Hitos y etapas en nuestra historia reciente

Por Ennio Vivaldi

A veces, el devenir histórico obliga a resignificar hechos y fechas. Es lo que parece ocurrir hoy con la percepción que tenemos del 5 de octubre de 1988. Nos preguntamos si acaso esa fue, efectivamente, la fecha de cierre de una etapa y comienzo de otra, o si bien no fue más que un punto de inflexión al interior de un mismo período de nuestra historia que se inició el 11 de septiembre de 1973 y cuya verdadera fecha de cierre podría ser el 25 de octubre de 2020.

No se trata de dejar más alta o más baja aquella muralla que representa, por simbolizar un límite que marca un antes y un después, la decisión de 1988 de no prolongar la condición de Jefe de Gobierno de la figura más representativa del golpe de Estado. Sin duda, fueron importantísimas las implicancias de ese plebiscito en términos de derechos humanos y vida cotidiana. Pero lo que se había instaurado en el país en 1973 era un modelo de sociedad y un nuevo conjunto de valores y principios orientadores. Por diversas razones, ese modelo fue en gran medida conservado tras el plebiscito de 1988. Más aún, había muchos convencidos de que nos encontrábamos en un nuevo momento de la historia de la humanidad; para los más entusiastas, el punto cúlmine de esa historia. Cabía opinar si ese modelo, consistente con esta nueva época, era deseable, pero sin duda era inevitable.

Esa resignación fue lo que cambió, en el mundo y en Chile. La pandemia hizo aún más evidente la necesidad de abordar los problemas con mirada transdisciplinar y disposición colaborativa. Aquí, con el estallido social que habría de terminar provocando el plebiscito, surge la determinación de no seguir tolerando un sistema que no permitía expresar, menos encauzar, el descontento. Esto se reforzaría luego, con la pandemia, cuando se hacen demasiado evidentes las consecuencias de una prolongada falta de visión sistémica en salud, educación, vivienda o pensiones.

Las preguntas de ambos plebiscitos son drásticamente distintas. Una refiere a la persona que ha de tomar la conducción de un proceso político y social. La otra, al sentido de ese proceso. Resulta especialmente significativo que fueran los más jóvenes quienes iniciaran el estallido que habría de terminar cuestionando la Constitución. No quieren que sus vidas se desarrollen en una sociedad fundamentada en valores extremadamente individualistas y egoístas. Hay una búsqueda de una nueva ética que abra espacio a la cohesión social para que, revirtiendo la primacía de intereses circunscritos, comencemos a recuperar un sentido de bien común.

Por eso resulta tan significativo que las manifestaciones hayan provenido, en primer lugar, de estudiantes de aquellos liceos donde tradicionalmente todos los jóvenes chilenos podían obtener una educación de alta calidad. El desmantelamiento de la educación pública fue una factor clave en la pérdida de cohesión social. Destaquemos a este respecto los esfuerzos recientes de nuestra Universidad, junto con la Municipalidad de Santiago, por realizar un trabajo conjunto con el Instituto Nacional.

No es cierto, como a veces se ha sugerido, que los estudiantes secundarios y universitarios desafectados pidan mejores condiciones dentro de la lógica del sistema, tales como atenuar el endeudamiento o reducir aranceles. Por el contrario, esos jóvenes denuncian la ausencia de futuro, de valores. Está en juego la relevancia de las ciencias, tecnologías, artes y humanidades y el diseño de una nueva matriz productiva para Chile, con nuevas categorías de empleo y nueva inserción en el mundo en estos tiempos globalizados.

Y en todo esto, la Constitución es la clave. Resulta ilustrativo que en la actual propuesta presupuestaria de Educación Superior se resten fondos a las universidades tradicionales para transferírselos a las privadas que no pertenecen al CRUCH, argumentando que ello es consecuencia de la política de gratuidad. Pues bien, la forma como en definitiva quedó esa política no fue decisión ni del Gobierno ni del Congreso anterior, ni tampoco de los rectores de la época, sino que la última palabra fue del Tribunal Constitucional, al establecer que “resulta inconstitucional que a los estudiantes vulnerables se les imponga para el goce de la Gratuidad, condiciones ajenas a su situación personal o académica, como es el hecho de encontrarse matriculados en determinadas universidades, centros de formación técnica o institutos profesionales”. Cada cual puede juzgar si, en esta moneda de dos caras, se está favoreciendo a “los estudiantes vulnerables” o a “determinadas universidades”.

Cuando el 25 de octubre se acuerda cambiar la Constitución, se está pidiendo construir un nuevo modelo de sociedad. Lo hace una ciudadanía descontenta, que quiere hablar, ser escuchada y participar efectivamente en la construcción de una  comunidad basada en otros valores.

Mohamed Bouaziz, Sergio Bordillo y Daniel Blake: narrativas sobre humillados

Por Faride Zerán

Usted seguramente no sabe quién fue Mohamed Bouaziz; quizás tampoco le suena el nombre de Sergio Bordillo, aunque de pronto, si es cinéfilo, se puede acordar del personaje de la película Yo, Daniel Blake, del cineasta Ken Loach, que obtuvo en Cannes la Palma de Oro hace cuatro años. La línea que une a los tres hombres, el primero, tunecino; el segundo, un ciudadano chileno; y el último, un carpintero británico enfermo y pobre en la ficción de Loach, es la humillación. Un sentimiento que aflora cuando quienes deben responder por sus derechos y bienestar, por acción u omisión disocian la palabra dignidad de aquella que define a la pobreza. Mohamed Bouaziz fue un joven vendedor ambulante tunecino, quien, a los 26 años, cuando funcionarios municipales le confiscaron su carro de frutas y en protesta por el abuso y la humillación de ese acto que le impedía ganarse la vida, decidió inmolarse el 17 de diciembre de 2010. Su muerte desató una ola de protestas que dio origen a la Primavera Árabe, protagonizada principalmente por jóvenes pobres y desempleados que salieron a las calles en Túnez, Egipto y otros países de la región.

Daniel Blake es el carpintero de 59 años que, luego de un infarto y de la recomendación de su doctora de dejar de trabajar por un tiempo, asume que sólo puede sobrevivir si obtiene la ayuda del Estado, una ayuda que se escurre cada vez más en medio de una burocracia que lo humilla en las largas esperas, en los extensos interrogatorios kafkianos o en papeleos que debe llenar solo a través de una computadora que no maneja. Finalmente, esa despiadada burocracia lo lleva a rebelarse y a maldecir las políticas de Thatcher en el sistema de seguridad social británico, cuyos efectos devastadores finalmente le provocan la muerte.

De Sergio Bordillo, pese a que es chileno, que vive en Colina y que lo vimos en los noticieros de televisión hace sólo unas semanas, conocemos menos. Sabemos, por ejemplo, que es un buen padre y abuelo, porque pese a la cuarentena que le impedía desplazarse, consiguió un permiso para hacer una larga fila ante el Registro Civil de Colina para activar la clave única de su hija, requisito fundamental para poder acceder a la ayuda estatal.

Pero este vecino no era el único que estaba tras ese trámite. Decenas de hombres y mujeres hacían largas filas esa mañana fría y lluviosa de invierno y pandemia. La situación, luego de más de cuatro meses de encierro obligado, de pérdida de empleos, de ausencia de políticas de ayuda oportuna a millones de ciudadanos, tornaba insostenible cualquier espera.

Por ello, la escena protagonizada por Sergio Bordillo no sólo era desesperada, sino que contenía toda la angustia que encerraba el lugar. Se puso de rodillas y, a viva voz, con las manos en alto, le rogó a la funcionaria que pasaba por su lado que por favor lo atendieran porque en su familia estaban todos cesantes y esa clave única le abría las puertas a una ayuda que resultaba vital.

La humillación de este vecino de Colina, quien expuso su drama ante todo el país, era similar a la que seguramente sintieron muchos hombres y mujeres que abrían las puertas de sus casas para recibir las cajas de alimentos básicos que entregaba el gobierno, pero a quienes nadie les había advertido que junto a las cajas esperaba más de alguna autoridad de turno, con cámaras y flashes, transformando un derecho, una ayuda estatal para las personas que en momentos de catástrofes requieren apoyo para sobrevivir, en un gesto de limosna ejecutado arbitraria y mediáticamente por quienes detentan el poder.

Quizás advirtiendo esta realidad, cientos de mujeres han asumido en sus barrios y poblaciones que las ollas comunes no sólo son una repuesta ante la necesidad y pobreza frente a la crisis sanitaria, social y económica que vive actualmente el país, sino que además son una expresión de organización, solidaridad y resistencia.

Muchas de ellas poseen una memoria social frente a contextos adversos, como los de inicios de la década de los años 80, cuando en plena dictadura la miseria y el desamparo golpeaban los hogares de los más pobres con empleos precarios ofrecidos en programas estatales como el PEM y POJH, creados por el régimen para mitigar la miseria.

Con un desempleo del 23% en 1982 y de 31,3% en 1983, ese año sería clave en tanto marcaba la primera protesta nacional contra el régimen y su modelo.

De las ollas comunes de ese tiempo a las que surgen hoy en distintos sectores de Santiago y del país hay casi cuatro décadas de distancia. En ellas se ha ido consolidando no sólo un modelo de desarrollo y una forma de crecimiento, sino también una manera de mirar, de analizar, de sentir el devenir de un país, en un consenso que ha sido compartido transversalmente por décadas.

Ese acuerdo sobre el modelo económico que va más allá de las sensibilidades políticas, porque cruza a toda la élite, de gobierno y de oposición, hoy nuevamente ha sido puesto en jaque. Porque ante la magnitud de la crisis, ahora está siendo confrontado por una opinión pública que en más de 80% está dispuesta a sacar el 10% de sus ahorros previsionales para sobrevivir en un momento en que las ayudas estatales resultan escasas o tardías ante la profundidad de la catástrofe.

Es decir, una mayoría de chilenos y chilenas que no son parte de ese acuerdo, porque nunca fueron consultados, están interpelando a esa élite que se niega a escuchar.

Esto es tan grave como las vidas, demasiadas vidas, que ha cobrado la pandemia. Porque no sólo corrobora la disociación de esa élite que define los destinos del país sin escucharlo, sino que reitera lo que el vecino de Colina pensó cuando se arrodilló frente a una representante del Estado –que debe protegerlo– clamando por un número de atención o lo que las mujeres que están tras las ollas comunes intuyen desde hace décadas.

Porque sin preguntarse y sin manifestar interés en la legitimidad política y social de sus decisiones, esa élite pareciera no estar dispuesta al cambio. Entonces, la promesa de un pacto social es sólo promesa, y no basta con historias como la de Daniel Blake, en la ficción de Loach, o la de Mohamed Bouaziz, cuya inmolación dio origen a la revuelta árabe.

Pese al horror del presente de pandemia y su secuela de vidas destrozadas y de muertes, instalar la mirada en octubre con su promesa de plebiscito y de debate constituyente adquiere una urgencia política e institucional dramática. Porque, como dice Neruda, aunque muchos esperen cortar todas las flores, no podrán detener la primavera.

Después de tanto tiempo, conversemos

Por Ennio Vivaldi

Hay conversaciones que, tras largo tiempo sin ser asumidas, se hacen de repente ineludibles. Esto suele ocurrir por acontecimientos que impiden seguir pretendiendo que está todo bien y que no necesitamos reflexionar acerca de ciertas condiciones

de existencia. En ese momento, la presunción tácita de normalidad se desvanece y hay que conversar. Esto nos ocurrió en Chile con un estallido social de convocatoria sorprendentemente amplia, y ahora, con la pandemia, pareciera que estamos tomando conciencia no sólo de nuestros problemas, sino también de los condicionantes que jugarán un rol clave en su solución. El problema evidenciado por el estallido tiene que ver con un inédito modelo de sociedad que nos fue impuesto y que, habiéndose reiteradamente tomado nota de sus falencias, pareciera haber sido imposible de reparar. El asunto de base está en que el modelo se diseñó desde la plataforma inexorable de un régimen dictatorial y se hizo en un modo cuasi axiomático. A partir de verdades asumidas como incuestionables, entre las que destacaban la primacía de lo privado sobre lo público, la ineficiencia del Estado y la motivación principal en la conducta humana del egoísmo y el lucro, se definieron estructuralmente los sistemas de educación, pensiones y salud, entre tantos. Poca o ninguna atención se prestó a los saberes disciplinares, a la opinión experta y a la historia de las instituciones. Ejemplo palmario es la redefinición operacional de lo que es una universidad como un lugar en el que se paga por obtener un título que después reembolsará dividendos. Otro ejemplo, que hoy nos cuesta caro, es el desinterés por la atención primaria en salud y por la salud mental de la población. Nótese, además, que los mencionados axiomas se presentaban como determinados por nuestra naturaleza humana, un antiguo juego de prestidigitación que enfatiza ejemplos de conductas que buscan la supervivencia individual e ignora las que promueven valores solidarios y altruistas.

La pandemia, por su parte, nos viene enseñando que los seres humanos necesitamos ser solidarios y sobreponer el interés colectivo al individual.

También nos ha mostrado que no nos sirven las miradas reduccionistas ni menos las que no quieren ver las interacciones factoriales. La pandemia se nos presenta en un nivel de complejidad donde lo sanitario y lo económico están recíprocamente relacionados, donde lo que le ocurre a algunos segmentos sociales necesariamente repercute en el todo. Pero de esto ya deberíamos haber estado más que advertidos, pues una visión transdisciplinar y sistémica ya se nos había mostrado como metodológicamente obligatoria ante problemas de la magnitud de, por ejemplo, el cambio climático y la preservación del medioambiente. 

Conversar acerca de cambios importantes en los valores y estructuras sociales podría habernos parecido un ejercicio inútil, ya fuera porque se pensara que los cambios no eran necesarios o porque no eran posibles. Hasta hace poco, se hubiera dicho que lo que la gente opinara sobre las cuestiones de fondo, si es que lo hacía, no importaba mucho. Hoy, recabar esas opiniones es absolutamente fundamental para poder restablecer un clima de convivencia, de intercambio de ideas, de reflexiones tranquilas que primen sobre la impulsividad y la rabia. Un muy buen ejemplo de esfuerzo en tal sentido lo constituye la iniciativa “Tenemos que hablar de Chile”, en la que las universidades trabajan colaborativamente al servicio del país para potenciar el diálogo, el pluralismo y la cohesión social. En este espacio, donde las personas pueden plantear sus inquietudes, necesidades e ideas a partir de discusiones ciudadanas, se elaborarán insumos que contribuirán a la creación de políticas públicas. En esta instancia será muy relevante la participación de personas de todas las regiones para pensar el ámbito local y el del país en el que quieren vivir. Es obvia la importancia que una labor de este tipo representa para el futuro debate constitucional. Otra iniciativa que nos compromete es el proyecto de generar una Propuesta de Acuerdo Social que busque la recuperación del concepto de lo público, un tema central para nuestra Universidad. Necesitamos establecer principios para la construcción de un nuevo Estado; volver a darle un soporte estructural a un concepto tan fundamental en nuestra historia y misión como es el de bien común; y lograr un acuerdo entre los ámbitos público y privado para la superación de la actual crisis. Este es un momento único para la solidaridad, la inteligencia y la responsabilidad.

La catástrofe y la normalidad

Por Ennio Vivaldi

Hemos escuchado que sería deseable que todos nos quedáramos en nuestras casas por muchos días, pero que esa medida resulta difícil de implementar pues mucha gente necesita, para comer en la noche, obtener algo de dinero durante el día. Esa aseveración debería provocarnos una doble extrañeza. Lo primero que esa declaración nos enrostra es que muchos no teníamos conciencia de la extensión de la fragilidad de subsistencia y de la precariedad laboral en nuestro país. Lo segundo es que esa afirmación, que nos da a conocer un nuevo factor a tener presente en la toma de decisiones acerca de medidas de contención de la pandemia, suele exponerse en tono neutro. Al menos la noticia podría conmovernos; esperaríamos que pudiera ser comunicada con incómodo pudor.

Cuando ocurre una catástrofe, ella, a la vez, nos habla de sí misma y de nosotros. La pandemia en curso nos confronta con asumir que en Chile hay precariedad laboral, desigualdad insolente, discriminación odiosa. Debemos lamentarlo, empezando por las consecuencias que tiene sobre cada uno de nosotros mismos, pues si la pandemia nos cayera en una sociedad mejor, quizás tendría menor impacto y podríamos enfrentarla mejor. Cuando dentro de una ciudad segregada la pandemia se traslada de los lugares con mejor nivel socioeconómico a aquellos con mayor hacinamiento, es posible, ojalá no, que cobre tal fuerza que redoble sus bríos, se intensifique y se devuelva a golpearnos a todos. Y estamos obligados entonces a pensar que los “otros” no eran tan ajenos a nosotros como por tanto tiempo habían tratado de convencernos. Estamos obligados a pensar que, contrario a lo que se nos ha hecho creer por décadas, uno no se mantiene solo, no se educa solo, no se sana solo, no se pensiona solo ni se salva solo. 

Hemos aprendido que las cosas relevantes para cada individuo se juegan a un nivel de integración distinto, superior al de sus propios y simples intereses circunscritos; que, por el contrario, se juega al nivel de la sociedad, nivel de integración que posee lógicas y códigos irreducibles a los de las personas aisladas. Pareciera entonces que ideas como que el Estado deba garantizar el derecho a la salud y la educación de todos los ciudadanos no debieran entenderse como atingente solo a “otros” ciudadanos.

También la catástrofe ha sido una oportunidad para evidenciar nuestra gran vocación de servicio, consustancial a nuestra historia y a nuestra condición de universidad pública. La Universidad está realizando máximos esfuerzos por contribuir en diversos ámbitos a combatir esta pandemia. Hemos puesto al servicio del país nuestra infraestructura, equipamiento, y las competencias científicas, profesionales y técnicas de académicos y funcionarios, para que Chile pueda enfrentar la amenaza a la salud más grave que ha vivido el mundo contemporáneo.

Ha habido gran presencia de nuestro Hospital y nuestros campus clínicos en el combate a la pandemia, así como de las facultades del área de la salud en los testeos, los análisis epidemiológicos y la secuenciación del genoma del Covid-19. El Hospital envió un equipo de intensivistas para instalar una unidad de pacientes críticos en un hospital de La Araucanía. Hemos tenido un especial rol en explicar y promover la relevancia de la salud mental en el contexto de la Mesa Social Covid-19 del Ministerio del Interior. Se entregó un prototipo de ventilador mecánico diseñado y construido en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Están nuestros aportes en diseño y producción de equipos de protección, así como propuestas de distribución arquitectónica segura para consultorios. También destacamos nuestra presencia como organizadores y participantes en foros internacionales. 

Un área que merece mención aparte es la de análisis de datos para anticipar la evolución de la información más relevante, como son los requerimientos de ventiladores mecánicos. Quizás aún más importante, para evaluar los efectos diferenciales de tomar o no tomar una u otra medida mitigatoria. Estos modelos permiten analizar el comportamiento de la pandemia bajo diferentes estrategias de contención, tales como medidas de confinamiento, testeo masivo, cuarentenas intermitentes o suspensión de actividades docentes.

Y lo destacamos porque pensamos que esta línea de trabajo representa una convergencia de, por una parte, ciencia y técnica, y por otra, política y democracia. Con la información que les proveen los investigadores, las autoridades nacionales y locales pueden tomar decisiones con fundamentos racionales explícitos y pueden explicar a la ciudadanía el porqué de sus decisiones e instructivos.

Confiamos en que esta tragedia que vivimos permitirá, también, reforzar la comprensión del rol que corresponde a todo el quehacer científico y humanístico en la vida democrática del país y la importancia que para todos los ciudadanos tiene contar con una esfera pública inclusiva basada en los valores de equidad y solidaridad.

Matar a los viejos

“Porque el hombre viejo está más bien fuera que dentro de nosotros;
el hombre viejo lo alimenta y sostiene la sociedad que nos rodea y nos lo impone”.
(Miguel de Unamuno, citado en la novela Matar a los viejos de Carlos Droguett)

Por Faride Zerán

1.

 No fuimos la excepción. El virus llegó con el fin de las vacaciones y el inicio de un año que se anunciaba altamente politizado/polarizado, que enfrentaría con el plebiscito de abril la primera prueba de fuego de muchas otras que demandaba el momento constituyente en el que Chile había entrado luego del estallido social de octubre último.

El clima político y social de inicios de marzo era de expectación. Las rutinas de los principales artistas que a fines de febrero subieron al escenario del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar apoyando, aplaudiendo, coreando las demandas y consignas de las masivas protestas que desde el 18 de octubre dieron origen a un proceso social y político inédito en la historia de nuestro país, aún resonaban en los oídos de cientos de miles que apostaban/ apostábamos a que el 2020 sería un año distinto.

Porque, se decía/veía, Chile despertó, y se instalaban en el centro del debate las pensiones miserables, la salud y educación transformadas en negocios, las desigualdades sociales, la concentración de la riqueza, la debilidad del Estado y la necesidad de una nueva Constitución para un nuevo pacto social, a la altura del nuevo país que emergía/ asomaba/irrumpía.

2.

La pantalla está dividida en dos. En una, el actor Héctor Noguera mira a la cámara y le habla a una audiencia que, a esa hora, cerca de la medianoche de fines de abril, está en su casa en medio del toque de queda patrullado por militares; ahora, en el Chile pandémico, se ha decretado estado de  catástrofe por 90 días y desde La Moneda se suceden a diario los reportes que indican las cifras de muertos y contagiados por el maldito virus. 

Noguera es el octogenario don Aníbal en la serie Historias de cuarentena que transmite la señal abierta de Mega, y le pregunta a su psicólogo, interpretado por el actor Francisco Melo, si no se ha percatado de que cada vez que el ministro o una autoridad de salud aparecen para “dar los cómputos de los muertos”, lo primero que hacen es apurarse en decir que son viejos, en decir “mire, lamento el fallecimiento de doce personas, pero… ¡diez de ellos eran viejos! ¡Como si eso no importara, como si los viejos no contaran, como si los muertos fueran dos! ¿Ha visto usted algo más grosero?”, reclama Aníbal.

Mientras escucho ese alegato pienso en el ejercicio epistolar emprendido por algunos connotados colegas a través de las páginas de El Mercurio, donde luego de declararse satisfechos de sus existencias, nietos incluidos, cedían desde la sección Cartas al Director sus eventuales respiradores mecánicos en un gesto que si bien podía estar motivado por el altruismo, despojaba del derecho a la vida y a la salud a un sector importante de la población, reduciéndolo a lo que don Aníbal reclamaba: en medio de la pandemia, los viejos no importan.

3.

Era inicios de abril y la escena sorprendió a todos. En medio de una cuarentena total decretada por el Minsal en la comuna de Santiago y gran parte de las del sector oriente, y mientras el Presidente de la República se desplazaba desde La Moneda hasta su residencia, la comitiva que lo escoltaba se detuvo en el sector de Plaza Italia/Plaza de la Dignidad. Allí, descendió de su vehículo, caminó hacia el monumento del general Baquedano, se sentó a sus pies y se hizo fotografiar por los escoltas. La selfie, tomada en medio de la plaza símbolo del estallido social, en ese instante desierta, no pasó inadvertida. Días después, el mismo presidente deslizaba la posibilidad de no realizar el plebiscito en la nueva fecha prevista, 25 de octubre, aduciendo como causa la profundidad de la crisis económica que golpearía al país.

Los partidos de la oposición, hasta ese momento más bien afásicos, junto a líderes sociales y sectores afines al propio gobierno, alzaron la voz advirtiendo la gravedad de dicho acto. Las alarmas se encendieron. Aun cuando la pandemia dejaba al descubierto las profundas desigualdades sociales y la inexistencia de un Estado capaz de garantizar los mínimos estándares de derechos y seguridad social a amplios sectores de la población, el evidente protagonismo del Ejecutivo en el control de la crisis sanitaria y sus efectos en la economía podía tener como correlato no sólo la mayor precarización del mundo laboral, con tasas de desempleo que ya anunciaban la gravedad de la crisis económica. Podía servir también para saciar la tentación de algunos de aprovechar la pandemia y sus efectos para neutralizar/frenar/relativizar las consecuencias y acuerdos políticos y sociales derivados del estallido social.

4.

Don Aníbal mira a la pantalla y se le humedecen los ojos cuando su terapeuta le pregunta cuánto extraña a su mujer, muerta de un infarto poco antes del inicio de la pandemia. Por ello, y venciendo su habitual laconismo, le confiesa que recuerda ese instante en que los dos, rodeados de cientos de miles de manifestantes, estuvieron en la marcha del 25 de octubre. ¡La marcha más grande de Chile! insiste, porque este hombre que vive su duelo en cuarentena es parte de ese país para el que la crisis sanitaria no eclipsa la crisis política y social que originó el estallido.

El viejo es porfiado, tal vez el guionista de la serie también decida matarlo. Pero qué duda cabe de que ese personaje algo deprimido pero vital y rebelde encarna el sueño de un Chile republicano que reacciona asumiendo el gesto ético de la indignación como la única respuesta posible ante abusos que con el virus se tornan más elocuentes.

5.

La pandemia trajo no sólo miedo, muerte y miseria, también invocó nuevos términos acuñados a lo largo de estos meses. Cuarentena, confinamiento, teletrabajo, Ley de Protección al Empleo, nueva normalidad, entre otros. Pero en Chile cada término posee dos acepciones dependiendo de quién sea el destinatario. Y es que una cosa es la cuarentena o el confinamiento en sectores acomodados, y otra es la cuarentena en pocos metros cuadrados, en hacinamiento, en cités con migrantes desprotegidos/discriminados/racializados. Lo mismo que pasa con la Ley de Protección al Empleo, que por un lado permite al empleador dejar de pagar los sueldos a sus trabajadores, pero por otro lo autoriza a repartir las utilidades entre sus accionistas.

El ejemplo de Cencosud, la empresa que incorporó recientemente a su directorio a Felipe Larraín, quien hace sólo seis meses era ministro de Hacienda de Sebastián Piñera, es la metáfora brutal de las dos acepciones de cada concepto. Porque si bien los empleados de Cencosud pueden no recibir su sueldo en el mes de abril, los accionistas de esa empresa, dueña de París, pueden repartirse el 80% de las utilidades al 30 de abril (220 millones de dólares) amparados en la misma Ley de Protección al Empleo, porque, como lo denunció el periodista Daniel Matamala en su columna “Perfectamente legal”, publicada el 3 de mayo en La Tercera, exigirles que no se repartan las utilidades “viola la Constitución”.

6.

Con el aumento alarmante de contagiados por Covid-19 a inicios de mayo, y con el virus emigrando de las comunas del sector oriente de Santiago al sector poniente de la capital, donde están las comunas más pobres y con mayores índices de hacinamiento, el llamado a “la nueva normalidad” efectuado por el gobierno resulta preocupante. No sólo porque puede leerse como el resultado de la presión de sectores empresariales, sino porque sumado a ello persisten las dudas sobre la transparencia de los datos y cifras que conducen a la toma de decisiones en materia sanitaria. Así lo han reiterado la presidenta del Colegio Médico y otras autoridades, así como los científicos del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos que congelaron su participación en la mesa de datos aduciendo las mismas razones.

La crisis sanitaria ha desnudado no sólo las graves carencias del sistema de salud pública, insuficiente para garantizar de manera igualitaria –ya en épocas normales– el derecho a la salud. Antes fueron las pensiones, la educación o los derechos laborales. Es el rol del Estado el que una vez más exhibe su precaria desnudez en la plaza pública. Y es el rol de la política –para la que no existe cuarentena– seguir haciéndose cargo de aquello.

Eso lo tiene claro hasta don Aníbal, un viejo rebelde y republicano que ningún virus ha podido matar.

Medidas de la U. de Chile para enfrentar la crisis sanitaria

La situación actual de emergencia nos ha obligado a todos y todas a adaptar nuestras acciones con el fin de proteger a nuestra comunidad. Como Universidad no estamos exentos de ello y entendemos este comienzo de semestre, como un espacio de encuentro y vinculación entre los miembros de las distintas comunidades educativas de la Universidad. En ese marco te incentivamos a participar de ellas y a colaborar propositivamente en detectar los espacios de mejora para actuar en su solución. Nuestro compromiso es que ningún estudiante quedará solo/a y abandonado/a a sus circunstancias; haremos todos los esfuerzos que sean posibles para que todas y todos puedan participar de las actividades educativas en este contexto excepcional.

Te queremos contar sobre los mecanismos de apoyo que actualmente están a tu disposición:

  • Hemos dispuesto que aquellos estudiantes que no cuentan con una conexión a internet (móvil o fija) puedan acceder a una conexión móvil ilimitada por 6 meses. La información para determinar quienes acceden a este beneficio se obtuvo a partir de FOCES, y la distribución de los chips se realiza desde cada Dirección de Asuntos Estudiantiles o de Escuela local. La distribución comenzó a partir de la semana del 16 de marzo y se espera concretar en el curso del período de transición. Para más información, puedes encontrar el contacto de tu Director de Asuntos Estudiantiles aquí: [https://uchile.cl/u152764].
  • Instalamos un sitio de Acompañamiento Virtual [https://www.uchile.cl/avirtual], en el que encontrarás orientaciones para poder abordar este proceso tanto desde lo académico como de estrategias para el aprendizaje. Cuentas también con una Mesa de Ayuda para estudiantes, donde un equipo de monitores/as y tutores/as de distintas carreras y programas atenderán tus consultas en tiempo real vía chat, entre las 2 y las 6 de la tarde. Si no puedes conectarte en estos horarios, responderemos tus dudas por correo electrónico.
  • Todas las Facultades e Institutos cuentan con protocolos de atención en caso de emergencia. El canal más directo para poder comunicarte con tu Facultad/Instituto es la Secretaría de Estudios, cuyo contacto por mail puedes encontrar acá: [https://uchile.cl/u8461].
  • En caso de que tengas dudas relativas a tu situación de becas o beneficios estudiantiles, la Dirección de Bienestar y Desarrollo Estudiantil está recibiendo tus consultas en el siguiente correo electrónico: [dirbde@uchile.cl]
  • Estamos trabajando junto con nuestras y nuestros docentes para que puedan desarrollar el proceso formativo en línea y cuenten con las herramientas para ello. Hemos instalado un ciclo de capacitaciones y materiales complementarios, que puedes conocer en el siguiente link: [https://www.uchile.cl/avirtual]. Localmente, los Centros de Enseñanza y Aprendizaje están trabajando con los equipos de cada Facultad e Instituto.

Un espacio público donde encontrarnos, participar y decidir

Por Ennio Vivaldi

Concentraciones multitudinarias y marchas entusiastas son dos elementos connotados de estas últimas semanas en Chile. Las primeras parecen aludir a un deseo, quizás una necesidad, de un reencuentro. Dejar atrás un individualismo extremo y volver a ser parte de una red de interacciones que generan conscientemente un destino común. En cuanto a las marchas, parecen indicar la resolución de avanzar y superar un estancamiento material y afectivo.

La voluntad de cambiar la Constitución se ha transformado en un tema esencial. Entender el cuestionamiento de ese compendio articulado y coherente de un modelo de sociedad que fue propuesto, definido y afinado durante la dictadura, ocupa hoy un lugar central para la comprensión y solución de la situación que vivimos. El problema no es, primariamente, su contenido; es anterior, y tiene que ver más bien con su carencia de validación popular. Nosotros, como universidad pública para la cual el pluralismo resulta esencial, no podemos descalificar prejuiciadamente ningún cuerpo de ideas. Se puede y debe discutir la ideología que fundamenta ese modelo, además de evaluar, hoy, los resultados que alcanzó. Sin embargo, lo difícil de aceptar es que un modelo de sociedad se haya impuesto sin ser sometido a un veredicto ciudadano.

Quienes acuden a las concentraciones parecen resistirse a seguir viviendo sometidos a normativas y convenciones de cuya génesis no fueron parte. Una visión tan individualista, en que cada cual ha de hacerse cargo de sí mismo y sólo de sí mismo, debería ser evaluada en su dimensión ética, es decir, puesto en los términos más simples, si a uno le gustaría o no vivir en una sociedad así concebida, o si preferiría otra basada en valores más solidarios. Pero también debe ser evaluada en su dimensión empírica, es decir, la satisfacción o descontento que cada cual siente respecto a sus condiciones de vida reales.

En efecto, las cuestiones más directamente atingentes a cada uno, tales como pensiones, salud, educación, vivienda, salarios, están determinadas por concepciones de la sociedad y la forma en que las personan interactúan en ella, en cuya definición ninguno de nosotros parece haber participado. Hubo quizás una excesiva fe en que los valores aplicados en Chile, tal como aquí se entendieron, eran parte de lo que ya irreversiblemente constituía una nueva realidad mundial.

Hubo también una marcada incapacidad de asumir la necesidad de un equilibrio entre las esferas pública y privada. Esto trajo notables consecuencias no sólo en las áreas de pensiones y de salud, sino fundamentalmente en el desconocimiento del rol de la educación pública como el gran agente de esa cohesión nacional que hoy tanto echamos de menos.

Hoy el pueblo de Chile se muestra ávido de regenerar un espacio de encuentro, conversación y convergencia. Esta expectativa habrá de transformarse en una propuesta de construcción de futuro que sea, a la vez, tranquila y enérgica.

Las universidades públicas estamos llamadas a aportar a una discusión que debe reconsiderar diversos ámbitos como educación, salud, previsión, salarios o vivienda. También plantearnos en términos más globales respecto de una nueva matriz productiva para Chile, en la cual, gracias al desarrollo y aplicación de conocimiento, superemos esta etapa de nuestra historia económica basada en la explotación de recursos naturales. Pero, sobre todo, nuestro objetivo debe ser que la sociedad entera haga suyos los nuevos problemas del mundo contemporáneo, tales como la revalidación y revaloración de la democracia, así como la toma de conciencia de la crisis medioambiental de este antropoceno.

La crisis actual será superada y se transformará en un avance social trascendente en la medida en que se cumplan dos condiciones que, siendo muy simples, hasta aquí han parecido lejanas: que la ciudadanía perciba nítidamente que es consultada en las cuestiones que para ella son relevantes y, más importante aún, que se le hace caso.