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Un libro sobre libros

Entre los años sesenta y setenta en Latinoamérica se produjo una revolución cultural, que «permitió la instalación, entre nosotros, durante aquella época de grandes transformaciones, de una idea del libro como un artículo de ‘primera necesidad'», cuenta el crítico literario Grínor Rojo en la presentación de Masivas e ilustradas: Portadas de libros de bolsillo en el Cono Sur (1956-1973), un estudio sobre el libro y la edición en medio de agitados procesos sociales, del investigador Patricio Bascuñán Correa.

Por: Grínor Rojo

El que comento en esta nota es un libro importante, inteligente, bien documentado y hermoso, que nos proporciona un ingreso genuino a un conocimiento que era necesario. Una vez más, estamos viendo que Lom Ediciones demuestra ser no solo un hábil fabricante de libros sino también un promotor y un auspiciador de la reflexión acerca de la naturaleza y alcance de estos objetos maravillosos, así como también de las condiciones de su aparición. La Historia del libro en Chile (alma y cuerpo), de Bernardo Subercaseaux, es otro ejemplo, con distintas características es cierto, pero de la misma inquietud.

Masivas e ilustradas: Portadas de libros de bolsillo en el Cono Sur (1956-1973), de Patricio Bascuñán Correa. LOM, 2023. 324 páginas

En el caso de Bascuñán, este se ha propuesto reconstruir, aunque ciñéndose al campo de la gráfica, la circunstancia del libro hispanoamericano y, principalmente, del argentino y chileno (algo hay aquí también de la producción uruguaya, pero su presencia es menor), durante la década del sesenta y primera parte de la del setenta del siglo XX. Considera Bascuñán, y en mi opinión acierta, que, en el escenario de la historia latinoamericana del libro sensu lato, lo que se produjo durante aquel período fue una verdadera «revolución». Más precisamente, lo que ahí ocurrió fue un auge del libro de bolsillo y de las ediciones populares masivas y un aumento correlativo del consumo hasta niveles no conocidos hasta esas fechas.

En los años sesenta y comienzos de los setenta, en América Latina, en medio de un contexto histórico de creciente democratización, en el que entre muchas otras iniciativas se propuso poner los bienes de la cultura a disposición de la ciudadanía, los latinoamericanos pudimos, más que nunca antes, comprar libros y leer. Se recordará que se quiso entonces que los bienes culturales estuvieran al alcance de todos, que las universidades, los teatros y los museos acogieran al pueblo de a pie, y en ese predicamento se les facilitó a los ciudadanos el camino para un encuentro gozoso con los libros. Y, para que esa coyuntura fuera lo que fue y diera lo que dio, se conjugaron, según argumenta nuestro autor y yo puedo dar fe de que así fue en efecto, porque tuve la buena fortuna de vivirlo, unas condiciones de producción en las que lo social se unía a lo técnico de una manera fecunda y fácil: el espíritu reformista de la época, en lo económico, lo político, lo social y lo cultural, no podía sino darse la mano con  un invento que pertenece a la historia del objeto libro en Occidente y que habría hecho su debut en Europa y Estados Unidos veinte años antes: «una tendencia global iniciada en 1935 por los Penguin Books y la aparición del paperback» (15-16).

Pero, como digo, en la exposición de Bascuñán el interés principal es el gráfico, me refiero al atractivo que en él despiertan las portadas de los libros y que yo me arriesgaría a retrotraer a la imaginación fabuladora de los niños. Ese es el campo que escoge para llevar su pesquisa a cabo y durante un lapso que va desde «la aparición en 1955 de la Editorial de Buenos Aires, Eudeba, hasta el desmantelamiento de la Empresa Editora Nacional Quimantú en 1973, en Santiago de Chile» (42). Repite, por otra parte, y sin duda que tiene en ello razón, que las portadas son «puertas» que cumplen funciones más complejas y profundas de lo que suele reconocérseles, que son las «puertas de acceso» a un sentido que no se limita al del «anuncio» o la «ilustración» pasiva de las materias que luego aborda la letra.

En un prólogo pertinente y técnicamente enjundioso, la académica argentina Sandra Szir respalda la convicción de Bascuñán y nos resume el porqué de esta. Para decirlo con sus propias palabras: «Las portadas de libros parten del estudio del diseñador, pasan por el taller de imprenta y salen al mundo de la cultura visual. Relacionan así problemáticas vinculadas al arte y al diseño, a la política y a la sociedad. Forman parte de la vida cotidiana del pasado y de las experiencias visuales y culturales frecuentadas por las grandes mayorías. Nos permite además entender problemas del proceso y los contextos de industrialización de la cultura gráfica y de los diversos matices de esos procesos, la convivencia de lo mecánico y lo manual, el arte y la industria, y así también habilita el rescate de la labor de actores olvidados, sus saberes y sus prácticas técnicas y visuales» (14).

En definitiva, las portadas de los libros o, mejor dicho, el impacto visual que ellas tienen, sobre el lector, sobre el comprador que adquiere uno de ellos, le llegan a este transidas por el deseo y cargadas con una multiplicidad de connotaciones. Previo a nuestro encuentro con la letra y poniendo en juego los factores a que se refiere Szir, las portadas nos ponen al tanto sobre la vasta extensión de la experiencia lectora. Nos invitan a valorar esa experiencia al habernos puesto, desde nuestro primer contacto con el objeto libro, con unos significados que luego la letra expande.

Fiel a los límites de su propuesta, Bascuñán construye su trabajo con una «Introducción», en la que describe la estrategia de su proyecto, y seis capítulos. Ellos se ocupan de «Los libros y sus portadas como objetos de estudio», de la «La Revolución del libro en el Cono Sur (1956-1973)», de «Ideología y politización», de las «Ediciones universitarias», de la «Narrativa latinoamericana» y de «Literatura pulp y kiosko».

En la introducción, además de declarar los objetivos del trabajo, Bascuñán precisa que la suya es «una investigación que se plantea como un estudio material del libro y la edición» y que esto es algo que él hará poniendo a los objetos que le interesan «en relación con procesos sociales más amplios» (17). E insiste luego: «el entendimiento de las ideas no puede realizarse por fuera de los modos en que estas se producen y se materializan en publicaciones, se inscriben en determinadas editoriales y circulan por ámbitos específicos […] Es una postura que rechaza la visión platónica e idealista que concibe la trascendencia de las obras por fuera de sus encarnaciones materiales» (ibid.). Conviene que nosotros retengamos esta cita por dos motivos: por la defensa que en ella se hace del libro como un objeto material, que posee un «cuerpo» y un «alma» (Bernardo Subercaseaux) y ocupa por lo tanto un «espacio» doble, en nuestros sentidos y en nuestra inteligencia, esto en una línea que es similar a la de Subercaseaux y Umberto Eco, lo que resulta por demás problemático en un tiempo en que el «trasvasije» de contenidos en soportes digitales se ha normalizado; y, segundo, por la muy fundamental decisión de no separar el estudio del producto del de las condiciones de su producción.

Además, en el primer capítulo, de carácter teórico-metodológico, leemos que, «entendidas las portadas de los libros como una conjunción concreta de imagen y texto, las interrogantes que guiarán el análisis son los encuentros ―y desencuentros― entre dichos componentes» (26). Especifica Bascuñán a continuación cuál va a ser su «metodología de análisis»: «realizar un compendio representativo de portadas del período», «datar las imágenes», «clasificar las obras en torno a los ejes temáticos», «identificar patrones y coincidencias», «visualizar las variaciones y evolución», «interpretar las ‘imágenes libro'» y «sacar [de todo ello] conclusiones».

Los cinco capítulos del corpus contienen el desarrollo de este programa y, con él, el entendimiento de cómo el marco histórico, el general y el específico, permitió la instalación, entre nosotros, durante aquella época de grandes transformaciones, de una idea del libro como un artículo de «primera necesidad». En un lapso de menos de veinte años, entre 1956 y 1973, los chilenos y los argentinos leímos como nuestros antepasados no lo hicieron o como lo hizo nada más que un puñado de ellos. Hoy, cuando los medios digitales ponen la perduración del objeto libro en peligro, nuestra nostalgia de aquel apogeo no puede ser mayor.

Destaco finalmente, de manera especial, entre los seis capítulos del libro de Bascuñán, el último, acerca de la literatura pulp y de kiosko. Es un capítulo en el que el autor cruza una tendencia estadounidense con otra española, influyentes ambas en Latinoamérica a lo largo del período en cuestión, coincidiendo por ser, más que cualesquiera de las demás manifestaciones que él estudia, literatura de masas. Es el descubrimiento por su parte de lo que podríamos identificar como un «género». Bascuñán percibe una conexión entre esta tendencia y los «minilibros» de la editorial Quimantú, por ejemplo.

En suma: este un libro iluminador, pero también es un libro amable, grato de leer y, más todavía, debido a su acompañamiento visual. Un libro, además de interesante, bello, que reproduce portadas de obras que Bascuñán coleccionó durante años y cuyas imágenes los viejos como yo guardamos todavía en algún rincón de nuestra memoria. Fue con los libros de aquella época que empezamos a construir nuestras bibliotecas personales y, si se examina la mía y las de mis amigos, se encontrarán varios de ellos. Según cuenta Bascuñán, él los adquirió «en ferias, junto a puestos de cachureos y verduras, en mis recorridos por Los Presidentes, Rodrigo de Araya, Grecia, Arrieta, Irarrázaval, Vicuña Mackenna, Lastarria, Portugal, Fray Camilo, San Isidro, 10 de Julio, Franklin, Coquimbo, Aldunate, República, Alameda, Exposición, Las Parcelas, Callejón de los Perros, Catamarca y Augusto Matte. Los he encontrado en librerías de viejo, en San Diego, navegando entremedio de las interminables estanterías de libros de ocasión; frente al Parque Almagro, en los puestos de la plaza Pezoa Véliz; o en el pasaje fuera del GAM. Los he adquirido a un precio que oscila entre los 1000 y 2000 pesos, un valor más o menos equivalente al kilo de marraqueta. Incluso, varios me han costado menos de 500. Otros los encontré tirados en la basura. Algunos, los más caros, los adquirí gracias a perfiles de libreros que venden por redes sociales y me di el gusto de ser selectivo y adquirir algunas rarezas en sitios de subasta, tanto de Chile como Argentina. Como se puede entrever, este es un libro sobre libros que hace mucho deseo escribir y diseñar» (20-21).

Como dije arriba, el de Patricio Bascuñán es un aporte del que los paleontólogos de otro planeta, los estudiosos extraterrestres de este animal que somos nosotros, hoy día en riesgo de extinción, no podrán prescindir.


* Este texto fue leído el 16 de noviembre de 2023 en el lanzamiento de Masivas e ilustradas, en el auditorio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile.