La reedición de Por él (1934), de Inés Echeverría, no solo constituye el rescate de un libro olvidado debido a la discriminación genérica. También es un testimonio de la agresividad masculina que ha perdurado hasta el presente, escribe la crítica Lucía Guerra. Un texto que instaura un discurso “de maternidad ultrajada” que hasta entonces había sido una página en blanco en nuestra literatura. La publicación cuenta con un prólogo de la escritora Alia Trabucco, y es parte de la serie Biblioteca Recobrada de la Universidad Alberto Hurtado, una iniciativa que modificará la historia canónica de la literatura chilena.
Por Lucía Guerra | Fotografía principal: Memoria Chilena
Según la Biblia, después del pecado original, Jehová castigó a Eva diciendo: “Con dolor parirás los hijos y estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará” (Génesis III, 16). Este dominio masculino implicó no solo la sumisión y obediencia de las mujeres sino también el derecho de los hombres a golpear a sus esposas, como se especifica en una ley medieval en la cual se dice que ellos pueden darles golpes en caso que ellas desobedeciesen o usasen lenguaje desenfadado. Esta práctica de poder se extiende hasta nuestros días y era corriente, sobre todo en los estratos más adinerados, que la violencia de género se mantuviera como “secreto de familia” para proteger las buenas apariencias.
Este fue el caso de Rebeca Larraín Echeverría, que se esforzó por mantener en secreto los malos tratos de su marido, Roberto Barceló Lira, quien el 30 de junio de 1933 la mató disparándole un tiro en la espalda. Ante la justicia alegó que la bala se había disparado por accidente y, dados los antecedentes de casos similares que habían involucrado a hombres de la aristocracia oligárquica en Chile, estaba seguro de que sería absuelto de todo castigo. En 1905, Eduardo Undurraga, en juicio por la muerte de su esposa Teresa Zañartu, alegó desequilibrio mental y fue enviado al manicomio, desde donde probablemente, por su poder financiero, logró escapar. En 1914, Gustavo Toro Concha degolló a su cónyuge Zulema Morandé Franzoy y en el juicio, quince médicos (tal vez pagados) confirmaron la declaración de Toro Concha con respecto a la locura insoportable de su esposa. Gracias a este argumento, no recibió condena alguna. Por otra parte, en 1921, Marcial Espínola mató a Mercedes García Huidobro al encontrarla en la vivienda de uno de sus peones y siguiendo la ley que hasta la década de los setenta en Latinoamérica establecía que un hombre podía matar a su esposa sin recibir castigo si la encontraba con un amante, Espínola fue absuelto debido al presunto adulterio de su esposa.
Roberto Barceló jamás imaginó que su suegra, la escritora Inés Echeverría (1868–1949), publicaría varios artículos en los periódicos clamando por justicia, utilizaría la ayuda de sus contactos influyentes y escribiría el libro Por él, que apareció en las librerías en 1934. Gracias a su actividad justiciera, Barceló recibió la pena de muerte y al solicitar indulto al presidente Arturo Alessandri, amigo de Inés Echeverría, éste negó el perdón el 26 de noviembre de 1936 y, unas horas después, el reo fue fusilado.
En una valiosa labor que sin duda modificará la historia canónica de la literatura chilena, la editorial de la Universidad Alberto Hurtado ha iniciado su serie Biblioteca Recobrada, en la cual se publican libros de escritoras chilenas que en el pasado no recibieron una justa valoración de la crítica, que en esos años era practicada únicamente por eminencias masculinas plagadas de prejuicios sexistas en contra de “la escritura femenina”, catalogada como intentos fallidos sin mucho valor estético.
Esta nueva edición de Por él no solo constituye el rescate de un libro injustamente olvidado debido a la discriminación genérica, sino que también entrega un testimonio de la agresividad masculina que ha perdurado hasta el presente, como se hace evidente en la actual tasa de femicidios y denuncias por violencia intrafamiliar.
Inspirada por lo que habría hecho su esposo ya muerto, es decir, por él, Inés Echeverría asume la agencia en la esfera pública de un sujeto activo en una época en la cual las mujeres chilenas estaban sometidas al espacio privado y ni siquiera habían logrado el derecho a voto. La autora califica Por él como un testimonio que amplía sus declaraciones ante la corte judicial y, a la vez, añade un análisis e interpretación de los hechos a partir, nos dice, de una mujer que siente e intuye desde los márgenes de la racionalidad masculina (“A ustedes, hombres, voy a hablar como mujer, en mi propia lengua —idioma casi inédito— ya que la sociedad, la ley, el hombre mismo nos ha reducido a silencio”.) Su escritura, aparte de legitimar la palabra de mujer, aspira también a modificar la desigualdad social frente a la justicia (“Yo estoy luchando por la justicia porque no la habrá mientras condenen a los pobres que no tienen cómo defenderse y no condenen a los ricos”.)
Sin embargo, Inés Echeverría traspasa las fronteras del género testimonial en una interesante elaboración literaria que reconstruye el ícono religioso de la Mater Dolorosa en el imaginario patriarcal. Esta figura pasiva y sumida en el dolor es suplantada por la madre que lucha contra la injusticia y analiza, desde una perspectiva sicológica junto con sentencias bíblicas, la psiquis y los motivos conscientes e inconscientes del asesino, además de sus gestos y declaraciones contradictorias durante el juicio. Roberto Barceló se convierte, así, en un personaje literario de doble faz y aficionado tanto al dinero como al fraude y la mentira. Bajo la máscara de la simulación social que lo hace aparentar ser un perfecto caballero, se oculta la codicia y la crueldad.
En Por él, la silenciosa figura de la madre doliente creada a partir de la imaginación masculina adquiere una voz que denuncia en tono iracundo y que describe intensas vivencias ante la muerte de su hija. En el momento en el cual retira la sábana blanca que cubre el cadáver tirado en el suelo, ella, sobrecogida, la ve muerta con su mandíbula desencajada y sus pupilas dilatadas, en un espectáculo macabro que lo será aún más cuando reciba su cuerpo después de realizada la autopsia, que ha convertido su rostro en una masa informe en la cual un lado de la boca, ya sin labios, se abre mostrando los dientes en un gesto de náusea y mueca monstruosa. Echeverría instaura, así, un discurso del “dolor de entraña herida, de maternidad ultrajada” que hasta entonces había sido una página en blanco en nuestra literatura.
Es más, en un rescate a través de la escritura, la autora narra a su hija como una mujer que desde la infancia fue guiada por las virtudes trascendentales del Espíritu. Y en este sentido, ella deviene en símbolo de la noción espiritualista por la que abogaban Echeverría y otras escritoras chilenas de la época, en un intento por establecer un rasgo de la especificidad “femenina” fuera de toda caracterología genérica creada por el poder patriarcal. Especificidad espiritual en una insubordinación implícita y también compensatoria del lugar subalterno asignado a la mujer.
Desde una posición híbrida que mezcla la teosofía, el espiritualismo y el dogma católico, más las lecturas de Freud, Emerson y Bergson, la autora, como típica autodidacta, ignora los compartimentos académicos. Por lo tanto Rebeca, además de ser modelo del espiritualismo femenino, es también una mártir cristiana. En el momento de ser asesinada vive el más allá del Espíritu, y en su cuerpo se conservan los estigmas del martirio mientras su “espíritu de luz, se alza victorioso sobre el macho potente y ciego”.
Para el yo testimonial y autobiográfico que utiliza la escritura como arma pública para denunciar el maltrato masculino sellado por el silencio, la muerte de su hija engendra una evolución significativa en el ámbito de la maternidad misma, como lazo solidario entre mujeres. A través de su hija sacrificada, Echeverría se siente unida a todas las madres, a las mujeres chilenas oprimidas que sufren en silencio, a las que son golpeadas e incluso abandonadas o asesinadas por el marido. Solidaridad que implica la cancelación de las diferencias sociales en una comunidad muy distinta a la nación.
Por él es, sin duda, un texto de mucho valor. En la esfera testimonial, nos introduce al cerrado círculo aristocrático de la primera mitad del siglo XX en Chile, denunciando las injustas desigualdades tanto genéricas como socio-económicas. Simultáneamente, a través de recursos literarios eficaces, da voz a una perspectiva de mujer que, apropiándose de una agencia histórica en aquella época exclusiva de los hombres, inscribe vivencias y nociones silenciadas por la hegemonía patriarcal.