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El crujido posible de las cosas

Nada es imposible, dice el lugar común, como si una coincidencia banal y cotidiana fuera casi tan probable como la más estrafalaria de las epifanías. A partir de ahí, el autor de este texto, poniéndose en la piel de un científico desquiciado, alucina, extrapola, lleva al límite y más allá los paradigmas aceptados de la ciencia. 

Por Eric Goles | Crédito: Jerome Brouillet / AFP

¿De Rerum Naturae? ¿Naturaleza de las cosas? Bueno, todo puede ser. Una cosa existe si tienes la paciencia suficiente para esperar a que se manifieste. 

Para que aparezca la inmensa mayoría de los “posibles”, claro, no te alcanzará la vida. Para que sean. Porque siempre todo puede ser. Todo esta ahí. Las partículas giran. Giran y se encuentran como carruseles locos en todas las velocidades y estados posibles. Solo al abrir la caja. ¿De Pandora? Sí, en cierto modo sí. Digo que solo al abrirla percibes una manifestación, aquella que aseguras que es verdad, que existe. Pero podría haber sido otra, pues todo, siempre, va camino de ser. 

El gato dentro de la caja, como afirma Schrödinger, no está necesariamente vivo ni muerto, sino en todos los estados posibles. Solo será algo cuando abras. Cuando mires. Debes entonces observar. Estar muy atento al crujido de las cosas. Es un ejercicio cotidiano. ¿Quién no ha perdido algo de manera incomprensible? Y lo encuentra días, incluso semanas más tarde, en un lugar inverosímil. Por ejemplo, mis lentes ópticos recién comprados, perdidos sin causa aparente, en plena cuarentena. 

Emulando a Auguste Dupin —el detective creado por Edgar Allan Poe—, traté, desde el encierro pestífero, de esclarecer el extravío. Infructuosamente. Solo después de haber adquirido lentes nuevos (sacrificando el ojo restante) aparecieron en el maletero del auto, debajo del neumático de repuesto. Absurdo. Menos que atribuirlo a la denominada ley de Murphy o a la maldición de las cosas inanimadas, como conocedores de la mecánica cuántica, solo nos cabe afirmar que todo puede suceder. Incluso estas epifanías estrafalarias, de ínfima probabilidad: milagros inútiles.

Ahora bien, hay que dejar muy en claro que estas manifestaciones consumen energía. A menor probabilidad de ocurrencia, mientras más descabellado sea el suceso, mayor será la energía necesaria. Si a esto agregamos la conservación de la energía, fuerza es concluir que aquella consumida en un evento proviene de otro. Ley general ligada al denominado segundo principio de la termodinámica o de la entropía: el desorden siempre lleva las de ganar. Teorema establecido por el malogrado físico austríaco Ludwig Boltzmann, derrotado por su mismo principio relativamente joven. Se ahorcó en el pueblo adriático del Duino, en 1906. El mismo año en que nació el famoso lógico Kurt Gödel. Quid pro quo.  

Sucesos de probabilidad nula
Eric Goles
Montacerdos, 2023
134 páginas

Las supuestas coincidencias y los milagros son entonces (siempre) posibles. Asunto de equilibrio y balance energético. Los pequeños, como la sincronía entre el suicidio de Boltzmann y el nacimiento de Gödel o la conversión de cien litros de agua en vino en las bodas de Canaán, no requieren de una gran liberación de energía. He calculado que bastaría el derrumbe de un muro, un moderado incendio, el desmadre de un estero, una fugaz canícula. Esas cosas. Claro, la separación de las aguas del mar Rojo corresponde a un prodigio de mayor envergadura. Al menos una erupción descomunal. Como la explosión del volcán de la isla Santorini en el período Minoico. 

Si consideramos eventos de probabilidad infinitesimal, prácticamente imposibles, como la resurrección de Jesucristo, ahí sí que se requiere un verdadero desmadre. De la magnitud del choque de un gigantesco asteroide. Y no hay muchos eventos de esta naturaleza. El único que permite el balance energético necesario para explicar tan significativa resurrección es el asteroide que cayó en el golfo de Yucatán a fines del Cretácico. El piedrazo cósmico que inflamó la Tierra, extinguió a los dinosaurios, que casi acabó con el planeta. Esto habría ocurrido ¡solo para que, millones de años más tarde, para equilibrar la energía, Cristo resucitara! Inaceptable fuego de artificio destinado a consolidar una religión. No puede ser. Me resisto a ese ajuste de cuentas. 

El denominado “Salvador” murió en la cruz de una vez y para siempre y la energía liberada por el asteroide corresponde al insumo de un milagro tan improbable como la supuesta resurrección, aunque infinitamente menos baladí: nuestra propia puesta en escena. 


*Este texto es un extracto del libro Sucesos de probabilidad nula. Fragmentos para una teoría imposible (Montacerdos, 2023).