Escenas de racismo cotidiano

“Queridos compatriotas, sabemos que estamos viviendo momentos difíciles, todos pueden verlo en las noticias y en las redes sociales, pero les quiero informar que vienen momentos peores, pero sé que somos un pueblo resiliente y vamos a poder sobrevivir”. Así comenzaba su saludo el profesor de lenguaje y migrante haitiano, Yvenet Dorsainvil, cuando presentaba en la Casa Central de la Universidad de Chile el primer diccionario kreyol-español de su autoría, en un salón repleto de haitianos.

Era inicios de julio de este año, y esa tarde de fiesta para cientos de migrantes de todas las edades que se congregaban para celebrar este gesto que facilitaba el encuentro entre dos pueblos, dos culturas, dos idiomas, era empañado por el anuncio de la nueva exigencia de solicitud de visa para los migrantes haitianos.

Un anuncio efectuado pese a las demandas de distintos sectores de una nueva ley migratoria con enfoque de derechos y no de seguridad nacional como opera actualmente. Una ley que data de 1975 y que concibe al migrante más como un enemigo interno que como un ser humano digno de acoger.

Algo del espíritu de esa ley promulgada en plena dictadura debe haber sentido en carne propia la joven Joane Florvil cuando intentó explicar a los guardias y luego a carabineros que ella no había abandonado a su bebé. Pero no sólo la barrera idiomática sino el racismo y la discriminación que se extienden como una lacra en todos los ámbitos de la sociedad chilena completaron lo que se transformaría en un episodio cruel que retrata a un país entero.

La mujer de 28 años había sufrido el robo de su cartera mientras estaba en la Oficina de Protección de Derechos de la Municipalidad de Lo Prado. Para salir tras los pasos del ladrón, dejó a su pequeña hija en coche al cuidado de un guardia. Cuando regresó, alguien del municipio había llamado a carabineros acusándola de abandonar a la niña. Joane no logró hacerse entender, no pudo explicar tampoco que su marido estaba realizando un trámite en una oficina de empleos, y terminó detenida en una comisaría, con su hija entregada en custodia al Sename, y luego internada en la Posta Central por golpes que se habría provocado por la desesperación, para después ser trasladada a otro centro hospitalario donde finalmente murió.

La prensa en esos días también aportó a esta cadena de equívocos alentada por la irresponsabilidad de quienes tienen el deber de confirmar los hechos y no plegarse a las lógicas discriminatorias. En titulares como “Detienen a mujer que dejó abandonado a hijo de dos meses”, publicado por La Tercera el 31 de julio, o “Mujer que abandonó a bebé se dio cabezazos en celda y está en la Posta”, del diario La Cuarta, se escurre no sólo el rol de los medios en la construcción de una sociedad más decente como la dimensión ética y profesional de cada uno de ellos.

En un país donde el origen indígena es negado o bien criminalizado, y en el que algunos de sus políticos en plena campaña electoral vinculan migración con delincuencia, o bien llaman a “seleccionar” migrantes, hechos como los ocurridos a Joane no son casuales.

Hace poco nos enteramos que un taxista que circulaba en la comuna de Renca decidió expulsar de su vehículo a una pareja de colombianos que se dirigía a un centro asistencial cuando la mujer estaba a punto de dar a luz. En plena vía pública, Lina García, de 21 años, tuvo a su hijo y en estado de shock vio cómo se le moría en la calle.

Estos hechos nos exigen repensar el país que hemos construido en relación a la educación en Derechos Humanos, a la formación de una ciudadanía respetuosa del otro distinto, y a la dimensión que tienen en el debate público aquellos discursos discriminatorios y racistas que han calado de manera alarmante en diferentes estratos de nuestra sociedad.

Porque si bien se trata de alcanzar una política migratoria democrática, dentro de los marcos y compromisos que el país posee en materia de DDHH, también debemos hacernos cargo desde la política, los medios, los colegios y universidades de esa pulsión discriminadora y racista que cada tanto afloran con la naturalidad de quienes se sienten superiores. La pregunta sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo está más vigente que nunca y no responderla hoy puede llegar a ser un acto criminal.

Obesidad: La curva que Chile no ha logrado bajar

A Chile le ha ido mal en la prevención del sobrepeso. De eso saben quienes han estudiado y seguido de cerca el proceso acelerado de lo que ha sido denominado como epidemia a nivel mundial y que tiene como población más vulnerable a la infancia. Ad portas de cumplirse un año de la implementación de la Ley de Etiquetado, la misma que ha puesto en jaque el potencial de innovación de la industria de alimentos, el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la U. de Chile amplía el concepto de seguridad alimentaria para exigir frente a este escenario ya no derecho a la alimentación, sino derecho a una de calidad en términos de nutrientes y educación para acceder a ella.

Por María Jesús Ibáñez | Fotografías: Fotos INTA/Photodune.net y Alejandra Fuenzalida

Niños cada vez más grandes, así podría describirse la actual postal de la infancia en Chile, donde uno de cada cuatro niños entre cinco y siete años sufre de obesidad y un 26,4% tiene sobrepeso. Se trata del escenario del segundo país en la región que más alimentos ultraprocesados consume -con un promedio anual per cápita de 201,9 kilos-; o del país que de líder en la superación de la desnutrición infantil pasó al primer escaño en sobrepeso de América Latina. La franja larga y angosta al extremo sur de la región hoy tiene 11 millones de personas, el 63% de la población, con malnutrición por exceso de alimentos.

De acuerdo a la última Encuesta de Consumo Alimentario, sólo el 5% de los chilenos come de manera saludable; la dieta del 95% restante se caracteriza por exceso de energía, de grasas saturadas, azúcares y sodio. Visto desde la nueva Ley de Etiquetado que rige en Chile desde junio del 2016, la canasta familiar nacional se compondría principalmente por alimentos marcados con octágonos negros y la palabra “Alto en”.

Son diversos los factores socioeconómicos asociados al estilo de vida de los chilenos que dificultan la adherencia a las pautas nutricionales recomendadas para mantener una vida saludable, explican desde el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos Doctor Fernando Monckeberg Barros (INTA). “Se han mecanizado los trabajos, ya casi no nos transportamos a pie y pasamos la mayor parte del día sentados. Hemos cambiado drásticamente el consumo de alimentos naturales por la comida procesada y ultraprocesada alta en energía”, explica Camila Corvalán, doctora en Nutrición e investigadora en el Centro de Prevención de Obesidad y Enfermedades Crónicas del INTA.

A esto se suma el actual vacío de educación alimentaria en los colegios, la inferior disponibilidad de alimentos naturales en el diario vivir de la población, principalmente urbana, y el costo muchas veces más elevado de la comida saludable. “Frente a estos escenarios hemos de reinstalar el concepto de ‘seguridad alimentaria’. Es decir, no es solo derecho a la alimentación, es derecho a una de calidad. No es superar el hambre, porque hoy día casi no tenemos el hambre en Chile, lo que tenemos es un problema de acceso a alimentación de calidad en términos de nutrientes”, dice Corvalán.

Las actuales guías alimentarias indican que la mayor parte de lo que debe comer una persona son alimentos naturales (frutas, verduras, semillas, legumbres, etc.) y no más de un 10% de alimentos elaborados. Un número lejano a la realidad nacional, donde ya para el año 2000 los chilenos gastaban un 60% del presupuesto familiar mensual en alimentos procesados.

Si ya esa cifra es preocupante, atender a la composición nutricional de estos productos líderes en las cocinas chilenas lo es más. “Aproximadamente el 80% de éstos no habría pasado la prueba de la nueva ley de Etiquetado de no ser porque parte de la industria optó por reformular su producción”, cuenta la investigadora.

Todo alimento alto en azúcares, sodio, grasas saturadas y/o calorías hoy exhibe un octágono negro con la palabra “Alto en…” que a la fecha se ha hecho reconocible para la mayoría de los chilenos, dada su aparición en gran parte de los alimentos envasados. Éste es uno de los tres grandes ejes en los que trabaja la Ley 20.606, que comenzó a regir a partir del 27 de junio del 2016. Los otros dos apuntan a la restricción de marketing de estos productos en menores de 14 años y a la prohibición de su venta y publicidad en los establecimientos educacionales.

A nueve meses de su implementación, los ojos están sobre esta legislación tanto nacional como internacionalmente, puesto que Chile es el primer país en implementar la estrategia de desincentivar el consumo de alimentos a través de logos. “Lograr que se instalen acciones que regulan lo que ocurre sobre las industrias es súper difícil, y más aún en una estructura como la nuestra, donde existe una economía de libre mercado. La gran pelea de la implementación de la ley era entre economía y salud”, explica la investigadora.

La industria es un terreno y un factor que está presente en el ambiente alimentario de la población y lo seguirá estando a raíz del estilo de vida de país desarrollado hacia donde avanza Chile. Ante ese escenario, la apuesta es a que la oferta de alimentos saludables no quede fuera de este sector que, desde la mirada interdisciplinaria de expertos, debe comprometerse con la innovación de sus productos. Y ahí una de las aristas claves del primer Centro Tecnológico para la Innovación en Alimentos (CeTA) en Chile, en el que trabaja la Casa de Bello.

Plantas piloto para la innovación alimentaria

De acuerdo a un estudio encargado en 2007 por el Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad, Chile carece de plantas piloto especializadas en el desarrollo de nuevos productos. Es decir, existe una falta de infraestructura y equipamiento tecnológico para la reformulación de alimentos que no se ajusta con las necesidades del país. Esto hasta el 2015, cuando la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) entregó 9.700 millones de pesos para crear el primer Centro Tecnológico para la Innovación en Alimentos (CeTA): un proyecto de alcance nacional que permitirá aumentar la disponibilidad de alimentos saludables junto con potenciar las exportaciones del sector agroindustrial.

Ejecutado por la Universidad de Chile con la participación del INTA, las Facultades de Ciencias Agronómicas, Ciencias Veterinarias y Pecuarias, Ciencias Químicas y Farmacéuticas con la coordinación de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo (VID), en conjunto con las universidades Católica de Chile, Andrés Bello, de Talca y de la Frontera; y las fundaciones Chile y Fraunhofer, CeTA forma parte del Programa “Fortalecimiento y Creación de Capacidades Tecnológicas Habilitantes para la Innovación” de Corfo.

El Centro Tecnológico busca trabajar en tres grandes ejes: mejorar los procesos industriales, los ingredientes de los alimentos y los empaques de estos, todo con el fin de garantizar el sello saludable. Esto a través de la implementación de plantas pilotos que permitirán que el sector productivo, principalmente Pequeñas y Medianas Empresas que no suelen contar con plantas, puedan acceder a la innovación y a la materialización de estas reformulaciones mediante el desarrollo y escalamiento comercial de nuevos ingredientes y alimentos saludables.

Edgardo Santibáñez, director de Innovación de la VID, destaca los beneficios en cuanto al desarrollo económico de Chile en el sector alimentario, que representa el 25% del PIB y es el segundo más importante en exportación después del cobre. “Nosotros exportamos materia prima con poca agregación de tecnología de mayor valor o mayor sofisticación, entonces la idea es avanzar en eso. Esto no es renunciar a exportar recursos naturales, ya que estos son una buena base para sostener el desarrollo económico. Sino que es desarrollar estas otras tecnologías con el fin de llegar a otros mercados, satisfacer otras necesidades y aumentar el valor generado por nuestra fuerza de trabajo y nuestros recursos”.

La necesidad de una política estatal

De acuerdo a la OMS, la obesidad ya es una epidemia. Una que trae consigo una serie de enfermedades crónicas no transmisibles y de origen nutricional que hoy generan particular preocupación dada la aparición temprana en la población. Enfermedades que surgían después de los 50 años hoy lo hacen en menores de 10: la diabetes mellitus tipo 2, asociada a la obesidad, y los factores de riesgos cardiovasculares como el colesterol alto y la hipertensión, entre otras. “No es exagerado decir que vamos a tener una población adulta joven enferma”, señala Verónica Cornejo, directora del INTA.

“Hoy día los niños conocen los alimentos en los supermercados y no tienen idea de que existen plantaciones, cómo son, en qué regiones se producen, en qué condiciones, quiénes son los que trabajan para producirlos, en fin, todo un tema de educación que llega, por supuesto, a la salud humana, y que hoy no existe. Entonces pienso que es un asunto complejo, integral y continuo que hoy debe plantearse así. Y en esto el Campus Sur de la U. de Chile tiene las herramientas y estamos de acuerdo en ese enfoque transversal”, afirma el Decano de la Facultad de Ciencias Agronómicas, Roberto Neira.

Desde ahí el INTA también pone una mirada crítica sobre la ley 20.606 que radica en entender que ésta es sólo un primer paso al que le faltan asuntos claves como la educación alimentaria. “Es una muy buena iniciativa. Nosotros consideramos que había que hacerlo y había que apoyar. Sin embargo, también creemos que detrás de esto tiene que haber una implementación que permita conocer el porqué de estas acciones a la gente, por qué no elegir algo que dice ‘Alto en sodio’ y por qué comer saludable. Y eso es educación. Si no hay educación detrás no te sirve de nada”, afirma Cornejo.

Nelly Bustos, nutricionista e investigadora del INTA, explica los alcances de la educación alimentaria, especialmente cuando la población más vulnerable está en la infancia. “Estamos generando políticas públicas, programas y normativas, pero seguimos sin tener una educación alimentaria obligatoria en los colegios que permita que niños y niñas generen estilos de vida saludables”.

En ese sentido, la directora del Instituto explica que para lograr ocuparse de los distintos factores del ambiente alimentario de la población se requiere de una política de Estado capaz de desarrollar un trabajo articulado y colaborativo de los distintos ministerios que se necesitan: Agricultura, Salud, Educación, Desarrollo, Deporte, Hacienda y Relaciones Exteriores, entre otros. “El asunto se ve de forma bastante distinta a como se veía antes, de que cada quien trabajaba en su especialidad. Hoy estamos en un proceso en que la necesidad y la consciencia pública nos está empujando a un cambio de paradigma”, advierte Neira.

Responsabilidad política y universidades públicas

El lema que convocó a la reciente asamblea de MACRO, el organismo que agrupa a las principales universidades públicas de América Latina, en la Casa Central de la Universidad de Chile, fue “Responsabilidad política y universidades públicas: Identidad, Integración e Innovación para la Igualdad”. Esos cuatro puntos sobre esas cuatro íes sintetizan tres valores que inspiran y un gran objetivo que anhelamos los rectores de las principales universidades del continente. Esta Asamblea, en cuyo desarrollo también participaron académicos de CEPAL, quería convocar, invitar a comprometerse, a las autoridades políticas de la región, conscientes de que en todo el continente están ocurriendo importantes debates que han de afectar a la Educación Superior en cada uno de nuestros países.

Resulta significativa la elección de nuestra Universidad como sede de esta Asamblea. En el debate que, por fin, hoy se abre en Chile, parecen estar en juego argumentaciones acerca de conceptos importantes para las discusiones sobre Educación Superior en toda América Latina. Cuando las visitas preguntaban cuáles eran los cambios más trascendentes que se propondrían en la nueva legislación, nos dábamos cuenta de que si respondíamos la verdad, probablemente no creerían. Nadie podría tomar en serio que un eventual cambio fuera “que el Estado efectivamente se responsabilice de las universidades públicas”. Lo que se podía responder era más bien que lo llamativo no es el cambio que se quiere hacer, sino la realidad que se quiere cambiar.

Cuando se habla de “modelo chileno” (un adjetivo discutible atendida su autoría) se piensa en la versión más radicalizada y dogmática de un conjunto de conceptos nunca antes aplicados tan literalmente, tan al pie de la letra, a las universidades. Entre las rupturas de este modelo con el pensamiento tradicional acerca de las universidades, destacan la exaltación del individualismo por sobre el bien común o interés colectivo; la exacerbación de la competencia como gran motor de progreso para las instituciones e individuos del ámbito académico, por sobre la colaboración y la complementariedad; el encumbramiento de la fe en que el financiamiento y las transacciones pecuniarias permiten evaluar y jerarquizar el quehacer universitario, por sobre el pensamiento crítico, la originalidad de pensamiento y la producción de nuevos conocimientos.

Era hoy en Chile, entonces, donde parecía más pertinente y oportuno hablar de Identidad, Integración, Innovación e Igualdad.

La Identidad busca reconocer las características de nuestras universidades como insertas en nuestra historia. Se trata del modelo de universidad latinoamericana, fundada o refundada en la primera mitad del siglo XIX para contribuir a la construcción una nueva nación. Prontos a cumplir cien años de la Reforma de Córdoba, hemos de recordar la dualidad de compromiso social y autonomía a la que ésta aspiraba. La universidad latinoamericana está latente en la sociedad y busca generar modelos propios de desarrollo.

La Integración ha de buscarse desde el reconocimiento de lo que tenemos en común, económica, social y culturalmente. Busca actuar coordinadamente en esos planos. Especial mención merece la movilidad estudiantil: que los gobiernos faciliten y financien el intercambio de estudiantes entre los países. Muchas experiencias en el mundo demuestran que estos programas, en que los integrantes de las futuras elites políticas y sectoriales se impregnan de la cultura de los países vecinos, están entre los mecanismos más valiosos para facilitar el entendimiento y la paz entre los estados.

La Innovación, por su parte, busca situar a nuestras universidades en la ciencia, humanidades, cultura y tecnología de nivel mundial, a la vez que proponer nuevas matrices productivas para nuestros países.

Estas tres vocaciones cobran sentido en cuanto afluentes de una cuarta, la Igualdad, que busca una disminución de la segregación e inequidad y el fortalecimiento de la inclusión y la cohesión social en el continente. De ahí la invocación a todos quienes representan al pueblo desde el gobierno y el parlamento. Al hablar de responsabilidad política y universidades públicas se está llamando tanto a quienes tienen en sus manos la política a que se comprometan con las tareas de formación profesional e investigación de la educación superior, como a las universidades a que contribuyan críticamente a enfrentar los grandes problemas que afectan a sus naciones.

Elena Poniatowska: “El gran problema de América Latina es que sus países no se han unido”

Conversar con una de las escritoras y periodistas más destacadas del continente es siempre un lujo; la oportunidad de indagar a través de su lúcida y crítica mirada los temas que han marcado y siguen determinando la convivencia entre los países del Cono Sur: la educación, la inmigración, las mujeres, la relación con nuestro vecino del norte. “El ideal de Simón Bolívar jamás se cumplió porque gente de todos los países, incluso los centroamericanos y los sudamericanos, llegando hasta Argentina, prefería ir hasta Estados Unidos”, asegura Poniatowska.

Por Ximena Póo | Fotografías: Felipe Haro y León Muñoz | Fotografía de portada: Casa de América

Todos los testimonios coinciden en que la repentina aparición de luces de bengala en el cielo de la Plaza de las Tres Culturas de la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco desencadenó la balacera que convirtió el mitin estudiantil del 2 de octubre en la tragedia de Tlatelolco. A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga, los que desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones y muchas personas que vinieron a darse una “asomadita”. El ambiente era tranquilo a pesar de que la policía, el ejército y los granaderos habían hecho un gran despliegue de fuerza. Muchachos y muchachas estudiantes repartían volantes, hacían colectas en botes con las siglas CNH, vendían periódicos y carteles, y, en el tercer piso del edificio, además de los periodistas que cubren las fuentes nacionales había corresponsales y fotógrafos extranjeros enviados para informar sobre los Juegos Olímpicos que habrían de iniciarse diez días más tarde…”.

Era 1968 y Elena Poniatowska –decana de las letras mexicanas, Premio Cervantes 2013 y Gabriela Mistral 2006- retrataba así, en “La Noche de Tlatelolco” (1971), el ambiente y luego las horas trágicas que marcaron al movimiento estudiantil que sacudió a México y a toda América Latina en defensa de la educación pública y en contra de la militarización de los estados. Un clásico que hasta hoy se lee en algunas escuelas de Periodismo y que da cuenta de una voz certera, valiente, entregada, que actualmente, a sus 85 años, no deja de viajar llevando sus letras al mundo. Así lo hace con “Las Indómitas”, su más reciente novela por la que transitan revolucionarias, intelectuales, obreras, mujeres notables. Son las voces de Josefina Bórquez, Nellie Campobello, “Frente a Estados Unidos hay que pensar que México tiene una cultura mucho más antigua que la que encontraron en Estados Unidos los primeros peregrinos” Josefina Vicens, Rosario Castellanos, Alaíde Foppa y Rosario Ibarra de Piedra, entre tantas otras que abrazaron causas cotidianas y gestas heroicas por los derechos humanos.

Nunca piensa en legado, reconoce hoy la “Princesa roja”, pero sí en retroceder a sus raíces al reconstruir la historia de la familia de su padre, Jean Evremont Poniatowski Sperry, francés descendiente del último rey de Polonia, Estanislao Poniatowski, “lo que me ha costado mucho trabajo”. Criada hasta los 10 años en París, Elena comenzó su vida en México (aunque cursó la escuela primaria en Filadelfia) junto con su madre, la mexicana Paula Amor, y su hermana Kitzia, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de su vida entrevistó a Luis Buñuel, Octavio Paz, Diego Rivera, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, y así fue tomándole el pulso la historia del siglo XX.

Desde su casa en Ciudad de México, a pocos días de “cruzar el charco” hasta Madrid para presidir la 20° edición del Premio Alfaguara de Novela, y recordando a “Tinísima” (una novela formidable sobre la fotógrafa Tina Modotti) reconoce que “toda la vida he escrito sobre mujeres, desde hace muchísimos años, porque son siempre las grandes olvidadas. Se habla poco de ellas. Sobresaturada está la figura de Frida Kahlo. Ya no saben ni qué inventar sobre ella; es como la Virgen de Guadalupe mexicana”. Para ella ha sido “ importante rescatar la obra de mujeres que muchas veces fueron criticadas por hombres que les eran harto inferiores a ellas y que, sin embargo, se daban el lujo de criticarlas, como sucedió en el caso de Rosario Castellanos, que es una gran poeta, novelista y posiblemente la más completa de las escritoras mexicanas. Ahora, hay que recordar que, según Octavio Paz lo afirmó, la mayor poeta de toda América Latina es una mujer: Sor Juana Inés de la Cruz. Pero, en general, a las mujeres se les hace un lado y se les margina solo por su condición de ser mujeres, pero hay algunas notables como Elena Garro y muchas más que van a venir”.

Y así, hablando “de algo que nos importa tanto a las dos”, Elena dibuja el puente entre las mujeres y los jóvenes para referirse a la esperanza y a las deudas de esta América Latina que cada vez más siente el peso de un norte estadounidense que, en la era Trump, complejiza el escenario del poder y nos sitúa en un lugar donde es urgente que intelectuales, académicos y académicas no se replieguen más.

Pensando en México, vuelca sus anhelos: “la universidad, sobre todo la mexicana, que es una de las más antiguas de América Latina, así como fue México sede de la imprenta, debe ser y seguir siendo una gran central de energía que produzca el mayor pensamiento de México en el sentido de la moral del país, tiene que ser la espina dorsal de un país enorme, que ya tiene unas ciudades monstruosas como es Ciudad de México, y ojalá que todos los que aspiran a ello pudieran entrar a la universidad. Desde luego, muchos son rechazados, y muchos pasan por la universidad, como decimos aquí en México, de noche, porque no tienen la oportunidad de entrar. Yo creo que la educación, la creatividad, es lo que México le puede dar al mundo y sobre todo frente a Estados Unidos. Hay que pensar que México tiene una cultura mucho más antigua que la que encontraron en Estados Unidos los primeros peregrinos”.

Crónica de los despojados

Mientras en Chile se vivía la Reforma del ‘68, el movimiento mexicano de ese año sigue inspirando a muchos otros porque retrocede la mirada hacia el papel del Estado como responsable de lograr que lo mejor de cada estudiante sea para aportar a la construcción social, sin represión. “Fue un movimiento de rebelión contra el Estado y muchos líderes fueron encarcelados, pero no había peticiones académicas en el pliego petitorio de los estudiantes. Había sobre todo peticiones en contra de la policía y en contra del Ejército”, dice Elena, consciente de que aún hay deudas, partiendo por las brechas económicas, la centralización y la violencia que cabalgan juntas a través del territorio mexicano. “En muchos casos ha sido un privilegio acceder a la educación, porque hay que pensar que la población mexicana, sobre todo en los estados, es muy pobre y no tiene acceso a muchísimos bienes. Y tiene muchas dificultades de sobrevivencia. Por eso ha sido tan importante que muchos estudiantes puedan acceder a la universidad. Aunque la universidad es gratuita, conlleva muchísimos gastos de otro tipo como transporte y libros”.

Se reconoce cercana a los estudiantes de este siglo y ha solidarizado con ellos sin dudarlo; se la ha visto exigiendo justicia para los desaparecidos de Ayotzinapa y manifestándose contra el muro de Trump, que la indigna porque “incluso se han ofrecido empresarios mexicanos a ayudar a construirlo; lo han hecho traicionando a su país. El muro es ya un hecho, lo que no es un hecho es que lo vayan a pagar los mexicanos. Lo que no acepta Estados Unidos es dejar entrar la pobreza mexicana porque los que se van lo hacen porque su país no puede alimentarlos ni darles casi absolutamente nada. Por eso creen que tendrán una mejor vida en Estados Unidos, y lo que no quieren jamás es regresar a su país porque han sido rechazados”.

Las imágenes que nos llegan de La Bestia, el tren que carga en sus entrañas la miseria de quienes persiguen un sueño que no tarda en convertirse en pesadilla, se podrían evitar con una América Latina más unida. Pero Elena es algo escéptica: “El ideal de Simón Bolívar jamás se cumplió y no se cumplió porque gente de todos los países, incluso los centroamericanos y los sudamericanos, llegando hasta Argentina, prefería ir hasta Estados Unidos; profesores, intelectuales prefieren enseñar donde les pagan más y por eso eligen ese destino. Así como hay braceros, es decir, migrantes por pobreza, también hay migrantes intelectuales porque ganan en un mes lo que no logran ganar en un año en su país. Hay que ver las cosas con mucho realismo. Todo gira a veces en torno a las razones económicas”.

O en torno a un ideal que precisamente los jóvenes se empeñan en reactualizar, tal como en los últimos años ciertas figuras reivindican lo gravitante que pueden ser las redes culturales para trazar nuevas escalas para los mapas de esta región. Tal es el caso de Gabriela Mistral, quien, como recuerda Elena, “vino a México invitada por José Vasconcellos, que era entonces Secretario de Educación, y su título era el de Maestra (así, con mayúsculas). Ella fue una Maestra extraordinaria en México. Incluso visitó escuelas, recorrió caminos y se entregó por completo a la educación en México, a su vocación y al de ser escritora. Ella es un ejemplo a seguir, una gran poeta y una Maestra con una capacidad de entrega poco común que se manifestó también en sus escritos, en su poesía”.

México y Chile, el mapa que falta

Chile es, para la autora de “La piel del cielo” (2001) y “Leonora” (2011), “uno de los países más celebrados por su defensa de valores intelectuales”. Y por eso mira de cerca este 2017, año de elecciones y reformas ripiadas; año incierto. “Todos nosotros en México somos devotos de Salvador Allende y de Pablo Neruda, obviamente, quien pasó muchísimos años en México entre nosotros y escribió sobre muchos mexicanos, no solo sobre el paisaje. En su época hizo un poema bellísimo sobre Tina Modotti, quien murió aquí de un ataque al corazón a bordo de un taxi”.

Elena se transporta brevemente desde su casa, a pasos de la Universidad Nacional Autónoma de México, hasta una Alameda que le describo mientras ella toma aliento para decir que “toda la intelectualidad chilena ha recibido de México muchísimo amor y respeto. Recuerdo que Carlos Fuentes decía que el mejor español que se habla en toda América Latina es el de Chile. Y aquí los científicos mexicanos se pelean por ir a Chile, al Tololo por ejemplo, y tener ahí una hora para observar las estrellas. Chile ha sido importantísimo para México”.

Amiga de uno de los cronistas más provocadores que ha gestado México en las últimas décadas, Carlos Monsiváis (1938-2010), reclama que las deudas de lazos entre ambos países hoy también son simbólicas. Porque si en los ‘60 y hasta el ‘73 el circuito de los bienes culturales era intenso en América Latina y el Caribe, hoy es más bien superficial, comercial y mediatizado. “Aquí es muy difícil encontrar libros que provengan de Chile porque todos miran al norte pensando que ahí está el triunfo. Muchos escritores solo quieren que los traduzcan al inglés y no buscan para nada llegar a toda América Latina. No hemos hecho el esfuerzo. Es muy difícil encontrar libros latinoamericanos en México. Aquí tenemos un dicho que se refiere a Centroamérica y que es muy despectivo: ‘fuimos de Guatemala a Guatepeor’. Eso es muy revelador. El gran problema de América Latina es que sus países no se han unido; lo único que los une han sido los programas de televisión, pero no el ideal latinoamericanista. Y nos une la común condición de deudores de Estados Unidos”.

Elena Poniatowska Amor

Nació en París en 1932. Primera mujer en recibir el Premio Nacional de Periodismo mexicano, entre sus obras se cuentan “La Noche de Tlatelolco”, al que se le otorgó el Premio Xavier Villaurrutia y que rechazó preguntando quién iba a premiar a los muertos. Sus novelas y cuentos son “La flor de lis”, “De noche vienes” y “Tlapalería”, “Paseo de la Reforma” “Hasta no verte Jesús mío”, la vida de una soldadera mexicana, “Querido Diego, te abraza Quiela”, “Tinísima” ganadora del Premio Mazatlán (1992), “La piel del cielo”, ganadora del Premio Alfaguara de novela 2001 y “El tren pasa primero”, sobre la vida de los ferrocarrileros mexicanos, Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos (2007). “Leonora” obtuvo el Premio Biblioteca Breve Seix Barral (2011). “El Universo o nada” (2013) es la biografía del astrofísico Guillermo Haro. Entre muchos otros libros destaca “Las Indómitas” (2016). Tras recibir doctorados Honoris Causa de la UNAM y de la UAM, le fueron otorgados los de la Universidad de Puebla, de la de Sonora y del Estado de México, de la de Guerrero, la de Chiapas y la de Puerto Rico. También el “Gabriela Mistral” de Chile y en 2006 el “Courage Award” de La International Women’s Media Foundation. El 19 de noviembre fue nombrada Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2013.

Claudio Hetz: “Lo que nos ha hecho exitosos mundialmente es que hacemos cosas diferentes»

Recientemente fue noticia por haber obtenido un financiamiento de 400 mil dólares de la Fundación Michael J. Fox para investigar una posible cura para el Parkinson. Pero esa es sólo una de las contribuciones que Claudio Hetz espera hacer a la neurobiología. Sus investigaciones generan expectación global y su laboratorio incluso podría estar cerca de encontrar la cura para la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), que destruye el sistema motor de millones de personas en todo el mundo.

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Julio Pinto, Premio Nacional de Historia 2016: “No se va a resolver la crisis de verdad si no se hacen transformaciones profundas»

La historiadora Azun Candina conversó con el Premio Nacional 2016 Julio Pinto para analizar el momento actual que atraviesa el país. La desconfianza en las instituciones y quienes las dirigen, los movimientos sociales, las nuevas generaciones, los viejos temores y las posibles salidas políticas que se vislumbran para el futuro, a la luz de escenarios similares que se dieron en nuestro pasado republicano.

Por Azun Candina | Fotografías: Felipe Poga y Sofía Brinck

–Desde la perspectiva de la historia contemporánea reciente, ¿crees que lo que estamos viviendo es un fenómeno de crisis a nivel institucional, partidario o de política social?

–Creo que si definimos una crisis como un estado en que el sistema deja de funcionar como debería -no quiero decir bien, porque a veces hay sistemas que están diseñados para funcionar malestamos en una crisis política. Hay una deslegitimación de las instituciones, de la clase política en general, en términos de su capacidad conductora, y una dificultad que hasta aquí se ha expresado como incapacidad para que surjan propuestas alternativas que aprovechen la crisis para realizar cambios más de fondo.

–Cuando tú hablas de crisis de legitimidad de la política, ¿a qué te refieres específicamente?

–Hay una noción de que para que un Estado pueda existir y seguir funcionando, debe contar por lo menos con el consentimiento de aquellos a quienes gobierna. Consentimiento no significa necesariamente entusiasmo, adhesión doctrinaria. Significa “confiamos en que las autoridades van a hacer lo que deben hacer, que es conducir la cosa pública de una forma aceptable”. Cuando la población o la sociedad deja de sentir que eso está ocurriendo, el Estado, el régimen político, pierde legitimidad. Y creo que es eso lo que estamos experimentando hoy en Chile.

–¿En qué tipo de fenómenos tú dirías que esto se muestra o tiene una emergencia en lo público? A partir de la emergencia de los presidenciables, que parecen aumentar y aumentar, ¿tú dirías que allí hay una relación con la crisis de la política?

–Uno de los síntomas de la crisis de la política es un desconcierto generalizado respecto de para dónde va este país en términos de proyectos, de conducción, de nociones de futuro. En una parte de la sociedad hay un descontento que no es nuevo, que viene de bastante atrás, respecto de las características del modelo que nos rigió desde la dictadura hasta acá. Estoy pensando en el modelo en su fase económica, individualista, ultra mercantilizado, donde las vidas personales se rigen por el éxito material y donde cada cual tiene que defenderse con sus propios medios. Hay un descontento respecto de esa forma de concebir la convivencia social. Y se expresa en demandas como las del movimiento estudiantil, el sistema previsional, se expresa todavía un poco inorgánicamente también respecto del sistema de salud. No estoy tan seguro de que ese descontento se traduzca automáticamente en la búsqueda de un modelo radicalmente distinto; no creo que de este descontento vaya a emerger plenamente formado el socialismo. En muchos casos hay un descontento porque el sistema no les está dando todos los retornos que supuestamente les prometió. Yo creo que muchos de los que apoyan el movimiento NO + AFP, su problema es que sus propias pensiones van a ser muy bajas, no el principio que estructura el sistema, que es el de la capitalización individual.

–¿Tú crees que esta crisis se parece a otras crisis del siglo XX, que significaron cambios de rumbos, cambios de modelos políticos, de modelos sociales? Estoy pensando en lo que pasó por ejemplo en los años ‘20, en lo que pasó en la década del ‘50 con la llegada de Ibáñez al poder, con un populismo que se cuela en medio de un sistema de partidos.

–Crisis económicas y políticas ha habido a lo largo de toda la historia de Chile y de la humanidad. Tú lo sabes bien como yo, la historia no es un continuo de armonía y menos de progreso ininterrumpido. Es una alternación entre momentos de auge, de cambio, momentos de estabilidad y crisis. Y en ese sentido los dos momentos que tú nombras, la crisis de fines de los años ‘20 y de principios de los ‘50, fue frontal crisis política, que tuvieron salidas distintas. En los años ‘20 lo que entró en crisis fue el sistema político y económico, que es lo que sustentaba lo que actualmente se llama la república oligárquica o salitrera y que se llamaba antes el Chile parlamentario. Ahí hubo una profunda crisis de ese sistema que en un momento permitió incluso entrever la alternativa revolucionaria como una salida posible. Por algo la izquierda de Chile nace en esa coyuntura, porque hay un momento en el cual hay personas dentro de Chile, las más castigadas, las más descontentas respecto a ese sistema, que vislumbran la posibilidad de un recambio más profundo, de la forma de convivencia social que hay. Esa no es la resolución que finalmente se impone. El sistema no se hunde, pero sí tiene que experimentar una cirugía profunda. El sistema político y económico que emerge de la crisis de los años ‘20 va a ser bien distinto al oligárquico parlamentario salitrero, aun cuando los que los conducen tal vez sigan siendo muchos de ellos los mismos. Pero el libreto al cual se ciñen es otro. A principio de los años ‘50 ese sistema tiene un momento de crisis, en que parece agotarse. Y se traduce un poco como ahora, en un escepticismo generalizado, una desconfianza respecto de las instituciones y los partidos políticos que habían conducido ese proceso. Y ese vacío permite que irrumpa una alternativa que era un poco extra sistémica, como es lo que tú llamas el populismo ibañista, aunque Ibáñez es el gestor de este modelo en alguna medida.

–Pero que se presenta como tal: “yo vengo de afuera”, la política de la escoba, yo no soy parte de este mundo.

–Pero a la larga el experimento ibañista no lleva a nada, no transforma radical ni siquiera medianamente el modelo que se venía desplegando desde principios de los ‘30. Y lo que viene después es una continuidad de ese sistema, donde se instala con mucha más fuerza un horizonte revolucionario. Parte de la izquierda de esos años dice: “la verdad es que ninguna crisis del sistema imperante en Chile se va a resolver del todo si no es mediante una revolución”. Y ahí se incuba la experiencia de la Unidad Popular, que es otro momento de crisis en el siglo XX.

–Hay un historiador que nos miró desde afuera. Alan Angell, en su libro “Chile, desde Alessandri a Pinochet, en busca de la utopía”, una de sus tesis centrales es que estos cambios de proyectos políticos desde los ‘50, pasando por Alessandri, luego el experimento de la Democracia Cristiana, la Unidad Popular, Pinochet; cada uno de ellos se explica porque promete ese cambio estructural profundo, ese salto al desarrollo. No lo logra y viene el modelo siguiente. Yo podría decir, porque Alan Angell llega solamente hasta Pinochet, que la Concertación también hace esa promesa: “salimos de la dictadura, ahora sí vamos a superar la pobreza”. Y actualmente nos encontramos otra vez con el desencanto de esas promesas incumplidas.

–El diagnóstico que se haga de la Concertación tiene que partir del profundo trauma que viven los conductores de ese proyecto, justamente a propósito del desenlace que habían tenido estos experimentos sociales de los años ‘60. Si vemos a la Concertación como una alianza entre la Democracia Cristiana y sectores más “moderados” de la izquierda, creo que lo que ambos comparten, habiendo estado en trincheras distintas el año ‘73, es la noción de que con la política y la sociedad “no se juega” y que el intento de instalar grandes diseños sociales lleva a la catástrofe.

–Terminó en el horror y la muerte

–Exacto. Entonces creo que es imposible entender a la Concertación sin ese diagnóstico detrás. En función de ese diagnóstico y contrariamente a lo que había sido una crítica bastante fuerte de estos sectores al modelo que instala la dictadura, el modelo en sus rasgos esenciales se mantiene. El propósito es, “vamos a humanizar este modelo que hasta aquí ha funcionado de manera salvaje”. Entonces hay un poco más de sensibilidad hacia los grandes dramas sociales que se heredan de la dictadura, se le confiere al Estado una función un poco más protectora que antes. Mirado en términos globales, la propuesta de la Concertación no es de grandes cambios en la política. Apuestan a “nosotros redemocratizamos el país y valorizamos la democracia en sí misma, no como un instrumento en función de otra cosa. Y vamos a hacer lo que sea para que la democracia no vuelva a hundirse en Chile”. Lo cual, quienes vivimos la dictadura, sabemos que no es algo menor, no es indiferente que uno pueda salir a la calle a marchar y no terminar torturado en una mazmorra o muerto. No quiero minimizar ese componente de la política concertacionista. Pero no veo que haya una agenda de cambios más profundos en esa apuesta.

Conducciones visionarias

–Usaste un concepto clave, que es el de trauma, como este elemento incapacitante; un golpe tan fuerte, que colapsa la capacidad de reacción y muchas veces provoca actitud defensiva y de miedo, de no dar ese paso siguiente. ¿Qué pasa con las nuevas generaciones, que superan este trauma y se integran de otra manera a la política?

–Estas generaciones nuevas no cargan con la mochila de cosas que no vivieron y de las cuales no fueron responsables, lo cual les da una postura más valiente, más desprejuiciada y más frontal para hacerse cargo de los problemas que a ellos les va a tocar resolver como generación.

–Hay una entrevista que diste el año pasado, donde te preguntaban para qué servía la historia como disciplina. Y tu respuesta fue: la historia, su gran utilidad, es que de alguna manera desnaturaliza aquello que se considera que es así. Y de hecho usaste el ejemplo del que va a la marcha contra las AFP. Alguien que sale a la calle a protestar en contra de un sistema que está instalado hace cuarenta años es alguien que cobra conciencia de la historicidad, que actúa sabiendo que la historia existe y las cosas son de cierta manera, pero pueden ser cambiadas también. 

–El tema de las AFP es algo muy central porque no es algo que se vaya a resolver muy fácilmente. Porque en las AFP no solo está comprometido el tema de la previsión personal de cada uno de nosotros, sino que sobre ellas descansa en gran medida el modelo económico. Entonces meterse con eso implica provocar reacciones muy fuertes de los más poderosos, que no van a desentenderse de esa estructura así, tan fácilmente. Claramente para lo que se creó ese sistema, discursivamente, que fue para mejorar nuestras pensiones, no está ocurriendo, más bien al contrario. Estas generaciones más jóvenes dicen, “bueno, si no está funcionando hay que cambiarlo”. Y se atreven a decirlo con mucha más fuerza y prestancia de lo que tal vez tendrían si cargaran con el peso del trauma de la dictadura. Las motivaciones son muy distintas. No es yo quiero arreglar mi propia situación previsional, sino que “yo quiero arreglar el país”. Y eso tal vez implique meterle mano a engranajes mucho más serios que lo que se podría hacer a través de cambios cosméticos.

–Sé que los historiadores no estamos para hacer predicciones. Pero no tanto como predicción, sino como análisis: ¿cuáles podrían ser las posibles salidas para el momento en que estamos ahora? ¿Una salida populista, revolucionaria, o una reformulación de este sistema y estos grupos en el poder?

–Una de las características fundamentales de la historia es que uno nunca sabe lo que va a pasar mañana ni menos pasado mañana. Hay una anécdota maravillosa de Herbert Hoover, el presidente norteamericano en 1929, que el día antes de la quiebra de la bolsa de Nueva York decía: “el capitalismo está más fuerte que nunca y el futuro va a ser de miel sobre hojuelas hasta donde puede ver la predicción humana”. Y al día siguiente quiebra la bolsa y entra el capitalismo en una de sus crisis más prolongadas. Uno nunca sabe lo que va a pasar. Uno puede imaginarse escenarios en función de lo que ha pasado anteriormente, yo creo que todos esos son posibles, tal vez menos el revolucionario en este minuto. Hay un escenario, el más catastrófico, de caos total: que el sistema entre en una especie de empate catastrófico de largo plazo y caigamos en situación de desgobierno y desintegración político y social aguda. Que es un escenario posible y con el cual los sectores gobernantes asustan a la población. Está el escenario populista, que es muy peligroso porque uno no sabe en qué puede terminar. Por definición no tiene una propuesta programática clara.

–Y tiende a definirse por la negación. Vamos a terminar con la corrupción, pero ¿por qué la vamos a reemplazar?

–Y se asocia a figuras carismáticas que concentran mucho poder y es bien peligroso. Yo tirito todos los días cuando veo lo que está pasando en Estados Unidos. No hay cómo prever lo que puede hacer el gobierno de Trump. Está la salida más sistémica que es decir “vamos a parchar algunas de las cosas que están funcionando más mal, pero sin comprometer los pilares fundamentales del sistema”. Que es un poco lo que ocurrió en los ‘20 y los ‘30. Cuando uno usa la palabra parche puede sonar un poco peyorativa, pero esos fueron parches importantes y que funcionaron. Para asumir esa salida se requieren conducciones bastante más visionarias que las que estamos viendo actualmente en nuestro país. Finalmente lo que pasó en los ‘20 y los ‘30 fue que hubo grupos que fueron capaces de decir, “si queremos resolver esta crisis en serio, tenemos que exponernos a un cierto grado de pérdida y dolor. Y vamos a tener que enfrentar intereses creados muy poderosos que se van a defender”. Esas conducciones más visionarias yo no las veo en este minuto en la política chilena. Lo que veo como más remoto, y desde mi punto de vista es triste, es la salida revolucionaria. Porque en una revolución se tira toda la carne a la parrilla y eso implica que segmentos grandes de la sociedad estén dispuestos a emprender esa aventura. Si en Chile hubo una experiencia como la de la UP, que contó con apoyo social masivo, fue en parte porque muchas personas se creyeron el cuento y dijeron, “esto sí puede pasar y por lo tanto yo me la voy a jugar”. Y se sumó a eso que lo que Allende prometió fue que la revolución se iba a hacer sin grandes costos, se iba a hacer pacíficamente y por la vía institucional.

–¿Qué opinas de estos nuevos grupos políticos que tienen antecedentes de los años noventa, como la SurDA, pero que han venido a hacer relecturas del escenario político, que no se identifican con el duopolio y que están tratando de levantar alternativas de izquierda? ¿Crees que puedan tener un rol relevante en esa crisis?

–Me alegro que existan esos grupos y se esté debatiendo en serio en este país la refundación de la política, que es la única forma por la cual vamos a salir de la crisis. En una crisis hay que tomar el timón y moverlo hacia algún lado, si no vamos a seguir dándonos vuelta en lo mismo. Lo que me gusta a mí de estos nuevos grupos es que no priorizan esa visión tecnocrática de la política, sino que aprovechan la crisis para profundizar en su crítica. Es bueno que se empiece a plantear en serio que hay un modelo que tiene ciertas características que no son saludables para la convivencia social, por lo tanto no se va a resolver la crisis de verdad si no se hacen transformaciones profundas. Y que eso se empiece a debatir y a hablar en serio creo que es de las pocas cosas positivas que vemos en el momento político del país.

Rodrigo Márquez, sociólogo del PNUD: “A las comunidades territoriales les falta pasar de la resistencia a los proyectos”

Mientras los sucesivos alzamientos territoriales les complican la vida a las industrias emblemáticas del Chile exportador, obligando a un debate sobre los costos sociales y ambientales del modelo, Rodrigo Márquez, coordinador del Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidades para el Desarrollo (PNUD), prepara junto a su equipo un nuevo informe que se pregunta por el potencial político de este fenómeno.

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La escritura como práctica de resistencia

Estamos ante un libro donde se asume “La rabia como campo de batalla” (Ramírez, 23). La diversificación de géneros es asumida, entonces, como parte de una politicidad que exige la convivencia de la crítica cultural con la poesía, la narrativa y subgéneros como el diario de vida, el correo electrónico, el chat, la nota periodística, el discurso político.

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Consideraciones sobre crisis política en América Latina

Por Rodrigo Baño

Cuando algunos, los otros, empiezan a susurrar que hay una crisis política en América Latina, se escucha el susurro infinito de las olas en la playa. Como la memoria está ahora en todas partes, menos en la cabeza, se olvida que en América Latina es difícil encontrar un momento en que no hayamos tenido crisis política. Casi se podría decir que los creativos que inventaron la revolución permanente podrían haber agregado para esta región la idea de crisis permanente con mayores posibilidades de tener éxito en cuanto realismo. Por otra parte, es digno de tener en consideración que ahora, en esto de tener crisis, no somos muy originales, puesto que crisis políticas podemos encontrarlas en muchas otras partes, sin ir más lejos (ni meternos en la continuación de la política por otros medios más contundentes), basta con contemplar lo que sucede en Estados Unidos y la Unión Europea.

Lo anterior, además de servir para comenzar a escribir, establece ciertos parámetros para tratar de entender lo que está sucediendo presuntamente en la región. Porque, aunque usted no lo crea, la crisis actual en países que no son del vecindario pareciera tener componentes que aquí también están presentes. Naturalmente que estas situaciones no se producen por una sola causa, sino que contribuyen muchos factores para lograr una buena crisis, por lo que siempre es pretensioso postular explicaciones rotundas. De manera que sólo se trata de recordar aquí ciertas circunstancias que permiten a América Latina hacer ostentación de tener una crisis permanente y dejar planteada la pregunta de si tiene esto alguna relación con lo que sucede en esos otros ámbitos donde también se susurra crisis.

En cuanto a la crisis continua en América Latina, sin necesidad de remontarnos a los primeros momentos de la independencia y el largo periodo en que las nuevas repúblicas estuvieron tratando de adquirir el carácter de tales, más la posterior crisis de la dominación oligárquica, que se desarrolla desde comienzos del siglo XX y culmina en los turbulentos años treinta, tenemos una seguidilla de acontecimientos y procesos que reclaman con plenos derechos el carácter de crisis. Es así como en la década del cincuenta asistimos también a inestabilidades en las que destacan los movimientos revolucionarios en Bolivia, Guatemala y Cuba, culpando el análisis simple a esta última por el desarrollo en la década del sesenta de un extendido movimiento insurreccional, agrario o urbano según los países, que se correspondía con una masiva movilización social de orientación socialista. El enfrentamiento a tales movilizaciones desembocará en la también extendida implantación de regímenes militares represivos en la región que perdurarán hasta los ochenta. Luego vendrán los tiempos de las difíciles transiciones democráticas, que hacen pensar a muchos que ya América Latina entraba en el camino del orden y la estabilidad, y que de crisis sólo se hablaría en los libros de historia. Sin embargo, cuando se creía que ya todos los países habían encontrado el camino de la verdad y la vida de las democracias estables, aparecerán nuevos problemas y crisis: en Brasil con la destitución de Collor de Melo, en Argentina con las dificultades del sempiterno peronismo, en Perú con Fujimori, en Paraguay con los herederos de la dictadura, en México con discutidas elecciones, en Venezuela con Chávez y sus proyectos, en Colombia con la persistencia de la guerrilla y la ruptura del pacto liberales-conservadores. Etcétera, etcétera. Sólo Chile y Uruguay parecían recuperar una tradición relativamente tranquila. En fin, recordando sin ira.

Más recientemente es conveniente señalar que la actual presunción de crisis política en América Latina tiene su antecedente más directo en la compleja situación que vive el continente cuando, hace aproximadamente una década, se constituye uno de los mayores desafíos al protectorado estadounidense que se creía firmemente  instalado en la región después de la normalización democrática de la década de los ochenta. El “Eje del Mal”, encabezado por el chavismo, lograba articular a Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Cuba y Nicaragua en un mismo bloque que cuestionaba el tradicional predominio de Estados Unidos y proponía modelos económicos sociales críticos del pujante neoliberalismo. A esto habría que agregar que Brasil, sin incorporarse de lleno a esta alternativa, con el PT a la cabeza, también pretendía un desarrollo alternativo al modelo neoliberal más duro.

Pero el buen dios decidió llamar a Chávez a su costado y, lo que es peor, desplomó el precio del petróleo y de otras materias primas, bautizadas ahora como commodities, con lo cual falló toda infraestructura para sostener aventuras de ese tipo. Desde ahí hay que leer la “novedad” de crisis política que algunos descubren en América Latina y que pareciera afectar fundamentalmente a los países que emprendieron aventuras de rechazo o moderación del modelo neoliberal asociado al mítico “Consenso de Washington”. Sin embargo, no es fácil hacer cortes nítidos, porque la región en su conjunto no se ha despegado de ese tipo de producciones primarias para la exportación, sea porque no quiere o porque no la dejan. De manera que esa caída de precios de los commodities afecta prácticamente a todos y, como corresponde, a todos también les corresponde su pedazo de crisis política. Esto, por la simple razón de que, perdida la tradicional invocación a los dioses ante la desgracia, ahora se maldice a los gobiernos cuyas supuestas herejías provocaron la venganza divina.

Cuando hoy se habla de crisis política en América Latina se apunta fundamentalmente al espectáculo de Venezuela, Argentina y Brasil. En los tres la crisis económica es insoslayable, aunque la crisis política apunte a factores diversos. En Venezuela se critica al gobierno por dictatorial. En Argentina la derrota del Kirchnerismo se atribuye a manejos turbios en procesos policiales y enriquecimiento ilícito. En Brasil se destituye a Dilma por manipulación de ciertos datos económicos a la vez que se asiste al descubrimiento de una corrupción política generalizada, con escándalos que ya se hacen rutina.

Se podría sostener que la crisis económica es latinoamericana, pero la crisis política “es venezolana o argentina o brasileña”. Más allá del oportunismo de los que eran o son opositores para sacar dividendos de la situación, tal pareciera basarse esto en la expectativa que se puede despertar en la ciudadanía de que la política puede definir la economía, en este caso, superar la crisis.

Más allá de esos tres países, las dificultades económicas han sido menos dramáticas y sus crisis políticas también bastante menores. Es lo que sucede en Bolivia y el deterioro de la posibilidad de reelección perpetua de Evo Morales; en Ecuador y Uruguay, con una continuidad que casi se cae en las últimas elecciones; en Chile, con una coalición gobernante dedicada al suicidio y el florecimiento de todos los capullos de alternativa, mientras la derecha se prepara para hacerse cargo del negocio; en Perú, que recién experimenta una leve baja económica y sin mayores alteraciones en el juego político. De manera que, en general, puede decirse que América Latina sigue en lo mismo. Para bien o para mal, usted elija.

Mientras y para complicar las cosas, en otras partes del mundo también están ocurriendo crisis bastante espectaculares. Tampoco parecen fáciles de entender, pero no nos faltará audacia para intentarlo.

Veamos, con una pretenciosa mirada de largo plazo, lo que ha estado sucediendo en el mundo y cómo esto está afectando las posibilidades de la política. Recordemos que, en un proceso histórico bastante largo y complejo, el paso de la economía doméstica a la economía política está en la base de la creación de los Estados nacionales, como forma de regular y ordenar una producción y distribución que excedía la capacidad de control familiar anteriormente prevaleciente. La economía se hace más compleja y se constituye una intrincada red de relaciones interindividuales en que los sujetos buscan satisfacer sus necesidades e intereses constituyendo lo que un alemán denominó sociedad burguesa y que derivó a sociedad civil entre los más piadosos. La seguridad y orden de estas relaciones en un espacio geográfico delimitado sólo podrá garantizarla el moderno Estado, que establece un orden general obligatorio respaldado con el monopolio de la coacción física y la correspondiente burocracia. Por obscuras razones, que no es del caso indagar aquí, pero que están relacionadas con la necesidad de darle legitimidad al poder, se establecen formas políticas democráticas que implican una supuesta participación de la ciudadanía en definir las autoridades y las normas que regulan la actividad económica, además de otras cosas. Hay una política económica del Estado y existe una actividad política que trata, entre otras cosas, de definir esa política económica.

En la medida en que la economía empieza a trascender el marco del Estado nacional, no sólo en cuanto a intercambio, sino que en cuanto producción y capital, se empieza a hablar de transnacionalización o globalización de la economía, lo que significa que ya no están sometidas al control estatal. En consecuencia, pierde sentido la acción política, puesto que no puede definir un tema central como es la economía. Las posibilidades de elaborar una política económica nacional se ven drásticamente reducidas, si no totalmente eliminadas, lo cual resta atractivo a la participación política de la ciudadanía y crece la apatía y el descontento. Algunos hasta hablan del fin de la historia.

Naturalmente no todos los países están en la misma situación, sino que sus posibilidades reales de acción política sobre la economía dependen de su peso en esta economía global y de sus particulares intereses, pero en la medida que esa falta de control sobre la economía global se plantee como generando una situación deteriorada para el respectivo país surgirá el descontento. Lo mismo ocurrirá si los acuerdos internacionales para enfrentar la economía globalizada son percibidos como limitando las capacidades de acción propia para solucionar problemas relacionados. El surgimiento y auge de liderazgos, movimientos y partidos políticos definidos confusamente como ‘populistas’ o ‘nacionalistas’ responde, entre otras muchas causas posibles, a esta contradicción entre una política que es nacional y una economía que es global.

Si volvemos a América Latina y sus situaciones de crisis política, no podemos olvidarnos de su sempiterna relación de dependencia económica. De manera que regularmente la política nacional no ha estado en condiciones de definir la economía nacional, salvo esporádicamente y de modo bastante limitado. Tal vez la crisis política permanente tenga algo que ver con esto. Al menos en parte, quizás se pueda sostener que la crisis económica actual es expresión de tal situación, sus repercusiones políticas posiblemente también. No obstante, resulta especialmente interesante el hecho de que mientras la crisis en Estados Unidos y la Unión Europea se plantee en alternativas entre intentar una mayor recuperación de control nacional sobre la economía o lograr lo mismo vía acuerdos internacionales, la crisis política en América Latina se manifiesta como un fracaso en el ambicioso proyecto de constituir una alianza de Estados nacionales para programar una alternativa a la subordinación de los países de la región al “Consenso de Washington” y a un neoliberalismo galopante. De manera que tanto el nacionalismo como el internacionalismo aparecen como respuestas un tanto desesperadas ante una globalización económica que no tiene control político. El problema es que tampoco se vislumbra que vayan a tener éxito, por lo que puede que tengamos crisis para rato. Afortunadamente no soy el encargado de encontrar soluciones.

Posverdad: normalizando la mentira

Desde que el diccionario Oxford definiera “posverdad” como la palabra del año 2016, mucho se ha especulado sobre el sentido y los alcances de este término que se instaló con fuerza a partir de tres hitos que sorprendieron a la opinión pública internacional: el triunfo del Brexit en el Reino Unido, el de Trump en las elecciones estadounidenses, y el del NO en el plebiscito realizado en Colombia para validar el proceso de paz con las FARC.

La posverdad ha sido definida como el espacio donde la información objetiva y los datos duros -dos elementos claves en el ejercicio del periodismo- influyen menos que las emociones y las creencias personales, cuestión que en las redes sociales y en un cierto periodismo de bajos estándares profesionales tendrían uno de sus nichos privilegiados.

En la era de la sospecha, la explicación de este fenómeno estaría en la creciente desconfianza de las personas no solo en las instituciones y elites de poder, sino en las fuentes tradicionales de información, lo que conduciría a buscar en las redes aquellas verdades que les estarían siendo vedadas y que conducen, por ejemplo, a enterarse de falacias como que la diputada Camila Vallejo poseía un Audi de 50 millones de pesos; que la Presidenta de la República iba a anunciar su renuncia; que los mapuche y miembros de las FARC estaban incendiando el sur de Chile, etcétera.

El más reciente ejemplo que nos conduce también a los entramados de la información “seria” tiene alcances internacionales y se relaciona con el ataque químico contra civiles sirios en la provincia de Idlib. Las noticias apuntaron al régimen de Bashar Al Assad y su ejército como responsables de este crimen, pese a que a comienzos del 2016 la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) había anunciado la destrucción total de esas armas por parte del régimen sirio.

Sin embargo, el 21 de abril último la Comisión Investigadora del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas para Siria emitió un comunicado señalando que no había evidencias que demostraran el uso de armas químicas por parte de Damasco contra la población, cuestión que no fue tan ampliamente difundida como aquella que responsabilizaba a Al Assad, instalándose esta última como una verdad irrefutable. Algo similar ocurrió hace una década cuando con la misma excusa tropas comandadas por EEUU invadieron Irak y asesinaron a Saddam Hussein, pero nunca pudieron encontrar ni una sola arma química.

Cuando hablamos de posverdad nos referimos a noticias falsas, verdades a medias, ausencia de fuentes confiables; en definitiva, al mal periodismo. Se trata de un viejo tema con nombre nuevo. Porque confirmar la información, chequear las fuentes, ampliarlas, confrontarlas y contextualizar los hechos son parte de un periodismo cuya dimensión ética es intrínseca a su quehacer. Ocultar viejas prácticas bajo nuevos nombres no mitiga el impacto ni la gravedad de la falta.

El 12 de septiembre de 1976, en el sector de Los Molles, apareció el cuerpo de una mujer. Su cadáver había sido lanzado al mar desde una aereonave luego de ser detenida y confinada en Villa Grimaldi, donde murió a consecuencia de las torturas. Los diarios El Mercurio y La Segunda la describieron como una bella joven víctima de un crimen pasional, aunque al poco tiempo el odontólogo y académico de esta Universidad, Luis Ciocca Gómez, identificó el cadáver como el de Marta Ugarte, profesora y militante del PC de 42 años. En esa línea, y a propósito de la muerte de Agustín Edwards y del rol de El Mercurio en el ocultamiento de crímenes de lesa humanidad, el caso de Marta Ugarte resulta otro ejemplo de muchos, de cómo la posverdad es la naturalización de la mentira disfrazada de posmodernidad.