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Jean-Marie Le Pen: la sombra de la República

El fundador del Frente Nacional —uno de los partidos de extrema derecha más poderosos de Europa— acaba de morir a los 96 años. Estudiar su biografía es explorar el lado más oscuro de la historia francesa y europea contemporánea, que va desde las acusaciones de tortura durante la guerra de Argelia, hasta el antisemitismo —llamó a la Shoá “un detalle de la historia”— y el auge del negacionismo y la xenofobia. En este perfil, Baptiste Roger-Lacan, académico especialista en historia de la extrema derecha francesa, da algunas claves para comprender mejor al hombre que cimentó el camino de la derecha radical de su país.

 

Por Baptiste Roger-Lacan | Foto principal: Joel Saget/AFP

Jean-Marie Le Pen llevaba varios años en silencio. Escondido en su casa de Rueil-Malmaison, seguía recibiendo algunas visitas: su familia y sus últimos fieles seguidores. Sin embargo, había dejado de hablar públicamente. El último episodio de su diario —los videos que publicaba en internet para dar sus análisis de la actualidad, a menudo salpicados de comentarios racistas o antisemitas— fue el 18 de julio de 2019.

Debilitado y envejecido, el histórico presidente del Frente Nacional se había reconciliado con su hija Marine, que le había expulsado del partido en 2015 tras otro arrebato negacionista. Este acercamiento daba la impresión de que había optado por no obstaculizar más las ambiciones de su heredera, recordando sin rodeos lo que había sido el crisol ideológico del Reagrupamiento Nacional. 

Sin embargo, el 28 de septiembre de 2024, poco más de tres meses antes de su muerte, era filmado en compañía de miembros de Blood and Honour, una red europea de promoción de la música neonazi. Vestido con un cuello de tortuga rojo, el anciano, alegre, entona una canción lasciva antes de escuchar una oda a su gloria compuesta por algunos de los cabezas rapadas. Y no importa que sus abogados dijeran que estaba demasiado enfermo para comparecer en el juicio entablado contra él y un gran número de ejecutivos de RN en el caso de los asistentes parlamentarios del Frente Nacional en el Parlamento Europeo. Cualesquiera que fueran los riesgos para él, su familia o su partido político, Jean-Marie Le Pen era incapaz de permanecer en silencio. Hasta el final, quiso hacer oír su voz y demostrar que era el gran hombre de la extrema derecha —de todas las extremas derechas—.

En el momento de su muerte, esta constancia militante, de casi tres cuartos de siglo, sobresalía. Más militante que ideológico, era la esencia de Jean-Marie Le Pen. Aunque siempre fue de extrema derecha, nunca fue un doctrinario. No deja un legado teórico coherente o estructurado. Lejos de ser una debilidad, su plasticidad ideológica le permitió perdurar y, poco a poco, dominar a su familia política: a lo largo de su carrera, supo navegar por las múltiples tendencias que han conformado la nebulosa de la extrema derecha desde los años cincuenta hasta nuestros días. Identitarios, nacionalistas, católicos tradicionales, neopaganos, nostálgicos de la Argelia francesa y fascistas, Jean-Marie Le Pen supo apelar a todas estas corrientes, sin dejarse nunca confinar por ninguna de ellas, convencido de ser la única encarnación de lo que él llamaba el “campo nacional”. Desde este punto de vista, es una auténtica encrucijada para el movimiento de la anti-Ilustración, que no se desarmó en el siglo XX. Pero la historia de un movimiento político nunca puede reducirse a un solo hombre. Y, sin embargo, su figura no es menos esencial para comprender el fenómeno, dado hasta qué punto ha dejado su huella en la evolución de la extrema derecha en Francia.

La constancia define su vida política, al igual que su brutalidad. Verbal o física, la violencia estuvo omnipresente en la trayectoria de un hombre que la consideraba una herramienta legítima para imponerse, impresionar o vengarse de sus adversarios. En el momento de su muerte, hay que tener cuidado de no dejarse llevar por el folclore del “Menhir”, apodo que le dieron partidarios, adversarios y comentaristas. El recuerdo de su labia o de su manera de convertir la política en un espectáculo podría acabar creando una imagen retrospectiva que ocultara la brutalidad de sus ideas y métodos. En un momento en que el Reagrupamiento Nacional se encuentra en las puertas del poder, algunos pueden tener la tentación de desdemonizar la memoria del hombre que dirigió el partido durante casi cuarenta años. Nunca debemos olvidar que, para él, la violencia no era solo un efecto estilístico, sino un principio de acción. 

Pero Jean-Marie Le Pen no era solo un bruto. Era también un estratega formidable, un ambicioso implacable que se convirtió en el líder del primer partido de extrema derecha que se afianzó de forma duradera en Francia después de la Segunda Guerra Mundial. 

Con él muere el último diputado de la Cuarta República. Pero, sobre todo, muere un antimonumento de la Quinta República. Un antimonumento, porque su longevidad le otorga un lugar especial en la historia de un régimen en el que siempre se definió por sus rechazos y su odio. Rechazo del General de Gaulle, al que consideraba un traidor a todos los ideales que decía defender. Rechazo de toda idea de progreso democrático o social. Rechazo del liberalismo político, al que prefería un populismo carismático que le hubiera convertido en la única voz de la nación. Odio a los extranjeros, a los judíos, a las élites, a la izquierda, siempre reducida al espectro del comunismo, pero también de la integración europea. Estos rechazos y odios dieron lugar a una nostalgia militante del imperio colonial, cuyo final nunca aceptó; de Vichy, que nunca dejó de rehabilitar, al tiempo que no dejaba de rodearse de hombres que habían dedicado su vida a ese régimen y a su memoria; y, por último, de una Francia con un pasado idealizado, blanca, católica y patriarcal. 

Era también el hombre de una convicción obsesiva: la unión de la extrema derecha no era más que la condición previa de una amplia unión de las derechas, que pasaría necesariamente por la liquidación del legado gaullista. Para lograrlo, realizó una serie de provocaciones y retrocesos brutales, sobre todo en materia económica. Pero aunque el Frente Nacional dio pasos de gigante bajo su liderazgo —desde la marginalidad absoluta de la vida política francesa hasta la segunda vuelta de las elecciones presidenciales—, no había logrado este objetivo en el momento en que cedió el testigo a su hija Marine. 

En el momento de su muerte, se plantea la cuestión de su legado político. En un momento en el que el partido obtuvo más de diez millones de votos en las dos vueltas de las elecciones legislativas de 2024. Comprender sus contornos es volver a contar una parte importante de la historia de la extrema derecha en Francia, pero también en Europa Occidental. Pero tras su muerte, ¿Jean-Marie Le Pen también forma parte de su futuro?

De Bretaña a Assas: mitos y realidades de una educación nacionalista

“Mi padre era pescador y también mi abuelo, que a los veinte años había combatido en la campaña de Madagascar, en el océano Índico. Cuando tuve edad para coger un libro del estante superior del aparador que mi padre utilizaba como biblioteca, leí Pêcheur d’Islande. Loti estaba al lado de Hugo y Alexandre Dumas, los novelistas del pueblo”. 2

En todos sus textos autobiográficos, así como en sus entrevistas, Jean-Marie Le Pen recuerda incansablemente esta ascendencia. La idea, por supuesto, era presentarse como hijo del pueblo, heredero de tradiciones populares y oficios rudos. El título del primer volumen de sus memorias, Fils de la nation (“Hijo de la nación”), es una ilustración directa de ello, subrayando las duras condiciones de vida de los pescadores y, por extensión, su afiliación a la Francia obrera. 

En realidad, Jean Le Pen (1901-1942) era un pequeño empresario que poseía su propio arrastrero. También fue concejal y presidente de la sección local de la UNC [Unión Nacional de Combatientes de la Primera Guerra Mundial], una asociación de veteranos con una tendencia más bien derechista. La familia pertenecía a la clase media baja, y se animó a Jean-Marie Le Pen a continuar su educación hasta el bachillerato. 

Pero evocar esta ascendencia tenía también una función política, enraizando su historia personal en un territorio: Bretaña. En sus memorias, su infancia está indisolublemente ligada a esta región, al océano, donde su padre murió en 1942 al recoger una mina alemana en una de sus redes de pesca, pero también a una educación enmarcada por dos polos: la iglesia y la escuela. La Bretaña que describe no es solo un lugar, sino un símbolo: el de un mundo antiguo, preservado de los efectos nocivos de la modernidad, donde la jerarquía social, el trabajo duro y los valores conservadores aún tenían su lugar. 

Jean-Marie Le Pen tenía catorce años cuando murió su padre. Las circunstancias de su muerte le convirtieron en “pupilo de la nación”. Si la situación financiera de la familia se deterioraba, este estatus le garantizaba el pago de los gastos básicos de su educación. En cuanto a la educación, aunque la familia era católica, no había una línea clara entre la educación laica y la religiosa: Jean-Marie Le Pen asistió a la escuela local, el (jesuita) Collège Saint-François-Xavier en Vannes, y luego a varios liceos en Bretaña y Saint-Germain-en-Laye, donde aprobó el bachillerato en 1947. En varias ocasiones describió las lecturas que realizó durante su infancia y adolescencia. Bajo la Tercera República, los clásicos eran muy leídos por los lectores de clase media: los poetas románticos, novelistas como Balzac y Stendhal y “sobre todo Alejandro Dumas”. También decía que le encantaban las historias de aventuras coloniales o aeronáuticas: Mermoz y Brazza formaban parte de su panteón, y la idea de un imperio francés parece haberle atraído muy pronto. Desde sus primeras lecturas, parece haber estado influido por las obras protagonizadas por el arquetipo del héroe carismático nacido en la literatura popular de mediados del siglo XIX: es porque el lector no se parece a los protagonistas cuyas aventuras descubre que se entusiasma. Por último, no hace ninguna referencia a la literatura contrarrevolucionaria, abundante en las bibliotecas parroquiales y de las escuelas libres de la época, ni a la historiografía capetiana, corriente próxima a la Action Française que triunfó en la editorial Fayard en el periodo de entreguerras. A excepción de un comentario sobre el desembarco del ejército emigrado en Quiberon en 1795, que se saldó con la ejecución de los prisioneros, Le Pen no estaba realmente influido por la cultura contrarrevolucionaria del Oeste. 

Al final de la guerra, Jean-Marie Le Pen parece haber querido alistarse en las Forces françaises de l’intérieur, pero fue rechazado debido a su joven edad. Aunque es difícil saber cómo vivió realmente el final del conflicto, en sus memorias este momento se convierte en la ocasión de una larga digresión. Denuncia con vehemencia la purga, que en su opinión fue llevada a cabo únicamente por los comunistas, con la complicidad de los gaullistas, y hace una vibrante apología de la política del mariscal Pétain. En su opinión, el régimen de Vichy, legal y legítimo, sirvió de “escudo” para proteger a la comunidad nacional. Acusa a De Gaulle de haber orquestado la humillación de Pétain después de la guerra para establecer su propia grandeza. Este revisionismo petainista, combinado con un antigaullismo obsesivo, ilustra cómo Le Pen, como memorialista, se mantuvo fiel a las batallas ideológicas de toda su vida. Sin embargo, es poco probable que sus posiciones políticas fueran tan claras en aquella época, cuando solo tenía 16 años. Él mismo admite que consideró brevemente la posibilidad de afiliarse al Partido Comunista. 

Jean-Marie Le Pen y su hija Marine Le Pen, en noviembre de 2010. Crédito: Miguel Medina/AFP.

En 1948 se matriculó en la Facultad de Derecho de París. Para completar sus estudios, tuvo que realizar trabajos ocasionales, que alimentarían su leyenda de auténtico tribuno del pueblo, título del segundo volumen de sus memorias. Sobre todo, Jean-Marie Le Pen encontró una salida y una verdadera vocación en las actividades extraacadémicas. En 1949, se convirtió en presidente de la Asociación Corporativa de Estudiantes de Derecho (la “Corpo”  de droit), destinada a apoyar y representar a los estudiantes de derecho. Esta organización no era políticamente neutral. Se fundó en 1909 tras una gran movilización de estudiantes de Derecho contra Charles Lyon-Caen, decano de la Facultad. Este movimiento fue rápidamente captado y dirigido por Action Française, que odiaba al decano judío”. La Corpo quedó marcada por este compromiso inicial y permaneció próxima al movimiento monárquico hasta la Segunda Guerra Mundial. Unos años después del final del conflicto, esta herencia sigue muy viva. Fue aquí donde se afirmó el anticomunismo de Jean-Marie Le Pen, uno de los rasgos más marcados de su perfil político. Fue también a través de este grupo como empezó a relacionarse con los estudiantes maurrasianos —sin adherirse nunca al monarquismo—. Sin embargo, dos cosas destacan en su temprana vida social política. En primer lugar, en un momento en que la derecha estaba muy debilitada en la incipiente IV República, Jean-Marie Le Pen se orientó muy pronto hacia sus márgenes más radicales. Por otra parte, comprendió muy pronto que el anticomunismo era un punto de acuerdo ideológico para todas las derechas, una vía posible para sacar a sus franjas más extremas del aislamiento en el que se habían visto sumidas. 

Pero la Corpo no era sOlo un lugar de formación política. A través de este compromiso, descubre y desarrolla algunos puntos fuertes. Mientras Le Pen fracasaba en su intento de convertirse en abogado, la Corpo le ofrecía una primera etapa en la que afirmar su gusto por la oratoria y la provocación. En este entorno, aprendió a reunir, controlar y movilizar grupos, a actuar como portavoz y a dar un alcance colectivo a sus ambiciones personales. En resumen, la Corpo fue la primera experiencia de militancia de Jean-Marie Le Pen. También por eso adquirió tanta importancia retrospectiva en sus relatos autobiográficos. 

En 1953, obtiene por fin el título de abogado, tras haber repetido varios años. Unas semanas más tarde, se alista en los paracaidistas.


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