Julio César Guanche, intelectual cubano: “Este país no es un país de mercenarios”

En esta entrevista, el investigador y ensayista se refiere al Movimiento San Isidro y la noche del 27 de noviembre, hitos de la movilización de intelectuales y artistas cubanos por las libertades de expresión y creación en la isla. “Hay muchos motivos para el pesimismo en y sobre Cuba”, reconoce. “El optimismo en el que puedo creer es el que provenga de la sabiduría patriótica colectiva cubana”.

Por Faride Zerán

El 27 de noviembre último (27N), centenares de jóvenes protagonizaron en La Habana una inédita manifestación frente al Ministerio de Cultura como reacción ante el desalojo de un grupo de huelguistas de hambre del Movimiento San Isidro (MSI), una organización cultural que agrupa a artistas y creadores, algunos de los cuales se congregaban en su sede en protesta por la detención del rapero Denis Solís.

El acto, que congregó a más de 300 personas que pedían dialogar con las autoridades, exigiendo libertad de expresión y de creación, concitó el apoyo de figuras como la del músico Silvio Rodríguez, la presencia de cineastas como Fernando Pérez y Ernesto Daranas, y de actores como Jorge Perugorría, entre otros artistas e intelectuales que son parte del proceso cubano y que esa noche manifestaron públicamente su respaldo ya sea al movimiento o a la necesidad de dialogar.

Así, en las redes de Ernesto Daranas se podían leer frases como “el gobierno no es la Patria, pensar diferente al gobierno no es ser un traidor a Cuba y ceder frente a la intimidación es someterse a los intransigentes que han frenado los cambios que el socialismo cubano ha demandado”.

Entre estos artistas e intelectuales que se enfrentaban a la intolerancia de los burócratas de turno —o de “los burros”, como les decía en su cara el intelectual cubano ya fallecido, Alfredo Guevara, quien les enrostraba la frase “la revolución es lucidez”—, estaba el jurista e historiador Julio César Guanche, 46 años, doctor en Ciencias Sociales, profesor de la Universidad de la Habana por una década y visiting scholar y visiting professor en Harvard University, Northwestern University (Illinois) y Max Planck Institute for European Legal History (Frankfurt).

Julio César Guanche. Foto: Gabriela Calzada.

Guanche, quien trabajó por años en la Casa del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y ha publicado varios libros, no habla desde Miami, o desde quienes quieren derrocar al régimen cubano. Él, como tantos, asume que la crítica, el diálogo y la defensa de todas las libertades no pueden limitar con Miami sino con la esencia de toda revolución si de verdad -como decía Alfredo Guevara- “la revolución es lucidez”.

F.Z.—En un texto publicado en tus redes sociales titulado “La Cuba de anoche”, donde narras la manifestación frente al Ministerio de Cultura, escribes: “tenemos la obligación moral de entender la Cuba de anoche como algo que en ningún caso se trata de ‘una pandilla de contrarrevolucionarios haciendo causa común con terroristas’. El que sostenga y aliente esa narrativa tiene que saber que es culpable de proponer el escenario de futuro más horrible que podríamos tener por delante: el que asegura el espacio de ‘nosotros’ contra los demás”. Ese deseo no se está cumpliendo, pareciera que el Gobierno estaría cerrando filas en contra de los manifestantes y quienes los apoyan. Desde una óptica general, ¿qué está pasando en Cuba?

—La situación tiene algo de inédita y su origen puede leerse en varias claves. El actual escenario cubano expresa el cambio generacional, social y cultural que experimenta Cuba desde hace años. Expresa cómo la sociedad cubana comparte problemas y promueve agendas que están interconectadas con el entorno internacional, como lo son temas de derechos políticos y civiles, y demandas de clase, raza y género.

Ninguno de los que estuvo el 27N frente al MINCULT nació ese día a la vida política en Cuba, como tampoco los que protagonizaron las protestas del Movimiento San Isidro. Se trata de sujetos emergentes que no son iguales entre sí, pero comparten demandas que, en varios casos, son transversales. Estas, me parece, no se pueden reducir a una sola posición de izquierda o de derecha, y menos a la de “revolucionarios versus contrarrevolucionarios”.

Muchos de los presentes en el MINCULT estuvieron también en mayo de 2019 en la primera marcha independiente convocada en Cuba a favor del orgullo gay. Otros habían participado por años de un largo y problemático proceso de negociación con el Estado cubano en torno a la libertad creativa y el reconocimiento del cine independiente. Otros tienen militancia en organizaciones opositoras que niegan toda legitimidad al Estado cubano.

Unificar toda esa diversidad en una sola etiqueta no arroja luz sobre la situación.

En otros contextos, la diversidad de esas demandas ha encontrado representación en movimientos sociales o articulaciones gremiales autoorganizadas. Hasta el momento, todas esas formas son inexistentes en Cuba, un país cuya política oficial se sigue manejando en términos de partido único “de vanguardia” con el apoyo de “las organizaciones de masas”. En ello, ese discurso entiende que “revolucionario” es primariamente el hecho de participar de ese esquema.

Es muy peligroso unificar toda diversidad que pretenda expresarse fuera del Estado —o en combinaciones de dentro y fuera del mismo— como contraria al sistema político del país. Hacerlo es construir un arco “enemigo” que forme un espectro de casi 180 grados (izquierdas, derechas y variantes de cada una de ellas) a partir del hecho de recurrir a espacios de demanda y circulación de discursos alternativos a los aprobados por el Estado cubano.

Por ello, entiendo que lo que está sucediendo en la isla expresa el agotamiento, o al menos los gruesos límites, de los cauces de representación ofrecidos por el sistema político cubano y sus instituciones. En ello, aparece la pregunta por cuáles son las “mayorías” en Cuba, y sobre todo la pregunta de mayorías para qué. Es un hecho que una abrumadora mayoría aprobó la actual Constitución (2019) con el sistema socialista que consagra, pero es difícilmente aceptable que mayorías defiendan, por ejemplo, la política de construcción masiva de “enemigos” que, en nombre del “socialismo”, tiene consecuencias nefastas en términos de difamación, privación de puestos de trabajos por motivos ideológicos, recorte de derechos y exclusión política.

La actividad de la administración estadunidense para “capturar” la actual coyuntura a su favor se inserta en la larga historia de agresiones de ese régimen político contra Cuba y forma parte de la ecuación de análisis del presente. De hecho, en medio de la crisis de San Isidro y del 27N, la administración Trump ofreció grants por un valor de 1 millón de dólares para apoyar iniciativas de la sociedad civil frente al régimen político cubano. No es una cifra aislada: se suma a la de al menos 67 millones que en los últimos cuatro o cinco años han sido destinados a programas orientados a lograr la “libertad” de Cuba.

Ahora bien, el Estado y la sociedad cubanos, y todos los actores comprometidos con la soberanía nacional, tienen el compromiso de denunciar ese tipo de interferencia a la vez que el de reconocer la existencia de un espacio legítimo de confrontación dentro de Cuba. Ello debe llevar a identificar como manipulación política, de una moralidad inaceptable, el hecho de reconducir toda crítica realizada en Cuba a la “dependencia de la agenda imperialista”. No hacerlo forma también parte del agotamiento de los cauces de representación ofrecidos por el sistema político cubano y sus instituciones.

Manifestación del 27N frente al Ministerio de Cultura de Cuba, La Habana. Foto: Gabriel Guerra Biancini.

F.Z.—Entonces, ¿no es una cuestión exclusivamente cultural lo que está en discusión? ¿Qué más crees que forma parte de esta coyuntura?

—La situación tiene un componente central de demandas de artistas e intelectuales, vinculadas a exigencias de libertades de expresión y de creación. Sin embargo, la “sentada” frente al MINCULT del 27N se comunica también con otros problemas nacionales. Esa es una clave para entender por qué la protesta de San Isidro, y luego la del MINCULT, se esparcieron del modo en que lo hicieron, más allá de las diferencias entre ellas, hasta llegar a convertirse en un tema de conversación nacional y de atención internacional.

Entre esos problemas nacionales se encuentran las preocupaciones y las contestaciones frente al rumbo económico tomado por el país, con el aumento de la pobreza y la desigualdad, la enorme carestía de la vida cotidiana y la abrumadora dificultad para resolver carencias de primeras necesidades. Esos problemas enfrentan un amplio campo de críticas frente al ritmo de la toma de decisiones económicas por parte del Estado y al perfil de varias de las medidas que ha adoptado, como por ejemplo la inversión, muy desproporcionada, en materia turística en detrimento de la inversión en agricultura y de la producción nacional de alimentos.

Lo sucedido frente al MINCULT expresa también la toma de conciencia y la elaboración propia de un lenguaje de derechos y de repertorios de contestación hasta hace poco desconocidos en Cuba. Confirma el desplazamiento de la oposición tradicional —que nunca estuvo en el centro del escenario— y hace más visible una nueva zona crítica, parte importante de la cual no se identifica como “disidente” —etiqueta que otorga un margen de maniobra muy controlado por el Estado—, al tiempo que posee una visión cuestionadora del desempeño estatal.

Esta es una zona que sí puede ganar enorme protagonismo en el debate y la construcción política nacional, y es la razón por la cual la maquinaria propagandística más conservadora de la ideología cubana la ha tratado de reducir, de modo delirante, a la condición de “mercenarios” o personas al servicio de la CIA.

F.Z.—¿Qué tiene de diferente lo que ocurrió el 27 de noviembre con otros momentos o situaciones donde el Gobierno ha sido interpelado a través de manifestaciones populares ¿Qué hace tan singular esto? ¿Cómo proyectas este momento político en Cuba hoy?

—En concreto, lo que ha pasado después del 27 de noviembre tiene de “más de lo mismo”, a la vez que posee también novedades.

Por un lado, la situación actual viene de un contexto en que ya se estaban usando prácticas difícilmente legales de detenciones exprés, interrogatorios por parte de la Seguridad del Estado e imposición de multas sobre la base de muy dudosos fundamentos legales contra personas no sólo “disidentes”, sino también contra aquellos con perfil crítico pero sin causa jurídica alguna contra sí. Ahora, además, se han reiterado prácticas abiertamente ilegales de control de movimientos (arrestos domiciliarios a personas sobre las que no pesa causa pendiente) y de privación de comunicaciones (retirada selectiva de los datos móviles a personas específicas del servicio de telefonía y acceso a internet). Lo antes dicho ha ocurrido lo mismo con personas relacionadas con el Movimiento San Isidro como relacionadas con el 27N.

También ha existido, en parte, cooptación estatal de iniciativas autónomas de izquierdas, básicamente juveniles, como lo ocurrido con la cobertura mediática realizada sobre la “Tángana” del Parque Trillo. Asimismo, se han realizado reuniones con público selectivo —con invitaciones de “a dedo”— para tener encuentros con las autoridades culturales del país y afirmar que así se continúa el diálogo prometido el 27N. (Mientras tanto, no es raro que varias de las intervenciones producidas en ese tipo de encuentros hayan mostrado agendas en común con el 27N). Además, han ocurrido intentos de “asesinatos de reputación” en los medios estatales contra personas con perfil crítico, a las que se acusa sin prueba alguna ni derecho a réplica de estar subordinados a agendas externas de subversión contra Cuba.

Todo esto es “más de lo mismo”.

Sin embargo, también hay novedades. Instituciones oficiales, como las secciones de la UNEAC y de la AHS de la Isla de la Juventud, intervinieron en el debate con una imaginación muy diferente a la que usaron los medios estatales para impugnar todo lo relacionado con el 27N. Iniciativas de izquierda, como el proyecto La Tizza se opusieron a permitir “que la espontánea iniciativa de un grupo de compañeros sea secuestrada por los temerosos custodios de una fe que consideran feudo…” y convocaron espacios de reflexión sobre la democracia socialista en instituciones oficiales —como el Instituto Juan Marinello, un viejo bastión del pensamiento crítico dentro del país. Organizaciones de la sociedad civil cubana reconocida por el Estado, como el Centro Martin Luther King Jr., declararon a favor de la necesidad del “diálogo enfocado en el bienestar colectivo, en la inclusión, en la cooperación, para recrear un proyecto de justicia, equidad, paz, dignidad y libertad.” A la vez, están naciendo nuevos proyectos de articulación ciudadana, como “Articulación Plebeya”, comprometidos con la soberanía nacional a la vez que con la democracia política, social y cultural para Cuba, al tiempo que se multiplican cartas y declaraciones sobre la actual situación, que con diversos perfiles ideológicos, movilizan opinión y alianzas (entre ellas, cartas de residentes en el exterior, cartas de académicos, declaraciones de feministas, etcétera). En todo esto, hay novedades.

Para mí, lo más nuevo que estamos viviendo es que la política —entendida como demanda por crear el orden y no sólo como el hecho de participar del existente— ha irrumpido en Cuba de modos que resultan para muchos no acostumbrados. Esos modos también “han llegado para quedarse”.

«Las izquierdas cubanas que no afirmen que la democracia —entendida como capacidad de producir libertad y justicia en lo político, lo social y lo cultural, y no sólo como un recurso institucional para el manejo de lo político— es el camino de nuestras soluciones, están haciendo un pésimo ‘favor’ a la revolución, o incluso están, peor aún, oponiéndose a ella».

F.Z.—En esa línea, ¿por qué valores esenciales como los que contiene la libertad de expresión pueden estar reñidos con la revolución? ¿Acaso las izquierdas no deben ser esencial e irreductiblemente libertarias?

—Permíteme repetir algo que escribí al día siguiente de esa noche frente al MINCULT: “Este país, y el país de anoche, no es un país de mercenarios. Lo que sucedió ayer fue todo lo contrario. Viví miedo y alegría, viví solidaridad, viví ayuda mutua concreta, vi a gente conversando normal en medio de todo. Esos son valores revolucionarios. Cuando salieron los que estaban en la reunión, y se dijeron palabras que nunca se habían dicho así en público, en un recinto público, vi respeto y vi esperanza. Esa esperanza es sobre Cuba, sobre el mejor futuro del que somos capaces. El futuro que nos merecemos. El que quiera pensar que es solo sobre San Isidro, puede hacerlo, pero se equivoca. El que sienta que debe defender “la revolución” contra lo que sucedió ayer, que lo haga, pero también se equivoca. La Revolución no está en un lugar, en un parque, en un acto. Está donde quiera que haya convicción moral por la justicia y pasión política por la libertad”.

No hay contradicción entre defender la libertad de expresión y la revolución. Más bien, es lo contrario. Sin defensa de los derechos universales, sin compromiso con su carácter interdependiente, sin lucha para hacerlos social y políticamente accesibles para todos, no hay revolución posible ni deseable. Las izquierdas cubanas que no afirmen que la democracia —entendida como capacidad de producir libertad y justicia en lo político, lo social y lo cultural, y no sólo como un recurso institucional para el manejo de lo político— es el camino de nuestras soluciones, están haciendo un pésimo “favor” a la revolución, o incluso están, peor aún, oponiéndose a ella.

Manifestación del 27N frente al Ministerio de Cultura de Cuba, La Habana. Foto: Gabriel Guerra Biancini.

F.Z.—¿Es optimista Julio César Guanche con el futuro de su país?

—Déjame, por favor, volver un poco al principio. Te decía que el cambio generacional, social y cultural experimentado por la sociedad cubana no encuentra espacio en la forma de hacer política en el país. No se trata sólo de la edad de los actores institucionales, sino de cuáles son los códigos que manejan.

Esos códigos mezclan nuevas y viejas ideas en un todo que se parece más a la necesidad de acomodar entre sí las distintas imaginaciones de los sectores con más poder en Cuba. Entre ellos, algunos son muy conservadores y otros más “modernizantes”, pero conviven entre sí sin dar muestras públicas de sus divergencias y sin hacer visible frente a la ciudadanía que sus conflictos son una clave de la toma de decisiones actuales, que pasa por “los peligros que enfrenta el país” pero también por la lucha interna por controlar poder.

En lugar de ese complejo de ideas y prácticas contradictorias entre sí —en la que algunos han visto una manera de traducir a la cubana la idea de “un paso adelante y dos atrás”—, debería poder visibilizarse un esfuerzo consciente de elaborar un renovado horizonte de futuro para el país que ofrezca esperanza y confianza. Sin ambos —esperanza y confianza— es muy difícil producir optimismo.

En concreto, algunos contenidos del discurso oficial apuntan hacia adelante. La consagración del Estado socialista de Derecho y la provisión de nuevos derechos y garantías en la recientemente aprobada nueva Constitución (2019), es parte de ello. Ese hecho toma conciencia de que la clave de renovar la hegemonía en Cuba no pasa por la legitimidad del liderazgo histórico —que en 2021 abandonará el escenario definitivamente tras el próximo Congreso del Partido Comunista, contando ya con más de noventa años de edad —, sino en la calidad de su desempeño institucional y en su capacidad para producir justicia social y generar inclusión política.

En sentido contrario, otros contenidos del discurso oficial apuntan hacia atrás. Se mantienen formas discursivas y organizativas hace mucho tiempo agotadas, que poco o nada tienen que decir a muchos actores de la renovada sociedad cubana. Por ejemplo, la pretensión de reconducir toda la agenda de demandas hacia el cauce de las instituciones existentes, sin reconocer la trayectoria de desgaste que poseen, junto a la gran dificultad existente para crear nuevas formas asociativas, la recuperación de “actos de repudio” para contener la protesta —entre otros recursos que muchos consideran desde hace tiempo inaceptables—, y la pervivencia de discursos sobre el “derecho de la revolución a defenderse” que desconocen el marco constitucional que el propio Estado califica de revolucionario y al cual está obligado como requisito primero de su legitimidad.

Soy, en verdad, poco optimista sobre nuestro futuro. El optimista puede ser un pesimista bien informado, dice una vieja frase. Gramsci hablaba del pesimismo de la razón frente al optimismo de la voluntad. Desde la razón, hay muchos motivos para el pesimismo en y sobre Cuba. Desde la voluntad, el optimismo en el que puedo creer es el que provenga de la sabiduría patriótica colectiva cubana.

De poder abrirse paso ella en esta situación —lo que significa la apertura y el desarrollo de espacios para su organización y su expresión tanto como la extensión de los diálogos que pueda establecer con el Estado y consigo misma—, es de donde puede provenir el optimismo deseable, el que es sinónimo de lucidez, el que entiende que la revolución es el camino abierto a la esperanza de que una Cuba mejor, también, es posible.

Del año 27, de los albergues, de la prosa poética

Sobre el hallazgo de la novela inédita de Nicomedes Guzmán Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda (1937).

Por Roberto González Loyola

Un hallazgo tan sorprendente como inesperado ha ocurrido durante el mes de diciembre de este caótico año 2020. En pleno período de cuarentena, observando con angustias preocupantes el retroceso nuevamente a una fase que pone al confinamiento, a la distancia y al control socio-policial de las vidas en el protagonismo cotidiano, una novela inédita del escritor chileno Nicomedes Guzmán ha sido encontrada. Por primera vez en años, Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda vuelve a ser abierta.

El año 2020 era un tiempo lleno de actividades para la Fundación Nicomedes Guzmán. Esta organización, nacida al alero del centenario del nacimiento de Nicomedes el año 2014, motivó en todo el país la conmemoración de los 80 años de la generación literaria y editorial del 38 -de la que Guzmán formó parte- con una serie de actividades de difusión, educación y masificación de la vida y obra de mujeres y hombres escritores, ilustradores, editores, gestores de un momento único en nuestra historia cultural: la generación del 38 fue una convergencia de un tiempo narrativo lleno de movimientos que engrandecieron las letras populares.

Novela Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda (1937). Foto: Fundación Nicomedes Guzmán.

Exposiciones en la Biblioteca Nacional, difusión de un cuaderno pedagógico para establecimientos educacionales, conversatorios en diversas regiones del país, itinerancia de la muestra conmemorativa de los 80 años, re-edición de sus libros, publicación de cuentos y poemas inéditos, se vieron suspendidas y canceladas.

Pero llegó diciembre y todo cambió; cambió lo que tenía que ver con la fundación y cambió lo que sabíamos sobre la generación. Porque resulta que Nicomedes Guzmán, escritor central de la generación del 38 desde su realismo social proletario, publicó Los Hombres Obscuros en 1939 y allí, dedicándole su narración a su madre obrera doméstica y a su padre vendedor ambulante, se dijo: “Pedazo de realidad arrancada a tirones desde la tremenda realidad chilena que se cierne sobre el pueblo -explotación, hambre, miseria, promiscuidad, crimen, prostitución, vicio-”.

Y sobre La Sangre y la Esperanza (1943), su novela más conocida, se escribía: “Novela de masa, novela proletaria en su más estricto sentido, responde a la absoluta función social que las realidades de estos tiempos exigen a la literatura”. No había dudas, Nicomedes Guzmán ciñó su impronta como el novelista del pueblo, como el representante de quienes bajo la opresión del capital, escribían, amaban, representaban la vida de conventillos, de vagabundos, de prostitutas. Y todo eso hasta ahora había tenido un preludio inesperado, un preludio que no respondía a archivos, ni biografías, mucho menos a investigaciones reiteradas sobre su vida y su obra. Una parte importante del desarrollo narrativo chileno estaba en un documento inédito, en un documento que pensábamos quemado.

Es que Nicomedes Guzmán entre los años 1931 y 1937, bajo el seudónimo de Ovaguz, publicó en El Peneca una serie de cuentos, poemas, ilustraciones y crónicas que, hasta unos días atrás, pensábamos eran el camino importante hacia el entendimiento de su auto-formación literaria. Complementariamente, apareció en el archivo familiar un poemario inédito del año 1934: Croquis del Corazón, allí bajo la firma de Darío Octay, Nicomedes dedicaba un hermoso ejemplar confeccionado íntegramente por él a Lucía Salazar, su novia y luego esposa. En 2015 la Fundación Nicomedes Guzmán, la cooperativa editorial Victorino Lainez y el centro cultural Al Tiro de la población El Polígono -donde Nicomedes escribió toda su obra- publicaron este material inédito, pensando que este croquis era la pieza angular de su desarrollo. Tampoco lo era.

Apareció luego Acordeón de Ausencias del año 1937, otro poemario que, sin embargo, funcionó de antesala de su primer libro, el poemario La Ceniza y el sueño,de 1938. Y entonces, leyendo a Oreste Plath, a Julio Moncada y a Luis Sánchez Latorre, nos convencimos de que Nicomedes sí había escrito una novela anterior, pero que, cuando presentó dicha novela a su más admirado escritor Jacobo Danke y este le hablara de algunos defectos, Nicomedes volviendo a su casa decidió quemarla. Pero esto parecía anécdota más que otra cosa; sus grandes amigos, confidentes en las letras, decían que no importaba, que esa novela era el preámbulo, era el ensayo de sus dos grandes textos. Pero resulta que no.

«Este texto es, sin duda alguna, la pieza necesaria para entender al escritor, a la generación, al momento histórico que vivió Chile y su cultura durante el Frente Popular».

Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda del año 1937, nunca fue quemada; Nicomedes la guardó como una fuente inagotable de inspiración para su literatura realista, social y proletaria. Y esa novela apareció ante nuestros ojos hace unas semanas. Este texto es, sin duda alguna, la pieza necesaria para entender al escritor, a la generación, al momento histórico que vivió Chile y su cultura durante el Frente Popular; el realismo social proletario encuentra en la novela una muestra increíble de un escrito que, pensado desde y para las clases populares, profundiza su pluma en la prosa poética. Nicomedes que venía trabajando la poesía en la inspiración del amor, decidió ilustrar en la novela el realismo brutal de su clase y claro, sus escritos fueron tomando la forma de una prosa poética que más lo acercaban a Pedro Prado que a su generación. No está de más decir que Prado también desarrolló su literatura en los mismos ponientes espacios de Santiago.

Y es que creemos que Jacobo Danke criticó justamente esa prosa poética de Nicomedes, la que llena de reiteraciones, de adjetivos, de profundas cíclicas metáforas, de alegorías constantes hacia una clase que, oprimida ancestralmente (ahora bajo la forma de proletariado), debía ser embellecida bajo cualquier parámetro y sobre cualquier narrativa. Larguísima novela de realismo social proletario que ilustra a niños, a hombres, a mujeres, a la cesantía, a la crisis en el norte, las marchas en la Alameda, la organización social, el olor a sobaco, el odio a los pacos, la nocturna prostitución, la cárcel con mierda, la injusticia histórica, la sangre del pueblo.

Y si el conventillo es la realidad urbana de La Sangre y la Esperanza y la pensión en Los Hombres obscuros, en esta nueva novela un nuevo espacio urbano aparece en el centro: el albergue. Habitación de la crisis, resguardo para la cesantía, el albergue aparece para ilustrar una ciudad empobrecida entre los dramas de un tiempo que Nicomedes parecía no haber trabajado. Porque Los Hombres Obscuros ocurre en el 37, La Sangre y la Esperanza se mueve entre el 10 y el 20; pero Un hombre, unos ojos negros y una perra lanuda se va al 27; momento de crisis, de disputas del poder, de instalación de un ambiente policial que hasta el día de hoy repercute. Cercana a La Llama (1939) de Lautaro Yankas, Nicomedes parecía estar solventando el ambiente para la discusión política, literaria, social y estética de toda la generación del 38, muchos años antes de lo que se pensaba.

Hoy nos encontramos estudiando la obra, leyéndola para delimitar nuestras propias capacidades de asombro, mientras a través de estas formas y medios, buscamos encontrar editoriales que quieran hacerse cargo de editar y publicar tamaño trabajo, tamaño encuentro, tamaña responsabilidad literaria e histórica.

Escuchamos y leemos.


Roberto González Loyola es presidente de la Fundación Nicomedes Guzmán.

Jan Svankmajer, de la alquimia al surrealismo

«El talento no existe, sólo hay que saber llegar al subconsciente que todos tenemos y que es la fuente de toda creación».

Jan Svankmajer
Por María Ochagavía y Pablo Inda

Marionetista, creador de máscaras, poeta, escultor y cineasta, Jan Svankmajer nace el 4 de septiembre de 1934 en Praga, capital de la entonces Checoslovaquia. El mismo año de su nacimiento la selección de fútbol de ese país obtuvo el segundo lugar en la Copa Mundial de Fútbol realizada en Italia. Cincuenta y cuatro años más tarde, en su cortometraje Juegos Viriles, dedicará una escalofriante reflexión de las consecuencias sociales del desarrollo de esa pequeña victoria. En él expone su visión del fútbol como parte de la cultura hegemónica a una escala global y local, desde una perspectiva humorística y brutal. En un lenguaje irónico, retrata en el celuloide esta nueva versión del “opio del pueblo” como un espectáculo absurdo y masivo. Los goles se transforman en muertos, mientras un espectador, el protagonista del cortometraje, observa el juego a través de un televisor tomando cerveza y comiendo pastelillos, algo muy propio de la cultura de la Europa del este. El corto no puede dejar de sorprendernos por su hechura: desde las ubicaciones donde transcurren las escenas, los personajes, el montaje de la post producción, hasta el diseño sonoro. En este esfuerzo técnico y estético, intensamente elaborado, se destacan las particularidades centrales de su obra. Esas mismas fuerzas ciegas a su propia brutalidad, pero que dibujan la red de la realidad instituida, sólo pueden ser subvertidas por la potencia nutricia y vivificante de un arte y una técnica consagradas a la exploración del subconsciente y su inmenso poder de creación de imágenes y figuras. 

El cineasta Jan Svankmajer. Foto: Petr Novák, Wikipedia.

Pues adentrarse en el imaginario de Svankmajer es viajar por todos los rincones de aquel subconsciente, visitar el absurdo, pero también esa inquietud, casi natural, por aquello que conmueve e inspira la exploración de lo imaginario. Y es que en cada una de sus obras la interrogación por el poder liberador de la imaginación se fusiona con la búsqueda incansable del artista por el sentido de su quehacer. Así, la materia de su obra ha de ser encontrada en los rastros que el tiempo ha sabido despojar de significados instituidos. De ahí que el desprecio a toda práctica y moral establecida, y el consecuente encuentro con la inocencia de las motivaciones humanas, se exprese, en Svankmajer, como una profunda experimentación y reconocimiento de la multiplicidad de prácticas que le circundan culturalmente. Pues su concepción del surrealismo se desarrolló sobre otras manifestaciones de la tradición checa. Desde la alquimia hasta el teatro negro, pasando por el teatro de marionetas, las leyendas típicas como el Golem, la literatura de Kafka hasta el consumo de cerveza, cada una de estas expresiones es leída desde el desapego de un artista que no teme poner en riesgo la identidad, la propiedad y la razón, al punto de permitir el nacimiento de lo nuevo en el desatre mismo de los pilares de la cultura. A modo de anécdota, pero también en consonancia con este sentido del riesgo, en 1969 aproximadamente, luego de unirse, junto a su mujer Eva, al movimiento surrealista checo, Svankmajer fue encarcelado precisamente por su condición de artista surrealista. En medio de la efervescencia anti comunista, el surrealismo era considerado por el oficialismo como un movimiento contrario a las ideas y propósitos identitarios del gobierno pro soviético. 

Pues en Svankmajer la convicción de que imaginar es el acto subversivo por antonomasia es llevada hasta cada uno de los rincones de la experiencia y del pensamiento, y desde allí, justamente, es desde donde plantea su concepción de la especificidad del cine. Por una parte, el cine está ligado al oficio, al gesto artesanal en la factura de la obra; lo manual, lo humano y lo singular son categorías centrales de su propuesta artística. Por otro lado, la búsqueda de un efecto alquímico se materializa finalmente en el stop-motion, técnica de animación frame by frame (fotograma a fotograma), que en la práctica se realiza haciendo una toma tras otra, como si fuera una serie fotográfica, hasta lograr el efecto de dar movimiento a un objeto determinado. Sea el modelado, la escultura, el collage, el objeto cotidiano u orgánico, sea el actor o la marioneta, los elementos del stop-motion permiten el encuentro de lo imaginado con lo real. Sólo el montaje y la proyección cinematográfica pueden abrir paso a la imagen viva del inconsciente en el contexto de lo real y hacer aparecer en movimiento lo pequeño, lo invisible, lo imposible, trascendiendo las limitaciones perceptivas del hombre. 

A través de su trabajo con expresiones literarias que, en la forma de homenajes, articulan en gran medida su imaginario, Svankmajer explora el vínculo entre la imagen y el fondo creativo y liberador de ese basto mundo de figuras. La alquimia del cine conduce al hombre, desde su encadenamiento hacia el reencuentro con su naturaleza instintiva y con la dimensión onírica de su existencia. Así, en Lunacy (2005), film tributo (homage) al Marqués de Sade y a Edgar Allan Poe, se entremezclan dos singulares visiones literarias en una tétrica historia de amor y locura. Los personajes de un Marqués y un joven trastornado nos permiten observar la mutua motivación entre las perversiones del hombre y la moral, justo ahí donde, cautiva, la naturaleza reclama su lugar. En Faust (1994), Svankmajer hace una reinterpretación de la clásica leyenda germana a partir de marionetas a escala que interactúan, con total naturalidad, con personas de carne y hueso. El deseo de sabiduría, en cuanto deseo de poder, es examinado a la luz de sus efectos, es decir, del vaciamiento de sentido de la experiencia. Por su parte, en la comedia macabra El pequeño Otik (2000), conocida también como Otesánek o Greedy Guts (Tripas codiciosas), basada en el cuento del checo Jaomir Erben, relata la historia de una pareja vehementemente necesitada de responder al mandato social de paternidad, al mismo tiempo en que Otik es tallado, por quien será su padre, de la raíz de un árbol. Otik, el bebé-árbol, necesitado de comer carne humana proporcionalmente al veloz ritmo de su crecimiento, revela la monstruosidad en la que terminan convirtiéndose los dictámenes sociales, pero también permite abrir una exploración de lo extraordinario que subyace a la vida que pretendemos normal. En cada ocasión, el vínculo entre inocencia y horror, entre la manifestación natural y la pesadilla, apuesta por la posibilidad del encuentro con lo creativo, esa transmutación que sólo puede tener lugar en el pleno despliegue del sinsentido. Las motivaciones más oscuras y las disposiciones morales más escrupulosas del hombre se convierten, por la magia de la depotenciación del mal a su fundamento psíquico, en fuerzas fácilmente solubles en ese flujo creador de apariencias que congracia a la existencia consigo misma. 

«Una imagen destinada al juicio es una imagen que captura la imaginación en la norma y atrapa a la existencia en el mecanismo. El arte y su goce no sólo admite una verdad sin juicio, sino que abre un corazón a la experiencia.»  

Pero también, este arte, requerido de formas y abierto a la multiplicidad de la imagen, extiende su espíritu errante a los lugares más improbables. Junto a Eva, pintora, ceramista y escritora, con quien conecta tanto en lo amoroso como en lo artístico, expresan lo nuclear del concepto creando un gabinete de curiosidades en un castillo del siglo XVIII. A modo de artefacto estético, inspirado en los antiguos cuartos maravilla que constituyeron las primeras formas del museo, en el gabinete de curiosidades se descomponen las categorías tradicionales de lectura y ordenamiento del mundo. Otra de sus propuestas artísticas es el circo-teatro multimedial Wonderful Circus, para el teatro checo Laterna Magika. Se trata de una creación dirigida a público de todas las edades, en la cual transcurren en la pista central diversos actos surrealistas, donde se funde la proyección cinematográfica y la acción real del acto circense. Aquí, la imaginación del espectador juega como un factor fundamental dentro de la obra, dejando de ser un mero receptor para convertirse en parte activa del espectáculo. 

En último término, de lo que trata cada vez el arte es de esa espontaneidad inventiva que llamamos imaginación. Imaginar es vincular, más que nada vincularse, con las cosas, con los seres de la naturaleza, con el otro, todo ese fondo inconmensurable de la experiencia y, en este sentido, el vínculo más asombroso es el que podemos llegar a tener con ese enorme otro inconsciente en nosotros mismos. Hoy, la interrogación por los poderes que acompañan a las imágenes, suele considerar la importancia de ese otro, como contrapartida a la circulación económica de las imágenes, principalmente de índole publicitaria. Una imagen destinada al juicio es una imagen que captura la imaginación en la norma y atrapa a la existencia en el mecanismo. El arte y su goce no sólo admite una verdad sin juicio, sino que abre un corazón a la experiencia.  

Svankmajer realizó más de veinte cortometrajes y siete largometrajes, como Alicia (1988), Faust (1994), Conspiradores del placer (1996), El pequeño Otik (2000), Lunacy (2005), Sobrevivir a la vida, teoría y práctica (2010), una comedia psicoanalítica, e Insectos (2018). De su prolífico trabajo se crearon e influenciaron varias escuelas cinematográficas, resaltando los hermanos Quay, Tim Burton y Terry Gilliam como los más significativos. Recientemente, la obra cinematográfica completa de Jan Svankmajer fue restaurada y remasterizada en formato digital por Athanor Film Production Company (www.athanor.cz).


Pablo Inda es artista visual y licenciado en Ciencias de la Educación. Como productor, gestor y curador de eventos se ha dedicado fundamentalmente a la exploración de la forma en diversos soportes, en su mayoría obra gráfica.

María Ochagavía es doctora(c) en Filosofía con mención Estética y Teoría del Arte y magister en Metafísica de la Universidad de Chile. Se ha especializado en problemas de la filosofía contemporánea asociados a la experiencia y el lenguaje.

Arte de resistencia: cinco colectivos que surgieron y persisten tras el estallido social

La explosión de expresiones artísticas callejeras fue un fenómeno que corrió en paralelo a la revuelta del 18 de octubre y llevó al movimiento social a otro nivel de creatividad. Los artistas encontraron en murallas, edificios, monumentos y señaléticas el lienzo perfecto para plasmar sus consignas al tiempo que las calles se llenaron de performances y comparsas. Hasta que la pandemia del Covid-19 dejó todo en suspenso. ¿Qué sucedió con esos colectivos artísticos que encendían a diario la protesta social? Aquí, cinco de ellos cuentan cómo lidiaron y sobrevivieron a este periodo de encierro e incertidumbre y qué planes tienen hoy.

Por Denisse Espinoza A.

Si hubo algo que caracterizó al arte surgido al alero del estallido social del 18 de octubre de 2019 fue la falta de nombres propios. Adjudicarse la autoría de una obra -hacer ”autobombo”- comenzó a ser visto como otra demostración más del individualismo neoliberal de ese sistema político y económico que se quería derrocar. Los y las artistas dejaron al margen sus obras personales para volcarse hacia la creación colectiva. Brigadas de muralistas, músicos de distintas orquestas, artistas de performances, grupos de fotógrafos y fotógrafas se volcaron a las calles todos juntos, porque unidos se sentían también más invencibles. Y así fue.

Coloquio de Perros. Foto: Felipe Díaz.

Durante cinco meses, las calles se llenaron de expresiones gráficas, coros ciudadanos y acciones de mujeres encapuchadas, que con sus torsos desnudos entonaban cánticos rebeldes. Los y las artistas de distintas disciplinas se reunieron, dialogaron y crearon juntos, cobrando una potencia inusitada. Quienes ganaron más fama fueron tildados incluso de peligrosos. Delight Lab, conocidos por sus proyecciones lumínicas en la fachada del edificio Telefónica, fueron censurados dos veces y Lastesis, que eran reconocidas por la revista Time entre los personajes más influyentes del 2020, gracias a su mediática performance “Un violador en tu camino”, recibían al mismo tiempo una querella de Carabineros de Chile por “atentar contra la autoridad” e “incitar al odio y la violencia”.

A esas alturas, eso sí, el movimiento social completo se había suspendido por la pandemia de Coronavirus y por las cuarentenas obligatorias que dejaron a los artistas sin calles para expresarse ni espacios culturales donde trabajar.

“La lógica neoliberal de los noventa también afectó al arte”, dice Gabriela Rivera, integrante de la colectiva Escuela de Arte Feminista. “Estaba esa idea del artista exitoso, mainstream, que exhibe y vende en galerías, y el que quedaba fuera de eso no existía. Creo que eso ha empezado a desaparecer, y la rebeldía del mundo del arte se ha empezado a negar a esa hegemonía”, agrega la fotógrafa.

La realidad en Chile es que muy pocos artistas pueden vivir del circuito de galerías. Muchos hacen clases, otro puñado vive de los fondos concursables y el resto se las arregla con oficios que les ayudan a autogestionar su trabajo artístico. “En Chile tenemos una cultura en torno al arte que lo precariza de por sí, siempre se ha ninguneado el trabajo artístico desde las instituciones culturales hacia abajo”, opina el diseñador César Vallejos, uno de los fundadores de Serigrafía Instantánea, en 2011, y quien ahora participa del colectivo Insurrecta Primavera. “Ahora que me he vuelto a reencontrar con amigos y amigas artistas que no veía desde el comienzo de la pandemia les pregunto cómo están y me dicen ‘como siempre nomás, a patadas con los piojos, acostumbrado a llegar a cero, a surfear la ola, arreglándoselas a puro ingenio. Esa es la verdad”.

Para Paula López del colectivo porteño Pésimo Servicio el problema ha sido justamente esa lógica del asistencialismo estatal a través de los fondos concursables, que “nos convirtió en seres ajustados a un presupuesto y a una planificación que son prácticas ajenas al arte”.  Eso genera, a su vez, un “sesgo político y editorial que elitiza el arte”, dice la fotógrafa. “Creo que muchos sentían que tenían el resguardado, entonces aparece todo este arte contestatario autogestionado que molesta y no saben cómo controlar”.

Si bien la autogestión no les da para vivir holgadamente, sí les permite tener independencia editorial, lo que en el arte político es crucial. Además, todos coinciden en algo: tras el estallido y en medio de la pandemia crear en solitario y al margen de lo que sucedía afuera sigue siendo imposible. El motor de estos colectivos es hacer un arte político, que eduque y profundice la reflexión.

Colectivo chusca (@colectivochusca): “Visibilizar a los caídos”

“En ese momento, estaba trabajando en torno a unos poetas japoneses el tema de la muerte, a raíz de una invitación que me habían hecho para noviembre, pero después del estallido todo cambió. Había algo mucho más urgente e inmediato que abordar, que era la protesta y las muertes y heridos reales que estaban quedando por la represión policial”, cuenta Sebastián Jatz, compositor y artista sonoro, quien junto a Fernanda Fábrega, Andrés Gaete y Bernardita Pérez, forman en noviembre de 2019 el colectivo Chusca, con la idea de rendir homenaje a las víctimas de la revuelta.

Colectivo Chusca, intervención en Metro Baquedano.

“Había información muy difusa, incluso organizaciones como Amnistía Internacional o el Instituto Nacional de Derechos Humanos, tenían cifras y nombres distintos de las víctimas, no había tanta información. Entonces la idea fue contar quiénes eran estas personas que habían perdido la vida en la primera línea o gente que le llegó una bala loca, que estaba en un lugar equivocado. El desafío era poder presentar temas derechamente políticos, contingentes y polémicos de una manera poética, que tenga un vínculo a nivel emotivo pero que también sea informativo”, explica Jatz. Así nació la pieza “Personas que encontraron la muerte aunque sabemos que son más”, compuesta por relatos de los casos de muertes durante manifestaciones, acompañados de percusiones de platillos, bombos y un kultrún, que fue presentada en distintos espacios públicos.

Debutaron en diciembre de 2019 en el galpón 5 de Franklin, y luego se presentaron otras nueves veces en lugares como el frontis del Museo Nacional de Bellas Artes, la Estación Baquedano, el frontis del GAM, en la Oficina Salitrera Chacabuco, en el Valle de los Meteoritos y en el Cráter de Monturaqui. Hasta que llegó la pandemia.

Desde entonces el colectivo se silenció, volviendo recién en octubre pasado, para el aniversario del estallido, cuando volvieron a reponer la pieza fuera de las Torres de Tajamar. “Es super lógico que ante una crisis de cualquier orden tiendes a acercarte a quienes están pasando por algo similar a ti. Para mí era el único tema, no podía hablar de otra cosa, me invitaban a otros proyectos y era como ‘lo siento no puedo poner mi cabeza en otro lugar’. Había un sentido de urgencia y de intransigencia”, dice el artista.

“Yo he dado por muerta muchas veces Chusca, pero son mis compañeras quienes mantienen la energía del proyecto”, confiesa Jatz, dejando ver una de las bondades de los colectivos de arte: cuando uno se cansa, otro puede apoyarlo y continuar.

Escuela de Arte Feminista (@escueladeartefeminista): “Por una pedagogía rebelde”

El agote de años luchando por abrirse paso con un arte feminista en la escena local, les pasó la cuenta a Alejandra Ugarte, Gabriela Rivera y Jessica Valladares, quienes se replegaron justo antes del estallido social. Nacidas en la década del ochenta y compañeras de generación artística -Alejandra egresada de la Universidad Arcis y Gabriela y Jessica de la Universidad de Chile- las tres se formaron como colectiva en 2015, armando un espacio de diálogo feminista y activismo abierto al público, yendo a las marchas y haciendo bulladas performances callejeras. Sin embargo, eso no impidió que vieran con algo de incredulidad pero certera emoción cómo entre marzo y junio de 2018 el movimiento feminista se tomaba las calles, las universidades y los noticiarios haciéndole frente a los casos de femicidio, abuso y violencia sexual, como el de Nabila Riffo.

Copia Feliz del Edén, marcha del 8 de marzo de 2017.

“En 2007 las marchas de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres eran de 50 personas, en 2014 ya eran más de 100, pero en 2018 fueron miles, de todas las edades y todas las generaciones. No esperábamos esa multitud la verdad, aunque siempre fuimos parte y estuvimos viviéndolo todo el tiempo, fue una sorpresa”, comenta Gabriela.

Luego vino el estallido, la represión de la policía, los heridos por balines y el miedo.

“Le dimos el pase a las generaciones más jóvenes, porque tienen más energía y menos traumas. Para nosotras que venimos con la carga de la dictadura y que además somos madres, el nivel de violencia que ejerció Carabineros en esos meses fue paralizante”, dice Alejandra. “Ese tiempo nos sirvió para repensarnos y rearticularnos”, agrega.

Paradójicamente, la pandemia imprimió nuevo aire a la Escuela de Arte Feminista, que retomó su quehacer pedagógico. “Sentimos que la educación es clave. Venimos de una generación donde nunca se habló tanto de feminismo, en la Escuela de Arte jamás hubo paridad entre los profesores y profesoras, de hecho eran casi todos hombres, todo era muy machista y hoy, en el fondo, no han cambiado tanto las cosas, en los colegios hace falta una educación no sexista y feminista”, dice Alejandra.

Fue lo que también entendió el colectivo Lastesis, quienes lograron una resonancia que nunca ha tenido la colectiva de Alejandra. “Reconozco el impacto que tuvieron y cómo viralizó la acción, pero la verdad es que siempre la espectacularización del arte me genera dudas.  Para mí lo más importante que lograron fue atraer a una generación mayor con Lastesis senior y ayudar a que muchas mujeres comenzaran a denunciar los abusos”, dice.

Lo cierto es que la Escuela de Arte Feminista ha sido una pieza importante para pensar el género desde el arte. Desde mediados de los 2000, cuando hicieron una serie de performances en el espacio público, dictaron varios talleres de fanzine y feminismo en la Biblioteca de Santiago y luego, en 2017, ganaron una residencia en Balmaceda Arte Joven, dando espacio a otras colectivas y artistas feministas. “Siempre tuvimos como referente un proyecto que había en EE.UU., la Womanhouse, un espacio donde se revisaba una genealogía de artistas feministas y alucinábamos con eso, con tener nuestro cuarto propio”, recuerda Gabriela, quien desde el año pasado está radicada en España y ve en el trabajo educativo virtual con sus compañeras el único futuro posible para su colectividad.

Pésimo Servicio (@pesimoservicio_): “Amistad y arte político en el Puerto”

Fue el mismo 18 de octubre de 2019 cuando, en Valparaíso, un grupo de amigos artistas discutía la idea de arrendar un taller y armar una cooperativa de trabajo para así compartir ideas y gastos. Al día siguiente, el eco de la revuelta de Santiago llegó al puerto y la urgencia de unirse cuajó. “A los tres días ya estábamos imprimiendo folletos para repartir en las marchas, creando consignas y proyectando ideas. Aprovechamos el toque de queda para quedarnos toda la noche imprimiendo y trabajando y ya en diciembre teníamos juntos un taller en la Plaza Echaurren”, cuenta la diseñadora y artista de collage Danila Ilabaca, quien junto a los artistas visuales Gabriel Vilches, Camila Fuenzalida y Pablo Suazo, los fotógrafos Rodolfo Muñoz y Paula López y el restaurador Iñaki Redementería, forman el colectivo Pésimo Servicio.

Intervención en Valparaíso, colectivo Pésimo Servicio.

Como vienen de disciplinas diferentes, con estéticas distintas, la metodología del grupo ha sido básicamente someterse a un estilo gráfico simple y limpio. Toman ideas de lo que escuchan en la calle o en las noticias, las que sintetizan en frases cortas, que luego imprimen en folletos o volantines, proyectan en edificios o detrás de un camión en movimiento o pintan en el suelo. Desde el inicio las frases llamaron la atención. “O explotamos o nos siguen explotando, una de dos”, “En Chile se tortura”, “No estoy en guerra”, “Hay que escuchar la voz del pueblo” o, simplemente, la imagen de la bandera chilena negra con la palabra “mata”.

“La autoría se pierde porque ni siquiera los mensajes vienen de nosotros. También es importante que cualquiera pueda replicar fácilmente la gráfica, que sea de todes”, dice Gabriel Vilches. Rodolfo Muñoz destaca que “en Chile está fácil hacer arte político porque pasan injusticias todos los días, es increíble. No tocamos un tema especial, sino que nos enfocamos en que todos tienen una raíz en el colonialismo, la dictadura y ahora el sistema neoliberal”.

La mayoría de sus intervenciones la han hecho en Valparaíso, en plazas, cerros y canchas, pero también han trabajado en Santiago. En septiembre, de hecho, junto a Delight Lab realizaron la acción que fue censurada por Carabineros cuando con un foco iluminaron el verso «Destruir en nuestro corazón la lógica del sistema», extraído de un poema de José Ángel Cuevas, haciendo desaparecer la proyección del monumento de Baquedano en Plaza Italia.

“Al final fue bonito lo que pasó con el Pepe Cuevas, porque por la censura de repente vio reproducido su poema completo en La Tercera, se empezó a hablar mucho de él, siendo que nunca fue un poeta tan mediático y ahora incluso van a hacer una reedición de su trabajo”, comenta Paula López.

Durante la pandemia, el grupo dejó de verse, pero no de trabajar, comenzando una modalidad virtual que también dio frutos. Se volcaron a lo audiovisual y en junio estrenaron “El cuerpo al servicio del capital”, un corto documental sobre la salud en Chile a propósito de la crisis sanitaria.

Por estos días están planean una intervención presencial con otros colectivos y preparan una nueva cápsula audiovisual sobre el tema del miedo y el control social. “Entrevistamos a una terapeuta y chamana para reflexionar sobre qué pasa con el cuerpo cuando siente miedo, pero también nos interesa el tema de la sobremilitarización, porque en Valparaíso no sólo hay milicos y pacos, sino también navales, una Armada gigante, entonces el control ha sido super fuerte”, explica Iñaki.

“Estamos en un proceso de quitarle el miedo a la gente, porque Valparaíso se ha vuelto a silenciar, y la idea es que se vuelva a la calle, a reclamar por los derechos, a reivindicar el espacio que nos volvieron a quitar”, concluye Gabriel Vilches.

Tres tristes tigres (@coloquiodeperros): “El arte de conversar”

El periodista Sebastián Herrera y su pareja, la artista Laura Estévez, hace un tiempo que tenían una instancia de diálogo en torno a la música en el barrio Franklin cuando se produjo el estallido social. “Recuerdo que la segunda semana estábamos en una marcha y la reflexión fue, bueno, sabemos que hay un malestar, pero cuáles son las demandas concretas, cuál es el discurso de fondo. Parecía necesario y urgente sentarse a conversar”, explica Herrera. Fue entonces que decidieron, junto al cineasta Fernando Guzzoni (La Colorina), armar el colectivo Tres tristes tigres -en homenaje a Raúl Ruiz- y replicar la instancia de diálogos con simplemente una improvisada mesa, sillas y micrófonos en el frontis del Museo de Arte Contemporáneo, que llamaron “Coloquios de perros”.

Coloquio de Perros III. Foto: Felipe Díaz.

“La idea era simplemente crear un espacio de reflexión donde encontráramos un punto que fuera congruente a todas aquellas personas con inquietudes similares. Nunca aspiramos a que fuera exitoso o no, era igual si llegaban diez o cien”, dice el periodista. Pero lo fue.

Entre octubre de 2019 y marzo de 2020 se realizaron once coloquios, donde participaron relevantes figuras de la cultura, entre ellos el poeta Raúl Zurita, el arquitecto Alejandro Aravena, la sicoanalista Constanza Michelson, la escritora Nona Fernández, el colectivo Lastesis y la artista Cecilia Vicuña. “En pandemia nos cuestionamos si el lugar del diálogo era todavía importante, si la gente lo necesitaba e hicimos algunos ‘coloquios de perros’ en forma digital, pero luego habían proliferado tanto los espacios de conversación virtuales, vía Zoom u otros que sentimos que nuestra labor ya estaba ocupada, que era redundante hacerlo”, dice Herrera.

Aunque ya llevan un tiempo sin hacer un coloquio de perros, el periodista sí cuenta que para octubre próximo planean hacer uno de más días, en el mismo lugar de siempre y gratis. Mientras que adelanta que la segunda semana de enero lanzarán un nuevo proyecto digital que funcionará a modo de revista. “Va a tener cada dos meses una temática que va a colonizar el sitio web, y esa temática va a ser respondida a través de entrevistas, podcast, columnas y artículos. Pero al mismo tiempo será un contenedor visual de todos los coloquios de perros anteriores y de los futuros que vengan”, adelanta.

Insurrecta primavera (@insurrectaprimavera): “Discípulos adelantados”

Aunque César Vallejos llevaba una década haciendo arte político en las calles junto al colectivo Serigrafía Instantánea, siendo uno de los grupos con más presencia durante el estallido social (pegando afiches y estampando pañuelos, sacando la prensa a la calle y haciendo talleres populares), finalmente el diseñador se apartó del colectivo por diferencias creativas. Sin embargo, fue en uno de los talleres que dictaron en diciembre, en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, que se conformó un nuevo grupo de aficionados e interesados en levantar una nueva brigada de propaganda que bautizaron como Insurrecta Primavera.

Afiches callejeros de Insurrecta Primavera.

Con ellos, César ha seguido activo incluso durante la pandemia. Hicieron una intervención de afiches y stickers en el momento en que las críticas hundían la labor del ministro Jaime Mañalich por el mal manejo de la pandemia, y luego se han dedicado a trabajar ilustraciones de los presos políticos y víctimas del Estado de ayer y hoy. El 11 de septiembre intervinieron la fachada del Estadio Nacional con los rostros de Cecilia Magni, Macarena Valdés y Joane Florvil. Y recién el 15 de noviembre pasado intervinieron los muros de la población La Bandera en memoria de Camilo Catrillanca.

“Sin duda que con las cuarentenas el movimiento social se detuvo y hubo un debilitamiento porque en el fondo la pandemia nos encierra, no nos permite juntarnos, que era lo que se estaba cultivando en las calles, el contacto en los diversos espacios de confluencia. Y a eso se suma el gran cansancio del estallido por el factor de la represión policial, muchos dejaron de estar en la calle”, plantea Vallejos.

Claro que para el diseñador tanto el estallido social como el estallido gráfico eran situaciones que sorprendieron pero que se vienen fraguando hace décadas. “Los movimientos sociales han tenido un desarrollo que va más allá de la revuelta, están los movimientos populares, ecologistas, el levantamiento en Punta Arenas, lo que pasó en Freirina, en las zonas de sacrificio a lo largo del país, el movimiento feminista, el movimiento estudiantil, los mineros, portuarios, profesores, el movimiento No+AFP, etcétera”.

Con los colectivos de arte es lo mismo. Hace años que se viene conformando un movimiento de muralistas y brigadas, de performistas, de artistas textiles, de comparsas y orquestas y pasacalles que en el estallido salieron todos a la luz. Y volverán a salir, advierte Vallejos. “Sólo el fin de semana pasado había por lo menos ocho actividades en distintos territorios. Nosotros estuvimos en la Villa Olímpica, donde se juntaron unas mil personas, tocaron como diez bandas y habían unos cien feriantes de oficios gráficos. Y al mismo tiempo estaban pasando cosas en Pedro Aguirre Cerda, Puente Alto, Bajos de Mena y La Victoria”, cuenta el artista. “El arte siempre ha sido una trinchera contracultural y por eso Plaza Dignidad se llenó de arte, incluso las personas de la primera línea usaban trajes creados por ellos y pintaban sus escudos, todo fue una gran performance que está esperando el momento de volver”.

Allende unpublished: The return of Patricia Espejo

Five decades after the election of Allende’s Unidad Popular government, Patricia Espejo Brain, Salvador Allende’s private secretary, publishes her memoirs. She writes about the events and anecdotes of the president’s inner circle, but also about her years of exile and the Resistance Committee that she formed with Tati Allende in Cuba. “The [2019] social uprisings and the crisis the political parties are going through, made me feel that it was necessary to shine a light on the inner workings of the Allende government”, she confesses.

By Victoria Ramírez

Patricia Espejo Brain remembers very clearly the last time she saw General Augusto Pinochet. He was coming out of the Presidential office and walking to the lift with Salvador Allende. It was September 10th 1973, and in the private offices everyone was hard at work. Patricia, who had been at La Moneda since the beginning of the Unidad Popular, recognises that while she’s forgotten a lot things in life, she remembers perfectly those thousand days with Allende. On that occasion the President called her over to say goodbye to the General, who assured Allende that the army would support him “to the bitter end”. With that, he said goodbye and the gates of the elevator closed. Then she and the President –Chicho– his hand on her arm, walked along the corridor, where he turned to her and asked in a low voice, “Will that be the betrayal?”

The book is rich in these intimate moments, plucked from the memories of Patricia Espejo, who was a private secretary and adviser within Salvador Allende’s closest circle that also included her friend and colleague Miria “Payita” Contreras and the President’s daughter Beatriz “Tati” Allende who both worked in the private offices. After 25 years in exile –in Cuba and Venezuela– and a stoical silence about her past, her book Allende inédito. Memorias desde la secretaría privada de La Moneda (“Allende Unpublished. Memories from the Private Officesof La Moneda”, Aguilar) was published in October. A sociologist, Patricia returned to Chile in 2002 and worked for ten years as the Executive Director of the Salvador Allende Foundation. She began writing the book in July 2019, inspired by a promise she had made to her friend Víctor Pey, ex-Director of the newspaper Clarín, but also because she wanted to pass on to younger generations what she had seen. “I couldn’t not tell this story; I’m almost the only one still alive”, she explains calmly over the telephone.

Patricia Espejo Brain, Salvador Allende’s private secretary.

In her memoirs she reveals Allende’s warmth and humanity, his enormous talent as a public speaker, and what he was like as a father and a friend, demystifying him through anecdotes that show his sense of humour and his down-to-earth side. Like the time that one weekend at the house on El Cañaveral he played a trick on General Prats, pretending to fait. Or those days at the Presidential Palace on the Cerro Castillo hill in Viña del Mar during the summer of 1972, when Chicho, wearing a loose-fitting shirt, played host to children who had received excellent grades at school. Or the marathon movie-watching sessions –Westerns– when he’d enjoy two films back-to-back. Or those evenings when, on a whim, Allende would put on his white coat and visit hospitals without telling anyone beforehand. She also writes about his sadness: the deepening isolation in the second year of the government, the disloyalty, the deceptions, the constant tension with the political parties.

The historic events that mark the Unidad Popular government are there: The night that a sea of people listened to the new President speaking to them from the balcony of the FECH (University of Chile Student Federation) building, the day the copper industry was nationalised, the construction of the UNCTAD (United Nations Conference on Trade and Development) building, Fidel Castro’s polemical visit to Chile, the negotiations between the parties from the left and right-wing, the coordination of the GAP (Group of Personal Friends), the shortages, the threats made by Patria y Libertad (“Fatherland and Liberty”), the constant changes of cabinet and the myriad other things that happened during those years and that Patricia Espejo witnessed first-hand.

“I’ve always kept a low profile, not only because it’s in my nature, but also because of my beliefs. I wrote the book because history doesn’t say much about what Salvador Allende was like as a person. There’s a lot of enthusiasm nowadays and it’s important to show just how hard it is to govern a country. You’re not only confronted with your closest allies but also with your enemies within. Governing means having lots of qualities, different ways of thinking and behaving, and being able to empathise with what others feel. These are values that have been eroded and nowadays the relationship between a president and the people is distant, and marked by authoritarianism and domination. The social uprisings and the crisis the political parties are going through made me feel that it was necessary to shine a light on the inner workings of the Allende government”.

The private offices were on the second floor of La Moneda, across from the Regional Government Offices and the Plaza de la Moneda, at the crossroads of the streets Moneda and Morandé. Patricia Espejo Brain would arrived first, sometimes at the same time as Allende, when she managed to coordinate with the “Toromanta1”, the car that brought the President from his house in Tomás Moro Street, always protected by members of the GAP. Payita would arrive at ten-thirty and Tati at midday. There were established routines, the doctor –as Patricia called him– had lunch at two o’clock in the big dining room, usually a working lunch. Then he’d sleep a ten-minute siesta on a sofa bed that had been set up in the presidential office. “It was a ritual, he’d put his pyjamas on in the adjoining bathroom, open up the bed and go to sleep”, she says. Over time a connection of trust developed between them: “Because I was never anything more than a colleague, he came to think of me as someone whom he could confide certain secrets in”.

Decades later, during her first government, President Michelle Bachelet asked Patricia to try to rebuild Allende’s presidential office as a sort of homage, but it was impossible. While Pinochet was in power everything had changed. “They changed the physical structure of the place. Perhaps it was a way of forgetting”, she thinks, and comments that even today she finds it uncomfortable going to La Moneda, not only because of the rigid protocol, but also out of nostalgia for the simplicity she no longer finds in the ostentatious public rooms.

Allende would leave her messages and little gifts on her desk. One of the most memorable was a note he wrote on a day she arrived late, because she’d slept in after looking after her sick daughter all night. The notes said: “Kid: / The clock stopped, it’s nine forty-five, and, oh well/ I feel lonely / Dr Allende”. Funnily enough, Patricia took this scrap of paper across the border with her on the 12th September 1973 when she went into what would be a long exile. Apart from her book of contacts, which would later on prove to be invaluable, it was the only thing she managed to take with her. She didn’t have a suitcase or even a change of clothes, only what she had on.

Patricia Espejo’s contact book. It helped to contact Chilean exiles in Cuba.

Disagreement between the parties

Looking back, Patricia believes that some of the political parties in the Unidad Popular coalition had no idea of how to understand the revolutionary and democratic project that Salvador Allende was trying to undertake, or else, in her words “they weren’t up to it”.  

“There was so much disagreementbetween one sector and another. The most powerful parties were the Socialist Party and the Communist Party, the latter being probably the most important. The Socialist Party in particular sinned by omission. But on the other hand the MIR (Revolutionary Left Movement) couldn’t understand that it wasn’t possible to govern like they wanted to. Political processes take their time – even if you’re going to expropriate twenty estates you’re not going to solve the problems for the farmers.Allende had to depend more on the opinions of his friends and politicians than on the members of the political parties”.

Although Patricia was a militant in the Young Communists while she studied sociology, and during her exile she was a militant in the MIR until 1976, after that she stopped being a militant. “I’ve never left politics, I stopped being a militant, it’s different”, she states.

“We were naive and thought that the Armed Forces were a coordinated and vertical institution. Nobody imagined it would be possible to bomb La Moneda. The President’s last gesture was to call for a plebiscite on the 11th September, which shows his common sense, his commitment and his loyalty. The President was not going to let a bloodbath take place”.

Returning to Havana

She had been in Havana for three days when she was taught how to shoot. Training started at 6am and finished at 6pm. Then there was time to sightsee and meet up with friends. It was May 1971. “I’m quite short and at the time I was skinny, so I held the AK to my waist to be able to shoot and the kickback was so hard that it made me spin to the right where Blanca was, and I missed her by a hair’s breadth”, she writes in her memoirs. The Blanca she’s writing about is Blanca Mediano, who would also work in the Presidential private offices.

Patricia had seen people waving the Patria y Libertad flags on the streets of Santiago, their armbands and their hostility. She was afraid and when she saw old friends they’d yell “bloody commie” at her. That was the beginning of a journey that took her to Cuba to learn about personal defence and intelligence. “Then you know what precautions to take at home, how you can prepare”, she explains. Her aunt, Paz Espejo, had already been in Cuba for twenty years, having gone there to support the 1959 revolution.

After Allende’s government was overthrown Patricia returned to Cuba, but this time unattached to any party. During those years she would receive other exiles, and with Tati Allende she heard the first accounts of torture. This would also be where she would join the MIR when Jorge “the Trosko” Fuentes –later kidnapped during Operation Condor– would invite her into the organisation on the express wishes of Miguel Enriquez, who passed on a message during a meeting on a boat out to sea.

During the first week after the 11th September coup Patricia and Tati Allende established the Solidarity Resistance Committee in the Chilean embassy in Cuba, which is today known as the Salvador Allende Memorial House. It was a particularly difficult time, coordinating as quickly as possible the escape out of Chile via diplomatic routes for those people in danger, and receiving early direct information about the atrocities of the torture being inflicted. “The violence of those testimonies was almost unbearable”, confesses the writer, as she remembers the first accounts of terror.

“Sometimes when I think about it I wonder how we were able to do what we did. Tati was the strong one. We arrived in Cuba on the 13th and Fidel wasn’t there. We got straight to work, finding as many people as possible with the help of third-party countries. My contact book was invaluable to understand where the focus was, how the military were operating, who was in the greatest danger. Every day we heard of another companion who’d fallen. Immersing ourselves in the work helped us bear the pain, and we received constant support from the [Cuban] revolution”.

From left to right: Isabel Jaramillo, Beatriz «Tati» Allende and Patricia Espejo, in the Communist Party’s Escuela Superior Ñico López, Havana.

Towards the end of 1973 Patricia and Tati wrote the first human rights report and presented it at the UN in a session where Mercedes Hortensia Bussi (“Tencha” – Allende’s wife) was also present. After a while the accounts they were reading took their toll. At one point Patricia broke down and had to stop working. “I was reading an account and I started to laugh hysterically. I decided I had to stop or I’d go crazy”, she explains. She told Tati that they’d have to take care of themselves to avoid getting ill, but Tati felt she had to carry on with the work.

“Tati never got over the fact that she left Chile on the 11th September. The Cubans are very careful about the role everyone plays and she had links to diplomats and other people, so she must have had more information. I think that afterwards the emotional and family side of what happened caught up with her, and destroyed her. She also wanted to get back into medicine and wasn’t allowed to. Then she wanted to go back to Chile and they wouldn’t let her, and she just couldn’t see a way forward. Tati’s death was like the death of a sister. I don’t think she ever got over her father’s death”.

Tati had been a militant in the section of the Socialist Party allied tothe ELN in Bolivia, the “elenos” who supported Che Guevara in the Latin American revolution. Although Tati had close ties to revolutionary groups, she supported the Unidad Popular’s democratic project. “She loved her father deeply, she was his favourite, she anchored him. She respected and admired his tenacity and his commitment to the poor. She knew that the path they’d chosen was difficult and maybe impossible”, remembers Patricia, adding that Tati didn’t give herself the space or the time for tiredness or sadness. Over recent years books have been published focusing on her story, most recently Tati Allende: una revolucionaria olvidada (“Tati Allende: A Forgotten Revolutionary”, 2017) but for a long time she was all but forgotten.

“She’s forgotten because she’s troublesome, she’s a revolutionary who says things as they are, she can fight, she’s critical of the political parties. It would have been incredibly hard for her to live in such a selfish and class-ridden society, because she was, as a person, the complete opposite. She’s not a figure that invites consensus. Nowadays you have to be so much more cautious and acquiescent; you have to forget that the Christian Democrats made our life impossible. All sorts of things that Tati wouldn’t have done. She was an extraordinarily affectionate woman, always very understated, always very hard on herself”.

After Tati’s death Patricia maintained her links to the Allende family. She became very close to Tencha, and in her later work at the Salvador Allende Foundation she tried to draw attention to the work of Allende’s government and of those who accompanied him to the end. One year after the social uprising, she has no doubt about Allende’s legacy and the current political processes.

“I believe that his legacy is political coherence. During those one thousand days that he governed he was committed to his people, including the political parties that didn’t always support him. The social uprising of today shows us just how abnormal the social differences are. There’s corruption at every level and the people have had enough of politicians. What really struck me about the uprising last October 18th is that there wasn’t a single party flag to be seen. What I did see, from a distance, two or three blocks from the Plaza Italia, is a flag with Allende’s face on it”.

Maristella Svampa: “Being a feminist and not an ecologist is practically a contradiction in terms”

One of the organisers of the Southern Ecosocial Pact, an initiative promoting a “socio-ecological transition that articulates social and environmental justice” as a way out of the crisis unleashed by the pandemic. Svampa argues that it is a challenge which demands that we recognise the limits of Latin American progressive political movements in their efforts to overcome the installation of an extractivist and neo-dependent Latin America on the world scene. We already export commodities, surely we’re not going to start exporting pandemics as well…

By Francisco Figueroa

The question of which direction society should take out of this pandemic isn’t something that Maristella Svampa debates from a position of abstract and isolated erudition. The Argentinian sociologist and researcher at the National Council of Scientific Investigation in Argentina (Conicet) writes from the Latin American perspective and the many achievements and frustrations the continent has experienced throughout its emancipatory struggles. She quotes Celso Furtado, Rita Segato and Manfred Max-Neef, the supporters of dependency and the grassroots feminists, using a wealth of references to conceptualise the conflicts across the region, from the River Atrato in Colombia to the fracking industry in the Argentinian Patagonia.

Maristella Svampa is a sociologist and researcher of the Argentinian National Council for Scientific and Technical Research (Conicet).

The 568 pages of Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo (“Latin American Debates. The Indigenous, Development, Dependence and Populism”, 2016) earned her the National Prize for Sociological Essays in Argentina. And with her latest book El colapso ecológico ya llegó. Una brújula para salir del (mal)desarrollo (“Ecological Collapse is Happening. A Compass for Finding Our Way Out of (Mis)Development”, 2020, with Enrique Viale) is an important addition to the conversation about the unsustainability of current models of development. She warns that the socio-ecological transition that countries in the northern hemisphere are pushing towards mustn’t come at the cost of land and dignity in the southern hemisphere.

What do you mean by misdevelopment? And why do you use this concept and not others from critical discourse, such as neoliberalism or underdevelopment?

It’s a concept that has its own history within critical thinking. It was coined by Celso Furtado when he was no longer such an enthusiastic proponent of the CEPAL, and had become aware of the huge social and territorial inequalities in his country, Brazil. It’s a term that was also used by Vandana Shiva, among others, to signal the many dimensions of the unsustainability of the current dominant models of development. In this line we took up the concept in 2014 (with our book Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo “Misdevelopment. The Argentina of Extractivism and Plunder”) because, as well as signalling this multidimensionality in order to analyse the impacts of models of development, it seems to us a concept that has a powerful impact. When people read the word “misdevelopment”, they ask themselves what it is.

Does it imply that it is possible to think in terms of good development?

It isn’t. In the frame of critical and post-development thinking the idea is to leave behind the concept of development and move towards a society that is resilient, solidary and allows for the sustainability of life. In the compendium of Latin American critical thinking there are different concepts that deal with this: neo-extractivism, consensus of commodities, a move towards the eco-territorial. But I’m not interested in speaking only to academics or preaching to the converted, but also in connecting with those sectors that are increasingly aware of socio-environmental issues but that have an epistemic blindness stopping them from questioning the hegemonic models of development.

Ecuador and Bolivia incorporated wellbeing into their constitutions but both countries developed their extractivist industries. What is the state of this paradigm after the cycle of progressive political movements?

There’s no doubt that the beacon concept of the progressive political cycle was wellbeing, which promotes the communitarian and harmonious relationship between society and nature that indigenous societies strive for. But the concept was starved of all meaning by successive progressive governments. It was also a challenge to give it real substance. I think it didn’t work because it was disassociated from another powerful concept which is the concept of the rights of nature. This is a more complicated concept that’s harder to distort because it implies a relational paradigm that aims to displace the binary paradigm of modernity in which mankind is considered as external to nature, that is the basis for the models of development that we currently follow and for a particular understanding of science, and which is responsible for the ecosystem collapse that we are currently undergoing. Even though Ecuador was the first country to include the rights of nature in its constitution, it’s not been very proactive in the respect of nature. There’s interesting legislation in Colombia, a country that isn’t part of the progressive political movement but that has a rich vein of social movement defending rural and indigenous rights, and a progressive Supreme Court that has just, for example, declared that the River Atrato should be granted rights.

This is a paradigm that seems to shock not only large multi-national companies but also the expectations of the urban classes. How critical is the tension between potential popular allies in Latin America?

It’s definitely a central issue. A major obstacle for progressive governments in their attempts to undertake transformative measures in development, was the model of inclusion based on the expansion of consumption, that some like to call the “democratisation” of consumption, which is a debate that, to be honest, left-wing progressive movements had no desire to get into. In the seventies, when the Meadows Report came out about the limits of growth, sectors of Latin American critical thinking replied that it was a very centrist perspective and that the problem isn’t scarcity of resources but rather the universalisation of the unsustainable models of consumption. Until that moment the Latin American left-wing had betted on another model of consumption, one which would, in the terms of Max Neef, attend to the needs of all people. But in the heat of neoliberal globalisation, what was adopted globally was an unsustainable model of consumption that demands the constant exploitation of energy and natural resources, which necessarily increasingly despoils lands and the communities that inhabit them. Progressive governments did not promote an alternative economic model but rather reinforced that model, as well as the subordination of Latin American countries in the international process of the division of labour, all of which are extremely short -sighted models. Even though poverty was reduced, the inequality gap widened, especially if we look at the dilemma in terms of concentration of wealth. This leads us to a paradoxical situation because clearly these progressive governments were better and more democratic than other more conservative and neoliberal ones that we have known.

Feminism is showing an impressive capacity for articulation. Do you see a new “beacon concept” in the ethics of care?

Yes, I’m one of those that promotes the paradigm of cares –and I use the plural after having been corrected by a group of grassroots Colombian feminists– as the basis for the possibility of articulation between social and environmental justice. When we speak about the paradigm of cares we’re talking about the necessity of transforming our relationship with nature into one of a relational cosmovision that places interculturality, reciprocity and interdependence at its centre. And as the feminists of Ecologists in Action say, there are different dimensions. There is the dimension of grassroots feminists focusing on the cycles of life, on ecosystems, on the relationship between bodies-territories-nature. And there’s also the dimension that economic feminists have emphasised: the invisibilisation of work linked to the development and reproduction of social life, which falls on families and within families on women, becoming another vehicle for greater inequality. Having said that, there are still connections to be made between these strands of feminism. There is no emancipatory movement of feminism that doesn’t have a message of defence of the territory and of life as a core message. To be a feminist and not an ecologist is a contradiction in terms these days.

Given that restarting the economy has now become a priority, will it be more difficult to produce a change of paradigm? Can Latin American thinking contribute in this sense?

The problem for socio-environmental movements is that they require the left-wing to move out of its comfort zone; they need the relationship between society, nature, and models of production to be re-thought. It’s also a question of political loyalties. In Latin America the opposition between the social and the environmental is still at the centre of politics,as though we hadn’t understood the consequences of the commodities boom. It’s urgent that we dismantle this fake dichotomy with a serious and wide-reaching debate. In the selective progressiveness that developed here in Argentina after Kirchnerism there is some room for discussion, but at the same time politicians are talking about reactivating the economy by stimulating the extractivist industries. Here’s an example: There’s going to be a discussion about the imposition of a special tax on large fortunes. What does the government plan to do with the money? Health and education are on the list, but 25% will go to support gas fracking. It’s completely insane, we haven’t learnt anything! Instead of thinking about a political agenda of transitioning away from fossil fuels, of opening a democratic discussion about what on earth we’re doing with lithium, the government is once again placing all its bets on fracking. It’s so discouraging, sometimes you get the feeling that even progressive politicians have learnt absolutely nothing.

And what do you think about the role of China, the all-important new partner in this region?

Instead of strengthening regional ties, association with China has always been undertaken via bilateral agreements, which have consolidated the structure of new international relationships of dependence. In Latin America and Argentina the Chinese have, above all, invested in the extractivist industries, and in the frame of an asymmetric exchange. Add to this the fact that the Argentinian government, through the Chancellor’s Office, promotes the installation of pig mega farms that will export pork to China. Argentina, in the grips of a zoonotic pandemic, is promoting a model that will have powerful socio-environmental impacts that could play out as future pandemics, and which obeys the need of certain countries to outsource risk by looking for “healthy” territories uninfected by African swine flu. It’s crazy, whichever way you look at it. We’re always chasing the wrong solutions, and that’s very much linked to the concept of misdevelopment.

Supporters of dependency claimed that dependence produced our dominant middle classes. Is that principle still viable?

Of course, as Teotonio dos Santos and Cardoso said, you have to look at dependence from an internal perspective, in terms of the correlation between social forces and the emergence of a sector of local bourgeoisie that doesn’t put in place autonomous development but rather greater transnational association in order to obtain a place of privilege in the economic structure. Speaking of the national bourgeoisie, here in Argentina we have Hugo Sigman, CEO of a pharmaceutical lab, one of Argentina’s super-rich, who’s culturally progressive, has financed a string of very important films, and whose laboratory was chosen to produce the Oxford-developed vaccine here. But at the same time he promotes the pig mega-farms. So we’re offering a vaccine in the front of the shop, but we’re letting a new pandemic in through the back door. It’s madness.

The pandemic seems to be giving new strength to a way of living that is more aware of our interdependence, which had already been gaining traction in the region. Do you think that Latin America can be a compass for the world after this pandemic?

I hope so, and I believe that the emancipatory narrative that has developed in Latin America at the heart of eco-territorial, indigenous and feminist struggles, has a lot to contribute to the process of re-thinking possible worlds, based on resilience, democracy, solidarity, and the paradigm of the ethics of care. But at the same time, we don’t have broad enough shoulders to really face the challenges that this re-thinking presents us with. We’re not Europe, there’s no central bank here in Latin America that’s promoting tributary reform or a universal income; there’s almost no funding and the individual countries are alone in facing a devastating situation. So if there’s no move at an international level towards such a transition, then it’s practically impossible for us to open up that agenda ourselves. What could happen is that Europe turns to an increasingly socio-ecological transition but that in Latin America we continue to contaminate the lands and oppress the local populations in order to finance that transition of the northern-hemisphere countries. Our eco-territorial experiences and languages would be left as witnesses to the process. That’s the danger that I foresee.

In your last book you mention the 2019 uprisings in Chile as a source of inspiration. How do you interpret what happened in Chile last October?

Rita Segato writes that this is a world of owners, of dominion, in which the word inequality is inadequate. Rita’s right, and Chile shows it in a quite striking way: Chile is a country of owners. In 2019 Forbes magazine published a list of the richest people in the world and it included ten Chilean families. What happened in Chile last October moved us for several reasons: it revealed the incredible process of cognitive liberation of the masses who questioned a country of owners in a world of owners that is increasingly unbearable and unsustainable. It immediately became part of the cycle of struggles across Latin America, adding novelty by virtue of its intersectionality, the graffiti, the murals, the tearing down of monuments – so many new things. I don’t think that Chile is moving towards a process of cognitive closing down; the conditions are there for the process of change to be strengthened by the writing of the new constitution which really could engender a new social pact, a reorganisation and a new impulse for society.

La solidaria complicidad nacional: los 81 desechados en la Cárcel de San Miguel

-Mi hijo es lanza, dijo madre 1. 

-El mío escapero, dijo la 2.

-Cogotero aún, la 3.

-Acaso monrero, la 4.

Eran seis madres rapadas, rasadas, peladas: Seis lampiñas que suplicaban justicia.

Diamela Eltit, Por la patria.

Por Miguel Enrique Morales

Mi papá bebió de un sorbo su botella de Coca-Cola. Estaba sediento, como cada 8 de diciembre tras completar la caminata a la cumbre del Cerro San Cristóbal para pagar manda a la Virgen María que cuida Santiago. El día anterior trabajó hasta tarde, pero no estaba dispuesto a “fallarle” voluntariamente a la virgen. En sus cuarenta y nueve años, las únicas tres veces que no le cumplió a la virgencita fue porque estaba preso en la ex Penitenciaria, en la Cárcel de Rancagua, por unos días en la Cárcel de San Miguel, cuando sí era un lugar de tránsito, un Centro de Detención Preventivo. Esa madrugada salimos a las tres para evitar la luz cegadora del sol del amanecer durante el ascenso. A las 6:15 ya estábamos sentados en un local de la calle Pío Nono, un bar que cada 8 de diciembre renuncia a su rubro nocturno en el bohemio Barrio Bellavista para concentrar sus esfuerzos en la jornada diurna siguiente, en que miles de santiaguinos concurren al cerro. En la cumbre se celebran misas; en las veredas, desde Plaza Italia, los vendedores ambulantes ofrecen velas, calendarios con la imagen de la Virgen, estampitas, escapularios, rosarios; también hay carros que fríen sopaipillas o empanadas. Pero mi papá tenía un imperativo irrenunciable: el ascenso se cumple en ayuno. Es una mañana de esfuerzo por los trescientos sesenta y cinco días en que la Virgen nos ha cuidado. Por eso al culminar el descenso, mi papá se apresuraba en encontrar un local de desayuno a bajo costo.

Esperábamos los sánguches aliados (jamón-queso) cuando la televisión inició un despacho en vivo, algo inusual a las seis de la mañana en un día feriado. Al principio, imágenes sin ninguna voz en off que narrara lo que se proyectaba. La huincha de caracteres daba un indicio: “Humo en la Cárcel de San Miguel”. Ubicado en las intersecciones de Ureta Cox con San Francisco, el recinto penitenciario construido en el barrio obrero de la Madeco exhalaba columnas de humo desde una de las cinco torres en que se distribuye a los reclusos, precisamente la torre 5. Mi papá enmudeció. Sin advertirlo se tomó, nervioso, mi Coca-Cola. Sucesivos sorbos humedecían sus labios y su lengua. Él sabía lo que significaba el fuego dentro de las hacinadas piezas de las cárceles de Chile. “Es mucho el humo, huacho, es mucho el humo, esa weá es grande”, musitó sin mirarme. La llegada de los sánguches lo trajo de vuelta. “El Marcelito, weón, el Marcelito, ¿ya se fue en libertad?” me preguntó, a lo que le respondí que sí, que mi primo Marcelo había salido de San Miguel y regresado a su casa en la población La Yungay, en la comuna de La Granja. “Y el Leo, el Choro Leo, ¿dónde se está hospedando?”. “Parece que en Colina I, papá”, le respondí, a propósito del amiguito que llevaba con nosotros a ver a la U del Matador Salas cuando éramos chicos.

En ese mismo momento una voz en off se sumó a la señal. Decía ser un periodista que despachaba desde su celular y que había llegado a los alrededores de la cárcel. Su voz era indistinguible, porque las familias de los reclusos en la cárcel de San Miguel ya habían empezado a llegar, desesperados. Ellos gritaban, ellos lloraban, ellos clamaban por información desde Gendarmería, ellos querían saber si sus familiares estaban bien. Mi papá no alcanzó a darle una segunda mordida a su sánguche cuando me dijo que no tenía hambre pero me esperaba. La angustia de su voz fulminó mis ganas de comer. Pagamos la cuenta. “¿Pasa algo con los panes que no se los comió, casero?” le preguntó el cajero. “No, no, disculpe”, respondió él. Antes de salir, lo último que escuché desde la tele -mis recuerdos, aquí, se entrelazan- fue al periodista quejándose de que los familiares no le permitían hacer su trabajo de prensa porque en su desesperación les gritaban a ellos pidiendo información. Esa voz, supe después, instauraba la premisa que acompañó la cobertura a lo largo del día: los familiares, desesperados por saber de sus hijos, eran un fastidio para los periodistas.

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El 8 de diciembre del año 2010, veinte minutos antes de las seis de la mañana, una riña entre internos del cuarto piso del ala sur de la torre 5 de la Cárcel de San Miguel derivó en un incendio que no pudo ser sofocado ni por los reclusos ni por Gendarmería. Tania Tamayo Grez ha investigado los sucesos que llevaron a este exterminio de ochenta y un cuerpos desechados por el Chile de la Transición en su Incendio en la Torre 5: las 81 muertes que Gendarmería quiere olvidar” (2016), libro que aporta cifras y relatos escalofriantes sobre las condiciones que anunciaban la inminencia de una tragedia de proporciones. Escalofriantes por los testimonios, escalofriantes sobre todo por la desidia del Estado del Chile de la Transición, que desoyó las recomendaciones de organismos internacionales a partir de otras tragedias similiares a lo largo de esa década:

“Los mismos incendios tampoco eran un tema desconocido. El once de diciembre del 2000, en el mismo CDP [Centro de Detención Preventivo] de San Miguel, murieron siete internos en la torre dos y, tras un sumario, se decretó que había problemas graves de infraestructura; en la Cárcel del Manzano, en Concepción, el once de septiembre del 2003 murieron nueve internos y 18 quedaron heridos por un siniestro en el módulo tres. El 22 de octubre del 2007, en el centro Tiempo de crecer del Servicio Nacional de Menores (Sename), en Puerto Montt, murieron diez niños en un incendio; y en 2009, en el centro penitenciario Colina II fallecieron otros diez internos (…). Aún así, la tragedia carcelaria más recordada antes de San Miguel ocurrió en mayo de 2001, en Iquique. Allí murieron quemados 26 reos en el módulo de primerizos. Según las investigaciones posteriores, la guardia interna, que contaba solo con tres funcionarios esa noche, no se percató del incendio en un primer momento y la guardia externa tampoco, porque el módulo en cuestión estaba instalado en el patio y la cámara de vigilancia no se encontraba bien enfocada. Entonces, se justificarían desde Gendarmería, la oscuridad no dejó ver el humo. Luego se constató que los extintores no funcionaron porque estaban descargados, que las llaves de una de las rejas de acceso se perdieron y que los gendarmes no se comunicaron inmediatamente con bomberos, los que no pudieron entrar cuando llegaron[1]”.

Si bien el 8 de diciembre del 2010 bomberos acudió al recinto penitenciario en menos de diez minutos desde recibida la llamada, las condiciones de hacinamiento junto a los protocolos negligentes de Gendarmería ya habían condenado a muerte por asfixia o por calcinamiento a ochenta y un reos privados de libertad por delitos de diversa índole.

La tragedia de San Miguel es una bomba de tiempo que estalló inmisericorde ese día[2]. En su pesquisa, Tania Tamayo revela que “El CDP en total albergaba 1.956 prisioneros el día del incendio y su capacidad era de algo más de 700. No hubo forma de esconder el hacinamiento aquel día[3]”. Entre los 144 internos del cuarto piso de la torre 5 había homicidas, violadores (“pichulas de hueso”, como se les conoce en las poblaciones) y asaltantes, pero también algunos internos que no pagaron una multa de 38 mil pesos (poco más de 50 dólares) por consumo de alcohol en la vía pública. Incluso dormía allí un joven privado de libertad por delitos contra la Propiedad Intelectual, Bastián Arriagada, que no quiso ser choro sino ganarse la vida honradamente, vendiendo en las ferias películas piratas.

Los gendarmes a cargo de resguardar la población penal esa noche eran tan solo cuatro, quienes, por lo demás, fueron los únicos imputados por esta tragedia. Los fiscales en ningún momento apuntaron al ministro de Justicia, cartera a la que responde Gendarmería, a pesar de que cada ministro del Chile de la Transición sabe que los gendarmes rara vez gozan de su día de franco por los seis de trabajo en la semana: muchos de ellos obtienen una jornada de descanso después de veintidós días consecutivos en la cárcel. Los fiscales se encargaron de informar que algunos gendarmes de turno esa madrugada habían bebido alcohol durante las tres horas de franco que tuvieron entre las ocho y las once de la noche anterior, previo al regreso a sus dormitorios en la cárcel para reiniciar a las 4:00 AM un nuevo turno sin día de franco por hasta tres semanas. Los fiscales en ningún momento apuntaron al presidente, en su calidad de jefe de Estado, a pesar de que Piñera, como Bachelet, como Lagos, conocía las condiciones de hacinamiento de la población penal del país: en “la pieza chica del cuarto piso sur” de la torre 5, donde se inició el fuego, 71 internos compartían “28,81 metros cuadrados[4]”. Tampoco imputaron a algún director de Gendarmería, cargo de confianza del jefe de gobierno. Pero el periodista, después de descansar en su hogar, insistía ese día en lo difícil que era cumplir con su labor porque las familias, llorando, gritando, rezándole a la virgen por que sus hijos estuvieran bien, le dificultaban cumplir su trabajo. Parecían “desquitarse” con ellos.

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El viernes 2 de septiembre de 2011, los canales de televisión de la señal abierta se unieron en una tácita cadena nacional de solidaridad en el dolor. Ese día un avión de la Fuerza Aérea de Chile capota alrededor de la isla de Juan Fernández, ubicada 670 kilómetros al oeste de la costa de Valparaíso. Además de residentes de la isla, la veintena de pasajeros incluía un equipo de televisión, dos rostros televisivos y un par de dirigentes de la fundación filantrópica a cargo del proyecto Desafío Levantemos Chile, plan emprendido a raíz del terremoto de febrero de 2010 que en Juan Fernández provocó un tsunami que tragó gran cantidad de viviendas. Una de las víctimas era el conductor de televisión Felipe Camiroaga, a quien se lo sindicaba como el sucesor natural de Don Francisco en Chile y en la Teletón. El otro es el filántropo Felipe Cubillos Sigall, director de Desafío Levantemos Chile y hermano de Marcela Cubillos, una política de extrema derecha que posteriormente sería ministra de Educación.

Durante meses, todo el país lloró a Camiroaga y a Cubillos. Durante años, los medios de comunicación hablaron del altruísmo (indesmentible, para ser justos) de estos dos filántropos. Durante semanas, el único tema de la parrilla de los medios fue el funeral de Cubillos y, sobre todo, de Felipito -devenido, tras el accidente, en un santo concededor de favores según la cultura popular. Los matinales, siempre en “guerra” por el rating, se unían en la solidaridad del dolor: todos los animadores, sin excepción, abandonaron una mañana el set del matinal de su respectivo canal para reunirse en el estudio de Buenos días a todos, de Televisión Nacional de Chile, programa que animaba Felipe Camiroaga. A toda hora, se le pidió a los periodistas en terreno, se nos pidió a nosotros, el público, que respetáramos el dolor de las familias, que no fuéramos invasivos en nuestras muestras de dolor, que respetáramos el duelo sobre todo de la familia Camiroaga y de la familia Cubillos.

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En su conferencia pronunciada en el Appleton College, la afamada escritora Elizabeth Costello sorprende a su audiencia –decanos, académicos y estudiantes- al hablar de la vida de los animales y no de literatura, como se esperaba de ella. En su argumentación, mediante una analogía entre la matanza de animales y los campos de concentración nazi, Costello –alter ego del sudafricano J. M. Coetzee, autor de Elizabeth Costello y La vida de los animales-, señala:

“El horror específico de los campos [de concentración], el horror que nos convence de que lo que pasó allí fue un crimen contra la humanidad, no es que los asesinos trataran a sus víctimas como a piojos a pesar de que compartían con ellas la condición humana. Eso también es abstracto. El horror es que los asesinos se negaran a pensarse a sí mismos en el lugar de sus víctimas, igual que el resto del mundo[5]”.

Lo que el premio Nóbel de Literatura nos dice es la solidaria indiferencia que practicamos: todo acto de crueldad hacia un otro concreto brota de la incapacidad de imaginar que uno mismo, en la rueda de la vida, podría estar en el lugar aquel mientras él ocupa el nuestro. Los campos de exterminio nazi, los lager y los gulag soviéticos, el apartheid, el Seguro Obrero y la salitrera Santa María, la Pisagua pinochetista y los UMAP castristas –unidades conformadas principalmente por homosexuales, enviados contra su voluntad a campos de “reeducación” que no fueron más que nuevos campos de exterminio y vejaciones–, se sustentan sobre un paradójico egoísmo solidario: el rechazo compartido a imaginar que nosotros podríamos estar allí, quemándonos, muriéndonos. La temprana codificación de los cuerpos por la biopolítica de un país cuyo crecimiento profundizó la segregación clasista nos exorciza de imaginarnos en ese lugar de potencial víctima. El Chile de la Transición, con su ficción de una sociedad enteramente clase media, no incluía ni como actores secundarios ni como espectadores a los 81 reos de San Miguel. Muchos, como mi papá, ni siquiera serían un “voto más” en la próxima elección, porque su derecho a sufragio se suspende indefinidamente al haber sido condenados por delitos penados con cárcel efectiva.

Cuando se recuerda y trata de inscribir en la historia del país el incendio de la cárcel de San Miguel en que fallecieron 81 internos el 8 de diciembre del año 2010, las palabras de Costello resuenan: toda tragedia transcurre ante la impunidad, pasividad y también solidaridad cómplice de una sociedad entera. Una sociedad que se calla y evade su responsabilidad –indirecta, en el caso de la sociedad civil; directa en el caso del elenco principal de la comedia de la Transición. Una sociedad que incluso justifica lo ocurrido aduciendo que eran “asesinos, traficantes, ¡vendedores piratas de propiedad intelectual registrada!”, mientras se une en el dolor para llorar, respetuosamente, a las víctimas del avión siniestrado en Juan Fernández.

Las víctimas de Juan Fernández, por cierto, quedaron irreconocibles: sus cuerpos se fragmentaron o incluso desintegraron tras el impacto del avión. Las víctimas de la Cárcel de San Miguel también quedaron irreconocibles: casi todos los internos murieron calcinados, algunos incluso abrazados entre sí tratando de protegerse mutuamente frente a las lenguas de fuego que los devoraban. Las víctimas de Juan Fernández tenían nombre con domicilio reconocible: Camiroaga, Cubillos, entre otros. Las víctimas de la cárcel de San Miguel también tenían nombre con domilicio reconocible, pero para la prensa, para el gobierno, esos nombres no tenían peso alguno: eran los otros los que gritaban entre las llamas, no nosotros. Al igual que en los campos de exterminio Nazi:

“La gente dijo: ‘son ellos los que pasan en esos vagones de ganado’. La gente no dijo: ‘¿Cómo sería si yo fuese en ese vagón de ganado?’. La gente no dijo: ‘Soy yo el que está en el vagón de ganado’. La gente dijo: ‘Deben de ser los muertos a quienes están quemando hoy, que apestan el aire y hacen que me caiga ceniza sobre los repollos’. La gente no dijo: ‘¿Cómo sería si me estuvieran quemando a mí?’. La gente no dijo: ‘Me quemo, estoy cayendo en forma de ceniza’[6]”.

El silencio de mi papá me informa que sí pensó que era él quien se quemaba, quien caía en forma de ceniza. Lo que es yo, no puedo evitar pensar en esos niños que no cumplieron su destino de nacer, porque sus padres, a diferencia del mío, vieron interrumpidos su destinos en la Cárcel de San Miguel. El Estado de Chile los desechó antes siquiera de darles la chance de reinsertarse. El mismo Estado que rasga vestiduras con la defensa de la vida del niño por nacer.

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En Vigilar y castigar, el filósofo francés Michel Foucault remarca que un paso relevante en el tránsito de una “economía del castigo” penal centrada en el cuerpo a una enfocada en la psique del sujeto es “la desaparición de los suplicios”. Entre los suplicios, Foucault enumera las retractaciones públicas, los castigos corporales frente a la sociedad, el uso de máquinas de ahorcamiento, reemplazados por “castigos menos inmediatamente físicos, cierta discreción en el arte de hacer sufrir, un juego de dolores más sutiles, más silenciosos, y despojados de su fasto visible”. Este castigo se ajusta a un sistema penal moderno que en última instancia espera la integración abstracta de la pena en la psique para allanar el proceso de reinserción social del sujeto:

“(…) en unas cuantas décadas, ha desaparecido el cuerpo supliciado, descuartizado, amputado, marcado simbólicamente en el rostro o en el hombro, expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo. Ha desaparecido el cuerpo como blanco mayor de la represión penal”.

En materia penal, la modernidad ilustrada comienza a extinguir “la sombría fiesta punitiva (…). El castigo ha cesado poco a poco de ser teatro[7]”.

El 8 de diciembre de 2010 desmiente el acto con que la civilización moderna supera a su predecesora en el sistema punitivo de la sociedad:

“Se recibe el cuerpo de un individuo de sexo masculino carbonizado, el cual fue identificado posteriormente por ADN… A nivel de extremidades superiores e inferiores hay fracturas múltiples por el fuego, hay evisceración de parte de los intestinos. Al examen interno se extraen todos los órganos, se analizan. Llama la atención el aspecto cocido, y en algunos órganos que no están tan cocidos y que se puede observar el color del órgano se aprecia un colo rojo cereza, rojo rutilante que uno llama. Al examinar dirigidamente tráquea y bronquios se observan áreas de tipo rojizo brillante consistente con quemaduras de vía aérea y hollín. Se toman muestras de sangre correspondiente y los siguientes exámenes: monóxido de carbono positivo en XX%, cianuro positivo en un XX%. Alcoholemia negativo, y toxicológico para drogas y fármacos, negativo[8]”.

El informe de la autopsia fue leído en el juicio donde se acusó a los gendarmes. En este, la especialista en tanatología Ana María Zapata revela que siguió el mismo proceso con resultados similares en la mayoría de los cadáveres, irreconocibles producto de las quemaduras. El castigo punitivo de los 81 chilenos desechados por el Chile de la Transición se ensañó sobre estos cuerpos defectuosos. Los únicos cuerpos que tuvieron algo de suerte (escribir “suerte” es insultante) son aquellos en que todavía era posible discernir un tatuaje o una prenda a medio quemar.

Además del castigo sobre el cuerpo, el incendio en la Cárcel de San Miguel también desmiente -por un momento– la historia del sistema penal en la sociedad occidental de Foucault en lo relativo al “teatro” punitivo a ojos de la sociedad “buena”. Los canales de televisión abierta, sin excepción, desplegaron una cobertura monopolizada por las imágenes de dolor de las familias, centrándose por pasajes en los actos “violentos” de los familiares que trataban de botar una reja para que alguien revelara los nombres de los cuerpos calcinados. Incluso los periodistas de los principales canales del país informaban que ellos estaban siendo agredidos por los familiares, que ellos eran víctimas injustas de la desesperación de los hermanos, de las pololas, de los amigos, de los abuelos, de las hijas, de los padres, de las vecinas, de las amigas de los internos. En ningún momento se cuestionaron si la reacción de los familiares, si el “deja de preguntar weás” (ante la pregunta a una madre si estaba desesperada) no respondía a un violento acto de insensibilidad mediática materializado por ese micrófono sobre el rostro de la señora. Ese día, la civilización moderna sucumbió ante los imperativos del rating y el entretenimiento de la civilización del espectáculo. Gran parte del día las imágenes oscilaron entre la angustia de los familiares y las lenguas de fuego captadas durante la mañana en la torre 5. Como si no fuera suficiente, se reservó para la franja prime del noticiario una exclusiva, no sin antes disculparse por la calidad de las imágenes: un video registrado con un celular donde se avistaban los restos calcinados de algunas víctimas arrumbados en hileras en el patio del recinto. Ni en ese gesto los medios tuvieron un acto de solidaridad en el dolor con las madres desconcertadas.

Tal vez la solidaridad nacional seguía con caña ese ocho de diciembre: tan solo cuatro días antes, Chile, otra vez, había sido campeón mundial en solidaridad al superar los dieciséis mil quinientos ochenta y nueve millones ochocientos cincuenta mil ciento veintisiete pesos de la meta de la Teletón.


[1] p. 55.

[2] El uso del presente “es” y el pasado “estalló” es intencional: las condiciones de hacinamiento de las cárceles de Chile persisten ante el desdén de las autoridades, por lo que se trata de una bomba de tiempo permanente. 

[3] Incendio…, p. 22.

[4] Ídem, p. 11.

[5] Elizabeth Costello, p. 86.

[6] Ídem, pp. 86-87.

[7] pp. 15-16.

[8] En Tania Tamayo Grez, Incendio en la Torre 5, pp. 65-66.

Francisco Mouat: “Hoy escasea el periodismo y nos pasan gato por liebre todo el día”

El periodista y escritor, autor de El empampado Riquelme, ahora a cargo de librería Lolita, reúne más de treinta años de su labor como cronista en el ejemplar Escala técnica. Acá se refiere al periodismo actual, al arte de contar historias, alude a la clase política y se pregunta: “¿Cuántos parlamentarios hoy leen literatura, ven cine, se conectan con la música o con las artes? ¿Cuántos se ven a sí mismos como algo más que operadores de pequeñas parcelas de poder?”.

Por Javier García Bustos

Era 1985 y hasta entonces Francisco Mouat (1962) sólo había viajado fuera de Chile a las ciudades de Mendoza y Buenos Aires, en Argentina. Mouat era periodista de la revista Apsi y ante una invitación para cubrir el Festival Internacional de la Juventud se trasladó más de 14 mil kilómetros, desde Santiago rumbo a Moscú. 

“La invitación de los comunistas rusos incluía todo: visa volante para no timbrar el pasaporte y evitar que te interrogaran de regreso en el aeropuerto de Pinochet; pasajes en Aeroflot ida y vuelta desde Buenos Aires con escala en Recife, Dakar y Argel; alojamiento, las cuatro comidas y creo que hasta un modesto viático que alcanzaba para traerse una muñequita rusa de madera”, escribe Francisco Mouat en Rayuela moscovita, crónica incluida en el nuevo volumen Escala técnica, que publica el sello Overol, una selección de su labor como periodista y escritor por tres décadas.

Autor de más de 15 libros, Francisco Mouat, además de trabajar en las desaparecidas revistas Apsi y Hoy, fue director de Don Balón y editor de la Revista del Domingo en Viaje del diario El Mercurio. Su gran pasión han sido los viajes y los libros. Desde 2014, dirige la librería Lolita. 

El periodista, escritor Francisco Mouat, está a cargo de Librería Lolita.

Desde los ochenta, Mouat no sólo ha viajado a Rusia o Malasia, sino que ha recorrido Chile para registrar múltiples historias que ahora integran Escala técnica y que parecieran conectar todo el universo. Mouat narra los sinsabores de Fenelón Guajardo, el Charles Bronson chileno; un extraño viaje a Capitán Pastene, en La Araucanía, tras los pasos de un “avaro millonario”; y captura la voz de Américo Grunwald, sobreviviente de Auschwitz afincado en Concepción. Mientras, la literatura se cuela en las crónicas del periodista, con autores como Ennio Moltedo, Jorge Teillier, Julio Ramón Ribeyro, Ryszard Kapuściński y Wisława Szymborska. 

Escala técnica reúne parte de tu trabajo asociado a la literatura y el periodismo. ¿Sientes que existen temas o intereses que unan los textos?

—Es bien probable que sí, pero esa tarea de vincularlos mejor que la haga su lector. No soy muy dado a pensar demasiado sobre lo que hago. A la forma de hacerlo le doy vueltas, pero no mucho a por qué lo hago. No sé si tienen algo en común el actor que encarnaba al Zorro en la famosa serie de televisión de los años sesenta y setenta, y que murió en Buenos Aires el mismo día en que iba a hablar con la madre de su novia para pedir la mano de su hija, con Américo Grunwald, ese judío increíble que sobrevivió a los campos de concentración nazi y se radicó en Concepción y aquí formó una familia y se propuso —con éxito— hacer reír a lo menos a una persona cada día de su vida. Supongo que los vínculos, más que en los temas, están en la manera de mirar y de contar. Escala técnica es una selección revisada y corregida de textos muy diversos, algunos inéditos, que durante más de treinta años he estado pensando, investigando y escribiendo en diarios, revistas y libros. Ojalá sobrevivan al escrutinio del tiempo. 

En los últimos años, la crónica periodística ha registrado los cambios de las sociedades en Latinoamérica. Incluso hay varias antologías. ¿Cómo ves este fenómeno y qué autores del continente te interesan? 

—Espero que la crónica siga siendo un género vivo, diverso, que explore todos los temas y todas sus posibilidades formales. Habrá algunas crónicas rudas y de batalla, hechas con los ojos en la calle, con acento en lo social o en lo político, que deben convivir con otras miradas, más íntimas si se quiere, ligeras en el mejor de los sentidos que, a partir del vuelo de una mariposa, sean capaces de provocarnos, de invitarnos al placer de la lectura, al goce de la palabra bien dicha y poderosa. Hacer competir entre sí los distintos tipos de crónicas es tomar partido innecesariamente, cuando lo que requerimos para que el género se fortalezca es honestidad intelectual, una mirada propia y una escritura bien trabajada. Roberto Arlt escribía sin exquisiteces, pero esa escritura es comprometida con lo que cuenta, si tiene rabia la expresa, no la disfraza. Esa conciencia de estar escribiendo algo que te importa no se compra en la farmacia. Clarice Lispector escribe de otra forma, pero sus crónicas se hermanan con las de Arlt en el alma de narradores que ambos son y que los provoca para escribirlas. Me interesan más los cronistas que cultivan el género no porque esté de moda o porque sus crónicas vayan a cambiar el mundo. Desde Rubem Braga hasta Pedro Lemebel. Desde Marta Brunet hasta Selva Almada o María Moreno. Desde Jorge Ibargüengoitia hasta Roberto Merino. Desde Juan Villoro hasta Martín Caparrós. Desde Joseph Mitchell y Gay Talese hasta algún o alguna cronista que no conocemos aún y que se obsesiona con contar el estallido de octubre del año pasado en Chile desde un lugar incierto e inesperado.

¿Qué reflexiones surgen al comparar, en términos de contenidos y exigencias, el periodismo en el que te desarrollaste profesionalmente y el que hoy lees o ves?

—No quiero parecer amargo en mis reflexiones, pero el examen que hago de la realidad que me rodea me impide no ser crítico de lo que veo, leo y oigo. Tampoco me creo eso de que antes había mejor periodismo que hoy. Creo que había más periodismo, del bueno, del regular y del malo, y que lo que ocurre hoy es que escasea el periodismo, y nos pasan gato por liebre todo el día. Noticias que, en rigor, más que noticias, son un show. Crónicas que, más que crónicas, son compromisos adquiridos con los financiadores de los medios. Examinemos el mapa de los medios en Chile. Un par de consorcios en la prensa escrita en crisis económica desde hace un buen rato que intentan hacernos creer que detrás de ellos hay un ejército de periodistas, cuando en rigor la tropa probablemente tiene más ingenieros comerciales que narradores, que saben que la consigna que más se escucha es sobrevivir, cada vez con menos recursos y sin mucha idea de por qué hacen lo que hacen. Diarios regionales que parecen un diario mural de avisos de la zona, publicidad por cierto cada vez más escasa, otro par de diarios y revistas de circulación reducida que saben que si no se digitalizan pronto morirán, canales de televisión cortados casi todos con la misma tijera, y un universo radial donde quizás aún es posible hallar ejercicios periodísticos no tan ambiciosos, pero más genuinos y en sintonía con las personas comunes que, sospecho, aman observar, pensar, disfrutar la vida de manera sensible y también apasionada. 

Siempre hay excepciones, pero no es la regla, ¿no?

—Por supuesto que entre tanto decorado sin gusto a nada hay intentos genuinos de contar buenas historias que se despliegan con la intención legítima de no rendirse y fiscalizar, indagar, denunciar y alumbrar un poco el camino en el que nos hemos ido metiendo sin demasiada conciencia de lo que vivimos, acelerados por estrecheces económicas, por no entender lo que pasa al lado nuestro y dentro de nosotros mismos. Veo poco periodismo a mi alrededor, que se entienda a sí mismo con ese nombre y tenga ganas de enorgullecerse al final del día de lo realizado, que más que perfecto sea verdadero. Periodismo que tenga la vocación de buscar en la realidad aquello que nos ayude a entender mejor qué nos está pasando, por qué se está haciendo tan difícil discutir o intercambiar puntos de vista sin sentir ganas de exterminar al del frente. Veo poca pasión por hacer algo distinto a sólo fijarse en el color de los números de la gestión a fin de mes. Veo poco amor a la libertad y sus riesgos. Veo poco interés por desarrollar un oficio donde el poder incomode de verdad. Veo poco respeto por el arte, la filosofía, la naturaleza y el diálogo. Veo muchas veces intereses creados y una desconfianza mutua que me violenta el espíritu. Y claro, veo hoy poco periodismo en Chile, secuestrado en la mayoría de los casos por empresarios sin amor a construir relatos que nos hagan ser un lugar diverso y de encuentro. Demasiado amor al rating fácil, a la cosecha publicitaria, a lo políticamente correcto o de moda. 

«Espero un futuro con mejores grados de convivencia, que podamos vivir cotidianamente en la esquina del barrio donde vivimos hasta el rincón más apartado de nuestro andar. Con menos tribuna para los noticiarios llenos de notas policiales y más tiempo para lo que nos mueve el alma» .

Convención constituyente y el futuro

Durante el confinamiento, producto de la pandemia por el Coronavirus, Francisco Mouat tuvo que mantener cerradas por varios meses las puertas de la librería Lolita, ubicada en República de Cuba 1724, en Providencia. Así es como inauguró una librería online. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, el sector cultural fue y ha sido uno de los más afectados. El autor de títulos como El empampado Riquelme y Chilenos de raza se refiere a este tema.  

¿Crees que la nueva Constitución debería dejar establecido no sólo el derecho al acceso a la cultura, sino a la protección de quienes trabajan en el sector?  

—Sí, claro, pero esa declaración de intenciones es un saludo a la bandera, necesario, pero que para encarnarse en la realidad necesita una clase política que no siga exponiéndose, con frecuencia pasmosa, en la mayoría de los casos, como una raza que no valora ni conoce ni entiende demasiado el valor y la capacidad del arte y el pensamiento para ser un mejor lugar donde vivir. ¿Cuántos parlamentarios hoy leen literatura, van al teatro, ven cine, se conectan con la música o con las artes o con la fotografía como algo cotidiano? ¿Cuántos se ven a sí mismos como algo más que operadores de pequeñas parcelas de poder o meros luchadores por conquistar el poder de turno? Creo que una minoría. Por eso la convención constituyente debiera ser un espacio donde otras miradas nos representen. Eso fue lo que votamos la mayoría. Y lo que será difícil de llevar a la práctica. Una declaración de intenciones que no sabemos si se convertirá en el futuro en una hoja viva y respetuosa de nuestra condición ciudadana. Haber votado Apruebo y convención constituyente fue un punto de partida en esa dirección. 

Ficha: Escala técnica 
Francisco Mouat 
Editorial Overol
232 páginas.  
$ 13.000

¿Qué asuntos positivos podrías rescatar y qué cosas fueron negativas para la librería en los meses de cuarentena producto de la pandemia?

—Lo más positivo, acelerar e inaugurar una nueva librería Lolita digital, online, donde tenemos cerca de diez mil títulos ya subidos, amigable, bien inspirada, que me encanta y que me hace sentir orgulloso del equipo que hemos formado en estos seis años de vida. Lo más duro, luchar con toda nuestra capacidad contra el miedo-ambiente para sostener económica y espiritualmente a la librería y no damnificar a ese equipo magnífico del que te hablo, de modo de continuar siendo, ahora en modo pandemia, con tienda online y una librería al paso que cada día funciona mejor, un lugar importante, un espacio significativo para tanta gente que quiere a Lolita y que nos lo demuestra día a día. Eso es muy bonito de apreciar y lo agradecemos mucho. 

Wisława Szymborska, a quien nombras en Escala técnica, se pregunta al inicio del poema ¿Y si todo esto?: “¿Y si todo esto/ sucede en un laboratorio? (…) ¿Y si somos generaciones en prueba?”. ¿Sentiste en algún momento del confinamiento estar viviendo dentro de un mundo de ciencia ficción o al menos de una pesadilla?

—Amo a Szymborska, es una de mis mejores amigas, leer sus poemas es un regalo. Murió hace algunos años en Cracovia y está más viva que nunca en mí. Aclaro, eso sí, que no necesito la pandemia para hacerme preguntas de ese carácter. Trato de regresar pronto a la puerta de ese túnel complejo, medio sin salida, y de pronto mirar las cosas con ojos más inocentes, con un poquitito menos de lucidez, para no ir derecho al abismo. Asomarme a veces a ese abismo, pero no coquetear demasiado con él. Tomar un buen vino, no para emborracharme, sino para sentir algo espirituoso y sabroso corriendo junto a la sangre por mis venas de ciudadano del siglo XXI, impredecible por definición. 

¿Cómo te imaginas el futuro y qué te gustaría seguir haciendo en los próximos años?

—Espero un futuro con mejores grados de convivencia, que podamos vivir cotidianamente en la esquina del barrio donde vivimos hasta el rincón más apartado de nuestro andar. Con menos tribuna para los noticiarios llenos de notas policiales y más tiempo para lo que nos mueve el alma. Me exaspera un poco lo difícil que se hace a ratos encontrar espacios donde podamos ser sin etiquetas por delante. En cuanto a mi oficio, próximo yo a cumplir 59 años, espero tener salud y energía para seguir leyendo, escribiendo, pensando libros y encontrándome con mis afectos, mi esposa, mis hijos, mis amigos, mi mamá, la memoria de mi papá, los lugares que más me gusta habitar en este mundo.