La extensión universitaria es la vía principal por la que el conocimiento académico es puesto al servicio de un país. Repensarla es un imperativo para enfrentar los desafíos de nuestra sociedad, pero también para forjar una relación bidireccional y democrática entre la universidad y las comunidades.
Por Fabián Retamal G. | Foto: Felipe PoGa
El 19 de noviembre de 1942, en medio de un mundo tumultuoso, incierto y enfrentado a la más cruenta de las guerras mundiales, el rector Juvenal Hernández (1899-1979) cumplió con la tarea de pronunciar el discurso conmemorativo del centenario de la Universidad de Chile, en una ceremonia realizada en el Teatro Municipal. La responsabilidad seguramente pesaba sobre sus hombros, pues sus palabras no solo encarnarían los cien años de historia de la primera universidad pública del país, sino también se erigirían como los principios que determinarían el quehacer de la Casa de Bello en las décadas venideras. “Si la Universidad no se preocupa del medio social, no es más que un claustro cerrado y exclusivo que no cumple su misión civilizadora y sus fuerzas se perderán en el vacío”, advirtió el rector frente a las autoridades —que incluían al presidente Juan Antonio Ríos— y al público que repletó el recinto.
Probablemente, las palabras de Hernández se inspiraban en la figura de Amanda Labarca —primera mujer en tener el cargo de profesora universitaria en América Latina—, quien en 1935 impulsó la creación de la Escuela de Temporada de la Universidad de Chile, una de las primeras iniciativas de extensión tanto en el país como en el continente. Luego le seguirían las escuelas de Invierno, de Primavera y de Verano, donde destacados profesores chilenos y extranjeros participarían en conferencias, charlas y exhibiciones artísticas realizadas para comunidades de diversas regiones del país, incluidas las más extremas, como fue el caso de las primeras Escuelas de Invierno en Punta Arenas, en 1951, y en Arica, en 1952.
Es posible imaginar que el enfoque extensionista planteado en el discurso del rector marcó a la comunidad universitaria de la época, ya que participaron activamente en las iniciativas una gran cantidad de estudiantes, funcionarios y académicos. De ahí nace, probablemente, el ethos institucional de sentido y compromiso público que se mantiene hasta la actualidad.
Esta mirada hacia la extensión universitaria también se manifestó en el desarrollo de políticas públicas para Chile. Un ejemplo paradigmático fue la fundación de la Escuela de Salud Pública, en 1943, cuyo impacto fue decisivo en la posterior creación, una década después, del Servicio Nacional de Salud, el órgano estatal que, entre 1952 y 1979, estuvo a cargo de instaurar e implementar la salud pública en el país.
En materia cultural, el impulso extensionista se materializó en la creación de organismos y elencos artísticos cuya labor repercutió en el desarrollo de diversos ámbitos de la cultura local. Solo por mencionar algunos de los hitos importantes, en 1944 se fundó el Museo de Arte Popular (MAPA) y luego, en 1947, se creó el Museo de Arte Contemporáneo, fruto de la labor de extensión de la Facultad de Bellas Artes, establecida en 1929, con lo que se consolidó aún más la presencia de la universidad en la vida cultural. En 1947, también nació la Editorial Universitaria, cuya constitución marcó otro momento significativo en la expansión del conocimiento y la cultura desde la Universidad de Chile hacia la sociedad.
Este compromiso con el desarrollo del país se vio interrumpido de forma brusca por el golpe de Estado civil-militar del 11 de septiembre de 1973. A 50 años de este día fatídico, y como consecuencia de las acciones de la dictadura, aún se mantiene una herida profunda que nos recuerda la necesidad de justicia y reparación con las víctimas de los asesinatos y violaciones a los derechos humanos ocurridos en este periodo.
Este 2023, en la celebración de los 181 años de la Universidad de Chile, nos enfrentamos a desafíos sin precedentes: una crisis climática que impacta a un mundo interconectado, tecnologizado, pospandémico; la irrupción de conflictos bélicos con repercusiones a escala global y la profundización de las desigualdades económicas y sociales. Asimismo, cada vez se oyen más discursos de odio y exclusión que amenazan la democracia y convivencia, y afectan los progresos mínimos civilizatorios alcanzados en materia de derechos humanos, igualdad de derechos y diversidad intercultural.
Estos retos obligan a repensar la extensión universitaria, la que no solo debe dar continuidad a la sustanciosa tradición de la Universidad de Chile en la materia, sino además incorporar nuevas fórmulas capaces de responder a la complejidad de los problemas contemporáneos. La extensión actual debe caracterizarse por su creatividad, por una perspectiva interdisciplinaria y un compromiso evidente con la equidad, y este enfoque solo puede ser fruto de una relación bidireccional, empática y democrática entre la universidad y la multiplicidad de actores que conforman la sociedad. Por lo mismo, nuestras líneas de acción deben ser el resultado de la conjunción de saberes y métodos surgidos de la relación virtuosa entre academia y medio social, para así producir resultados eficaces y profundos. Abordar esta tarea con sentido de urgencia, alineándola con las necesidades tanto nacionales como globales, se convierte en un imperativo ineludible. Hoy, más que nunca, no debemos olvidar las palabras del rector Juvenal Hernández: omitir esta responsabilidad con la sociedad podría provocar que las fuerzas de la Universidad de Chile “se pierdan en el vacío”.