Las ocho muertes de Romario Veloz

Lo que leerán es parte de una entrevista realizada a Mery Cortez y Eric Villalobos, madre y padre de Romario Veloz, joven de 26 años asesinado durante acciones militares realizadas contra personas que se manifestaban en la ciudad de La Serena el día 20 de octubre de 2019. A casi un año de la muerte de su hijo, exigen justicia y señalan que hoy existe un pacto de silencio en torno a su muerte.

Por Constanza Ambiado

Lo que relatan Mery Cortez y Eric Villalobos, madre y padre de Romario Veloz, deja ver que a su hijo lo siguen asesinando las palabras indolentes de las autoridades, las risas y las mofas de militares con los cuales se encuentran en la calle, los hostigamientos frecuentes, las amenazas escritas y verbales y las tres veces que han quemado el memorial de Romario, así como la larga espera por la justicia. La madre acusa que la han intentado detener, pero advierte que a pesar de esta persecución continuará su lucha por encontrar a los responsables y evitar que militares sueltos en la calle vuelvan a matar.

No fue una, sino ocho las muertes que ha tenido Romario Veloz y que develan las distintas formas en que el racismo se expresa en las instituciones y la vida cotidiana, a partir de las palabras, gestos y acciones de sus autoridades y funcionarios, pero también en la indiferencia y mordacidad de las redes sociales, así como en las históricas formas de hostigamiento de agrupaciones civiles nacionalistas.

A continuación, sus padres relatan las sucesivas muertes de su hijo y todas las luchas que la familia ha dado para obtener justicia.

Mery Cortez y Eric Villalobos, madre y padre de Romario Veloz.

1. El disparo: “Iba con las manos en los bolsillos”

¿Qué es lo que quisieran decir sobre su hijo Romario?

Mery: Es padre de una nena de 5 años, es hijo de Eric Villalobos y Mery Cortez, un joven estudiante de Ingeniería Civil en Inacap, cantante de hip hop, amante del free style y hermano de Julián Veloz. Solo tengo dos hijos. Un día salió a las marchas, el 20 de octubre del 2019, me dijo que iba estar una hora y así fue, en una hora a mi hijo le quitaron la vida.

Se presume que un militar percutó el disparo, todavía no hemos tenido justicia a pesar de que yo he tenido hartos medios de comunicación para difundir la noticia. Aun así, no hemos tenido nada de justicia para Romario. Queda menos de un mes para que se cumpla el año de la partida de mi hijo y todavía no aparece quién fue el que percutó el disparo.

Yo acuso de racismo porque si bien es cierto que estaba manifestándose por sus derechos, por un Chile digno y en plena democracia, cuando mi hijo cayó primero hubo otro caído, el señor Rolando Robledo, a él le dispararon en su guatita. Luego, después, vino (pausa) Romario Veloz. Cuando le pasó, una vez caído Rolando Robledo, siguió Romario. ¿Por qué a él no le hicieron lo mismo? ¿Por qué, no sé, no le dispararon en un brazo, una pierna o también en su guatita? Yo estaría ahorita viendo a mi hijo con vida, cuidándolo, pero no, el caso de mi hijo fue muy diferente.

Romario iba con las manos en los bolsillos. No lo digo yo, lo dicen los videos. Iba con las manos en los bolsillos cuando pasó esto. Te creo si iba tirando una piedra en defensa propia, pero mi hijo no, pasó caminando con las manos en los bolsillos. Y yo le agradezco tanto a la persona que estaba grabando en ese momento, que yo creo que ni él mismo se esperó grabar ese momento porque él estaba grabando en general y de pronto mi hijo pasó con las manos en los bolsillos. Y así mi hijo se fue, con las manos en los bolsillos.

Entonces, no había ni un motivo, por eso yo me quedé seca después de pedir justicia para mi hijo, pero yo voy a morir en mi ley porque a mi hijo me lo quitaron, porque como era el único negro que estaba en la fila, para aquel asesino mi hijo fue un blanco fácil. El disparo fue letal, tan letal, que cuando le fui a preguntar al doctor si mi hijo había sufrido, él me dijo “señora, el disparo fue tan certero que no había más nada que hacer. A él lo tiraron a matar, a él le querían hacer un daño, a él le tiraron a matar”. Dígame usted cómo yo no voy a creer que fue porque él era el único negro. Le juro, si mañana me tengo que morir, aún después de muerta voy a insistir en que a mi hijo me lo quitaron porque era el único negro.

Eric: A lo mejor mi hijo por ser extranjero, por ser negro como dice la mamá de Romario. O en verdad será tan grave que lo hayan asesinado los militares y no lo quieran decir, a lo mejor están tapando todo el tema por no aceptar que ellos metieron la pata a fondo, no solo los militares, el gobierno que dio la orden de sacar a los militares, el general Morales, que era el que estaba a cargo de esta zona de Coquimbo y que dio la orden y de ahí para abajo los subalternos que hayan dado la orden de disparar, pero sí notoriamente vemos que hay una gran diferencia entre lo que pudieron haber hecho los militares con un mismo compatriota chileno – yo soy chileno-, y cómo fue con Romario. Y acá mismo en la zona, por lo que nos han contado, el caso de Kevin [Gómez] que también lo mataron militares, fue un poco más rápido porque el militar se entregó, había uno solo que disparó, había cámaras y fue más rápido identificarlo, pero aun así ese caso todavía está en investigación. A diferencia del caso nuestro, y el de César [Mallea] y Rolando, no hay ningún culpable o nadie identificado que pudo haber disparado, por eso es que pensamos que hay mucha indiferencia y discriminación con el tema. A lo mejor por ser extranjero pensarán que es un caso que no le incumbe mucho al gobierno chileno, pero debería ser igual.

2. El cuerpo: “No me llamó ni el hospital”

Romario Veloz.

Mery: Dígame usted una cosa más, cómo no voy a pensar yo que no hay discriminación racial, si no hubiese sido por las redes sociales tampoco me habría enterado de que a mi hijo le había pasado eso ahí. Tampoco me habría enterado porque a mí no me llamó Carabineros, no me llamó la PDI, no me llamó ni el hospital. Uno, el hospital está en la obligación de llamar al familiar del paciente, no fue mi caso. Dos, las pertenencias de mi hijo -mi hijo anda con un bolsito donde llevaba otra muda de ropa y otro par de zapatillas- y la ropa de mi hijo se perdió, incluso la que cargaba puesta. Mire usted, cómo no voy a acusar yo eso. Incluso la que llevaba puesta se perdió.

Fui al hospital a buscar la ropa de mi hijo y la jefa de turno me dijo “señora, la ropa nosotros no la cogemos, se la pasamos a las paramédicas. Y las paramédicas son las encargadas de entregarle la ropa al familiar del paciente”. Y entonces ¿qué pasó en mi caso? Ella es doctora, no va a estar pendiente de la ropa del paciente sino de salvarle la vida. Aunque mi hijo ya había llegado muerto. El doctor me dijo, “señora, si usted lo que me vino a preguntar es si su hijo sufrió, puede estar tranquila, su hijo no sufrió”. Y aun ya habiendo un caído, un muerto y ya después le disparan a otro, ¿la intención cuál era? La diferencia entre los blancos y el negrito, es que a los otros no les tiraron a matar. Esa es la diferencia.

3. Las redes sociales: “Bien que lo mataron”

Mery: Le voy a ser bien sincera respecto a las redes sociales, yo no las veo. No me meto por sanidad mental. Yo de verdad que no me meto porque no me gusta, vi un comentario -porque sí cuando empezó yo me metía-, imagínese: “Bien que lo mataron a ese negro, quien lo manda a andar saqueando el mall”. Y yo insisto a todas partes que voy, que no sé qué les da de andar diciendo que a mi hijo le quitaron la vida en el mall. A mi hijo no le quitaron la vida en el mall, se la quitaron en el terminal de buses, al lado del monumento de la señora Gabriela Mistral. Para llegar al mall hay 180-200 metros, entonces no entiendo por qué asocian eso ahí. Cuando a mí me dijeron “Romario cayó frente al mall, donde están los estacionamientos”, dije, ¿y qué estaba haciendo mi hijo ahí? Pero después no, vi los videos y mi hijo nunca estuvo ahí.

Y aunque han sido crueles, al mismo tiempo si no es por las redes sociales, yo no me entero. Les agradezco porque de no haber existido las redes sociales, me habrían hecho lo mismo que hicieron en el 73, cuando yo nací, que hubo muchos desaparecidos. Y como no había cámaras, no había evidencias, quedó impune todo. La diferencia entre el 73 y ahora, que estamos en democracia, es que están las redes sociales y hoy en día hasta un niño es camarógrafo con los teléfonos inteligentes.

4. Las risas y mofas: “Vaya a buscar justicia a su país”

Mery: Antes que todo, para mí es muy doloroso salir y por eso evito salir a las calles porque resulta que los militares son los que están revisando el salvoconducto. Entonces, cada vez que los veo, me llega el recuerdo y les digo “Justicia para Romario”, frente a lo que ellos no estuvieron de acuerdo y me mandaron de retorno para mi país, me dijeron que vaya a buscar justicia a mi país, que acá estábamos en Chile y yo tenía que respetar, a lo cual yo le dije que no me podía ir porque a mi hijo me lo quitaron en Chile y no tenía nada que ir a buscar a mi país. Nosotros vivimos hace 18 años acá en Chile, mi hijo se creía antofagastino, por eso lo fuimos a enterrar a Antofagasta, y coincidió que llegó el Coronavirus y no he podido ir a ver a mi guagua, no he podido llevarle unas flores, no he podido hacerle una limpieza como él se lo merece, como él era, un joven hermoso y lleno de vida.

Romario y su madre, Mery Cortez.

Entonces, cómo no voy a decir yo que hay discriminación racial. Discriminación racial hay, sí o sí. El solo hecho de que los propios militares me hayan mandado a buscar justicia a mi país, eso ya es feo. Con qué derecho me mandan allá a buscar justicia si aquí fue donde pasó aquello. Entonces no, créame que no logro entender. Tal como le dije al ministro Desbordes, “explíqueme con punto y coma para que yo pueda entender, porque hasta el momento no logro entender nada”.

Eric: Una vez íbamos pasando y le dijimos a un militar: “Justicia para Romario” y los tipos se reían, te saludaban como que te hacían muecas con la mano y se reían en tu cara y yo sé que no fue todo el Ejército, fueron algunos, pero no sé, si los otros, si alguien del Ejército me dijera “disculpa por lo que pasó, disculpa yo no fui o nosotros no fuimos, pero igual te pido disculpas o te pedimos disculpas”, sería más de hombre que hicieran eso, que reírse y mofarse. O simplemente decir “saben que, no fuimos nosotros, averigüen bien”. Serían mucho mejor esas cosas.

5. La pensión de gracia: “Tiene manos para trabajar”

Mery: Y, aun así, enviándole una carta al Gobierno diciéndole quién se iba a hacer cargo de mi nieta, siendo que mi hijo era el sustento de ella y de Francesca, la mamá de mi nieta, me respondieron que no, que yo tenía manos para trabajar y Francesca también podía trabajar. Lo encontré insólito, inhumano, porque, una ¿cómo nos mandan a trabajar en la situación en la que estamos? Dos, por la pandemia hay mucha cesantía y con la cesantía la caída de la economía, entonces yo no sé para dónde el caballero quiere que nos vayamos a trabajar. Lo encontré lo más inhumano, por no decir otra cosa, que nos mande a trabajar siendo que estamos mal de adentro.

6. La confianza: “Cómo vamos a iniciar un sumario”

Mery: Si es por mí, tengo una explosión de emociones y no sé cómo explicarme, por eso cuando estuve con el ministro Mario Desbordes le dije que me explicara por qué no se ha hecho un sumario en el regimiento siendo que ya casi ha pasado un año y no tengo respuesta. La respuesta del representante del Ejército fue “ya hemos tomado declaraciones a 14 personas”, a lo cual yo le respondí que eso no era una respuesta coherente, eso no se le dice a una madre. Cómo me viene a decir que les han tomado declaraciones a 14 personas, siendo que habían como 50 militares ahí. Y no pude terminar mi relato porque la verdad rompí en llanto, esto me descolocó, me superó la respuesta de este caballero. Así de fácil y sencillo.

Y a Desbordes yo le dije “no puedo confiar en los militares, porque salgo a la calle y son ellos mismos que están en las calles” y dijo el Desbordes, “bueno, si la señora Mery no cree en los militares, cómo vamos a iniciar un sumario”. Imagínese la tontera.

Se lo juro, eso me dijo con todas sus letras y debe estar grabado en algún lugar, porque eso fue en plena Cámara de Diputados. Esa fue la respuesta que me dio, pero que él ni crea que yo me voy a quedar así, porque yo soy lo más necia que hay en este mundo, yo no doy mi brazo a torcer. A mí me están dando, yo sigo caminando. Yo, por mis hijos. Esperé bastante, les di su tiempo para que hicieran algo y ya cuando vi que llegamos a los nueve meses y no pasaba nada, ahora sí, me tiro a las calles.

Eric: El ministro piensa que uno anda desconfiando de lo que andan haciendo, pero es que, ¿quién me dice que el tipo que me está controlando a mí o el que está a cargo de un grupo que está en el control no es la persona que estuvo a cargo cuando mataron a mi hijo? Y es desconfianza en ese sentido, porque yo no puedo confiar que, estando acá mismo en Serena, que Mery, que ha estado siempre al frente, o el hermano de Romario, ¿quién me dice a mí que los militares no tomen represalia y puedan hacerle algo o tratarla mal u hostigarla? ¿Quién me dice a mí que no va a pasar eso? En ese sentido hay un miedo, hay un temor muy grande.

Y lo otro es que hay temor por cómo ha sido la historia. Yo en carne propia no viví todo lo que pasó el 73 -en ese tiempo recién había nacido-, pero con lo que se ha sabido quién dice que con el tiempo las cosas no se tapan, así como han mentido y ocultado mucho antes. Ahí es cuando me viene el miedo a mí de que realmente pueden seguir ocultando más cosas. Si ya andan hablando de que ellos no fueron, que están investigando, que han presentado todas las evidencias y sabemos que no ha sido así, ya uno se da cuenta de que están mintiendo. Quién me dice que no pueden seguir mintiendo o en su momento inventar algo para desviar el tema no más, para no hacerse responsables de lo que hicieron.

7. Pacto de silencio: “Esto es sin llorar”

Romario Veloz.

Mery: Hubo un diputado allí en la Cámara, no me acuerdo quién era, pero les dijo por qué están teniendo un pacto de silencio. Aquí hay un pacto de silencio, porque cómo a un año no se sabe nada todavía. Lo único que sabemos es que a Romario lo mató un militar, es lo único que sabemos, y que en ese momento el regimiento estaba comandado por el general Morales. Ellos no han permitido que ingresemos allí a periciar las armas. Si no hay un sumario, entonces cómo pueden investigar. No se puede, ellos no lo permiten. Y he ahí la interrogante como dijo el diputado: hay un pacto de silencio. Todos están sabiendo quien hizo ese daño, porque a mi hijo ya me lo mataron, ya OK, pero después- y miren la casualidad- yo fui al regimiento el 3 de diciembre a la hora del cambio de la guardia, a pedir hablar con el general Morales porque claro, como es primera vez que yo estoy en estas cosas, yo no sabía, yo pensé que estaba ahí y resulta que no, que él nada más vino, se mandó el condoro y se mandó a perder, y ahora está en Aysén, imagínese cómo está allá comandado otras tropas. No sé pues, póngase usted que a la gente le dé por recordar un año del estadillo social el 18 y les dé por salir a la calle, a este hombre ya no le tiembla la mano, va a volver a matar, a volver a mandar a los militares a la calle para que vuelvan a matar gente, créame que yo no quiero, porque sé cómo se sufre.

Volviendo atrás, fui el 3 a hablar con él y me dijeron que no estaba. Yo les dije quiero hablar con otra persona y no me querían dejar hablar con nadie, entonces les dije no hay problema, dígale que es Mery Cortez, la mamá del joven que mataron ellos en el estallido social. Y qué casualidad, ahí apareció, después de una hora que estuve yo esperando al sol. Ahí apareció el caballero para decirme una cosa media extraña: “señora nosotros no fuimos, si hubiésemos sido, mire este fusil, lo habría desbaratado entero y la herida que tenía su hijo era una herida chica”. Y este caballero tenía esa información, que todavía ni nosotros teníamos porque no había llegado el informe del Servicio Médico Legal, pero él ya lo sabía. Entonces, no logro entender. Y lo otro que me dijo este caballero, el señor Desbordes, es que no podían hacer un sumario dadas las circunstancias de que lo de mi hijo no pasó en el regimiento, sino que pasó fuera del regimiento. Pero a Kevin Gómez le pasó lo mismo y ya tienen un imputado.

No obstante, yo fui a hablar el 3 y el 5 de diciembre empezó el chiste. Fui a llevarle flores a mi hijo y el memorial estaba quemado, habían botado todo lo que le había dejado el público a mi hijo. Lloré sobre la leche derramada, cómo tanta maldad, cómo tanta crueldad. Me dejaron panfletos, por eso yo hablo a ciencia cierta, porque ellos dejaron sus panfletos. “Esto es sin llorar. Retira la querella. Los vamos a exterminar”, firma Patria y Libertad y el ojo de las arañas negras. Yo no sabía. No se conformaron con quemarme el memorial, yo dije “hijo, te quemaron este, pero yo como soy necia, voy a poner otro”. Y volví y puse un segundo, y a este segundo lo volvieron a quemar, pero esta vez lo partieron a la mitad. Se llevaron la mitad y me dejaron la otra mitad, pero esta vez sí que me dejaron panfletos más una carta de Patria y Libertad. Y la tercera vez le pegaron dos combos y los pedazos los fueron a dejar al basurero del mall. Imagínese.

Eric: El hostigamiento en este tiempo de pandemia ha bajado harto, no podemos decir que ahora nos han hostigado o cosas así, pero en su momento, cuando pasó esto, entre diciembre y febrero, fue bastante el tema de estos tipos o agrupación Patria y Libertad.

8. La espera: “Justicia para Romario”

Eric: Lo que buscamos principalmente es que se encuentren a los culpables y de ahí obvio que tienen que irse presos, que den la cara. Eso es parte de la justicia que buscamos. Me imagino yo que hay gente a cargo que sabe quiénes estaban ahí, quiénes podrían haber disparado, quiénes tenían cierto tipo de armamento y buscamos que esa persona aparezca. No sé si se va a entregar, porque me imagino que él debe saber, pero sí que aparezca y que se vaya preso. No sé, no cacho mucho la diferencia entre la justicia civil y militar, pero si pasó así con los Carabineros que les dieron de baja y está aplicándose la justicia normal, la civil, que sea de la misma manera, porque si me preguntas si van presos a una cárcel o a la misma institución, no creo que sea una manera adecuada de pagar un delito tan grave. Debería ser una justicia ordinaria, una cárcel ordinaria, no detenido en una cárcel del Ejército.

Y si no va detenido, ¿quién dice que después no pueda volver a pasar lo mismo? O cuando cumpla su pena, va a simplemente salir, como que nada ha pasado. Y va a seguir recibiendo los beneficios de estar en esa institución, beneficios de los jubilados, que sabemos cómo jubilan los militares, sabemos los beneficios que tienen acá. No sé qué pensar, pero sí decirle que ojalá lo dieran de baja y estuviera preso en una cárcel común y corriente.

Mery: Me daría tranquilidad el día que dijeran “Juancito Pérez fue el que le hizo ese daño a Romario Veloz”. Juancito Pérez. Y cuando estén en el juicio, no sé si me van a dejar estar allí en ese momento, pero me gustaría hacerle una pregunta: “Dígame la verdad, ¿usted le disparó a mi hijo porque era el único negro de la fila? Sí o no”. Es lo único que le voy a preguntar. Respecto al pacto de silencio no. Ellos verán, pero que digan quién fue, porque si bien es cierto que uno fue el que percutó, alguien dio la orden y el general Morales los tiró a la calle. Entonces aquí vienen siendo tres, no uno. Por eso el pacto de silencio.

Estoy tan enfocada en que haya justicia que no he pensado en el futuro todavía. Como dijo Villalobos, la justicia militar actúa de otra forma, pero si me lo pregunta a mí, me gustaría que lo manden preso a cumplir su condena allá con todos los otros, donde están los malos de verdad. Ningún privilegio. No puede estar en el regimiento porque ya hizo un daño, ya es un asesino. ¿Más encima quiere privilegios? No. Usted sabe que en la cárcel hay gente que se metió a un negocio y robó comida, y todavía están pagando condena. Y estos ladrones de cuello y corbata, nada, bien, gracias. Están en su casa. Ahí está el caso Penta, el caso SQM, el caso La Polar, la colusión del confort, del pollo y así sucesivamente. Entonces no quiero que me vaya a pasar eso. Ahora tengo un punto a favor, ahora ya todo Chile sabe que a Romario se lo llevó un militar y ellos se van a sentir con esa presión porque no hay nada más cruel que las redes sociales.

Cuñada de Joane Florvil: “Los medios que la acusaron de abandonar a su hija no han pedido disculpas”

Acompañada de la pareja de su hermano, Roxana del Campo, fue que Joane Florvil pasó sus últimas semanas de vida. Luego de ser falsamente acusada de abandonar a su hija en la Oficina de Protección de Derechos de Lo Prado, la mujer de nacionalidad haitiana estuvo un mes agonizando en la ex Posta Central después de ser trasladada desde la comisaría donde estaba detenida. Su caso se volvió emblemático del racismo en Chile y es Roxana quien sigue peleando contra el olvido de su historia.

Por Florencia La Mura

En mayo de 2020 la Corte Suprema ratificó el fallo por discriminación arbitraria en el caso de Joane Florvil, confirmando además la rebaja de 20 a 5 UTM de multa a la Oficina de Protección de Derechos (OPD) de Lo Prado. El 30 de agosto de 2017, Joane llegó junto a su hija de dos meses a la oficina ubicada en Avenida San Germán, a ocho minutos caminando de su casa, a preguntar por unos documentos que había perdido su esposo, Wilfred. Ella, con el poco español que manejaba, intentó explicarle al guardia del lugar lo sucedido sin mucho resultado. Mientras buscaba a alguien que oficiara de intérprete, dejó a su pequeña en cuidados de quien ella pensó era un policía, algo común en Haití, donde las fuerzas de orden resguardan oficinas y se consideran personas de confianza. Fue en ese momento que se le acusó de abandonar a su hija, propiciando un circo mediático en torno a su caso, el que acabó con su muerte un mes después y con su hija en custodia del Sename por dos meses. 250 mil pesos debió pagar la municipalidad de Lo Prado como reparación.

“Cinco UTM vale su vida”, se lamenta Roxana del Campo (49), pareja de Realyno Florvil, hermano mayor de Joane, al teléfono. Ella y el esposo de Joane la acompañaron durante el mes que estuvo internada en la Posta Central, tras ser trasladada desde la 48° Comisaría de Santiago con una descompensación, luego de haberse golpeado la cabeza contra la pared del calabozo. “Conversábamos por teléfono sobre la familia, de sus hijos, de cómo lo estaba pasando acá en Chile”, relata Roxana sobre su cercana relación con Joane, quien siempre la trató de “hermana”. Documentales y canciones han rendido homenaje a Joane, mientras el racismo sigue cobrando vidas en Chile. Han pasado tres años del caso y, con la herida aún abierta, Roxana sigue luchando por hacer memoria y justicia.

Roxana del Campo y Joane Florvil.

Activismo virtual

Cada miércoles a las 7 de la tarde, luego de su trabajo como Ingeniera Civil Industrial, Roxana se dirigía a Londres 38 para reunirse con sus compañeros y compañeras de Dignidad, Justicia y Humanidad para Todos, la agrupación que integra desde que murió su cuñada y que es parte de la Articulación de Organizaciones Migrantes y Chilenas por los Derechos Humanos. El 30 de agosto de 2019, para el segundo aniversario de la muerte de Joane, marcharon desde la Plaza Inmigrante Árabe de Recoleta hasta Cerro Blanco, donde hicieron un acto de cierre. Esta vez, en contexto de pandemia y con cuarentena en la mayoría de las comunas de la Región Metropolitana, el acto tuvo que ser virtual. A pesar del distanciamiento, cerca de mil personas se conectaron ese domingo al Zoom para celebrar la memoria de Joane, además de conversar sobre trata de personas y vivienda digna para migrantes.

«Nos tuvimos que adaptar y cuando llevábamos cuatro meses organizando el acto para Joane, no teníamos certezas si íbamos a seguir en cuarentena», explica Roxana sobre la decisión de hacer una gran convocatoria a marcha para este 30 de septiembre por el Día contra el Racismo en Chile, a tres años exactos de la muerte de Joane Florvil.

Roxana hizo hace unos años un voluntariado para enseñarle español a haitianos en Fundación Fré y cuando ocurrió lo de Joane, diversas agrupaciones migrantes y pro migrantes se le acercaron para ayudarla con el caso de Joane y con la custodia del Sename de su hija. Desde entonces mantuvo una relación cercana con distintas ONG, con quienes nuevamente marchará, en un grupo de unas 40 personas, en memoria de su cuñada. A días de un nuevo aniversario de la muerte de Joane, Roxana la recuerda como una mujer alegre, y considera que a pesar de que la justicia falló a su favor, no ha habido reparación.

Realyno Florvil ha dicho que una de las cosas pendientes era restaurar la honra de Joane, ¿crees que ha sido así?

Una de las cosas que más le perturbó a Joane fue que la expusieron ante el escrutinio público, esposada con las manos atrás. En Haití los peores reos son los que se esposan así, a las mujeres jamás las esposan, y si lo hacen, es con las manos adelante. Fue muy denigrante para ella. Los medios que la acusaron de abandonar a su hija no han pedido disculpas y tampoco han publicado la sanción de la Corte Suprema, lo que sería reparatorio en pos de su memoria. Cuando llevaron a Joane a la posta recién le dieron más tiempo a la noticia pero fue desde el morbo. Ella murió con toda la deshonra que sentía que le había llevado a su familia, se fue con esa pena. Lo que pasó se supo en poco tiempo en Haití y la familia Florvil es conocida en Juana Méndez, su ciudad natal. Ella estaba muy preocupada por los titulares que comenzaron a salir y trató de que alguien llamara a su mamá y le explicara. Allá fue como una bomba, su papá no entendía por qué estaban diciendo eso de su hija.

¿Cómo ha sido para ti instaurar el tema y hablar de racismo a partir de la muerte de Joane?

Desde lo que le pasó a Joane, me sigo relacionando con entidades migrantes porque sé que fue discriminación. Tenemos que educar a la gente, para enseñar que un color de piel distinto no te hace un ser humano de segunda o tercera clase. Si no hablas bien español, no significa que alguien pueda abusar de eso. Te aseguro que si Joane hubiese sido rubia y de ojos azules no le hubiese pasado lo mismo. En este país no tenemos cultura racial, estamos recién aprendiendo y por eso yo me involucro.

«Te aseguro que si Joane hubiese sido rubia y de ojos azules no le hubiese pasado lo mismo. En este país no tenemos cultura racial, estamos recién aprendiendo y por eso yo me involucro».

¿Has seguido el debate de la Ley de Migración?

Hemos visto el proyecto de ley actual con el Movimiento de Acción Migrante (MAM) y dicen que no es mucho avance, pero espero que sea más avance que retroceso para poder actualizarla, porque la ley vigente tiene cuarenta años. En este minuto no hay en esta ley acciones concretas que tengan lineamientos u objetivos sobre lo que nuestro país está viviendo. El gobierno actual, para decirlo de forma diplomática, no se alinea mucho con lo que respecta a migración, todas las acciones que ha tomado siempre van en desmedro de la colonia haitiana. Siempre se relaciona migración con delincuencia y con que vienen a quitar el trabajo a los chilenos. No entienden que Chile fue forjado por migrantes. El Plan de Retorno Humanitario, por ejemplo, decía que si te ibas no podías volver a Chile en diez años, eso no puede ser un beneficio. El gobierno actual no tiene simpatía con los extranjeros, ni siquiera con los más letrados. Hay una cantidad de médicos que se aburren de estar en Chile esperando la documentación y aprobar el Eunacom. Rebeka Pierre, que murió afuera del Hospital Barros Luco, era médico, ella podría haber tenido un futuro esplendoroso acá en Chile si hubiese podido convalidar su título y haber ejercido. No quiero ni pensar el pánico que ella sintió siendo médico, sabiendo lo que le pasaba a su cuerpo.

¿Crees que se ha aprendido de estos casos para enfrentar situaciones similares?

Se ha aprendido, pero a paso muy lento. Luego del caso de Joane han habido varios casos de discriminación, uno de los que más me marcó fue el de Joseph Henry, que murió luego de estar agonizando en el aeropuerto sin que nadie lo ayudara. También está el de Monise Joseph, mujer haitiana que llegó al Hospital Barros Luco con un dolor de pecho agudo y que falleció esperando que la atendieran. En contexto de pandemia, Wislande Jean murió en Lampa por COVID-19 esperando una ambulancia. Entonces, pareciera que por ser migrante tienes que esperar más.

¿Cómo enfrentas el aniversario de la muerte de Joane?

Con mucha pena, son recuerdos muy dolorosos. Pienso en ella, en sus hijos, y que si las cosas hubiesen funcionado bien ella estaría con vida. Es muy doloroso recordar y hacer memoria de todo lo que ella sufrió, porque su muerte fue innecesaria y muy dolorosa. Sufrió mucho por no ver a su hija, tenía los pechos llenos de leche y no tenía a su hija con ella. Sigue siendo doloroso para la familia hasta la fecha. Lo que más pedía era ver a su niña y se fue con ese dolor, el mismo que a mí me afecta como madre y como mujer. Ella era muy alegre y llena de vida, podría estar criando a su niña sin ninguna dificultad. Chile ya no tiene vuelta atrás, no se van a revertir las olas migratorias y tenemos que aprender a convivir. «Chile ya cambió», dice el eslogan del estallido social y uno de los grandes cambios es que ya existen niños afrodescendientes nacidos acá y no podemos discriminarlos porque tienen otro color de piel.

«Hater»: Un ejército de noticias falsas

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Por Luis Cruz

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Un Martín Rivas oscuro y torcido

Aunque la figura de Tomasz Giemza, el protagonista de Hater, ha sido comparada con Travis Bickle de Taxi driver y Patrick Bateman de American psycho, no deja de ser curioso que la premisa de esta obra remita a la primera novela moderna de nuestro país: Martín Rivas. Y es que la biografía de Tomasz posee algunas semejanzas notables con el héroe de Blest Gana. Talentoso joven provinciano de origen humilde llega a la gran capital para hacerse un nombre bajo la protección de una adinerada familia. Se enamora perdidamente de una de las hijas de sus benefactores, Leonor, pero la brecha de clases jugará en contra de las intenciones amorosas del protagonista, quien deberá realizar un despliegue de todos sus talentos para demostrar que está a la altura de su amada.  Para reforzar este paralelismo podemos agregar que ambos son estudiantes de Derecho.

¿Pero qué hubiese pasado con Martín Rivas si lo hubiesen expulsado de la carrera tras un evidente caso de plagio? Vayamos aún más lejos, ¿qué hubiese pasado en la novela de Blest Gana si los atributos de Martín no hubiesen sido la probidad y la integridad moral a toda prueba, sino, por el contrario, una frialdad y una capacidad de manipulación sobresalientes? ¿Hubiese conquistado el amor de Leonor? No podemos responder a esta pregunta sin arruinar la película. Pero lo que sí se puede decir es que, una vez caído en desgracia, Tomasz Giemza (Maciej Musiałowski) hará lo que mejor sabe hacer para conquistar el amor y hacerse un lugar en la sociedad: manipular y mentir.

Hater, la película de Jan Komasa (Poznań, 1981), es uno de los últimos fenómenos del cine polaco.

Miente, miente, que algo queda

Será el mundo del marketing y el manejo de redes sociales el lugar donde el ambicioso Tomasz encontrará un campo fértil para desplegar sus talentos, y, Beata Santorska (Agata Kulesza), la directora de la agencia de comunicaciones a la que ingresa a trabajar Giemza, su mentora y principal aliada. Resulta particularmente interesante la relación que establecen estos dos personajes. Beata es el arquetipo de la mujer fuerte y eficaz que domina su feudo con un liderazgo firme y despiadado, mientras que Tomasz asume el papel del discípulo talentoso y abnegado que está dispuesto a todo por hacerse un lugar. Lo que complejiza y da espesor a este binomio discípulo-maestro es la pulsión maternal y sexual que cruzará la relación de ambos personajes, pero también su capacidad para leer la realidad, manejar la información y sacar partido de esta. Es así como a lo largo de la película Beata estará siempre un par de jugadas más adelante que su protegido.

En este punto resulta necesaria una leve digresión. El personaje de Beata Santorska es parte de Sala samobójców (Suicide Room, 2011), trabajo anterior de Jan Komasa, en donde el director polaco reflexiona sobre el impacto que tienen las redes sociales en los adolescentes y que explica, en parte, el vínculo de protección que establecerá Beata con Tomazs en Hater.

Un oasis llamado Internet

Hacia fines de los 90, cuando Internet comenzó a masificarse en nuestro país, la red se vendía como una supercarretera de la información, un lugar en el que todo el conocimiento de la humanidad estaría a nuestra disposición. Las salas de clases se revolucionarían, los computadores volverían a nuestros niños más inteligentes y se cumpliría, por fin, la utopía de tener una sociedad del conocimiento horizontal y democrática.

Veinte años después, cuando el 59% de la población mundial tiene acceso a Internet (Global State Digital 2020), podemos decir que los smartphones se han vuelto un dolor de cabeza para los profesores, que  la mayor parte del flujo de información se divide entre las redes sociales, el streaming de video y la pornografía; que la red ha sido monopolizada por un par de empresas estadounidenses (Facebook, Alphabet/Google ), y que a partir de las filtraciones de Edward Snowden, recogidas y difundidas por Wikileaks, pero también del caso Cambridge Analytica, tanto en el Brexit como en la elección de Trump en Estados Unidos, tenemos la certeza de que Internet está lejos de ser un lugar neutral e inocuo. Por el contrario, la red –pero sobre todo las redes sociales– se ha vuelto tierra fértil para teorías conspirativas que han ido desde el terraplanismo y el fin del mundo en 2012 a la más reciente que señala que John F. Kennedy Jr. habría fingido su muerte. Junto a las teorías de la conspiración han surgido las llamadas fake news o noticias falsas, donde encontramos casos como la instalación de una trampa vietnamita en la casa de miembros de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM) difundida por el diputado (RN) Cristóbal Urruticoechea o el presunto indulto de Michelle Bachelet a Hugo Bustamante, el asesino de Ámbar Cornejo.

Lo interesante de Hater, y una de las razones por las que ha despertado tanto interés,es que nos muestra la forma en que son generadas estas noticias falsas, la manera en que operan y el efecto de bola de nieve que van logrando en la medida que escalan su popularidad. El primer trabajo de Tomazs será torpedear una exitosa bebida nutritiva a pedido de uno de los clientes de la agencia. Y lo hace generando múltiples noticias falsas. En las redes sociales basta con un par de montajes fotográficos bien hechos y un montón de cuentas falsas para destruir a la competencia, nos alecciona la película de entrada.

Tras el éxito de su primera misión, Tomazs escalará en su trabajo y comenzará a operar en la política. Es aquí donde el antihéroe echará mano a toda su capacidad de manipulación  para lograr su cometido: derribar a Paweł Rudnicki (Maciej Stuhr), candidato a la alcaldía de Varsovia, homosexual, liberal y proclive a abrir las fronteras de Polonia a los refugiados de Medio Oriente.

En este punto, la película nos muestra cómo la política se vale de los outsiders sociales para lograr sus fines sin mancharse las manos. Resulta imposible no recordar la relación entre la política y los barristas de los principales equipos de fútbol chilenos que son contratados como brigadistas durante las campañas políticas o los hechos ocurridos en una sede de la UDI que fue utilizada por un grupo de extrema derecha, Capitalismo Revolucionario, para confeccionar escudos que luego serían usados en las violentas marchas donde atacaron a transeúntes con diversos objetos contundentes. Vínculo que no ha sido aclarado hasta la fecha.

Sobresale aquí, y es quizás uno de los puntos más altos del guion de Mateusz Pacewicz                , la postura que adopta Tomazs, quien comenzará a jugar un rol de doble agente para situarse por sobre izquierdas y derechas, utilizando ambas facciones para lograr sus fines personales, dominando así el tablero, tal como en nuestro país lo hizo por años Julio Ponce Lerou al financiar campañas de todo el espectro político.Hater es una película que invita a reflexionar sobre el impacto que tienen las noticias falsas y las redes sociales en nuestras vidas, pero también sobre las élites, la política y las oscuras formas en las que estas operan. Sin duda, gran parte del atractivo de esta obra radica en la soberbia actuación de Maciej Musialowski, joven actor al que se le augura un futuro brillante en la pantalla grande, pero también a su guion, que sabe matizar la temática social con el drama de corte romántico y los entresijos del poder. Sin duda, un imperdible de esta temporada.

Los desconocidos (y curiosos) vínculos de Igor Stravinsky con Chile a 60 años de su visita

En 1960 el compositor ruso que revolucionó la música docta del siglo XX estuvo durante cinco días en el país y dirigió a la Orquesta Sinfónica de Chile a tablero vuelto, en el desaparecido Teatro Astor. Mientras su presencia conmocionó y dejó huellas imborrables en la escena musical local, para él, el viaje debe haber resultado al menos insólito. Además de conocer, al fin, la tierra de su antigua mecenas chilena, Eugenia Huici de Errázuriz, descubriría sin querer que los restos de su suegro, un antiguo oficial del Zar, descansaban nada menos que en el Cementerio General. Con material de archivo y los recuerdos de los músicos León Schidlowsky y Carmen Luisa Letelier, testigos de la visita, se reconstruye parte de esta historia.

Por Denisse Espinoza

Fue una gira vertiginosa, con escala en siete países, quizás más apropiada para una estrella de rock en el clímax de su carrera, que para la leyenda viviente que, en agosto de 1960, era Igor Stravinsky. El hombre que había revolucionado el tempo, el ritmo y la armonía de la música docta en 1913 con La consagración de la primavera – pieza que en su estreno fue controvertida y abucheada, para luego ser aplaudida y elogiada-, llegaba a Chile con 79 años y una artritis que le obligaba a moverse con ayuda de un bastón y le impedía, a su vez, sostener la batuta por demasiado tiempo. Para sortear esas dificultades, lo acompañaba su asistente, el afamado director de orquesta estadounidense Robert Craft, quien se encargaría de los ensayos previos y de incluso dirigir parte del mítico concierto que Stravinsky ofreció junto a la Orquesta Sinfónica de Chile el 24 de agosto de 1960, ante las mil 400 personas que repletaron el desaparecido Teatro Astor.

El compositor y director de orquesta Igor Stravinsky.

Parte importante de los recuerdos que quedan hoy de esa visita son gracias a la detallada crónica escrita por el compositor Jorge Urrutia Blondel en la Revista Musical Chilena de la Universidad de Chile, donde cuenta que el maestro “deslumbró con su presencia fugaz” y clasifica la “jornada stravinskiana” como uno de los “más notables acontecimientos de la historia artística de Chile”. Además de Craft, Stravinsky vino acompañado de su esposa, la artista Vera de Bosset y el representante peruano Oscar Alcázar, quien habría ideado la gira que ya había llevado al músico a México, Colombia y Perú, y que luego seguiría a Argentina, Uruguay y Brasil.

“Tras la emocionante espera en el aeropuerto, vimos descender del avión la ya francamente frágil estampa de un anciano”, escribe Urrutia Blondel, pero agrega: “Nos pareció a todos, en la primera impresión, que ese cuerpo magro y anguloso correspondía exactamente a  su Arte, es decir, descarnado, «esencial», libre de todo lo inútil y adiposo, especialmente en sus últimas creaciones (…) debemos decir que nuestra primera impresión más aguda, después de la de orden físico que nos diera el maestro en su actual fisonomía, puede resumirse en una sola palabra: vitalidad”.

El compositor y gran gestor cultural Domingo Santa Cruz jugó un importante rol en su visita como presidente de la Asociación de Compositores de Chile y fue uno de los que compartió junto a Stravinsky en comidas, paseos y en los recesos de los ensayos, al igual que otros músicos como Gustavo Becerra, Carlos Riesco, Marcelo Morel, Juan Amenábar y Sylvia Soublette. Uno de los sobrevivientes es el Premio Nacional de Música 2014 León Schidlowsky, quien como director del Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile, también gestionó la visita del ruso y hoy recuerda algunos pormenores.

“Las condiciones del contrato firmado con el representante peruano eran que Stravinski dirigiera dos conciertos. Uno el viernes en la noche, la temporada oficial de la orquesta, y otro, el domingo, una repetición para la gente de menos recursos, donde no se entregaba sueldo al director. Un día antes, el representante peruano me llama por teléfono diciéndome que Stravinsky no va a dirigir el concierto si no se le pagaba una suma extra en dólares. Esto rompía el margen del presupuesto que yo tenía para la visita”, cuenta el músico radicado en Israel. “Me dirigí entonces al decano, Alfonso Letelier para que me ayudara. A él no le quedó otra que hablar con el rector de la Universidad de Chile, Juan Gómez Millas, quienes trataron de ayudar a salvar la situación y dieron al representante la suma pedida. Así se pudo realizar el concierto del domingo. No sé exactamente si Stravinsky estuvo efectivamente detrás de todo este caos, porque llegué a saber años más tarde, que este mismo representante había hecho algo parecido con otros artistas. Pero la duda queda”, asegura Schidlowsky. “Stravinski era un hombre ya de edad al llegar a Chile y no estaba en condiciones de dirigir un concierto completo, por lo tanto solo dirigió una que otra obra suya, sin embargo fue recibido con gran entusiasmo por el público al comenzar el concierto”, agrega.

Recepción en casa de Carlos Riesco: De izquierda a derecha: Juan Amenábar, Tomás Lefever (atrás)., Alfonso Leng, Samuel Claro, León Schidlowsky. AbeIardo Quinteros. Domingo Santa Cruz. Federico Heinlein (atrás), Miguel Aguilar, Jorge Urrutia, Carlos Riesco. Alfonso Letelier, Eduardo Maturana, Sylvia SoubIette y Marcelo Morel.

Aunque solo tenía 16 años, la Premio Nacional de Música 2010, Carmen Luisa Letelier, tuvo la fortuna de estar cerca de Stravinsky. “Mi papá (Alfonso Letelier) era el decano de la Facultad de Artes y se hacía cargo de todas las visitas musicales, los atendía, los iba a buscar al aeropuerto, los invitaba a comer a la casa. Cuando llegó Stravinsky era como que llegara el Papa. Mi papá me pidió permiso en el colegio y con mi hermano Miguel, que recién había aprendido a manejar, nos tocaba ir a buscar a Stravinsky al Hotel Carrera, dejarlo en los ensayos y traerlo de vuelta. Era un hombre encantador, muy amable y conversador”, cuenta hoy y revela que hace solo unos meses encontró entre los documentos de su padre una partitura de Petrushka, el famoso ballet del ruso de 1912, autografiado por el autor. Y se suma una fotografía que ella misma le pidiera firmar al músico.

Sin embargo, la cantante también tiene una percepción similar a Schidlowsky sobre el deterioro físico que mostraba Stravinsky. “Recuerdo haber oído comentar a mi papá que estaban un poco escandalizados porque sentían que a este caballero lo explotaban, que lo tenían como objeto de exhibición. Stravinsky era mayor y estaba medio patuleco, era Craft el ayudante quien preparaba las cosas para que él dirigiera. Además me acuerdo que una enfermera fue a verlo varias veces al hotel para medicarlo”, agrega Carmen Luisa Letelier.

Efectivamente, Stravinsky lidiaba hace un par de años con una policitemia, enfermedad que aumenta la proporción de glóbulos rojos en la sangre y que provoca muchas veces hemorragias, moretones, hormigueo o entumecimientos en pies y manos e incluso trombosis. Sin embargo, a pesar de las impresiones sobre su frágil salud, lo cierto es que el músico pasaría otra década más viajando, dando conciertos y recibiendo buen dinero de sus giras, siempre acompañado por Robert Craft. En 1945 y luego de seis años de estar viviendo en Estados Unidos, lugar al que huyó durante la Segunda Guerra Mundial, Stravinsky se convirtió en ciudadano estadounidense y ese mismo día arregló que la prestigiosa editorial musical Boosey & Hawkes publicara el reordenamiento de varias de sus composiciones y usó su nueva  ciudadanía para asegurar un copyright sobre el material, lo que le permitió ganar dinero con ellas presentándola en el mayor número de escenarios posibles. Hasta que en mayo de 1967 dio su último concierto en Massey Hall en Toronto, Canadá, donde dirigió la suite Pulcinella, relativamente poco exigente, junto con la Orquesta Sinfónica de Toronto.

Así las cosas, para su concierto en Chile, Stravinsky estaba aún rebosante de energía. Sin embargo, como era habitual en su dinámica, el programa estuvo dividido en dos, la primera parte dirigida por Robert Craft que incluyó las Seis piezas op.6 para orquesta, de Anton Webern, Dos preludios corales de Bach-Schoenberg y la suite El Martirio de San Sebastián, de Debussy; y la segunda, dirigida totalmente por Stravinsky, quien se puso al frente de su partitura comisionada La Oda (1943), compuesta en memoria de Natalie Koussevitzky, y la famosa suite El pájaro de fuego (1910), que quedó registrada en la única grabación que hasta el momento se conoce de este concierto y que está en los depósitos de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. El pianista Luis Alberto Latorre es uno de los que ha podido escucharla, hace ya 20 años.

“En los 2000, cuando Luis Merino era director del CEAC, se tuvo la idea de rescatar esta grabación y otras que tiene la orquesta y armamos un comité para levantar un proyecto. Visitamos el subterráneo donde estaban estas cintas magnetofónicas y escuchamos algunas, una de ellas fue El pájaro de fuego de Stravinsky, fue muy emocionante”, cuenta el músico, que es parte de la agrupación hace más de 30 años. “La grabación es increíble porque se escuchan los pasos de Stravinsky al subir el escenario y una ovación, con gente aplaudiendo por varios minutos antes de comenzar a tocar. Técnicamente es una grabación antigua que suena como gramófono y la orquesta tampoco suena al nivel que lo hace hoy, lo importante es que está dirigiendo Stravinsky y se transmite toda la energía, esa cosa expresiva que tiene el momento. Además te habla de lo importante que era la orquesta en esos años, eran líderes en las agrupaciones de música clásica de América Latina”, dice Latorre.

La Premio Nacional de Música Carmen Luisa Letelier.

Justamente este año se tenía pensado que la Orquesta Sinfónica recordara la visita del ruso con un concierto con alguna de sus obras, pero la pandemia truncó los planes, cuenta Diego Matte, director del Centro de Extensión Artística y Cultural (CEAC) de la Universidad de Chile. “Habíamos pensado también en hacer un seminario y poder digitalizar esa grabación del concierto para ponerla a disposición pública por primera vez, pero tendremos que retrasar la idea. La visita fue importante, marcó un antes y después para la orquesta porque les dio conciencia de las posibilidades que tenían de desarrollo y exposición, y no sólo fue esa visita sino también otras de grandes músicos como Sergiu Celibidache, Herbert von Karajan y Leonard Bernstein, que queremos recuperar y eventualmente editar”.

Si bien es claro que la visita de Stravinsky conmocionó a la escena musical docta chilena, al nivel de lo que en otra época hubiese sido, por ejemplo, la venida de Beethoven o Mozart, a la distancia, la memoria de León Schidlowsky es más bien severa sobre la valoración del compositor ruso, quizás porque el chileno ya cultivaba otros intereses. “Para la mayoría de los compositores jóvenes de esa época, Stravinsky se encontraba en un período decadente, no era el de La consagración de la primavera. Stravinsky luchaba contra el dodecafonismo de Schönberg, que a mí me impresionaba. Había una enorme admiración por el Stravinsky anterior y pocos querían seguir su nueva corriente neoclasicista. Según mis recuerdos, la gran mayoría de los de mi generación estábamos interesados en lo que va más allá de Stravinsky, como la Segunda Escuela de Viena, su desarrollo y repercusión en la música vanguardista de ese tiempo, sobre todo en Europa”, cuenta.

Efectivamente, a principios de siglo Stravinsky había irrumpido en el mapa musical como un innovador de las formas con tres piezas para ballet que lo hicieron mundialmente conocido: El pájaro de fuego (1910), Petrushka (1911) y La consagración de la primavera (1913), esta última famosa por haber gatillado un fuerte escándalo en su estreno en París, por su densidad y las disonancias premeditadas de las notas usadas a contratiempo. Después, Stravinsky se pasearía por varias corrientes musicales abordando distintos estilos como el primitivismo, el neoclasicismo y el serialismo.

En su calidad personal, Stravinsky tampoco causó gran impresión a Schidlowsky. “Era un hombre frío que no sabía nada de América Latina, ni menos de Chile. Tampoco percibí que hubiera un interés de su parte, de ver la diferencia histórica o musical entre los diferentes países latinoamericanos. Sí vi su sorpresa al darse cuenta que en realidad en Chile se sabía quién era y se le conocía y admiraba, sobre todo por La consagración de la primavera, El pájaro de fuego o Petrushka«, agrega Schidslowsky, quien quizás no tenía claro que el ruso tenía a lo menos un vínculo con Chile, que había sido crucial en sus inicios insurrectos como compositor. Pronto, su esposa, la cantante y bailarina Vera de Bosset, también tendría un inesperado lazo con esta tierra.

Un oficial del Zar al fin del mundo

Durante los ajetreados días en que Stravinsky iba del hotel al teatro y del teatro al Club de la Unión, y del Club de la Unión a la casa de algún músico local, su mujer Vera de Bosset, era atendida y “entretenida” por la esposa de Alfonso Letelier, la cantante Margarita Valdés. “En una de esas conversaciones, esta señora le contó a mi madre que su papá había sido oficial de la guardia del Zar en Rusia y que se había perdido en el 1917, escapando de la revolución hacia Sudamérica, y que nunca se supo nada más de él. Coincidentemente mi mamá recordó que su suegra, mi abuela paterna, quien era fanática de la cultura rusa, había ayudado a un grupo de rusos que venían escapando de la revolución y la contactó para saber más detalles”, cuenta la contralto.

De izquierda a derecha: León Schidlowsky, Eduardo Maturana, Juan Amenábar, Carlos Riesco, Domingo Santa Cruz y sentado Igor Stravinsky en el Club de la Unión. Gentileza Departamento de Música U. Chile.

Así, en 1920, el año en que Stravinsky estrenaba la música del ballet Pulcinella, que marcaría su “vuelta atrás” al estilo neoclásico; su futuro suegro recibía la ayuda de una familia chilena: el padre de Alfonso Letelier, quien tenía un criadero de caballos en la Laguna de Aculeo, les prestó a este grupo de oficiales algunos equinos para que hicieran acrobacias y así pudiesen ganar algo de dinero. “Eran señores muy nobles, oficiales del ejército, pero habían quedado sin nada”, acota Letelier. Resultó que para la fecha en que Vera Bosset se enteraba de la historia solo un ruso quedaba vivo, quien le contó que su padre Edward Bosset había muerto en sus brazos para luego ser enterrado nada menos que en el Cementerio General de Santiago. “Hasta allá llegaron mi mamá, mi abuela, el ruso y la esposa de Stravinsky hasta que dieron con la tumba”.

La increíble historia también es mencionada en la crónica de Jorge Urrutia Blondel, donde aprovecha de aplaudir el rol que solía jugar Margarita Valdés en estas visitas musicales. “A la activa «Maiga» se debe, pues, por entero, esta proeza y afanes funerario-detectivescos. Numerosas diligencias necrológicas en archivos de cementerios de Santiago, que fueron naturalmente negativas, seguidas de una muy intuitiva y feliz, a través de Vadim Fedorov, antiguo oficial del Tzar también, dieron por fin el resultado, tan positivo como triste para Madame Stravinsky”, anota como conclusión el compositor serenense.

La artista y socialité Eugenia Huici Errázuriz.

El primer vínculo que unió a Stravinsky con Chile es más conocido. Fue a inicios del siglo XX y durante una visita a Madrid que el ruso conoció a Eugenia Huici Errázuriz, artista y socialité, casada con el pintor y diplomático José Tomás Errázuriz y radicada en París, quien se convertiría en la mecenas del compositor al igual que lo fuera de otros prominentes artistas como los pintores Jacques Émile Blanche, Romaine Brooks, Charles Conder, Pablo Picasso y el escritor Jean Cocteau. El ruso incluso le compuso una pieza, Ragtime de 1918 y le dedicó unas palabras en su autobiografía de 1935: «La simpatía que me manifestó desde el primer momento y se transformó  después en una amistad nunca desmentida, me emocionó profundamente, me sentía feliz de encontrar en ella una excepcional sutileza y comprensión hacia un arte que no era ya de su generación». Carmen Luisa recuerda que fue una sorpresa para los visitantes enterarse de que sus anfitriones, los Letelier-Valdés, estaban emparentados con Madame Huici. “La señora Eugenia era tía abuela de mi mamá, era una señora extraordinaria que se dedicó a ayudar a artistas emergentes en Europa. Para mí era mitológica y la verdad es que no estoy segura de que mi mamá la haya conocido en persona, pero en cuanto ella mencionó el parentesco hubo mucho tema de conversación”, cuenta la cantante.

El desconocido amigo chileno

En su rol de mecenas, Eugenia Huici de Errázuriz guardó varias partituras de Stravinsky, de sus primeros años y algunos de ellos también cayeron en manos chilenas. La actriz y cantante de 95 años, Carmen Barros, fue una de las afortunadas.

“Mi papá era embajador de Chile en Alemania en los años 40 y con mi hermano Tomás tuvimos la suerte de conocer personalmente a la señora Eugenia y cuando se enteró de que tanto mi hermano como yo éramos gente interesada en el arte y el teatro, decidió regalarnos música impresa de Stravinsky. Ella ya era bien mayor y nos dijo ‘no tengo nada que hacer con esto y ustedes lo van a aprovechar mucho mejor’. Para nosotros fue heredar un tesoro, les decíamos ‘los Stravinsky papers’”, cuenta la actriz que se convertiría en la legendaria Carmela de La pérgola de las flores. Sin embargo, 20 años después, debieron deshacerse del tesoro. “La verdad es que nos sentíamos un poco incómodos teniendo estos documentos y lo primero que hicimos fue intentar dárselos a los familiares directos de doña Eugenia acá en Chile, pero ellos no se interesaron para nada. Después de unos años pasamos por unos aprietos económicos y decidimos venderlos a la Casa Christie’s en Nueva York, donde se subastaron con otras cosas de Stravinsky, pero todo esto pasó antes de que él viniese a Chile”, cuenta Barros.

La actriz y cantante Carmen Barros.

Sin embargo, hubo un último chileno, quien no sólo tuvo en su poder manuscritos y partituras de Stravinsky, sino que trabajó codo a codo con él en la edición y publicación de algunas de sus obras y en el estreno de otras. Hijo de judíos alemanes y nacido en Santiago de Chile en 1925, Claudio Spies Heilbronn llegó a Estados Unidos a los 17 años para aprender el arte de la dirección orquestal, cayendo bajo la tutela de la reconocida y erudita directora Nadia Boulanger, quien le presentaría a Stravinsky en 1943, después de un concierto en la sala Apollo de Nueva York. Desde ese momento, y según relataría el propio Spies, el ruso se convertiría en su mentor musical.

Spies hizo una destacada carrera en EEUU como consigna el obituario que le dedicó la Universidad de Princeton, donde fue profesor emérito desde 1970 hasta su muerte recién en abril pasado. Tenía 95 años. En su currículum figura además haber obtenido su licenciatura en Harvard College en 1950, haber pasado un año en París con una beca itinerante, haber regresado a Harvard para una maestría de composición y haber hecho clases en Julliard School hasta hace sólo 10 años atrás. Su curso más popular fue sobre manuscritos musicales, pero también enseñó interpretación musical de cámara, composición, dirección y análisis de dirección post-tonal. En Chile, por edad, habría pertenecido justamente a la generación de músicos que esos días de agosto compartió con el compositor ruso: Carlos Morel, Juan Amenábar y Sylvia Soublette. Claro que él terminaría gozando de más cercanía.

Con Stravinsky trabajó bastante y se convirtió en guardián de su obra, en paralelo a Craft. Dentro de sus archivos había, por ejemplo, fotocopias comentadas del último trabajo del ruso, Cánticos de Requiem, que el propio Spies ayudó a producir para su estreno en el Teatro McCarter de la Universidad de Princeton el 8 de octubre de 1966. Ese mismo año, se le había encomendado además corregir otras tres piezas: Abraham e Isaac, Introitus y Variations. Y en 1968 dirigió la versión revisada de la obra Les Noces de Stravinsky en la Universidad de Harvard.

Muchos de los análisis teóricos de Spies sobre las obras de su mentor aparecieron en la publicación de Princeton Perspectives of New Music. Según consigna la Biblioteca del Congreso en Washington DC, en julio de 1992, el chileno inició el proceso de donación de sus materiales a esa institución, que durante 21 años recibió sus composiciones, trabajos y grabaciones sonoras, además de partituras de Igor Stravinsky, con quien colaboró ​​hasta la muerte del compositor ruso en 1971.

En Chile, por supuesto, Claudio Spies es un completo desconocido. Partiendo desde su propio trabajo como compositor y recopilador, hasta su condición como el último eslabón de la cadena de vínculos que Igor Stravinsky forjó con el país. A la luz de este nuevo hallazgo, no sólo se abre una nueva línea sobre el compositor ruso que en los 60 removió en 5 días  la escena musical chilena, sino también aparece la figura de un “nuevo” chileno que vale la pena descubrir.

«Hater»: Un ejército de noticias falsas

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Por Luis Cruz

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Un Martín Rivas oscuro y torcido

Aunque la figura de Tomasz Giemza, el protagonista de Hater, ha sido comparada con Travis Bickle de Taxi driver y Patrick Bateman de American psycho, no deja de ser curioso que la premisa de esta obra remita a la primera novela moderna de nuestro país: Martín Rivas. Y es que la biografía de Tomasz posee algunas semejanzas notables con el héroe de Blest Gana. Talentoso joven provinciano de origen humilde llega a la gran capital para hacerse un nombre bajo la protección de una adinerada familia. Se enamora perdidamente de una de las hijas de sus benefactores, Leonor, pero la brecha de clases jugará en contra de las intenciones amorosas del protagonista, quien deberá realizar un despliegue de todos sus talentos para demostrar que está a la altura de su amada.  Para reforzar este paralelismo podemos agregar que ambos son estudiantes de Derecho.

¿Pero qué hubiese pasado con Martín Rivas si lo hubiesen expulsado de la carrera tras un evidente caso de plagio? Vayamos aún más lejos, ¿qué hubiese pasado en la novela de Blest Gana si los atributos de Martín no hubiesen sido la probidad y la integridad moral a toda prueba, sino, por el contrario, una frialdad y una capacidad de manipulación sobresalientes? ¿Hubiese conquistado el amor de Leonor? No podemos responder a esta pregunta sin arruinar la película. Pero lo que sí se puede decir es que, una vez caído en desgracia, Tomasz Giemza (Maciej Musiałowski) hará lo que mejor sabe hacer para conquistar el amor y hacerse un lugar en la sociedad: manipular y mentir.

Miente, miente, que algo queda

Será el mundo del marketing y el manejo de redes sociales el lugar donde el ambicioso Tomasz encontrará un campo fértil para desplegar sus talentos, y, Beata Santorska (Agata Kulesza), la directora de la agencia de comunicaciones a la que ingresa a trabajar Giemza, su mentora y principal aliada. Resulta particularmente interesante la relación que establecen estos dos personajes. Beata es el arquetipo de la mujer fuerte y eficaz que domina su feudo con un liderazgo firme y despiadado, mientras que Tomasz asume el papel del discípulo talentoso y abnegado que está dispuesto a todo por hacerse un lugar. Lo que complejiza y da espesor a este binomio discípulo-maestro es la pulsión maternal y sexual que cruzará la relación de ambos personajes, pero también su capacidad para leer la realidad, manejar la información y sacar partido de esta. Es así como a lo largo de la película Beata estará siempre un par de jugadas más adelante que su protegido.

En este punto resulta necesaria una leve digresión. El personaje de Beata Santorska es parte de Sala samobójców (Suicide Room, 2011), trabajo anterior de Jan Komasa, en donde el director polaco reflexiona sobre el impacto que tienen las redes sociales en los adolescentes y que explica, en parte, el vínculo de protección que establecerá Beata con Tomazs en Hater.

Un oasis llamado Internet

Hacia fines de los 90, cuando Internet comenzó a masificarse en nuestro país, la red se vendía como una supercarretera de la información, un lugar en el que todo el conocimiento de la humanidad estaría a nuestra disposición. Las salas de clases se revolucionarían, los computadores volverían a nuestros niños más inteligentes y se cumpliría, por fin, la utopía de tener una sociedad del conocimiento horizontal y democrática.

Veinte años después, cuando el 59% de la población mundial tiene acceso a Internet (Global State Digital 2020), podemos decir que los smartphones se han vuelto un dolor de cabeza para los profesores, que  la mayor parte del flujo de información se divide entre las redes sociales, el streaming de video y la pornografía; que la red ha sido monopolizada por un par de empresas estadounidenses (Facebook, Alphabet/Google ), y que a partir de las filtraciones de Edward Snowden, recogidas y difundidas por Wikileaks, pero también del caso Cambridge Analytica, tanto en el Brexit como en la elección de Trump en Estados Unidos, tenemos la certeza de que Internet está lejos de ser un lugar neutral e inocuo. Por el contrario, la red –pero sobre todo las redes sociales– se ha vuelto tierra fértil para teorías conspirativas que han ido desde el terraplanismo y el fin del mundo en 2012 a la más reciente que señala que John F. Kennedy Jr. habría fingido su muerte. Junto a las teorías de la conspiración han surgido las llamadas fake news o noticias falsas, donde encontramos casos como la instalación de una trampa vietnamita en la casa de miembros de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM) difundida por el diputado (RN) Cristóbal Urruticoechea o el presunto indulto de Michelle Bachelet a Hugo Bustamante, el asesino de Ámbar Cornejo.

Lo interesante de Hater, y una de las razones por las que ha despertado tanto interés,es que nos muestra la forma en que son generadas estas noticias falsas, la manera en que operan y el efecto de bola de nieve que van logrando en la medida que escalan su popularidad. El primer trabajo de Tomazs será torpedear una exitosa bebida nutritiva a pedido de uno de los clientes de la agencia. Y lo hace generando múltiples noticias falsas. En las redes sociales basta con un par de montajes fotográficos bien hechos y un montón de cuentas falsas para destruir a la competencia, nos alecciona la película de entrada.

Tras el éxito de su primera misión, Tomazs escalará en su trabajo y comenzará a operar en la política. Es aquí donde el antihéroe echará mano a toda su capacidad de manipulación  para lograr su cometido: derribar a Paweł Rudnicki (Maciej Stuhr), candidato a la alcaldía de Varsovia, homosexual, liberal y proclive a abrir las fronteras de Polonia a los refugiados de Medio Oriente.

En este punto, la película nos muestra cómo la política se vale de los outsiders sociales para lograr sus fines sin mancharse las manos. Resulta imposible no recordar la relación entre la política y los barristas de los principales equipos de fútbol chilenos que son contratados como brigadistas durante las campañas políticas o los hechos ocurridos en una sede de la UDI que fue utilizada por un grupo de extrema derecha, Capitalismo Revolucionario, para confeccionar escudos que luego serían usados en las violentas marchas donde atacaron a transeúntes con diversos objetos contundentes. Vínculo que no ha sido aclarado hasta la fecha.

Sobresale aquí, y es quizás uno de los puntos más altos del guion de Mateusz Pacewicz, la postura que adopta Tomazs, quien comenzará a jugar un rol de doble agente para situarse por sobre izquierdas y derechas, utilizando ambas facciones para lograr sus fines personales, dominando así el tablero, tal como en nuestro país lo hizo por años Julio Ponce Lerou al financiar campañas de todo el espectro político.Hater es una película que invita a reflexionar sobre el impacto que tienen las noticias falsas y las redes sociales en nuestras vidas, pero también sobre las élites, la política y las oscuras formas en las que estas operan. Sin duda, gran parte del atractivo de esta obra radica en la soberbia actuación de Maciej Musialowski, joven actor al que se le augura un futuro brillante en la pantalla grande, pero también a su guion, que sabe matizar la temática social con el drama de corte romántico y los entresijos del poder. Sin duda, un imperdible de esta temporada.

La perseverancia de las olas: una perspectiva feminista de los derechos culturales

El propósito, entre otros, de visibilizar los derechos culturales, es activar su musculatura y erradicar ese concepto de cultura controlada, que la reduce a una concepción estática con márgenes rígidos, distante de las personas, inocua, homogénea y sello de tradiciones patriarcales marcadas por la exclusión.

Por Andrea Gutiérrez

“Dame la perseverancia de las olas del mar,
que hacen de cada retroceso un punto de partida para un nuevo avance”.

Gabriela Mistral 

De perseverancia estamos construidas, de este legado enorme que nos precede. Y desde allí es que me animo a traer una reflexión inicial que, provista de la cálida conversación colectiva con mis pares, me ha impulsado a hablar de derechos culturales. Más que encerrarme en un concepto quisiera dejar abiertas puertas y ventanas para quien quiera incorporarse a complementar, hacer crecer, dar vuelta o simplemente divagar sobre ellos, pues estoy segura que, desde mi (nuestro) lugar, carezco de la posibilidad de abordar todas sus dimensiones, y por eso decido recorrerlos por una ruta que siento más propia y que lanzo al ruedo con la esperanza de que sea habitada por ideas que quizás no alcanzaron a mis palabras.

Lo cierto es que el proceso constituyente es una instancia que aparece con un horizonte medianamente claro, un plebiscito que apruebe la construcción de una nueva constitución para Chile. No estoy considerando en este escrito la postura antidemocrática que me parece es optar por el rechazo, me emplazo a no quedarme varada ahí y a afinar el ojo aportando una nueva narrativa (no mía, por cierto) sobre los derechos culturales. La ruta que he elegido es desde una perspectiva feminista. No puedo hacerlo de otra forma, pues es desde ésta que quiero que avizoremos la reformulación del orden social de significaciones hegemónicas, patriarcales y colonialistas. Trato de no permitirme ninguna conversación social sin tener alerta los sentidos a cuál es realmente el tablero en el que estamos desplegándonos.

Me interesan los derechos culturales por dos motivos. Primero porque son derechos humanos. Y segundo, porque garantizarlos nos permite entrar en la disputa de un cambio paradigmático y no funcional, donde el mundo de las artes y las mujeres podemos implicarnos en dar cabida a nuevas formas de (re)conocimiento a voces que han sido silenciadas por el canon. El primer obstáculo que debemos sortear es el desconocimiento de estos derechos, más allá de su enunciado. Los derechos culturales se instituyen cuando se los consagra como derecho humano en la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948, emitida por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el artículo 27, que señala que: “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten, toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora, con el propósito de proteger el acceso a los bienes y servicios culturales, protege el disfrute de los mismos y su producción intelectual”.

Andrea Gutiérrez Vásquez es actriz, escritora y vocera de la Red de Actrices Chilenas (RACH).

Pero en la declaración universal, las culturas son mucho más que un artículo. Son consideradas también uno de los mecanismos indispensables para hacer posible la existencia y validez de los derechos fundamentales. El propósito, entre otros, de visibilizar los derechos culturales, es activar su musculatura y erradicar ese concepto de cultura controlada, que la reduce a una concepción estática con márgenes rígidos, distante de las personas, inocua, homogénea y sello de tradiciones patriarcales marcadas por la exclusión. La promoción de su urgente consideración en una nueva Constitución busca tener en cuenta permanentemente la diversidad cultural, admitiendo su naturaleza dinámica, dialogante, abierta, sostenida por las percepciones, opiniones y acciones de una comunidad en movimiento. Vimos mucho de esto en la contienda simbólica de octubre en adelante, donde las manifestaciones culturales que emergían libres eran aplastadas por el blanco uniforme para silenciarlas. Es relevante que nos preguntemos qué tradiciones queremos mantener, qué practicas culturales queremos cambiar, a quién falta por sumar, cómo está y cómo estará representada la voz de las mujeres en todo aquello.

Otro desafío interesante que creo podemos darnos es la tarea de revisar las recomendaciones de las relatoras especiales de derechos culturales de la ONU. Particularmente Farida Shaheed y Karima Bennoune, quienes han mostrado un compromiso con el ejercicio de los derechos culturales de las mujeres en el mundo, pues sabido es que la participación libre de la mujer en la vida cultural es restringida por múltiples mecanismos coercitivos y estructurales, que muchas veces no detectamos o asociamos únicamente a prácticas o privaciones brutales que ejercen ciertas culturas. Pero lo cierto es que la participación y expresión cultural de las mujeres vive también limitaciones que tenemos integradas como propias del género, como son la doble o triple jornada laboral que coarta sus libertades o las múltiples manifestaciones de violencia física, política, económica y simbólica. Estos y otros impedimentos están presentes en la vida de las mujeres tanto para el disfrute, como en la realización de sus creaciones artísticas.

Por ello agregaría a esta reflexión la invitación a revisar las investigaciones de pensadoras feministas como Rita Segato, que han problematizado sobre la violencia como presencia limitante estructural en la vida de las mujeres, o Alejandra Castillo, en torno a las limitaciones políticas de la mujer en la esfera pública androcéntrica, pues nos ayudan a mantenernos despiertas y críticas.  La participación y representación pública de las mujeres está atravesada por sus condiciones de vida y esto se manifiesta con claridad en la esfera cultural, reconocerlo es una manera de hacer frente al sistema de dominación del que somos parte tanto hombres como mujeres.

Los derechos culturales como ejercicio colectivo configuran un motor de transformación social, por ende, de interés para quienes creemos que nos debemos como sociedad una revisión profunda en las dinámicas sociales, entre ellas las relacionales de poder, presentes en las condiciones laborales, las formas de representación del género, la libertad de expresión y creación, el reconocimiento a los pueblos indígenas y la participación cultural. Levantar este debate nos permitiría ampliar la discusión.

 La participación y representación pública de las mujeres está atravesada por sus condiciones de vida y esto se manifiesta con claridad en la esfera cultural.

La ocupación contingente del sector cultural, tan necesaria para afrontar la emergencia, debe ser nutrida o enmarcada en una conversación mayor que desborde los límites de la estructura sectorial fragmentada, que nos tiene de cabeza en la política correctiva, a la que no le resto valor, pero estoy segura que esta red puede fortalecerse si también nos damos a pensar en una matriz estructural que supere el modelo subsidiario que, a través de sus sistemas de producción, promueve la atomización y las fracturas.

Ampliar la mirada con una reflexión transversal nos daría la comunión y libertad para impugnar discursos hegemónicos y normas culturales impuestas. Este es el momento para aquello, para cambiar la forma en que hemos dialogado los últimos treinta años y sumarnos sin complejos a la radicalidad de la crisis que desató la revuelta social. Las injusticias, violencia y desigualdades que reclama el sector artístico cultural, nos anteceden y no obedecen exclusivamente a nuestra realidad actual. Reitero, majaderamente, que obedecen a un orden estructural, que a pesar de que se presente frente a nuestros ojos con las particularidades que tiene nuestro quehacer, forma parte del descontento que nos activó en las calles pidiendo dignidad. No podemos dejar de habitar esta realidad trastocada, pero sí podemos hacernos conscientes y volcarnos como cuerpo a un debate y una reflexión que nos implique, más allá de la demanda inminente, para que no confundamos la premura del hoy con el mañana que queremos construir.

Además de lo escrito, quiero terminar de relacionar los derechos culturales como una demanda que debiese ser absorbida por el movimiento feminista. Aunque ya lo es, aún falta nombrarla. Sabido es que para el movimiento feminista la defensa de los derechos humanos no es un ámbito desconocido, así como para la defensa de los derechos humanos no es novedoso el rol fundamental y protagónico de las mujeres, incorporar la dimensión de los derechos culturales como parte fundamental y transversal de los derechos humanos, tal y como lo señala el informe de la relatora especial en derechos culturales de la ONU: “los derechos culturales de la mujer proporcionan un nuevo marco para promover todos los demás derechos. La realización de la igualdad de derechos culturales de la mujer debería ayudar a reconstruir el género de manera que trascienda los conceptos de inferioridad y subordinación de la mujer, mejorando así las condiciones para el disfrute pleno y en pie de igualdad de sus derechos humanos en general. Esto requiere un cambio de perspectiva: de considerar la cultura un obstáculo a los derechos humanos de la mujer a garantizar la igualdad de derechos culturales de la mujer.”

El motivo es nítido, pues el feminismo tiene ese llamado superior de transformación del orden social que debe ser cultural, no debe ser nunca el poder por el poder, debe surgir de la búsqueda incesante de la deconstrucción neoliberal y patriarcal. No queremos buscar cupos en un espacio público cuyos márgenes nos oprimen, queremos transformarlo. Pero además estamos dispuestas, desde las redes que habitamos, a reflexionar junto a nuestras compañeras para aportar. Pues tal como señala Miranda Fricker “no podemos hablar de sociedades que respetan los derechos culturales, y mucho menos los de las mujeres, si no cuestionamos cómo estamos construyendo en nuestras democracias”. Y ése es precisamente el momento en que nos encontramos, porque como mujeres y particularmente como creadoras y trabajadoras culturales, poseemos un espíritu crítico que se nutre de la sabiduría del colectivo histórico y sus experiencias de vida.

Me motiva creer que nos situamos en este desafío mayor, el de promover y discutir los derechos culturales en profundidad. Que es, a su vez, discutir el cambio de las estructuras democráticas con sentido de pertenencia desde donde estamos situadas. Así podremos ir más allá de la frase armada de campaña, implicándonos con la conciencia despierta de que la existencia del cuerpo legal no garantiza per se un ejercicio pleno, pero que la disputa también es simbólica, no en un afán minimizante, sino que en aquél más profundo, complejo y arraigado socialmente, aquél que sustenta e impulsa la realidad material.

Quisiera también alentar a quienes son más escépticas y escépticos a que legislar sobre esto no implica la necesidad de tener un concepto previo de culturas, tampoco significa normar aquello que nunca será regulable. Mi propósito es hacer germinar la inquietud y la rebelde esperanza de que sean también los derechos culturales una posibilidad de subvertir el orden androcéntrico, que nuestras olas obstinadas se hagan presentes en la participación cultural, considerando que el disfrute de este derecho protege la dignidad de las mujeres y las niñas en sus culturas y resuenan en un relato de un estado plurinacional que nos incluya cabalmente.

Tram(p)as críticas

En el importante intercambio intelectual iniciado por la crítica y académica Lorena Amaro y retomado por las escritoras Lina Meruane y Nona Fernández y, posteriormente, por Claudia Apablaza, Julieta Marchant, Alejandra Costamagna, Javiera Tapia y otras autoras desde sus redes sociales, relucen una serie de ideas que quisiera problematizar con el objeto de formular algunas preguntas –también incómodas, como subraya Amaro— respecto del rol de la crítica y la academia en la conformación o el despojo de las autorías femeninas.

Por Alia Trabucco Zerán.

El problema de decir «yo», de firmar, de aparecer en el encabezado o al pie de un texto creado por una mujer ha estado desde sus orígenes entrelazado con la historia del feminismo y, por lo tanto, con una historia de transgresión. Resalto la transgresión porque la figura del autor, la del genio-creador que aparece sin contexto, sin historia, hecho por sí mismo y para sí mismo, hunde sus raíces en una noción que invisibiliza privilegios sociales y económicos para presentarse como algo puro, excepcional e inalcanzable, y que exigió a las escritoras una serie de torsiones (o “tretas del débil”, en palabras de Josefina Ludmer) para constituir sus autorías y nombrar sus obras como propias. Una aparición similar a la de una invitada indeseada, recibida por pares y críticos en la ruidosa fiesta de la autoría como impostora, plagiadora o una mera excepción que confirmaba la tan conveniente regla de genialidad patriarcal. Linda Nochlin, reflexionando sobre la ausencia de mujeres en el mundo de las artes visuales, formula una aguda crítica a la noción de autoría, y si me remito a ella es porque veo en su ejercicio de desmenuzamiento de las tram(p)as del poder algunos puntos demasiado tenues en los recientes cuestionamientos de Lorena Amaro y que considero imprescindibles para una discusión sobre autoría y feminismo.

Amaro nos propone una necesaria reflexión acerca de la autoría femenina en tiempos de neoliberalismo y apunta a algunos nudos en la configuración de esas autorías en redes sociales, subrayando las tensiones entre la obra —o su ausencia— y los modos de aparición autoral. La crítica señala, con preocupación, que habría autoras que “no merecen la atención que tanto reclaman”; es decir, habría autoría femenina sin obra o, peor aún, mera pose autoral vacía. Quisiera tensionar aún más ese eje, el de obra y autoría, pero iluminando, esta vez, el rol de la crítica en la definición de obra y de autora y el vínculo entre ambos conceptos y el presente.

Alia Trabucco Zerán.

En el terreno criminal, donde he investigado la autoría femenina centrándome en la escurridiza figura de la mujer homicida, ha ocurrido, históricamente, algo muy similar a lo sucedido con la autoría literaria. Pediría disculpas por este entrometimiento tan poco literario y para colmo sangriento, pero ya es hora de contaminar los saberes y trazar las tram(p)as en común. En esa investigación se volvió evidente una relación problemática entre autoría (criminal) y obra (homicidio, en el paralelo sugerido por Thomas De Quincey) precisamente porque el sujeto criminal estaba concebido como masculino, salvo para crímenes específicos y “femeninos por naturaleza”. ¿Era posible entonces que una mujer fuera autora de un homicidio? “Imposible, impensable, inimaginable”, dijeron a coro jueces y abogados, los mismos que luego aclararían que la homicida no se trataba de una “mujer normal”, sino de una mujer masculina, monstruosa, demente, lombrosiana y, por ende, excepcional. La idea de lo femenino como pasivo e inofensivo quedaba, gracias a estas estrategias de nombramiento y despojo autoral, a salvo, pues no era una “mujer normal” la autora del crimen, sino un ser ajeno a esa tan normativa idea de feminidad.

Me remito a lo criminal, un campo discursivo definido por la visibilidad de sus estructuras de poder, porque en la tensa relación entre autoría y obra literaria hay también, qué duda cabe, jueces, acusados, sentencias y tribunales sumamente concurridos. Mal que mal, quién es o no es una autora y qué se considera o no una obra propiamente literaria son preguntas que han sido contestadas por un entramado de saberes y, sobre todo, un entramado de poderes, que a lo largo de siglos han establecido qué es o no es parte del canon, los modos aceptables o inaceptables de aparición, y qué obra es o no considerada literaria. Así, quedarían en los bordes de la literatura obras supuestamente menores, como diarios, crónicas o correspondencias (muchas veces de escritoras), y autorías ajenas a la noción del genio-creador, sea por su origen popular, sus lenguas y hablas-otras, su carácter colectivo, su resistencia a aceptar los binarismos de género, su feminidad y, desde luego, sus modos de aparición. Un entramado de poderes, repito, que solo a partir de la segunda ola feminista ha sido interrogado con mayor intensidad por escritoras, críticas y académicas abocadas a cuestionar el canon y a rescatar a autoras desplazadas por esas estructuras de poder. Releer, como señala Adrienne Rich, es la labor feminista por excelencia, y esa labor de relectura está muy lejos de haber concluido. De allí que la excusa de “no leer mucho” que Amaro menciona en su artículo y que Marchant subraya en el suyo, resulte tan problemática. Y es que ese “no leer” busca inscribirse en una noción de autoría que niega, en una historia ya marcada por la negación, que como autoras nos configuramos no solo por nuestras obras —esto lo dice Meruane, “nunca ha bastado con escribir”—, sino también por las escrituras y autorías que nos precedieron, por una genealogía invisibilizada y, agregaría, por nuestros modos de aparición y nuestra relación con el presente. Y en esa configuración compleja, en ese tejido —señalaría Fernández—, la pregunta por quién nombra, quién bautiza, quién define y deslinda las fronteras de la autoría y de la obra literaria no es menor, porque allí, en ese nombrar o despojar, hay también una tram(p)a que tiene que ver con el poder y con la posición de la crítica y la academia. Una posición que también deberíamos discutir en tiempos destituyentes, donde los lugares de enunciación y los entramados de poder están en plena reconfiguración.

Retomo esta idea de la trampa, que mencioné a raíz de este debate, porque las estrategias para despojar de poder a las autoras y a las mujeres en general son de larga data y están lejos de cejar. Amaro las desmonta de manera lúcida al citar el relato “Niu”, de Brunet, donde es el crítico el que ejerce la operación de “des-autorización”, y posteriormente la retoma citando el texto sobre las “diamelitas”, un artículo publicado sin firma el año 2006 y que intentaría, en un violento ejercicio de despojo de autoría, señalar que tres escritoras eran meras copias de Diamela Eltit, sujetos sin voz propia, en un gesto de silenciamiento patriarcal no tan distinto del de los jueces: “imposible, impensable, inimaginable” una y mucho menos tres escritoras con sus singulares y poderosas voces. Ejemplos como este hay muchos. Está el caso de Alone en su prólogo al libro Cárcel de mujeres, donde insiste en despojar de autoría a María Carolina Geel, sosteniendo majaderamente que el libro se escribió gracias a él y que la autora lo hizo “llevada de la mano” del crítico y “con los ojos vendados”. Pero no me quedo en los años cincuenta ni tampoco en los dos mil porque esa tram(p)a, aunque menos obvia, persiste en el presente y creo que ese presente es crucial a la hora de examinar la autoría femenina.

Entiendo que los tiempos han cambiado: ha pasado mucha letra bajo la imprenta y una ardua historia de feminismo que ha permitido superar el momento de los pseudónimos masculinos hasta llegar a una aparente —repito, aparente— igualdad en la autoría. Y también entiendo y constato, con alegría, que el campo literario está ahora más poblado que nunca por sujetos femeninos. Pero sabemos que la mera presencia femenina nunca ha bastado, que hacen falta ejercicios críticos para entender y subvertir la posición de las mujeres, y que habitamos un modelo de cooptación feroz. Ya se habla, en esa jerga tan comercial y explosiva, de un “boom” de escritoras y ya se venden esas escrituras asociadas a la marca-mujer, precisamente porque los modos de aparición y la autoría se siguen entrelazando con trampas que provienen ya no solo de una historia de machismo y negación autoral, sino también de la persistente cooptación neoliberal.

En ferias del libro, en antologías, en suplementos culturales y en otros espacios literarios y extraliterarios, las mujeres seguimos discutiendo “temas de mujeres” mientras mesas de caballeros continúan su urdimbre sobre el mundo y sus ilimitados temas. En las discusiones por la portada de un libro, en la sugerencia de una pose fotográfica, en la obligatoriedad de una sonrisa, en las infinitas ocasiones en que debemos enfrentarnos a la condescendencia de escritores, editores y críticos, reaparecen, persistentes, cada una de esas trampas. Y cómo las enfrentamos, si somos capaces de identificarlas o no, si caemos en ellas o si logramos resistirlas, es un punto central.


Ya se habla, en esa jerga tan comercial y explosiva, de un “boom” de escritoras y ya se venden esas escrituras asociadas a la marca-mujer, precisamente porque los modos de aparición y la autoría se siguen entrelazando con trampas que provienen ya no solo de una historia de machismo y negación autoral, sino también de la persistente cooptación neoliberal.


Habrá algunas escritoras que, en un problemático cautiverio feliz, se plieguen acríticamente a esas trampas e incluso exacerben ese lugar, y en ese sentido “no todas somos todas”. Pero incluso en esos casos o sobre todo en esos casos, hay muchas preguntas importantes acerca de la autoría y la obra. Lorena Amaro habla de autoras que no merecerían la atención que tanto reclaman, y yo me pregunto: ¿no merecerían la atención de quién? ¿No será acaso que sí la tienen, pero ya no de parte de la crítica o de la academia, sino de otros, nuevos poderes? ¿Y no será que los modos de aparición autoral son también un síntoma de esta reconfiguración de las relaciones de poder y de la precarización del panorama cultural? Esas preguntas, tanto o más que el sujeto entrampado, me parecen fundamentales y no son las únicas. Habrá otras autoras que intenten utilizar las trampas a su favor con mayor o menor incomodidad, en una reedición contemporánea de las “tretas del débil” de Ludmer pero que, me temo, no liberan a la entrampada. Habrá quienes resistan y denuncien las trampas neoliberales y patriarcales, quienes intenten levantar otros espacios, quienes se configuren en colectivos, quienes asuman autorías múltiples, quienes prefieran no hacerlo, quienes levanten otras escalas de valor sobre lo literario, quienes se borren el nombre, quienes tengan diez redes sociales y quienes no tengan ninguna. Y, probablemente, todas habitemos de manera cruzada más de un lugar. Y es que, sin excepción, cada una de nuestras autorías se relacionará inevitablemente con las trampas, porque no parece haber un lugar totalmente puro, no parece haber un afuera, y por eso es tan fundamental desvelar el contexto a la hora de intentar desentrañar la ansiedad contemporánea de autoría.

Ni basta escudriñar los modos específicos de aparición autoral ni basta con leer esta u otra novela porque el debate no versa —y en ese sentido tomo la invitación de Lorena Amaro— sobre esa novela o esa autoría, sino sobre “qué se considera una autora” y “qué se considera una obra”. Y cuando se soslaya el protagonismo del contexto, su centralidad en la definición de una autoría femenina o una obra, se desdibujan peligrosamente las tram(p)as del poder. La pregunta, entonces, no sería únicamente quién y cómo se aparece, sino dónde, por qué y cuándo: en qué tiempo, en qué momento, en qué condiciones. Porque siempre se es autora en un determinado contexto. Y también la obra es o no es considerada literaria en un contexto. Y en este, nuestro contexto, el neoliberalismo ha permeado todos los espacios y subjetividades, el feminismo está proponiendo otros tipos de relación entre nosotrxs y está permanentemente sometido a operaciones de cooptación, los espacios culturales están precarizados y en extinción, nos estamos organizando en colectivos después de décadas de atomización, hay una pandemia que ha trastocado nuestros modos de ocupar lo público y un estado de excepción que parecemos haber normalizado.

La cooptación neoliberal y la utilización de causas políticas como la revuelta o el feminismo no son exclusivas de las escritoras, como bien señala Amaro, y por eso ya es hora de que diversos actores (y también autores) inicien la labor de cuestionar su propio lugar. De eso se trata, también, este momento destituyente. Y eso incluye, por cierto, examinar las ansiedades, posicionamientos, autorías y modos de aparición de la crítica literaria nacional. Que la crítica se pregunte por sus formas y jerarquías, por sus lenguajes y sentencias, por el lugar que ocupa y el que desea ocupar en la construcción de la autoría y de la obra literaria de cara a este momento de redefiniciones. Celebro que haya sido una crítica, escritora y académica que ha trabajado intensamente en el rescate de autorías olvidadas quien haya iniciado este importante intercambio, porque veo en su ejercicio un reclamo a que nos detengamos y repensemos nuestro lugar. No comparto las descalificaciones que han surgido en redes sociales y que buscan acallar la discusión o a su emisora. Pero creo que, así como muchas hemos tomado esta invitación para reflexionar en profundidad sobre nuestras autorías y modos de aparición, también (y enfatizo el también) debemos reclamarle ese ejercicio público —no indexado— a la propia academia y a lxs críticxs. Y esto lo planteo radicalmente en contra de las consignas anti-intelectuales que le hacen el camino fácil a posturas donde todo vale por igual. Justamente porque es necesario enriquecer todavía más el debate, justamente para evitar ese aplanamiento de la discusión que reconduce las ideas a meras ofensas personales, justamente porque no hay afuera, creo que es imprescindible ampliar el ejercicio crítico, el pensamiento crítico. Porque esta discusión, aunque en principio no lo parezca, no solo versa sobre la autoría femenina y la conformación de la obra literaria, también se trata de la pérdida de poder de la crítica y de la academia (y, con ellas, de otros espacios tradicionales de poder), de un agotamiento de sus formas jerárquicas y autoritarias, de la cooptación de las humanidades por las lógicas productivistas de la universidad neoliberal y de sus efectos en el campo literario y en el pensamiento crítico en general. Debemos preguntarnos, de manera urgente, por todos estos contextos, para crear, ojalá, otros espacios y otras lógicas. Porque discutir estéticas también exige discutir las tram(p)as del poder.

Otra disidencia

Mi único deseo es que podamos crear, impulsar, sostener y cuidar los lugares en los que podemos detenernos a pensar(nos). […]

Seguir leyendo