«Está muriendo mucha gente y va a morir mucha más afectada por este virus ante el que carecemos de inmunidad; van a morir sobre todo quienes tienen sistemas inmunitarios comprometidos y eso a veces se sabe de antemano pero a veces no. En cualquier caso, una enfermedad nunca le toca a un individuo, le toca a toda la sociedad. La respuesta debe ser social: todos los cuerpos deben importar lo mismo».
Por Lina Meruane
El virus muta,
nosotros también debemos mutar.
Paul B Preciado
i. Son tiempos de contingencia viral y se nos impone mutar a una existencia en el encierro.
ii. Al principio, cuando el virus todavía parecía un dato lejano y ajeno, el confinamiento sólo lo reclamaban los especialistas en epidemia. Muy a regañadientes, más preocupados por la salud de la economía que la de los ciudadanos, y con una lentitud letal, se fueron sumando los mandatarios del mundo. Confundidos ante mandatos contradictorios, hubo algunos que de inmediato nos recluimos y hubo otros que siguieron libremente por las calles y los parques, por las oficinas, los bares y restaurantes y las peluquerías, por el metro, por la noche y la madrugada y las marchas, por la vida misma, desconfiando de la alarma general.
iii. Se levantaron muchas voces, entre ellas las de los filósofos públicos del norte. Y entre ellos hubo quienes insistieron en que se trataba de un aislamiento que no guardaba proporción con el peligro de una gripe que era como cualquier otra gripe. Eso decían pensadores como Giorgio Agamben: que todo esto no era más que una estrategia autoritaria para poner en práctica mecanismos de vigilancia y de control-a-distancia y prohibiciones de circulación y de reunión resguardadas por las fuerzas del orden que tan bien conocemos en el sur del planeta.
iv. No es, entonces, que esos filósofos hablaran sin motivo sobre el oportunismo viral del poder. Nos lo recordó el presidente chileno al desafiar su propia cuarentena para ir a tomarse una foto en la Plaza de la Dignidad, sentado a los pies de Baquedano, satisfecho y sonriente porque al fin había recuperado el centro de la ciudad que por mucho tiempo fue de la gente.
v. Y no era solo ese mandatario arrogante quien desobedecía sus propias leyes; esa ha sido la tendencia en otros puntos del planeta, aprovechar este momento para suspender garantías ciudadanas e impedir el despliegue de la población por el espacio ahora demarcado como zona cero del contagio.
vi. Pero dejando a los nefastos presidentes de lado, ¿qué hacer ante la realidad de un contagio exponencial y de una mortandad que cunde por todas las ciudades del mundo? ¿Qué hacer ante un mal desconocido, un virus respiratorio altamente infeccioso para el que no existe todavía tratamiento ni vacuna ni hospitales preparadas para emergencias colectivas?
vii. Nuestros cuerpos son lo único que tenemos. Si tememos por nuestras vidas es porque nuestras sociedades han privilegiado medidas de austeridad para unos y de rentabilidad para otros y se hallan incapacitadas para enfrentar una crisis viral y vital que viene a coronar todos los pánicos epidémicos anteriores. La gripe aviar y el viral síndrome respiratorio agudo grave de hace algunos años. La influenza provocada por un virus porcina que dejó 25 millones de muertos hace un siglo. Las bubónicas pestes medievales, sus enfermos agonizantes encerrados a la fuerza, sus 80 millones de muertos.
viii. Mutatis mutando, este nuevo virus me recuerda (porque lo conozco bien, porque escribí un libro sobre él) a otro que aún se replica entre nosotros: el de la inmunodeficiencia humana. Me lo recuerda porque, guardando las distancias, el vih era otro virus viajero: se hacía transportar en la sangre y en el semen y entre sus múltiples males mortales se cuentan la neumonía y la tuberculosis. El volátil covid vive en las vías respiratorias y salta aeróbicamente desde los pechos congestionados y desde las conversaciones y se mantiene en suspenso en el aire y en las superficies esperando su ocasión.
ix. En esa epidemia que ya cumple cuatro décadas también hubo pensadores (como Michel Foucault, que murió de sida) que conociendo la deriva de la represión sexual negaron el peligro del virus y previnieron a quienes quisieran escucharlos que el miedo era un mecanismo de coerción y había que resistirlo. Porque hubo líderes homófobos que, aprovechando la trágica circunstancia, se cruzaron de brazos y condenaron la libertad del contacto y del coito mientras celebraban la libertad del consumo y de los mercados desregulados. Esos líderes se lavaron sus manos genocidas y dejaron a la comunidad de enfermos desasistida porque, desde una lectura moralista (propia del capitalismo heteronormativo) todos ellos eran unos “degenerados” que merecían morir, y porque desde una lectura individualista (propia del capitalismo salvaje) quienes se habían enfermado por sus “malas prácticas” debían sufrir las consecuencias sin generarle gastos a los inocentes, los meritorios, los productivos ciudadanos ejemplares del Estado neoliberal.
x. Desde la lógica neoliberal, los cuerpos enfermos, los cuerpos contagiosos, los cuerpos (inmuno)deprimidos eran desechables.
xi. Ante la radical falta de insumos en hospitales desbaratados por el salvaje sistema capitalista, los infradotados hospitales italianos y españoles han tenido que elegir a quienes tratar y a quienes dejar morir.
xii. Estamos viendo que la vida tiene un valor relativo.
xiii. Está muriendo mucha gente y va a morir mucha más afectada por este virus ante el que carecemos de inmunidad; van a morir sobre todo quienes tienen sistemas inmunitarios comprometidos y eso a veces se sabe de antemano pero a veces no. En cualquier caso, una enfermedad nunca le toca a un individuo, le toca a toda la sociedad. La respuesta debe ser social: todos los cuerpos deben importar lo mismo.
xiv. Sobrevivir como individuos y como comunidades (y como especie) exige que por una vez nos paremos a pensar: toda crisis exige reflexión.
xv. Es esa pausa la que me hace regresar a aquellos filósofos del poder centrados exclusivamente en la protección de las libertades (como Agamben, como Foucault) y plantearme si no habrán caído inadvertidamente en una peligrosa alianza con los presidentes y ministros y políticos negacionistas que rechazan la cuarentena porque nos llevará a una recesión económica de proporciones.
xvi. Ya estamos en una profunda crisis económica que debe ayudarnos a replantear la economía de austeridad y forzar a los gobiernos a inyectarle a la población una dosis keynesiana de fondos, como lo han hecho antes para salvar a la banca del colapso.
xvii. La voz que me interpela es la del teórico africano Achille Mbembe quien, en vez de negar la contingencia viral, advierte que los estados neoliberales son necroliberales, es decir, que su gestión no está puesta en la mantención de la vida sino en la muerte como solución.
xviii. Sobrevivir debe entenderse entonces como un modo de resistencia política ante la gestión de la muerte por acción o por omisión. Sobrevivir debe convertirse en una oportunidad (lo propone la pensadora feminista Judith Butler) para nuevas prácticas de “autogobierno” vitalista que desmonten la operatoria necropolítica. Este es, sugiere nuestra filósofa de la ética, el tiempo de “fortalecer los ideales de la solidaridad social”, el espacio para una intensa activación de lo político. Es el momento en que la polis se une para resolver la crisis colectiva y se impone mutar de actitud y de entender que el cuidado propio es el cuidado del otro: elegir distanciarnos y cerrar la puerta de nuestras casas –si tenemos la fortuna de tener una casa, una puerta que cerrar, si tenemos la suerte de no vivir al día es tomar conciencia del cuidado de la vida en común.
xix. Porque mientras nosotros cuidamos-cuidándonos, hay otros que ponen sus cuerpos para cuidar-cuidando: ahí están los trabajadores de la salud y las doctoras y los estudiantes de medicina o de enfermería y las voluntarias jóvenes o jubiladas a los que en tantas ciudades del mundo se les aplaude cuando empieza a caer el sol. Ellos están arriesgando su salud para salvar la preciada salud de los demás, para asegurar el buen cuidado de los descuidados cuerpos de nuestras comunidades, los cuerpos inmunológicamente comprometidos de esos otros que podemos llegar a ser nosotros mismos.