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La memoria fotográfica

«Observo, observo, observo. Comprendo a través de los ojos», decía el afamado fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson al definir su relación con las imágenes. Miles de fotografías se tomaron durante el golpe de Estado y la dictadura militar, varias de las que quedaron para siempre en la memoria colectiva de Chile. Para tratar de comprender ese periodo a través de sus imágenes, invitamos a cuatro fotógrafos chilenos activos durante esos años y les pedimos que escogieran una fotografía propia que, para ellos, encarnara la memoria de esa época. La selección muestra momentos diferentes de la dictadura, escenas de represión y también de cotidianeidad. Distintas visiones de una historia común, cuyos significados, 50 años después, siguen en disputa.


Marcelo Montecino (1943)

Familiares esperando al frente de la morgue. Septiembre, 1973.

Cuatro o cinco días después del golpe fui a visitar a unos amigos que trabajaban en la clínica psiquiátrica que quedaba justo al frente de la morgue. Y ahí vi grupos de personas esperando a gente que había entrado a reconocer cadáveres. Me parece algo muy emotivo ver a estos grupos apiñados con la expectativa de que sus familiares pudiesen estar adentro. Representan una soledad, una tristeza y una ansiedad inmensas. No sé de qué otra manera decirlo. Esos días había colas al frente de la morgue, que estaba custodiada por Carabineros. Nunca creí que alrededor de un mes después sería yo el que tendría que ir a ese lugar a buscar a mi hermano [el también fotógrafo Christian Montecino, asesinado por militares en octubre de 1973]. La fotografía produce imágenes eidéticas, que quedan grabadas en la memoria. A veces los videos pueden ser mucho más dramáticos, pero la fotografía te obliga a enfocarte en algo muy específico, tiene un poder de concentración que otras disciplinas no tienen. La fotografía puede ser un espejo y, al mismo tiempo, una ventana de y hacia la realidad. Y esta imagen cumple ambos roles.


Paz Errázuriz (1944)

Paseo Ahumada, 1988.

Esta foto es de la represión a una manifestación de Mujeres por la Vida en el Paseo Ahumada, en 1988. La organización se había creado el 83 y siempre participó de todas las marchas. Esta fue una de las tantas que realizamos. Es una escena bastante irónica sobre la impotencia del poder, que tiene que reprimir con un chorro de agua a siluetas no humanas hechas de plumavit y cartón. Es significativo hasta dónde llega su locura. En las marchas, yo participaba y protestaba, pero a la vez tenía que registrar lo que pasaba fotográficamente. Actuaba en dos frentes, porque siempre me interesó muchísimo hacer un registro de las protestas de mujeres. Ser fotógrafa era riesgoso esos días, conocí de cerca la represión y el hecho de vivir en un segundo plano en términos de género. Pero ser parte de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), de la cual soy una de sus integrantes fundadoras, nos daba cierta protección legal. Para nosotros, la AFI y la labor callejera significaron una militancia y un compromiso muy grandes. Sabíamos, y todavía sabemos, que la fotografía significa memoria y que somos responsables de ella, sobre todo en contextos históricos como el de la dictadura y el que vivimos estos días.


Leonora Vicuña (1952)

Bar restaurant El Cucú. San Isidro con Alameda, Santiago Centro. 1981.

Esta es una foto cotidiana, muy santiaguina. La mujer parece un poco molesta y temerosa, creo que va a hacer sus compras. Detrás de ella, al interior del restaurant, se asoma un cabro joven que atendía el lugar y fisgoneaba por la ventana. La foto habla de las cosas que pasan tras bambalinas, porque en ese sucucho se juntaba también mucho gallo de la DINA. Cuando ibas, no sabías quién podía estar al lado. La foto está coloreada, algo que se ha convertido en mi sello. Siento que le hago cariño a la gente poniéndole color. Hay algo sobre aceptar nuestra realidad, pero también sobre darle dulzura y resaltar algunas cosas dolorosas que a veces tiene ser chileno. Chile es un país oprimido, siempre lo ha sido, pero en ese tiempo era peor. Mucho aparentemente ha cambiado y El Cucú ya no está, pero hay algo de lo cotidiano de la dictadura y de antes del golpe que aún se siente hoy, a pesar del Chile 2.0. que nos quieren vender. Recordar es un ejercicio constante en nuestra especie. La memoria es vital para saber quiénes somos, de dónde venimos. Pero, por suerte, también existe el olvido, porque no podríamos vivir recordando eternamente cosas tan horrorosas como el bombardeo a La Moneda, los asesinatos y las torturas con la misma intensidad de cuando sucedieron. La memoria se construye entre olvidos y recuerdos, volviendo a pasar por el alma lo que vivimos, en una lucha que continúa porque aún existe mucha impunidad. El equilibrio entre la memoria y el olvido es lo que marca nuestras huellas, lo que nos hace ser lo que somos. 


Paulo Slachevsky (1964)

La barricada, 1984.

Era octubre del 84. Durante una toma en Puente Alto habían asesinado a un dirigente. Los pobladores, pese a la violencia desatada y de haber perdido a un compañero, retomaron los terrenos. La represión fue brutal, y a pesar de las tanquetas y helicópteros, ellos resistían. Fue una de las jornadas más fuertes que me tocó vivir en dictadura. Esos niños me conmovieron. Se hacían parte de la movilización de los mayores; estaban allí, siempre estuvieron allí. La historia ha transcurrido bajo la mirada de los niños y niñas. El golpe y la dictadura los afectaron de manera violenta, arrasando con su infancia y a veces con su vida. No son solo las desoladoras vivencias de las y los hijos de las víctimas directas, de hombres y mujeres ejecutados, detenidos desaparecidos, torturados, exiliados y presos políticos. Son también las infancias que sufrieron la violencia del estado de excepción, la cesantía de sus padres y el hambre, entre otros efectos de la dictadura civil-militar.

La fotografía permite volver sobre la memoria y la historia. Nos da la posibilidad de traer al presente a las y los oprimidos y a quienes resistieron al horror. Tenemos un deber ético de no abandonarlos al olvido o la indiferencia. Esa historia está allí, y se proyecta hasta el presente. La imagen nos vincula con esas vidas, pero también nos interpela. La fotografía interroga no solo el pasado; nos invita a mirar a los otros y, en el mejor de los casos, a reconocernos en esa humanidad.