Impinturas, serigrafías, offset, de Eugenio Dittborn. En Galería D21
El registro es frágil, breve, algo borroso, pero se puede ver ahí, en la pantalla de un pequeño televisor, en un rincón de la Galería D21: una cámara filma el montaje de una exposición, son obras de Eugenio Dittborn, algunas en el piso, otras ya colgadas en las paredes de la galería; poco más de dos minutos haciendo un paneo, luego corte y algunos segundos de la inauguración. El registro es de noviembre de 1980, en la Galería Sur, cuando se expuso por primera vez Impinturas, serigrafías, offset, de Dittborn, y fue fundamental para reconstruir su montaje ahora en la Galería D21, las mismas obras pero también el mismo orden, que permiten entrar en un momento fundamental de su trabajo: es aquí cuando por primera vez expuso “La Pietá”, pero también se recogen obras que habían sido reproducidas en un libro fundamental como es Del espacio de acá, de Ronald Kay. Son algunas de sus imágenes icónicas, el trabajo con materiales de archivo —revistas, diarios— y cómo a partir de sus intervenciones terminaron convirtiéndose en imágenes propias, únicas: deportistas, delincuentes, personas comunes y corrientes que en sus manos adquieren otra vida, otros significados, “pequeñas criaturas que Dittborn nos ofrece como tesoros que sobreviven en nombre de los que se han ido y los que vendrán, de los que somos igualmente responsables”, como escribe Paz López en su hermoso ensayo Velar la imagen (2021). Nunca deja de ser un lujo poder ver algún trabajo de Dittborn —en la sala 2 de la galería, de hecho, se puede revisar el proyecto de investigación “Eugenio Dittborn. Imágenes encontradas” y en este mismo momento una de sus aeropostales está expuesta en la galería Il Posto—, pero quizá ya sea hora de armar una gran retrospectiva de su trabajo y poder ver en su conjunto una obra tan poderosa como excepcional. Hasta el 29 de noviembre en Galería D21 (Nueva de Lyon 19, Departamento 21, Providencia).
—Diego Zúñiga
Locas excepciones. La vía chilena a la disidencia sexual, de Carl Fischer. Ediciones UAH.
Los chilenos llevamos mucho tiempo contándonos un cuento: que somos la “Suiza de América Latina”, en referencia a la estabilidad política, y el “jaguar” del subcontinente, por la fuerza de la economía local. Estas dos metáforas han servido para defender la supuesta excepcionalidad de Chile en el escenario latinoamericano, un asunto que desde hace años viene estudiando Carl Fischer, académico estadounidense y director del Departamento de Lenguas y Culturas de Fordham University. Pero su trabajo no se trata solo de analizar la retórica del país moderno, eficiente y único, sino de hacerlo desde la esquina de las disidencias sexuales en el Chile contemporáneo. Digámoslo así: Fischer plantea una forma cuir de pensar el excepcionalismo a partir de múltiples manifestaciones que, desde las artes visuales, el cine y la literatura, han cuestionado la narrativa heterosexual sobre la que se construye el relato del Chile ejemplar. En Locas excepciones, el autor recorre los últimos 55 años a través de trabajos de José Donoso, Carlos Leppe, Pedro Lemebel, Carlos Flores, Lorenza Böttner, Constanzx Álvarez, Juan Pablo Sutherland y Alberto Fuguet, entre muchos otros; los que contrasta con los discursos políticos y económicos dominantes en cada una de las décadas abordadas, desde la presidencia de Frei Montalva hasta hoy. Un estudio exhaustivo que da nuevas luces del pasado y presente de las disidencias chilenas.
—Evelyn Erlij
Nury González. Hebra perdida, en el Museo Nacional Bellas Artes
Por estos días se exhibe una retrospectiva de la destacada artista visual Nury González (1960), docente de la Licenciatura en Artes Visuales de la Universidad de Chile y exdirectora del Museo de Arte Popular Americano (MAPA). La muestra da continuidad al proyecto de archivo digital de su obra levantado en 2023, exponiendo una selección de trabajos realizados durante sus 40 años de trayectoria, entre 1980 y 2020. Si bien sus instalaciones y obras bidimensionales encajan dentro de lo que uno podría llamar arte conceptual, el protagonismo de la exposición se lo roban las tradiciones domésticas, las manualidades hogareñas y los tesoros familiares que cobran vida en fotografías, sábanas, agujas, veladores, cortinas, grabados y bordados. Sus obras —acompañadas de textos curatoriales en los que las voces de los historiadores del arte Diego Parra y Macarena Murúa se alternan con testimonios en primera persona de la artista— dan cuenta de desarraigos personales que se entrecruzan hábilmente con conflictos políticos. La sensibilidad entrañable de González llena la sala del Bellas Artes con un tono consagratorio en una oportunidad única para contemplar en extensión las hebras que la han hecho una de las artistas chilenas más importantes de las últimas décadas. Hasta el 2 de marzo en el Museo Nacional de Bellas Artes (José Miguel de la Barra 650, Santiago).
—Gabriel Godoi
Inmaterialismo, de Graham Harman. Editorial Roneo, 2024
¿Qué objetos existen en el mundo social? ¿Cómo conocer su estatus y naturaleza? ¿Son lo mismo un local de Pizza Hut que las palmeras, el asfalto, Batman y la constelación de Escorpio? El interés por los objetos en las ciencias sociales y las humanidades ha sido relevado por métodos y escuelas como la Teoría del Actor-Red y el nuevo materialismo. El filósofo estadounidense Graham Harman —una de las figuras centrales del realismo especulativo, corriente filosófica contemporánea que agrupa a pensadores como Quentin Meillassoux, Ian Hamilton Grant y Ray Brassier— se distancia de estos enfoques para postular su propia teoría social (el inmaterialismo) y propuesta filosófica (la Ontología Orientada-a-Objetos). Un objeto, dice Harman, es una entidad que no puede ser explicada a través de sus componentes, acciones y efectos, métodos reduccionistas que, sin embargo, constituyen las formas básicas de nuestro conocimiento. Para ilustrar esta teoría, el autor analiza un objeto particular: la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, empresa comercial que existió entre 1602 y 1795 y que llegó a convertirse en la más poderosa de Europa. En el camino, busca recuperar cierto esencialismo, cuando la tendencia en el siglo pasado fue más bien “la idea de que las cosas deben ser reemplazadas por acciones, los planteamientos estáticos por procesos dinámicos y los sustantivos por verbos”.
—José Núñez
Mollusca: Poesía de Caracolas, en la Sala Museo Gabriela Mistral de la Casa Central de la U. de Chile
Era el año 1942 cuando Pablo Neruda viajó a Cuba para dar un ciclo de conferencias. Allí conoció al malacólogo Carlos de la Torre, quien lo inició en una de sus principales aficiones como coleccionista. “Miles de pequeñas puertas submarinas se abrieron a mi conocimiento”, escribió el poeta en Confieso que he vivido (1974), su libro de memorias. El naturalista cubano le obsequió una caja llena de caracolas (es decir, conchas que alguna vez pertenecieron a moluscos vivos). En específico, unas Polymita, especie endémica caribeña. “Desde entonces y al azar de mis viajes recorrí los siete mares acechándolas y buscándolas”, dice en el libro. En 1954, al cumplir 50 años, Neruda donó su colección a la Universidad de Chile, que a esa altura sumaba 8.400 caracolas, 5.107 libros, 263 revistas y 155 discos, la cual fue declarada Monumento Histórico Nacional en 2009. Parte del conjunto, perteneciente a la Colección Neruda del Archivo Central Andrés Bello de la U. de Chile, conforma la exposición Mollusca. Poesía de Caracolas. Sumergirse en la colección de Neruda, diseñada por la artista visual Elizabeth Burmann Littin. En ella es posible encontrar especies como el Murex, la Cypraea, la Scalaria y el Spondylus, entre otras —que inspiraron poemas como “Molusca Gongorina”, de Canto general (1950)— y libros de malacología que evidencian su curiosidad científica, en un viaje fascinante por las riquezas del mundo natural. Abierta hasta fines de 2025 en la Sala Museo Gabriela Mistral (en la Casa Central de la U. de Chile, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 1058, Santiago).
—Palabra Pública
Tardes de soledad (2024), de Albert Serra, en Fidocs
“Esta es la mejor película de tauromaquia que se hará nunca”, dijo hace poco el cineasta catalán Albert Serra, con esa hermosa desfachatez que lo caracteriza y que le ha valido que impriman sus frases en poleras (dos ejemplos: “No me quiero dar importancia pero quiero pasar a la historia” o “Soy la madre Teresa de Calcuta del cine español, mucho dar y poco recibir”). Hay que admitir que tiene razón: Tardes de soledad, su última película —y que Fidocs estrena en Chile este 19 de noviembre—, es probablemente el acercamiento más increíble a este deporte sangriento y arcaico que aún se practica, a pesar de las luchas que han dado los defensores de los animales. Serra se dedicó durante tres años a filmar al torero peruano Andrés Roca Rey, estrella mundial de la disciplina, pero más que un perfil, el documental es un retrato de la vida y la muerte encarnadas en un ritual extraño y brutal en vías de extinción. La cámara sigue a Roca Rey en todo momento —cuando se viste, cuando se sube al minibús después de una corrida, cuando torea—, y solo lo abandona para mostrar a la contraparte: un toro enfurecido o agónico. La película es dura de ver: no condena ni defiende la tauromaquia, sino que obliga al espectador —después de angustiarlo y hacerlo sufrir— a tomar posición. Función única el 19 de noviembre a las 20.30 en la Cineteca Nacional en el marco de Fidocs.
—Evelyn Erlij