La poeta Elvira Hernández reflexiona en torno a la obra Tu nombre aumenta la eternidad, de Fernando Prats, y recuerda la figura del general Carlos Prats, de cuyo asesinato se cumple medio siglo.
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Rosabetty Muñoz, Carmen Berenguer y Elvira Hernández son las tres poetas que compiten por el Premio Nacional de Literatura 2020 y la asociación de Autoras Chilenas (AUCH) manifestó su apoyo a todas las candidatas por igual. En un espacio donde los respaldos individuales son la norma, nominadas y escritoras analizan las complejidades de destacar a todas las voces femeninas.
Por Florencia La Mura
Las puedes contar con los dedos de una mano: Gabriela Mistral, Marta Brunet, Marcela Paz, Isabel Allende, Diamela Eltit. Desde las redes sociales del colectivo de Autoras Chilenas (AUCH) son enfáticas: solo cinco de las 54 veces que ha sido entregado el Premio Nacional de Literatura, éste ha recaído en mujeres. El galardón estatal más importante y longevo en Chile, fue creado en 1942 para apoyar financieramente a un gremio que no conseguía vivir de sus derechos editoriales y a la vez para ser un reconocimiento a quien “haya consagrado su vida al ejercicio de las letras y haya recibido la consagración por el juicio público”. La historia y los números reflejan una evidente disparidad entre hombres y mujeres que han recibido el premio, donde influyen múltiples factores. Es por eso que escritoras que forman parte de AUCH y poetas nominadas al Premio Nacional sacan a la luz sus encuentros y desencuentros cuando se habla de la escritura de mujeres.
Autoconvocadas y heterogéneas
“Un sol delicado alumbra el tránsito
de los que vamos
sin apuro a ninguna parte”.
Marea Roja (extracto) – Rosabetty Muñoz
“Es muy rico poder compartir con autoras, con una serie de preocupaciones y problemas en común. Desde gente que tiene un recorrido internacional importante hasta quienes están empezando y que a lo mejor tienen un libro publicado. Me hubiera encantado con 25 años haber podido entender cómo funcionaba este mundo, con todas sus limitaciones, problemas e injusticias”, reflexiona la escritora Lina Meruane, sobre el colectivo del que es parte, al teléfono desde Nueva York. Autoras Chilenas (AUCH) es una agrupación que nació en abril de 2019, luego de que un grupo de mujeres relacionadas al mundo del libro caminaran juntas para el Día internacional de la Mujer, el 8 de marzo. Un mes después, se autoconvocaron para reunirse y discutir cómo funcionaría su agrupación. Autoconvocado, transversal, feminista y horizontal son los términos que resaltan de sus primeras declaraciones. Un año y medio después, el colectivo integrado por diversas caras visibles de la literatura local, además de editoras, ilustradoras y académicas, sigue constante en su afán de visibilizar mujeres autoras desde una mirada política.
Lo que comenzó con un breve comentario en Twitter a fines de junio terminó siendo una campaña como tal. AUCH planteó una postura de apoyo a las tres candidatas mujeres de este año al Premio Nacional de Literatura. “Sabemos que los premios son un gesto político y en el caso de las mujeres se ponen siempre en desmedro”, conversa la escritora Pía Barros, también parte de AUCH, explicando la cruzada por visibilizar a Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández por igual. “Las tres candidatas son de una diversidad espectacular”, reflexiona Barros, “está la etnopoesía de Rosabetty Muñoz, que además es de Chiloé, tierra de poetas. Si hay una escritora local que rescata ese lenguaje chileno y esa forma de articular una historia es Carmen Berenguer, su desenfado es indiscutible, de hecho ha sido premiada en muchas partes y no tiene el Nacional. Si miras a Elvira Hernández tiene solidez, arrastre, esa capacidad de mostrarnos un Chile que no queremos ver”, ahonda la escritora, destacando su obra, temática y consistencia.
Respecto al Premio Nacional en sí, para Pía Barros, su estado actual es “inmoral” de parte de un Estado se vuelve insuficiente. “Cuando dices ‘una vida dedicada a la literatura’, son todos, muchos, cientos, los que están en Chile y con una solidez en su obra que es absolutamente merecido. El premio pasa a ser una migaja y como un aval de jubilación”, explica. ¿Cuál sería la solución? Barros propone desde una modificación del premio a una modalidad anual (actualmente se entrega cada dos años) hasta un cambio completo en la estructura cultural de nuestro país. “Chile cree ser vanguardista, pero es muy snob”, explica, mencionando además que el hecho de difundir múltiples voces, sin poner a pelear las unas contra las otras, es un gran primer paso. Según Barros, el Premio Nacional debiera ser una discusión en el sentido de incorporar a sectores de la literatura más allá de lo académico. “Debe haber pares e instituciones que son parte del mundo de la literatura, que no estén presentes y sean parte permanente de un equipo de trabajo”, agrega.
Mujeres escritoras v/s escritura de mujeres
“(..) no estoy obligada a escuchar palabras
de un pequeño dios que me ahoga con ingredientes sempiternos”
Oda a mi huerto de pelos (extracto) – Carmen Berenguer
Un tema complejo que vuelve a asomarse en la discusión por potenciar mujeres en un área es el hablar sobre “escritura femenina”. Si bien no es nueva, cada cierto tiempo se vuelve al tema, sobre como el potenciar mujeres debe diferir de una “literatura femenina” en el sentido de que no por ser mujeres se escribe sólo de ciertos temas, lo que sería caer en una nueva división sexista. Así lo ha señalado, entre otras, Diamela Eltit, última Premio Nacional y quien integra el jurado de este año -con mayoría de mujeres- junto a la Ministra de Cultura, Consuelo Valdés; el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, un representante de la Academia de la Lengua, un representante del Consejo de Rectores, dos personas expertas designadas por el Ministerio de Cultura, la ensayista y primera director mujer de la Academia Chilena de la Lengua, Adriana Valdés y la investigadora, académica y en experta en lengua mapudungún, María Isabel Lara.
Contemporáneas todas, las poetas nominadas reconocen el trabajo de las otras, con quienes además cruzaron caminos en distintas ocasiones. Carmen Berenguer recuerda los años 80 como un “lugar clave de una ‘otra poesía’ escrita por mujeres, que escapaba del yoismo y ponía el cuerpo de la mujer al centro de la escritura”. “Si para algo sirve toda esta exposición pública, aspiro a que una parte de la comunidad, empiece o amplíe su lectura de poesía”, comenta Rosabetty Muñoz.
“Más allá de que sea una cruzada -una palabra con un airecillo bélico- me parece una excelente iniciativa. Haría de ella una manifestación continua que superara la circunstancia de esta triple nominación de poetas mujeres para mostrar lo que hoy se está escribiendo en todo el ámbito literario nuestro”, reflexiona Elvira Hernández respecto a su nominación, agregando que tanto como el reconocimiento a la trayectoria, importa todo lo nuevo y lo oculto. “Necesitamos de un movimiento de lectura y escritura que dé cuenta de lo que ya está ahí, que ha salido de manos más jóvenes y que no puede quedar congelado. En estas duras condiciones de existencia se espera por una palabra viva y la que traen las nuevas escritoras viene palpitante”, agrega la autora de La bandera de Chile.
Por otro lado, Rosabetty Muñoz, siente su nominación no solo como un reconocimiento a las mujeres, sino además a la escritura desde regiones. “Así como las mujeres han estado fuera de la lista de premiados, tampoco la escritura de las provincias que se produce en lugares apartados del país, que apuesta por la participación en el desarrollo del pensamiento y el arte desde otros puntos del territorio, ha sido señalada en la lista de Premios Nacionales”, menciona, agregando que Stella Díaz Varín, Winnet de Rokha, Cecilia Casanova y Paz Molina, por nombrar algunas que tampoco han obtenido el Premio Nacional, desde hace décadas debieron ser miradas y leídas.
Desde otra vereda, Carmen Berenguer, postula que “es demasiado categórico pensar que existen solo dos géneros literarios solamente”, en relación a la entrega del premio solo por novela y poesía. Agrega, además, que el reconocimiento de una trayectoria dedicada a la palabra y la ausencia de mujeres se aloja bajo un sistema que incluye universidades, academias, carreras literarias, librerías, medios y páginas literarias, las que replican una lógica tanto competitiva donde se prioriza lo comercial. Bajo esa mirada, explica que “lo que más le ha costado a la escritora de literatura es hacerse de una voz y singularizar su apuesta literaria”, y por ende considera que la propuesta de AUCH borra en vez de destacar, haciendo aún más difícil que una mujer efectivamente logre ganar.
El caso Mistral
En un pie
la garza
sostiene la tarde.
En los bajíos – Elvira Hernández
En su ensayo de 1983 “Cómo acabar con la escritura de las mujeres”, la autora estadounidense Joanna Russ reflexiona sobre las críticas que han debido enfrentar las mujeres en este espacio de la palabra. Desde el anonimato casi forzado, a una lectura particular -solo por el hecho de ser mujeres- o incluso a medirlas según la vara masculina: a Marta Brunet, como bien recuerdan las AUCH en sus redes, se le destacaba por “escribir como hombre”. Russ plantea, en síntesis, que a las mujeres siempre se las ha analizado desde una óptica blanca y heteropatriarcal, y donde cuya libertad ha sido solo un decir. “El truco reside en hacer que la libertad sea tan sólo nominal y después […] desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes”.
Desde la literatura local, el caso más evidente y mencionado al hablar de mujeres premiadas es el de Gabriela Mistral, quien recibió el Nobel de Literatura en 1945 y recién cinco años después, en 1951, el Nacional de Literatura, el último en ser otorgado a una mujer poeta. Además de este desaire histórico a su carrera, por supuesto que el legado de Mistral fue cubierto con un manto de despolitización. Como analiza Russ, el peso de la lectura hacia las mujeres tiene una carga histórica gigante, pero ¿podemos aprender a leer a las autoras mujeres sacándoles la lectura patriarcal? “El caso de la Mistral es muy evidente, porque se le negó su irreverencia, su potencia política, que está en muchos de sus escritos ensayísticos, incluso poéticos y se la leyó desde una figura preestablecida a la que ella en realidad no corresponde, que es de la mujer sufriente, la viuda, la virgen, la maestra rural. Se le negó una vida compleja en el relato”, analiza Lina Meruane, quien trabajó en Las Renegadas, antología de la poeta chilena donde la escritora fue consciente de dejar fuera esta carga que había sobre su lectura para dejar ver tanto lo que Mistral era, como aquello que ocultaba. “Ella es muy hábil hablando de ciertas cuestiones, por un lado mostrando y por el otro tapando, una estrategia del siglo XX sobre todo para escritoras queer, que muestran lo suficiente para que el lector o lectora pueda leer lo que está tratando de decir”, agrega Meruane.
La cruzada de la AUCH ha generado el ruido suficiente como para poner en conversación la diversidad de autoras locales, con o sin reconocimiento institucional de por medio. De haber premios, conversa Meruane, la contienda es desigual al momento de competir con hombres y también se replica junto a otras mujeres “en instancias que han sido creadas y definidas por un sistema patriarcal, masculino, de jurados de hombres”, detalla, la autora de Sangre en el ojo. Pero como la historia es cíclica, ya lo mencionaba Virgina Woolf en su clásico de 1929 Un cuarto propio: cuando lee a las mujeres de la época, siempre están compitiendo por un hombre o por un favor masculino, en vez de solidarizar entre ellas.
Se suma el hecho de que tanto en la cima como en la base, la prevalencia de hombres sigue siendo mayor. En una búsqueda rápida, un estudio español del 2019 demuestra que los hombres siguen escribiendo más que las mujeres, a pesar de ser ellas quienes más consumen libros. El sistema está construido de manera masculina y permea desde la escritura, hasta cómo se desenvuelven los autores entre pares. “Uno de los problemas es que el canon está construido de manera tan masculina así como el sistema de recomendaciones, que no se lee a las mujeres, no se sabe de ellas y por lo tanto no se las considera”. Tres mujeres nominadas al máximo galardón nacional en letras aparece como un pequeño primer paso en pensar un futuro donde la escritura de las mujeres sea reconocida, con o sin premios de por medio.
Lee la columna de Patricia Espinosa H, relacionada con este tema: Derribar el Premio Nacional
Elvira Hernández: “Lo único que puede calmar algo es la justicia”
Considerada una de las voces más relevantes de la poesía latinoamericana contemporánea, la autora de La bandera de Chile, libro paradigmático de la dictadura, reflexiona sobre la actual crisis social, sus causas y actores; defiende la necesidad de una Constitución plurinacional y evidencia la labor del escritor en estos tiempos convulsos: “Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que funcionan como diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión”, afirma.
Por Victoria Ramírez
La semana pasada, en el frontis de la Biblioteca Nacional se instaló un lienzo que declaraba “La poesía está en la calle”. Esa simple frase que remitía a la creatividad callejera llegó a oídos de la poeta Elvira Hernández, que como muchos, ha visto los muros de Santiago y otras ciudades de Chile llenarse de consignas. “Esa escritura es el derrame de emociones que arrojó la revuelta social”, me dice al reunirnos en la terraza de un café en un día caluroso, caldeado, acorde al ánimo del último mes.
Como una coincidencia curiosa, me muestra un ejemplar de su libro Santiago Waria (1992) en su versión cartonera, que además contiene el poema “Santiago Rabia”, escrito en 2016, en memoria de la escritora chilena Guadalupe Santa Cruz. Allí, cubiertas por papel corrugado, se reúnen múltiples versiones de Santiago, como un poema largo, agónico, una zona de combate. “Tanta cerrazón me digo tanto esmog tanto solvente/ tanta lacrimógena/ no hay donde poner pie”.
Nacida en Lebu en 1951, Elvira Hernández —seudónimo de María Teresa Adriasola— es una de las poetas fundamentales de la poesía latinoamericana contemporánea, con una carrera realizada a pulso y una escritura “hecha en el ocultamiento”, como dice en su ensayo Sobre la incomodidad, parte del libro homónimo lanzado este año por Ediciones UDP, y en elque rescata parte de sus apuntes, entre ellos algunos referidos al descontento del Chile de las últimas décadas. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, reconocimientos que además se materializarán en dos libros que pronto serán publicados. Sumado a eso, fue reconocida con el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile por Pájaros desde mi ventana (2018), título que se suma a una lista que incluye ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Carta de viaje (1989), El orden de los días (1991), Cuaderno de deportes (2010), Actas Urbe (2013) y la antología Los trabajos y los días (2016), en el que se recopiló gran parte de su trabajo.
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La escritura de Elvira Hernández tiene una relación íntima con la memoria. Piensa sus textos casi íntegramente antes de pasarlos al papel. Y es en ese “casi” donde quedan espacios en blanco, que completa tiempo después, cuando encuentra la pieza que falta para armar el cuadro. Comenzó a escribir en su juventud, mientras estudiaba Filosofía en el Instituto Pedagógico, en pleno gobierno de la Unidad Popular.
A seis semanas de iniciado el estallido social, Elvira Hernández prefiere no hablar de su obra en esta entrevista y prioriza centrarse en la crisis actual. Estará rondando, sin embargo, La bandera de Chile (1981), ese libro paradigmático de la dictadura que circuló mecanografiado en la clandestinidad, que fue publicado por primera vez en Buenos Aires en 1991 y que recién apareció en Chile en 2010 a través de Editorial Cuneta. Su historia carga también con el hecho de que fue escrito tras la detención de la poeta en el Cuartel Borgoño, en 1979. Es un texto contingente, que incluso hoy en las manifestaciones ha tenido su espejo en algunas pancartas: “La bandera de Chile es usada de mordaza/ y por eso seguramente por eso/ nadie dice nada”.
—Yo tenía una escritura secreta que nunca pude compartir en un grupo de discusión literario, porque el país se polarizó de tal manera que, aunque era para mí algo central, la desarrollé en solitario. No había tiempo, vivíamos casi sin dormir, en permanente alerta. En dictadura tampoco pude llegar a tener un período de formación como el que un escritor desea. Una dictadura te crea barreras poderosas que parten por la censura y tiene una incidencia muy fuerte en el lenguaje de un pueblo. Eso fue para mí gravitante. Lo que había escrito lo boté, porque no servía para nada. Entonces fue como empezar a alfabetizarme de nuevo, porque todo había perdido significado. En ese momento, la resistencia de la escritura consistió en no dejar avasallar la conciencia y no perder la memoria.
—Pensando en la censura y la relación con el silencio que existió en dictadura, ¿qué lugar crees que tiene hoy el silencio en una democracia que hemos visto, de alguna forma, quebrada?
Hay que analizar muy finamente nuestro período posdictatorial, donde se habló de la recuperación de la democracia. Una de las causas de que esto explote es porque se llega a la conclusión de que esta recuperación ha sido una formalidad. Ha habido una falta de democratización y eso se sintió, porque hubo mucho encubrimiento. El desarrollo cultural de este período también tiene implicancias importantes: la entrada a un mundo que yo desconozco, que es el virtual y que ha jugado un rol fundamental. Creo que ha sido el hilo del movimiento, de estas manifestaciones de atroz descontento.
—Así como internet ha sido clave para la comunicación entre los manifestantes, se ha visibilizado a aquellos que están en la primera línea, arriesgando su integridad física. ¿Cómo observas la organización que ha existido en estas semanas de movilizaciones tras el 18 de octubre?
No solamente en las manifestaciones, también en las poblaciones. En todos los estallidos sociales los que le ponen el pecho a las balas son siempre los que están dispuestos a dar todo y por lo general no suelen recibir nada. Quien se pone en la primera línea es alguien que está dispuesto a entregar su vida. Pienso que esta es una sociedad que tiene que entrar en diálogo. Lo que ocurrió durante la primera semana no puede seguir ocurriendo durante cinco meses. Estoy en contra de lo que siento es el espíritu de esta época: la desintegración. Si no estuviera relacionada con la palabra quizás estaría pensando en otra cosa, pero como estoy acá y la palabra siempre es dialógica, tomo distancia.
—En tiempos como estos suele hablarse de la responsabilidad del escritor bajo la idea del “sujeto público”. ¿Cuál debiese ser, a tu juicio, la labor de las escritoras y escritores en la actual crisis?
Creo que tenemos que ser más ciudadanos que nadie. Es un gran momento, en el sentido de que tenemos que buscar un lenguaje para todos, porque una Carta Fundamental es eso. La sociedad tiene muchas necesidades, incluso contrapuestas, pero la palabra tiene que hacer evidente que hay ciertos intereses que nos deben pertenecer a todos y otros que son demasiado individuales para que los carguemos.
—¿Crees que el movimiento social que estamos viviendo podría afectar una escritura “política” a futuro?
Creo que es imposible pasar de largo. Para mi generación la escritura es algo que emana de un inconsciente y es oscuro. No se puede gobernar. Al momento de la escritura el inconsciente tiene que hablar y sabe de nuestras barbaries, imposturas, renuncias morales, claudicaciones políticas. Uno racionalmente puede ahogarlo. A veces vemos escrituras que son planas, porque son muy voluntarias. Han querido llevar una tesis. Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que son diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión.
—En tu ensayo “Este país” (2009) te refieres al olvido de la identidad indígena en Chile y das cuenta del reclamo de autonomía en Wallmapu. Algo que ha llamado la atención en este estallido es que se han levantado banderas mapuche como símbolo de resistencia. ¿Crees que el proceso que se inicia en abril pudiese dar oportunidad a generar una Constitución plurinacional?
Creo que esta es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza. En cuanto al pueblo mapuche, que ha avanzado muchísimo en organización política y cultural, que habla ya de territorialidad y autonomía, es necesario ir a un diálogo más profundo y hacer, por fin, de Chile un país plurinacional con participación activa mapuche.
“Creo que (una nueva Constitución) es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza”
—En octubre estuviste en el Festival Panza de Oro, Bolivia. Actualmente ese país atraviesa un proceso complejo tras el golpe de Estado al gobierno de Evo Morales. En Colombia actualmente tienen toque de queda. ¿Cómo observas el clima de descontento con los gobiernos latinoamericanos?
Bueno, hemos vivido todo este tiempo bajo el yugo del neoliberalismo. Es un modelo que sencillamente estalló, porque ya no puede seguir sometiendo más a las sociedades. Ayer vi un rayado que me puso la carne de gallina, con pintura roja decía «Cóndor» y me remitió al Plan Cóndor. Bolivia es un pueblo que tiene más experiencia política que el nuestro. Cuando estuve allá un chico me dijo «Has conocido Bolivia antes de». Para ellos no era ninguna sorpresa lo que iba a ocurrir, pero tenían la angustia de ver que nuevamente esa sociedad se les iba a desarmar. Saben lo que significa. Nuestra Latinoamérica está en un momento de mucho hervor y es vital poder encontrar salidas que pongan justicia. Lo único que puede calmar algo es la justicia.