“Ante el imperio de lo banal, de la autocomplacencia o de la espectacularización de los medios y de las redes sociales, un montaje como este nos habla de la atávica y misteriosa fuerza del teatro”, dice Mauricio Barría sobre PA$$$TA(YO)BA$$$E!!!!, una obra escrita y dirigida por Nicolás Bascuñán y protagonizada por Felipe Zepeda.
Por Mauricio Barría
Entramos en la sala del Teatro del Puente. Desde ya, veo algo que no es habitual: la gente está de pie mirando hacia un rincón. Paso entre el público, deseo instalarme en un lugar desde donde poder contemplar. Una voz gimiente que escupe palabras es la guía en esta travesía, hasta que, por fin, aparece un cuerpo envuelto en film plástico entre latas de Coca-Cola, atado a una estructura del propio puente. Una luz cenital cae sobre él. Por momentos, ese pilar de hierro —como los que hay en la Estación Mapocho o en la Estación Central— adquiere una condición poética extraña. Con profunda fuerza, el cuerpo conjura palabras, lanza maldiciones o encantamientos. Se trata de un texto de una profunda fuerza poética. Se autodenomina un Cristo crucificado, pero lo cierto es que parece más un Prometeo encadenado.
Así comienza la obra PA$$$TA(YO)BA$$$E!!!!, un montaje dirigido y escrito por Nicolás Bascuñán y protagonizado notablemente por Felipe Zepeda. La obra narra el delirio de un consumidor de pasta base que ha sido crucificado por un narcotraficante de la comuna de Pudahuel en un poste de luz que se prende y se apaga.
La fuerte imagen del comienzo es solo el preludio de una experiencia cuyo signo será la desmesura. Rehuyendo de toda moralina, la obra expone con crudeza la situación de marginalidad de un adicto. A través de una dramaturgia fracturada, rota, en la que se entremezclan lenguajes de fibra poética con textos declarativos y cotidianos, se van recreando diversos pasajes de la historia del personaje: su vida de mulero en el norte, sus relaciones personales destruidas por la droga y escenas de carácter más bien onírico que dan cuenta de su estado mental; todo trenzado a partir de una pulsión rabiosa y una cierta impotencia. Es un montaje complejo de comentar, pues más allá de lo excesivo y desfachatado, incluso violento que nos resulta al inicio, se convierte en una atrevida metáfora de la adicción como condición de una sociedad en la que el consumo y el narcisismo desmedido son la tónica. La dramaturgia, trabajada desde múltiples capas significantes, podría encajar en la categoría de alegoría, en cuanto todo deviene fragmentos, ruinas de discursos que alguna vez estuvieron completos, que se superponen sin jerarquía y que conviven como materiales desgarrados de una totalidad, de lo que alguna vez fue un sentido orgánico. Esta estética excesiva, que atraviesa todo el montaje, resulta muy sugerente, pues logra sacarnos de lo anecdótico en que caen habitualmente las obras que tratan sobre la marginalidad, para instalarnos en el problema mismo del consumo. PA$$$TA(YO)BA$$$E!!!! no toma una posición ni favorable ni paternalistamente crítica. Va a lo que podríamos llamar la fuente del asunto: un sistema económico y político que configura una forma de vida centrada en la búsqueda del placer individual, por lo que la alegoría del consumo y la pulsión narcisista en realidad refieren a nuestra cotidianidad.
El personaje no es una víctima, sino alguien que en cierto modo ha decidido su destino y por ello, en este instante patético, ahí colgado en el poste de alumbrado público, adquiere una máxima lucidez. Asistimos al dilatado instante de la anagnórisis trágica del héroe, en la que aparece la oscura imagen del mal de nuestro tiempo. La obra se estructura a partir de un con junto de sorpresas asimétricas, como diría Susan Sontag a propósito del happening. Se superponen diversas escenas, desde la situación del poste o relatos de la vida y de la “culpa” que siente el pastero por haber abandonado a su familia, hasta la relación con su proveedor. Luego viene el develamiento de un orden tras toda esta industria macabra del narcotráfico, una gran metáfora de cómo funciona el propio neoliberalismo. Así, la imagen del Cristo crucificado, que en todo momento es referida por el autor, en realidad se vuelve la de un sujeto lúcido que viene a darnos luz desde la más rotunda desolación. Es acaso un nuevo Prometeo que, al igual que el personaje trágico de Esquilo, yace atado a una roca, condenado a ser devorado por un ave carroñera por la eternidad. Hay un resto prometeico sin duda en la figura del Cristo, y por ello ambas imágenes resultan mutuamente evocadoras.
Al magnífico trabajo del actor, se suma la lograda propuesta escénica del espacio. La diseñadora Gabriela Santibáñez logra transformar el Teatro del Puente y extrañarnos continuamente a través del juego con nuestros puntos de vista, desde el gesto inicial de entrar y estar de pie —haciendo pensar que lo que veremos será una suerte de performance—, al desplazamiento del público, que se instala en una esquina de la sala para asistir al resto de la obra. De alguna manera, lo que logra el montaje es crear algo así como un espacio heterotópico en el que convergen diversas dimensiones espacio-temporales. La presencia de las latas de Coca-Cola sobre el escenario logra darle fuerza al montaje, a lo que se suma una estridencia sonora que aporta una nueva capa significante, junto con la música creada por Fernando Milagros. El sencillo y sutil trabajo de iluminación diseñado por Francisco Jara crea atmósferas que nos permiten sumergirnos y habitar por un momento en el mundo mental del pastero: en su pesadilla, en el éxtasis de su delirio angustiado. Pero esta angustia se convierte a la larga en una devastadora y trágica lucidez, que no es sino la que queremos constantemente evitar para mantenernos alienados en el placebo de una cultura del espectáculo y lo televisivo. El propio público tampoco escapa a ello, ya que también se encuentra atado a este sistema egocéntrico en el que el deseo ha devenido pulsión de goce y destrucción.
Una obra transgresora y violenta, no porque sea cool serlo, sino porque la vida misma lo es. Ante el imperio de lo banal, de la autocomplacencia o de la espectacularización de los medios y de las redes sociales, un montaje como este nos habla de la atávica y misteriosa fuerza del teatro, que convoca a un grupo de personas a reunirse ante la exposición de cuerpos vivos para ahondar en los abismos de nuestra sociedad, no para ofrecernos respuestas, sino para obligarnos a mirar de frente nuestros fantasmas. PA$$$TA(YO)BA$$$E!!!! refleja los resultados de un sistema que ha reducido la vida a experiencias de placer instantáneo, en la que no somos más que mercancía intercambiable. Así como en otro tiempo la tragedia mostró los horrores de la guerra, hoy esta especie de tragedia punk nos enrostra los retritus de una sociedad del consumo.
