“Las decisiones que tenemos entre manos como humanidad requieren de todos, todas y todes. Esto, claro, no puede desconocer que nuestra sociedad humana actual no es una igualitaria, sino que profundamente estratificada y segregada, donde el poder y la influencia están inequitativamente distribuidos”, advierte Laura Gallardo, Investigadora asociada del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y académica de la Universidad de Chile.
Por Laura Gallardo | Ilustración: Fabián Rivas
Como es sabido, el cambio climático y sus consecuencias ya llegaron y se constatan por doquier, incluyendo algunos cambios irreversibles en el sistema climático a escalas de tiempo humanas. Esto, cuando la temperatura global ha aumentado respecto del período preindustrial en 1,1ºC. Si no actuamos ya, se prevé que el efecto será crecientemente más grave y difícil de enfrentar. Desde un punto de vista geofísico, en el sexto informe del Grupo Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) sobre las bases físicas del clima, se afirma, por ejemplo, que “limitar el calentamiento global requiere de reducciones fuertes, rápidas y sostenidas de emisiones de dióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero. Esto no solo reducirá las consecuencias del cambio climático, sino que mejorará la calidad del aire”.
¿Y qué tiene que ver lo anterior con la equidad y con la equidad de qué o de quiénes? Así como el consenso científico expresado por el análisis de años de investigación y acumulación de evidencia en las ciencias físicas del clima indica que cada tonelada de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera redunda en un calentamiento, el análisis y ponderación de la evidencia en las ciencias sociales permite concluir que la vulnerabilidad frente al cambio climático se amplifica por la inequidad social y económica. Por otro lado, las necesarias reducciones fuertes, rápidas y sostenidas de emisiones de dióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero no ocurren espontáneamente, sino que deben ser decididas por actores sociales humanos, de carne y hueso y, ojalá, por la mayoría de ellos. Y allí nos encontramos con las inequidades sociales y políticas que se derivan de cómo convivimos en las sociedades humanas y, ciertamente, cómo tomamos decisiones y quiénes tienen el poder para hacerlo e influir en ello.
Así que enfrentar el cambio climático NO es solo un problema de tecnologías de mitigación o de uso de energías limpias. Eso es una condición necesaria, pero no suficiente. Tampoco hay “balas de plata” o soluciones fáciles. Los cambios requeridos afectan nuestra forma de convivencia social y el cómo tomamos decisiones, es decir, la política en su sentido más básico y profundo. Los filósofos griegos clásicos hablaban de nosotros como zoon politikon, una propiedad que nos caracteriza esencialmente como especie.
Sin embargo, a veces parece que hemos “tercerizado” ese carácter in extremum. Mucho más allá de los pragmatismos ineludibles de la democracia representativa, delegando por lapsos finitos la voluntad popular en representantes elegidos por y para el pueblo, nos hemos desprendido de la convivencia política, ya sea dejando que “el mercado” determine el uso y aun el acceso al agua, a veces esperando que defina la ciencia o los contenidos educacionales, o esperando que otros se encarguen de hacer de la plaza pública un lugar de convivencia sana y respetuosa. Retomar nuestro carácter de zoon politikon, votando conscientemente primero y participando en las instancias colectivas luego, haciendo escuchar nuestra voz y escuchando la de quienes piensan distinto, será fundamental para impulsar y afianzar los cambios estructurales.
Las decisiones que tenemos entre manos como humanidad requieren de todos, todas y todes. Esto, claro, no puede desconocer que nuestra sociedad humana actual no es igualitaria, sino que profundamente estratificada y segregada, donde el poder y la influencia están inequitativamente distribuidos. En este contexto, la universidad y sus miembros tenemos un rol fundamental. Debemos poner la razón, la ciencia toda, las artes y también las ganas en apoyar los cambios estructurales que nos permitan avanzar hacia un futuro vivible, sostenible y común, necesariamente democrático. El cambio climático y sus peligros hacen imprescindible cambiar cómo vivimos y convivimos en el mundo.