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Un compositor insurrecto

A sus 93 años, Fernando García sigue componiendo con el mismo ímpetu que tenía en los años 60, cuando remeció la escena chilena con una de las primeras obras de música con carga social. En esta entrevista, el académico de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Artes Musicales 2002 recorre una vida marcada por el compromiso político y el exilio. 

Foto: Felipe PoGa

Tras sonar el último compás de América insurrecta, los presentes en el Teatro Astor se enfurecieron. “​¡​Que se vaya a ​C​uba​!​”, vituperaban algunos, mientras otros aplaudían ​con ganas. La obra, presentada por Fernando García Arancibia (1930) en el Octavo Festival de Música Chilena de 1962, y que termina con el coro cantando “la luz vino a pesar de los puñales”, envalentonó a los ​​asistentes. Consideraron que la composición, una pieza de música de tradición escrita —culta, clásica, como desafortunadamente muchos la llaman—, era un llamado a la revolución, por su contenido social y latinoamericanista​.​​ ​​L​os textos de Canto general de Pablo Neruda, que son parte de esta cantata con orquesta, coro y solista, fueron considerados una blasfemia para la música sinfónica. Uno de los más afectados fue Daniel Quiroga, funcionario del Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile que estaba apostado en la puerta del teatro: fue golpeado en medio de la reyerta. Fernando García dice que se sintió como Wagner​. ​​Otros compararon la trifulca ​con el estruendo que provocó el estreno de La consagración de la primavera, de Stravinski, en 1913.  

“Desde el punto de vista de la posición del músico ante la sociedad, la obra responde a lo llamado ‘realismo socialista’, esto es, a una actitud ética frente al arte, de lo que se deduce que hay que ser absolutamente consecuente con la época en que se vive”, explicó García en la prensa tras el estreno de la pieza. 

Los diarios sumaron notas y cartas con diatribas en contra de la Universidad de Chile, organizador del festival​.​ “Faltó que alguien gritara: ¡Viva el partido…!”, escribieron en La Nación. Domingo Santa Cruz, el decano de ese entonces de la Facultad de ​​Ciencias y Artes Musicales, tuvo que salir en defensa de la universidad y del mismo García. “Produjo una reacción muy bienvenida para mí, porque me hice famoso. Una obra de esa naturaleza no tiene ninguna trascendencia para la sociedad, pero se armó una tremenda pelotera”, recuerda García sesenta años después. América insurrecta obtuvo el más alto puntaje en los conciertos sinfónicos del festival de 1962 y es considerada una de las primeras obras de tradición escrita con carga social en Chile.  

Fernando García, compositor, académico y musicólogo, Premio Nacional de Artes Musicales 2002, ríe cuando se acuerda del episodio.

A sus 92 años, el maestro, como ​lo llaman​, sigue​ ​componiendo. En un cuaderno continúa escribiendo obras que hoy ​suman más de ​quinientas. ​Garcí​​a​​ ​mantiene incólume​,​ ​también, ​sus convicciones sociales. “Yo soy un convencido de que el sistema en que vivimos es perfectamente inapropiado para el ser humano y hay que buscar un acomodo”, reflexiona.  

Fernando García en su casa, en 2023. Foto: Felipe PoGa

América insurrecta se la dedicó al Partido Comunista de Chile por sus 40 años de existencia, institución en la que aún ​está registrado​. ​En ​1959​ recibió​ ​su​​ ​​​carnet de militante de las manos de Elías Lafertte, figura señera del PC. “Yo sigo pensando lo mismo y, por consiguiente, sigo pensando que hay que hacer cambios. Uno que se dedica a estos menesteres y que ya está viejito no puede participar mucho en estas cuestiones, incluso en la música. ​E​n este instante​,​ estoy escribiendo un dúo para violín y chelo. ¿​Q​ué hace usted con un violín y un chelo?​,​ ¿​q​ué tiene que ver la revolución social con ellos? Poco o nada. Pero resulta que le pongo un título y cambia la situación”. 

Fernando García vive en un departamento en Santiago Centro que refleja rápidamente al músico que lo habita: tiene instrumentos de viento colgados en las paredes y un teclado descansa en un escritorio. Ahí también se ​advierte ​un busto tallado en madera de Beethoven, que mira hacia una fotografía que de​vela​ su otra faceta: el compromiso político. La imagen muestra a Salvador Allende y Pablo Neruda, quien fue amigo íntimo de su padre, Guillermo García, vecinos en Isla Negra. Fernando conoció al poeta y alimentó una admiración por el premio Nobel. Es recurrente encontrar epígrafes de poemas de Neruda en sus obras. También son frecuentes los versos de Vicente Huidobro y del poeta iquiqueño Andrés Sabella.  

“En América insurrecta me encontré con este título de Pablo Neruda y lo encontré buenísimo. Ni le pregunté a Neruda, le puse el título y felizmente él estuvo de acuerdo después. Tuvo éxito en el sentido de que estremeció al público que estaba en desacuerdo. Encontraron que era totalmente inadecuado que se ​​estuvieran planteando problemas diarios en una obra sinfónica con coro, incluso”, reflexiona. 

García fue parte de una pléyade de compositores que se interesaron por las cuestiones sociales en los años 60, junto a Eduardo Maturana, León Schidlowsky o Roberto Falabella, por nombrar algunos. Una atípica casta de músicos de tradición escrita que incluyeron las luchas sociales en sus obras y vidas. El “artista ciudadano”, como lo llamó el pintor José Balmes.  

¿Por qué se armó un escándalo con América insurrecta? 

—La política estaba totalmente excluida de un concierto sinfónico, maestro.  

¿Usted se siente un compositor insurrecto?  

García se ríe. 

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Fernando García practicó boxeó en su adolescencia. Luego, entró a Medicina, pero desertó rápidamente. “Soné como tarro”, dice. Más tarde, de forma ​​particular, estudió música con Juan Orrego Salas, Carlos Botto​,​​ ​Juan Allende-Blin y Gustavo Becerra, todos maestros ilustres en Chile. También fue parte del coro de la Universidad de Chile y trombonista de la Orquesta Sinfónica de Profesores del Ministerio de Educación. Aprovechó los nacientes estudios de musicología en Chile a comienzos de los sesenta con Vicente Salas Viu y así, poco a poco, entre sus labores con el Partido Comunista y el desarrollo musical​,​ ​se convirtió​ en profesor y director del Departamento de Música de la Facultad de Ciencias y ​​Artes Musicales de la Universidad de Chile, hasta el golpe de Estado de 1973. Además, fue activo pivote del Instituto de Extensión Musical, actual Centro de Extensión Artística y Cultural de la Chile.   

“Yo soy de la música culta y esa cuestión no tiene ninguna presencia en la sociedad chilena —apostilla García—. No tenía ni tiene, y creo que no va a tener, tampoco. Pero había gente como Víctor Jara, que era un ejemplo”. 

Como usted, también. 

—​N​o, yo no. 

En la efervescencia de la Unidad Popular, García recuerda una vez que descargó un cargamento de harina en la Estación Central junto a Víctor Jara, meses antes de que lo asesinaran. “En la República de Chile hubo un proceso de maduración política que terminó con el golpe militar. Había todo un movimiento, con gente como Víctor o varios otros cantantes populares, al cual uno se colgaba y empezaba a participar”.

*** 

Un Hawker Hunter vuela sobre la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile, que está a solo dos cuadras de La Moneda​, en pleno casco histórico de Santiago​. Se siente un estruendo en el ​​edificio universitario. El palacio presidencial está siendo bombardeada por la Fuerza Aérea de Chile. Es 11 de septiembre de 1973. Fernando García​ se entera del levantamiento militar​ a las 8 de la mañana​​ ​en su casa en ​Peñaflor, donde vive junto a su esposa​,​ Hilda Riveros, loada bailarina y coreógrafa.​ Desde allí conducen​ hasta Santiago​, ​estacionan en la sede del Partido Comunista y se desplazan a la Facultad. García, junto a Patricio Bunster, director del Departamento de Ballet, envían a los estudiantes al subterráneo de la escuela. Presumen que los helicópteros que pasan sobre el edificio les están disparando​​, porque los casquillos caen y rompen los vidrios de los pisos superiores. ​Los estudiantes ​permanecen ​en el subterráneo ​hasta que llega el momento fatídico​ ​​d​el arribo de los militares. Con  fusiles allanan la instalación, aunque parecen tener el mismo miedo y nerviosismo de los allanados. Los académicos son registrados en el piso para luego revisar el subterráneo. “​¡¿​Dónde están las armas​?!”, gritan los uniformados. Nadie sabía, porque no había​ tales armas​. Por destino, nadie terminó detenido. 

Fernando García. Foto: Felipe PoGa

Fernando García permaneció dos meses asilado en la Embajada de Honduras, junto a medio centenar de personas, entre ellos Bunster y el actor Nelson Villagra, protagonista de las películas El chacal de Nahueltoro y Tres tristes tigres. Tras recibir la autorización para viajar a Honduras, García ​​y Bunster abandonaron Chile en el mismo avión, pero en una escala en Perú, García decidió quedarse ahí. Bajó a la loza del aeropuerto y desacató el destino que le impusieron. En Perú estuvo hasta 1979, donde realizó importantes aportes a la musicología, un área en la que todavía no se lo reconoce debidamente. Se ​adentró​ en la selva y en otros recovecos del país para escribir el libro Mapa de los instrumentos musicales de uso popular en el Perú (1978). Mientras tanto, en Chile, se proscribía todo lo que sonara a andinidad. Luego viajó junto a Hilda Riveros a Cuba, invitada por Fidel Castro para trabajar con la coreógrafa local Alicia Alonso, de ​reconocimiento mundial. Volvieron a Chile en diciembre de 1989, aún con Pinochet en el poder. García agradece que lo hayan “botado” del país. “Me alegra mucho​. ​​F​ue una suerte porque conocí varios países”. 

*** 

En el exilio, Fernando García compuso varias obras sobre su experiencia que, confiesa, ya no recuerda. “​​Escribo porque tengo ganas de escribir. No sé cómo explicarle. Porque necesito escribir. Pero no cumplo con ningún objetivo”.  

​​Su​ memoria se refresca al parafrasearle los versos de Neruda o Huidobro​ que utilizó en sus obras​. Entre ellas destacan Las raíces de la ira, escrita en Perú en 1976 y dedicada a Víctor Jara. También Evocaciones, compuesta en 1980 en Cuba, considerada la primera obra de flauta sola con contenido social escrita en Chile. Esta pieza incluye el epígrafe “La luz vino a pesar de los puñales”, el mismo texto de Neruda empleado en América insurrecta.  

¿Por qué siguió creando obras en el exilio? 

—Yo me imagino que a todos los ​gallos​ que componen les pasa lo mismo, que se sienten con la obligación de no desligarse de su pasado. ​​Uno es quien es y tiene que seguir siendo quien es​.​ ​A​unque lo manden a Marte.  

¿Cree que con sus obras es posible entender algunos de los contextos en los que vivió? 

—No. Todos los seres humanos pensamos, tenemos posturas. Y yo​,​ ​por alguna razón​,​ soy militante del Partido Comunista, soy militante de un partido político. Eso significa que me interesa lo que ocurre a mi alrededor. Por consiguiente, lo que yo siento y pienso se transmite forzosamente en mi trabajo. Todo lo que usted hace tiene que ver con usted, todo lo que yo hago tiene que ver conmigo y yo hago música porque tengo ganas de escribir música.  

¿La música de tradición escrita puede ser una música comprometida? 

—Sí, en la medida en que el sujeto que la hace es comprometido. Y comprometido con cualquier cosa, no solo con la revolución. La verdad de las cuestiones, es que yo imagino que todos los músicos y los compositores escribimos música no pensando en que se va a tocar, ​​sino porque no tenemos otra cosa que hacer. Porque en la República de Chile nadie puede vivir de la música, eso es imposible. Estoy hablando de la música llamada culta o docta o como sea, de tradición escrita (…) Uno  escribe música igual como ​​el jardinero planta una flor que espera que florezca en algún instante.