Filosofía en emergencia: sólo un punto de partida

Desde que se produjera la expansión del virus Covid-19 a nivel planetario, las reflexiones filosóficas en torno a sus alcances sociales y políticos no tardaron en llegar. Pensadores como el esloveno Slavoj Žižek, el coreano Byung-Chul Han o la estadounidense Judith Butler han dado ya sus primeras impresiones acerca de la pandemia. Sin embargo, la Doctora en Filosofía Política de la U. de Chile, María José López, insta a mirar con cautela estas deliberaciones.

Por María José López Merino

El asombro por lo ocurrido con esta crisis sanitaria mundial ha sido casi tan enorme como el universo de reflexiones y tesis acerca de su significado, causas, consecuencias. Reflexiones que han poblado los diarios y los medios digitales, que, sumadas a un tiempo nacido del encierro en el que hemos tenido días para leer estas ideas, han amplificado su efecto. Pienso, modestamente, que antes de las tesis y los diagnósticos un poco acalorados que declaran desde la muerte de la China comunista hasta la muerte del capitalismo o la llegada de un nuevo holocausto del siglo XXI, es necesario recordar eso que decía Hannah Arendt: la compresión previa, que busca domesticar el acontecimiento histórico nuevo, no es nunca toda la comprensión, sino sólo el punto de partida.

La académica y doctora en Filosofía Política, María José López. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

En el caso de los filósofos y pensadores de la cultura, hay esfuerzos disímiles que vale la pena mirar. Algunos de ellos se reúnen en Sopa de Wuhan (2020), compilación en la que encuentran lugar algunas impresiones, de distinta densidad y alcance, de autores como Slavoj Žižek, Byung Chul-Han,  Judith Butler y David Harvey, entre otros.

Me impresiona el libro por la prontitud de las tesis, la seguridad de los diagnósticos, la radicalidad de las lecturas y conclusiones que sacan. No me siento muy cercana a esta filosofía comentarista inmediata de la actualidad. Cuando la filosofía observa de reojo, con una mirada más lenta que le da cierta desactualidad, encuentra su mayor realismo. 

En esta premura del diagnóstico, el artículo más impresionante es el de Giorgio Agamben, bastante comentado por lo demás, en el que pone en duda la existencia de una real epidemia de proporciones anormales en Italia, y propone la tesis de que para los gobiernos mundiales, “habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas (las restricciones a la libertad y las formas de control) más allá de todos los límites”. Este parece un ejemplo paradigmático de lo que Arendt llamó alguna vez el exceso de teoría, que está en la base de cualquier ideología. Allí donde la realidad no coincide con el marco de ideas previas con las que se la quiere leer –en este caso, “biopolítica”–, es la realidad la que se modifica o se relee para hacerla coincidir, incluso al precio de falsearla.

Otro lugar común que confunde, que viene más bien de la política que de la filosofía, es la metáfora de la guerra. Como dijo Humberto Maturana (La Tercera, 10, 4, 2020) hace pocos días, aquí no hay ninguna guerra contra un virus, porque el virus no es un enemigo ni una entidad inteligente que combatir, de hecho, hay dudas de que esté vivo. Más bien hay un acontecimiento que no pudimos prever y que nos revela una forma de vida y de organización social que sin duda nos pone en peligro.

El filósofo Slajov Žižek afirmó que el Coronavirus es un ataque mortal al capitalismo.

Otra forma de apresuramiento distinta es la que asume Žižek, el filósofo esloveno. Con una grandilocuencia que no es nueva en él, afirma que el Coronavirus es algo así como el ataque mortal al sistema capitalista. Ya nos gustaría a muchos que un virus pudiera hacer algo así. Lo que más bien ha mostrado esta pandemia es la crudeza de un sistema de libre mercado radical, en el que producto de la especulación suben los precios, se despiden masivamente a trabajadores sin respeto por sus derechos laborales, los insumos de salud se vuelven un nuevo campo de ganancias para quienes aprovechan la oportunidad y la salud privada sigue abrazando un negocio lucrativo mientras la salud pública, con enormes dificultades e inequidades, asume gran parte del peso de esta crisis. Llama luego Žižek, con su acostumbrado entusiasmo, a un nuevo comunismo global que reordene el campo de la economía. 

El problema es que nuestras legítimas aspiraciones de transformación emancipadora pueden impedir que veamos la realidad sobre todo, que olvidemos algo que Chul Han advierte a mi juicio con mucho tino en el artículo que incluye en el mismo libro: “El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución”. Es más, aclara, ojalá luego del virus venga la revolución humana, una que tenemos que hacer nosotros. 

Está claro que la pandemia hace reflotar idearios políticos y morales que en las últimas décadas se han visto fuertemente cuestionados por el avance de un capitalismo neoliberal sin contrapeso, especialmente en nuestro país. En este sentido, ideas como la necesidad de una salud pública, de un Estado fuerte, de unas regulaciones globales a los intereses privados, vuelven a adquirir una vigencia normativa importante. En esta misma línea, se pregunta el artículo de Butler:

El coreano Byung-Chul Han aseguró que ningún virus era capaz de hacer una revolución.

“¿Imagina que la mayoría de la gente piensa que es el mercado el que debería decidir cómo se desarrolla y distribuye la vacuna? ¿Es incluso posible dentro de su mundo insistir en un problema de salud mundial que debería trascender en este momento la racionalidad del mercado?”. 

Así como Butler, impactados por esta crisis, hoy nos vemos en la necesidad de formular la pregunta por la validez de la desigual seguridad que viven los ciudadanos, cuestión que redunda en la recuperación de la discusión sobre los derechos sociales y la necesidad de un Estado fuerte que sea capaz de proteger, pero también de escuchar a sus ciudadanos. 

Estas tremendas desigualdades hoy determinan a quién se va a diagnosticar, tratar a tiempo y adecuadamente, y a quién no, y se expresan en diferencias entre países (Ecuador y Alemania, por ejemplo) y en otras al interior de cada nación.  Concretamente: ¿qué pasará en Chile cuando las camas de cuidados intensivos o los medios para soporte vital no den abasto? Es lo mismo que se preguntan insistentemente distintos expertos. 

“Un aspecto positivo es la inevitable revalorización de la ciencia, del saber experto y avanzado. Sin él, encontrar una vacuna, evaluar y planificar una contundente respuesta a la pandemia, es y seguirá siendo imposible”. 

En este sentido, si bien la pandemia no derroca ningún sistema económico ni político por sí misma, sí pone en evidencia la radiografía de la desigualdad planetaria. En su alcance político, este desnudamiento de una realidad que ya estaba antes del virus puede despertar conciencias y aunar deseos de una ciudadanía planetaria, lo que Butler llama “un deseo colectivo de igualdad radical”.

En la misma línea, del carácter revelador y no transformador de esta pandemia, se instala Harvey, quien considera que todas las formas de discriminación, “maltrato a manos de un violento y desregulado extractivismo neoliberal”, se hacen evidentes con estas crisis. En este sentido “el Covid-19 exhibe todas las características de una pandemia de clase, género y raza”.

Un aspecto positivo, sin embargo, es la inevitable revalorización de la ciencia, del saber experto y avanzado. Sin él, encontrar una vacuna, evaluar y planificar una contundente respuesta a la pandemia, es y seguirá siendo imposible. 

Pero esta revalorización de la ciencia no deja de hacer evidente que la crisis no se supera sólo con ciencia, con tecnología y saber de punta. Es evidente que la manera en que la superaremos tiene que ver sobre todo con la acción políticas de los Estados y, más incluso, de la asociación de los Estados para instaurar soluciones que sean razonables y justas. En esto me quedo con las palabras de Markus Gabriel, también en la Sopa de Wuhan: “Cuando pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos. Vivimos y seguiremos viviendo en la tierra; somos y seguiremos siendo mortales y frágiles. Convirtámonos, por tanto, en ciudadanos del mundo, en cosmopolitas de una pandemia metafísica. Cualquier otra actitud nos exterminará y ningún virólogo nos podrá salvar”. 

Judith Butler, quien estuvo en julio pasado invitada por la U.de Chile, dice que frente a la crisis del virus, se podría despertar una conciencia y un «deseo colectivo de igualdad radical». Crédito de foto: Felipe Poga.

Es interesante ver resurgir la vieja idea del cosmopolitismo ahora sobre bases nuevas: las de una democracia global y con justicia real para todos (como diría Van Parijis), que no nacerá espontáneamente. Serán necesarias la organización ciudadana y la activación de ese mundo en común, que presione a los gobiernos y a las organizaciones mundiales para la obtención de cambios reales. Volviendo a Butler y Harvey, hay un proyecto político y económico de transformación que deberíamos construir en conjunto. Para ello se requieren gobiernos con altura de miras, pero también ciudadanos con voluntad y con capacidad de acción política para impulsar los cambios que garanticen mayores niveles de justicia para nuestras democracias. 

La filosofía puede ayudar en esto a la hora de repensar y reexaminar nuestras formas de vida, las injusticias en las que vivimos y naturalizamos. Hay mucho que pensar y mucho que construir políticamente después de esta crisis para reconducir nuestro proyecto político hacia una democracia verdadera en la que todos tengamos espacio.

Tiempos de crisis: ¿Cómo afecta la in/movilidad la vida en ciudad?

“El mundo político, empresarial y académico no ha sabido entender cómo la ciudadanía habita los territorios, algo que se volvió evidente en la crisis social que comenzó en Chile a partir del 18 de octubre. Tampoco estamos entendiendo las dificultades que enfrentan, en lo cotidiano, la mayoría de los habitantes”.

Por Paola Jirón

Esta pandemia global revela lo fundamental que resulta hoy la movilidad en todos los aspectos del mundo social, en múltiples escalas, con diversas relaciones y dimensiones, y al mismo tiempo enciende la alerta sobre los efectos impredecibles que su restricción implica en términos de desigualdades. Esto no sólo se refiere a lo esencial de la movilidad con relación al uso del espacio público y el transporte –que muchos hemos tenido que abandonar–, sino que también a comprender que, pese a que nos quedemos quietos, muchas otras cosas se siguen moviendo, lo que permite que muchos nos mantengamos fijos. Esta es parte de la importancia de los territorios relacionales y móviles en el nivel macro de la vida cotidiana.

Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

El territorio relacional va mas allá de entender a la ciudad meramente como contenedora, como un lugar donde sucede la vida, como un espacio visto desde arriba que podemos controlar o definir cómo se va a comportar. Entender el territorio relacional implica reconocer que este nos impacta así como nosotros lo impactamos con nuestras prácticas y que lo que sucede en un lugar tiene impactos en otro, aunque sea lejano y a veces imperceptible. También implica entender que no es igual para todos y que diversas personas lo viven de manera distinta según sus múltiples identidades. Y, sobre todo, es comprender que el territorio es dinámico. Es decir, que los territorios no son fijos, ya que quienes los habitamos, humanos y no humanos, los vivimos en constante movimiento.

En esta línea, la movilidad o, más precisamente, las movilidades, pueden ayudar a comprender la importancia del territorio en la crisis actual. La movilidad no se refiere sólo a la manera en que las personas, sus cuerpos, las cosas –incluidos los virus– y las enfermedades se mueven, sino que también a cómo se encuentran interrelacionadas y son interdependientes con la movilidad –virtual, imaginativa y comunicativa de recursos, ideas, conocimiento, dinero, trámites, pedidos– todos los otros movimientos que nos permiten desplazarnos en el mundo actual. En concreto: ¡todo se mueve! Y, al mismo tiempo, estas movilidades también se encuentran inexorablemente vinculadas a múltiples formas de inmovilidad.

Esto quiere decir que para que yo pueda funcionar desde mi casa, otros se siguen moviendo, incluidas aquellas personas que retiran la basura, realizan repartos a domicilio, manejan buses, son funcionarios públicos o profesionales de la salud y, también, los bancos que siguen circulando dinero, los medios de comunicación que siguen transmitiendo imágenes o los miles de mensajes que continúan circulando por las redes sociales para mantener la cercanía social pese al distanciamiento físico. En otros términos, aquellas personas que podemos permanecer fijas en estos momentos somos las privilegiadas, tenemos el lujo de poder mantenernos en casa.

Es precisamente este privilegio de inmovilidad el que nos ha develado la fragilidad, precariedad y desigualdad del sistema en el que vivimos hoy, ya que la salud, el comercio, los cuidados, el transporte y el empleo son demasiado frágiles, lo que hace que en menos de una semana millones de personas hayan quedado sin remuneración y a merced de sistemas que no dan abasto. La precariedad se expresa en las formas de vivir, donde los más pobres tienen que seguir funcionando, arriesgando su salud y la de los demás; muchas mujeres tienen que dedicarse al cuidado de los niños y enfermos y, además, seguir trabajando; muchos adultos mayores, que ya se encontraban solos, tienen que aislarse aún más para no morir; incluso algunas mujeres deben permanecer encerradas con sus posibles victimarios. 

«Para que yo pueda funcionar desde mi casa, otros se siguen moviendo. En otros términos, aquellas personas que podemos permanecer fijas en estos momentos somos las privilegiadas, tenemos el lujo de poder mantenernos en casa»

Se habla de aislamiento, pero la reclusión no es posible para todos. Dejar en cuarentena a algunos para que no continúe el esparcimiento del virus se presenta como la única solución. Sin embargo, esta mirada fija del territorio no concuerda con la dinámica móvil del virus y de las personas que lo portan. En otras palabras, es difícil pensar que dejando a algunos pocos inmóviles en sus casas vamos a controlar el contagio, ya que el resto de la población se sigue moviendo. Esta es precisamente una forma en que los fijos pueden permanecer en sus privilegios. Sin embargo, este privilegio de la inmovilidad durará muy poco porque el territorio se mueve, porque todo se mueve.

Al ser interdependientes, cada vez que solicitamos un delivery, que pasan a retirarnos la basura, que los conserjes de edificios llegan a trabajar o que alguien cruza la zona de cuarentena, las probabilidades de que el virus circule aumentan. La preocupación en estos momentos es que aquellos que están en estas zonas no salgan, pero quienes están guardados también pueden contagiar a los que están fuera sólo por la interdependencia de la movilidad. 

Esta crisis devela grandes desigualdades territoriales no únicamente por la falta de atención a los campamentos sin agua, la mala dotación de servicios de salud y otras infraestructuras en áreas más pobres de la ciudad, sino que, principalmente, por no contemplar que el territorio se mueve a medida que las personas se mueven y que, entonces, muchas personas están obligadas a moverse para subsistir. Esto significa que muchos tienen que salir a trabajar en auto, bici, caminando o en transporte público, y que muchos también tienen que hacer trámites, ir al médico, sacar licencias, permisos, cobrar cheques o seguir tratamientos. 

Se habla de formas de controlar el territorio desde la inteligencia territorial, es decir, a partir de sistemas tecnológicos inteligentes. Y sería muy útil contar con dicha información, sin embargo, por mucho que existan los softwares y capacidad técnica de manejar grandes bases de datos inteligentes –que permitan hacer proyecciones, modelar el futuro y controlar a la población–, nuestros datos y formas de enfrentar la crisis son precarias, particularmente cuando no existe claridad respecto a cómo manejar dicha crisis. Hemos visto que no sabemos cómo pararnos en una fila para comprar en el supermercado manteniendo la distancia; cómo los lugares donde es necesario hacer trámites no cuentan con los implementos de seguridad para sus empleados y menos para los clientes; y cómo los centros médicos que debieran hacerlo, no cumplen los protocolos. No se trata de que los datos no sean fidedignos, sino que son incompletos. Existe mucha información difícil de obtener de los sistemas de grandes datos que resultan cruciales al momento de tomar decisiones, más allá de controlar y saber dónde están las personas a cada momento. 

La académica e investigadora, Paola Jirón.

Esto significa que los habitantes de la ciudad llevamos en nuestros cuerpos un tipo de inteligencia que nos permite enfrentar esta crisis de otra manera o de formas complementarias. Pero el mundo político, empresarial y académico no ha sabido aprovechar dichos saberes ni entender cómo la ciudadanía habita los territorios, algo que se volvió evidente en la crisis social que comenzó en Chile a partir del 18 de octubre. Tampoco estamos entendiendo las dificultades que enfrentan, en lo cotidiano, la mayoría de los habitantes. Débilmente comprendemos la diversidad de experiencias de este habitar, pues no todos habitamos de manera similar. Las decisiones de la vida cotidiana se toman considerando muchas dimensiones con las que vivimos todos los días, y aún no comprendemos cómo las materialidades, los objetos, el espacio generan e inhiben posibilidades para las personas. 

La forma en que expertos de distintas disciplinas descomponen su especialidad, fragmentan el territorio como forma de comprender la ciudad y la intervienen con sistemas e infraestructuras aisladas entre sí da cuenta de la exigua comprensión que existe respecto a cómo vivimos desde esta forma parcial y sectorial de pensar e intervenir, la que fragmenta aún más la vida de las personas y, por ende, las precariza. 

Que Chile se sorprendiera con una crisis que no veía venir nos develó la poca conexión que existe entre las disciplinas que mantienen fragmentados su análisis y aplicación a políticas públicas. La inteligencia territorial debiese ir más allá de contar con datos macro sobre cómo se comportan de manera agregada los individuos. Es fundamental contar con la inteligencia situada, proveniente de lo/as mismos habitantes para enfrentar esta crisis. No es que el conocimiento de los expertos no sirva, sino que es incompleto y requiere complementarse y mediar con muchos otros conocimientos. Y eso es urgente hoy: reconocer el habitar y en particular el conocimiento habitado.

Este conocimiento nos muestra fragilidad y precariedad en nuestro habitar y, a la vez, nos devela otras formas de vivir entre nosotros y nos demuestra altos niveles de colaboración, solidaridad, preocupación por el prójimo; ingenio y astucia para enfrentar la crisis; formas alternativas y creativas de movimiento que nos permitirán salir mejor de esto. De estos saberes podemos aprender tanto en tiempos de crisis como en los momentos en que tengamos que retomar la vida, que definitivamente será distinta. Y la manera de pensar las ciudades debe empezar a comprender estas formas móviles en que se habitan los territorios, no sólo para algunos privilegiados, sino que para todos.

Las desigualdades sociales que el Covid-19 evidenció

El Estado de Emergencia decretado el 19 de marzo pasado, sumado a las medidas de cuarentena o aislamiento social que ha tomado el Gobierno, han obligado a la mayoría a adoptar nuevas rutinas de vida y replegarse al interior de sus hogares, en estado de alerta constante. Sin embargo, la crisis sanitaria ha evidenciado aún más las desigualdades sociales que se reproducen en nuestra sociedad. En esta entrevista, la psicóloga social y académica de la U. de Chile, María José Reyes, se detiene en aquellos que han convertido la precariedad y la sobrevivencia diaria en su propia cotidianeidad: “El Gobierno debe dejar de operar a través de valores que sostienen una forma privilegiada de vivir y asumir que hay vidas cotidianas heterogéneas”, plantea.

Por Florencia La Mura

Para nadie ha sido fácil afrontar la crisis del Covid-19, adoptar las medidas de confinamiento social, reordenar las labores diarias y muchas veces enfrentarse a evaluar cómo se ha estado viviendo hasta hoy. Las diferentes realidades de clase y género saltan a la vista y se han agudizado problemáticas como la precariedad laboral, la violencia intrafamiliar o la simple carencia de un techo seguro donde cobijarse. María José Reyes, Doctora en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona, lleva un tiempo investigando estos temas en su proyecto Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas, que le ha permitido qué sucede en observar barrios críticos o territorios que el Estado califica de «vulnerables». Allí, la presencia de fuerzas de orden es habitual; se vive en una especie de Estado de Emergencia constante y por lo mismo sus habitantes han debido construir otros sentidos de realidad. En estos días, la psicóloga invita a abordar la crisis del Coronavirus tomando en cuenta otras formas de vida que están lejos de ser excepcionales. 

“Hay personas que han vivido años en emergencia y es necesario escucharlas”, plantea la psicóloga social María José Reyes.

Desde el estallido social, muchos vivimos en estado de alerta constante, lo que se agudizó con la alerta sanitaria: situaciones de incertidumbre, miedo, estrés. ¿Cómo podemos entender las similitudes en ambos casos y desentrañar lo que todo esto nos hace sentir?

Lo evidente, en términos de similitud, tanto en el estallido social como en la emergencia sanitaria, es la ruptura de la vida cotidiana. Una de las características de la cotidianidad es justamente su rutina, una rutina que suele ser cíclica y cuya constitución depende de las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales en las cuales nos encontramos. La rutina involucra saberes que operan como certezas y que tienen como fin accionar sin mayores interrogantes y cuestionamientos. Justamente, cuando se produce alguna ruptura en nuestra cotidianidad, surgen interrogantes, cuestionamientos sobre qué hacer y cómo hacerlo, generando un estado de alerta constante para lograr accionar y lograr vivir el día. Y cuando la ruptura de la cotidianidad no involucra sólo la propia rutina (por ejemplo, el nacimiento de un hijo, la partida de alguien cercano, etc.), sino una escala nacional y global, lo más probable es que dichas sensaciones y emociones se vean aún más intensificadas. 

Ahora bien, en nuestro caso me parece que esas rupturas de la cotidianidad tienen una particularidad: el estallido social es propiamente político, donde movimientos sociales, la ciudadanía, e incluso las personas de a pie rompen con una cotidianidad para interrogar las certezas con las que todos vivíamos día a día. En pocas palabras, se instalaron interrogantes respecto al modelo neoliberal al que con nuestras particulares formas de vida damos energía. Y en medio de estas preguntas estalla una emergencia sanitaria que nos tiene confinados a cada una/o en nuestros hogares, instalando nuevas preguntas, muchas de las cuales, en lo sustantivo, potencian las anteriores: ¿es posible que ante una pandemia la salud dependa de las condiciones económicas de cada cual? ¿Hasta cuándo la salud es un privilegio de quienes tienen recursos económicos? ¿Cómo dar razonabilidad a estrategias de Gobierno que evidencian una y otra vez la importancia de ganar beneficios económicos o, al menos, de perder lo menos posible, en vez de priorizar las vidas? De este modo, el estallido social y la crisis sanitaria han instalado la emergencia como parte de nuestro día a día y se ha vuelto algo común preguntarse, incluso con quienes uno no conoce, cómo seguir viviendo en un modelo económico que produce profundas desigualdades e inequidades.

«Es crucial que el Gobierno no sólo conozca las diversas realidades, sino que las considere a la hora de tomar decisiones»

—¿De qué manera se puede encontrar algo de sentido en la situación actual, que involucra no sólo una pandemia global sino situaciones de confinamiento y Estado de Emergencia en el caso chileno? 

Las cotidianidades en Chile son muy disímiles, justamente por las desigualdades que se han generado a propósito del modelo económico-político que nos gobierna. Comento ello pues “dar un sentido” en medio de la emergencia tendrá distintos significados. Para algunas/os, posibilita la detención y el refugio en el hogar, lo que permite interrogarse sobre la forma en que se vive, vivenciar un tiempo que posibilita reconocerse con quienes se convive día a día e incluso reconocerse a una/o mismo. Para otras/os, puede ser una forma de vivenciar, en un mismo espacio/tiempo, los diversos roles que deben enfrentarse –por ejemplo, trabajadora, madre, dueña de casa, profesora de las/os niñas/os– y comenzar a aprender otras formas de hacer. Pero también están quienes (la gran mayoría, por cierto) han vivido constantemente en la “emergencia” de sostenerse y sostener a los suyos, donde el trabajo realizado alcanza para el día, donde la gran pregunta que surge es cómo seguir, pues la emergencia sanitaria lo que hace es, básicamente, precarizar más sus condiciones. Puesto así, me parece que “el sentido” habría que trabajarlo colectiva y cotidianamente, y no sólo desde el ámbito personal. Desde la mirada y el saludo al vecino/a hasta acciones que nos permitan reconocernos con otras/os e inventar formas que nos posibiliten una vida vivible.

Considerando que vivimos dentro de un modelo social-económico que fomenta el individualismo, ¿de qué manera se puede entender el rol que tiene cada uno desde un enfoque colectivo?

No es sencillo que de la noche a la mañana se generen cambios radicales en nuestras formas de vivir. Que se haya producido el estallido social no implica aún una transformación en las dinámicas y formas de relación entre nosotras/os y el mundo. Menos aún que el Gobierno actual actúe asumiendo las interrogantes que se hacen al modelo que encarna. Me parece que una forma de ir tendiendo a lo colectivo es estar atentas/os a acciones que descoloquen, pues su punto no es el propio beneficio –económico y/o social–, sino más bien la búsqueda de formas que potencien la vida de todas/os. Acciones como, por ejemplo, la que realizaron mujeres de La Legua en la primera semana del estallido social, cuando se instalaron cerca de Plaza de la Dignidad para repartir comida a las/os manifestantes. Más que tocar las ollas, eran ollas con comida, pues saben de la importancia de alimentarse para resistir. 

El confinamiento social debe ir acompañado de la idea de cuidado, no sólo a nosotros mismos, sino para proteger al otro.

A diferencia del estallido social, que volcó a la gente fuera de sus casas, esta crisis nos tiene replegados al interior. ¿Qué tipo de aproximación podemos tener ante una amenaza que no vemos, pero con la que nos relacionamos a través de fenómenos como toque de queda, cierre de locales, filas en los servicios básicos o potencial colapso del sistema de salud?

Lo intangible se ha hecho tangible en la cifra que apunta cada día a contagios y en aquella que nos señala cuántos han fallecido debido al Covid-19. Y creo que cada vez se hará más tangible en la medida en que las/os contagiadas/os sean parte de nuestro mundo más próximo. La aproximación que podría potenciarse es, más que “cuidarse”, “cuidarnos”, lo que implica no sólo a uno mismo, sino también a otras y otros. No salir a la calle, para quienes pueden, no es únicamente para no contagiarse, sino que para no contagiar a otras/os. Protegerse en la calle o en el trabajo en estos tiempos de alerta sanitaria no es sólo por una/o, sino también por nuestras/os cercanas/os y aquellas/os a quienes no conocemos ni conoceremos. 

En el contexto actual, ¿cuáles son los pros y contras de mantenerse pensando sólo en lo cotidiano, viviendo el día a día?

En una sociedad como la nuestra, enmarcada en un modelo político-económico neoliberal, se suele potenciar la idea de que toda acción que se realiza en el presente debe considerar el futuro. A tal punto ha llegado esa concepción, que también suele plantearse que estar enfocado continuamente en acciones hacia el futuro –en aquello que podemos llegar a ser y/o tener– implica perder vivencias del presente en la medida en que “no tenemos tiempo” para ello. En este sentido, pero en función de la posición social en la que se está, para alguno/as la situación de emergencia ha posibilitado detenerse en el propio presente y vivir experiencias poco posibles en el ajetreo diario, aunque esto, a su vez, genera cierta ansiedad e incertidumbre por aquello que está por venir. En otro extremo, hay quienes hace años viven sin el futuro como referencia o, para ser más precisa, viven con un futuro más inmediato: mañana, una semana, un mes, y en este contexto para ellos todo se hace más arduo, precario e incierto. Sin embargo, y aquí hay algo que hay que considerar, estas personas que han vivido por años “en emergencia”, sin un futuro como lo solemos entender, han logrado sostener sus vidas. De ahí que sea necesario escucharlas/os antes de llegar con políticas públicas que buscan la intervención de estos habitantes y territorios, pues algunas de sus prácticas nos muestran formas concretas de ir generando un cambio desde lo cotidiano. Formas y dinámicas relacionales de estas vidas en emergencia que podríamos detenernos a escuchar antes que a juzgar e intervenir. Por ejemplo, hoy en día, dichas vidas nos muestran cómo nuestro desarrollo no sólo es posible al proyectar futuro, sino también cuando el objetivo es sortear el día a día.

¿Cómo evalúas hasta ahora el mensaje oficial del Gobierno, que apela a quedarse en casa para protegernos del Covid-19? ¿Puede el grueso de la población acatar de manera efectiva esta medida? 

Una cuestión que es fundamental, y que me parece que no ha hecho el actual Gobierno, es asumir la heterogeneidad de formas de vida que coexisten en nuestro territorio. En este sentido, opera una distinción gruesa donde se califica a una “población vulnerable”, la cual requiere “protección” a través de “intervenciones” en distintas dimensiones. El punto es que, en muchas ocasiones, esas intervenciones vienen diseñadas considerando particulares valores que pueden no hacer sentido a la cotidianidad de las personas. Es crucial que el Gobierno no sólo conozca las diversas realidades, sino que las considere a la hora de tomar decisiones. Y, por otro lado, que sea consistente en sus planteamientos. En esta crisis sanitaria, el Gobierno es un actor relevante, que puede facilitar o bien desestabilizar la emergente cotidianidad en emergencia.

En este contexto, ¿cuáles son los desafíos puntuales de problemas concretos como la violencia intrafamiliar o la enorme cantidad de personas en situación de calle?
Por una parte, en una lógica como la actual, donde lo importante es la “propia” vida o la de los próximos, es difícil y casi un proyecto titánico enfrentar las violencias como colectivo. Es de suma relevancia que los discursos sobre lo “neoliberal” y lo “patriarcal” puedan encarnarse en nuestros gestos cotidianos de modo que asumamos que la responsabilidad de esas violencias son sociales y no sólo de quienes las actúan. Por otro lado, si se considerase la heterogeneidad y diversidad de cómo viven las personas, quizás se habría planteado una consigna que posibilite aquello, como, por ejemplo, “quédate en un lugar seguro”, pues justamente la casa, tal como se ha mostrado en nuestro país, no necesariamente es un lugar de cobijo y protección. En la medida en que el Gobierno deje de operar a través de valores que sostienen una forma privilegiada de vivir y asuma que hay vidas cotidianas heterogéneas y diversas, sus intervenciones podrían facilitar el camino a la igualdad, la equidad y la democracia.

Pandemia y violencia contra las mujeres

“Resulta fundamental reflexionar sobre cómo todas las formas de violencia que sufrimos las mujeres se trasladan al espacio doméstico, en tanto la cuarentena determina la reunión en un solo lugar de todos los roles que ejercemos las mujeres en una sociedad patriarcal, capitalista y colonial como la nuestra”

Por Silvana Del Valle Bustos

Durante los últimos días hemos asistido a una creciente preocupación por el potencial aumento de la violencia doméstica ante la necesidad de implementar medidas de distanciamiento social para reducir el contagio por el Covid-19. Entre ellas, la cuarentena, que implica el encierro en el espacio doméstico por tiempos que mujeres y niñas no experimentábamos de manera masiva por décadas, enciende las alertas en tanto se identifica el hogar como el lugar en que más se produce violencia contra nosotras. Sin embargo, estar en cuarentena y con toque de queda no sólo nos pone en mayor riesgo de violencia doméstica, sino que implica vivir una síntesis de la violencia estructural que el actual modelo capitalista, patriarcal y colonial ejerce sobre las mujeres. 

En Chile, el rol subsidiario del Estado neoliberal, que deja incluso la satisfacción de las necesidades más básicas a los dueños del mercado, desató una profunda crisis sociopolítica, la que se ha manifestado durante los ya cinco meses de revuelta popular. Las desigualdades e injusticias del modelo, que se hicieron ineludibles desde el 18 de octubre de 2019, hoy se evidencian de forma extrema, siendo la crisis sanitaria una amenaza mayor para los sectores más explotados: quienes deben sobrevivir su vejez con pensiones de miseria, quienes subsisten con trabajos precarios e informales o quienes asumen las tareas de cuidado y reproducción de la vida a diario, entre otros. En todos estos casos se trata, nuevamente, en mayor medida de mujeres.

Crédito: Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

La crisis social que estalló en octubre y la crisis sanitaria que nos afecta actualmente han dejado claro que el problema no radica únicamente en la incapacidad del gobierno de Sebastián Piñera ni en su desidia para establecer las medidas mínimas que nos permitan avanzar hacia una mayor equidad y justicia social, sino también en un amplio sector político-económico, parte y sustento del sistema imperante que produce y reproduce la desigualdad. Hoy, el modelo históricamente impuesto con sangre por quienes gobiernan ha mostrado descarnadamente los intereses que defiende, priorizando las ganancias de las empresas por sobre la salud de todas y todos. 

Así, no resulta casual la negativa inicial a cerrar centros comerciales y grandes empresas; la implementación de cuarentenas parciales que exigen a trabajadores y trabajadoras seguir trasladándose y motivan al hacinamiento para el pago de cuentas o provisión de alimentos; la falta de control de precios sobre insumos médicos básicos; el silencio ante el reclamo de comunidades privadas de acceso al agua en tiempos donde la higiene es esencial; la desprotección a trabajadoras/es, quienes deben negociar individualmente su aislamiento con las grandes empresas, respaldadas además por la Dirección del Trabajo al permitir despidos masivos sin indemnización; la falta de alternativas para trabajadores/as informales, independientes y con contratos a honorarios, mientras se ofrecen subsidios y contrataciones a los grandes conglomerados; la falta de un plan de contingencia que pueda suplir la necesidad de cuidados de niñas, niños y niñes ante el necesario cierre de las escuelas; la ausencia de medidas económicas que permitan disminuir el endeudamiento o acceder a servicios básicos como agua, techo y alimentación. En suma, medidas tardías en que el Estado subsidia al empresariado y que incluso nos exponen aún más al contagio del Covid-19, y que nos demuestran, nuevamente, cómo el neoliberalismo se contrapone a los intereses de la gran mayoría de las personas.

Es más, ante estos cuestionamientos, que son parte de las demandas que explotaron el 18 de octubre, el gobierno de Piñera, tal como viene haciendo durante todos estos meses de revuelta social, declara Estado de Catástrofe e impone la militarización del territorio, ofreciendo más represión, sanciones y cárcel a quienes no acaten las escasas y tardías medidas propuestas por sus ministros.  

Consecuentemente, ninguna de tales medidas considera, pese a que ya se venía advirtiendo por el movimiento feminista a raíz de la experiencia asiática y europea, el particular impacto que el confinamiento doméstico tiene en la vida de las mujeres. Los mayores niveles de violencia física y psicológica reportados en varios países trajeron consigo como única reacción del gobierno el incremento de la actividad del número telefónico del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, el que continúa identificando el problema de la violencia contra las mujeres únicamente con la violencia intrafamiliar y, específicamente, la violencia íntima de pareja. Pero esta medida no sólo mantiene el estilo tecnócrata del ministerio, el que se ha denunciado por años a raíz de la precariedad laboral en que se encuentran sumidas sus trabajadoras y trabajadores, o los escasos recursos destinados a casas de acogida y planes educacionales efectivos, entre otros, sino que además demuestra el desconocimiento de otras formas de violencia que se ven incrementadas con la cuarentena.

«Ya que, mientras dure la cuarentena, mujeres y niñas se ven obligadas a ocupar el mismo espacio durante todo el día no sólo con esposos o parejas maltratadoras, sino también con padres, padrastros, hermanos, hijos, sobrinos, tíos y abuelos agresores sexuales, preguntarse sobre nuestra sobrevivencia resulta indispensable»

En este sentido, resulta fundamental reflexionar sobre cómo todas las formas de violencia que sufrimos las mujeres se trasladan al espacio doméstico, en tanto la cuarentena determina la reunión en un solo lugar de todos los roles que ejercemos las mujeres en una sociedad patriarcal, capitalista y colonial como la nuestra. Al menor salario en el trabajo remunerado y al mayor acoso que vivimos las mujeres en dicho espacio, se suma el hecho de que históricamente se nos ha impuesto hacernos cargo de las labores domésticas y el cuidado de niños, niñas, enfermas/os y ancianas/os. ¿Cómo llevarán el estrés y hacinamiento las mujeres que retornan a sus hogares desde los trabajos para seguir trabajando en los cuidados de otros y otras? ¿Cómo podrán sobrevivir las migrantes que no están hoy ejerciendo el trabajo informal con que alimentaban a sus familias, las profesionales jóvenes que no pueden hoy prestar servicios a honorarios, las mujeres que no tienen un hogar, las privadas de libertad, las trabajadoras de casa particular obligadas a trasladarse hacinadas en la locomoción colectiva a los barrios donde se inició el contagio, las feriantes o almaceneras cuyos puestos han debido cerrar? 

Crédito: Amanda Aravena

Si a esto sumamos que, mientras dure la cuarentena, mujeres y niñas se ven obligadas a ocupar el mismo espacio durante todo el día no sólo con esposos o parejas maltratadoras, sino también con padres, padrastros, hermanos, hijos, sobrinos, tíos y abuelos agresores sexuales, preguntarse sobre nuestra sobrevivencia resulta indispensable. Sobre todo con un Estado que, como hemos denunciado por décadas, además de no cumplir su obligación de prevenir, investigar y sancionar la violencia contra las mujeres, también nos persigue y agrede mediante las fuerzas policiales y militares, tal como se ha constatado en todas las movilizaciones sociales y estados de excepción.

En definitiva, el necesario confinamiento para prevenir la pandemia se transforma en un catalizador de todas las formas de violencia que vivimos las mujeres, debido a que la estructura social neoliberal, patriarcal y colonial no genera paliativo alguno para la situación, sino que más bien se apoya en la responsabilidad de las mujeres en el cumplimiento de sus roles asignados. En este juego, la posición del Estado es la de guardián de la mantención de tales roles, por lo que no debemos confundir la reacción de gobernantes neoliberales ampliando la posibilidad de intervención estatal con la renuncia al control neoliberal de nuestras vidas. Es más, Donald Trump ya expresamente ha dicho que el propósito de la intervención gubernamental “no es debilitar al libre mercado, sino preservarlo”. La actual crisis, entonces, devela en la vida de las mujeres una cuestión que el estallido social ya venía expresando: el fracaso de este modelo, cuyo centro es el beneficio de unos pocos a costa de la vida de la mayoría. En este contexto, no obstante, ante la negligencia e inoperancia de quienes nos gobiernan, un aprendizaje histórico de otros tiempos de crisis es que la construcción de organización territorial y comunitaria es una herramienta basada en la solidaridad y expresiva de la dignidad de las personas en situaciones críticas a través de la generación de redes de apoyo, estrategias de cuidado colectivo y alternativas de economía comunitaria, entre muchas otras.

Quedarse en casa es una de las medidas necesarias y efectivas para paliar los riesgos de la Pandemia, y aunque implica aumentar el riesgo de violencia para las mujeres y niñas, nos otorga la oportunidad de reafirmar que el retorno al hogar no puede significar relegar nuevamente este espacio a lo privado y personal, sino que es imprescindible su politización. Y es esta politización, en que la participación activa de las mujeres resulta un requisito intransable, la que permitirá la construcción de una nueva forma de vida, ya no basada en la explotación de las personas y depredación de la naturaleza, sino en la justicia y la dignidad.

Inmunológicamente comprometidos

«Está muriendo mucha gente y va a morir mucha más afectada por este virus ante el que carecemos de inmunidad; van a morir sobre todo quienes tienen sistemas inmunitarios comprometidos y eso a veces se sabe de antemano pero a veces no. En cualquier caso, una enfermedad nunca le toca a un individuo, le toca a toda la sociedad. La respuesta debe ser social: todos los cuerpos deben importar lo mismo».

Por Lina Meruane

El virus muta, 
nosotros también debemos mutar.
Paul B Preciado

i. Son tiempos de contingencia viral y se nos impone mutar a una existencia en el encierro. 

ii. Al principio, cuando el virus todavía parecía un dato lejano y ajeno, el confinamiento sólo lo reclamaban los especialistas en epidemia. Muy a regañadientes, más preocupados por la salud de la economía que la de los ciudadanos, y con una lentitud letal, se fueron sumando los mandatarios del mundo. Confundidos ante mandatos contradictorios, hubo algunos que de inmediato nos recluimos y hubo otros que siguieron libremente por las calles y los parques, por las oficinas, los bares y restaurantes y las peluquerías, por el metro, por la noche y la madrugada y las marchas, por la vida misma, desconfiando de la alarma general.

Lina Meruane es docente en la Universidad de Nueva York y autora, entre otros libros, del ensayo Viajes Virales.

iii. Se levantaron muchas voces, entre ellas las de los filósofos públicos del norte. Y entre ellos hubo quienes insistieron en que se trataba de un aislamiento que no guardaba proporción con el peligro de una gripe que era como cualquier otra gripe. Eso decían pensadores como Giorgio Agamben: que todo esto no era más que una estrategia autoritaria para poner en práctica mecanismos de vigilancia y de control-a-distancia y prohibiciones de circulación y de reunión resguardadas por las fuerzas del orden que tan bien conocemos en el sur del planeta.

iv. No es, entonces, que esos filósofos hablaran sin motivo sobre el oportunismo viral del poder. Nos lo recordó el presidente chileno al desafiar su propia cuarentena para ir a tomarse una foto en la Plaza de la Dignidad, sentado a los pies de Baquedano, satisfecho y sonriente porque al fin había recuperado el centro de la ciudad que por mucho tiempo fue de la gente.

v. Y no era solo ese mandatario arrogante quien desobedecía sus propias leyes; esa ha sido la tendencia en otros puntos del planeta, aprovechar este momento para suspender garantías ciudadanas e impedir el despliegue de la población por el espacio ahora demarcado como zona cero del contagio. 

vi. Pero dejando a los nefastos presidentes de lado, ¿qué hacer ante la realidad de un contagio exponencial y de una mortandad que cunde por todas las ciudades del mundo? ¿Qué hacer ante un mal desconocido, un virus respiratorio altamente infeccioso para el que no existe todavía tratamiento ni vacuna ni hospitales preparadas para emergencias colectivas?

vii. Nuestros cuerpos son lo único que tenemos. Si tememos por nuestras vidas es porque nuestras sociedades han privilegiado medidas de austeridad para unos y de rentabilidad para otros y se hallan incapacitadas para enfrentar una crisis viral y vital que viene a coronar todos los pánicos epidémicos anteriores. La gripe aviar y el viral síndrome respiratorio agudo grave de hace algunos años. La influenza provocada por un virus porcina que dejó 25 millones de muertos hace un siglo. Las bubónicas pestes medievales, sus enfermos agonizantes encerrados a la fuerza, sus 80 millones de muertos.

Paseo Ahumada, Santiago, marzo de 2020. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

viii. Mutatis mutando, este nuevo virus me recuerda (porque lo conozco bien, porque escribí un libro sobre él) a otro que aún se replica entre nosotros: el de la inmunodeficiencia humana. Me lo recuerda porque, guardando las distancias, el vih era otro virus viajero: se hacía transportar en la sangre y en el semen y entre sus múltiples males mortales se cuentan la neumonía y la tuberculosis. El volátil covid vive en las vías respiratorias y salta aeróbicamente desde los pechos congestionados y desde las conversaciones y se mantiene en suspenso en el aire y en las superficies esperando su ocasión. 

ix. En esa epidemia que ya cumple cuatro décadas también hubo pensadores (como Michel Foucault, que murió de sida) que conociendo la deriva de la represión sexual negaron el peligro del virus y previnieron a quienes quisieran escucharlos que el miedo era un mecanismo de coerción y había que resistirlo. Porque hubo líderes homófobos que, aprovechando la trágica circunstancia, se cruzaron de brazos y condenaron la libertad del contacto y del coito mientras celebraban la libertad del consumo y de los mercados desregulados. Esos líderes se lavaron sus manos genocidas y dejaron a la comunidad de enfermos desasistida porque, desde una lectura moralista (propia del capitalismo heteronormativo) todos ellos eran unos “degenerados” que merecían morir, y porque desde una lectura individualista (propia del capitalismo salvaje) quienes se habían enfermado por sus “malas prácticas” debían sufrir las consecuencias sin generarle gastos a los inocentes, los meritorios, los productivos ciudadanos ejemplares del Estado neoliberal. 

x. Desde la lógica neoliberal, los cuerpos enfermos, los cuerpos contagiosos, los cuerpos (inmuno)deprimidos eran desechables. 

xi. Ante la radical falta de insumos en hospitales desbaratados por el salvaje sistema capitalista, los infradotados hospitales italianos y españoles han tenido que elegir a quienes tratar y a quienes dejar morir. 

xii. Estamos viendo que la vida tiene un valor relativo.

xiii. Está muriendo mucha gente y va a morir mucha más afectada por este virus ante el que carecemos de inmunidad; van a morir sobre todo quienes tienen sistemas inmunitarios comprometidos y eso a veces se sabe de antemano pero a veces no. En cualquier caso, una enfermedad nunca le toca a un individuo, le toca a toda la sociedad. La respuesta debe ser social: todos los cuerpos deben importar lo mismo.

xiv. Sobrevivir como individuos y como comunidades (y como especie) exige que por una vez nos paremos a pensar: toda crisis exige reflexión.

xv. Es esa pausa la que me hace regresar a aquellos filósofos del poder centrados exclusivamente en la protección de las libertades (como Agamben, como Foucault) y plantearme si no habrán caído inadvertidamente en una peligrosa alianza con los presidentes y ministros y políticos negacionistas que rechazan la cuarentena porque nos llevará a una recesión económica de proporciones.

xvi. Ya estamos en una profunda crisis económica que debe ayudarnos a replantear la economía de austeridad y forzar a los gobiernos a inyectarle a la población una dosis keynesiana de fondos, como lo han hecho antes para salvar a la banca del colapso.

xvii. La voz que me interpela es la del teórico africano Achille Mbembe quien, en vez de negar la contingencia viral, advierte que los estados neoliberales son necroliberales, es decir, que su gestión no está puesta en la mantención de la vida sino en la muerte como solución.

xviii. Sobrevivir debe entenderse entonces como un modo de resistencia política ante la gestión de la muerte por acción o por omisión. Sobrevivir debe convertirse en una oportunidad (lo propone la pensadora feminista Judith Butler) para nuevas prácticas de “autogobierno” vitalista que desmonten la operatoria necropolítica. Este es, sugiere nuestra filósofa de la ética, el tiempo de “fortalecer los ideales de la solidaridad social”, el espacio para una intensa activación de lo político. Es el momento en que la polis se une para resolver la crisis colectiva y se impone mutar de actitud y de entender que el cuidado propio es el cuidado del otro: elegir distanciarnos y cerrar la puerta de nuestras casas –si tenemos la fortuna de tener una casa, una puerta que cerrar, si tenemos la suerte de no vivir al día es tomar conciencia del cuidado de la vida en común. 

xix. Porque mientras nosotros cuidamos-cuidándonos, hay otros que ponen sus cuerpos para cuidar-cuidando: ahí están los trabajadores de la salud y las doctoras y los estudiantes de medicina o de enfermería y las voluntarias jóvenes o jubiladas a los que en tantas ciudades del mundo se les aplaude cuando empieza a caer el sol. Ellos están arriesgando su salud para salvar la preciada salud de los demás, para asegurar el buen cuidado de los descuidados cuerpos de nuestras comunidades, los cuerpos inmunológicamente comprometidos de esos otros que podemos llegar a ser nosotros mismos.

La fragilidad de la vida ante la muerte ha vuelto y necesitamos explicación histórica

Esta no es la primera vez en la historia que como sociedad nos vemos amenazados por un virus letal y contagioso. El Covid-19 nos vuelve a enfrentar a nuestros más antiguos miedos y nos reta a aplicar los conocimientos científicos y médicos acumulados para enfrentar la crisis desde la mirada de la salud pública. En esta columna, el historiador y Doctor en Estudios Latinoamericanos de la U. de Chile, Marcelo Sánchez hace una revisión histórica de las epidemias que han afectado a los chilenos y chilenas; y los avances tecnológicos y culturales que nos han ayudado en el pasado a combatirlas

Por Marcelo Sánchez Delgado

En medio de la crisis sanitaria resulta difícil escribir algo que no resulte frívolo o autorreferente en términos disciplinares. Sin embargo, con cada día que pasa, el deseo de comprender la actual pandemia de Covid-19 en un contexto histórico se acrecienta. 

Ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI, nos pensábamos protegidos frente a los peligros epidémicos por los avances biomédicos, en el caso en que tuviéramos acceso a tales servicios. Pero la angustia está aquí, entre nosotros y nosotras; vuelven las ideas e imágenes de enfermedad y muerte. Lo reprimido, la fragilidad de la vida ante la muerte ha vuelto.

Hagamos un poco de historia. Las ideas sobre salud y enfermedad que han tenido mayor continuidad en Occidente son las hipocrático-galénicas, que se basaban en el equilibrio interior de cuatro humores (flema, bilis negra, bilis amarilla y sangre) con cuatro elementos del ambiente (fuego, aire, tierra y agua). En el caso de las epidemias, estas ideas buscaban su causa en los miasmas, esos efluvios que surgían de aguas estancadas y ambientes viciados. Este fue el enfoque de los médicos higienistas del siglo XIX. En esa misma época se dan dos procesos de importancia para entender la forma en que intentamos comprender y manejar los problemas que plantean las epidemias en la actualidad. 

Por una parte, el paso de la atención médica desde los individuos a los grupos sociales y la atención hacia las condiciones socioeconómicas, llevaron al surgimiento de la “medicina social”, perspectiva dentro de la cual la tarea del Estado y de toda la política es proteger, mantener, recuperar el buen estado sanitario de la población. Se suele reconocer al médico alemán Rudolf Virchow como el “padre” de la medicina social. 

El segundo proceso del siglo XIX que determina nuestra manera de entender las epidemias es el desplazamiento de las ideas hipocrático-galénicas e higienistas por un método estrictamente científico, cuyo ejemplo más conocido es la etapa heroica de la bacteriología. Con este nuevo enfoque, la medicina adquiere el carácter de “ciencia médica” y se desplaza el lugar del conocimiento médico desde el hospital al laboratorio experimental y se extiende una “revolución del laboratorio”.

Por su parte, el imaginario del microbio, bacterias y virus alentó la tendencia a prestar atención a las fuentes invisibles del mal y a las amenazas escondidas en personas y grupos aparentemente “normales” o amenazantes por alguna razón política o cultural. El combate contra el microbio fue usado desde entonces como una peligrosa fuente de metáforas sociales y políticas. Con el descubrimiento de los fagocitos y al calor de la investigación del cáncer se sumaron a esta tendencia las metáforas bélicas. 

Desinfectores trabajando hacia 1910, imágenes compiladas por Pedro Lautaro Ferrer,  Colección Biblioteca Nacional de Chile, disponible en Memoria Chilena.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, surgieron dos figuras de importancia: la del investigador a tiempo completo y la del estadístico, cuyos esfuerzos mancomunados dieron nueva fuerza a la epidemiología descriptiva y más tarde a la epidemiología clínica y a la medicina basada en la evidencia. Después del éxito del Proyecto del Genoma Humano surge la epidemiología genética. Los grandes éxitos clínicos de estas metodologías, que buscan esencialmente determinar los factores de riesgo, sumado al despliegue biotecnológico nos brindaban en parte esa imagen de seguridad inexpugnable que la epidemia actual ha derrumbado con insólita facilidad.

En Chile, durante las últimas décadas, el mutuo reforzamiento entre una medicina enclaustrada sobre sí misma y la política neoliberal, llevaron a una desestimación tanto por esa otra cara de la moneda que ya mencionamos, la salud pública gestionada por el ente colectivo esencial, el Estado; como por el conocimiento y las experticias forjadas en los laboratorios universitarios

Así, nos encontramos en este momento de angustiosa espera, bombardeados por las más insólitas teorías, aguardando el ritual de la estadística acumulada -que reduce el drama a la contabilidad- y algún éxito de los laboratorios experimentales cuyo norte global es el lucro, a excepción de algunos pocos recintos estatales y universitarios. En medio de la crisis se están planteando problemas urgentes en la atención de salud así como otros cuestionamientos de mediano y largo plazo que incluyen el rol de lo público en salud, la educación cívica y sanitaria, el financiamiento de la ciencias, las discriminaciones y estigmas que afectan a los grupos con menos acceso a los servicios públicos, como migrantes y otras identidades minoritarias.

Chile y sus epidemias 

Las epidemias nos acompañan desde antes del encuentro de las poblaciones originales con los europeos, pero fue sin duda con la dominación colonial que se produjeron eventos epidémicos que han sido llamados el primer Holocausto moderno por las cifras de mortandad, cuyo cálculo estimado para algunas regiones está en torno a 30 millones de personas muertas. No podemos olvidar que entre las víctimas de las epidemias en diversos contextos geográficos y temporales están los pueblos colonizados, con casos extremos como el de la dominación hispano-portuguesa en América, el de la dominación inglesa en India y el de las distintas empresas de dominación colonial en África.

Durante el periodo colonial se sucedían brotes epidémicos que se nombraban con el lenguaje medieval castellano, como el tabardillo o tabardete, el malesito; o bien en lengua mapuche como el chavalongo. Sarampión, tifus exantemático, fiebre amarilla, fiebre tifoidea, viruela, convivían periódicamente con la población chilena. En el paradigma de las ideas hipocrático-galénicas algunas medidas antiepidémicas eran la huida, la cuarentena y algunas acciones sobre el aire como intentar moverlo a cañonazos o quemando hatos de hierbas en cada esquina de la ciudad, estas últimas aplicadas varias veces en el periodo colonial. 

Tanto en el periodo colonial como en el republicano, una respuesta habitual a los brotes epidémicos era la construcción de lazaretos, edificaciones transitorias, generalmente aisladas, en las que se brindaba lecho y alimentación a los enfermos y poca o ninguna atención médica. El lazareto era un lugar para morir

Fue la alta mortalidad de las epidemias de cólera en la década de 1880 lo que llevó a implementar un Consejo Superior de Higiene y en 1892 el Instituto Superior de Higiene, primera piedra en la salud pública, entre cuyas dependencias principales estaba el desinfectorio público y la policía sanitaria, encargadas de luchar contra las epidemias. 

Desinfectorio público hacia 1910, imágenes compiladas por Pedro Lautaro Ferrer,  Colección Biblioteca Nacional de Chile, disponible en Memoria Chilena.

En el siglo XX no fueron pocos los eventos epidémicos vividos en Chile. Peste bubónica al despuntar el siglo, dos brotes de gripe española en 1918 y 1957, tifus exantemático con diferentes intensidades entre 1910 y 1949. 

A fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, junto a los cordones sanitarios y las cuarentenas se fueron afianzando las tecnologías de desinfección. Existían unidades móviles tiradas por caballos o que se desplazaban en locomóvil, que podía trasladarse a diferentes puntos de la ciudad a practicar desinfecciones. Era habitual la desinfección de trenes, tranvías, barcos y también de personas, como ocurrió en Chile en la epidemia de tifus exantemático de 1929-1935, cuando una de las principales medidas sanitarias fue la “Casa de Limpieza”, edificaciones repartidas por la ciudad en las que de forma obligatoria se ingresaba a los ciudadanos y ciudadanas pobres para un corte de pelo (rapado total), un baño y la desinfección de sus ropas.

En 1918, el primer Código Sanitario da fuerza legal a reglamentaciones y prescripciones sanitarias para todo el país. En 1924 se crea el Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social y la Caja del Seguro Obrero. Ambos hitos dan cuenta de una tradición local de medicina social que protagonizaron los médicos formados en la Universidad de Chile y sus profesores; entre otros, Alejandro del Río, Lucas Sierra, Exequiel González, Eduardo Cruz-Coke, Luis Calvo Mackenna, Eloísa Díaz, Salvador Allende. 

La Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, creada a fines de la década de 1940, fue uno de los espacios en que se hicieron propuestas de salud pública en nutrición, epidemiología, estadística sanitaria, entre otros temas. Este proceso culmina de alguna manera con el primer Ministerio de Salud en 1952, cuya acción y fortalecimiento paulatino va dando alguna respuesta a los problemas de salud pública más dramáticos del siglo XX: el alcoholismo, la falta de una buena alimentación y de higiene, la lucha antituberculosa y antisifilítica, la alta mortalidad infantil, entre otros.

El cólera en Chile en la Colección Lira Popular del Archivo Central Andrés Bello.

Historia de la medicina. Una disciplina olvidada

La historia de la medicina fue un dispositivo muy útil a fines del siglo XIX para legitimar la unión definitiva de los títulos de médico y cirujano. Así, entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, conoció días de esplendor en la universidad europea y norteamericana. En Chile, si bien tenía cultores en el siglo XIX y a principios del siglo XX, como Benjamín Vicuña Mackenna, Pedro Lautaro Ferrer y Juan Marín, es en la segunda mitad del XX que se va desplegando la acción decisiva y la producción de Enrique Laval, Ricardo Cruz-Coke, Gunther Böhm y Sergio de Tezanos Pinto, entre otros, en el campo de la historia de la medicina. 

Aproximadamente entre las décadas de 1950 y 1970, este grupo logró consolidar un museo, una sociedad, una cátedra universitaria, una revista, congresos y un pequeño, pero muy activo campo historiográfico. Junto a estos logros notables hay que decir también que se trataba de médicos historiadores que tendían a una cierta defensa gremial y a un relato heroico de la historia de la medicina, exenta de conflictos y de consideración hacia la experiencia del paciente y la pluralidad conflictiva de ideas médicas. Desde la década de 1980 hasta la actualidad, ante el aumento de la exigencia y carga curricular, la historia fue desalojada progresivamente de las Escuelas de Medicina hasta su completa desaparición en ese espacio.

Desde otra vereda, para muchos historiadores e historiadoras, la historia de la salud y la enfermedad es algo que sienten alejado y secundario para entender la “verdadera Historia”. La historia de la medicina, como vemos en el contexto actual, aporta una perspectiva temporal, indispensable para comprender los procesos de salud y enfermedad. Finalmente, como se preguntaba el historiador francés Alain Corbin, ¿es posible comprender el siglo XIX y el XX sin tener en cuenta el darwinismo, la bacteriología, la higiene, la eugenesia, el racismo, por ejemplo?

Peligros y advertencias

En el contexto actual de lucha contra la epidemia de Covid-19 puede que muchos vean apropiado acudir a metáforas bélicas y que se validen las ideas de inmunidad y salud. Cuando la tormenta pase, deberemos enfrentar el peligro subyacente a seguir leyendo la sociedad y sus conflictos en esa misma clave. Ya sabemos cómo el nazismo trataba a los judíos como bacterias, bacilos, peligro para la salud de la nación. Ciertas ideas de salud y pureza han implicado graves consecuencias para grupos de la diversidad sexual. Por ejemplo, el prestigioso médico y ensayista español Gregorio Marañón pensaba en 1929 que la homosexualidad también podía propagarse como brote epidémico y por contagio social. Y en la historia chilena resuena trágicamente la metáfora del cáncer marxista.

Tampoco será prudente pensar que superar el Covid-19 nos liberará de mirar hacia las otras epidemias, enfermedades y problemas de nuestro tiempo, como la obesidad, la diabetes, la depresión y la depredación ambiental implícita en el capitalismo sin ética. Otro peligro subyacente a esta crisis puede ser la renovación de la confianza irresponsable en esa frase optimista de “la ciencia encontrará la respuesta” a cualquiera de nuestros problemas ecológicos.

Nuestra fragilidad, nuestra indefensión frente a la muerte, han regresado, pero junto con el malestar cabe pensar también que es justamente atendiendo a esa fragilidad que puede surgir una respuesta constructiva socialmente hablando; en palabras de Habermas, una envoltura jurídica y normativa, protectora contra las contingencias a las que se ven expuestos el cuerpo vulnerable y la persona. 

Si la bacteriología de fines del siglo XIX activó una solidaridad interclasista, ya que el mal podía atacar a cualquiera -como en la actualidad-, puede que de la actual crisis emerja un nuevo compromiso comunitario, una nueva ética y un proceso de fortalecimiento de lo público en salud. Como escribió el Dr. Salvador Allende en 1939, “la higiene social, la salubridad pública, la medicina, no admiten transacciones”.

Abusos de confianza

«¿En quién confiar? ¿En instituciones como el Servicio de Impuestos Internos, rudo con los débiles y gentil con los grandes evasores? ¿Confiar en la justicia que encarcela pobres y castiga con clases a los millonarios? ¿En los parlamentarios que legislan para las grandes fortunas? ¿En una iglesia que ocultaba sus crímenes en el prestigio de la tradición?”

Por Óscar Contardo

Durante treinta años el futuro consistía en lograr crecimiento económico y poco más que eso. Era un ábrete sésamo que cada tanto los dirigentes políticos y los economistas nos recordaban, como una tarea pendiente que nunca se acababa y que dependía de todos mantener al día. Debíamos confiar, ellos sabían, ellos habían recuperado la democracia, ellos habían transformado un país pobre y castigado por una dictadura severa, en un modelo de hacer dinero. 

Váyanse a sus casas, dejen todo en nuestras manos, aquí vemos cómo nos vamos arreglando, apártense. Eso fuimos haciendo, tal como nos sugirieron, fuimos mirando desde lejos, como niños que contemplan a los adultos discutir a la distancia sobre cosas de grandes; regresamos a casa, prendimos la televisión, descubrimos los centros comerciales, estrenamos las tarjetas de crédito, compramos lo que nunca antes pudimos y nos aturdimos con un entusiasmo ajeno que brillaba en el fulgor de las tasas de crecimiento anunciadas en las páginas económicas que informaban día a día de un despegue que nos elevaría hasta ver nuevos horizontes. En eso confiábamos, en montarnos en un cohete impulsado por las torres de oficinas que se levantaban en Apoquindo, se amontonaban en el Bosque Norte, trepaban hacia el oriente en un rastro de riqueza que se hacía un lugar en los nuevos barrios, los comerciales de las grandes tiendas y, en el mejor de los casos, las alzas periódicas del precio del cobre. Eso era lo único que nos convocaba a todos por igual. El resto, importaba poco, casi nada. Había que dejar hacer. 

El escritor y periodista chileno Óscar Contardo. Crédito de foto: Felipe Poga.

La lógica del crecimiento económico demandaba deshacer nudos, diluir los puntos de encuentro, separar la paja del trigo y establecer un precio a las puertas de ingreso al porvenir. Una nueva lengua de oferta y demanda le pondría un valor monetario a cada aspecto de la vida; era el idioma que debíamos hablar, qué duda cabe. Cada quién en su dialecto, cada oveja con su pareja. Habría chilenos y chilenas de liceo público, de copago, de colegio privado y colegio de élite. Los habría indigentes, de Fonasa y de Isapre, de micro, colectivo y autopista; chilenos de condominio, de casas chubi, de villas emergentes y barrios narcos; de contrato, contrata, boleteo y ambulantes. Un laminado fino que nos iba separando, fundiendo la convivencia en un magma de irritación y disgusto. Pero había que confiar.

Tanta fue la insistencia en la unanimidad, en el valor de los consensos, que le fuimos perdiendo el gusto al acto de votar. Si en 1988 el tramo de ciudadanos entre dieciocho y veinticuatro años inscritos en los registros electorales alcanzaba el 20% del total, en las parlamentarias de 1993 descendió al 13%. El 2001, los inscritos en el mismo tramo de edad llegaban sólo al 3,4%. La participación se fue desplomando en la medida en que la desconfianza en las instituciones crecía. Sin embargo, pese a todas las señales, el discurso oficial era que en Chile las instituciones funcionaban. Eso nos repetían a los que ya éramos mayores y a los más jóvenes. 

“Las autoridades piden confianza, que las instituciones están haciendo su trabajo, pero lo que vemos, una vez más, es que los discursos sólo sirven para disimular los hechos de la realidad, en donde hay un elenco estable, que parece libre de toda zozobra, y una mayoría que ya se cansó de esperar un futuro que nunca llegó”

No dejaban espacio para nuevas causas y la crítica era descalificada por peligrosa. Chile no estaba preparado para nada más, para ningún otro objetivo que no fuera el crecimiento y la observación estricta de un evangelio económico con interpretaciones bien acotadas, que vertiginosamente se fue revelando como una trama en la que el elenco protagónico era reducido y tenía trato directo con los guionistas. La gran mayoría de los chilenos eran sólo figurantes anónimos sobre quienes recaía la parte más cruda del relato. Pero había que confiar, no por nada el país había logrado entrar al club de las naciones más ricas, la OCDE, el mismo grupo que en cada informe nos arrojaba las cifras de nuestra realidad en todos esos ámbitos que sobrepasaban una mera cifra de crecimiento.


Chile podía exhibir datos macroeconómicos de excepción, pero tenía los peores índices en educación, productividad, innovación y un sinnúmero de aspectos que remataban, además, en el peor índice de confianza interpersonal entre los países de la OCDE. Porque confiar en Chile se había transformado en un asunto restringido al ámbito de lo doméstico, lo privado, y en contadas oportunidades algo que se extiende hacia el ancho mundo de lo público, en donde la mayoría serían simples desconocidos, seguramente tratando de sacar provecho. ¿Cómo no pensar así? Mal que mal, en eso consistía la experiencia diaria: someterse al trato abusivo, sobreponerse a los cobros indebidos y prepararse para una larga maratón que remataría en una jubilación de miseria. ¿En quién confiar? ¿En  instituciones como el Servicio de Impuestos Internos, rudo con los débiles y gentil con los grandes evasores? ¿Confiar en la justicia que encarcela pobres y castiga con clases a los millonarios? ¿En la policía que desfalca? ¿En las Fuerzas Armadas que se juegan los gastos reservados en el casino? ¿En los datos de un censo fallido? ¿En los parlamentarios que legislan para las grandes fortunas? ¿En los candidatos financiados ilegalmente? ¿En un presidente que no paga las contribuciones pero que le exige a los ciudadanos cumplir con sus deberes? ¿En una iglesia que ocultaba sus crímenes en el prestigio de la tradición?

Nos dijeron que tomáramos distancia, que dejáramos que los entendidos hicieran su trabajo. Eso fue ocurriendo. En las elecciones presidenciales de 2017 votó menos de la mitad del padrón. La disminución de participación en Chile no sólo era una de las más bajas de los países OCDE, sino también “una de las más agudas a nivel mundial”, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

Ahora, poco después del estallido de octubre, una pandemia arrasa nuestra forma de vida y las autoridades piden confianza, que las instituciones están haciendo su trabajo, pero lo que vemos, una vez más, es que los discursos sólo sirven para disimular los hechos de la realidad, en donde hay un elenco estable, que parece libre de toda zozobra, y una mayoría que ya se cansó de esperar un futuro que nunca llegó.

Replegados a los interiores: Chiloé resiste

Tras el primer caso de Coronavirus confirmado en la isla, el pasado 25 de marzo, varias comunidades se manifestaron en el canal de Chacao, exigiendo levantar una barrera sanitaria que controlara el flujo de vehículos y visitantes, la que finalmente se aprobó. La poeta y profesora chilota Rosabetty Muñoz, ganadora de los premios Pablo Neruda y Altazor, relata en esta columna cómo vive el aislamiento y en medio del miedo, atisba una luz al final del túnel.

Por Rosabetty Muñoz

Parece una exageración afirmar que se borran los hitos temporales en este encierro que lleva un par de semanas en modo abierto y sólo unos días con el Canal de Chacao cerrado a todo tránsito que no sea esencial. Nos sorprendemos preguntando en qué día estamos, qué fecha es. Costumbres tan arraigadas que son parte de nuestra materia cárnea como tomar mate, se ha vuelto un atentado contra la salud. El círculo virtuoso del fuego, la conversación y el artefacto compartido no son una pérdida menor porque su falta es también la pérdida de  las costumbres que son pilares sobre los que se sostiene la construcción de nuestras vidas. 

Vivir suspendidos en este presente sólido, pesado, vigilando el instante como protagonista absoluto, es aterrador. Tal vez eso empuja a intentar vivir como siempre, la idea de no pensar en el porvenir. 

La poeta y escritora chilota Rosabetty Muñoz. Crédito foto: Fabiola Narváez.

Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas. Nuestro sistema de salud no cubre, en tiempos normales, la demanda de una población desperdigada por canales e islas pequeñas, menos frente a esta pandemia. Por eso, tenemos claro que el no contagio es prioritario; en esa dirección fueron desde el principio las demandas ciudadanas. La barrera sanitaria que se consiguió por medio de movilizaciones vecinales y firmeza de los dirigentes, es vigilada también por representantes de las comunidades. Llamará la atención este doble control, pero todos sabemos hasta qué punto ha llegado la desconfianza entre gobernados y gobernantes. En dos oportunidades se ha intentado romper el cerco de protección por acuerdo entre las autoridades regionales y las empresas salmoneras.

 La indignación de los ciudadanos por las decisiones de autoridades ha borrado la mansedumbre característica de nuestra gente y se ha instalado, en su lugar, una ira antigua por la postergación y abandono. Así como el virus vino a cambiar nuestros modos de habitar el territorio, también dejó al descubierto la crudeza de nuestra precariedad. Hay, por lo menos,  dos mundos claramente delimitados. Uno que habla de teletrabajo, que presiona a las familias por permanecer en las casas y despliega ante los confinados, series de televisión, programas de convivencia a  distancia, abre salas virtuales para que los niños continúen con su formación desde las casas; y otro, que no cuenta con internet en los domicilios, que no tiene señal de telefonía o que es discontinua, que no tiene agua potable.

«Cada vez hay más islas dentro de la isla», dice Rosabetty Muñoz. Crédito de foto: Juan Galleguillos

Una buena cantidad de estudiantes de Chiloé pertenecen a los sectores   rurales e incluso muchos de los urbanos, si no tienen el colegio abierto y comunicación directa con el aparato educacional, quedan aislados, porque la forma de sobrevivir ha estado siempre ligada al contacto con el otro, a las redes comunitarias, a la solidaridad que es difícil transmitir por medio de la tecnología. Cada vez hay más islas dentro de la isla. Ayer, sin ir más lejos,  muy temprano en la mañana, en las esquinas de Avenida La Paz y Caicumeo, se veían tan entumidos como siempre, en grupos, los turnos de trabajadores de las pesqueras y procesadoras de mariscos esperando a que los buses los pasen a buscar. No están siendo prudentes, podría decir un continental, porque la prudencia tiene en cuenta el futuro.  

Los chilotes nos resistimos a ser engañados por el aparato informativo. Hemos visto, otra vez, cómo el discurso de la autoridad habla de la seriedad de la situación, mientras en las poblaciones de las grandes ciudades la gente debe salir a trabajar y los privilegiados de siempre saben que, si se enferman, allí estarán los espacios de lujo ya equipados, en sus barrios, con una celeridad inaudita por el sistema de salud estatal. En el archipiélago sabemos que no contamos con esa posibilidad, por eso a la entrada de la isla grande se instaló un cartel que dice “Bienvenidos a Chiloé” y en letra más pequeña “Sólo a los residentes”: sacrificamos la ancestral vitalidad del encuentro con los otros en pos de resguardar nuestra salud.

«Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas»

Hoy es urgente actuar coordinados. Urge permanecer despiertos a lo más y menos evidente. No se puede vivir con miedo ni aceptando las decisiones de quienes protegen sus intereses económicos y/o políticos. Lo único que puede ayudar es la anuencia de los propios ciudadanos, la colaboración entre comunidades y quienes toman decisiones que afectan a todos. 

“Ocurrió, sin embargo, lo inesperado: dentro de poco, volvieron a resucitar, despertando de la letargia jóvenes y pletóricos de fuerzas, así como la mariposa sale del gusano”. Esta cita del mito Quenos, nos ilumina para decir que no todo es oscuro en este presente suspendido sobre nosotros;  nos ofrece también señales que queremos aprender a leer. Volvieron las enormes mariposas blancas que le dieron nombre al sector donde vivo y hacía por lo menos veinte años que no llegaban. Casi todas las tardes aparecen bandadas de choroyes rompiendo el silencio y en la ventana del baño, lleva dos días posado un coleóptero de largas alas transparentes como cola de ropaje regio, con manchas oscuras en los bordes. 

¿Seremos otros cuando esto acabe? Quiero creer que sí. Que  cada uno de nosotros está haciendo un necesario acopio de valor, raspando la memoria para encontrar formas de vivir más humanas. Que nuestra fortaleza comunitaria, esa férrea manera de solucionar los problemas considerando a los otros, compartiendo la suerte de todos, será el escudo frente a los días venideros.

Zoom: un indiscreto y poco confiable nuevo amigo

En el contexto actual de teletrabajo, millones de personas se han volcado al uso de diferentes plataformas a fin de continuar con reuniones de equipo y, en casos más sensibles, atención médica y psicológica de pacientes. Sin embargo, estas herramientas presentan serios riesgos para la ciberseguridad que deben ser considerados. En esta columna, Daniel Álvarez y Francisco Vera abordan los cuidados más cruciales que hay que tener con Zoom, la más popular de ellas.

Por Daniel Álvarez y Francisco Vera

Por razones que todos conocemos, en pocas semanas Zoom se ha transformado en la aplicación más descargada a nivel mundial y en Chile se ha incrementado considerablemente su utilización desde la declaración del estado de excepción constitucional por Covid-19. Su facilidad de uso y una versión gratuita han permitido a una cantidad importante de personas alrededor del mundo trasladar sus actividades laborales, educacionales y de entretención a sus respectivos hogares.

En el caso de Chile, Zoom se está usando masivamente, ya sea porque instituciones de educación superior como nuestra Universidad de Chile la están empleando como plataforma para la realización de clases en línea; porque organizaciones públicas, empresas u organismos privados lo están utilizando para sus videoconferencias internas o porque profesionales como abogados, psicólogos, periodistas, o incluso, médicos, la están utilizando en sus consultas o labores profesionales.

Lamentablemente, desde el punto de vista de la privacidad y la ciberseguridad, Zoom resultó ser un nuevo amigo indiscreto y bastante descuidado. Veamos por qué.

Al revisar sus políticas de privacidad, Zoom, básicamente, nos dice que puede hacer (casi) cualquier cosa con nuestros datos personales, la información de nuestros contactos y con el contenido de las videollamadas en que participamos. Si bien Zoom declara que cumple con diversos estándares en materia de privacidad, en particular el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (GDPR), la legislación del Estado de California, Estados Unidos, y que cuenta con la certificación Privacy Shield que le permite transferir data desde la Unión Europea y Estados Unidos, dichas regulaciones constituyen un piso mínimo, y sus políticas de privacidad dejan mucho que desear.

Debido a las diversas controversias en que se ha visto involucrada Zoom en el último tiempo, se han visto forzados a actualizar su política de privacidad en al menos dos ocasiones en el último mes, siendo la última versión la publicada el pasado 29 de marzo de 2020.

Sin perjuicio de ello, Zoom ha recibido importantes críticas por eventuales usos invasivos, tratamiento desproporcionado de datos personales y por su política de compartir información recolectada de sus usuarios con terceras partes. Profundicemos en algunas de estas críticas:

Preocupante manejo de datos personales

Varios especialistas han criticado la excesiva ambigüedad de las políticas de privacidad de Zoom, ya que en la práctica impiden que el usuario tenga un conocimiento efectivo sobre el tipo de información que se recolecta, cómo se procesa y con quiénes y con qué periodicidad se comparte. En similar sentido, Zoom no ofrece claridad sobre el plazo de retención de datos y su política de gestión de cookies y recopilación pasiva de datos son extremadamente amplias.

La empresa también ha sido objeto de importantes críticas por sus prácticas y políticas de comunicación de la información personal de sus usuarios con terceras partes, que incluyen compañías tecnológicas, de avisaje y marketing y redes sociales como Facebook, entre otros. En este último caso, investigadores de seguridad advirtieron que Zoom intercambia información con Facebook incluso cuando los usuarios de la plataforma no tienen cuenta en esa red social. La compañía aclaró que eliminaría esta funcionalidad en la siguiente actualización de la aplicación.

La plataforma de videoconferencias Zoom se ha vuelto una de las más populares en Chile en medio de la pandemia de Coronavirus.

Zoom también ha sido fuertemente criticada por el amplio proceso de recolección de datos de sus usuarios, que incluye información técnica de los dispositivos utilizados, información sobre geolocalización, contenido de las sesiones grabadas, información sobre las prácticas de los usuarios al momento de usar la aplicación, que incluye información sobre atención de los asistentes durante la videoconferencia, trackeo de clicks y actividad del escritorio del usuario, todas cuestiones no fácilmente advertibles para sus usuarios.

Así, desde el punto de vista de la privacidad y la protección de datos personales, el uso de Zoom puede significar un riesgo importante para sus usuarios, ya que permite la recolección desproporcionada de datos personales de los mismos, tiene políticas y prácticas de intercambio de información con terceros extremadamente amplias y sus políticas de privacidad resultan ambiguas y abusivas. Y algunas de esas características no parecen ser un defecto de la plataforma a ojos de la empresa, sino parte de su diseño.

Falta de cifrado punto a punto

Desde el punto de vista de la ciberseguridad y a pesar de su publicidad, Zoom no ofrece encriptación punto a punto de las sesiones de videoconferencia, lo que permite que la empresa efectivamente pueda acceder a las sesiones, arriesgando además la interceptación de los contenidos que los usuarios generan. Esto es particularmente grave para profesionales como abogados, médicos y psicólogos que, además de las obligaciones legales de secreto profesional que deben respetar, suelen manejar información extremadamente sensible para sus clientes y pacientes, respectivamente. Lo mismo sucede para aquellas compañías que utilizan esta plataforma para discutir o compartir información comercial o estratégica sensible. 

Lamentablemente, muchas de las opciones que ayudarían a mejorar la seguridad de las conversaciones, como dificultar el acceso de terceros mediante su aprobación o el uso de contraseñas, a la fecha de este artículo se encontraban desactivadas por defecto y requieren de cierta experiencia del usuario para reconfigurarlas adecuadamente. 

Problemas de seguridad de las aplicaciones móvil y de escritorio 

También se han encontrado diversas vulnerabilidades y prácticas cuestionables respecto a los clientes de Zoom para Windows y MacOS, respecto de las cuales, sin embargo, la compañía ha tenido una actitud bastante proactiva, adoptando compromisos específicos respecto a la seguridad de sus productos y suspendiendo el diseño de nuevas funcionalidades hasta que esos problemas sean abordados adecuadamente.

Daniel Álvarez es académico de la Facultad de Derecho de la U. de Chile y experto en Derecho Informático.

¿Qué hacer entonces?

Con todo lo expuesto, queda claro que Zoom adolece de varios problemas en torno a su manejo de datos personales y la ciberseguridad de su plataforma, por lo que sería fácil recomendar que no se use en ninguna circunstancia. Sin embargo, la realidad es más compleja y requiere entender los usos que hacemos de Zoom y hacer una adecuada identificación y gestión de los riesgos involucrados, según el tipo de información que comuniquemos.

Zoom sigue siendo un importante competidor en algunos segmentos, como la realización de reuniones o webinars masivos, dada la estabilidad y disponibilidad de su plataforma, y el bajo consumo de recursos de sus clientes. Además, en estos casos, la competencia viene de parte de plataformas como Webex o Meet, que tienen sus propios problemas. Por otra parte, la elección de plataformas no es realmente una opción para los usuarios, sino para los administradores de sistemas, que evalúan aspectos adicionales como la posibilidad de integrarlo a sus sistemas existentes, su precio, disponibilidad, y si pueden asumir ciertos riesgos.

Distinto es el caso de videoconferencias donde se discutan aspectos de la vida privada de las personas, consultas médicas o psicológicas, comunicaciones sensibles, confidenciales o secretas de los órganos de la Administración del Estado o con información comercial sensible para empresas, entre otros casos. En estos casos, existen soluciones con opciones más robustas de seguridad, tales como Signal o Wire para usuarios particulares, y soluciones especializadas para organizaciones, especialmente en lo relativo al cifrado, por lo que el uso de Zoom en esas instancias no es recomendable en esos casos.

De cualquier forma, es importante estar informado adecuadamente de los riesgos que involucra el uso de cualquier plataforma. Hoy Zoom se encuentra bajo intenso escrutinio, pero muchas de las preocupaciones discutidas a propósito de esta aplicación también son aplicables a otras plataformas.

Es importante tener claridad sobre qué necesidades necesitan cubrirse con el uso de una herramienta, teniendo presentes los aspectos de privacidad y ciberseguridad ya mencionados, tales como las políticas de recolección y uso de datos, su transferencia a terceras partes, y aspectos de seguridad tales como el uso de cifrado y la seguridad de los clientes utilizados. 

También vale la pena tener presente si las aplicaciones son de código libre (indicador usual pero no infalible de mayor seguridad y transparencia), y los modelos de negocios involucrados en las plataformas. Como dice el dicho en Internet: cuando algo es gratis, pasa que no eres el cliente, sino que el producto.

Esta columna fue escrita por Daniel Álvarez y Francisco Vera Hott. Network Lead, Privacy International.

Un salto al vacío: la precariedad de las y los artistas chilenos que el Coronavirus deja al desnudo

El mundo artístico que ya había sido afectado por la cancelación de festivales y eventos culturales derivada del estallido social de octubre del año pasado, viven ahora una crisis mayor con la llegada de la pandemia a Chile y la cuarentena que mantiene cerrados los centros culturales, museos, teatros y cines. Sin espacios donde trabajar ni exhibir sus obras, miles de artistas quedarán sin ingresos por un tiempo incierto. El Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio ya anunció un fondo de 15 mil millones de pesos que irá en su ayuda. Y aunque la medida fue aplaudida por algunos y criticada por otros, los gremios del arte exigen, sobre todo, transparencia en la repartición y una visión a largo plazo que les dé más estabilidad laboral y reconocimiento a futuro.

Por Denisse Espinoza A.

Los llamados comenzaron a llegar uno tras otro sin cesar. “¿Qué vamos a hacer si se cierran todos los espacios y no podemos seguir trabajando?”. Esa era la pregunta inquietante que Débora Weibel, actriz y presidenta de Sidarte (Sindicato de Actores de Chile) comenzó a escuchar entre sus socios desde la segunda semana de marzo, cuando se oficializó la llegada del COVID-19 a Chile. “Advertimos que nos íbamos a enfrentar a un escenario más duro que la crisis del estallido social, donde también se cancelaron proyectos y bajó mucho el trabajo”, dice Weibel. “Empezamos a conversar entre nosotros cuáles eran las necesidades y los apuros más grandes y de repente lo vimos claro. ¿Se dan cuenta de que estas son nuestras condiciones laborales del día a día? Trabajar sin contrato, no tener seguro de cesantía ni derecho garantizado a salud, tampoco pensión o jubilación. ¿Por qué tenemos normalizado que nuestro rubro sea tan precario? Uno hace teatro con pasión, pero ¿eso justifica condiciones laborales tan indignas?”, se pregunta Weibel.

A las inquietudes particulares del gremio del teatro se sumaron las dramáticas cifras que entregó esa misma semana la Red de Salas de Teatro, que reúne a 23 espacios: un mes de paralización significan 469 funciones suspendidas y pérdidas por cerca de 300 millones de pesos.

En poco menos de una semana nació una nueva red de colaboradores de artes escénicas que excede a Sidarte y que logró reunirse con el subsecretario de Cultura, Juan Carlos Silva, en una mesa donde también estuvo la Unión Nacional de Artistas (UNA), que reúne más de 18 gremios del arte, incluyendo la SCD, ProDanza, la Asociación de Pintores y Escultores de Chile (Apech), la Asociación de Documentalistas de Chile (ADOC) y la Sociedad de Escritores de Chile (SECH). 

La reunión fue el martes 17 de marzo y en ella los artistas proponían medidas de emergencia como la devolución anticipada y sin descuento por concepto de AFP de los impuestos, aplazamiento en la rendición de los Fondart de este año, bonos especiales de salvataje y redirección de fondos que no se fuesen a utilizar durante la crisis. Por su parte, cada gremio ha estado apoyando a sus asociados como pueden. “Para algunos la situación es crítica, hablamos de ayudas tan básicas como comida, insumos médicos, también estábamos viendo si los hijos de artistas podrían acceder a las becas Junaeb. La producción artística general ha estado mermada desde el 18 de octubre y ahora, con esto, se agrava. Venimos de febrero, además, un mes complicado para la cultura, es decir no había piso para sostener este mes”, cuenta María Fernanda García, vicepresidenta de la Unión Nacional de Artistas. 

Weibel cuenta que el acuerdo con el subsecretario Silva fue sumar más integrantes al diálogo y empezar realizar un catastro para ver quiénes serían los más afectados. Sin embargo, el lunes 23 el Ministerio de las Culturas se adelantó con un anuncio cuantioso: la repartición de 15 mil millones de pesos como medida de salvataje al medio artístico que se destinarán “a la adquisición de contenidos culturales (pagos de derecho de autor), al fomento de la creación artística, y a proteger los espacios y organizaciones culturales afectadas en razón de la contingencia”. De inmediato, Twitter se encendió de comentarios que desde el hashtag #noalos15milmillones criticaban la prioridad que, a su juicio, se estaba dando a la cultura por sobre la emergencia sanitaria. “A nosotros también nos tomó el anuncio por sorpresa y nos pareció irresponsable sacar un titular con esa cifra en medio del Coronavirus”, dice Weibel. “Por supuesto, valoramos el gesto, pero esperábamos que el Ministerio conversara con nosotros antes, lo encontramos apresurado”.

Lanzadas las cartas, la pregunta que queda es cómo se hará para repartir el monto entre el mundo cultural, que es amplio y tiene realidades dispares. Por ahora, el Ministerio hizo circular una encuesta que ayudará a hacer un catastro de la situación de los afectados para fijar el instrumento adecuado que permitirá entregar los recursos y que tomará al menos dos semanas más. 

Según el compositor Horacio Salinas, presidente de la SCD, se le debe dar prioridad sin duda a los más desvalidos del sector. “Hay que hacer una distinción entre las necesidades de los diferentes tipos de instituciones, no habría caso de ir en socorro de espacios que tienen espaldas fuertes y pueden sortear la crisis a través del mundo privado. Aquí se trata de muchísima gente que vive con 400 o 500 mil pesos y que en este contexto baja a cero, ni siquiera pueden cantar en las calles, es así de trágico”.

Imagen del Día de la danza del 2017, celebrado en el mes de abril, en el GAM

Lo cierto, y todos coinciden, es que la crisis del Coronavirus sólo vino a develar la precaria realidad que vive el mundo cultural desde siempre y muchos apuestan a que la entrega de estos 15 mil millones de pesos siente un precedente importante y abra una puerta para establecer leyes de contratos laborales más dignos y justos en la cultura. “Lo importante es que se genere un mecanismo lo más democrático posible para la distribución de los fondos. Debiera organizarse una mesa con representantes del mundo del arte y la cultura para transparentar de dónde salieron estos recursos, qué consecuencias tendrá haber cerrado ciertos programas y para acordar el procedimiento de distribución. Sería interesante que el mundo privado corporativo, tan activo últimamente, propusiera algunas acciones; galerías comerciales, coleccionistas, fundaciones o corporaciones ligadas a empresas, algo podrían hacer”, dice, desde el ámbito de las artes visuales, el historiador y presidente de Arte Contemporáneo Asociado (ACA), Luis Alarcón.

Por el lado de los escritores, el alegato es fuerte. “Nuestras demandas son históricas, está la supresión del IVA en el precio de los libros, la entrega de un Premio Nacional anual –donde antes teníamos dos miembros de la Sech en el jurado y ya no–, salud para los escritores porque no boleteamos ni facturamos, nuestro trabajo de escritura de dos o tres años es invisible; tampoco tenemos derecho a jubilación y necesitamos con urgencia una pensión para los escritores. La mayoría muere en la pobreza más grande”, dice el escritor Roberto Rivera, presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech). Ubicados a pasos de la zona cero, en Almirante Simpson 7, desde el 18 de octubre no han podido hacer uso normal de la sede. “Nos habíamos conseguido salas en la Universidad Tecnológica Metropolitana, en el Palacio Álamos y en la Biblioteca de la Municipalidad de Santiago, pero ahora todo está paralizado, ahora estamos viendo la realización de nuestros talleres en formato online”, dice Rivera.

Sin embargo, de manera paralela a los creadores, existe un gran número de afectados que son aún más invisibles: iluminadores, tramoyistas, camarógrafos, diseñadores, sonidistas, fotógrafos y un suma y sigue de técnicos que también están en la crisis de la cuarentena. “Estamos súper a la deriva, ni siquiera hemos sido convocados por el subsecretario Silva a la discusión”, dice Daniela Espinoza, presidenta del Sindicato Nacional Interempresa de Profesionales y Técnicos del Cine y Audiovisual (Sinteci), que tiene cerca de 800 socios.

“Varios proyectos de películas y series quedaron parados. HBO iba a rodar en Chile su serie Los Espookys y cancelaron sin aviso de retorno, Movistar también venía a filmar la semana pasada y todavía no le dicen nada a la gente que iba a trabajar en eso. Pero creemos que el mayor daño es para los técnicos que trabajan en publicidad, ya que en nuestro verano es cuando vienen a grabar los comerciales europeos, marcas de auto, compañías de cerveza viajan a San Pedro de Atacama, a Santiago, Valparaíso y al sur incluso, todo eso está perdido, entonces es una baja importante”, cuenta la productora Daniela Espinoza. 

La serie de HBO Los Espookys tenía fecha de rodaje para este mes en Chile, pero fue cancelada.

Y hace una advertencia: más allá de las medidas urgentes para cubrir estos tres o cuatro meses de cuarentena, es importante mirar lo que pasará después. “La recuperación no será inmediata, son procesos que toman tiempo. Nosotros necesitamos que la gente trabaje, que la gente, terminada la epidemia, pueda volver a filmar acá, y eso se hace con incentivos al rodaje, con bonificaciones a los impuestos de los lugares donde rodamos, porque cuando tú filmas una película o un comercial en una región, el impacto es muy fuerte. Las industrias culturales mueven el 2,2% del PIB y en el audiovisual son por lo menos 4 mil puestos de trabajo, entonces no es poco. Me sorprende que haya gente que alegue porque se les entreguen recursos de ayuda a los artistas siendo que industrias como la pesquera y la minería tiene aún más subvenciones y nadie lo cuestiona”, plantea la presidenta de Sinteci.

También en el ámbito audiovisual, los realizadores se han visto afectados con la cancelación de estrenos de películas que ya habían gastado en publicidad y estaban en cartelera, como el documental Visión nocturna de Camila Moscoso que retrata las marcas que deja una violación sexual. “Lo más fregado es la recalendarización de todo lo que se iba a exhibir y la restitución de gastos de la gente que ya había invertido recursos y que no pueden reutilizarse, además, hacer coincidir agendas de personas que ya estaban confirmados para un rodaje es complejísimo”, cuenta la productora Viviana Erpel y secretaria general de la Asociación de Documentalistas de Chile (ADOC).

Erpel también repara en la precariedad laboral del sector donde abundan los honorarios y los contratos por faena. Algunos, dice, hacen clases y tienen la suerte de trabajar para instituciones educacionales que les seguirán pagando, pero no es la mayoría. “Este es un reto para todas las organizaciones gremiales, quienes tendrán que identificar bien a su sector. La transparencia en este proceso será crucial y también habrá que ser bondadoso y solidario para dar prioridad a quienes estén más carenciados. En ese sentido, quizás sería interesante, en este contexto, crear un fondo orientado a la creatividad. Somos artistas y este contexto inédito de pandemia en Chile y el mundo puede ser abordable a través de un proyecto de escritura documental”, propone la productora.

En enero pasado se realizó el masivo segundo concierto por la Hermandad dirigido por Alejandra Urrutia en la Estación Mapocho, antes de que el centro cultural cerrara sus puertas.

Las instituciones culturales y el dilema del streaming

En paralelo a los artistas, los espacios culturales también viven sus propios avatares frente a la cuarentena por el virus que los mantendrá un mínimo de dos o tres meses con las puertas cerradas. Por ejemplo, al Museo Precolombino y al GAM, que funcionan con recursos del Estado, afirman que la crisis los venía golpeando desde el estallido social del 18 de octubre.

En el caso de la colección que habita en el ex Palacio de la Real Audiencia en calle Bandera, ha sufrido la disminución de turistas, quienes pagan una entrada mayor y conforman un importante ingreso de recursos. “Recibimos aportes de la Municipalidad de Santiago y del Ministerio, pero un tercio son las entradas pagadas, sobre todo de los extranjeros. Entonces venimos bien mermados sobre todo porque con esos recursos pagamos justamente los gastos de funcionamiento del edificio y los sueldos. Son cerca de 35 millones de pesos mensuales por ese concepto que ahora simplemente desaparecen. No sabemos cuánto más podemos aguantar, por eso no dudamos en acogernos a la ayuda del Ministerio y esperamos recibir fondos”, dice el director Carlos Aldunate.

Mientras, el edificio de la ex UNCTAD III ha tenido altos y bajos por su cercana ubicación a Plaza Italia. “Ya habíamos tenido que reducir los horarios de nuestras funciones, los arriendos comerciales de los espacios ya se habían visto afectados y ahora se cancelan de plano. Si bien recibimos un importante aporte del Estado, 30% de nuestro presupuesto depende del corte de tickets. Este año, además, cumplimos una década de vida, pero ya definimos que la celebración será austera”, dice el director Felipe Mella. “A pesar de nuestra situación, creo que lo primero es enfocarse en el sector artístico más inestable, que son los artistas independientes que no tienen vínculo con ninguna institución. Creo que además sería importante que aparte del apoyo que reciban del Ministerio de las Culturas, los gobiernos regionales y los municipios también pudiesen hacerse presente, porque me temo que los recursos no serán suficientes. Aquí lo que se devela es la crisis de la cultura, recibimos 0,4% del presupuesto nacional, cuando en otros países OCDE la cifra es cercana al 2%”, agrega Mella.

Mientras siguen cerrados y para no perder presencia dentro del público, ambas instituciones, como muchas otras, están echando mano a contenido virtual. El Museo Precolombino pondrá a disposición en su sitio web una serie de videos, publicaciones y todo un archivo inmaterial sobre la colección, además de material de mediación bajo el nombre de Precolombino en Casa. A la vez, el GAM ya ofrece una lista de sitios web donde es posible ver obras teatrales, de danza, películas y descargar libros digitales gratis, y además están trabajando justo a la actriz Patricia Rivadeneira en la plataforma digital Escenix, especie de Netflix del teatro donde se incluirán registros de las obras emblemáticas que ha presentado el centro.

El caso de Roser Fort, directora del Centro de Arte Alameda, es especial: el pasado 27 de diciembre sufrieron la pérdida total de su emblemática sede en Alameda debido a un incendio y hace pocos meses habían firmado un convenio con el Centro de Extensión del Instituto Nacional para funcionar en ese espacio. “El anuncio de los 15 mil millones de pesos me parece súper optimista y sin duda será reconocido por el mundo de la cultura. Nosotros estaríamos financiados, habíamos recibido el fondo para otras instituciones colaboradoras y un fondo de formación de audiencias antes del incendio, con el que tenemos cubierto los sueldos de nuestro personal, además el Ministerio nos confirmó un fondo de implementación para la compra de un nuevo proyector de última generación como el que teníamos. Todos los fondos deberían llegar en abril, así que estamos expectantes. En ese escenario no postularíamos al fondo anunciado ahora porque no es la idea quitarle el espacio a otros espacios y personas de la cultura que sí lo están necesitando”, explica Fort.

Así quedó el Centro Arte Alameda luego del incendio sufrido el 27 de diciembre pasado: la pérdida fue completa.

Para estos meses, la gestora cultural y su equipo ya están trabajando en una curatoría para la compra de películas extranjeras y sus derechos –gracias al fondo para otras instituciones colaboradoras que asciende a los 109 millones de pesos–, que estarán disponibles en una plataforma online exclusivamente bajo el nombre de Cine Arte Alameda, además de video on demand. “Nunca pensé que con 62 años iba a pasar por esto y nos tocaría reinventarnos. Ha sido duro, pero también emocionante por el apoyo gigantesco que hemos recibido del público y la institución”, agrega Fort.

Otra institución que ha debido enfrentar los embates, primero de la crisis social y ahora sanitaria, es el Centro de Extensión Artística y Cultural (CEAC) de la U. de Chile, que ubicado justo frente al monumento a Baquedano en plena Plaza Italia, cerró sus puertas en marzo de 2019 para iniciar los trabajos de demolición en la parte trasera del edificio como parte del nuevo proyecto de centro cultural Vicuña Mackenna 20. Hasta ahora, no han logrado reabrir sus puertas, aunque en septiembre la Orquesta Sinfónica tuvo presentaciones en Perú y Argentina, mientras en octubre el Banch realizó una histórica gira en Francia. «Para estos meses primeros meses teníamos organizadas nuevas presentaciones en Santiago, en el Teatro Caupolicán y galas populares abriendo el año con la Novena Sinfonía para celebrar el año de Beethoven, pero con el tema de la pandemia todo eso se suspendió. La verdad es que tras prácticamente un año, la situación se ha vuelto insostenible”, dice el director del CEAC, Diego Matte. «Sobre la pandemia, afortunadamente, y previendo lo que podía pasar, a inicios de marzo hicimos un catastro con los miembros de nuestros elencos para detectar si había contagio, y seis artistas que venían viajando desde países en riesgo fueron puestos en cuarentena preventiva”, cuenta Matte.

La institución, que agrupa a la Orquesta Sinfónica de Chile, el Ballet Nacional Chileno, la Camerata Vocal y el Coro Sinfónico,  recibe recursos por glosa del presupuesto estatal, cerca de $2.700 millones, sin embargo, debe costear una parte de sus gastos con recursos propios que giran en torno a los 900 millones de pesos anuales. “Afortunadamente, las remuneraciones de nuestros artistas están costeadas, pero hay gastos básicos que van dentro de la mantención de nuestro edificio que debemos costear con el corte de entradas. En general, evitamos acudir al Estado por más financiamiento, pero esta vez nos queremos acoger a la ayuda que ofrece el Ministerio de las Culturas”, explica el director.

Concierto de la Orquesta Sinfónica de Chile en las afueras del Teatro Baquedano que permanece cerrado desde marzo de 2019.

Desde diciembre, además, existe la plataforma CEAC TV, que ofrece de manera rotativa las presentaciones de los cuatro elencos, además de entrevistas a directores y músicos, y capítulos del programa radial de la Orquesta Sinfónica, Con Cierto Oído, que transmite la radio Universidad de Chile. “Es un proyecto que teníamos hace bastante tiempo, desde hace cuatro años que venimos haciendo registros en HD de los conciertos y las obras de danza, conformando una hemeroteca bastante completa que ahora se abre a público y que en este contexto ha cobrado más sentido y fuerza”, dice Matte.

Desde octubre el Centro Cultural Estación Mapocho también fue golpeado por la crisis social. Si bien siguió abierto y se siguieron realizando actividades como cabildos, seminarios y festivales abiertos a público, los arriendos de eventos, que son los que financian el espacio, cayeron dramáticamente. “Nosotros no recibimos financiamiento del Estado, nos autosustentamos hace 30 años, pero hoy sí vamos a tratar de acogernos a la ayuda que está ofreciendo la autoridad y creo que hay que confiar en los instrumentos que están creando para distribuir los fondos, nos conocemos bien entre nosotros y sabemos las necesidades que hay”, afirma su director, Arturo Navarro. Además, hace unos días –cuenta– recibió la visita del ministro Mañalich y del subsecretario de redes hospitalarios, quienes están evaluando arrendar la Estación Mapocho como eventual centro sanitario para enfrentar la expansión del Coronavirus. “Nuestra voluntad es colaborar y ponernos al servicio del país”, expresa el gestor cultural.

Con respecto a poner a disposición contenidos online para seguir conectados con su público, Navarro tiene una mirada más bien crítica. “Creo que hay que tener mucho cuidado con eso, porque puede ser incluso peligroso para la cultura. Primero, tengo mis dudas con respecto a poner contenido en streaming de obras que fueron creadas para otros formatos, me parece incluso un irrespeto hacia los creadores, porque las obras se desvirtúan y, por otro lado, y que puede ser lo más grave, acostumbramos al público a no valorar las obras de arte, la gratuidad es una de las pandemias propias de la cultura, entonces esa locura que hay hoy por ofrecer contenidos online yo no la sigo”, sostiene.

Lo cierto es que en medio de la pandemia, el uso del streaming para fomentar el arte y la cultura en los hogares se ha transformado en casi una recomendación país para sobrellevar el aislamiento. En el caso de la U. de Chile, hay varias plataformas que funcionan desde hace años y que ofrecen contenido online como el Portal de Libros Electrónicos, que cuenta con 1.030 Libros antiguos y de académicos de la Casa de Bello, el Archivo Central Andrés Bello (ACAB), el Museo de Arte Contemporáneo, el Museo de Arte Popular Americano y la Cineteca de la U. de Chile, que ofrece más de 350 películas chilenas completas, entre ellas clásicos como “El Húsar de la Muerte” (1925, Pedro Sienna) y “El Chacal de Nahueltoro” (1969, Miguel Littin).

El propio Ministerio de las Culturas ha realizado también una gran campaña de difusión de sus sitios Elige Cultura y Ondamedia –ambos albergan producción en teatro, danza, libros y audiovisual nacional por la que ya pagan derechos de autor–, liberando todos sus contenidos. Para la vicepresidenta de UNA, María Fernanda García, esto parece un contrasentido cuando se compara con la valoración habitual que se hace de la cultura en el país. “Si te fijas, lo que más se recomienda ahora a la gente en sus casas es que haga deporte, que vea películas, que baile, que pinte, que haga alguna actividad artística, porque se entiende que en momentos de crisis finalmente lo único que te puede salvar, una forma de escape y contención es el arte. Creo que falta valorar esto y tenerlo presente todos los días, la crisis nos lo recuerda con mayor fuerza”, dice.

Entrenamientos de la Red de trabajadores de la danza

En el ámbito educativo, las plataformas de streaming también han llegado como la alternativa para que los alumnos sigan teniendo clases. Pero ¿qué sucede en disciplinas como el teatro o la danza donde el contacto presencial es fundamental en la formación de los profesionales? 

Para Poly Rodríguez, bailarina parte de la Red de Trabajadoras de la Danza, la cuarentena ha planteado un verdadero desafío en su sector. Primero está la precariedad laboral que se repite también para ellos, que tienen que acudir a sistemas tan básicos de ayuda como economía circular, comprando víveres al por mayor y a menor costo, distribuyendo ayudas voluntarias y también generando clases online. En su caso, también es docente de media jornada del Departamento de la Danza de la U. de Chile y también está sorteando el reto de la educación. “Hemos tenido un montón de reuniones al respecto porque nos interpela a replantearnos las ideas de la danza y la enseñanza no sólo para encontrar una adecuación funcional, neoliberal, digamos, de seguir produciendo clases, sino de una manera más sensible: es necesario mantenernos en contacto con los estudiantes, además nos preocupan mucho las condiciones en que los estudiantes pueden acceder a la educación en sus casas”, dice. 

Frente a este panorama, la dramaturga y académica de la U. de Chile, Ana Harcha, plantea un reflexión más profunda frente a los desafíos que nos plantea esta pandemia y el confinamiento. “Lo que nos está pasando es impresionante, como generación es lo más radical que nos ha tocado vivir, pero también, como pueblo, veníamos de cuatro meses donde todo ha girado en torno a lo corporal, la gente en las calles, el contacto con los otros con performances colectivas, y ahora estamos viviendo todo lo contrario. El cambio ha sido brutal para el cuerpo y la mente. Frente a esto, lo único que me hace sentido es pararnos a pensar en cuál es el mundo que queremos vivir, cuál es la educación que queremos hacer, no sólo se trata de continuar haciendo clases porque sí, sino el sentido que le podemos dar”, propone. “Para algunos -resume Harcha- es posible poner el Power Point y explicarlo, pero en disciplinas de otra naturaleza como deporte, danza, teatro, incluso medicina, eso no es posible, y creo que también es importante acompañar a los alumnos y no dejarlos solos en estos momentos”.