Por Kena Lorenzini | Fotografías: Felipe Poga
Hemos denominado, con justicia, al movimiento que involucra las tomas y paros feministas como una nueva ola feminista en Chile, la tercera. Ola que ha removido las estructuras conversacionales, alejando al feminismo y sus demandas del concepto de “tema” y lo ha instalado como un problema político, como agenda política y pública, a la vez que como charla obligada en los hogares y grupos de amigos, compañerxs de trabajo y otros.
Hoy (abril, mayo, junio, julio 2018) la ola feminista es “la” agenda que no se detiene frente a otras como la del barranco por el que caen obispos junto a la iglesia católica, la corrupción de Carabineros de Chile, de las Fuerzas Armadas, la corrupción de políticos, la no tolerancia a que rostros televisivos apoyen prácticas como la tortura o la impunidad para empresarios y políticos frente al cohecho. Es más, no sólo no se detiene el feminismo sino que multiplica la visibilización de todo este malestar que ha tenido a Chile amordazado, con engaños, para no afectar nuestra endeble democracia.
Un 17 de abril de 2018 las estudiantes de la Universidad Austral de Valdivia se tomaron una de sus sedes para decir basta a la desinformación, para decir basta al rector que no daba señales sobre la acusación del acoso realizado por el académico Alejandro Yáñez contra una funcionaria. A modo de resumen, el rector optó por el traslado de Yáñez a un centro de investigación de la misma universidad, donde el 70% de quienes allí trabajan son mujeres. Cómo no traer a la memoria lo que hace la iglesia católica con los sacerdotes abusadores.
Como respuesta a esta decisión, a estas estudiantes se suman otras sedes, se hace un petitorio sobre, entre otras cosas, protocolos para encarar acusaciones de abuso sexual, el cual finalmente el rector acepta, pero Yáñez no es expulsado. Pronto vendrían elecciones de rector y Alejandro Yáñez era uno de sus aliados. Hoy se está trabajando en el petitorio de la Universidad Austral y exigiéndole al rector que escuche a las mujeres de las sedes de Puerto Montt y Aysén, cosa que éste no quiere hacer. Todo por resolverse.
El 27 de abril se inicia una toma en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile por similares razones a las de la Universidad Austral: la no respuesta clara a la demanda contra el académico y abogado Carlos Carmona, ex presidente del Tribunal Constitucional de Chile, por acoso sexual hacia una alumna. Las estudiantes deciden nombrar la acción, por primera vez en la historia, como toma feminista. De ahí en más, otras facultades entran a paro, se suman otras universidades tanto públicas como privadas, se hacen tomas y se unen colegios y liceos denominados emblemáticos, especialmente los de mujeres, como el Liceo 1 y el Liceo 7, entre otros.
El golpe más mediático de las tomas fue el de la Casa Central de la Universidad Católica, por creerse que ahí está la cuna del conservadurismo y la elite, algo retrógrado, ya que por una parte hay estudiantes con gratuidad y por otra, hoy existen varias universidades privadas donde sólo va la elite.
Igualmente interesante es que la Universidad Católica había sido tomada sólo una vez, en el año 1967, y luego, durante la dictadura de Pinochet, en 1986, estuvo tomada sólo por algunas horas. El 25 de mayo de 2018 comenzaría ahí una toma feminista. A partir de ella nace un petitorio que entrelaza el acoso y abuso sexual con demandas acerca del trato laboral de funcionarixs externalizadxs, alumnado trans y otras variables.
Se realizan tomas, paros y marchas a lo largo de Chile, que ponen al centro de la demanda la “educación no sexista” con todas las transformaciones que ello implica. Los petitorios, la mayoría de ellos ya recibidos por diferentes rectores, recogen las demandas de estudiantes, académicas y funcionarias.
Sí, se han sumado académicas, funcionarias y estudiantes varones a esta ola feminista, estos últimos poniéndose a disposición de sus compañeras, no anulando el protagonismo de ellas. En esta oportunidad se han transformado en colaboradores y los más audaces, en auto observadores, realizando jornadas de reflexión para cuestionar sus prácticas machistas y entender las demandas feministas.
La ola feminista es bien recibida por gran parte de la sociedad “no ilustrada” e incluso por la ministra de la Mujer y Equidad de Género de un gobierno que convive en su seno con la elite más conservadora del país. Sin embargo, las autoridades no logran hacerse cargo de ella, ya que al poco tiempo de iniciarse este proceso, el Presidente Sebastián Piñera anuncia una “Agenda Mujer” en la que toma básicamente tres temas: sala cuna universal en las empresas para mujeres y hombres (sólo los que están a cargo de sus hijxs), transformación de la sociedad conyugal que tiene al hombre como administrador de los bienes al interior del matrimonio, y un cambio en las Isapres, sistema privado de salud al cual sólo pertenece el 20% de la población. Esto no considera en absoluto la principal petición de las estudiantes: educación no sexista. El Presidente hace caso omiso y sigue a medias tintas con las tres demandas que desde hace años son reclamadas por el movimiento feminista y de mujeres. Esta “Agenda Mujer” intenta hablarles a jóvenes que cada día contraen menos matrimonio, que están atrasando o no queriendo tener hijxs y para quienes las Isapres hoy no son una preocupación, sobre todo porque quieren igualdad y no discriminación para todxs.
Entonces, las tomas continúan y los paros se hacen más numerosos. No hay comprensión acerca de lo que está ocurriendo, no se ha entendido el eslogan “nos han quitado todo, hasta el miedo”. Estas jóvenes no entraron en el silencio de una derrota, están activas, uniéndose a otras mujeres jóvenes de otros espacios como las que pertenecen a barras de connotados equipos de futbol, a otras no tan jóvenes como las académicas, a sus compañeros que se han quedado con las demandas del feminismo de exigir que los protocolos avancen, protocolos que no son para una elite, sino para todxs, como lo demostró el petitorio de la Universidad Católica que llegó a acuerdo en tres puntos claves que no tienen relación directa con las estudiantes: contrato para funcionarixs, utilización del nombre social de les estudiantes trans y alejamiento de un académico declarado culpable de violencia conyugal hacia una funcionaria de la universidad.
En todos los petitorios se exigen protocolos claros y expeditos para enfrentar el abuso de poder y el acoso sexual. Increíblemente, en Chile no existe una ley que penalice el acoso sexual, aunque hay un proyecto de acoso callejero que lleva cinco años durmiendo en el Parlamento. Siempre que se trata de proyectos de ley que previenen delitos hacia las mujeres, lxs parlamentarixs aplazan el trabajo. Como mujeres, somos imperecederamente sospechosas de darle un mal uso a las leyes para perjudicar a otrxs. Un ejemplo reciente de ello ha sido parte del debate acerca de la causal de violación en la ley de despenalización del aborto en tres causales.
Otra de las cosas que ha quedado palpitando y que ha develado la ola feminista es la resistencia de hombres y también de algunas mujeres al movimiento y a algunas de sus demandas. Se trata de conservadores que no entienden las performances donde las estudiantes se expresan a través de sus cuerpos, la desnudez de sus cuerpos, la sangre menstrual. No lo van a comprender. ¿Por qué? Porque no, sencillamente, porque no hay capacidad para ello. Están quienes, autodenominándose intelectuales, han ninguneado al movimiento alegando que las estudiantes no representan a todas las mujeres porque son una elite, desconociendo con estos decires la historia de los movimientos de transformación social.
Como esbocé anteriormente, parte de los acuerdos que consiguió la toma de la Casa Central de la Universidad Católica fue la consideración de trabajadores haitianxs que la universidad tenía externalizadxs y a quienes se les engañaba por no saber hablar chileno. Es decir, estas mujeres fueron conscientes de su posibilidad de expresar sus demandas, pero también las de otras. Centrada esta resistencia también en la propuesta para una nueva malla curricular, muchxs académicxs lo encuentran risible “porque tendré que sacar a Platón”. Parece mal intencionado, la verdad, porque ellas no han pedido eso sino que aspiran a que también se impartan conocimientos de pensadoras, creadoras, científicas, humanistas y más mujeres.
Otra resistencia, ¡oh!, quieren cambiar la lengua de Cervantes, pecado mortal, como si alguien aún escribiera o hablara como Cervantes o Sor Juana Inés de la Cruz. Una profesora argumentaba que los cambios en la lengua antes no habían sido ideológicos. ¿Cuál es el problema con que una lengua dinámica cambie a través de la ideología, en especial si busca incluir a todas las personas cambiando ese único y universal “todos” por “todes”? Ese “todos” que nos nombra a todas desde el hombre.
En un desalentador estado de ánimo, algunos hombres jóvenes (y varios mayores, tal vez demasiados) se oponen a dejar de piropear y se sienten desorientados porque “ahora no se les va a poder decir nada”. “Depende”, les han contestado ellas. Sin embargo, se aferran a la idea de que se ha ido demasiado lejos. Reconocemos que todos los movimientos que pretenden realizar transformaciones tienen un efecto pendular y es por ello que a veces van demasiado rápido, y que quienes quieran comprenderlo deberán ir en paralelo intentando conocerlo, aun a pesar del caos que éste pueda llevar.
Llama la atención la resistencia de los adultos varones, que desde el principio nos llenaron de columnas de opinión cuyos contenidos fueron morigerando, pero siempre tratando de explicar el movimiento, pasando por alto la voz de las protagonistas. Intérpretes de la ola feminista.
Una resistencia que corresponde a los dos mil años de patriarcado y que afecta también a mujeres que no saben qué hacer de sus vidas si no son validadas por uno o varios hombres. Así hemos sido educadas desde nuestra sexualidad hasta nuestro campo laboral, a ser valoradas y despertadas por el beso del príncipe encantado. Por eso ellas también se resisten, tienen miedo.
Por otra parte, si sólo un 42% de las mujeres en Chile trabajan fuera del hogar, hay quizás un 52% que vive bajo las condiciones impuestas por el patriarcado en el mundo privado, el mundo del trabajo doméstico, y si no fuera porque se ven expuestas a la violencia machista sobre ellas o sus amigas, probablemente se quedarían huérfanas en un mundo nuevo donde tuvieran la posibilidad de decidir qué hacer con sus vidas si no logramos antes traspasar hacia ellas la significancia de una sociedad feminista.
Sí, vamos hacia una sociedad feminista porque parece ser la única promesa que nos está dando esperanza; bajo el paraguas del feminismo caben todas las luchas sociales. Las feministas hemos estado en todas ellas y en las que vendrán porque el feminismo es dinámico como lo son los derechos humanos, como lo son las personas. Es por eso que hoy todos los partidos políticos se están declarando feministas. Algunos lo vieron venir y propusieron el primer gobierno feminista sin que sus integrantes supieran de qué se trataba un gobierno feminista, qué implicaba un gobierno feminista.
Pero, ¡oh!, también se declara feminista el partido de ultraderecha y ahí contemplamos la capacidad de cooptación de las elites para así desdibujar este movimiento que surge con fuerza. Un partido ultraconservador no puede ser feminista. El feminismo tiene muchas manifestaciones, pero por sobre todo tiene un respeto irrestricto por el derecho de las mujeres a decidir sobre sus vidas, sobre todos y cada uno de los aspectos de sus vidas, y bien sabemos que el conservadurismo se propone como pivote de su quehacer encerrarnos en cuadrados donde nadie se salga de las (sus) normas, de lo que el conservadurismo estima como normal.
Curiosamente, ese conservadurismo que se quiere autodenominar feminista considera normal la aporofobia, la xenofobia, la misoginia, la codicia por obtención de riqueza, la desigualdad, la depredación medioambiental, la privatización de playas, lagos, bosques, el no respeto a la tierra de los pueblos originarios. No, no, el feminismo no es conservador. El feminismo aboga por la justicia social en todo ámbito.
El feminismo no es conservador.