Por Rocío Gómez
“Soy de origen catalán y de vida chilena, entonces tengo dos tierras”, dijo Roser Bru en una entrevista de la serie Maestros del Arte Chileno. La artista catalana-chilena nació en Barcelona, se exilió con su familia en París, luego volvió a España y durante la guerra civil española migró a América Latina poco antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial.
Era 1939 cuando zarpó el Winnipeg, el famoso barco que transportó a refugiados españoles desde Francia y que recalaría dos meses después en el puerto de Valparaíso. A bordo de la nave, nadie sabía muy bien cómo sería la tierra de destino. “Algunos decían que llueve, otros decían ‘hace sol’, pero, claro, llueve y hace sol, si es una tira tan larga”, afirmó Bru en una entrevista archivada por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, donde contó que lo único que traía consigo era un libro sobre impresionismo.
Instalada en Chile, pintaría desde cajas de chocolate, botones y vajilla, hasta cuadros, textiles y una gran cantidad de pinturas, que en 2007 llenarían el segundo piso del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile para celebrar el aniversario número 60 de la institución. Su obra le valió más de una decena de distinciones en Chile y el mundo, entre ellas, el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2015.
Desde pequeña sabía a qué quería dedicar su vida. En el colegio, en España, practicaba acuarela, y el mismo año de su llegada a Chile ingresó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Allí, fue discípula de Israel Roa y Pablo Burchard, y cursó dibujo, pintura y mural hasta 1942. Como estudiante, participó en el Grupo de Estudiantes Plásticos junto a otros artistas de la generación del 50 y más tarde formó parte del Taller 99 de Nemesio Antúnez.
Comenzó con el dibujo y la pintura, pero también trabajó el grabado y experimentó con diversos medios de soporte para sus obras. Recorrió varios estilos, técnicas y materialidades. Se mantuvo fiel a su creatividad, sintiendo y oyendo “las voces de los materiales”, según contó en una entrevista. “En general, todo viene por el pensamiento, por la cabeza —afirmó—. Me imagino una cosa, y a veces no hago ni un croquis ni nada, sino que ataco el dibujo. O, cuando hago grabado, la plancha y también las obras mismas te dan ideas”.
El estilo de la artista se caracteriza por la incorporación de símbolos, tachaduras y a veces imágenes reconocibles como las meninas de Velásquez, Frida Kahlo o Gabriela Mistral. Entre sus temáticas estuvieron la memoria, la muerte, la guerra y los lazos entre el presente y el pasado. En sus obras, a menudo aparecían referencias a elementos cotidianos o figuras humanas, en especial el cuerpo de la mujer. “El cuerpo grávido, expandido, duplicado, parece ser una imagen permanente que atraviesa toda la obra de Roser Bru”, escribe Diamela Eltit. El trabajo de Bru también da cuenta de su posición política: participó con una obra en la campaña de Allende, donó textiles a la UNCTAD y durante la dictadura comenzó a incluir fotografías, palabras, números y documentos para hablar de los detenidos desaparecidos durante esa época.
“Vivir es cierto, morir también”, apuntó alguna vez en una de las notas que solía escribir. Entre gubias, pinceles y el olor de los acrílicos, la artista falleció en 2021 a los 98 años en Chile.