Pese a verse como “hija del vacío, bastarda, odiada por padre y madre, rodando como una piedra que ha juntado su moho» (Dame tu sucio amor, 1994), la poeta, guionista y profesora —fallecida en julio a los 56 años— fue distinguida con premios a muy temprana edad. “Malú persiste más acá de la muerte, a contracorriente, en su escritura náufraga”, escribe Kemy Oyarzún, académica de la Universidad de Chile y presidenta de la Fundación Neruda, donde Urriola tuvo un papel fundamental en la formación de nuevas generaciones de escritores1.
«No hay sitio en la tierra ni el mar, para gentes como nosotros»
Por Kemy Oyarzún | Foto: Fundación Neruda
—Malú Urriola, Bracea, 2007.
Ha muerto Malú Urriola este 21 de julio de 2023. Hasta hace un par de días, tenía sobre mi escritorio El cuaderno de las cosas inútiles, uno de sus últimos poemarios, que inscribe el habitar de la pandemia, con sus calles abandonadas, comercios cerrados y teatros vacíos. Su poesía interpela primordialmente la escucha de ritualidades y ritmos, sonidos comunitarios hoy desavenidos con los aislamientos del extractivismo neoliberal, sobre todo a partir del covid-19. Ha muerto Malú, poeta y guionista, lectora y docente; la Malú de lentas lecturas poéticas compartidas. Su poesía no fue nunca libresca —desafiante, ella. Aunque resuene ochentera, tampoco calzó límpidamente en generación literaria alguna—transfronteriza que fue. Sororidad y sonoridad en sesiones de escucha; así la recuerdo en lecturas compartidas. Y no por obra de un “encantamiento”, que ella sí ejercía, sino porque su lectura nos pone áspera y lúcidamente en contacto con los silenciamientos posdictatoriales. Me interpelan sus emplazamientos a las camufladas aporías, aquellas transmitidas como “verdaderas”. Porque, nos dice, “una cosa es la literatura y otra la burda reality” (Hija de perra, 1998). Por ello vuelvo a recorrer ese verso suyo: “el naipe dice que moriré pronto, como una anciana recorrida por la ausencia del deseo… esta noche acabará mi agonía, me he intoxicado de mentiras” (Piedras rodantes, 1988).
Sus palabras se vierten en un hoy partido, en instantes a veces inconexos, memorias de habla coloquial, diálogos y monólogos de daga en respiro anhelante y paladeo. Inventa personajes desde el interior verbal. Los habita y se desquicia. Pero sobre todo habla, se escabulle y parpadea en lengua de otredades, ensimismada. ¿Qué queda del “yoísmo” poético entonces? Se halla pulverizado, dinamizado, nos dirá. E insiste: “no un yo”, “Hey, Rimbaud, / Yo no es otro, son miles”. Entonces apela a ritualidades encarnadas, rítmicas y arrítmicas: blues, punk rock, en “Janis Joplin cantaba bye, bye baby” (Hija de perra, 1998). Son sonoridades de estos tiempos, tempos y ritmos: “Hay que asumir, pendeja / que estás sola / que te bailas un rock para quitarte las ganas –tú sabes de qué– / porque de tanto perraje patriarcal trompeteado / estás hasta la tusa”. (“Gatos”, Piedras rodantes).
Claro. Trae en su rodar trayectos de “feminismos aperrados”, autónomos, indóciles, aún hoy minimizados en nuestro país, a pesar de mayo de 2018 y octubre de 2019. Son acordes trascordados de mujeres poetas y escrituras ásperas, como aquellas de Marta Brunet y Carmen Berenguer, de Diamela Eltit y Eugenia Brito.
Malú muere a corta edad, a escasos 56 años. Muere cuando conmemoramos los 50 años del golpe civil y militar. Vivió la dictadura muy joven y sufrió incómodamente la posdictadura. Escribió Piedra rodante en 1984, durante “uno de los años más duros de la dictadura” (documental No hay estrellas). Imposible leerla ni escucharla sin los bordes del inxilio ni las irreverencias ochenteras que la interpelan. Afortunadamente, nos deja ese habitar los bordes, los entres, las miradas ácidas. Me queda esa voz que resiste y paladea a partir de materias, cuerpos y “tripas”, en algún “grillo cojo” o “mariposa manca”, en carnes de instantes. Sobre todo, la suya es poesía situada, sensorial, ávida, “veloz, extraordinariamente animal” (Nada, 2003).
Lo sabe y lo dice: “Vida y poesía para mí son una sola”. Sobrepuebla sus instantes: existenciales, heterogéneos e incómodos, despedazados, agrietados, comunes y corrientes, ciegos y lúcidos a la vez. Me quedo con su cualidad no binaria aquí, donde rehúsa entrar al juego antropocéntrico colonial. No más binarismos: civilización o barbarie, alma o cuerpo, naturaleza o cultura, hombre o mujer, animal o humano. La poesía es para ella “un animal prehistórico que viene a encabritar esta insensata alma trizando en cientos las estrellas… que aún resplandecen en el estómago de la noche”. (2003). Las trizaduras de nuestra historia permean aquí esa nación pulverizada que hemos heredado desde el golpe civil y militar hace 50 años. Más que oposiciones cómodas, Malú recurre a inclusiones de doble negación: ni esto ni aquello, “ni me encasilles ni me encasillo”; no la doblegaron ni sus propios versos, “ni las paredes del saber”, “ni escribí lo que no quise, ni me apoltroné en la comodidad del temor, ni me frenó la mudez, […] ni gané ni perdí nada que pueda llevarme a la tumba” (“El instante”, 2012).
Con las justicias postergadas en estos 50 años es implacable: el olvido que habitamos es “nebulosa mancha de la muerte”, una “ramera del tirano que canta sobre las vísceras de la tierra” (2003). Me queda Malú en esa obstinada capacidad de sobrellevar la trágica memoria de los sueños rotos, la violencia, el terror. Imperecedera su visión de Chile en “soledad del continente” (1994), aquí donde yacen desaparecidas voces y cuerpos por desencavar, “imágenes convulsas” que arden por nombrarse. Malú persiste más acá de la muerte, a contracorriente, en su escritura náufraga. Resiste porque “en el fondo de ese mismo mar / están los cuerpos de los que soñaron con cosas azules”. Y nos lega, obstinada, un sueño de justicia y dignidad, en “azul y espera”.
1 Malú Urriola recibió, entre otras distinciones, una mención honrosa en el Premio Municipal de Literatura de Santiago (1995), Premio Municipal de Literatura de Santiago (2004), Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2004), Premio Pablo Neruda (2006). Fue profesora del Taller de la Fundación Pablo Neruda para jóvenes poetas y académica de Licenciatura en Lengua y Literatura de la Academia de Humanismo Cristiano. Su obra incluye: Dame tu sucio amor (1994), Piedras rodantes (1988), Hija de perra (1998), Nada (2003), Bracea (2007), Cuaderno de las cosas inútiles (2022).