Yásnaya Aguilar: “A mayor autonomía, mayores posibilidades de mantener tu lengua viva”

La lingüista y escritora mixe plantea que la vitalidad de una lengua depende del grado de autogobierno del pueblo que la habla. Y que la muerte de una lengua es el último eslabón de la violación extendida de los derechos humanos de sus hablantes. De ahí que deposite su esperanza no en lo que puedan hacer los Estados para proteger la diversidad lingüística y las lenguas indígenas, sino en lo que puedan dejar de hacer en favor del mayor control de los pueblos indígenas sobre su educación, justicia, salud y formas de vida política. Su invitación es a reimaginar el mundo «como una diversidad de cultivos donde ahora solo existe el monocultivo del Estado-nación».

Por Francisco Figueroa

Yásnaya Elena Aguilar Gil (Ayutla Mixe, 1981) se preguntó por qué su lengua materna, el ayuujk o mixe —hablada en la región mixe del estado mexicano de Oaxaca—, perdía hablantes cada año y por qué ella misma no sabía escribirla. Terminó llegando a una conclusión radical: el problema sería inherente a la conformación y operación del Estado-nación. No encontró la respuesta escondida en el fondo de una biblioteca de la UNAM, donde se licenció en Lenguas y Literaturas Hispánicas y obtuvo la maestría en Lenguas Hispánicas. La encontró en un tránsito de idas y vueltas, a tropezones, como fabricando un tejido con fibras vivas y rebeldes, entre sus estudios y su compromiso cotidiano con las luchas por la vida y el territorio de su comunidad, Ayutla Mixe, acunada en la sierra norte de Oaxaca.

La imaginativa radical de Aguilar ajusta cuentas, empleando agilidad y humor, con el nacionalismo, el colonialismo y la cultura patriarcal que sostiene el culto al Estado, tentativa que despliega en libros como Inventar lo posible. Manifiestos mexicanos contemporáneos (2017), Un nosotrxs sin estado (2018) y Äa: manifiestos sobre la diversidad lingüística (2020), y en las tribunas de la revista Este País y el diario El País, de España. Esa misma fuerza tuvo el discurso que pronunció en 2019 ante la Cámara de Diputados de México, 18 años después de que otra mujer indígena, la comandanta zapatista Esther, esa vez con pasamontañas, hiciera en el mismo estrado lo propio, que es también lo suyo: recordarle al Estado mexicano que los pueblos indígenas son, mal que le pese, su negación.

Habiendo seguido de cerca el proceso constituyente chileno, Aguilar recibió emocionada y sorprendida la elección Elisa Loncon como presidenta de la Convención Constitucional, un hecho, dice, “hace un tiempo inimaginable y de tremendo potencial subversivo”. De ese potencial y sus desafíos también trata esta entrevista.

Yásnaya Aguilar. Crédito: Víctor R. López

Durante las últimas décadas, la desaparición de lenguas corre en paralelo a la proliferación de instituciones y políticas culturales que intentan salvaguardarlas. ¿Por qué pese a esos esfuerzos el problema persiste?

—El problema, creo, tiene que ver con dos hechos. Uno es que el Estado, que durante mucho tiempo fue abiertamente lingüicida, cambió el marco legal y creó instituciones, pero estas no tienen o el presupuesto o la visión. En los hechos no hay una voluntad política, sino una voluntad de hacer lo que Silvia Rivera Cusicanqui ha llamado el multiculturalismo neoliberal, que es esto de hacer festivales de poesía indígena mientras el sistema de salud o de impartición de justicia siguen siendo fuertemente monolingües. La inercia de cómo funciona el Estado no permite que sea de otra manera. Por otro lado, hay un error que lo han cometido tanto el movimiento indígena como las instituciones, y es creer que la lengua es cultura como sinónimo de manifestaciones estéticas. Entonces tienes la danza, la música y la lengua de los pueblos indígenas, todo junto. No quiero denostar la danza, pero no todos estamos danzando ni haciendo rituales todo el tiempo, tienen un lugar específico y una función social. La lengua va más allá, te atraviesa desde que te duermes y sueñas, lo empapa todo. Aquí quiero citar a un activista mapuche, Víctor Naguil, que dice “la lengua es un fenómeno societal”. Por lo tanto, el cambio tiene que ser societal: en la educación, en la justicia, en la salud, en todo. Así como pasa con la perspectiva de género, todas las instituciones del Estado debieran estar atravesadas por una perspectiva de diversidad lingüística. Y esto tiene una potencia política y autonómica muy fuerte, porque el lenguaje es un territorio cognitivo empalmado con la defensa del territorio, entonces crea algo que es una casa propia.

Si la lengua es un territorio cognitivo y no solo una forma de comunicación, ¿el lingüicidio sería también una forma de volvernos más ignorantes?

Ää: Manifiestos sobre la diversidad lingüística. Yásnaya Elena A. Gil. Almadía Editorial, 2020. 216 páginas.

—Una pregunta recurrente es en qué nos afecta. Hay un filósofo británico de origen indio, Kenan Malik, que aboga en contra de la diversidad lingüística y dice que, si la gente decide que ya no quiere hablar mixe, por qué voy a violentar sus derechos lingüísticos y obligarlos a que lo sigan transmitiendo si ya no les es útil. No nos quedemos en el romanticismo de pensar que cada lengua es un mundo y una cultura, dice, porque una misma lengua no garantiza una misma visión de mundo. Hay varios puntos en su argumentación que de entrada parecen interesantes. Uno, es pensar que la existencia de lenguas francas debe atentar contra la diversidad lingüística. Pero eso no es verdad. La existencia del latín, que fue lingua franca durante muchos siglos, no hizo que la diversidad lingüística del mundo estuviera en riesgo. Porque hay un hecho obvio y básico y es que, por fortuna, el cerebro humano no te da a elegir. Yo puedo aprender chino mandarín e inglés para conectarme con el mundo y seguir hablando mixe. ¡Como los daneses! El danés no está en riesgo de desaparición, el inglés no atenta contra el danés, que tiene muchos menos hablantes que varias lenguas indígenas en el mundo. ¿Por qué unas pierden muchos hablantes y otras no? En realidad, lo que hay atrás es que son lenguas de Estado. El Estado-nación está peleadísimo con el multilingüismo. Es la construcción del Estado-nación la que pone en riesgo a las lenguas. No es la existencia misma del inglés como lingua franca, no es la globalización, sino el hecho de que toda la maquinaria contra las lenguas es impulsada por el Estado.

Ahora, ¿qué perdemos? Yo plantearía distinto la pregunta. Cuando una lengua se pierde lo que importa es lo que pasó antes, es decir, una serie de violaciones de derechos humanos terribles. A mí me interesa que las lenguas no mueran porque eso es signo de que los derechos lingüísticos de las personas están siendo respetados, de que no fueron golpeados, no recibieron balas en las manos, no fueron colgados, no sufrieron racismo. Sí me importan las lenguas, pero me importan más sus hablantes. Lo normal es que una lengua viva. Cuando una lengua muere es porque se ejerció una violación sistemática de derechos humanos a sus hablantes. Eso es lo que importa.

¿La supervivencia de una lengua es entonces inseparable de la autonomía y autodeterminación del pueblo que la habla?

—Así es. Yo me he preguntado mucho qué tiene en común el sami —una lengua indígena que se habla en Noruega, Rusia, Finlandia y Suecia— con nosotros. ¿Por qué mi lengua es indígena y la de ellos también? ¡Si son totalmente distintas! Ni geográfica, ni histórica ni gramaticalmente tienen ningún parecido. El persa y el español tienen más en común que el sami y el mixe, pero estamos juntos en esa cajita que se llama lenguas indígenas. Y todo esto me sorprendió más cuando me enteré que la lengua hermana del sami es el finés. ¿Por qué habiendo sido en algún momento la misma lengua, el finés no es una lengua indígena y el sami sí? Y claro, el finés es una lengua de Estado, el sami no: es un asunto político. Todos los Estados han combatido su diversidad lingüística en aras de una lengua, una identidad, una bandera y tal. El hacer equivaler al Estado con la nación —esa es la operación terrible de este tipo de estructuras— es responsable directo de la desaparición de las lenguas, por lo tanto, su fortalecimiento implica la autonomía. El Estado mexicano puede decir “yo respeto el multilingüismo”, pero si no me deja hacer mis planes y programas, mi didáctica y currículum de educación mixe, no se va a poder. Lo que se le pide al Estado es que deje de violar derechos lingüísticos. Cuando deja de hacerlo, las lenguas naturalmente florecen.

Yásnaya Aguilar. Crédito: Víctor R. López

Entonces se trata de quitarle poder y atribuciones al Estado.

—Sí. Nos han enseñado que lo público es el Estado y que si voy contra el Estado lo que queda es el mercado. El Estado nos ha cooptado la imaginación del manejo de lo público. Pero lo público se puede hacer desde lo común. La vida en común no es del Estado, hay otros horizontes de vida. El Estado surgió como la estructura sociopolítica más funcional al capitalismo. Necesita del Estado, de su marco jurídico, para operar. Y también para que no se te rebelen. Necesitamos pensar fuera de eso, no hay solo dos sopas. Y ahí es difícil imaginar, por eso hay que sospechar. No hay nada más hegemónico que aquello que es imposible imaginar. El mundo lleva muy poquito tiempo con Estados-nación y es casi imposible pensar cómo funcionaría el mundo sin el Estado-nación. En un ejercicio radical, yo siempre pienso: ¿cómo funcionaría un hospital de cancerología o de nutrición? Dicen no, no se puede. Me impresiona que incluso imaginarlo no sea posible.

¿Y a dónde te lleva la imaginación? ¿Cuáles son esas otras estructuras y cómo podrían funcionar?

—Creo que es Pessoa el que dice, con su humor, que no hay que confundir el hecho divino de existir con el hecho satánico de coexistir. Y ese hecho satánico necesita coordinarse de alguna manera. A lo largo de la historia ha habido muchas opciones: repúblicas, monarquías, estructuras tribales, estructuras comunales. El gran asunto con el Estado-nación es que no permite otras estructuras, las combate. Y como dice la politóloga k’iche’ Gladys Tzul, nosotros, los pueblos indígenas de Mesoamérica, en 300 años configuramos otra opción que es la comunalidad. Es una estructura asamblearia que no genera clase política, donde el servicio público se ve como servicio. Aquí, el presidente municipal no cobra nada, no hay campañas políticas, la gente más bien evita esos cargos, porque implica un año de trabajar sin pago. Es una opción de hacer la vida en común que ha sido muy combatida por el Estado. Ahora es reconocida por el Estado, pero cuando el Estado reconoce algo lo controla. Positiviza la vida de los pueblos indígenas, la traduce a derecho positivo. Y ahí los riesgos que veo con el Estado plurinacional. Estas otras opciones quedaron como islas que el Estado no ha podido cooptar, estructuras minúsculas, con mucha autogestión, que es como funcionamos desde hace 500 años. Entonces, en lugar de pensar que México debe sí o sí existir, prefiero pensar en múltiples formas de coordinar lo que entendemos como el hecho satánico de coexistir.

Cuando imaginamos el futuro, es importante imaginarlo a detalle, amueblarlo, pensarlo desde cómo organizaríamos el drenaje. Hay quienes dicen que esto es utópico, pero hace 400 años una mujer mixe como yo debió haber dicho “esto está terrible”, porque murió muchísima gente entre las guerras de conquista, el trabajo forzado, la viruela. Yo hubiera dicho “el pueblo mixe va a desaparecer”. Pero, contra toda evidencia, 400 años después, sigo hablando mixe y aquí estamos. Me gustaría decirle a esa mujer: sí lo logramos, esta estructura que llaman utópica es la que nos permitió llegar vivos con nuestra cultura y formas políticas y lingüísticas al siglo XXI. Estas estructuras sí funcionan, son la opción ante la crisis climática, esa debacle provocada por el Estado y el capitalismo.

Yásnaya Aguilar. Crédito: Víctor R. López

Ioan Grillo: “En México hay un conflicto armado, pero no es una guerra civil tradicional”

El periodista británico lleva una década investigando e informando sobre el tráfico de drogas y el crimen organizado. Es autor de dos best sellers, El Narco: en el corazón de la insurgencia criminal mexicana y Caudillos del Crimen. De la Guerra Fría a las narcoguerras, investigaciones rigurosas en las que Grillo construye un relato con cifras, personajes y escenas –como el descubrimiento de una narcofosa, una tumba del narcotráfico en el estado de Guerrero, México- de la guerra criminal que asola actualmente a los países de Centro y Latinoamérica.

Por Ana Rodríguez | Fotografías: Gentileza de Ioan Grillo

Ioan Grillo (1973) llegó a vivir a México a fines del 2000. Su intención era estar un par de años, pero ya suma 17. Cuando arribó, un día antes que Vicente Fox tomara el poder, Grillo tenía una idea un poco romántica sobre las disputas entre izquierda y derecha y las guerras civiles de Centroamérica en los ochenta. Pero en esa época la realidad era que la guerrilla de izquierda estaba muy disminuida y el rumbo en general iba hacia la democracia.

El choque con el tema del narcotráfico vino después, cuando Grillo empezó a ver el problema de las drogas muy cerca suyo; la cocaína y “piedras” moviéndose en las calles cercanas. En el periódico The News, que publica en inglés en México, comenzó a especializarse en crimen y narcotráfico. Años después escribió para The Houston Chronicles, de Texas, y para la agencia AP, además de medios como Time Magazine, entre otros. A casi diez años de la llegada de Grillo a México, el problema de las drogas estaba adquiriendo otras dimensiones.

-De repente no era una historia o una nota policiaca, sino una cuestión de seguridad nacional. No sólo de seguridad pública. También un problema de derechos humanos, con miles de refugiados, con fosas con más de doscientos cadáveres. Y ahí perdió esta cuestión romántica para volverse una cuestión terrorífica, de mucho horror y dolor de la gente- dice.

En tu primer libro El Narco hablaste de México, pero en el segundo, Caudillos del Crimen, cruzaste la frontera y abarcaste el resto de la región, con países como Jamaica y Brasil. ¿Cómo operan los cárteles en el resto de los países?

-El narcotráfico y el crimen organizado son dos cosas conectadas pero que son distintas. En México, cuando hablan de “el narco” hablan en general del crimen organizado. Mucho de lo que hacen no tiene que ver con las drogas. Están robando petróleo, extorsionando, secuestrando. Si hablamos del narcotráfico y el crimen organizado en América Latina encuentras diferencias en cada país, pero también cosas en común importantes. Cuando comparo en el libro un cártel en México, que son los Caballeros Templarios, una pandilla en Centroamérica, una en Jamaica, y el Comando Vermelho en Brasil, encuentras cosas en común: todos tienen un uso de violencia muy fuerte, basado en un reclutamiento masivo de jóvenes de zonas pobres que son pagados y entrenados y siguen órdenes para matar. También todos tienen un control del territorio y tienen – en México les dicen “halcones”- personas que vigilan quién entra y quién sale. Es un control territorial relativo, en que el Estado sigue entrando en estas zonas, pero con problemas. Otra cosa interesante es la forma en que los grupos tienen un sistema de justicia alterna. Si alguien en el territorio por ejemplo viola a una mujer y no tiene permiso, muchas veces ellos tienen sus juicios y castigos alternos. Lo ves en Jamaica, México, Centroamérica, Brasil. También hay diferencias muy grandes. En México los cárteles ganan miles de millones de dólares traficando la droga hasta Estados Unidos. Los MS13 en Centroamérica tienen recursos bajos, principalmente de extorsión, de negocios chicos. En Brasil tienen sus recursos principalmente de la venta de cocaína y marihuana a nivel local.

Chile es un país que tradicionalmente parecía estar fuera de este panorama. Siempre se cree que estamos un poco marginados de los problemas latinoamericanos y de a poco nos damos cuenta de que sí hay corrupción y sí también tenemos narcotráfico. Hace poco tiempo salió en la televisión chilena un reportaje que hablaba de cómo un gobierno comunal estaba corrupto por el narcotráfico. Era algo sabido. ¿Cuáles crees tú que son las primeras señales de que el narco está entrando en un sistema?

-Cuando estaba reporteando América Latina, buscaba pará- metros un poco más claros para entender este fenómeno; cuándo llega esa narcoguerra a México, cuando se pasa un cierto nivel de homicidios; cuando llegas a Honduras y tienes más de 50 homicidios por 100 mil habitantes; o por los tipos de violencia, cuando empiezan a usar, por ejemplo, lanzacohetes, cuando empiezan a tener 50 personas peleando en un momento, masacres con 25 víctimas. Es muy difícil y no hay académicos tampoco que hayan puesto parámetros muy claros para entenderlo. Es el problema con estos conflictos, que no son como las guerras tradicionales. Pero yo creo que podemos ver etapas y niveles. En América Latina y el Caribe encuentras unos diez países que tienen una situación crítica con crimen organizado o narcotráfico. Y luego encuentras otros países que no tienen un nivel crítico pero sí tienen rasgos de eso. Por ejemplo Ecuador o Perú. Que sí encuentro narcotraficantes, sicarios pagados, pandillas grandes, policías corruptas, pero no tiene el nivel crítico como lo tienen partes de México u otros lugares. En México los sicarios llegan a un nivel que puede ser 500 sicarios enfrentando a 2000 policías federales. Que pueden tener un lanzacohetes, que pueden tumbar un helicóptero militar. Si llegan al nivel en que pueden tener más de 250 víctimas en una fosa, sabes que es una tendencia muy peligrosa. Y si empieza a haber en un país sicarios armados, equipados, creciendo, tienes que atender, dar atención. Es mucho más difícil en México, o en lugares donde ya la situación es crítica, resolverlo, que cuando ya está la situación creciendo. No conozco la situación de Chile profundamente, pero cuando el tema está creciendo es cuando sí hay chance todavía de responder a este fenómeno y evitar que llegue al nivel de otros países.

Decías que el control territorial en muchas ciudades de Latinoamérica todavía está en manos del Estado, que todavía podía entrar a ciertos territorios. ¿Qué pasa cuando los gobiernos locales, -hablando del caso chileno- podrían estar corruptos?

-El control territorial del narco es relativo, o el control del Estado es relativo. El narcotráfico es muy diferente a cómo opera una guerrilla como el Estado Islámico o con el Che Guevara en América Latina, que empieza a tomar territorio en el campo y van ampliando mientras ellos controlan y no dejan entrar al Estado. Es más como una guerrilla urbana que se esconde en las casas y a veces ataca y a veces se esconde. Quiere tener el monopolio del narcotráfico, de las extorsiones, los secuestros. Luego ofrecen un sistema alterno de justicia, que normalmente es monopolio del Estado. También tienen las policías locales corruptas y controladas por ellos. Pasa muchas veces, sobre todo en México, que las policías locales empiezan a ser sicarios trabajando para ellos. Luego los alcaldes. Otra cosa que a ellos no les importa es, por ejemplo, brindar educación en las escuelas. No tienen una visión ideológica, como el Estado Islámico; ellos dejan que las escuelas trabajen y a veces cobran a los maestros. Dejan que el Estado venga a quitar la basura, dejan que cobren la luz. Al ejército o las fuerzas federales de México los dejan entrar y se esconden. Y cuando se van, vuelven a la calle. Entonces es un control relativo. Es una amenaza muy fuerte al Estado, que no controla cuándo los grupos operan.

La tesis de tu primer libro, el narco, fue que en México hay una insurgencia criminal.

-Usé la cuestión de la insurgencia para decir que esto es mucho más que crimen, que lo que estás viendo en México es más un conflicto armado, al nivel que parece muchas veces una insurgencia, y la forma en que los grupos operan se puede comparar con insurgentes. Aunque también hay muchas diferencias. Su táctica es muy parecida a una insurgencia o guerrilla tradicional, atacando, emboscando, pero su estrategia es diferente: no buscan tener poder en la presidencia y controlar el país, sino defender sus intereses criminales. Y otra diferencia fuerte es que no tienen ideología marxista, nacionalista, religiosa. A veces tienen pseudoideologías, como los Caballeros Templarios, el Comando Vermelho en Brasil, que mezcla cuestiones como que están peleando por los pobres. Tienen códigos, símbolos, una cultura. Yo creo que en México es un poco sensible una comparación con insurgentes porque aquí son los héroes nacionales, los que pelearon contra España. En México en los últimos diez años la violencia está muy alta y tristemente no ha habido una estrategia buena del gobierno para vencer eso. Mi primer libro El Narco apareció el 2011, que fue en aquel tiempo el año más violento. Hoy podría decirse que el 2017 fue incluso más violento que todo el 2011. El gobierno federal no quiere hablar de conflicto armado en México porque es muy sensible para su imagen internacional, para el tema de la inversión, del turismo y también cuestiones legales. Yo pienso que sí hay un conflicto armado en México, lo que pasa es que no es como una guerra civil tradicional.

¿Crees que este conflicto armado permanente puede desembocar en una crisis humanitaria?

-Pues sí, ya ha sido en partes de México una crisis humanitaria. No sabemos bien el número de muertos por parte del narcotráfico. En diez años se habla de más de cien mil homicidios, más de 30 mil desaparecidos. Miles de personas que han huido de sus casas, cambiado de residencia o ido a Estados Unidos. Podemos hablar de un desastre humanitario en estas zonas. Hubo mucho miedo el 2011, cuando publiqué el primer libro, vimos una escalada de violencia muy fuerte que iba a llegar a una crisis más profunda todavía, que podría ser desestabilizadora del país. Y no llegó a eso. Fue una zona en particular, lo vemos en Michoacán, en algunas partes, pero no se convirtió en una cuestión general. Pero sí ha sido un conflicto endémico, que crece año a año, que no tiene un fin claro ni objetivos claros, en que sigue habiendo más sicarios, combatientes, más Estado reprimiendo, más negocios y se sigue peleando.

Estructura y narcocultura

En Caudillos del crimen explicas que buscas las causas estructurales, políticas, económicas, que llevan al narco a prosperar. ¿Con qué te has encontrado, cómo te vas explicando el fenómeno del narco en Latinoamérica?

– América Latina es la zona en el mundo donde más droga se produce de forma ilegal. Tiene casi el monopolio de cocaína, también un gran porcentaje de heroína, metanfetamina, marihuana. Y tiene el mercado más grande que es Estados Unidos, más Canadá y Brasil, que es el segundo país en consumo de cocaína después de EEUU. La ONU piensa que son más de 30 mil millones de dólares que cada año genera el narco en México. Si lo ves en diez años, son 300 mil millones de dólares; en treinta años son casi un trillón. Hay muchos países con desigualdad y pobreza, pero es también muy fuerte en América Latina y lo ves en la historia de zonas pobres, como en Brasil las favelas, muy emblemáticas de eso. Muchos de estos lugares hoy en día ya no son como antes, un paso para buscar algo mejor. Hay mucha gente que nace ahí, sus papás y sus abuelos nacen ahí, y el futuro que ven para ellos es ahí mismo, donde además hay grupos muy fuertes. Por último están los sistemas de justicia, que en la mayoría de los países son disfuncionales. No está funcionando en México, Brasil, El Salvador, ni Honduras.

También son países que se han neoliberalizado desde los ‘80 a la fecha. Se le da quizás más valor al dinero fácil o se mitifican figuras de narcotraficantes, como grandes rockstars, tal como hablas en tu libro, versus figuras más tradicionales latinoamericanas, de los revolucionarios que lucharon por justicia.

-Sí, yo creo que eso es un factor. En mis libros intento darle peso a la cultura como un factor que explica, pues lo veo muy interesante. Llama la atención el tema de las telenovelas, cuántas son de narcos. El patrón del mal, La reina del sur, El señor de los cielos. En México, a las horas más populares, cada canal tiene algo del narcotráfico. En el tiempo de Calderón intentaron hacer una novela sobre policías, meter el género de las policías, pagando y todo, que se llamaba El Equipo, que no tuvo éxito. Para mí es interesante la figura del Che Guevara y del Chapo Guzmán. Los dos son “Ch-Gu”. El Chapo se ha convertido en una figura reconocida a nivel mundial. En Estados Unidos la cantidad de gente que conoce quién es Guzmán es impresionante. En México, si le preguntas a un niño de ocho años quién es Chapo Guzmán, va a saber. Si preguntas quién es Che Guevara, no lo van a saber. Digo esto como figuras tan diferentes en todos aspectos: Chapo Guzmán, que viene de la pobreza y llega a la riqueza, es visto como un antihéroe.

¿Cómo definirías la narcocultura?

-Narcocultura es la cultura que usa el ambiente del narcotráfico. Pero también se convierte en una subcultura vendible, que otras personas que no están en esto les gusta y quieren imitarla. En México esto sucede sobre todo en Sinaloa, que tiene una narcocultura más clara, porque el narcotráfico lleva cien años ahí. Está definido por la música de los narcocorridos, todo un género en que muchas veces los narcotraficantes pagan a los músicos para hacer canciones sobre ellos. Y esta cultura también se ve en la ropa que usan, que combina cosas de vaquero más tradicional con lo moderno. Las mujeres, a quienes muchas veces quieren pagarles sus cirugías plásticas; ropa que las muestra impresionantes, así ellos se sienten más “chingones”. Hay mujeres que también son jefas y sicarias; hay otras que ven positivo ser la novia del traficante o la esposa. Es un camino de riqueza y poder. También las casas son ostentosas. Toda la narcocultura es ser ostentoso, rebelde al mismo tiempo. Una cosa que me llama la atención: estaba viendo la colección de armas de un narcotraficante, que tienen armas con diamantes y varias cosas. Y tenía un arma que tenía una imagen de Pancho Villa, otro que tenía la imagen de Versace. Entonces al mismo tiempo les gusta identificarse como un rebelde, contra el sistema, y con un ícono de la moda y la riqueza. Es una cosa rara que se expresa muchas veces en la narcocultura.

Este problema, que ya es estructural, ¿se puede combatir? ¿Sirven las políticas públicas a estas alturas, cuando ya está el poder corrupto? ¿Es un camino la legalización de las drogas?

-Lo dijiste en la pregunta, es uno de los retos más fuertes. Uno quiere que el sistema político resuelva eso, pero cómo puede resolverlo, si el sistema está corrupto. Si hablamos de soluciones, yo lo veo en tres áreas. Una es la reforma de la política de la droga. Hace diez años muchas personas dijeron que era imposible hablar de legalizar la marihuana. Y ya está legalizada en varios estados de Estados Unidos y otros países como Uruguay. No necesariamente legalizarlo todo. Hay que legalizar una parte e intentar reducir el mercado negro, para que el narcotráfico en su conjunto sea menos rentable de lo que es ahora. Segundo, qué políticas públicas realmente pueden ayudar al problema de la pobreza y los marginalizados. Y tercero es cómo hacer un sistema de justicia que funcione. Es difícil cuando el mismo Estado es corrupto, pero tiene que tener una presión ciudadana de buscar sistemas de justicia que funcionen. En México la sociedad civil es fuerte en algunos lugares. Tenemos que criticar pero además proponer.