajo de Tomazs será torpedear una exitosa bebida nutritiva a pedido de uno de los clientes de la agencia. Y lo hace generando múltiples noticias falsas. En las redes sociales basta con un par de montajes fotográficos bien hechos y un montón de cuentas falsas para destruir a la competencia, nos alecciona la película de entrada.

Tras el éxito de su primera misión, Tomazs escalará en su trabajo y comenzará a operar en la política. Es aquí donde el antihéroe echará mano a toda su capacidad de manipulación  para lograr su cometido: derribar a Paweł Rudnicki (Maciej Stuhr), candidato a la alcaldía de Varsovia, homosexual, liberal y proclive a abrir las fronteras de Polonia a los refugiados de Medio Oriente.

En este punto, la película nos muestra cómo la política se vale de los outsiders sociales para lograr sus fines sin mancharse las manos. Resulta imposible no recordar la relación entre la política y los barristas de los principales equipos de fútbol chilenos que son contratados como brigadistas durante las campañas políticas o los hechos ocurridos en una sede de la UDI que fue utilizada por un grupo de extrema derecha, Capitalismo Revolucionario, para confeccionar escudos que luego serían usados en las violentas marchas donde atacaron a transeúntes con diversos objetos contundentes. Vínculo que no ha sido aclarado hasta la fecha.

Sobresale aquí, y es quizás uno de los puntos más altos del guion de Mateusz Pacewicz, la postura que adopta Tomazs, quien comenzará a jugar un rol de doble agente para situarse por sobre izquierdas y derechas, utilizando ambas facciones para lograr sus fines personales, dominando así el tablero, tal como en nuestro país lo hizo por años Julio Ponce Lerou al financiar campañas de todo el espectro político.Hater es una película que invita a reflexionar sobre el impacto que tienen las noticias falsas y las redes sociales en nuestras vidas, pero también sobre las élites, la política y las oscuras formas en las que estas operan. Sin duda, gran parte del atractivo de esta obra radica en la soberbia actuación de Maciej Musialowski, joven actor al que se le augura un futuro brillante en la pantalla grande, pero también a su guion, que sabe matizar la temática social con el drama de corte romántico y los entresijos del poder. Sin duda, un imperdible de esta temporada.

Derribar el Premio Nacional

Este año, se entrega el mayor galardón estatal en Literatura, y una campaña de la agrupación de Autoras Chilenas (AUCH) aboga para que se le entregue a una mujer poeta, la que se sumaría a la  única mujer premiada en ese género en la historia del premio: Gabriela Mistral. La crítica literaria Patricia Espinosa presenta su visión sobre el tema y lo pone en debate: “Las poetas postulantes tienen méritos de sobra y este reconocimiento debiera servir para comenzar a  resarcir en parte el histórico maltrato que han sufrido las poetas en Chile. Pero aun así y aunque vinieran 20 premiaciones más a mujeres, la historia de este premio seguirá siendo el mayor símbolo del dominio patriarcal en la literatura nacional y con ello de todas sus prácticas de silenciamiento, monopolización de la voz y construcción del canon por parte de los hombres”.

Por Patricia Espinosa H.

Este año se otorga el Premio Nacional en mención poesía y los nombres más resonantes y las escrituras más contundentes son de mujeres; no debería quedar duda alguna que este año sí o sí debe ganarlo una mujer y al hacerlo sería la primera vez que en dos entregas consecutivas lo ganan mujeres. ¿Algo para celebrar? Sí, por supuesto. Las poetas postulantes tienen méritos de sobra y este reconocimiento debiera servir para comenzar a  resarcir en parte el histórico maltrato que han sufrido las poetas en Chile. Pero aun así y aunque vinieran 20 premiaciones más a mujeres, la historia de este premio seguirá siendo el mayor símbolo del dominio patriarcal en la literatura nacional y con ello de todas sus prácticas de silenciamiento, monopolización de la voz y construcción del canon por parte de los hombres. 

La única poeta mujer ganadora del Premio Nacional ha sido Gabriela Mistral, quien lo recibió en 1951, cinco años después del Nobel.

El Premio Nacional de Literatura es un galardón creado por el patriarcado para el patriarcado, la inclusión de mujeres en el listado siempre ha sido una anomalía. De hecho cualquier varón, poeta o narrador mediocre o definitivamente sin mérito alguno, ha tenido siempre mil veces más posibilidades de ganárselo que cualquier mujer. El listado está plagado de ejemplos y en la sala de espera del premio hay una multitud de hombres al acecho. A tanto ha llegado esta práctica, que la hemos naturalizado,  como si fuera “normal” la exclusión de género, llegando a celebrar cuando gana una mujer. Conformarnos con la excepcionalidad es hacernos cómplices de la política sexista que destila este galardón. En este mismo momento los ataques a las poetas postulantes se multiplican en las redes sociales. Se les ha cuestionado  su condición ya sea de feminista, regionalista o, insólitamente, el hecho de ser “eterna candidata”. Esto ha venido tanto de parte de los hombres, mayoritariamente, como de mujeres. Lo cual tiene una explicación fácil: el patriarcado, que está conformado no sólo por varones sino también por mujeres patriarcalizadas, ha salido a defender su territorio con una fuerza pocas veces vista en sus escrituras literarias. 

Es más, la violencia contra las mujeres de este galardón ha sido tan desmesurada que históricamente la misoginia no ha sido obstáculo alguno para llevárselo. Así, poetas claramente machistas y misóginos de la envergadura de Neruda, Zurita, Rojas, Parra, Barquero, pueden lucir campantes su pasaporte a la inmortalidad literaria, mientras multitud de mujeres escritoras se han muerto esperando un reconocimiento. 

Tengo claro que ya van a salir con que las feministas queremos quemar los libros escritos por hombres y destruir las bibliotecas. A pesar de que es una estupidez, se hace tan constante que hay que responderla. No pretendo evitar su lectura ni remitir sus obras al bote de la basura, pero sí incitar a leer sus obras desde una mirada antipatriarcal. Para eso hay que comenzar por las representaciones de la mujer y de la masculinidad que sus escrituras levantan. El resultado es la imagen de la mujer desde el conjunto madre-virgen-prostituta-bruja-feminazi. 

Resulta verdaderamente ridículo que en pleno siglo XXI tengamos que estar justificando la presencia de mujeres postulantes. Solicitando, además, un jurado paritario en términos de género, lo cual no siempre ocurre; clamando, incluso, por representantes diversxs que aseguren un criterio desligado de lobby o intereses extraliterarios. ¡En treinta años de democracia sólo dos mujeres, Allende y Eltit, han obtenido el premio! ¡Dos en treinta años! Que una mujer obtenga el galardón no debiera ser nunca más una apertura circunstancial del canon, de la ley del patrón. Para ello es necesario elaborar y poner en práctica una política de la diversidad que permita romper de una vez y para siempre con el criterio sexista que articula a este Premio. 

Sólo dos mujeres han sido galardonadas con el Premio en estos últimos 30 años: Isabel Allende, en 2010 y Diamela Eltit, en 2018.

Reparar la exclusión de las autoras es posible y esto no pasa solo por premios o por ponerles nombres femeninos a bibliotecas o parques, sino por la destrucción del canon masculinizante y de todos los efectos que su predominio conlleva. Más allá de eso, lo que queda es una reflexión sobre la cultura del patronazgo y la necesidad de derribar su representación estatuaria. Llegó el momento de pensar en derribar unas cuantas estatuas oprobiosas. Nuestra literatura está plagada de estatuas que debemos eliminar y el Premio Nacional ha sido la mayor fábrica de estatuas literarias para la consolidación del canon masculino y la violenta exclusión de la producción literaria de mujeres. 

Vivimos en un contexto político-cultural necromachista, donde el fin último es hacer desaparecer cuerpos, escrituras y autoras. Los retoques y maquillajes con los cuales hoy el patriarcado intenta cambiarle el rostro a su sistema de dominio serán incapaces de hacernos olvidar que el Premio no es más que una pequeña muestra de la violencia con que la cultura dominante ataca a los cuerpos de las mujeres para exigirles su sometimiento. 

Para ser más clara, nos enfrentamos a dos opciones: reformular las bases del Premio, esto significa normar para que se alternen ganadores masculinos y femeninos o que derechamente el Premio desaparezca. Yo opto por su desaparición y la creación de otro tipo de reconocimiento a la labor de escritoras y escritores, obviamente bajo un estricto sistema de paridad, en tanto no se elimine la odiosa binariedad que parece ser la ley que rige todas las decisiones estatales. Ya no estamos para migajas, ha sido suficiente con la denigración constante que los gobiernos continúan ejerciendo contra las mujeres. No más escritoras premiadas cada treinta años que sirven para lavar la imagen del Premio o reformulaciones que en la práctica pierden toda relevancia. Más de lo mismo no tiene sentido. 

En tiempo de pandemia, la violencia hacia la mujer ha recrudecido. Las figuras de varones pululan en los medios de prensa y mesas de asesoría sanitaria exponiendo sus saberes científicos y políticos, pero basta que alguna mujer se atreva a levantar la voz para que las hordas patriarcales desaten su furia contra ella. Alejandra Matus e Izkia Siches son los ejemplos más claros en este periodo, agredidas constantemente por investigar y denunciar la catástrofe en las que el gobierno nos tiene sumergidxs. Las cifras de violencia intrafamiliar crecen y crecen de manera abismante. Las mujeres se encuentran recluidas haciendo teletrabajo y realizando labores de cuidado familiar. La cesantía ha golpeado especialmente a las mujeres. A pesar del épico 8 de marzo las mujeres no hemos conseguido transformaciones profundas que por lo menos equilibren el panorama. En este contexto, la actual preocupación por un premio literario podría sonar exagerada, pero contra el patriarcado y su política de silenciamiento o muerte no hay pelea chica.

Hay que dejarlo claro, este año sí o sí el Premio Nacional de Literatura debe ser para una mujer y es de esperar que en los siguientes dos años el territorio sobre el cual establecemos esta discusión haya cambiado lo suficiente para no tener que volver a la carga en defensa de las narradoras, cosas que claramente vamos a hacer.

Por el derecho a la igualdad: mujer y emancipación

Por Patricia Espinosa

Ediciones Libros del Cardo liderada por la poeta, gestora cultural y feminista Gladys González, reedita (La 1ra edición es patrocinada por el SERNAM y publicada en 1998) el volumen Crónica del sufragio femenino en Chile (Valparaíso, 2018), una rigurosa investigación realizada por nuestra Premio Nacional Diamela Eltit.

Estamos ante una crónica que posee dos niveles de relato: por un lado enfocado en la sujeta, particularizada, y en el colectivo, por lo mismo, no sólo conforma una genealogía en torno a la lucha por el sufragio, sino que da cuenta de voces específicas, testimonios individualizados.

Me parece destacable que Eltit señale que la historia se construye de múltiples acciones, activismos, gestos, riesgos, voces que, la mayor parte de las veces, tienden a perderse en el anonimato. Esta consciencia de la cronista sobre las mujeres anónimas me parece de gran relevancia en cuanto contribuye a reflexionar sobre la condición fragmentaria, no totalizante, de la crónica, la historiografía y aquellos nombres, vidas, que no quedaron inscritos en los registros, pero que con su batallar contribuyeron al logro del derecho a sufragio igualitario.

Crónica del sufragio femenino en Chile. Diamela Eltit Ediciones Libros del Cardo, 2018 128 páginas

Los diversos feminismos tuvieron que enfrentarse al más duro orden patriarcal para hacer ver sus demandas. Esto, podríamos afirmar, da cuenta de un itinerario que poco ha cambiado en más de un siglo. Sin embargo, lo que claramente es posible inferir de esta crónica es que sin articulación en comunidades, los cambios respecto a las políticas de la mujer serán imposibles de realizar.

Crónica del sufragio es un libro que nos aproxima a la épica, a la comunidad, a la utopía de cambio social, la incomodidad de la mujer y sus insubordinaciones, que irían progresivamente armando una trama política. Al respecto, la narración expone en detalle la amplia red de asociaciones de mujeres que contribuyeron con su trabajo en la proposición de demandas que finalizan con la adquisición del derecho a voto en 1949 bajo el gobierno de Gabriel González Videla. Por debajo de esa épica se puede apreciar la fractura entre el trabajo de las mujeres de la élite y las mujeres de los sectores populares. Esa fractura sigue presente hasta el día de hoy, amenazando la validez misma de esa épica. Es decir, el tremendo logro alcanzado con el sacrificio de las sufragistas, su extraordinaria lucha se desmorona con la crisis del mito del voto como parte de la desvalorización general de las creencias que sustentaron la validez del camino eleccionario como forma de alcanzar nuevos niveles de libertad.

Sin embargo, si pensamos en la pérdida de significación del voto hoy en día, salvo para los que quieran participar de los beneficios que trae el clientelismo eleccionario, esta pérdida de significación debiera convertirse en una gran oportunidad. Primero, para desarmar la falacia del feminismo neoliberalizado que celebra cada vez que se logra suavizar mínimamente los efectos de la cultura patriarcal. La corrupción del aparataje político-partidista es tan abrumadora que dificulta en extremo participar de él sin que se terminen defendiendo los privilegios de la clase política.

La escritora y Premio Nacional de Literatura 2018, Diamela Eltit.

La condición épica del sufragio se ha degradado al acto de votar rutinariamente por el mal menor. Un simulacro de inclusión que instrumentaliza el sentido último de ciudadanía. Junto con la radicalización de la derecha y una buena parte de la izquierda luchando denodadamente por el derecho a participar del sistema, una parte mayoritaria de la población ha optado por la suspensión del sufragio. Las respuestas desde la élite, que sigue votando, acusan a las masas de ignorancia, individualismo extremo y hasta de fascismo; contra ello, ofrecen mejorar la oferta electoral con más honestidad, nuevos rostros y más reformas, incluido, cómo no, más mujeres y más feminismo, con feministas que voten, eso sí. No votar, de tal manera, será comprendido como una actitud de ciudadanía degradada, negada a la inclusión y futuro derecho a crítica. Pero en esa despreciada masa que no vota se sigue repitiendo la historia, la lucha a muerte entre el poder y el deseo de emancipación. Paradojalmente, se cumple así un viejo anhelo, la huelga general y el sabotaje a la producción, en este caso, la huelga de votantes y el sabotaje a la producción de votos. Si alguna vez fue un derecho negado a las mujeres y por el cual era obligatorio luchar, hoy parece ser no más que un placebo, un simulacro de participación. Por lo mismo, desde mi perspectiva, hemos de celebrar el pasado, el sentido épico de la historia de lucha feminista del derecho a voto, un gran paso sin lugar a dudas, pero, a la vez, reflexionar sobre cómo debe darse hoy el entrecruce entre la lucha de emancipación feminista y el voto, preguntarnos si es necesario votar ante un escenario donde se consolida el sexismo y se limita a la mujer a la producción de hijos o fuerza laboral, despojada de toda autonomía.

“Los diversos feminismos tuvieron que enfrentarse al más duro orden patriarcal para hacer ver sus demandas. Esto, podríamos afirmar, da cuenta de un itinerario que poco ha cambiado en más de un siglo. Sin embargo, lo que claramente es posible inferir de esta crónica es que sin articulación en comunidades, los cambios respecto a las políticas de la mujer serán imposibles de realizar”.

Avisa cuando llegues: la calle como escenario de guerra

El libro compilado por la escritoras Alejandra Costamagna y Carolina Melys reúne un conjunto de veinticinco narradoras, dramaturgas, cantoras, cineastas, ilustradoras y poetas que, desde diversos géneros literarios, elaboraron textos inéditos, que se caracterizan por la experimentación con el lenguaje, el predominio de las voces en primera persona complejizadas en una discursividad consciente de las tensiones de género, las atmósferas opresivas y, por sobre todo, una actitud guerrera de las protagonistas.

Por Patricia Espinosa
Avisa cuando llegues, editorial Bifurcaciones, $12.500 en librerías.

“Avisa cuando llegues” es una frase comúnmente dirigida a las mujeres que nos habla del temor y la incerteza de arribar a un destino seguro. La realidad es que el simple hecho de desplazarse por el espacio público ya es un peligro porque, como sabemos demasiado bien, la calle es un territorio peligroso para las mujeres. “Avisa cuando llegues” es ese cotidiano informe con el que decimos que llegamos sin daño, que logramos, por esta vez, escamotear la violencia sobre nuestros cuerpos, porque la calle es para las mujeres una zona de guerra y su cuerpo un botín para el patriarcado. 

Avisa cuando llegues (Talca, Editorial Bifurcaciones, 2019) es también un libro compilado por la escritoras Alejandra Costamagna y Carolina Melys quienes han reunido un conjunto de veinticinco narradoras, dramaturgas, cantoras, cineastas, ilustradoras y poetas que, desde diversos géneros literarios, elaboraron textos inéditos, en su mayoría, en torno a la mujer y la violencia. La curatoría es impecable, no solo porque permite dar cuenta de un espectro amplísimo de autoras de diversas edades y estilos, sino por la gran calidad de sus escrituras. 

El volumen se caracteriza por la experimentación con el lenguaje, el predominio de las voces en primera persona complejizadas en una discursividad consciente de las tensiones de género, las atmósferas opresivas y, por sobre todo, una actitud guerrera de las protagonistas. Este último aspecto me parece destacable, estamos frente a voces de mujeres que no se dan por vencidas aunque estén situadas en contextos donde en apariencias no hay salida. 

La escritora Alia Trabucco participa con el relato Go home.

Así, pegadas a lo real, a la materialidad de los cuerpos, surgen estas escrituras ancladas en una política de confrontación a la violencia. Esto implica una subjetividad en resistencia, que no evita el peligro, que no se enclaustra ni quiere abandonar el espacio para público. Es recurrente en estas narraciones que el momento mismo de la agresión física aparece en contadas ocasiones; los relatos tienden a ocurrir en el momento previo o el posterior, cuando el daño se ha  concretado.

Aun cuando resulta difícil entre tanto relato destacable, mencionaré solo nombres y textos a modo de una pequeña ruta de lectura. Alia Trabucco y su crónica Go home nos aproxima a la represión policial que vive una mujer francesa-musulmana por su cabeza cubierta por un pañuelo. La segregación religiosa pega fuerte en este relato. La exclusión, esta vez por el hecho de ser mujer, se advierte en el relato de Mónica Drouilly. Insert Coin se centra en la relación de dos hermanos diestros en un videojuego; particularmente la chica. Es, a fin de cuentas, su talento, aquello que la condena y que resulta imperdonable para su hermano y el grupo de chicos del barrio que la agrede. 

En un estilo más directo, incluso rudo, se encuentra el relato de Marcela Trujillo, Época punk. Nuevamente una mujer sola, de noche, esta vez violada en un parque en pleno centro de la ciudad. El temor resulta inamovible en cada una de estas protagonistas. Así también podemos verlo en la narración de Carmen García, Llamada imaginaria donde una mujer aterrorizada por el acoso sexual de un taxista genera diversas tácticas de defensa para demostrar al hombre que no está sola. 

Daniela Catrileo sorprende con e texto Kutral sobre su infancia sobreprotegida.

La marginación y la soledad son dos términos que se reiteran en estas historias. Daniela Catrileo sorprende con un texto narrativo titulado Kutral. La narradora aborda su infancia sobreprotegida y el aprendizaje de códigos de sobrevivencia urbana en paralelo a la búsqueda de la emancipación. La calle es también el tema privilegiado por la gran poeta, Elvira Hernández, quien elabora en esta ocasión un ensayo: No nos falta calle es una reflexión sobre la condición subalterna de la mujer en diversos periodos de nuestra historia. Su relato es intercalado con recuerdos autobiográficos donde, tal como en el texto de Catrileo, las niñas eran resguardadas en el espacio doméstico ante los peligros del espacio público. La educación sexista, al igual que la inserción de la mujer en el trabajo, sometida a inequidades de salario, son algunos de los temas que aborda Hernández mediante un estilo cercano, vigoroso, como un gran llamado de alerta a generar cambios en las mujeres. 

Dentro de los textos más originales se encuentran los de Lina Meruane y Verónica Jiménez. El primero es una ficción-crónica notable. A partir de un diálogo de mujeres surge la cita a Camille Paglia, feminista estadounidense de derecha, quien asevera que el costo de salir de casa es la violación y que las mujeres tendrán que asumirlo como un peaje. Este juicio macabro da lugar a una discusión con dos posiciones contrapuestas: responsabilizar a las mujeres de sus propias violaciones o asumir una política de exigencia a “no ser violada ni agredida ni abusada cuando vamos solas”. Jiménez, por su parte, una de las voces más importantes de la poesía chilena, se orienta a reconstruir la enigmática figura de la gran Rosa Araneda, poeta de fines del siglo XIX, quien a través de su escritura desafió sin resquemores los cánones machistas de la época. La prosa de Jiménez conjuga fineza con una mirada ruda excepcional. 

La poeta Elvira Hernández contribuye con un ensayo titulado Nos nos falte calle.

La lectura de este excelente libro permite identificar desde donde están escribiendo las mujeres chilenas hoy. Para mí, escriben desde el lugar de la denuncia a la violencia de género, a la guerra material y simbólica que el patriarcado y el neoliberalismo despliegan contra la mujer emancipada o en vías de emancipación. Estas voces se alzan generando una denuncia y múltiples prácticas de resistencia a la violencia que intenta devolverlas al espacio doméstico. Estamos, nada más y nada menos, que ante la plenitud de una política de segregación que sin duda estas escrituras rechazan, demostrando que la única batalla perdida es aquella que no se da…y las mujeres la estamos dando. Desde todo punto de vista, un libro imprescindible.