Vivimos tiempos huérfanos de ideas y proyectos de cambio sistémico, piensa Bernardo Subercaseaux. No se asoman otros modelos de sociedad en el horizonte. Pero lo que sí estamos presenciando, dice, «es una considerable y permanente ampliación del círculo de la empatía». En Chile y el mundo, la creciente empatía entre sujetos antes excluidos produce importantes cambios culturales y conduce la conquista de nuevos derechos.
Por Bernardo Subercaseaux
A veces, no nos percatamos ni valoramos lo que ha estado ocurriendo en las últimas décadas. Se trata de un fenómeno que no figura como tal en las noticias pero que tiene hondas repercusiones en la cultura e incluso en la vida cotidiana. Me refiero a la ampliación del círculo de la empatía. Empatía significa la identificación afectiva y mental de un sujeto con el estado de ánimo y condición de otro, sean sujetos individuales o colectivos. La ampliación del círculo de la empatía implica más que la mera solidaridad o que una actitud puramente pasiva. Se trata de un fenómeno complejo, en que inciden aspectos emocionales, cognitivos, ideológicos y políticos. Un fenómeno que, a partir de experiencias personales, suele darse en un plano individual, pero luego pasa a un plano colectivo, y se expresa en un movimiento social y político, incidiendo en las costumbres, en los valores y en la cultura, también en la legislación y en el Estado. Un fenómeno que se da a nivel micro, pero también a nivel macro y global. Un fenómeno que a la larga impregna todos los niveles de la sociedad, incluso a sectores que suelen oponerse a esa ampliación. Opera, por decirlo así, gramscianamente.
A fines del siglo XVIII Humboldt, el naturalista, recorriendo Venezuela, presenció en Cumaná un mercado de esclavos, experiencia que lo convirtió en un ferviente abolicionista en sus publicaciones, y en sus diálogos con Simón Bolívar y con el presidente Jefferson —este último, a pesar de sus ideas avanzadas, tenía en sus plantaciones de Monticello (sí, el mismo nombre que el casino de Santiago) más de 200 esclavos—. Bolívar, cumpliendo con el apoyo que le entregó Haití, decretó en 1816 la abolición de la esclavitud. Chile la limitó en el gobierno de José Miguel Carrera, para abolirla en 1823. La guerra de secesión en Estados Unidos (1861-1865) tuvo su centro en la controversia por la esclavitud. El abolicionismo fue en el siglo XIX un movimiento social y político que alimentó novelas antiesclavistas (como Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda) y también a un movimiento pro independencia de Cuba, colonia de España que solo abolió la esclavitud en 1886. En la ampliación del círculo de la empatía hacia los esclavos incidió —con todas sus contradicciones— la revolución francesa (recuérdese El siglo de las luces, de Alejo Carpentier). La ampliación del círculo de la empatía hacia los afrodescendientes se hace todavía patente en Estados Unidos, en movimientos como Black Lives Matter (las vidas negras importan) y en algunos sucesos recientes vinculados al abuso policial.
En el siglo XX, sobre todo hasta la década del 60, la ampliación del círculo de la empatía se dio al amparo del pensamiento socialista y del marxismo en todas sus vertientes. Tuvo como agente a los partidos políticos que ampliaron el círculo de la empatía hacia los trabajadores y asalariados (como clase), ampliación que alimentó una variada y fecunda producción artística. Cabe señalar que, en la Unión Soviética, país que desempeño un rol en este proceso, hay hechos que muestran el riesgo cuando la ampliación del círculo de la empatía se torna rígida e intransigente, vale decir, no empática. Ocurrió, entre otros, con el gran poeta ruso Maiakovski, poeta vanguardista y adalid del cambio en los primeros años de la revolución, pero que, luego de la muerte de Lenin, fue fustigado insistentemente por la RAPP (Asociación de Escritores Proletarios) debido a que su estética no se ajustaba a las propuestas del realismo proletario.
En las últimas décadas, la ampliación del círculo de la empatía ha corrido por otro carril, incluso a contrapelo de los partidos políticos y sus ideologías (piénsese en la obra de Julieta Kirwood y de Álvaro García Linera). Lo nuevo ha sido en estas décadas que la ampliación del círculo de la empatía se ha gestado en la sociedad civil, de la mano de los movimientos sociales, conjugándose con ideas y movimientos internacionales (de occidente). Estamos pensando en la ampliación del círculo de la empatía hacia dimensiones de género (mujeres, homosexuales, bisexuales, lesbianas, transgénero), étnicas, hacia la naturaleza, los animales, la tercera edad, las personas con discapacidad y los migrantes. Si bien el feminismo y la lucha por los derechos sociales y políticos de las mujeres tienen una larga historia, nunca como en estas últimas décadas se había ampliado la empatía hacia las mujeres en todos los niveles de la sociedad y de modo transversal, incluso en la publicidad de marcas y tiendas como Ripley. Piénsese lo que ha sido la performance del colectivo LasTesis y su difusión e imitación a nivel mundial. Con respecto a la homosexualidad, serlo hace cincuenta años era un drama; salir públicamente, una odisea; hoy, ni lo uno ni lo otro. Hace medio siglo Pedro Lemebel jamás podría haber escrito una columna con el título de «Ojo de loca no se equivoca». Hoy tenemos la Ley Zamudio, en parte gracias al Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (con presencia en casi todas las regiones del país) y a la ampliación del círculo de la empatía a nivel nacional e internacional. Lo mismo va ocurriendo con respecto a lo que engloba la sigla LGBT. Hay que recordar lo que sucedió con Daniela Vega y la película Una mujer fantástica (2017).
Por cierto, la ampliación del círculo de la empatía se da en un contexto de hegemonía y contrahegemonía, pero no cabe duda que el resultado en las últimas décadas ha sido de avances en una batalla que ha sido fundamentalmente cultural. En la dimensión étnica, la empatía con los pueblos originarios, particularmente con el pueblo mapuche, es bastante generalizada, sobre todo entre los jóvenes. Para el último 18 de septiembre en varios domicilios flameaba la bandera mapuche, sola o al lado de la chilena. Expresiones artísticas como la poesía mapuche, desde el purismo de Elicura Chihuailaf hasta la estética champurriada de David Aniñir o de Daniela Catrileo, ocupan un lugar privilegiado en la escena poética nacional. En pugna con resabios nacionalistas respecto a los migrantes hay un movimiento de empatía, sobre todo hacia los haitianos, los más vulnerables. Con respecto a la tercera edad, los discapacitados y los niños, son considerados sujetos de derechos que deben ser defendidos por la sociedad y por el Estado, incluso legislativamente. Con respecto a la naturaleza, la conciencia y el movimiento ecologista son una manifestación de la ampliación del círculo de la empatía hacia la madre tierra; se habla incluso de los derechos de la naturaleza y de una relación equilibrada entre humanos y medioambiente. Pero lo más sorprendente en las últimas décadas es que el círculo de la empatía se haya ampliado hacia los animales, hacia los perros, los gatos, las vacas, hacia los cisnes de cuello negro y a todo tipo de animales. El presidente Arturo Alessandri tuvo un perro que se exhibe hasta hoy embalsamado en el Museo Histórico Nacional, y que al parecer era para él más importante que sus hijos. Freud, en una entrevista, señaló que se entendía mejor con su perro que con los seres humanos, pero se trata en ambos casos de una empatía individual y no social. Hoy en Chile hay miles de adherentes al movimiento animalista y numerosas agrupaciones que defienden los derechos de los animales. Es una causa transversal. Ahí está el veganismo, que busca excluir todas las formas de explotación y crueldad hacia los animales por comida, vestimenta o cualquier otro propósito. Ahí está la llamada Ley Cholito. Todo lo que hemos señalado está presente de alguna manera en las proclamas de la mayoría de los candidatos a constituyentes. En la actualidad, en términos de un cambio de sistema, se percibe cierta orfandad de ideas y de proyectos; tampoco se vislumbra en el horizonte algún modelo, lo único que estamos presenciando es una considerable y permanente ampliación del círculo de la empatía, a nivel nacional y global.
Regresando a un nivel micro, en nuestra Universidad de Chile se han instaurado algunas cátedras relativas a las empatías que hemos perfilado, pero también subsisten en este plano desafíos: resulta necesario que se amplié el círculo de la empatía al interior de la institución, y que las grandes o poderosas ($) facultades se pongan mental y afectivamente en el lugar de las más pequeñas, abandonando de una vez por todas el espíritu de feudos insolidarios.