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La vejez contra sus prejuicios

A mediados de este siglo, un tercio de la población chilena tendrá más de 60 años y, todo indica que, para entonces, a este grupo le quedará al menos dos décadas por vivir. Con una población mundial cada vez más envejecida, los especialistas aseguran que la sociedad estará obligada a cambiar y dejar de ver la tercera edad como una etapa solo asociada a enfermedades y dependencia.

Por Cristina Espinoza | Ilustración: Fabián Rivas

“Me quiero morir antes de ser viejo”, decía el biólogo Humberto Maturana en una entrevista dada a La Tercera en 2018. Había cumplido 90 años y, a su juicio, tener más edad no era sinónimo de perder autonomía. Por lo mismo, seguía trabajando. Su ejemplo quizás es una excepción, pero prueba que, a pesar de los prejuicios, la vejez no es solo una etapa de limitaciones. De hecho, hoy solo un 14,2% de las personas mayores está en condiciones de dependencia, según la última encuesta Casen (2017).  Sus obstáculos, más que por la salud, están dados por la sociedad.

Las condiciones en que se llega a la tercera edad en estos tiempos son muy diversas. “Muchas personas están sanas o con enfermedades crónicas controladas y realizando actividades o vida laboral a una edad avanzada, con redes de apoyo y mayor capacidad funcional, pero otras se han deteriorado desde temprano por traumatismos, accidentes, daño cerebral,  neumonías mal cuidadas, etcétera”, señala Rafael Jara, geriatra del Hospital Clínico de la Universidad de Chile y presidente de la Sociedad de Geriatría y Gerontología. Por ello, no es conveniente generalizar, y quienes investigan el tema se refieren, de hecho, a “vejeces”, porque no hay una manera única de envejecer. 

“Chile es superdiverso en cuanto a temas geográficos, culturales y sociales, por lo tanto, existe un espectro amplio de respuestas frente a lo que significa ser una persona mayor”, señala Carola Salazar, antropóloga y académica de la Universidad Católica de la Santísima Concepción. No todas están en condición de dependencia ni todas tienen la energía para hacer cosas nuevas, pero hay muchas que sí. La V Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez (2019), realizada por la PUC y Caja Los Andes, señaló que el 49% percibe su salud como buena. 

¿Qué nos ha llevado a vivir más? El desarrollo de la medicina y el hecho de que más personas puedan acceder a ella, además de las mejoras en las condiciones sociales y culturales, entre otros factores. Nuevos tratamientos permiten que enfermedades antes mortales ya no lo sean, aunque surgen nuevas patologías asociadas a la edad. “El ejemplo más claro es la demencia, una enfermedad que tiene una aparición típicamente en la adultez mayor. Como antes la gente no llegaba a esas edades, no había necesidad de considerarlo un problema de salud pública serio, pero ahora es distinto”, indica Gonzalo Mena, académico chileno del Departamento de Estadística y Ciencia de Datos de la Universidad Carnegie Mellon, Estados Unidos. Mena también asegura que el aumento de la obesidad podría llevar a que las poblaciones envejecidas futuras también tengan más problemas de diabetes.

Con todo, la esperanza de vida en Chile hoy bordea los 80 años. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el 18,1% de los chilenos tiene sobre 60 años, y para 2050 serán el 32,1% de la población. Quienes nacieron antes de 1990 ya estarán en este grupo y, probablemente, a la mayoría le quedarán al menos dos décadas más por vivir. Mientras tanto, la esperanza de vida global ya sobrepasa los 70 años, y si bien algunos académicos argumentan que es poco probable que se superen los 85 años, otros aseguran que podría llegar incluso a los 115.

El estudio “Perspectivas demográficas sobre el aumento de la longevidad”, publicado en 2021 en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), señala que en los países con mejores resultados, la esperanza de vida ha aumentado a un ritmo de 2,5 años por década. De continuar así, “la mayoría de los niños nacidos en este milenio cumplirán 100 años”, aseguran sus autores. Sin embargo, no hay certeza de que esta tendencia pueda seguir; y en ello influyen factores sociales, económicos, médicos, culturales y políticos. Por ejemplo, otra pandemia, que en 2020 disminuyó en un año la esperanza de vida en Chile. 

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Para nuestro país se proyecta que a junio de 2023 habrá 71,6 adultos mayores por cada cien menores de 15 años, es decir, menos de dos personas en edad de trabajar por cada jubilado/a. “En línea con los países industrializados, Chile también ha tenido una disminución de la fertilidad (cantidad de hijos por mujer fértil) y la natalidad. La consecuencia negativa de esta baja es que, al estar acompañada de una disminución de la mortalidad, implica que la proporción de gente mayor va a crecer. En Chile, los mayores de 65 corresponden a un 16%, y se estima que llegarán a un 22% en 2030”, sostiene Gonzalo Mena. 

Esto trae desafíos, como tener un sistema de salud preparado para la atención de personas mayores —hoy sigue enfocado en niños y adultos, mientras los geriatras escasean— y un sistema de cuidados robusto, pero también es fundamental la sostenibilidad de los sistemas de pensiones debido a la disminución de la tasa de reemplazo. Esta última trae asociada una discusión compleja: el aumento de la edad de retiro. 

Retrasar la edad de jubilación no es una decisión fácil, sobre todo en un país con altos niveles de desigualdad, los que son aún más notorios entre adultos mayores. “Un problema sería aumentar la edad de retiro sin asegurarse de que la calidad de vida y salud tenga un estándar mínimo en toda la población, porque se estará generando la injusticia de que la gente más pobre tenga que trabajar más enferma”, dice Mena.

En general, los estudios asociados al trabajo en la tercera edad —parcial y que no implique riesgos a la salud— señalan que este mejora la calidad de vida, explica Macarena Rojas, directora ejecutiva del Centro UC de Estudios de Vejez y Envejecimiento y del Observatorio del Envejecimiento UC-Confuturo. “El trabajo hace que las personas se sientan más incorporadas a la sociedad y que no pierdan las redes sociales. También mejora su bienestar a través de los ingresos, pero lo más importante es atender este tema con flexibilidad y responsabilidad, porque no es blanco o negro. Hay rubros donde es imposible aumentar la edad de jubilación, pero en otros hay una posibilidad de retiro más flexible y eso puede ser positivo”, indica. 

La antropóloga Carola Salazar asegura que desde el punto de vista demográfico, las personas están llegando a mucha más edad, “por lo que jubilarse a los 60 o 65 años parece muy temprano para financiar el resto de esos 25 años de vida, sobre todo para las mujeres, que viven más y muchas tienen lagunas por el cuidado de niños o porque no reciben imposiciones. Desde el punto de vista económico, podría ser, pero desde el punto de vista social hay personas que a los 60 años ya están cansadas de trabajar, que ya no quieren seguir o que el cuerpo no les da”. Para subir la edad de jubilación, explica, hay muchos factores que considerar: “Es necesario cambiar el sistema actual de pensiones, porque está claro que fue modelado con un Chile muy diferente desde el punto de vista demográfico. De ahí que no esté dando abasto para la realidad sociodemográfica actual”, agrega.

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El envejecimiento de la población y las nuevas formas de entender la vejez son asuntos que hoy se discuten a nivel mundial. Autores como Serge Guérin, por ejemplo, sociólogo francés especialista en estos temas, han afirmado que habrá que inventar una sociedad diferente para que puedan vivir los mayores, lo que implicará pensar de otra manera la ciudad, el transporte, la vivienda, la prevención. Pero todavía estamos lejos de eso, advierte Macarena Rojas: “En las generaciones más jóvenes se habla poco de envejecimiento. Nos preparamos poco para envejecer y hay prejuicios y estereotipos asociados al tema”.

Sí es un hecho que, a mayor edad, aumenta la dependencia física y hay ciertas habilidades que decaen, como la velocidad de procesamiento, explica Rafael Jara. Sin embargo, las mayores dificultades están asociadas a lo económico. “Al hablar poco de esto, estamos poco preparados. Por eso a algunos esta etapa los pilla desprevenidos. Muchas veces se generan cambios desestructurantes que pueden desencadenar enfermedades o depresión”, señala Rojas.

A esto también se suma un problema estructural. Pablo Villalobos, académico del Magíster en Salud Pública de la U. de Santiago, indica que las políticas públicas actuales están pensadas como si las personas mayores tuvieran un solo rol: ser jubilados que hay que mantener. “Las políticas del siglo XXI tienen que ir en una línea más integral, que no consideren solo asuntos sociales (salud, pensiones), sino que permitan que las personas mayores tengan la posibilidad de optar a papeles distintos, transformarse en seres productivos fuera y dentro del mercado laboral”, asegura. “Hoy hay gente que entra a estudiar a los 50 años, algo que no sucedía dos décadas atrás. Hace 100 años la vejez era una, muy similar para todos, porque poca gente llegaba a esa edad. Actualmente no es así”, subraya.

Obligada por la realidad, la sociedad tendrá que adaptarse. “Cuando cambie esta pirámide poblacional de forma dramática y tengamos un 30% de población mayor, muy pocos adultos y muchos menos niños, la sociedad tendrá que hacer un cambio de roles de manera forzada”, asegura Villalobos. “Las personas mayores tienen un acervo de conocimiento y experiencia que son muy útiles. No estoy necesariamente proponiendo que las personas mayores trabajen hasta más viejos, tiene que haber un momento de jubilación y descanso, pero no puede ser que la jubilación y salida del mercado laboral formal le cierre la puerta a todas las actividades y roles que una persona pueda tener en la sociedad”, agrega.

El cambio cultural será crucial. “Existe una idea discriminatoria de que ser adulto mayor es implícitamente ser vulnerable o desvalido. Pero al incrementarse la esperanza de vida se da espacio a una mayor diversidad. El cambio cultural y de políticas públicas tiene que ver con reconocer esas diferencias, evitar la discriminación, promover la participación laboral en personas que estén activas y también facilitar esquemas para que las personas mayores reciban ayuda”, indica Gonzalo Mena.

El gran desafío en un país con recursos limitados es pensar cómo aumentar la cobertura de muchos programas pensados para los adultos mayores, pero también cómo articular a la sociedad civil, el Estado y el mundo privado para dar una respuesta social con mayor solidaridad intergeneracional. Hoy ocurre que la ciudadanía está consciente de la necesidad de mejorar las pensiones, pero no siempre está dispuesta a aportar para mejorarlas, por ejemplo. “Es imposible que podamos resolver todo desde la política pública”, dice Carola Salazar.

Es difícil erradicar prejuicios y cambiar de mentalidad en el corto plazo, pero, a la larga, mirar esta etapa de la vida con otros ojos puede modificar incluso la forma en que vivimos el presente. En palabras de Serge Guérin: “Los ancianos pueden crear una sociedad más tranquila, equilibrada, menos consumista. La revolución que viene es la del tiempo de la vejez».