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Dolores Reyes: «La escritura es lo más libre que podemos llegar a tener»

Llega a Chile el último libro de la escritora argentina, Miseria, continuación de su exitoso debut Cometierra, protagonizado por una joven que posee un don: saber el destino de personas desaparecidas, principalmente mujeres, luego de comer tierra que estuvo en contacto con ellas. En esta entrevista, la autora cuenta cómo fue el trabajo de escritura de esta nueva publicación, en la que continúan las aventuras de Cometierra, la protagonista de su primer libro, traducido a doce idiomas y descrito por Mariana Enríquez como “visceral y urgente”.

Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) está feliz. Sentada con sus manos sobre la mesa, deja ver su nuevo tatuaje un poco más arriba de su mano izquierda: la imagen de portada de su nuevo libro, Miseria (Alfaguara, 2023), recientemente en circulación en Argentina y otros países de la región, entre ellos Chile.  “Estoy muy contenta porque quedó hermoso —dice, refiriéndose al tatuaje que muestra el delgado cuerpo de una mujer embarazada, en tonos turquesa y amarillos sobre un fondo negro— porque era difícil t oscuridad. ¿Cómo hacés la noche? Lo hicieron con puntillismo”. 

También está contenta por el resultado de este nuevo volumen, que se publica luego de cuatro años de trabajo, pandemia mediante, que han dado resultados: al momento de esta conversación ya escasea el primer tiraje de 7 mil 500 ejemplares.

Además de feliz, está solicitada por una agenda robusta de entrevistas. Por estos días, los focos de la prensa cultural están sobre Dolores Reyes luego de su exitoso libro Cometierra, publicado por la editorial argentina Sigilo en 2019. Esta segunda novela abre y expande el universo narrativo de su primer trabajo, en el que la violencia de género, y particularmente los femicidios, rondan a los personajes y su protagonista: Cometierra, una joven que puede encontrar a personas desaparecidas —casi todas mujeres— al comer tierra que estuvo en contacto con ellas.  

En Miseria, la cuñada de Cometierra, Miseria —una joven adolescente embarazada de su hermano Walter— entra a la historia con su particular y entrañable personalidad. Sus aventuras tienen lugar en el conurbano de Buenos Aires, en la zona de Liniers y el Santuario de San Cayetano, un sector donde conviven comunidades migrantes, negocios y espacios de religiosidad popular y santería. Una historia en la que reviven viejos personajes y entran otros, y en la que Dolores Reyes aborda temas como la violencia obstétrica, la transmisión de saberes populares y la solidaridad entre mujeres. Todo en un marco ficcional de una justicia necesaria: una heroína que encuentra a las que no son buscadas por la institucionalidad y que son víctimas de la violencia de género.

“Es muy emocionante, es como decir: esa historia que uno pensó y desarrolló llega a un punto en que está ahí, en un libro. Es increíble. Ni hablar ver el libro impreso por primera vez. Es muy impactante ver cómo una idea se convierte en algo material”, dice, abriendo la conversación. 

Las personajes Cometierra y Miseria hablan en primera persona. ¿Por qué? ¿Y por qué darles una voz tan poética? 

—Bueno, eso es lo que permite la primera persona. Son decisiones de escritura. Escribir en tercera persona o narrar en pasado son las decisiones tradicionales de la narración. En mi caso, lo que cuento es algo tan corporal, tan de los cinco sentidos (porque tiene que ver con la vida de las mujeres), que necesitaba primeras personas, para ver cómo atraviesan la historia con todos los sentidos.

Ambas son personajes que habitan la marginalidad. ¿Por qué decides inscribirlas ahí también a través del habla?

—Primero, nadie elige nacer en la marginalidad. Eso es algo que tengo muy presente, sobre todo en esta novela. A la vez, es increíble que todas esas vidas igual traigan belleza, que igual traigan magia y encanto. Pienso mucho a Miseria como una señorita chiquita, flaquísima, sin nada material, prácticamente, y, sin embargo, con una personalidad que es un encanto. Es como esas chicas que son un imán, que se llenan de amigos, pese al lugar horrible donde las depositan las sociedades de los adultos.

El lenguaje ya lo tienen. Es bueno aceptar que la poesía también trabaja con cronolectos bajos que han sido despreciados históricamente. Me gusta trabajar eso a través de la inteligencia [de los personajes], de sus formas de resolver, de manejarse en el mundo y también con la belleza de su lenguaje. 

La facultad de Cometierra, ¿cómo la describirías? ¿Es un don?, ¿es un poder?

—Un don, me gusta. Ella tiene el don de ver qué pasó con las personas que faltan comiendo tierra que estuvo en contacto con esos cuerpos. La premisa ahí es que habitamos y dejamos una huella en la tierra que fue nuestra casa, nuestra vida; y la tierra sabe, la tierra nos conoce. Faltaba ahí un puente entre los que están buscando a los seres queridos que faltan y lo que la tierra sabe como principio de conocimiento. Y ahí está Cometierra, que es la única que puede incorporar eso a su cuerpo y puede verlo.

Dolores Reyes. Crédito: Alejandra López

¿Qué significado tiene esto en un país, en una región como Latinoamérica, donde aún tenemos desaparecidos y sigue desapareciendo gente, incluyendo mujeres?

—Eso me movió a escribir esta historia. Yo nací en 1978, en plena dictadura de [Jorge Rafael] Videla, el epicentro del horror y de las desapariciones en Argentina, entonces crecí también viendo cómo las organizaciones de mujeres buscaban a sus seres queridos, a sus hijos, a sus nietos. Después vino la democracia y empezamos a desaparecer nosotras, y seguimos desapareciendo. Pero la violencia hacia los cuerpos de mujeres solo por el hecho de ser mujeres, o hacia las travestis y trans, ha empezado a ser más manifiesta. Entonces, de alguna forma, esa realidad impregna mis historias, aunque sean ficcionales. 

¿Puede la literatura quizás hacer un poco de justicia ante estas situaciones, ante esta continuidad histórica de las violencias y, también, ante la impunidad?

—Hay algo que me dicen todo el tiempo: “gracias por Cometierra”, como si existiese de verdad alguien que finalmente va a hacer justicia. El hecho de que tanta gente tenga que movilizarse desde la ficción y desde la realidad, y recurrir a caminos alternativos para saber qué pasó con sus seres queridos, es justamente porque los Estados nos han negado la justicia e incluso nos han desaparecido con el terrorismo. Mirándolo más desde el presente, desde la democracia, veo un desprecio enorme hacia la vida de las mujeres. Cuando una desaparece, dicen: “no, tu hermana se fue con el novio, seguro dejó la escuela, seguro prefería ir a bailar”. Entonces se desperdician esas primeras horas y primeros días que son vitales para encontrar una chica con vida por culpa de esos prejuicios, de ese menosprecio, y se hace mucho más difícil. Esto está muy presente en Cometierra: a nadie le extrañan demasiado las desapariciones, porque saben qué Estados tenemos, qué policías tenemos, los que en realidad nunca hacen demasiado por buscar a todas las mujeres que faltan o por devolver esos cuerpos a los seres queridos.

Y en ese sentido, desde los imaginarios sociales, ¿qué rol puede cumplir la literatura?

—Yo creo que permite un acercamiento más sensible. A veces las estadísticas nos encantan, decir que en Argentina o en Chile hay una mujer desaparecida por día. En México son 14 y una, para sobrevivir, incluso se va acostumbrando y va siendo indiferente a todo esto. La literatura puede atrapar a un lector, hacerlo transitar una experiencia sensible que, por ser simbólica, no es menos fuerte que una experiencia directa.  La literatura puede tomar a ese lector y devolverlo transformado para intervenir en la sociedad, ya no desde la indiferencia o desde “no es problema mío o a mí no me pasa”, algo que tantas veces escuchamos. Sigue habiendo un montón de prejuicios acerca de las mujeres que atraviesan relaciones violentas, también de las chicas que desaparecen. Dicen: “bueno, si hubiese estado en su casa no le hubiese pasado”, cuando en realidad la casa es el primer escenario del feminicidio. En la casa, y es tu pareja, hermano, padre, expareja, novio; no ese desconocido monstruoso.

¿Cómo atraviesa tu obra tu propia militancia feminista?  

—Yo creo que tienen en común mi mirada hacia la sociedad y hacia los problemas que me atañen y que nos atañen a todas. Pero creo que en la literatura hay otro manejo de la lengua. Yo siempre digo que en las novelas no estoy escribiendo panfletos, que panfletos escribí muchísimos, toda mi vida, desde los 14 años. Que cuando quiero escribir una novela es al revés; todo lo panfletario lo elimino. Hago ficción, hay personajes y acompaño la experiencia de esos personajes. Hay una mirada sobre ciertos problemas sociales muy presentes que es, por supuesto, la mía.

En el comunicado de tu editorial inscriben tu libro en el realismo mágico. ¿Qué opinas sobre esto?

—Un escritor que me encanta, el colombiano Juan Cárdenas, decía que los latinoamericanos que no tenemos la blanquitud probada con papeles escribimos realismo mágico, y que los europeos blancos certificados escriben literatura fantástica. Me encantó eso, porque cuando hay color, naturaleza, cuerpos del color de la tierra y algo del orden de lo fantástico, nosotros escribimos realismo mágico. Un sueco no va a escribir realismo mágico de ninguna manera.  

Me encanta todo lo que tiene que ver con el desborde de la naturaleza, que se ve, por ejemplo, en ese jardín de Cometierra, tan desbordado con plantas tragándose todo. Tiene que ver con el poder de la tierra, de la naturaleza en la vida, algo muy latinoamericano. Hoy hay muchas más ficciones, no solo desde el realismo mágico, que dan cuenta de vínculos con los muertos, con los que no están, con los fantasmas. El tema del fantasma es universal. De todas formas, me encanta el realismo mágico. Crecí leyéndolo, pero es muy gracioso, porque cuando estoy en Latinoamérica es realismo mágico y cuando cruzo a España me dicen que es género negro, que es policial, que es novela negra. Y bueno, las compañeras por supuesto me dicen que es una novela feminista. Me leen grupos de pibas que se juntan a leer solo terror y lo meten en el género de terror. Me gusta ver los géneros como cajas de herramientas de donde uno va sacando procedimientos y va mixturando y enriqueciendo la propia narrativa. El tema de los géneros no lo uso como una cárcel, sino como una herramienta para enriquecer la escritura, que es lo más libre que podamos llegar a tener. 

Miseria es la segunda parte de Cometierra. ¿Cuán complicado fue hacerla?

—Ese era mi terror, que me dijeran: “la segunda parte es un desastre”. Así que tenía una presión ahí, pero a la vez sabía que no quería repetirme, que las historias continuaban y que incluso había flashbacks que desarrollaban muchísimo mejor lo que había pasado ya en Cometierra. Sentía que mientras hubiese historias que contar, no me iba a repetir. Por eso las dos voces y por eso la organización es muy distinta. Es el universo de Cometierra de alguna forma expandido.  

Miseria, de Dolores Reyes. Alfaguara, 2023. 336 páginas.

En tu perfil de autora de Cometierra aparece tu formación y también “madre de siete”. ¿Por qué describirse con esa parte de tu vida?

—Yo no lo puse [risas]. Esos son los editores. Igual no me molesta para nada. A la vez, siento que esa experiencia está nutriendo mi escritura, que hay escenas de las dos novelas que tienen que ver con la forma de habitar de mis hijos, con sus amigos, con la música que escuchan, lo que hacen en la casa, cómo se relacionan, las peleas; un montón de experiencias muy lindas que tienen que ver con la maternidad y otras no tan lindas como el miedo. Tengo cuatro hijas mujeres y está siempre el miedo del afuera, de la violencia machista sobre el cuerpo de las pibas, que también es algo que me impulsa a escribir.  

También sobre miedo y maternidad, abordaste el tema de la violencia obstétrica. ¿Qué caracteriza a esa violencia?

—Me interesan mucho las violencias hacia las mujeres y esta es una violencia más, y no es una violencia menor. He escuchado tantas historias atravesadas por el pánico, ya no el miedo, sino el pánico a todo lo que el sistema de salud te obliga muchas veces y hace sobre tu cuerpo y no son tu decisión. Hay provincias de Argentina donde hay más de un 60 por ciento de nacimientos por cesárea. ¿Cuál es la justificación? ¿Eso lo eligen las propias mujeres? Yo tengo amigas, mujeres universitarias, grandes, que me han dicho: ¿qué tengo que hacer?, ¿tengo que ir a parir con un abogado? Esas violencias me parecen centrales en la vida de las mujeres. Las que deciden maternar van a tener que atravesar por eso, y muchas veces van a tener que parir en un quirófano lejos de sus seres queridos, con otras personas, hombres generalmente, que están tomando decisiones sobre sus cuerpos. Y es un clásico acá: “tengo que ver el partido, me sacó rápido esta mujer de encima”, y ahí está la mujer poniendo su vida en juego y la de su hije. Es una instancia central en la vida de las mujeres, donde nos silencian con este “calláte, empujá, abrí las piernas o te atamos”, y donde muchas veces no nos escuchan. 

Me interesa también cómo ese poder, que tradicionalmente fue de las mujeres, fue arrebatado. Lo que hace Cometierra es empezar a indagar, a reconectar a las mujeres con otras otras que saben de esto. Me interesa también abordar cómo se dan esas transmisiones de conocimiento, esa herencia entre mujeres, frente al poder del conocimiento de la institución universitaria, muchísimas veces manejada por hombres. Así ha sido a lo largo de la historia de la medicina y de la obstetricia. 

Debutaste literariamente hace pocos años. ¿Cómo describirías el momento en que lo hiciste y qué le dirías a quienes están pensando en apostar por escribir? 

—Es muy loco eso, porque empecé a ir a un taller literario cuando me separé, en medio de una crisis total con la existencia y conmigo. Me había postergado tanto siendo madre y criando que ya no me acordaba ni de lo que me gustaba hacer. En determinado momento me tuve que reconectar y preguntar: “¿qué me gusta?”, y muy claramente leer y escribir, y que había dejado desde el secundario.

Cuando fui al taller ni siquiera pensé que iba a escribir un libro, ni siquiera cuando  escribía Cometierra. Pasaron años y todo un proceso para que yo empezara a pensar en eso. Quizás otras pibas tienen la oportunidad de verlo más claramente. A mí me pasó que cuando estaba en secundaria, todos los escritores que leíamos eran hombres, blancos, americanos, entonces eso me dejaba totalmente afuera. Pasó un montón de tiempo hasta que dije “bueno, yo también puedo escribir”. Y me parece que confluye también con toda una efervescencia de escritoras. Pienso en Lina Meruane, en Gabriela Cabezón Cámara, en Selva Almada, todas ellas que se están leyendo mucho en Latinoamérica, no como antes, cuando el canon era Borges, Cortázar, Walsh, Artl, Bioy Casares; todos hombres.

Ahora también haces talleres literarios. ¿Qué se siente estar un poco del otro lado?

—Me encanta, porque es increíble como los textos crecen, se desarrollan y mejoran. Yo siempre digo que el taller es un camino de trabajo para llegar a la mejor versión posible de un texto, de una historia; que el trabajo lo hacemos entre todos y vamos acompañando el desarrollo de una escritura. Me gusta un montón.

¿Cómo se nutre tu escritura de toda esa experiencia?

—Primero, de haber tomado un taller. Haber trabajado toda Cometierra en el marco de  una clínica de escritura. Hay muchísimas cosas que fui incorporando y que las tengo ya muy automatizadas a la hora de trabajar mi propio trabajo. Leer en voz alta, ir corrigiendo, buscando las voces y separarlas; incluso viendo que nada mío se filtra allí. Hay un montón de cosas más. Además, soy muy obsesiva con las aperturas de capítulo, el cierre, de dejar al lector con ganas de seguir leyendo. Me importa muchísimo y eso tiene que ver con el taller y les compañeres del taller, que son tus primeros lectores.