La localización contrarromántica en el poemario Mella de Priscilla Cajales

Cajales se detiene en la concepción de una masculinidad derrotada en pleno conflicto con la presencia de una sujeto resistente a los golpes, desasida del amor romántico y contenedora de una memoria familiar que le otorga sentido de clase a su existencia.

Por Patricia Espinosa H.

Ya han pasado once años desde que Priscilla Cajales publicara Termitas, y a pesar de esa distancia temporal la poeta mantiene presente una escritura anclada en lo social, narrativa, de verso breve y con permanentes imágenes espaciales. Mella (Santiago, Editorial Overol, 2019, 41 páginas) es su nuevo poemario, donde la poesía surge desde una voz que atestigua, como en un documental, pequeñas escenas de la vida cotidiana, atrapadas por la decadencia y diversas formas de sobrevivencia. En esta ocasión, Cajales se detiene en la concepción de una masculinidad derrotada en pleno conflicto con la presencia de una sujeto resistente a los golpes, desasida del amor romántico y contenedora de una memoria familiar que le otorga sentido de clase a su existencia.

“mi papá está llorando dos piezas más allá” es el título del poema que abre el volumen, donde la figura masculina, el pater familias, aparece emocionalmente destruido por el abandono. El poema alude dos veces a un contexto de época, así dice: “una tarde recordaron que en el ropero estaba intacto el vestido de novia/ lo pusieron sobre la alfombra/ y comenzaron a cortar jirones/ que luego pintaron con témpera/ para vender cintillos del NO en el parque O’Higgins” (9), para hacia el final del poema remarcar: “nunca fue militante” (10).

La crítica literaria Patricia Espinosa.

La primera cita remite a una práctica laboral de sobrevivencia, la del vendedor callejero, desarrollada a finales de la década de los ochenta en el contexto del fin de la dictadura. Pero es en el verso “nunca fue militante” donde el poema afianza una dimensión de orfandad, de desamparo: destruir sus pocos bienes, incluida la memoria material de un momento importante, la informalidad laboral y la no pertenencia a organizaciones refuerzan la escena de orfandad, estableciendo una distancia crítica respecto de la épica del momento, el plebiscito para el fin de la dictadura.

“colonia inglesa etiqueta verde” es el título que abre el segundo poema, dirigido a la madre muerta donde surge, por primera vez, la marca del yo femenino: “la primera vez que vine sola a Valparaíso” (11). Nuevamente los recuerdos de una voz lírica que recoge diversas escenas de un pasado que ya no existe, situaciones que no pudieron concretarse, retomadas siempre desde la precariedad material en contraste con un contexto no sólo mayor, sino demasiado cargado: el 18 de septiembre, fecha de celebración de las fiestas patrias nacionales. “esta ciudad no ha cambiado nada, vieja” (12). Aquello que no cambia se presenta como una pesada pervivencia que no incluye a los sujetos, que sí cambian: son abandonados, se distancian, se mueren.

Cajales tiene una enorme capacidad para configurar tanto fotografías urbanas como también situaciones íntimas, familiares, recordadas siempre desde la tristeza. Hacer memoria funciona como un impulso dirigido hacia un hecho icónico que permitirá el surgimiento de las capas más profundas de remembranzas. De Hans Pozo a los juegos de infancia entre hermanos, de Hans Pozo al calor inaguantable de ese verano, de Hans Pozo a “un pollo con papas fritas y una bilz tibia” (13).  El crimen de Hans Pozo, ocurrido en 2006, tuvo relevancia nacional debido a que fue un chico desamparado socialmente, que fue descuartizado por un ejemplar padre de familia.

La porosidad caracteriza la identidad de la voz lírica que se construye por sus recuerdos, pero también por su clase social y su edad (la infancia o adolescencia ochentera). Hay, por tanto, una localización de la voz lírica, como diría Adrienne Rich, en el pasado que se mantiene vivo en su memoria. Y aun cuando estamos en presencia de una voz solitaria, hay una presencia innominada a la cual se refiere mediante la interrogante: “¿te acuerdas?” (13-14), aludiendo a una otredad cómplice, perteneciente al pasado y reencontrada en el acto de hacer memoria, de reconstituir el pasado.

La masculinidad fragilizada, presente en las figuras del padre y de Hans Pozo, es también convocada en la figura de un niño suicida (14) y un hombre, también suicida, el Mella (39). Cajales asocia la fragilidad de lo masculino con desamparo y pobreza. Estas dos condiciones permiten la representación de varones caídos, violentados más que violentos, alejados de una lógica patriarcal que los condiciona a la rudeza. El lugar desde el cual habla el femenino de este volumen, no enjuicia, sino que empatiza con esas vidas arruinadas. Simbólicamente, la masculinidad aparece por debajo de lo femenino, las mujeres han sobrevivido para recordar, para dejar testimonio o, derechamente, dotar de existencia a esas vidas anónimas. El punto de vista femenino no es excluyente en términos de género, es convocante. Ella convoca con su acción memoriosa la noción de comunidad; una comunidad que, pese a la muerte y la pérdida de la propia noción de comunidad, es capaz de seguir existiendo. Insisto en esto: en la escritura y la memoria.

“esta es mi cumbia y la bailo sola” (18) es uno de los versos del poema “ahora, esta que era mi casa”.  Nuevamente la localización; la sujeta que afirma un actuar y una posesión, a la cual se suma una segunda afirmación, situada al margen derecho del poema y en cursivas, que dice: “no vale la pena enamorarse” (ibíd.). Esta pérdida de sentido del mito del amor romántico incide con fuerza en la identidad de la hablante. Situada en un estado de postutopía, de negación afectiva hacia el presente, sólo redirigiéndose hacia atrás puede volver a conectarse afectivamente con la realidad y, de paso, atribuir a la masculinidad amorosa, una nueva faceta, la violencia.   

El símbolo de la casa familiar que deben desalojar es uno de los momentos más intensos del volumen. El hogar donde la familia depositó su fe queda atrás y es destruido como un rito de sanación/venganza. Sólo queda entonces el grafiti escrito por el padre en la pared: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?/ ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (19). La cita bíblica que reproduce el padre remite a la fe, a la esperanza en la recomposición y también al gesto de una escritura que sanciona incluso en la derrota.

Hacia la mitad del volumen los versos se proyectan hacia el presente e incluso el futuro. Pero nada hay de esperanzador en ese gesto. Así, la pareja de la voz lírica femenina aparece asociada a una “piedra amarrada a mi brazo” y al “miedo cuando te vi firmar/ si el nombre está tachado a la mitad/ o las líneas son delgadas y profundas/ acusan a un golpeador/ o a un suicida” (28). La masculinidad romántica es un lastre, ¿que impide la escritura?, pero también es la amenaza latente de la violencia.  

Priscilla Cajales acoge en su escritura el origen, el lugar del que se proviene y del que nunca saldrá. Su poesía privilegia la debilidad y la violencia masculina como representación de una caída simbólica, aunque también la mantención del patriarcado. Para la mujer que protagoniza esta poesía, el pasado es el mito de origen, doloroso y vivo, sobre el cual no tuvo injerencia; mientras el presente y el futuro son parte de una decisión de vida, de una toma de conciencia de la soledad como forma de resistencia. 

Mella
Priscilla Cajales
Editorial Overol, 2019
41 páginas

Derribar el Premio Nacional

Este año, se entrega el mayor galardón estatal en Literatura, y una campaña de la agrupación de Autoras Chilenas (AUCH) aboga para que se le entregue a una mujer poeta, la que se sumaría a la  única mujer premiada en ese género en la historia del premio: Gabriela Mistral. La crítica literaria Patricia Espinosa presenta su visión sobre el tema y lo pone en debate: “Las poetas postulantes tienen méritos de sobra y este reconocimiento debiera servir para comenzar a  resarcir en parte el histórico maltrato que han sufrido las poetas en Chile. Pero aun así y aunque vinieran 20 premiaciones más a mujeres, la historia de este premio seguirá siendo el mayor símbolo del dominio patriarcal en la literatura nacional y con ello de todas sus prácticas de silenciamiento, monopolización de la voz y construcción del canon por parte de los hombres”.

Por Patricia Espinosa H.

Este año se otorga el Premio Nacional en mención poesía y los nombres más resonantes y las escrituras más contundentes son de mujeres; no debería quedar duda alguna que este año sí o sí debe ganarlo una mujer y al hacerlo sería la primera vez que en dos entregas consecutivas lo ganan mujeres. ¿Algo para celebrar? Sí, por supuesto. Las poetas postulantes tienen méritos de sobra y este reconocimiento debiera servir para comenzar a  resarcir en parte el histórico maltrato que han sufrido las poetas en Chile. Pero aun así y aunque vinieran 20 premiaciones más a mujeres, la historia de este premio seguirá siendo el mayor símbolo del dominio patriarcal en la literatura nacional y con ello de todas sus prácticas de silenciamiento, monopolización de la voz y construcción del canon por parte de los hombres. 

La única poeta mujer ganadora del Premio Nacional ha sido Gabriela Mistral, quien lo recibió en 1951, cinco años después del Nobel.

El Premio Nacional de Literatura es un galardón creado por el patriarcado para el patriarcado, la inclusión de mujeres en el listado siempre ha sido una anomalía. De hecho cualquier varón, poeta o narrador mediocre o definitivamente sin mérito alguno, ha tenido siempre mil veces más posibilidades de ganárselo que cualquier mujer. El listado está plagado de ejemplos y en la sala de espera del premio hay una multitud de hombres al acecho. A tanto ha llegado esta práctica, que la hemos naturalizado,  como si fuera “normal” la exclusión de género, llegando a celebrar cuando gana una mujer. Conformarnos con la excepcionalidad es hacernos cómplices de la política sexista que destila este galardón. En este mismo momento los ataques a las poetas postulantes se multiplican en las redes sociales. Se les ha cuestionado  su condición ya sea de feminista, regionalista o, insólitamente, el hecho de ser “eterna candidata”. Esto ha venido tanto de parte de los hombres, mayoritariamente, como de mujeres. Lo cual tiene una explicación fácil: el patriarcado, que está conformado no sólo por varones sino también por mujeres patriarcalizadas, ha salido a defender su territorio con una fuerza pocas veces vista en sus escrituras literarias. 

Es más, la violencia contra las mujeres de este galardón ha sido tan desmesurada que históricamente la misoginia no ha sido obstáculo alguno para llevárselo. Así, poetas claramente machistas y misóginos de la envergadura de Neruda, Zurita, Rojas, Parra, Barquero, pueden lucir campantes su pasaporte a la inmortalidad literaria, mientras multitud de mujeres escritoras se han muerto esperando un reconocimiento. 

Tengo claro que ya van a salir con que las feministas queremos quemar los libros escritos por hombres y destruir las bibliotecas. A pesar de que es una estupidez, se hace tan constante que hay que responderla. No pretendo evitar su lectura ni remitir sus obras al bote de la basura, pero sí incitar a leer sus obras desde una mirada antipatriarcal. Para eso hay que comenzar por las representaciones de la mujer y de la masculinidad que sus escrituras levantan. El resultado es la imagen de la mujer desde el conjunto madre-virgen-prostituta-bruja-feminazi. 

Resulta verdaderamente ridículo que en pleno siglo XXI tengamos que estar justificando la presencia de mujeres postulantes. Solicitando, además, un jurado paritario en términos de género, lo cual no siempre ocurre; clamando, incluso, por representantes diversxs que aseguren un criterio desligado de lobby o intereses extraliterarios. ¡En treinta años de democracia sólo dos mujeres, Allende y Eltit, han obtenido el premio! ¡Dos en treinta años! Que una mujer obtenga el galardón no debiera ser nunca más una apertura circunstancial del canon, de la ley del patrón. Para ello es necesario elaborar y poner en práctica una política de la diversidad que permita romper de una vez y para siempre con el criterio sexista que articula a este Premio. 

Sólo dos mujeres han sido galardonadas con el Premio en estos últimos 30 años: Isabel Allende, en 2010 y Diamela Eltit, en 2018.

Reparar la exclusión de las autoras es posible y esto no pasa solo por premios o por ponerles nombres femeninos a bibliotecas o parques, sino por la destrucción del canon masculinizante y de todos los efectos que su predominio conlleva. Más allá de eso, lo que queda es una reflexión sobre la cultura del patronazgo y la necesidad de derribar su representación estatuaria. Llegó el momento de pensar en derribar unas cuantas estatuas oprobiosas. Nuestra literatura está plagada de estatuas que debemos eliminar y el Premio Nacional ha sido la mayor fábrica de estatuas literarias para la consolidación del canon masculino y la violenta exclusión de la producción literaria de mujeres. 

Vivimos en un contexto político-cultural necromachista, donde el fin último es hacer desaparecer cuerpos, escrituras y autoras. Los retoques y maquillajes con los cuales hoy el patriarcado intenta cambiarle el rostro a su sistema de dominio serán incapaces de hacernos olvidar que el Premio no es más que una pequeña muestra de la violencia con que la cultura dominante ataca a los cuerpos de las mujeres para exigirles su sometimiento. 

Para ser más clara, nos enfrentamos a dos opciones: reformular las bases del Premio, esto significa normar para que se alternen ganadores masculinos y femeninos o que derechamente el Premio desaparezca. Yo opto por su desaparición y la creación de otro tipo de reconocimiento a la labor de escritoras y escritores, obviamente bajo un estricto sistema de paridad, en tanto no se elimine la odiosa binariedad que parece ser la ley que rige todas las decisiones estatales. Ya no estamos para migajas, ha sido suficiente con la denigración constante que los gobiernos continúan ejerciendo contra las mujeres. No más escritoras premiadas cada treinta años que sirven para lavar la imagen del Premio o reformulaciones que en la práctica pierden toda relevancia. Más de lo mismo no tiene sentido. 

En tiempo de pandemia, la violencia hacia la mujer ha recrudecido. Las figuras de varones pululan en los medios de prensa y mesas de asesoría sanitaria exponiendo sus saberes científicos y políticos, pero basta que alguna mujer se atreva a levantar la voz para que las hordas patriarcales desaten su furia contra ella. Alejandra Matus e Izkia Siches son los ejemplos más claros en este periodo, agredidas constantemente por investigar y denunciar la catástrofe en las que el gobierno nos tiene sumergidxs. Las cifras de violencia intrafamiliar crecen y crecen de manera abismante. Las mujeres se encuentran recluidas haciendo teletrabajo y realizando labores de cuidado familiar. La cesantía ha golpeado especialmente a las mujeres. A pesar del épico 8 de marzo las mujeres no hemos conseguido transformaciones profundas que por lo menos equilibren el panorama. En este contexto, la actual preocupación por un premio literario podría sonar exagerada, pero contra el patriarcado y su política de silenciamiento o muerte no hay pelea chica.

Hay que dejarlo claro, este año sí o sí el Premio Nacional de Literatura debe ser para una mujer y es de esperar que en los siguientes dos años el territorio sobre el cual establecemos esta discusión haya cambiado lo suficiente para no tener que volver a la carga en defensa de las narradoras, cosas que claramente vamos a hacer.

Juntas pero no revueltas: la cruzada por relevar a poetas mujeres camino al Premio Nacional

Rosabetty Muñoz, Carmen Berenguer y Elvira Hernández son las tres poetas que compiten por el Premio Nacional de Literatura 2020 y la asociación de Autoras Chilenas (AUCH) manifestó su apoyo a todas las candidatas por igual. En un espacio donde los respaldos individuales son la norma, nominadas y escritoras analizan las complejidades de destacar a todas las voces femeninas.

Por Florencia La Mura

Las puedes contar con los dedos de una mano: Gabriela Mistral, Marta Brunet, Marcela Paz, Isabel Allende, Diamela Eltit. Desde las redes sociales del colectivo de Autoras Chilenas (AUCH) son enfáticas: solo cinco de las 54 veces que ha sido entregado el Premio Nacional de Literatura, éste ha recaído en mujeres. El galardón estatal más importante y longevo en Chile, fue creado en 1942 para apoyar financieramente a un gremio que no conseguía vivir de sus derechos editoriales y a la vez para ser un reconocimiento a quien “haya consagrado su vida al ejercicio de las letras y haya recibido la consagración por el juicio público”. La historia y los números reflejan una evidente disparidad entre hombres y mujeres que han recibido el premio, donde influyen múltiples factores. Es por eso que escritoras que forman parte de AUCH y poetas nominadas al Premio Nacional sacan a la luz sus encuentros y desencuentros cuando se habla de la escritura de mujeres.

Las candidatas poetas de este año: Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández.

Autoconvocadas y heterogéneas

“Un sol delicado alumbra el tránsito

de los que vamos

sin apuro a ninguna parte”.

Marea Roja (extracto) – Rosabetty Muñoz

“Es muy rico poder compartir con autoras, con una serie de preocupaciones y problemas en común. Desde gente que tiene un recorrido internacional importante hasta quienes están empezando y que a lo mejor tienen un libro publicado. Me hubiera encantado con 25 años haber podido entender cómo funcionaba este mundo, con todas sus limitaciones, problemas e injusticias”, reflexiona la escritora Lina Meruane, sobre el colectivo del que es parte, al teléfono desde Nueva York. Autoras Chilenas (AUCH) es una agrupación que nació en abril de 2019, luego de que un grupo de mujeres relacionadas al mundo del libro caminaran juntas para el Día internacional de la Mujer, el 8 de marzo. Un mes después, se autoconvocaron para reunirse y discutir cómo funcionaría su agrupación. Autoconvocado, transversal, feminista y horizontal son los términos que resaltan de sus primeras declaraciones. Un año y medio después, el colectivo integrado por diversas caras visibles de la literatura local, además de editoras, ilustradoras y académicas, sigue constante en su afán de visibilizar mujeres autoras desde una mirada política.

Lo que comenzó con un breve comentario en Twitter a fines de junio terminó siendo una campaña como tal. AUCH planteó una postura de apoyo a las tres candidatas mujeres de este año al Premio Nacional de Literatura. “Sabemos que los premios son un gesto político y en el caso de las mujeres se ponen siempre en desmedro”, conversa la escritora Pía Barros, también parte de AUCH, explicando la cruzada por visibilizar a Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández por igual. “Las tres candidatas son de una diversidad espectacular”, reflexiona Barros, “está la etnopoesía de Rosabetty Muñoz, que además es de Chiloé, tierra de poetas. Si hay una escritora local que rescata ese lenguaje chileno y esa forma de articular una historia es Carmen Berenguer, su desenfado es indiscutible, de hecho ha sido premiada en muchas partes y no tiene el Nacional. Si miras a Elvira Hernández tiene solidez, arrastre, esa capacidad de mostrarnos un Chile que no queremos ver”, ahonda la escritora, destacando su obra, temática y consistencia.

Respecto al Premio Nacional en sí, para Pía Barros, su estado actual es “inmoral” de parte de un Estado se vuelve insuficiente. “Cuando dices ‘una vida dedicada a la literatura’, son todos, muchos, cientos, los que están en Chile y con una solidez en su obra que es absolutamente merecido. El premio pasa a ser una migaja y como un aval de jubilación”, explica. ¿Cuál sería la solución? Barros propone desde una modificación del premio a una modalidad anual (actualmente se entrega cada dos años) hasta un cambio completo en la estructura cultural de nuestro país. “Chile cree ser vanguardista, pero es muy snob”, explica, mencionando además que el hecho de difundir múltiples voces, sin poner a pelear las unas contra las otras, es un gran primer paso. Según Barros, el Premio Nacional debiera ser una discusión en el sentido de incorporar a sectores de la literatura más allá de lo académico. “Debe haber pares e instituciones que son parte del mundo de la literatura, que no estén presentes y sean parte permanente de un equipo de trabajo”, agrega.

Mujeres escritoras v/s escritura de mujeres

“(..) no estoy obligada a escuchar palabras

de un pequeño dios que me ahoga con ingredientes sempiternos”

Oda a mi huerto de pelos (extracto) – Carmen Berenguer

Un tema complejo que vuelve a asomarse en la discusión por potenciar mujeres en un área es el hablar sobre “escritura femenina”. Si bien no es nueva, cada cierto tiempo se vuelve al tema, sobre como el potenciar mujeres debe diferir de una “literatura femenina” en el sentido de que no por ser mujeres se escribe sólo de ciertos temas, lo que sería caer en una nueva división sexista. Así lo ha señalado, entre otras, Diamela Eltit, última Premio Nacional y quien integra el jurado de este año -con mayoría de mujeres- junto a la Ministra de Cultura, Consuelo Valdés; el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, un representante de la Academia de la Lengua, un representante del Consejo de Rectores, dos personas expertas designadas por el Ministerio de Cultura, la ensayista y primera director mujer de la Academia Chilena de la Lengua, Adriana Valdés y la investigadora, académica y en experta en lengua mapudungún, María Isabel Lara.

Contemporáneas todas, las poetas nominadas reconocen el trabajo de las otras, con quienes además cruzaron caminos en distintas ocasiones. Carmen Berenguer recuerda los años 80 como un “lugar clave de una ‘otra poesía’ escrita por mujeres, que escapaba del yoismo y ponía el cuerpo de la mujer al centro de la escritura”. “Si para algo sirve toda esta exposición pública, aspiro a que una parte de la comunidad, empiece o amplíe su lectura de poesía”, comenta Rosabetty Muñoz.

 “Más allá de que sea una cruzada -una palabra con un airecillo bélico- me parece una excelente iniciativa. Haría de ella una manifestación continua que superara la circunstancia de esta triple nominación de poetas mujeres para mostrar lo que hoy se está escribiendo en todo el ámbito literario nuestro”, reflexiona Elvira Hernández respecto a su nominación, agregando que tanto como el reconocimiento a la trayectoria, importa todo lo nuevo y lo oculto. “Necesitamos de un movimiento de lectura y escritura que dé cuenta de lo que ya está ahí, que ha salido de manos más jóvenes y que no puede quedar congelado. En estas duras condiciones de existencia se espera por una palabra viva y la que traen las nuevas escritoras viene palpitante”, agrega la autora de La bandera de Chile

Por otro lado, Rosabetty Muñoz, siente su nominación no solo como un reconocimiento a las mujeres, sino además a la escritura desde regiones. “Así como las mujeres han estado fuera de la lista de premiados, tampoco la escritura de las provincias que se produce en lugares apartados del país, que apuesta por la participación en el desarrollo del pensamiento y el arte desde otros puntos del territorio, ha sido señalada en la lista de Premios Nacionales”, menciona, agregando que Stella Díaz Varín, Winnet de Rokha, Cecilia Casanova y Paz Molina, por nombrar algunas que tampoco han obtenido el Premio Nacional, desde hace décadas debieron ser miradas y leídas. 

Desde otra vereda, Carmen Berenguer, postula que “es demasiado categórico pensar que existen solo dos géneros literarios solamente”, en relación a la entrega del premio solo por novela y poesía. Agrega, además, que el reconocimiento de una trayectoria dedicada a la palabra y la ausencia de mujeres se aloja bajo un sistema que incluye universidades, academias, carreras literarias, librerías, medios y páginas literarias, las que replican una lógica tanto competitiva donde se prioriza lo comercial. Bajo esa mirada, explica que “lo que más le ha costado a la escritora de literatura es hacerse de una voz y singularizar su apuesta literaria”, y por ende considera que la propuesta de AUCH borra en vez de destacar, haciendo aún más difícil que una mujer efectivamente logre ganar.

El caso Mistral

En un pie

la garza

sostiene la tarde.

En los bajíos – Elvira Hernández 

En su ensayo de 1983 “Cómo acabar con la escritura de las mujeres”, la autora estadounidense Joanna Russ reflexiona sobre las críticas que han debido enfrentar las mujeres en este espacio de la palabra. Desde el anonimato casi forzado, a una lectura particular -solo por el hecho de ser mujeres- o incluso a medirlas según la vara masculina: a Marta Brunet, como bien recuerdan las AUCH en sus redes, se le destacaba por “escribir como hombre”. Russ plantea, en síntesis, que a las mujeres siempre se las ha analizado desde una óptica blanca y heteropatriarcal, y donde cuya libertad ha sido solo un decir. “El truco reside en hacer que la libertad sea tan sólo nominal y después […] desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes”. 

Desde la literatura local, el caso más evidente y mencionado al hablar de mujeres premiadas es el de Gabriela Mistral, quien recibió el Nobel de Literatura en 1945 y recién cinco años después, en 1951, el Nacional de Literatura, el último en ser otorgado a una mujer poeta. Además de este desaire histórico a su carrera, por supuesto que el legado de Mistral fue cubierto con un manto de despolitización. Como analiza Russ, el peso de la lectura hacia las mujeres tiene una carga histórica gigante, pero ¿podemos aprender a leer a las autoras mujeres sacándoles la lectura patriarcal? “El caso de la Mistral es muy evidente, porque se le negó su irreverencia, su potencia política, que está en muchos de sus escritos ensayísticos, incluso poéticos y se la leyó desde una figura preestablecida a la que ella en realidad no corresponde, que es de la mujer sufriente, la viuda, la virgen, la maestra rural. Se le negó una vida compleja en el relato”, analiza Lina Meruane, quien trabajó en Las Renegadas, antología de la poeta chilena donde la escritora fue consciente de dejar fuera esta carga que había sobre su lectura para dejar ver tanto lo que Mistral era, como aquello que ocultaba. “Ella es muy hábil hablando de ciertas cuestiones, por un lado mostrando y por el otro tapando, una estrategia del siglo XX sobre todo para escritoras queer, que muestran lo suficiente para que el lector o lectora pueda leer lo que está tratando de decir”, agrega Meruane.

“Así como las mujeres han estado fuera de la lista de premiados, tampoco la escritura de las provincias que se produce en lugares apartados del país, que apuesta por la participación en el desarrollo del pensamiento y el arte desde otros puntos del territorio, ha sido señalada en la lista de Premios Nacionales”.

rosabetty muñoz, poeta chilota y candidata al premio.

La cruzada de la AUCH ha generado el ruido suficiente como para poner en conversación la diversidad de autoras locales, con o sin reconocimiento institucional de por medio. De haber premios, conversa Meruane, la contienda es desigual al momento de competir con hombres y también se replica junto a otras mujeres “en instancias que han sido creadas y definidas por un sistema patriarcal, masculino, de jurados de hombres”, detalla, la autora de Sangre en el ojo. Pero como la historia es cíclica, ya lo mencionaba Virgina Woolf en su clásico de 1929 Un cuarto propio: cuando lee a las mujeres de la época, siempre están compitiendo por un hombre o por un favor masculino, en vez de solidarizar entre ellas. 

Se suma el hecho de que tanto en la cima como en la base, la prevalencia de hombres sigue siendo mayor. En una búsqueda rápida, un estudio español del 2019 demuestra que los hombres siguen escribiendo más que las mujeres, a pesar de ser ellas quienes más consumen libros. El sistema está construido de manera masculina y permea desde la escritura, hasta cómo se desenvuelven los autores entre pares. “Uno de los problemas es que el canon está construido de manera tan masculina así como el sistema de recomendaciones, que no se lee a las mujeres, no se sabe de ellas y por lo tanto no se las considera”. Tres mujeres nominadas al máximo galardón nacional en letras aparece como un pequeño primer paso en pensar un futuro donde la escritura de las mujeres sea reconocida, con o sin premios de por medio. 

Lee la columna de Patricia Espinosa H, relacionada con este tema: Derribar el Premio Nacional