«En un contexto nacional y global complejo, resulta fundamental mirar al pasado y entender que esta no es la primera vez que nos enfrentamos a un período abrumador. ‘El presente es siempre incertidumbre’, como nos recuerda la historiadora Alejandra Araya en esta edición número 27 de Palabra Pública».
Por Pilar Barba
El 8 de diciembre de 1863, en una de las catástrofes más grandes que se recuerden en Santiago, casi dos mil personas murieron en el incendio de la iglesia de la Compañía de Jesús. Chile atravesaba un período de cambios y turbulencias: acababa de llegar el Partido Liberal a la presidencia, las tensiones limítrofes con Bolivia se acrecentaban, comenzó la guerra contra España y en 1865 murió Andrés Bello. En este período de incertidumbre, la Universidad de Chile emprende la tarea de construir su Casa Central, un largo trabajo de nueve años que culmina con su entrega en 1872, cambiando la imagen colonial, casi rural, de la vereda sur de la Alameda. Hoy, 150 años después, este edificio austero e imponente sigue siendo un emblema del centro de Santiago.
Su construcción, a cargo de los arquitectos Luciano Hénault y Fermín Vivaceta, fue una tarea ardua y llena de inconvenientes. Según cuenta el académico Fernando Riquelme, significó muchos sacrificios personales, en particular para Vivaceta, quien incluso invirtió dineros propios para concretar el proyecto. Aunque hubo muchas razones para abandonar esta empresa, un siglo y medio después este edificio es un símbolo de la resiliencia que ha caracterizado a nuestra comunidad universitaria. En un contexto nacional y global complejo, resulta fundamental mirar al pasado y entender que esta no es la primera vez que nos enfrentamos a un período abrumador. El presente es siempre incertidumbre, como nos recuerda la historiadora Alejandra Araya en esta edición de Palabra Pública.
Vivimos en tiempos vertiginosos. La rapidez de los cambios tecnológicos, las crisis migratorias, económicas y políticas; una pandemia que interrumpió el modo de vivir y perturbó lo que llamábamos “normalidad”; la guerra en Ucrania, el cambio climático. Motivos para sentirnos agobiados sobran, y en el caso particular de Chile, el horizonte político —luego del estallido de 2019 y la reestructuración del proceso constitucional— también es incierto. Pero estos momentos convulsos también son una posibilidad para imaginar nuevos caminos.
En Palabra Pública, nos propusimos abordar la incertidumbre como una oportunidad para pensar formas distintas de enfrentar los problemas, para entrecruzar saberes y disciplinas con vistas a hacer frente a un mundo complejo; metas propias de una universidad pública al servicio de la ciudadanía. Entramos en una era en que el miedo amenaza con inmovilizar justo cuando necesitamos acción y valentía, nos advierte en estas páginas Óscar Landerretche. Pero si algo hemos aprendido de una crisis global como la pandemia es que la única forma de afrontar estas incertidumbres es pensar de forma colectiva, es pensar en el nosotros.
Lo plantea Nicolás Jaar cuando hace una analogía entre estos tiempos inciertos y la imagen de una embarcación a la deriva: si estamos en el mar, ¿cómo creamos otro bote para salvarnos? “Es ahí donde uno se da cuenta de que la relación entre la gente del bote es lo primero que se puede cambiar”, nos recuerda. En ese sentido, y llevando esta metáfora a nuestra universidad, se hace urgente y necesaria una gestión más atenta a los comportamientos y las relaciones que queremos establecer y transformar; resulta esencial establecer lazos de confianza al interior de nuestra comunidad para, desde allí, proyectarla al país.
Los 180 años que la Universidad de Chile acaba de cumplir a pesar de un sinfín de adversidades, son la prueba de que debemos confiar en nuestra resiliencia y capacidad para abordar problemas complejos, y desde esta circunstancia construir con sentido público. “Cada vez que un pueblo, una sociedad o una cultura hacen crisis todas las miradas se dirigen hacia la educación”, dijo en 1943 el exrector Juvenal Hernández.
Como Universidad de Chile, estamos conscientes de que nuestro deber hoy, en medio de la incertidumbre, es hacer frente a esas miradas y aportar en la búsqueda de soluciones, sin olvidar, como nos recuerda Roberto Aceituno en esta edición, que el desafío ahora es hacernos cargo de lo que yo llamaría una “incertidumbre creativa”, es decir, una incertidumbre que abra preguntas y nos motive a imaginar respuestas.