La cantidad de información que se desprende de la discusión constitucional, sumada a los montajes para desinformar, podría reducir el proceso constitucional chileno a un plebiscito temperamental, en que las premisas dudosas o falsas dominen sobre el texto. Los académicos Cristóbal Chávez y Claudia Lagos intentan desenredar las marañas de información, desinformación y mala información que han opacado el período previo al plebiscito de salida.
Por Cristóbal Chávez Bravo y Claudia Lagos Lira
“Ojos que no ven corazón que no piensa, vivir en la ignorancia
casi casi es como vivir en la felicidad”
—Roberto Bolaño, Los detectives salvajes
“Si ves información que busca indignarte con: afirmaciones desconcertantes o ilógicas sobre el Servel, el electorado, el voto o los resultados, ¡no la compartas!”. Esta propaganda es parte del conjunto de mensajes producidos por el Servicio Electoral de Chile (Servel) para que las radiodifusoras, canales de televisión y medios digitales generen conciencia sobre los riesgos de los mensajes distribuidos en redes sociales digitales y que desvirtúan el proceso constituyente. El 4 de septiembre próximo, más de 15 millones de votantes habilitados participarán en el primer plebiscito constitucional de la historia de Chile, un hito que tuvo como una importante fuente —o, más bien, manantial— de información a las redes sociales.
El intenso y pedregoso camino —que va desde el plebiscito de entrada al proceso constituyente hasta el de salida— incluye las estaciones intermedias de la elección de convencionales en mayo de 2021 y los doce meses de funcionamiento de la Convención Constitucional. El proceso y sus hitos han extremado las capacidades y limitaciones tanto de los medios de comunicación como de las personas para informar e informarse de esta inédita ruta.
Durante la redacción del texto constitucional, la prensa local y actores políticos les prestaron un interés desproporcionado a propuestas maximalistas planteadas por ciertos convencionales, muchas de ellas con un escuálido apoyo y que quedaron como anécdotas, puesto que no llegaron al borrador.
Ya el uso reiterativo del adjetivo “maximalista” para referirse a un borrador de Constitución como sinónimo de “extenso” es un error. Tanto la prensa chilena como los mismos convencionales repitieron, acrítica e incansablemente, el adjetivo “maximalismo” para referirse a la extensión del documento, supuestamente plagado de detalles. Sin embargo, el término se empleó incorrectamente, pues maximalismo se refiere, más bien, a una posición extrema o radical.
Algunas afirmaciones sirvieron para encender los ánimos de los chilenos y chilenas con temas sensibles, como el futuro del sistema de salud, el dinero de las pensiones o la propiedad de la vivienda. Uno de los hitos fue la estrategia comunicacional del hoy coordinador de la campaña por el Rechazo, Bernardo Fontaine, en marzo de 2022: entrevistado por Las Últimas Noticias, el ex convencional independiente en cupo de Chile Vamos afirmó que “los trabajadores ya no serán dueños de sus ahorros previsionales”. Aunque hubo mociones que propusieron expropiar los fondos de pensiones, la idea no prosperó y una indicación que proponía que el Estado no pudiera expropiar los fondos de pensiones (hecha por Rocío Cantuarias, convencional con cupo Evópoli) fue rechazada en comisión. Pero estas iniciativas alimentaron la interpretación errada de que el borrador incluía la expropiación de los fondos de pensiones. No obstante, la portada del matutino con la sentencia reduccionista de Fontaine estuvo colgada en quioscos, fue publicada en las redes sociales digitales oficiales del mismo diario y viralizada y compartida por convencionales de ideas afines, quienes postearon fotografías de ellos mismos con la mentada portada. Una estrategia comunicacional perspicaz para instalar un tópico.
En la entrevista publicada en el diario de mayor circulación en Chile no se realizó un chequeo a la información ni se contrapreguntó diciendo que esa idea no es parte de la propuesta final de nueva Constitución. Muchos otros medios, además, amplificaron las afirmaciones de Fontaine, quien insistió en sus dichos. La discusión sobre las pensiones y su futuro en un escenario en que se imponga el Apruebo en el plebiscito no tiene una sola respuesta. Sin embargo, las páginas del tabloide sirvieron como un megáfono para la afirmación de Fontaine, que hasta hoy se comparte en Twitter o a través de WhatsApp.
En efecto, un estudio realizado por la Plataforma Contexto y publicado el 27 de junio de 2022, titulado “Desinformaciones en la nueva Constitución: ¿Qué dicen los convencionales?”, plantea que durante el año 2022 hubo un total de 876 publicaciones por parte de 103 convencionales respecto a desinformaciones y fake news y que el peakse generó el 31 de marzo, con Fontaine en la portada de Las Últimas Noticias.
¿Fake qué?
La sobreinformación —infodemia la llamó la OMS durante la pandemia— nos ofrece cientos de posibilidades de un mismo hecho, alterando y fragmentando la llamada “verdad”. A fines de 2016, el diccionario de Oxford nombró al neologismo “posverdad” como la palabra del año y la definió así: “Denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de fake news? Aunque el concepto “noticia falsa” no existe porque una noticia, por definición, no puede (o no debe) ser falsa, durante el proceso constituyente se ha dicho, leído y escuchado en debates públicos y conversaciones privadas. Se ha integrado al vocabulario doméstico y la incluimos en nuestra mente al momento de enfrentar una información, integrarla a nuestro bagaje previo o, bien, desecharla.
La literatura las nombra como patologías informacionales o desórdenes informativos. Hay consenso en distinguir tres categorías dependiendo de su intencionalidad: en inglés, misinformation (información falsa, pero publicada sin intención de dañar a otros); disinformation (cuyo propósito es desinformar y afectar a instituciones o personas) y malinformation (es correcta pero no debe difundirse por razones éticas).
Hoy, la desinformación o la mala información se despliega en una paleta de grises, donde los contenidos evidentemente falsos son los menos y prolifera una serie de retóricas y composiciones audiovisuales y gráficas —hasta videos generados con inteligencia artificial—, por ejemplo, que construyen discursos verosímiles basados en fragmentos embusteros de dichos o hechos, dañando la confianza de las comunidades respecto de cómo y dónde informarse y mantenerse comunicados.
Diversos autores proponen distintos tipos para clasificar estos contenidos: puede ir de la sátira o parodia (tradición de larga data en los medios y el periodismo chileno y que no tiene el propósito de desinformar), contenido confuso, contenido impostor y contenido fabricado. Se han descrito, también, tres tipos de procedimientos para generar este tipo de contenidos: establecer conexiones falsas, contexto falso o contexto manipulado. Otros autores distinguen entre los que buscan generar tráfico (clickbaits) a través de titulares exagerados o imágenes espectaculares; teorías conspirativas, contenido falso, fuentes o contenidos que promueven distintas formas de discriminación, ciencia basura (junk science) y rumores.
Otros trabajos han descrito las características tanto del contenido como del lenguaje utilizado en información manipulada intencionalmente. En cuanto a los contenidos, prevalecen sesgos ideológicos, abrumadoramente de derecha; se exacerban las emociones, en especial el miedo; son menos verificables y los titulares son atractivos y tienden a exagerar. En cuanto a las características lingüísticas, destacan el abuso de mayúsculas, de pronombres personales, son más bien breves y utilizan un lenguaje informal.
Producir a propósito información falsa o manipulada y compartirla tiene consecuencias. Puede alimentar el escepticismo en las instituciones, ya desprestigiadas en Chile, y en procesos relevantes para las comunidades e individuos, como las campañas de vacunación, el cambio climático o las elecciones.
Las características de este tipo de contenidos aceitan su explosivo y extenso ciclo de vida: es más fácil de procesar cognitivamente, las emociones juegan un rol determinante en que las personas acepten e incorporen contenidos falsos o tramposos y la efectividad de desmontar las desinformaciones o falsedades (cortar su circuito) o contrarrestarlas (cuando ya circulan) es relativa. Hay evidencia, también, que cuánto se viraliza un contenido falso o inexacto depende de si es compartido por personajes reconocidos (como un influencer, un político o un líder de opinión).
Hay estudios que han demostrado que los medios informativos contribuyen a comprender las crisis y a explicar qué decisiones pueden tomar los individuos y las comunidades. Sin embargo, ello no explica por sí solo el comportamiento de una persona respecto a su consumo mediático ni a su actitud hacia los contenidos mañosos.
Los procesos electorales son campos fértiles para la propaganda, la manipulación y toda la gama de colores de producción y circulación de contenidos ilusorios.
388 oportunidades para desinformar
El bombardeo de información al que estamos sometidos se ha agudizado con las redes sociales digitales. La mediación de esta avalancha informativa muchas veces queda reducida a la capacidad de discernimiento del usuario final a través de sus propios filtros de género, religiosidad, años de educación o clase social. La psicología social ha estudiado durante décadas cómo estamos más dispuestos a aceptar información nueva que reafirma lo que ya conocemos o creemos (sesgo de confirmación) y, por el contrario, más resistentes a incorporar antecedentes que contradicen nuestras convicciones, aun cuando la evidencia sea contundente. Como los escándalos de Cambridge Analytica y el rol de las big tech en ése y otros casos similares han demostrado, ciertos actores tienen una capacidad mayor de incidir en la circulación de contenidos hipersegmentados destinados a votantes o consumidores para seducirlos con lo que empaquetan como la mejor de las opciones.
La desinformación y manipulación informativa han dañado profundamente los procesos democráticos y la convivencia cívica en otros países. En Estados Unidos, tras difundirse los resultados preliminares de la elección presidencial de 2020, el entonces presidente Donald Trump acusó un fraude electoral en varios estados. Las cadenas televisivas que transmitían en vivo las declaraciones decidieron suspender la señal, sacaron a Trump del aire y le explicaron a la audiencia que el presidente mentía y que no se habían reportado anomalías en el proceso electoral de ese país.
En 2016 se celebró en Colombia un plebiscito para sellar el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el Ejército del Pueblo (FARC-EP), para darle una salida pacífica a uno de los conflictos armados más duraderos del Siglo XX en la región. Durante la campaña, las redes sociales digitales de los ciudadanos colombianos se atiborraron con información falsa sobre el plebiscito (ver acá también). Se difundió, por ejemplo, que a todos los guerrilleros les pagarían un salario mensual de unos dos millones de pesos colombianos. Esta afirmación falsa incluso la difundió uno de los líderes de la campaña del “No”, el expresidente de Colombia Álvaro Uribe. Según expertos de ese país, las “noticias falsas” quedaron en el inconsciente colectivo y provocaron que las votaciones en Colombia se tiñeran de rabia y se inclinaran por el rechazo al acuerdo de paz. Tal como lo definió Oxford, en este caso la información falsa apeló a la emocionalidad por sobre la razón.
Algo similar ocurrió en Reino Unido cuando el gobierno convocó a su población a un plebiscito en 2016 para definir su permanencia en la Unión Europea. Los grupos a favor del Brexit encendieron las emociones de los británicos, tergiversaron información o, incluso, difundieron mentiras relacionadas con el dinero que desembolsaba la isla como consecuencia de pertenecer a la UE y cómo estas transferencias perjudicarían al Servicio Nacional de Salud del Reino Unido, uno de los orgullos británicos. Finalmente, se impuso la opción a favor de abandonar la UE. En ninguno de estos casos es posible dilucidar a ciencia cierta si quienes apostaron por la desinformación o mala información y las mentiras inclinaron el voto a su favor. Sin embargo, hay consenso en que ese tipo de estrategias afecta la decisión final del votante.
En el caso chileno, el borrador final de nueva Constitución contiene 388 artículos; es decir, 388 oportunidades para informar mañosamente, desinformar o mentir.
Las siempre famélicas condiciones del periodismo chileno y la premiosa adaptación al chequeo de información en tiempos de sobreabundancia componen una ecuación que no es fácil de resolver. El esmero de algunos medios y universidades (como por este ejemplo, este, este o esta) son y serán, en este escenario, insuficientes para cazar a los desinformadores que se propagan exponencialmente; una victoria pírrica para el verificador de datos. Mientras desmiente una, brotan tres más.
El periodismo naufraga en un descampado frente a la propagación de desinformación y sin posibilidad de contenerla del todo, con equipos de prensa disminuidos por las sempiternas precarias condiciones del rubro, bajo un ciclo noticioso de 24/7 y con pocas opciones de confrontar la avalancha de afirmaciones sin asidero e, incluso, desopilante que circula en espacios virtuales y análogos. Frente a la marejada, solo alcanza el tiempo y las cabezas para desmentir aquello a todas luces aborrecible, mientras que el resto se filtra por rendijas difíciles de pesquisar amparadas en el anonimato. Incluso el Servicio Electoral (Servel) ha emprendido la labor de pesquisar y desmentir información falsa o mañosa.
La escena es aún más desalentadora si se le suma que tanto los adherentes a la opción Rechazo como a la del Apruebo han compartido imprecisiones, mala información o confusiones en el proceso constituyente chileno. Para los que apoyan el Apruebo, en teoría, el texto sería respaldo suficiente para defender el proceso así como el resultado, evitando subterfugios y ambigüedades.
Pero la expresidenta de la Convención Elisa Loncon, por ejemplo, afirmó que es imposible modificar la Constitución vigente. Una aseveración indefendible, pues el documento ha incorporado más de 50 reformas desde 1980, cuando entró en vigencia tras ganar el plebiscito que realizó la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet sin padrón electoral ni tribunal calificador.
El medio digital El Desconcierto que, pese al loable aporte que hace a la lucha contra la desinformación con su contador de fake news, erró al negar que el expresidente de Bolivia Evo Morales sostenía en una foto el libro azul del proyecto de nueva Constitución. El medio virtual acusó una manipulación fotográfica y sugirió que en la imagen original se exhibía un libro del escritor mapuche Pedro Cayuqueo. Tras un rápido chequeo de otros periodistas duchos en desinformación, se confirmó que Morales sí recibió una copia del proyecto constitucional. Desmentir la acusación no fue una gran proeza, solo bastó revisar las redes oficiales del exmandatario boliviano. El Desconcierto borró la publicación y pidió perdón. El cazador fue cazado.
El medio nativo digital se precipitó y pecó de emocionalidad, así como le pasó también al vocero de la agrupación Amarillos por Chile, Mario Waissbluth. En una entrevista en el programa televisivo “Tolerancia Cero” fue encarado por difundir el 22 de junio un tuit en el que se acusaba que una empresa no realizaría una inversión millonaria en Chile por la “incertidumbre constitucional”.
—“Esto fue un tuit anterior de otra persona que yo lo tomé y en lugar de retuitearlo, lo escribí yo”, dijo Waissbluth.
—“¿O sea, esto no es cierto?”, contrapreguntó el periodista.
—“Yo creo que no es cierto”, remató el vocero de Amarillos por Chile, agrupación que pregona por la opción “Rechazo”.
Waissbluth reconoció que tomó la información de una cuenta cuya identidad desconocía, pero, de todas formas, la difundió. Hasta fines de junio de 2022, el tuit siguió en su cuenta personal y la captura de pantalla continúa surfeando en redes sociales digitales. Pero, ¿qué importa la verdad en estos tiempos?
Una desinformación «favorita»
Incluso teniendo conciencia de que podemos estar frente a una mentira, la cantidad de información que se desprende de la discusión constitucional, con 388 artículos que requieren una comprensión en algunos casos sofisticada, o los burdos montajes y “antimontajes” (como el de Evo Morales) para desinformar, podría reducir el proceso constitucional chileno a un plebiscito temperamental, en el que las premisas dudosas o falsas dominen sobre el texto.
Desde la pregunta ¿qué es una Constitución?, ¿cómo me afecta?, hasta un entendimiento de los artículos transitorios, todo en este proceso requiere una comprensión y ponderación que cuesta lograr en poco tiempo. La desinformación generada en el Brexit, en el Acuerdo de Paz en Colombia o en la política estadounidense podrían ser ejemplos desactualizados comparados con el ruido informativo del proceso constituyente chileno, con redes sociales digitales en llamas y Tiktok como protagonista, una plataforma de edición de videos en el que el contexto es lo que menos importa, pero se comparte como guaripola de verdad.
En Chile, existe una “desinformación favorita” que se repite con épica en Twitter, pero que no tiene asidero. Cada cierto tiempo se afirma que el periodista Patricio Bañados en dictadura se negó a leer una noticia en el noticiario de Televisión Nacional de Chile (TVN), el megáfono oficialista de Pinochet. Algunos, incluso, le adjudican la siguiente afirmación: “Esta noticia no la puedo leer, es mentira”. Sin embargo, Bañados jamás dijo esto. En agosto de 1980, una semana antes del plebiscito que terminó ratificando la constitución creada sobre botas militares, fusiles y corvos, Bañados modificó el guion de una nota del noticiario de TVN que cubría el masivo acto por el “No” a la Constitución de Pinochet realizado en el Teatro Caupolicán y encabezado por el expresidente Eduardo Frei Montalva. Un mitin conocido posteriormente como “Caupolicanazo”. Durante la lectura de la noticia, Bañados suprimió las frases tendenciosas del contenido original del guion, como “marxistas que divirtieron a los asistentes” o que Frei repitió en el acto “los mismo puntos de vista expuestos por él desde hace décadas y que determinaron su entrega del poder a un régimen marxista leninista”. Bañados se remitió a leer el hecho sin la adjetivación. “Leí una noticia muy elegante”, recuerda el periodista en una entrevista y ahonda en el episodio en su libro Confidencias de un locutor. Tras concluir el noticiario de esa jornada, Bañados fue expulsado del canal. Sin embargo, cada vez que salta una polémica periodística, algún encendido tuitero recuerda la frase de Bañados que nunca dijo, porque ¿qué importa la verdad en redes sociales?