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Paulo Slachevsky: “No dejaremos de ser un país extractivista si no potenciamos nuestras capacidades creativas”

El fundador de la Asociación de Editores de Chile y codirector de LOM Ediciones está esperanzado. Al regreso de las ferias literarias presenciales tras la fase más crítica de la pandemia, se suma el inicio de un nuevo ciclo político que, a su juicio, tiene una responsabilidad urgente: hacer que la cultura y sobre todo el libro y la lectura sean la columna vertebral de la vida democrática.

Por Jennifer Abate C.

Paulo Slachevsky conoce como pocos la realidad del libro y la lectura en Chile, que en los últimos años ha enfrentado, como todo el ecosistema cultural, grandes desafíos asociados a las restricciones impuestas por el covid-19. Sin embargo, el periodista, editor, fotógrafo e integrante del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile ve luces de esperanza con el regreso de las ferias y festivales presenciales. En los últimos meses, a las tradicionales Primavera del Libro y Furia del Libro, se sumó el primer Festival Internacional del Libro y la Lectura de Ñuñoa. Y eso solo en Santiago, sin contar otras iniciativas que se multiplican en regiones. “Anima, anima después de tanto tiempo encerrados, de vernos a través de las pantallas. Ese contacto humano hace una gran diferencia, y esperamos que pueda mantenerse ese espacio constante de encuentro, porque las ferias, como las buenas librerías, son espacios para encontrar aquello que no esperabas”, dice quien también es, junto a Silvia Aguilera, director de LOM Ediciones, una de las editoriales independientes fundamentales en Chile.

Pero en un país como el nuestro, los desafíos siguen siendo enormes y acuciantes. A su juicio, falta poner la cultura y sobre todo el libro en el centro de la vida democrática, pues es la única alternativa que puede promover el desarrollo de todos y todas, algo que, desde su perspectiva, debería ser una prioridad para el nuevo gobierno. 

¿Qué dirías que pasó con el consumo de libros durante la pandemia? Por una parte las editoriales independientes diversificaron sus formas de venta y llegada al público, pero por otra parte cerraron las bibliotecas públicas. 

—Fue una situación compleja, aunque menos compleja de lo que imaginamos al inicio de la pandemia, cuando se pensó lo peor, pues por suerte hubo ciertas formas de mantener vivo el contacto con los lectores, esencialmente a través de la venta virtual, y eso fue muy importante, porque permitió resistir ese periodo de largas cuarentenas de una mejor manera que otros sectores de la cultura como la música, el teatro, el circo. Evidentemente ha habido impactos como el cierre de bibliotecas, sobre todo para muchos jóvenes que estaban haciendo investigaciones, y se bloqueó el acceso a las obras. Entonces esta reapertura de librerías, de las bibliotecas, de las ferias, de estos espacios de encuentro es fundamental, porque una real democratización del libro exige estas vías diversas. Hay que estar conscientes de que el espacio virtual aceleró su presencia en el mundo del libro y probablemente no va a retroceder, pero hay que lograr que complemente, no que reemplace al espacio físico, porque es una experiencia diferente. El libro digital no reemplaza la riqueza de la lectura propia del papel, porque en ese formato no existe la concentración que se da con la lectura en papel. 

Mencionas que el libro de papel no ha muerto, como se ha anunciado por décadas. ¿Por qué no muere? ¿Por qué la gente sigue prefiriendo esa experiencia?

—En el caso de LOM, y lo hemos hablado con muchas otras editoriales, lo que creció mucho durante este período fue la venta del libro de papel vía digital. Cuando apareció el libro digital surgieron estos discursos de que el libro de papel se terminaba. En Estados Unidos aumentó mucho la venta en formato digital, pero en otras partes del mundo, en países europeos, en América Latina, se mantuvo de una forma relativamente marginal. Hay varios factores, como la experiencia de la lectura y de poder estar concentrado en un texto: en lo digital uno está conectado con cien cosas, y al final lo que las aplicaciones digitales quieren es que uno esté marcando “me gusta” a cada rato. Es decir, lo que hacen es que uno esté desconcentrado, y la buena lectura requiere concentración. La literatura es una posibilidad extraordinaria de entrar en el otro, conocer al otro, compartir con el otro, y eso requiere un tiempo, una pausa. 

También hay un problema político mucho más importante y de largo plazo cuando se compara la lectura en papel versus la lectura en soporte digital: es lo que se llama el capitalismo del control. Lo digital es un control total de todo. ¿Qué leemos, qué nos gusta, qué compramos, dónde vamos? Es un poco terrorífico, es la construcción de una sociedad distópica y hay que tener mucho cuidado y atención con el plano digital. Se habla de la democracia con acceso a todo, pero ¿quién financia lo digital? La publicidad que financia la producción cultural genera un mayor dominio de la lógica comercial por sobre el dominio de la lógica cultural. 

¿En qué situación dirías que se encuentran las y los editores tras casi dos años de convulsión en la producción y venta de libros, primero por el estallido social y luego por la pandemia?

—El mundo de la cultura en general se encuentra en un momento bastante complejo y hubo una situación bien tensa con el Ministerio de las Culturas por falta de un mayor apoyo, de medidas concretas hacia el mundo de la cultura. En el sector del libro la pandemia golpeó mucho, pero menos que en otros sectores que se vieron totalmente inmovilizados. El mundo del libro tiene un plus, y es que ha habido en el tiempo mucha organización del sector. Por ejemplo, la Asociación de Editores de Chile fue la impulsora de la Política Nacional del Libro y la Lectura que se aprobó en el primer gobierno de Michelle Bachelet y se implementó en el segundo. Se construyó e implementó de manera participativa, aunque no se cumplió para nada todo lo que se anhelaba. Se buscaba potenciar todo el ecosistema del libro y romper con el dominio colonial que tenemos tanto ahí como en la cultura en general, donde se valora la producción que viene de los países del norte y se marginaliza la producción local, inhibiendo que abramos un círculo virtuoso para nuestra producción intelectual. 

Los desafíos para el nuevo gobierno 

A principios de octubre, el Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile, una instancia que también integra la Cámara Chilena del Libro y la Asociación de Editores de Chile, lanzó una campaña que interpelaba a la candidata y los candidatos presidenciales. “¿Qué piensa usted cuando considera a la cultura como un aspecto esencial en la construcción de ciudadanos críticos y participativos? ¿Qué opina en temas como el IVA al libro o llegar al 1% del PIB destinado a la cultura? ¿Cómo piensa fortalecer el ecosistema del libro considerando el gasto y las políticas públicas? ¿Cómo se proyecta en su programa el derecho cultural y la participación ciudadana a la cultura, específicamente en el ámbito del libro y la lectura?”. Esas fueron algunas de las preguntas que esta iniciativa lanzó a quienes disputaban el sillón presidencial en la primera vuelta. 

¿Cuáles son, a tu juicio, los puntos cruciales que debería considerar un plan presidencial que pretenda poner a la cultura en el centro de las decisiones?

—Desde el Observatorio del Libro y la Lectura nos parecía muy importante poner a la cultura en un lugar más central en los desafíos futuros de Chile. Lamentablemente el tema cultural siempre ha sido de segundo o tercer orden en los debates y en las políticas públicas, y ahí creemos que se comete un gran error, porque no vamos a poder romper, por ejemplo, nuestra producción primaria a nivel económico y dejar de ser un país extractivista si no potenciamos nuestras capacidades creativas. No vamos a poder mejorar la calidad de la educación realmente si no hay un cambio en los niveles de comprensión lectora. Si queremos tener una democracia participativa que no se resuma en marcar el voto una vez cada cierto tiempo, si queremos tener una democracia mucho más densa, los temas de la comprensión lectora y del desarrollo de nuestras capacidades culturales están al centro. Les escribimos a los candidatos y a la candidata una carta donde planteamos una serie de medidas particulares en torno al libro y la lectura, pero también medidas para pensar la cultura de manera diferente, es decir, levantar una acción pública de carácter cultural que favorezca una acción mancomunada por sobre la lógica de competencia que ha dominado en los fondos concursables como política pública durante la posdictadura, una acción que realmente potencie una democratización cultural.

¿Qué se debe hacer para conseguir lo que planteas?

—Se debe avanzar en una acción pública que enfrente la concentración. El mundo de la cultura, como lo plantea muy bien el sociólogo francés Pierre Bourdieu, vive de forma permanente en esta tensión de la lógica comercial y cultural, y lamentablemente ha dominado el neoliberalismo, la lógica comercial, y vemos cómo multinacionales en el libro, la música y el cine controlan la industria, y al final todo lo que se hace ahí es un negocio. No es que sean puras cosas malas, grandes obras salen de ahí, pero las tienen en ese espacio cuando es negocio. La cultura, para que circule y la gente pueda acceder a ella, para que pueda alimentar nuevas creaciones, no puede reducirse a que sea vendible o no vendible, negocio o no negocio. Todo se pone dentro de la lógica del negocio y se pierde la capacidad transformadora de la producción cultural. La lógica del negocio empieza a cambiar el fondo y en ese sentido los medios inciden sobre los fines, y eso es un tema peligroso. 

¿Qué esperarías ver materializado en el programa cultural del nuevo gobierno?

—Una acción cultural que enfrente la concentración, que potencie que los países del sur tengamos nuestra propia producción y que sea diversa. Es fundamental que las políticas públicas generen equilibrio, y un gran ejemplo son las cuotas de pantalla para el cine, la música o la participación en las compras públicas, como se planteó en la anterior Política del Libro. Que haya presencia local y que no domine la presencia de afuera. Hay una serie de medidas que se le planteó a los candidatos. Una es que se comprometan con la Política Nacional del Libro, otra es que tengamos un IVA diferenciado, una demanda permanente que no solo tiene un impacto económico, sino también simbólico: no es lo mismo un libro que un auto. Como decían las huelguistas a principios del siglo XX en Estados Unidos: “queremos pan, pero también rosas”, y la cultura expresa eso, ese espacio de las rosas. El Estado tiene que potenciar ese espacio y tratarlo de manera diferente a cualquier producto de consumo. Entre otras medidas está el tema de impulsar las prácticas lectoras de manera transversal en los más diversos espacios: en las bibliotecas públicas, en los lugares de trabajo, en los colegios. Eso no puede hacerse desde la obligación de la lectura, de los planes, sino desde la idea de ir descubriendo, desarrollando nuestras sensibilidades. Para eso hay que hacer un camino, y ese camino tiene que apoyarlo el sector público.