«Si solo hubiera transmitido un poco de pasión por la literatura y lo que puede significar para nuestra vida me daría por contentísima»
Seguir leyendoVicente Huidobro (1893-1948)
Su obra novedosa renovó la poesía de su tiempo y dio origen a una nueva teoría estética: el creacionismo. Hoy se le considera uno de los vanguardistas más influyentes del primer tercio del siglo XX.
Seguir leyendoLos años de las vacas gordas
Después de recorrer Casi, casi me quisiste, la exposición de la artista Claudia Lee en el MAC Parque Forestal, se hace aún más evidente la equivocación de quienes creen en la necesidad de superar las diferencias originadas en el pasado para construir el futuro a partir de ese olvido.
Por Antonio Urrutia Luxoro
La adolescencia era verdadera, la democracia no.
—Alejandro Zambra
I
El 11 de septiembre del 73 la sociedad chilena experimentó un severo trauma cognitivo que se fue acentuando en el tiempo. Los principales síntomas se manifestaron de manera más evidente en el lenguaje, tras el castigo sistemático a los cuerpos. Primero, el silencio perplejo que no fue capaz de emitir palabra alguna para denominar la magnitud de la violencia. Después, la confusión de nombres y conceptos apropiados para designar el estado de las cosas: pronunciamiento, golpe de Estado, liberación nacional, dictadura, dictablanda, el milagro de Chile, detenidos desaparecidos, etc. Una dificultad verbal enorme para establecer los límites entre guerra y paz. Para culminar con el olvido fulminante del repertorio gramatical previo a la fisura, se intentaron borrar las huellas del pasado combativo y se suministraron placebos a las víctimas para anestesiar el dolor de las pérdidas. Mientras en los 90 tomábamos onces-comidas con Julio Videla en TV abierta durante la crisis asiática, los criminales paseaban tranquilamente por los principales centros comerciales de la capital.
II
El último año del siglo pasado, Claudia Lee ingresó a la carrera de Bellas Artes (mención Escultura) en la desaparecida Universidad ARCIS. En la célebre institución originada en los 80 para la enseñanza de las artes, humanidades y ciencias sociales, pululaban prominentes figuras de la llamada “izquierda cultural”, altos dirigentes políticos y uno que otro intelectual francés invitado. Todos peces gordos, que de vez en cuando se dejaban caer en Las Vacas Gordas, unas concurridas y sofisticadas parrilladas ubicadas en la calle Huérfanos, a pocas cuadras de ARCIS. Iniciada la transición a la democracia, ARCIS fue un enclave pionero en acoger la discusión de diversos temas que tiempo después coparon la agenda del pensamiento contemporáneo. Me atrevo a decir que de manera bastante más fructífera que las universidades tradicionales de la capital, donde abundan académicos otrora timoratos que engrosan las magras páginas de sus investigaciones con ideas primero agitadas en la gloriosa Universidad ARCIS. Entre las numerosas tertulias artísticas e intelectuales que subieron el nivel de la discusión cultural en aquellos años de vacas gordas, se desarrollaron una serie de coloquios y seminarios en torno a diversos asuntos cruciales en el cambio de siglo. Uno de esos asuntos cruciales circula en el cuerpo de obra de Claudia Lee, actualmente expuesto en el ala norte del segundo piso del Museo de Arte Contemporáneo (sede Parque Forestal), en el contexto de la muestra Casi, casi me quisiste.
III
Quizás el más significativo de esos debates, al momento de aproximarse a los más de veinte años de trayectoria artística de Claudia Lee, es la pregunta por la relación entre memoria, historia y subjetividad. Una subjetividad golpeada por la pérdida del lenguaje producto del trauma histórico y el desarraigo, que la artista, junto a Claudio Guerrero (curador de la muestra y académico en los últimos años de ARCIS), reconstruyen a través de un amplio y lúdico recorrido, que da cuenta del desmembramiento de la memoria cultural, política y afectiva. Una fractura en la historia padecida no solo por Chile y América Latina, sino que también por la propia artista, su lenguaje y cuerpo de obra. Su experiencia de vida ha sido ruda. Nació mientras su padre estaba en el exilio. Cuando retornaron se enfrentó al choque cultural y fue víctima de crueles bromas infantiles alusivas a su familia. Una de las experiencias autobiográficas puesta en obra por Lee, y recogida en el relato curatorial consistió en un accidente de tránsito que cambió de manera radical la vida de la artista y su manera de relacionarse con el mundo a través de las palabras. Hace unos años, fue atropellada por un bus del Transantiago. Fue sometida a una cirugía de alta complejidad en su cráneo. Las secuelas incluyeron un cuadro de afasia crónica (ha tenido que asistir a sesiones de terapia para recuperar sus capacidades comunicativas verbales).
IV
La exposición acopia archivos personales, soportes audiovisuales realizados en colaboración con otros artistas, vegetales en proceso de descomposición o reacondicionamiento, residuos de proveniencia animal, colecciones de envoltorios y otros objetos producidos industrialmente. Acumulaciones de recuerdos y porquerías que reflejan el paso del tiempo. Cachureos vivos, inertes, biográficos e históricos cuyo origen y disposición también reflejan la identidad de su dueña. Además de la memoria dislocada del lenguaje en su cuerpo de obra, Claudia Lee plantea una reflexión sobre cierta estética asociada a la “chilenidad”, superando los códigos esencialistas que la han construido en virtud de su arraigo a un espíritu nacional vinculado al costumbrismo de diversa índole (folclórico, deportivo y culinario). Dicha reflexión visual sobre “lo chileno”, más allá del atavismo, sucede en la medida de que la exposición sitúa su acervo material y simbólico —incluso valiéndose de emblemas nacionales, como el cóndor o el copihue—, en el orden del consumo y la escatología. Lo que se come y se caga es reflejo de la identidad del consumidor, en un modelo de sociedad capitalista con tendencia a la instalación de nichos de mercado cada vez más individualizados. Todo esto prescindiendo de figuraciones humanas, pero recurriendo a un hábil sentido de la ironía que alude a los rastros de lo humano. Lo humano como excremento y documento de la memoria. Al fin y al cabo, Chile es un país amojonado, plagado de heridas.
Fecas de ganado apiladas minuciosa y monumentalmente formando surullos de dimensiones escultóricas. Baratijas de tercera mano ofrecidas sobre un paño, emulando el barroquismo gitanesco del comercio informal. El kitsch de un pavo navideño plástico contradictoriamente bello, que alegoriza una de las máximas del subdesarrollo local: la copia es más original que el original (los chilenos siempre podemos ser más gringos). La retrospectiva de Claudio Guerrero sobre el cuerpo de obra de Claudia Lee permite una lectura condicionada a la posible herencia formal de su origen en ARCIS, principalmente a través de la sintonía con la obra de Brugnoli, Errázuriz y otros. Sin embargo, su potencia conceptual radica en la aparente falta de contingencia (es agradable que su trabajo no sea amnésico ni tenga pretensión de pionerismo). A pesar de su condición retrospectiva que se aferra a un punto de origen pretérito, Casi, casi me quisiste. Contramemorias de Claudia Lee no rememora la nostalgia fetichista de un pasado superado. Coloca el suspenso de un pasado continuo, uno que sigue aconteciendo: el anacronismo de la Transición. La posibilidad latente de que, como sociedad, aún padezcamos afasia de la memoria (una incapacidad colectiva para evitar la repetición histórica de tragedias en clave de farsa).
V
A pesar del creciente negacionismo impulsado por la centroderecha respecto a los crímenes ocurridos en dictadura, y también a las posteriores violaciones de los derechos humanos ocurridas después del retorno a la democracia, en este caso, la afasia de la memoria no consiste en la falta de información ni en la carencia de palabras apropiadas para designar el horror (no así en la falta de justicia). En el contexto de la derrota de la centroderecha por parte de las fuerzas de izquierda reunidas en la candidatura de Gabriel Boric, la afasia de la memoria no consiste exclusivamente en “verdad y reconciliación”. Se trata de la manera en que, bajo ese pretexto disfrazado de crecimiento económico, se ha divorciado la relación entre política y sociedad desde la transición hasta la actualidad. De ese modo, la afasia de la memoria podría persistir en la medida en que se recurra a las mismas dinámicas de gobernabilidad implementadas bajo el orden cosmético de los años 90 (hielos gigantescos de exportación, candidatos disfrazados de obreros y mentirosos apretones de mano entre políticos que simulan pertenecer a sectores opuestos). Si antaño el ala progresista de la Concertación debía presentar certificados de buena conducta a quienes formaron parte del gobierno dictatorial, hoy podríamos correr el riesgo de que el gobierno entrante manifieste las mismas conductas, esta vez, ante quienes no tuvieron problemas en congraciarse con civiles y militares que participaron del gobierno dictatorial.
VI
A propósito de la construcción visual de memorias e identidades en la retrospectiva de Claudia Lee resulta pertinente revisitar los posibles anacronismos de la Transición en el contexto actual, determinado por el plebiscito de salida a la Convención Constitucional y la derrota electoral –momentánea– de la centroderecha. Del mismo modo, resulta pertinente la aproximación a la identidad nacional que la artista hace circular en sus instalaciones, ya que —como lo han advertido diversos analistas— el meollo del debate constitucional se ubica en el sujeto político de la Constitución. Si la Constitución vigente se sostiene en la familia y la propiedad privada como subjetividad política, ¿cuál debe ser el sujeto político que permitirá aprobar el futuro texto constitucional? Después de recorrer la exposición de Lee, se hace aún más evidente la equivocación de quienes creen en la necesidad de superar las diferencias originadas en el pasado para construir el futuro a partir de ese olvido. También se hace evidente la amnesia y el pionerismo de quienes piensan que es necesario tirar todo por la borda y escribir desde cero. Allí, en el transcurso del Estado desarrollista y social destituido ilegítimamente el 73, todavía queda mucha historia que restituir más que destituir.
Casi, casi me quisiste, Contramemorias de Claudia Lee
Museo de Arte Contemporáneo (sede Parque Forestal)
Hasta el 9 abril de 2022
La exposición considera una serie de actividades de extensión, como un acto performático a cargo del artista Ivo Vidal (26 de marzo) y el cierre agendado para el 9 de abril, donde la artista presentará Desde con cornucopia, continuando el proyecto realizado el 2019 en el módulo de experimentación AK-35.
Esperanza
La esperanza que me interesa es la que ha producido la unidad, el aprendizaje colectivo y la expresión contundente de una “acumulación en el seno de la clase” que marcó la diferencia en la elección presidencial más relevante de nuestra historia reciente.
Por Claudia Zapata Silva
Desde octubre de 2019 hemos sido partícipes de un devenir histórico vertiginoso que no deja de sorprendernos por la imposibilidad de predecir escenarios. No obstante, si una lección hemos obtenido de la reciente elección presidencial, donde la alternativa de la centroizquierda ganó con holgura, es que los procesos sociales con potencial de transformación estructural están muy lejos de ser lineales y que, por lo mismo, no pueden ser descuidados; actitud a la que se puede llegar tanto desde el optimismo excesivo como desde la decepción anticipada.
La inestabilidad del impulso emancipador se ha hecho patente desde ese hito democratizador que fue el plebiscito y la posterior elección de los constituyentes. Dos fenómenos contribuyen a esa inestabilidad y entrañan riesgos de regresión: de un lado la continuidad de la brecha entre la esfera política institucional y la sociedad, expresada en una baja participación electoral (pese a lo decisivas que han sido las contiendas de los últimos años); y, del otro, la reorganización del campo oligárquico tras sus derrotas electorales relacionadas con el proceso constituyente.
Respecto al último punto, estos meses hemos visto, y sobre todo padecido, esa reorganización producida en torno a la ultraderecha y lo que eso significa en Chile: pinochetismo (con su respectiva apología al golpe militar y al terrorismo de Estado), anticomunismo, boicot (especialmente contra la Convención Constitucional) y una perspectiva declaradamente antiestatal y antiderechos. Ante todo, sería un error leer a esta derecha únicamente como un resabio del pasado, pues su paradigma autoritario se ha visto ensanchado con la incorporación de nuevos temas a partir de los cuales moviliza su ultranacionalismo, su racismo y su misoginia. No es raro, por lo tanto, que sus enemigos jurados sean hoy el autonomismo indígena, la plurinacionalidad, el feminismo y las disidencias sexuales, y que ofrezca interpretaciones autoritarias a problemas sociales graves, como la migración, el crimen organizado y la delincuencia común, copando vacíos que históricamente han caracterizado a la izquierda.
Una punta de lanza en este realineamiento fueron los poderes fácticos, principalmente la prensa y el empresariado, antes incluso que los partidos políticos, los cuales de todas formas no perdieron tiempo en asentir tras el declive de su candidato elegido democráticamente. Así se explica el patético momento que vive la derecha liberal, que demostró no ser más que un espejismo y que lo seguirá siendo mientras transe sus débiles convicciones frente a la primera opción autoritaria con posibilidades electorales que se le cruce por el camino. Continuará el debate sobre las posibilidades reales de la refundación liberal de la derecha —opción que de momento no se atisba por ninguna parte, por más que insistan en ella sus nuevos rostros intelectuales con amplio espacio en la prensa—, así como también sobre la condición fascista de su propuesta. Como sea, existen quienes creemos que el peligro de tener a la extrema derecha en el gobierno consistía en expandir a la totalidad del país una violencia material, simbólica, policial y militar que ya padecen hace décadas algunos sectores de la sociedad, ¿pues qué otra cosa es sino lo que ocurre en la Araucanía y en muchas comunas populares, o con la población migrante, sectores que se debaten entre la represión, la ilegalidad y el odio social fomentado por la institucionalidad “democrática”?
La segunda vuelta electoral mostró signos potentes de que este realineamiento de la derecha fue leído como un riesgo para la sociedad y para el proceso de cambio. El llamado urgente, claro y sin demoras de la mayoría de las organizaciones y movimientos sociales a votar por el candidato Gabriel Boric y a participar en la campaña presidencial (bajo dirección de su comando o de manera autogestionada), son expresiones elocuentes de compromiso con el ideal de emancipación. No sabíamos si con eso alcanzaba para ganar una parte decisiva del abstencionismo elevado que caracteriza los procesos electorales de países profundamente desiguales con sistema de voto voluntario, una medida que en la práctica termina haciendo de la “libertad” un privilegio de clase. Y, sin embargo, se logró producto de un despliegue que dio al balotaje un cariz de movimiento social heterogéneo pero a la vez claro en su propósito de bloquear la llegada de la ultraderecha al gobierno; un triunfo popular conmovedor que conviene celebrar y calibrar. Y digo popular porque las estadísticas corroboran un aumento sustantivo de la participación electoral a nivel nacional, incluidas las comunas más pobres, en muchas de las cuales la proporción de apoyo al candidato de Apruebo Dignidad se acercó a la de las comunas ricas con su candidato de la ultraderecha.
Lo que vivimos en diciembre de 2021 se ha ganado un lugar en esta historia breve pero fundamental del “nuevo Chile”, al que —conviene recordar una vez más— no llegamos de la nada. El nuevo Chile, ese donde continúa la desigualdad y el abuso, pero en el cual también albergamos esperanzas, es resultado de una acumulación histórica de luchas que conviene tener presentes, porque el olvido también acecha al campo popular, por ejemplo, cuando se evoca como hito casi exclusivo al movimiento estudiantil que formó los liderazgos —ahora sí evidentes— que están conduciendo esta parte del proceso. En ese sentido, es posible leer esta segunda vuelta electoral y la unidad contra el autoritarismo que la caracterizó como una expresión más de ese acumulado histórico de luchas que confluyeron en octubre de 2019 —ellas mismas o sus legados— en un escenario de crisis nacional.
Quienes conocen la obra del sociólogo boliviano René Zavaleta Mercado sabrán que me estoy arrimando a su idea de crisis, que él concibe como un momento de encuentro y aprendizaje entre sujetos individuales y colectivos que hasta entonces no habían coincidido en tiempo y lugar (el «momento en que se revela el todo social», como señaló en un texto de 1983), generándose las condiciones para la articulación y acumulación de fuerza en el campo popular. Zavaleta dijo alguna vez que Chile se caracterizaba por el agudo contraste entre sus hábitos democrático-representativos y una estructura socioeconómica no democrática (1982). Lo que se manifestó el 2019 fue ese viejo anhelo del pueblo de resolver esa disociación, y hacer coincidir democracia social con democracia representativa, en las claves emancipadoras propias del siglo XXI, que incorpora colectivos humanos que fueron invisibles o derechamente perseguidos por los propios actores de la transformación en otros períodos, pero que ahora tienen una presencia central en la Convención Constituyente y en el programa de gobierno del futuro mandatario (mujeres, disidencias sexuales y pueblos preexistentes).
En este largo camino opera lo que el mismo Zavaleta denominó —en otro concepto de enorme potencia histórico-política —“acumulación en el seno de la clase”, que en nuestro caso ha implicado la composición de un repertorio político diverso y en expansión, que incluye variadas formas de rebelión popular, así como las formas de la democracia representativa. Esta idea de repertorio permite obviar dicotomías innecesarias, y reemplazarlas por la distinción de momentos o estrategias con miras a avanzar en ese objetivo mayor de profundización de la democracia. La memoria es fundamental para que se produzca esa acumulación en el seno de la clase, y ¿qué otra cosa fue la reciente elección presidencial sino un acto de memoria? Memoria de la dictadura, del plebiscito de 1988, del abuso neoliberal, de las luchas sectoriales y de la revuelta popular de 2019.
Zavaleta Mercado vivió en carne propia los golpes de Estado de la extrema derecha latinoamericana de la década de 1970: primero el que encabezó Banzer en Bolivia y luego el de Pinochet en Chile, eso a propósito de la amenaza autoritaria que nos persiguió durante el siglo XX y que se reactiva en el XXI con nuevas y viejas formas (porque no debemos olvidar que las fuerzas reaccionarias también poseen su propio repertorio, donde el boicot económico, las fake news y el golpe de Estado continúan siendo centrales). El carácter supranacional de estas articulaciones autoritarias obliga a incluir la geopolítica en nuestras reflexiones, que para este caso es el ascenso que desde hace ya varios años ha experimentado la derecha radical a nivel mundial. Por ello lo ocurrido en Chile, y lo digo sin ánimo de chauvinismo, tiene importancia más allá de nuestras fronteras, pues puso freno —al menos por ahora— a la llegada de ese tipo de derecha al gobierno por vía democrática, en un momento en que muchos pensaron que sería difícil abstraerse a la derechización después de una revuelta popular que acaloró los ánimos de la oligarquía y de una pandemia que despierta miedos y ánimos individualistas de sobrevivencia.
La palabra que más se ha escuchado desde el 19 de diciembre es esperanza y concuerdo en la pertinencia de acuñarla, no para reducirla a las expectativas que se puedan tener con el futuro gobierno porque eso sería minimizar el fenómeno social y político que estamos protagonizando. Por el contrario, el alcance de este capítulo electoral es tan amplio que resulta posible —y válido— tener distancia con la nueva coalición gobernante y vivir esta nueva etapa con expectación y voluntad de colaboración. Esta es la esperanza que me interesa: la que ha producido la unidad, el aprendizaje colectivo, la humildad para conceder en función de un bien mayor y, sobre todo, la expresión contundente de una “acumulación en el seno de la clase” que marcó la diferencia en la elección presidencial más relevante de nuestra historia reciente.
Elisa Loncon y los caminos que se abren para la democracia del siglo XXI
La presidenta saliente de la Convención Constitucional se encargó de ampliar los horizontes de posibilidad de la democracia, abriendo un cuestionamiento cultural y político señero para nuestros tiempos: ¿quiénes pueden imaginar el país del futuro?
Por Claudio Alvarado Lincopi
No es un develamiento decir que Elisa Loncon es una de las personalidades más importantes de 2021, aunque me atrevería a sumar también que será de las más sobresalientes del ciclo histórico que se abre. Las numerosas condecoraciones de las principales universidades del país o los reconocimientos internacionales que la situaron entre los personajes más influyentes del año recién finalizado, han sido formas de expresar las incontables energías que irradia Elisa en la reconfiguración de los sentidos culturales y políticos para las décadas venideras en nuestro país y en parte del globo.
Desde los primeros instantes como figura pública de interés general, cuando pronunció aquel emocionante discurso inaugural como presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncon se ha ido constituyendo en una figura histórica que será impostergable para relatar en el futuro los sucesos políticos que hemos habitado durante el último tiempo. Y estos sentidos históricos, desde Elisa, se enarbolan como un nuevo proyecto societal que busca ampliar los marcos de comprensión del sistema político, económico y cultural.
Y esto es un remezón de siglos que todavía no logramos calibrar del todo. Con Elisa Loncon se gesta una fractura improbable, desde donde emerge algo impensado antes del 18 de octubre y sus múltiples efectos: cómo los pueblos indígenas, pero por sobre todo las mujeres indígenas, pueden conducir destinos, y más aún, desde allí edificar nuevos contornos para nuestra democracia.
Las mujeres indígenas, por décadas, si no siglos, condenadas tanto a la marginalidad como a la petrificación, ausentes en las tomas de decisiones y ubicadas como pretéritas figuras étnicas, hoy emergen como posibilitantes de nuevos tiempos, unos donde lo inverosímil se vuelve probable, donde es dable considerar que desde los márgenes sociales y epistémicos pueden edificarse parte crucial de los sentidos comunes del nuevo ciclo histórico. Quizás por ello Elisa Loncon fue incansable con el llamado al diálogo entre diferentes, quizás en esos gestos de escucha se logren oír por fin las profundidades ocultas, esas que Elisa ha convocado cuando nombra a mujeres, territorios, pueblos, regiones, disidencias, jóvenes, niños y niñas.
La condición proyectual de estos llamamientos a grupos heterogéneos permitió reubicar en el centro del debate la pregunta por los miembros de la comunidad política. La presidenta saliente de la Convención Constitucional se encargó durante su administración de ampliar los horizontes de posibilidad de la democracia, abriendo un cuestionamiento cultural y político señero para nuestros tiempos: ¿quiénes pueden imaginar el país del futuro?
Elisa Loncon ha sido insistente en situar las exclusiones históricas ante esta pregunta, y aquellas insistencias causaron irritaciones y enojos entre quienes fueron definidos en su momento por Elisa como los privilegiados de la historia. Naturalmente, las heridas que no han sido sanadas duelen al ser tocadas, pero ha sido vital pasar por ellas, develar las cicatrices que ha dejado el devenir del país, y lograr edificar lo común también y fundamentalmente desde los y las excluidas. Aquí emerge un principio ético que Elisa Loncon ha logrado situar con profundidad en su mandato.
Y no se trata simplemente de inclusiones; las palabras y las acciones de Elisa no respiran desde la vieja promesa republicana, muchos menos de los actuales deseos multiculturales, es decir, no se gestan solo como ensanche de los márgenes de la comunidad política, ahora incluyendo y reconociendo como ciudadanos a los marginados de 200 años, pero manteniendo los centros de hegemonía masculina y eurocéntrica. No, las nociones instaladas caminan más bien por repensar los sentidos hegemónicos de nuestra sociedad, por debatir los centros gravitantes que le dan sentido a nuestra realidad desde las experiencias y saberes que los “otros” de la historia han acumulado y proyectan para el siglo XXI. Por ello Elisa habla de buen vivir, de superar el extractivismo, de profundizar la democracia desde las regiones, entre otros temas.
Es que cuando Elisa Loncon habla de las nuevas formas de ser plural busca construir renovados razonamientos para el diálogo democrático, construyendo los pilares para afirmar un proceso postergado por siglos de colonización y que es horizonte básico para avanzar en el encuentro de nuestras heterogeneidades y conflictos: que las voces marginadas por la historia se vuelvan inteligibles.
Esto último parece fácil, pero es el problema que hasta hoy arrastra nuestra sociedad. Los pueblos indígenas, por ejemplo, no gozan todavía del oído abierto de las élites; la mayoría de estas últimas no logran o no quieren comprender las razones que activan los pueblos en sus reflexiones y acciones colectivas. Y como élite, no me refiero solo a quienes controlan poder económico, sino también a sectores políticos y culturales, incluso progresistas, que buscan incluir sin polemizar las estructuras de lo común.
Allí Elisa Loncon ha abierto, con política y pedagogía, un camino que esperamos sea fructífero, donde el racismo que acusa irracionalidad, flojera, incluso espasmos de barbarie, logre ser arrinconado como expresión de un pretérito Chile, para avanzar en el reconocimiento y el diálogo simétrico de nuestras heterogeneidades.
Todo lo anterior, por cierto, no ha sido en Elisa solo palabra etérea. Sus acciones como presidenta de la Convención Constitucional fueron permanentes en buscar aquella inteligibilidad entre diferentes, ella fue vital en la construcción de vías para una convivencia democrática plural en un espacio de alta fragmentación política.
Hoy, cuando atravesamos tensiones cruciales para los tiempos venideros, tales como el vínculo entre los pueblos y los territorios postergados, o las desigualdades y brechas de género, o la crisis climática y el extractivismo, o la precarización general de la vida, figuras como las de Elisa Loncon se vuelven cruciales e impostergables, liderazgos de amplitud democrática y que apuestan por una convivencia simétrica de la heterogeneidad, junto con proyectar horizontes de sentido fundamentados en los derechos humanos y de la naturaleza, son motores que dan esperanza a un siglo que a ratos parece aciago.
Además, en estos ánimos democratizadores que impulsa Elisa, es imposible no reflexionar sobre lo que ella, junto con convencionales como Rosa Catrileo o Adolfo Millabur, representa para avanzar en encuentros plurinacionales entre la sociedad y el Estado de Chile y el pueblo mapuche. Una relación que por décadas ha estado fraguada desde el Estado bajo políticas criminalizadoras y de focalización sobre la pobreza, hoy se abre bajo una oportunidad inédita hace siglos: establecer diálogos de carácter plurinacional para encontrar un camino de convivencia.
Con todo, la figura de Elisa Loncon, que por estos días cierra su presidencia de la Convención Constitucional, todavía es inagotable. Creo que lejos de pasar a una segunda línea del debate público, sus reflexiones seguirán siendo cruciales en los meses y años venideros, que se avecinan como un ciclo democratizador donde la política lejos estará de lecturas binominales, y cada vez más se sostendrá en una pluralidad de voces que hoy más que nunca son insustituibles e impostergables.