Significados de una construcción que se inicia en Carén

En Carén se ha puesto en marcha la construcción del edificio que será sede del Centro Tecnológico para la Innovación Alimentaria apoyado por CORFO. En este centro participan otras tres universidades, la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad de Talca y la Universidad de la Frontera. Participan también la Fundación Chile y Fraunhofer Chile.

CORFO considera que el sector alimentos es clave para el desarrollo del país y que debe preocuparnos desde su producción primaria a su transformación y procesamiento. A través del Programa Transforma Alimentos, ha apoyado con convicción este Proyecto CeTA que permitirá desarrollar tecnologías que agregan valor innovando en la producción alimentaria. Se trata de un espacio de encuentro, de construcción de capital social, de generación de proyectos estratégicos para un desarrollo integral del país.

El edificio para CeTA es el primero destinado a tareas académicas de investigación e innovación que se empieza a construir en Carén. Dentro de poco inauguraremos el Edificio Vínculo, a partir del cual se irá impulsando y organizando nuestro proyecto académico. Pensábamos que el Edificio Vínculo sería la primera construcción de Carén. Quiso la vida que eso no fuera así y que el primero que se pone en marcha sea el de CeTA. Nos alegramos mucho de este curso de los acontecimientos, pues la propuesta de CeTA no podría ser más representativa de las múltiples dimensiones que inspiran a Carén.

Para comenzar, Carén busca la transdisciplinariedad, un gran horizonte para nuestra Universidad que la ciencia contemporánea absolutamente exige. La producción alimentaria es un tema esencialmente transdisciplinario, que involucra entre otras a las áreas silvioagropecuaria, de tecnologías, de salud y socioeconómica.

En este mismo sector referido a nutrición y alimentos, la Universidad de Chile tiene el privilegio de contar con el INTA, un Instituto que, liderado por Fernando Mönckeberg, anticipó la transdisciplinariedad. Un aspecto fundamental de este concepto es que no basta con que distintos expertos den una opinión especializada sobre un tema, sino que se necesita que además conversen entre ellos. Se debe generar un clima, un ambiente, un lugar en que esos expertos se encuentren para que ahí empiece la hibridación y así una disciplina le transfiera a otra conocimiento que de otro modo no hubiera alcanzado. Los logros de ese Instituto han sido extraordinarios.

Podemos evocar otra experiencia relevante de complementariedad de disciplinas en el área silvioagropecuaria. Es la ocurrida hace 50 años cuando, en torno a la reforma agraria, empezó a dársele una importancia inédita a conceptos e ideas de las ciencias sociales para una cabal comprensión del agro.

Carén nos brinda una gran oportunidad para reestructurar e impulsar la relación entre nuestra Universidad y el Estado. Cuando uno busca en nuestra historia un ejemplo del Estado asumiendo su responsabilidad para con el progreso y el desarrollo socioeconómico del país, no hay instancia más representativa que CORFO y su rol en impulsar el desarrollo fabril en Chile. Felicitamos y agradecemos al equipo que hoy dirige CORFO por la labor que han realizado para reafirmar esos valores, del cual CeTA es una muestra elocuente.

Carén también es una oportunidad para articular una relación en torno a la innovación y al desarrollo, entre universidades y empresas, las que están representadas en CeTA por Fundación Chile y Fraunhofer Chile.

Uno de los valores más significativos de Carén es permitir una convergencia con otras universidades. Las universidades en esencia son instituciones que viven de la colaboración y de la complementariedad. En CeTA están presentes la Pontificia Universidad Católica, con la que nos une una larga relación dentro de la tradición universitaria chilena; y dos universidades que comparten nuestro origen e historia, las de Talca y la Frontera. Especialmente relevante nos resulta la articulación de Carén con los temas de descentralización y desarrollo regional. La presencia de las universidades también se proyecta en los logros que han alcanzado en internacionalización. La tarea de situar a Chile en el contexto internacional, otro objetivo de Carén, es muy pertinente tanto para las universidades de regiones como para el tema convocante, la calidad alimentaria.

A través de Carén debemos anticipar y orientar un movimiento desde economías limitadas a la explotación de recursos naturales y tareas extractivas, hacia economías basadas en el conocimiento, y hacerlo ahora, cuando se agregan expectativas políticas y sociales crecientes.

Carén habrá de reforzar, en toda su amplitud, nuestro vínculo con la sociedad.

La historia de la «profe trans» de la Chile

Lorena Lorca Muñoz es abogada, académica de la Universidad de Chile y litigante del Consejo de Defensa del Estado. Sin embargo, no es en los círculos institucionales donde más ha sonado su nombre en los últimos años, sino en los de las organizaciones de personas trans de la capital, que recurren en masa a esta profesional en busca de lo que nadie les había ofrecido hasta ahora: representación efectiva y gratuita para cambiar su sexo y nombre en los registros oficiales.

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Barbara Cassin, filósofa y filóloga francesa: “Ninguna identidad está cerrada sobre sí misma”

Barbara Cassin es conocida por haber dirigido una monumental obra filosófica, en la que concurrieron durante doce años cerca de 150 especialistas de unas 15 lenguas actuales y antiguas: el Vocabulario Europeo de Filosofías (Seuil-Robert, 2004), también llamado ‘Diccionario de Intraducibles’. Galardonada con la mayor distinción para filósofos de su país (Grand Prix de Philosophie de l’Académie Française, 2012), Cassin también sabe moverse fuera de tierras académicas.

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Enrique Rivera: “En las políticas del Ministerio de las Culturas no hay ninguna frase que una arte y ciencia”

La tradición tectónica del país es el pie forzado que propone la 13° Bienal de Artes Mediales para poner en discusión un cruce poco indagado en la actualidad. La relación entre arte, ciencia y tecnología es una ecuación que va más allá de la participación de los artistas en las inauguraciones e instancias de mera divulgación, dice su director, y que tiene una historia poco conocida en Chile.

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Entre el desarraigo y la reformulación de la memoria

Nacida en 1980 en Coyhaique, Ivonne Coñuecar, en pocos años, ha obtenido una cantidad no menor de reconocimientos, sin embargo, su obra permanece aún oculta, como le sucede a tanto poeta, alejado de la autoglorificación y la convivencia con grupos de poder mediático regional o metropolitano.

Trasandina es su quinto poemario, conformado por 39 textos en verso, con un fuerte componente narrativo, que en su conjunto pueden leerse como un diario de vida fragmentado, adscrito a una ruta temporal donde la linealidad se une a la intensidad, para luego ser combatida por el montaje de sucesos y visiones que finalmente confluyen en una estructura circular. Se trata, por lo mismo, de un volumen cargado de reiteraciones, donde la violencia emerge en principio con cautela para luego inundarlo todo.

A través de una primera persona, la voz femenina experimenta una vida arruinada y un suplemento, la sobrevida, otorgada por la escritura y la autodeterminación para ir más allá de la destrucción. El yo lírico, de tal forma, opera como una matriz que aglutina, a lo menos, seis núcleos de sentido: infancia, violencia, corporalidad, escritura, sobrevivencia y arraigo/ desarraigo. Sin duda, aunque terminarán jerarquizados, infancia, escritura y nomadía conforman el eje de la voz que lleva este poemario.

Estamos ante una escritura de un yo que no se amilana ante la potencia del entorno ni menos se niega a establecer vínculos con el fuera, que la rechaza. Por lo mismo, esta hablante convoca a la escritura y con ello, al entorno, la ciudad, los otros, marcando de forma permanente, un interior y un exterior. A la vez, se vuelca hacia dentro, conformando un mundo propio, apresado por su infancia, así dice: “siempre seré una niña/ la infancia será siempre mi patria/la infancia será siempre mi historia/la obra gruesa, mi no lugar/el destiempo/la no conciencia de los padres/el cuerpo a prueba de golpes” (25) para luego agregar: “mi infancia será siempre/ huir” (ibíd.). La mujer que presenta esta escritura ha huido y seguirá huyendo, llevando consigo un lugar de origen maldito. La imposibilidad del desprendimiento implica la no superación del trauma y, por ende, la pervivencia de lo acontecido. Es relevante en la conformación de su figura “niña”, la conciencia de orfandad, pero sí posesión de una historia y un origen; mientras la patria es rechazada en el perpetuo viaje que emprenderá la mujer, la infancia (la historia) es asumida como una etapa central en su vida en tanto es allí donde surge la resistencia física y el deseo de huir.

Uno de los aspectos más destacables del volumen es la exposición del daño, el cual Trasandina  jamás deja de aparecer acompañado de un gesto de sublevación. La identificación del poder, del enemigo, donde se ubican incluso sus padres, hace emerger la opción de confrontarlos. Su cuerpo se transforma entonces en una celda, pero también en una suerte de búnker, donde habita el deseo de confrontación y de búsqueda de otra forma de vida. Con facilidad, casi de forma natural, la sujeto podría haber caí- do en la derrota, el desencanto e incluso en el deseo de muerte; sin embargo, surge en ella una fuerza avasalladora que la llevará a convertirse en la batalladora, la que habita y cree en la escritura, “vivo en las letras” (24), un soporte vital desde el que asume la no pertenencia de su transitar.

Lo otro, la otra, permea la soledad en una doble dimensión. La otra es el desdoblamiento de la hablante, consciente de su pasado y su presente nómade, pero también la otredad es la figura amorosa. Surge entonces, un segundo nivel de deseo; si el primero fue el de sobrevivencia, ahora es el erótico. A partir del segmento 17, la escritura adquiere otro matiz. Se vuelve sensual, lasciva, se centra en la voluptuosidad de dos cuerpos femeninos que gozan a pesar de tener claro, como señala la hablante lírica: “siempre habrá una niña por delante de nosotras” (39) para agregar, unas páginas más tarde, “Finalmente, aunque lo neguemos, todo esto pasará, seremos sólo carnes que se pasean” (42).

La mujer que lleva la voz sabe que la violencia opera no sólo al modo de una interrupción, sino como acción de exterminio; por lo mismo, toda posibilidad de armonía, terminará por desaparecer. Esta perspectiva determinista, promovida por un pasado que reclama su lugar mediante la imagen de la niña violentada, sólo puede ser conjurada por medio de un transitar que se desligue del peso de la violencia y por la búsqueda de vínculos que vayan más allá de lo casual, perecedero o intercambiable. Así, el poemario comienza a equiparar la materialidad del cuerpo con una fantasmagoría, un azar del presente que seduce y engaña y que pretende anclar la fragmentación de la sujeto lírica. Por lo mismo, el texto se orienta a establecer una inversión en torno a lo real-violento; el pasado, que retumba en el presente, mediante la imagen de la niña, es la única seguridad, la única certeza, en última instancia, la realidad última y única. Esta inversión de lo real impone circularidad al volumen y al trayecto de la hablante. Imposibilitada de romper el sino de la violencia que la persigue, nuevamente se impone el viaje, “todo lo que tengo está en mi cabeza” (43), nuevamente desposeída, dañada, sometida a la falta, la mujer acude a personificarse en las aguas de un río en deshielo (44) para irrumpir en el cuerpo de la mujer que ama y ha abandonado. Táctica compensatoria ante una pérdida irredimible: “me alejo, solo un día a la vez, / porque si habito el olvido/ ninguna trampa puede ser mortal/ ¿o acaso no hablábamos de sobrevivir? (47).

Recordar está asociado a la reiteración de la violencia y del dolor, por tanto reelaborar el hoy implica convivir con la memoria de infancia, el primer núcleo fundante de sentido en esta escritura, donde resulta recurrente la imagen de una niña abusada, el origen, pero también la impunidad y la imposibilidad de olvidar. Precisamente, es en el vértice entre el pasado y el presente donde se instala la mujer que protagoniza este poemario, quien a modo de corolario, señala, “Escribí porque le gané al odio” (69). Denegación que se basa en lo que finalmente se constituye como el segundo núcleo fundante de sentido del libro, la escritura como acto de sobrevivencia, que prioriza el deseo de reparación desde la propia intimidad de la sujeto.

Trasandina es un libro donde contrasta la rabia con cierta dosis de templanza. Es precisamente esta ausencia de totalidad de la reparación, la que vuelve verosímil el testimonio lírico de la hablante, alejado de recetas de autoayuda, consciente de la necesaria inmersión en su memoria infernal y en la puesta en escena de la depravación familiar como un acto de tortura imperecedero, pero no por ello irremontable.

Los 70 años de la Editorial Universitaria

Este año la editorial de la Universidad de Chile cumple siete décadas. Innovadora y atrevida, en sus años dorados fue el lugar que acogió a decenas de autores jóvenes que luego se convertirían en los precursores de las letras nacionales. Ahora, luego de sortear complicados avatares económicos, se proyecta al futuro y busca recuperar su lugar de punta en el mundo de las letras.

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A 50 años de su muerte y 120 de su nacimiento: Marta Brunet, proyecto literario y reflexión política

Por Natalia Cisternas | Fotografías: Archivo Central Andrés Bello

En 1922, una joven escritora chillaneja envía por correo a Santiago, al prestigioso crítico Hernán Díaz Arrieta (Alone), un poemario de un amigo con una entusiasta carta de recomendación. Alone no se tarda en contestar: “los poemas de su amigo son malos”, dice, “pero la carta es muy buena”, agrega. A renglón seguido le pregunta a la joven si no tiene algo de su propia autoría. La muchacha le envía inmediatamente a Alone un conjunto de poemas suyos acompañados de una nueva carta. “Los poemas son malos”, vuelve a responder Alone, “pero la carta es buena, ¿no tiene algo en prosa?”, le consulta el crítico. La joven envía por tercera vez un correo a Alone, esta vez con una novela escrita a mano en un cuaderno escolar. Alone no puede creer lo que lee, la novela estaba lejos de ser una muestra inicial de una ficción en proceso, era una novela acabada y de gran nivel literario, con una suma de imágenes estéticamente poderosas. La joven en cuestión era Marta Brunet, y la novela enviada era Montaña Adentro, la que con el apoyo del mismo Alone, terminaría siendo publicada al año siguiente. Esta anécdota, que será relatada por Brunet y por el propio Alone en más de una ocasión, nos muestra a una escritora de talento que, aunque inmersa en la provincia, no desconoce las instancias y las formas de legitimación del ámbito cultural nacional: sabe cómo y a quién hay que dirigirse para lograr un mayor reconocimiento y circulación de los textos literarios. Por aquellos años, Brunet con 25 años, no era ninguna novata en los espacios de difusión y validación cultural. Ya había publicado varios cuentos con el nombre de Miriam en distintos periódicos de Chillán y Concepción, también participaba activamente en un pequeño ateneo literario en su ciudad, conformado por jóvenes escritores varones, de uno de ellos era precisamente el primer poemario que envía a Alone. Así, si bien Marta Brunet no había publicado ningún libro, y no tenía grandes contactos en los circuitos letrados más importantes, sí era una escritora activa de la vida cultural chillaneja y con la suficiente claridad para entender que el reconocimiento a nivel nacional pasaba por obtener la legitimación en los circuitos artísticos e intelectuales de la capital.

Si antes de la carta a Alone y de la publicación de Montaña Adentro, Marta Brunet dibujaba con dedicación, pero de manera dispersa, una trayectoria literaria sólo visible en algunos periódicos locales, después de estos acontecimientos su obra constituyó un proyecto literario cada vez más maduro y coherente, acompañado por un trabajo cultural y público de envergadura, que cuatro décadas después vería definitivamente consagrado con la obtención del Premio Nacional de Literatura. Marta Brunet fue la segunda mujer en obtener el Premio, después de Gabriela Mistral, a quien, como todos ya saben, la máxima distinción de las letras locales le fue otorgada seis años después del Nobel. Al momento de recibir el Premio Nacional, en 1961, Brunet tenía publi cadas ocho novelas y tres libros de cuentos, y decenas de relatos y crónicas en distintas revistas y periódicos tantos nacionales como extranjeros, entre los que se destacaban los periódicos La Discusión de Chillán, El Mercurio y La Nación de Santiago, La Nación de Buenos Aires, y las revistas Caras y Caretas y Sur de Buenos Aires y Repertorio Americano de San José de Costa Rica. A inicios de la década de los sesenta, cuando el jurado se decidió por su nombre para ser la vigésima figura en recibir el Premio Nacional, Brunet trabajaba intensamente en la publicación de sus Obras Completas que aparecerían en 1963 bajo la editorial Zig-Zag, estaba terminando su última novela Amasijo y contaba con una trayectoria profesional e intelectual sobresaliente, en la que destacaba su trabajo diplomático en Argentina y Uruguay, su labor como editora de la prestigiosa revista Familia y su rol docente en las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile.

Los antecedentes mencionados hacen de Marta Brunet una justa merecedora del Premio Nacional. Sin embargo, si consideramos que sus principales obras literarias las había publicado dos décadas antes y que previamente el jurado se había inclinado por figuras como el historiador Francisco Encina y el crítico literario Hernán Díaz Arrieta (Alone), la entrega de esta distinción llegó con un evidente e injustificado retraso; un retraso que al final de cuentas era parte de las formas de funcionamiento de un campo cultural que respondía a las mismas lógicas de exclusión y validación del sujeto femenino que operaban en el resto de la sociedad. En otras palabras, si las mujeres y su trabajo creativo e intelectual rara vez eran visibilizados y legitimados, la tardanza del Premio Nacional de Brunet no era en ningún caso la excepción, sino la norma.

Así, ese mismo campo cultural que Brunet había demostrado conocer muy bien al inicio de su carrera cuando le escribió a Alone y aceptó la tutela del crítico para abrirse paso en ese mundo letrado, era el que la relegaba a un segundo plano a la hora de su valoración definitiva. Marta Brunet obtendría finalmente el Premio de la misma manera como lo había obtenido Mistral: cuando ya era imposible e injustificable seguir manteniendo su nombre entre los eternos candidatos; cuando la importancia de su obra traspasaba fronteras y su producción creativa era vista como un hito dentro de la historia literaria nacional.

En relación a su aporte literario, desde sus primeras publicaciones Marta Brunet fue considerada por la crítica como una autora innovadora, cuya prosa introducía un nuevo aire a la representación del mundo rural, hasta entonces dominada por la corriente criollista que imponía un estilo más bien descriptivo del paisaje campesino y las costumbres regionales. A diferencia de autores como Mariano Latorre, Brunet proponía una literatura cuyos conflictos centrales descansaban en la subjetividad de sus personajes, principalmente en el desarrollo emocional e intelectual de protagonistas enfrentados a complejos dictámenes sociales. Con Montaña Adentro se habló de una suerte de neocriollismo, el retrato del mundo campesino adquiría en la novela una densidad existencial que escapaba a la sola necesidad de elaborar retratos fieles de la vida rural. Con el correr de los años, la escritura de Marta Brunet se distanciaría cada vez más de esta definición de neocriollista. En la década del cuarenta publicará los libros de cuentos Aguas abajo (1943) y Raíz del sueño (1949) y las novelas Humo hacia el sur (1945) y La mampara (1946). Aun cuando en varios de estos relatos las acciones se sitúan en espacios campesinos, nos encontramos con historias cuyas temáticas rebasan los límites de ese mundo. Marta Brunet, con recursos propiamente literarios, despliega elaboradas reflexiones sobre el lugar político y social del sujeto femenino en comunidades rurales, poblados de provincia en vías de modernización o urbes completamente modernas. Las complejas formas de explotación de la mujer trabajadora, las tensas relaciones con sus pares de género en un marco social que las obliga a competir por el varón, las obligaciones domésticas que anulan sus capacidades creativas e intelectuales, la apropiación de su patrimonio y de sus derechos sobre su prole por parte de los hombres (maridos u otros), la necesidad de encajar en los moldes de femineidad que se le asignan, son los desafíos y problemas más frecuentes que viven las protagonistas brunetianas. En sus textos se constituyen universos en los que las enrevesadas formas de subordinación de la mujer se despliegan como constantes que proyectan la idea de una sociedad en la que, independiente de los avances modernizadores, persiste una jerarquía rígida en donde las mujeres, y sobre todo las mujeres pobres, constituyen el sector más marginado y explotado de la comunidad.

Esta dimensión crítica de la literatura de Marta Brunet la hace especialmente incómoda, al punto que la crítica de las primeras décadas prefirió omitirla de sus interpretaciones o bien ocultarla bajo la definición de una “prosa recia”, “poco femenina”, que no dudaba en exponer con un lenguaje crudo y directo los aspectos más crueles y violentos de la vida campesina. Bajo estas descripciones amplias, el fino análisis a los roles de género y las formas de exclusión de la mujer presente en sus ficciones quedaba totalmente desdibujado. Varias décadas más tarde, importantes críticas feministas, realizando lecturas desde una perspectiva de género, darían cuenta de una obra no sólo estéticamente notable sino capaz de desarrollar elaboradas reflexiones sobre el rol de la mujer en la sociedad chilena. Lorena Amaro, Kemy Oyarzún, Rubí Carreño, Diamela Eltit, Eugenia Brito, por mencionar a algunas, han contribuido a que ahora podamos entender en términos estéticos y también ideológicos la obra de una de las narradoras más significativas de la literatura chilena.

Decreto «Mara Rita»: Hacer posible el respeto a la identidad de género en la Universidad

Por Irma Palma

En el último tiempo un*s estudiantes perturban a la Institución. Lo hacen por un asunto de género. Son jóvenes trastornad*s politizando su existencia en la Institución.

Al matricularse distinguen nombre social y nombre civil, y demandan usar el primero, y así se presentan el primer día de clase; abandonan los códigos del vestir exigidos en la escuela desde la infancia y mutan sus ropas masculinas en femeninas y viceversa, o un día una y al otro, otra; invierten el uso de salas de baño y duchas; resistirían sin duda un diagnóstico psiquiátrico en los servicios médicos estudiantiles. Desordenan a la Universidad en sus sistemas de registro de sus miembros, en su organización sexuada de los baños, en sus códigos del vestir, en su lenguaje.

Intervienen la vida social y cultural cuando invitan a Hija de Perra a seminarios académicos y a performances en los patios de campus universitarios que provocaban a la academia.

Denuncian a la Universidad por no ser un territorio libre de violencia. Han padecido la violencia temprana y exclusión de la vida familiar, la exclusión e intimidación en las instituciones educativas, religiosas y recreativas. Saben de la desprotección contra abusos médicos, tratamientos compulsivos, diagnósticos psiquiátricos, y saben de la denegación de acceso a procedimientos de reafirmación de género. Saben de la existencia de los castigos crueles en las instalaciones penitenciarias y en hospitales psiquiátricos. Saben de la exposición a explotación sexual comercial y trata de personas. Saben de la violación sexual “correctiva”. Saben también que la transfobia es una violencia normativa, una guardiana de las fronteras de género.

Son estudiantes que concluirán su formación universitaria, pero a diferencia de la mayoría, enfrentarán una enorme lucha para sortear la exclusión en el mundo laboral. Puede ser que muten nuevamente sus ropas y retomen los códigos del vestir exigidos, oculten su nombre social, inviertan el uso de salas de baño y duchas. Puede ser que una vez ejercitada la vida fuera del modelo dominante, la continúen, sólo que ocultándola.

Van a marchar por las calles el día de la Marcha del Orgullo Gay. Tensionan al Parlamento, demandando una Ley que reconozca y dé protección al derecho a la identidad de género. Reivindican el derecho a cambiar el nombre y sexo registral en los documentos oficiales sin tener que pasar por ninguna evaluación médica ni psicológica.

Si el proyecto de ley que reconoce y da protección al derecho a la identidad de género fuese aprobado en el Parlamento, arribarán si son mayores de edad y no tienen vínculo matrimonial, a un cambio de nombre y sexo registral, sólo que mediando la presentación de un certificado médico que acredite que cuenta con las condiciones psicológicas y psiquiátricas para formular este cambio. Por cierto, esto último está siendo y será fuertemente resistido.

La Universidad inició, a través de una de sus unidades, su propia transformación. Se trata del “Decreto Mara Rita” -como lo ha llamado DIVERINAP, la agrupación por la diversidad sexual del INAP-, que es fruto de un decreto que en 2016 crearon el Instituto de Asuntos Públicos y la Escuela de Gobierno y Gestión Pública. Mara Rita era el nombre de una estudiante de la carrera de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades, una de las más importantes activistas transgénero del país, que murió a causa de un aneurisma fulminante. Su propósito en su artículo primero: “respetar la identidad de género adoptada o autopercibida de cualquier persona que estudie o trabaje en esta Unidad Académica”. Como institución, se trata de hacer posible lo anterior, no de hacer en la medida de lo posible. Esto es, que los sistemas de identificación y registro operen con nombre social y códigos de identificación civil simultáneamente.

Su presencia desafía en su propia casa a las disciplinas de la psicología y la psiquiatría, Resisten el modelo de conocimiento dominante sobre la sexualidad y el género, y movilizan nuevas interrogantes. En cursos CFG se vuelven profesor*s invitados por académicas y académicos a debatir con otros estudiantes y mostrar cómo unos modelos científicos y políticos pueden ser cuestionados y transformados al contacto con estas identidades y cuerpos no normativos.

No acatan ninguna catalogación, ni etiqueta, ni definición impuesta por parte de la institución médica; reclaman el derecho a autodenominarse.

Rechazan la “psiquiatrización”, es decir, la práctica de definir y tratar la transexualidad bajo el estatuto de trastorno mental, a la confusión de identidades y cuerpos no normativos con identidades y cuerpos patológicos. Rechazan el paradigma en el que se inspiran los procedimientos actuales de atención a la transexualidad y la intersexualidad mediante procesos médicos de normalización binaria, ya que reducen la diversidad a sólo dos maneras de vivir y habitar el mundo. Presupone la existencia única de dos cuerpos (hombre o mujer) y asocia un comportamiento específico a cada uno de ellos (masculino o femenino), utilizando el argumento de la biología y la naturaleza como justificación del orden social prevalente.

Hay quienes se definen, más que otr*s, radicalmente a partir de lo que conocemos como género no binario, que no ajustan a los espectros de géneros binarios (masculino y femenino), y que resisten el tránsito del uno al otro al modo de un eje unidimensional, según el cual mientras más se aproxima un individuo a lo masculino mas lejos estará de lo femenino.

Están en una resistencia cultural y política, y la Universidad es un espacio en que ello ocurre. Saben que se trata de un esfuerzo político por la transformación –o la preservación- del orden sexual, de género y de familia. Saben que en las instituciones podría decirse sobre la transfobia lo que Daniel Borrillo sostiene respecto a la homofobia: La homofobia deviene la guardiana de las fronteras sexuales (hetero/homo) y las de género (masculino/femenino), y Florence Tamagne, que las representaciones homofóbicas tienden a fijar los límites de la “normalidad”: la estigmatización de los comportamientos “desviantes” implica la denuncia de una “confusión de los géneros”.

Lo público en la era de la posverdad

A continuación presentamos un extracto del libro del presidente del directorio de Codelco, Óscar Landerretche. El texto está incluido en el capítulo “Sermo: lo público en la era de la posverdad”, sección “La nueva educación pública: preservar un espacio abierto” de Chamullo.

Estamos aproximándonos rápidamente a una situación de obsolescencia de nuestro modelo educativo contemporáneo (no sólo en Chile). Esa obsolescencia tiene que ver con la transición hacia una era en que es fundamentalmente diferente aquello que le preocupa centralmente al sistema de educación: el proceso individual y colectivo de toma de decisiones en una variedad enorme de ámbitos personales, laborales, públicos y privados.

Ese proceso de toma de decisiones contiene muchos de los temas que han sido discutidos en este libro: priorización de preocupaciones, ordenamiento de preguntas, recopilación de datos, procesamiento de ellos y uso de la información. Un sistema educativo bien diseñado asiste a los individuos en su proceso de adquisición de un conjunto (…) de competencias que les permiten abordar de mejor manera el problema de toma de decisiones que enfrentarán durante sus vidas (…) decisiones laborales o profesionales, decisiones que afectan su salud o calidad de vida familiar, decisiones comunitarias, sociales y políticas, decisiones de comportamiento, consumo, afectivas y financieras. En todos estos casos, el sistema educativo busca proveer a los individuos de destrezas, competencias, capacidades, conocimientos, seguridades y afectos que le permitan una mejor toma de decisiones individuales o participar de los procesos de toma de decisión colectiva de manera más constructiva y efectiva.

Hay, a lo menos, cuatro preguntas que vale la pena hacerse y que, a mi juicio, están relativamente ausentes de nuestra discusión pública sobre reforma educativa:

La primera tiene que ver con las competencias de la mayoría de nuestra población. ¿Qué hacer con el déficit de competencias para la era de la abundancia de información, donde se mecaniza y masifica la recopilación de datos, su procesamiento, su análisis e incluso su uso para la operación de tecnologías y el cumplimiento de responsabilidades laborales? Esto implica, por cierto, reformular drásticamente el método, ambición y espectro del sistema de educación técnica, de capacitación, profesional y vocacional. Requiere repensar su modelo educativo y pragmáticamente reconsiderar cómo se inserta ese sistema en la vida laboral.

La segunda tiene que ver con los métodos de enseñanza. Nada hay más importante en ese proceso que la interacción interpersonal: entre maestro y estudiante, entre estudiantes, entre maestros, colectiva (…) etc. La interacción interpersonal es un elemento insustituible de la educación de calidad: la conversación en aula, el cuestionamiento e indagación, la resolución de problemas, los laboratorios y metodologías clínicas; en el caso de las materias de mayor vocación académica, los talleres y seminarios, donde las destrezas analíticas, estadísticas, dialécticas, retóricas, humanistas o científicas se prueban en una comunidad intelectual que cuestiona, desafía e interpela. Los cambios tecnológicos y culturales que estamos viviendo le han creado la posibilidad de mayor espacio a lo anterior porque sustituyen una parte importante de lo que hacían los sistemas educativos tradicionales: la entrega de datos y de información a través del modelo catedrático.

La tercera pregunta tiene que ver con otro potencial uso que tienen los espacios educativos que abren las nuevas tecnologías: la posibilidad de restablecer un espacio público de deliberación política. Un espacio donde se mejora la capacidad de los ciudadanos de tomar decisiones públicas y políticas. En la era del chamullo, el sistema educativo va quedando como uno de los pocos ámbitos donde se puede en forma factible educar a los ciudadanos para la toma de decisión colectiva, esencial para una democracia.

La cuarta pregunta tiene que ver con la equidad. Es tentador asumir que la revolución tecnológica reciente también genera en la educación un efecto indiscutiblemente democratizador. Pero esto no tiene por qué ser así. La educación también puede ser capturada por el chamullo, por la no verdad, por el ruido. La tecnología estándar para digitalizar y automatizar partes mecánicas del sistema educativo va a estar, seguramente, disponible para masificar en poco tiempo más. La calidad de lo que hacen los profesores en un ágora quizá será mucho más difícil de universalizar.

Es imperativo desarrollar una metodología para educar a los ciudadanos a vivir y tomar decisiones en la era del ruido, del chamullo y del abuso editorial. Esto va un poco más allá del mero alfabetismo digital. Requiere que los ciudadanos sepan “limpiar” los datos, extraer efectivamente información de ellos y ponderar cuidadosamente las opiniones dado que estas tienen modelos corporativos y políticos que las inducen a sostener sesgos editoriales.

La nueva educación pública es un sistema que se hace cargo del mayor desafío público que tiene la vida contemporánea en sociedad: cómo tener un proceso cognitivo y deliberativo que permita a los ciudadanos tomar mejores decisiones privadas y públicas, mejores decisiones individuales y colectivas.

Enrique Dussel: “La única sede del ejercicio del poder es el pueblo”

Estuvo en Chile en agosto de 2017 para participar del primer coloquio de Filosofía de la Liberación en el país y en su visita recibió el grado de Doctor Honoris Causa. Teólogo, filósofo, historiador y académico, Dussel fue y sigue siendo uno de los líderes del pensamiento latinoamericano que rechazaron el enfoque tradicional eurocéntrico y giraron la mirada hacia nuestro continente.

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